¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta Caballeros de la Virgen. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Caballeros de la Virgen. Mostrar todas las entradas

sábado, 21 de abril de 2018

LAS DOS BANDERAS: HORA DE ELEGIR


Resultado de imagen de caballeros templarios
"Nadie puede servir a dos amos, 
porque odiará a uno y amará al otro, 
o se apegará a uno y despreciará al otro." 
(Lucas 16,13)

El Evangelio nos implica en una guerra espiritual, una lucha contra el mal (Satanás), contra nosotros mismos (Carne) y contra lo que nos rodea (Mundo). 

Una lucha espiritual que sólo es visible en su dimensión sobrenatural, pero es absolutamente real. Es una imagen que muchos prefieren obviar y rechazar. Sin embargo, los cristianos debemos estar firmes, vigilantes y adecuadamente preparados para esta batalla tan real. 

El apóstol San Pablo nos habla de ella: "Porque nuestra lucha no es contra gente de carne y hueso, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal, que moran en los espacios celestes."(Efesios 6,12). 

San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, también nos presenta el mundo como un gran campo de batalla donde se enfrentan dos ejércitos, dos banderas… 

Una batalla espiritual que nos incumbe y compete a todos...el cristiano no puede permanecer indiferente ante esta lucha…no puede ser neutral... debe saber escoger cuál es su lugar… en qué ejército luchará... bajo qué bandera combatirá… la de Cristo o la de Satanás…

El desafío

El Hombre se haya ante un desafío en el que probar su valía y demostrar su compromiso a un propósito superior, en lugar de a su propia comodidad.
Y así lo hacen los "Hijos de la Luz", no a pesar de ser difícil, sino exactamente porque es difícil... porque confían plenamente en las promesas de su Señor. 

Hombres llamados a "alabar, reverenciar y servir a Dios y así alcanzar la santidad y la salvación de su alma" .

Hombres consagrados a la Santísima Virgen María, que jamás caen en el desánimo, que no se dejan vencer por la dificultad, ni por el miedo ni el dolor, pues su Señora está con ellos. 

Hombres inasequibles al desaliento que anuncian a Cristo Rey, y con su ejemplo, atraen a otros a Dios: son los "Apóstoles de los últimos tiempos".

El campo de batalla

Es noche cerrada...no hay luna...todo es oscuridad y tinieblas... 

Desde lo alto de una ladera, se divisa un valle en el que hay dos ejércitos formados, uno frente al otro… cada uno tiene su bandera, sus seguidores, sus armas, sus estrategias… 

Suenan los tambores de guerra...el ambiente está tan cargado que corta la respiración...
Una bandera blanca


Un ejercito fatigado y penitente espera en calma... en silencio… en oración...

Su Capitán, Jesucristo, expresa y contagia paz, felicidad y amor a todos sus hombres … 

Su bandera, blanca e inmaculada, es la de la humildad y la mansedumbre… 

Su arenga es: ¡Viva Jesús, muera el pecado!... 
Sus seguidores, desapegados de las riquezas, los honores y los placeres del mundo, aman la pobreza, la humildad y la obediencia… 

Sus armas son la confianza y la valentía... 

Sus promesas: Breve penar, eterno gozar… 

Su propósito: Vida plena, muerte buena… felicidad eterna en el cielo, viendo, amando y alabando a Dios…

Un bandera negra

El otro ejército está agitado y en movimiento… hay tumulto... griterío… confusión… sus hombres cabalgan indisciplinados y desordenados… todos quieren mandar y ninguno quiere obedecer ni dejarse dirigir…
Desde su campamento, emerge una gran columna de fuego que parece querer tocar el cielo.

Su bandera negra es la de la rebelión y el odio contra Dios...poderosa para convencer y obligar a todos... 
Su arenga: ¡Viva el pecado, muera Jesús!… 

Sus secuaces, apegados a las conductas desordenadas, los honores, las riquezas, los placeres, las comodidades que los arrastran a la perdición eterna... 

Sus armas: la burla y el escarnio... 

