"Estaba sentado en el monte de los Olivos
y se le acercaron los discípulos en privado
y le dijeron:
¿Cuándo sucederán estas cosas
y cuál será el signo de tu venida
y del fin de los tiempos?"
(Mateo 24, 3)
Tras el capítulo 23 del evangelio de Mateo en el que Jesús se dirige por última vez a la muchedumbre en general, el capítulo 24 comienza con unos confundidos discípulos, que después de las duras palabras y los sentidos lamentos de Jesús por Jerusalén, le muestran la magnificencia de los atrios exteriores del templo. Sin embargo, Cristo les asegura que Jerusalén y el templo serán completamente destruidos (v.2), lo que provoca una mayúscula sorpresa y consternación en los discípulos.
Saliendo por la puerta principal del templo hacia el este, Jesús llega al monte de los Olivos, el mismo lugar donde el profeta Zacarías predijo que el Mesías pondría sus pies cuando viniera a establecer su reino (Zacarías 14,4). Se sienta y los discípulos, Pedro, Santiago, Juan y Andrés (cuyos nombres aparecen en Marcos 13,3-4), se le acercan en privado para que les explique aquella sentencia tan rotunda, y le formulan tres preguntas (v.3): ¿Cuándo sucederán estas cosas? refiriéndose a la destrucción del templo y ¿cuál será el signo de tu venida y del fin de los tiempos? refiriéndose a su muerte y resurrección, y creyendo que el fin de los tiempos ocurriría de forma inminente.
La respuesta de Jesús a la primera pregunta no aparece en este Evangelio de Mateo, sino en el de Lucas 21, 20-24: la destrucción de Jerusalén y de su templo por los romanos cuarenta años después (equivalente al tiempo de una generación). que fue mucho mayor que la provocada por Nabuconodosor seiscientos años antes.
Según el historiador Josefo, el Lugar Santo ardió de tal forma que todo el oro se derritió y se incrustó en las piedras del suelo, que los soldados romanos levantaron una a una, dando cumplimiento literal a las palabras proféticas de Jesús: "No quedará piedra sobre piedra". Lo único que quedó en pie del templo fue una parte de los cimientos del muro exterior, lo que se conoce hoy como el “Muro de las Lamentaciones” y que da cumplimiento a las lamentaciones de Jesús del capítulo 23.
Las otras dos preguntas no son contestadas por Jesús con una respuesta concreta ni con una fecha exacta, sino con una exhortación a estar preparados. Para ello, el Señor describe los acontecimientos historicos que ocurrirán en el fin de los tiempos, tanto en el mundo como en la Iglesia: está mostrando el comienzo del Apocalipsis, que sucederá tras su Ascensión a los cielos.
Sus palabras proféticas tienen un doble sentido:
-sucesos que ocurrirían en tiempos de los apóstoles. Destrucción del templo de Jerusalén y el comienzo de su reinado mediante la fundación de su Iglesia.
-acontecimientos que se desarrollarían en el futuro. La tribulación de su Iglesia y su prueba final: la apostasía que sacudirá la fe de muchos.
Jesús advierte a sus discípulos (y a nosotros también) para que nadie nos engañe (v.4), porque aparecerán muchos falsos cristos (Mateo 24,5 y 23-26; 2 Pedro 2,1), para seguidamente, describir las señales que sucederán antes del fin, como el principio de los dolores, analogía del alumbramiento de Jesucristo (Apocalipsis 12,2) y tiempo de angustia en el parto (Jeremías 30,7; Isaías 66,7; Miqueas 5,2):
- guerras, hambre, epidemias, terremotos (v.6-7)
- persecuciones, martirios, odios y traiciones (v.8-10)
- falsos profetas, mentira, maldad y enfriamiento del amor (v.11-12)
- el anuncio del Evangelio a todas las naciones (v.14)
Estas señales guardan un exacto paralelismo con los jinetes de Apocalipsis 6. Pero, sobre todo, Cristo nos llama a perseverar hasta el fin y a resistir el mal (v.13). Exactamente lo mismo que Juan desarrolla en el libro del Apocalipsis.
Cristo nos previene de la llegada de la "abominación de la desolación" (v.15), es decir, de la apostasía. La misma que profetizó Daniel y tuvo su cumplimiento en 168 a.C. cuando Antíoco Epífanes sacrificó un cerdo a Zeus en el altar del templo santo (Daniel 9,27; 11,30-31). La misma que profetizó Jesús y tuvo su cumplimiento en el 70 d.C., cuando Tito colocó un ídolo en el lugar del templo incendiado después de destruir Jerusalén. La misma que se cumplirá al final de los tiempos, cuando el Anticristo levante una estatua de sí mismo y ordene que todos la adoren (2 Tesalonicenses 2,4; Apocalipsis 13,14-15).
Nos avisa de una gran tribulación (v.21) como jamás ha sucedido desde el principio del mundo hasta hoy, ni la volverá a haber.
Nos advierte de la mentira y el engaño, a no creer si alguien nos dice que el Mesías ya ha venido ni a buscarle fuera de su Iglesia (v.23-26), porque cuando Cristo venga, todos lo veremos (v.30), y enviará a sus ángeles al son de trompetas (Mateo 24,31; Apocalipsis 8-9).
Nos asegura que su regreso será indudable e incuestionable (Mateo 24,34-35; Marcos 13,26), aunque nadie sabe la hora de su venida, ni siquiera Jesús (v.36). Su venida será repentina y por sorpresa, "como un ladrón" (2 Pedro 3,10), como en los días de Noé, cuando menos se espere (v.37-39).
El propósito de las palabras de Jesús (como las de Juan en Apocalipsis) no es darnos pie a predicciones, conjeturas o cálculos acerca de la fecha de su venida, sino mientras esperamos su venida o parusía, invitarnos a vivir una vida en vela, en alerta constante y preparados (v.42), trabajando para su reino, cumpliendo la voluntad de Dios y siendo intachables e irreprochables (2 Pedro 3, 14) porque la elección que hayamos hecho, determinará nuestro destino eterno (Mateo 24,50-51; Apocalipsis 20,12).
¡Maranatha!
¡Ven, Señor Jesús!
(Apocalipsis 22,20)