Sus promesas: Breve gozar, eterno penar… 

Su propósito: Vida amarga, muerte pésima, fuego eterno en el infierno, sufriendo y lamentándose, sin Dios…

De entre sus huestes, surge una figura oscura y abominable, de aspecto horrible y terrible, más grande e imponente que el resto, a quienes tiene encadenados: un gran Dragón que, alzándose sobre ellas y con una mirada fulminante, les grita y les ordena callar… 
Sus hordas, obedeciendo más por temor que por devoción, se organizan por grupos: por un lado, la soberbia, disfrazada de dignidad… por otro, la lujuria, disfrazada de libertad… más allá, la envidia, disfrazada de prosperidad… en otro, la avaricia, disfrazada de igualdad… en otro, la pereza, disfrazada de comodidad… también, la gula, disfrazada de necesidad… y por último, la ira, disfrazada de justicia… 

La mirada del Dragón es fría y penetrante... sus ojos negros y brillantes, están llenos de maldad y odio indescriptibles…su aliento hiela los huesos…  “Es Satanás", dice una voz a mi lado, “pero no te preocupes, no podrá tocarte mientras estés conmigo”… miro y veo a Jesús, junto a mí… y por primera vez me doy cuenta que no estoy solo…
Satanás se dirige hacia el otro ejército… “Aprovecha la oscuridad de la noche y el cansancio de la espera para tentar a mis guerreros”, dice Jesús… Se acerca a los guerreros de Cristo...uno por uno…escucho lo que les susurra al oído… las ilusiones que vende a sus corazones… a cada uno le embauca, según su debilidad...y a todos los que se sientes atraídos, los encadena... los esclaviza...

Muchos permanecen firmes y fieles al Señor… pero algunos (incluso, consagrados al Corazón de Jesús a través de María) se dejan seducir por las palabras del Padre de la Mentira: fama… dinero… pasiones… poder… son las tentaciones que les hacen alejarse de la luz y perderse en las tinieblas...

Satanás esboza lo que parece una sonrisa en sus labios y nos mira a Jesús y a mí…“No es una sonrisa”, dice Jesús, “ese es incapaz de sonreír o de sentir alegría o de cualquier sentimiento bueno y digno… al contrario, su sonrisa es una mueca, se burla de nosotros porque sabe que cada alma que me roba me causa un dolor indescriptible… fíjate, él no seduce las almas por el daño que les hace, en realidad desprecia a todo el género humano… pero vuelca en los hombres todo el odio que siente por mí y por mi Padre…”
Entonces, le pido a Jesús que no permita a Satanás hacer eso, y me responde: “Pídeselo a mi Padre y Él te lo concederá”… dirijo mi vista a la gran columna de fuego que subía de la montaña hasta el cielo y digo: “Padre, no permitas que esas almas puras tuyas, se pierdan… protégelas, dales la fortaleza y la perseverancia para vencer la tentación”… 

Entonces un rayo de Gracia inunda sus corazones con el Amor de Dios… abren los ojos y, aterrados, ven como Satanás trata de abalanzarse sobre ellos con rabia… pero San Miguel jefe de la milicia celestial, interponiéndose ante él y ellos, los protege… para que María Santísima los cubra con su manto y lo acompañe de vuelta a su posición, en la formación del ejército blanco…

Mientras Satanás se retuerce de rabia, ira y odio, viendo cómo se le escapan almas de sus afiladas garras, Jesús sigue diciéndome: “La batalla entre el bien y el mal ya está ganada… aunque Satanás quiere hacer creer lo contrario… y si lo hace, es porque mi Padre se lo permite… eso incrementa el odio en él… saber que su existencia y actuación se las debe a Aquel a quien tanto aborrece… es incapaz de amar o de sentir agradecimiento… más aún, se odia a sí mismo porque sabe que él es el único culpable de su condena…”

“Ahora mismo está impaciente y rabioso… él quisiera lanzarse contra mi ejercito con toda su furia, pero no puede… mi Padre no lo permite...así que trata de arrastrar a tantas almas como le es posible, porque sabe que la batalla final ya se luchó… y él fue el perdedor…”

Amanece y el primer rayo de luz ilumina el valle… Satanás y sus demonios se retiran a toda prisa hacia la oscuridad de su campamento... la luz deja ver su verdadero rostro y pone al descubierto sus engaños… su horrible apariencia queda revelada a todos… ya no tratan de seducir con mentiras… sino que maldicen e injurian, gritando amenazantes desde el otro lado del valle…
 
Entonces, Jesús muestra su ejercito…al que pertenezco... somos un pequeño grupo de valerosos soldados… vestidos con túnicas blancas... montados sobre caballos blancos...llevamos puesta la Armadura de Dios… el Cinturón de la Verdad… la Coraza de la Justicia… los pies calzados con el Celo por el Evangelio… el Yelmo de la Salvación… en una mano el Escudo de la Fe… y en la otra, la Espada del Espíritu
Miro a Jesús sorprendido por los pocos que somos… pero Jesús me invita a mirar de nuevo… y veo que detrás nuestro viene una gran multitud que se pierde en el horizonte… en el flanco derecho, nuestra Señoralos santos, los mártires y las almas del Purgatorio, que unen sus oraciones a las de toda la Iglesia… en el flanco izquierdo, a San Miguel Arcángel, capitaneando a todas las legiones de ángeles y coros celestiales que entonan cánticos y alabanzas a Dios…
Jesús abre su pecho y tomando una pequeña chispa del fuego inmenso que arde en su Corazón, extiende su mano y la pone en el mío, como ha hecho antes con los demás soldados… es un fuego abrasador que crece y aumenta... y que me insta a "combatir el buen combate"…

Ha llegado el momento

Jesús me mira y nos dice: “Ha llegado el momento”… entonces el Padre, desde lo alto de la Columna de Fuego, da la orden y la batalla final comienza…"

Ha llegado el momento de definir nuestra adhesión a uno de estos dos ejércitos.

Ha llegado la hora de decidir seguir a Cristo, el humilde, o a Satanás, el orgulloso.

Ha llegado el tiempo de hacer la voluntad del Padre, o la propia, como el Diablo.

No podemos...no debemos... dejarnos seducir por las artimañas del Enemigo, que nos fascina con los afanes pasajeros de este mundo, que nos tienta con los apegos a las conductas desordenadas y nos hechiza con todos los vicios que nos conducen inexorablemente hacia nuestra muerte.

¡Cuidado! Debemos estar vigilantes porque Cristo, nuestro Capitán y Señor, nos ha alertado de que el demonio, cuando le resulta difícil el combate, se disfraza de "ángel de luz", trata de engañarnos, de confundirnos, de generar la duda en nuestro corazón, desvirtuando el poder del ejército blanco, para que renunciemos a él y así, conducirnos hacia el suyo.

¡Estamos en guerra!

Imagen relacionada



Fuentes:

-Ejercicios Espirituales Ignacianos, Heraldos del Evangelio, Mota del Marqués, 2018.
-Romualdo Olazábal y Noemí Cotto, tengoseddeti.org, 2018.

sábado, 10 de diciembre de 2016

HERALDOS DEL EVANGELIO




Reconozco que, al principio, cuando te encuentras con los Heraldos, resulta "chocante" su impecable uniformidad, su escrupulosa solemnidad y su estricta disciplina. Lo primero que preguntas (siendo benevolente) es ¿de dónde han salido estos "Caballeros Templarios"?, aunque lo habitual suele ser recurrir a la crítica fácil, a la burla y al etiquetado de "secta".

Pero si atraviesas el umbral de la primera fase externa, profundizas y les llegas a conocer, compruebas que esos signos exteriores no son sino el resultado de una vida interior de oración, obediencia y celo mariano que se traduce en una vida de servicio apostólico y entrega a los demás.

Los Heraldos del Evangelio (E. P. Evangelii Praecones), conocidos también como Caballeros de la Virgen, son una asociación privada de fieles de derecho pontificio, fundada por monseñor Joao Clá Días y reconocida formalmente el 22 de febrero de 2001 por el Papa San Juan Pablo II.

Posiblemente sean "gente rara" (todos los
 cristianos deberíamos serlo) en el sentido de que hoy día casi nadie hace habla y actúa como ellos. Incluso desde nuestra propia fe católica, algunas personas y sacerdotes recelan de ellos. 

Pero los Heraldos son católicos, están reconocidos por la Iglesia y sirven al Vaticano, como muestra su escudo. Son de confianza, son de Dios, os lo aseguro. No se trata de un "grupo local", pues cuenta con más de 4.000 miembros (mayoritariamente jóvenes) de vida común, y están presentes en 78 países distribuidos por todo el mundo. Las familias comprometidas en obras de evangelización son cerca de 40.000 vinculando en sus actividades a más de un millón de personas.

Miembros

La Comunidad de los Heraldos del Evangelio está formada por hombres y mujeres de vida consagrada y por sacerdotes, que practican el celibato, y se dedican al apostolado y ejercen su misión evangelizadora en las diócesis y parroquias, por las calles de las diferentes ciudades, de casa en casa, hospitales, colegios y hasta en las cárceles.

Todas sus actividades tienen un especial énfasis en la formación de la juventud.

Junto a la imagen peregrina de la Virgen de Fátima, organizan grupos de oración en las parroquias con las capillas peregrinas (pequeños oratorios de la Virgen), y misiones marianas (visita de la imagen de María a las casas con el fin de reavivar la fe en las familias).

Viven en comunidades masculinas o femeninas, en un ambiente de caridad fraterna, servicio disciplina, recogimiento, estudio y oración.

Otra categoría de miembros son los cooperadores o terciarios: se trata de laicos, casados o solteros, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, laicos de vida consagrada o miembros de otras asociaciones o movimientos apostólicos que viven conforme al carisma y a la espiritualidad de los Heraldos del Evangelio

Dedican su tiempo libre y se comprometen a cumplir ciertas obligaciones, a pesar de no poder hacerlo de manera plena, debido a sus deberes matrimoniales o profesionales, a sus compromisos sacerdotales, a su pertenencia a un instituto de vida consagrada o sociedad de vida apostólica, etc.


Hábito

Lo primero que salta a la vista de los Heraldos del Evangelio es su vestimenta. Con su hábito, exteriorizan el carisma y el ideal al cual se han entregado:

- De la misma forma que el amor al prójimo sólo se demuestra mediante acciones exteriores, la fe debe manifestarse por los actos (Santiago 2, 14-18), y – por consecuencia – exteriorizarse.

- Jesús exige a sus discípulos una posición unívoca (Mateo 5, 37), contraria a las apariencias hipócritas de los fariseos (Mateo 23, 27), que debe ser manifestada públicamente como medio de evangelización (Mateo 5, 16).

- San Juan Pablo II dice que "el hábito es señal de consagración y signo verdadero de Cristo en el mundo y dado que vivimos en una época tan secularizada y sin embargo, tan sensible al lenguaje de los signos, la Iglesia debe preocuparse de hacer visible su presencia en la vida cotidiana.(Exortación Apostólica "Vita Cosacrata")

El hábito de los Heraldos del Evangelio está formado por:

- El Escapulario. Su color marrón tiene raíces carmelitas debido a que los primeros heraldos formaban parte de la Orden Tercera del Carmen y utilizaban una túnica de color marrón, cubierta por un escapulario del mismo color.

- La Túnica. Su color varía según quien la vista:
  • Marrón. Más austera y sobria, está reservada para los clérigos (diáconos y sacerdotes).
  • Blanca. Utilizada por los laicos consagrados
  • Ocre. Utilizada por los jóvenes que comienzan su experiencia vocacional junto al escapulario del mismo color (hábito de novicio).
  • Dorada. Utilizada por el sector femenino.
- La Capucha. Utilizada por los clérigos y los laicos consagrados que han profesado los votos perpetuos, es un signo y una invitación a la vida contemplativa.


- La Cruz. La Cruz bordada en el escapulario o en la casulla está inspirada en la Cruz de Santiago y representa al peregrino que busca la patria del Padre Celestial. Ligeramente estilizada, representa las flores que surgen de la cruz. Esto quiere decir que el dolor -evocado por la cruz y las puntas- soportado con esperanza cristiana, florecerá en alegría y dulzura.

Mientras que la original es toda roja, la cruz de los heraldos es roja y blanca, dividida a su vez por un cordón dorado:
- El blanco representa la pureza de espíritu y de cuerpo, a imagen de la pureza de la Virgen de la Vírgenes, a quien se han consagrado.

- El rojo representa el amor y el sacrificio llevado hasta el holocausto, a imagen de la Preciosísima Sangre vertida por el Cordero Inmolado.

- El dorado, la belleza y la excelencia del estado de santidad al cual todos los bautizados son llamados por el Cristo Salvador.
En el escapulario del hábito de los Heraldos, la cruz parte desde el cuello hasta las rodillas, a fin de indicar que aquel que quiera seguir a Cristo debe saber portar la cruz en toda su largura, como afirma el Divino Maestro: “si alguno quiere venir después de mí, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Lucas 9,23).

- La Cadena. Ceñida a la cintura, simboliza la “verdadera devoción” a la Virgen, enseñada por San Luis María Grignon de Monfort y muy querida de San Juan Pablo II. San Luis propone a María como ejemplo de sumisión a la voluntad de Dios: “He aquí la esclava del Señor” (Lucas 1, 38). Imitándola, el autor invita a consagrarse como “esclavo de amor” a Jesús, por las manos de María, y a simbolizar esta devoción portando una cadena en la muñeca o en el cuello.

- El Rosario. Siguiendo el ejemplo de muchas Órdenes Religiosas, los Heraldos portan un gran Rosario negro a la cintura, que rezan cuatro veces al día

Si la oración, necesaria a todo momento (1 Tesalonicenses 5,17), es el medio infalible de obtener de Dios los beneficios deseados (Lucas 11,9), el Rosario es la mejor garantía, porque inspirado por la mismísima Virgen en el siglo XII a Santo Domingo de Guzmán, ha demostrado en repetidas ocasiones su eficacia en la Historia.

San Pio X lo consideraba como “la más bella y la más preciosa de todas las oraciones”, y San Juan Pablo II la llamaba de “la más grande de las armas del católico”.
- Las Botas. El aspecto que atrae la mayor parte de las preguntas es, sin duda, el uso de las botas. Su razón de ser no corresponde ni a una necesidad ni a una práctica especial sino que son un símbolo, un mensaje, como el resto del uniforme en sí: representan el carácter misionero, que no sconocerá ni límites, ni distancias, ni obstáculos. Debajo de la lluvia, a través del barro, por caminos o atravesando los campos, los Heraldos tienen muy viva en sí la interpelación de San Pablo: “Maldito sea si no anuncio el Evangelio” (1 Corintios 9, 16).
En definitiva, los Heraldos del Evangelio desean encontrar en su hábito un medio de evangelización que secunde su apostolado, y proclame en un lenguaje simbólico aquello por lo cual ellos se esfuerzan en ser y hacer

Sin embargo, el hábito también es la prerrogativa de la vida comunitaria; a pesar de sus deseos, los jóvenes que comienzan a frecuentar no pueden comenzar a utilizarlo hasta que no se integren en la vida comunitaria (asimismo puede ser a la manera de una experiencia vocacional) y haber recibido el hábito dentro de la ceremonia de imposición correspondiente.
Vocación
En los primeros artículos de sus estatutos se encuentra definida la finalidad y vocación de los Heraldos del Evangelio:


“Esta Asociación … nació con la finalidad de ser instrumento de santidad en la Iglesia, ayudando a sus miembros a responder generosamente al llamamiento a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, favoreciendo y alentando la más íntima unidad entre la vida práctica y la fe...

Además de esos, la Asociación tiene como fin la participación activa, consciente y responsable de sus miembros en la misión salvífica de la Iglesia mediante el apostolado, al cual están destinados por el Señor, en virtud del Bautismo y de la Confirmación. Deben, así, actuar en pro de la evangelización, de la santificación y de la animación cristiana de las realidades temporales."

Espiritualidad

Los Heraldos tienen su espiritualidad cimentada en tres puntos esenciales: la Eucaristía, María y el Papa, representada destacadamente en el blasón que los distingue y definida en sus estatutos:

“La espiritualidad tiene como líneas maestras la adoración a Jesús Eucarístico, de inestimable valor en la vida de la Iglesia para construirla como Una, Santa, Católica y Apostólica, Cuerpo y Esposa de Cristo (EE.25,61); la filial piedad Mariana, imitando a la siempre Virgen y aprendiendo a contemplar en Ella el rostro de Jesús (NMI.59); y la devoción al Papado, fundamento visible de la unidad de la Fe (LG.18)."

Carisma

Su carisma les lleva a la búsqueda de la excelencia, a procurar actuar con perfección y pulcritud en todos los actos de la vida diaria, ya sean públicos o íntimos, lo que está expresado en el sublime mandato de Nuestro Señor Jesucristo: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto” (Mateo 5,48).

Para los Heraldos del Evangelio este llamado a la perfección no debe quedar restringido a los actos interiores sino exteriorizarse en sus actividades, de modo que mejor reflejen a Dios. 

Es decir, que el Heraldo del Evangelio debe revestir ceremonial y solemnemente sus acciones cotidianas, sea en la intimidad de su vida particular, sea en público, en la obra evangelizadora, en la relación con sus hermanos, en la participación de la Liturgia, en las presentaciones musicales y teatrales o en cualquier otra circunstancia.

La música es uno de sus principales instrumentos de evangelización para llegar a los jóvenes. Todos los jóvenes que comienzan su experiencia vocacional con los Heraldos aprenden a tocar la trompeta, la tuba, el tambor, la lira, el órgano o cualquier otro instrumento. 

Los Heraldos dan un énfasis particular a los coros, orquestas y conjuntos musicales, a fin de llevar su mensaje de Fe y de Esperanza a la sociedad contemporánea.

Otras herramientas evangelizadoras de los Heraldos son el teatro, la enseñanza de idiomas y la práctica de deportes (entre ellos, la esgrima).

Los Heraldos son cristianos enamorados de Cristo y de la Virgen que sirven fielmente a la identidad de la Iglesia: "Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles lo que yo os he enseñado. Yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos". (Mateo 28, 18-20).