¿QUIÉN ES JESÚS?
miércoles, 2 de agosto de 2023
MEDITANDO EN CHANCLAS (3): ¿HABÉIS ENTENDIDO ESTO?
jueves, 28 de enero de 2021
HIJO PRÓDIGO Y BUEN SAMARITANO
El camino de Jericó a Jerusalén era conocido en tiempos de Jesús como el "Camino de sangre" por el grave peligro de ser asaltado y asesinado por los ladrones que lo acechaban. Esto mismo ocurre hoy en el "camino de maldad" que caracteriza nuestro mundo actual, donde el egoísmo y el individualismo nos convierten en hombres indiferentes y codiciosos que buscan su propio interés, que matan al prójimo, y por otro lado, nos convierten en cristianos teóricos, sin caridad ni misericordia ante la desgracia ajena.
Cuántas veces pensamos que el mal ajeno no "va" con nosotros, que "no es asunto nuestro". Cuántas veces damos un rodeo, mirarmos hacia otro lado y pasamos de largo. Cuántas veces nos consideramos cristianos pero ante la prueba de nuestra fe, no pasamos de la teoría a la práctica, de los dichos a los hechos. Cuántas veces somos "indiferentes" al prójimo, en lugar de ser "diferentes" al mundo.
Lo que realmente precisa y determina nuestra fe no es su definición, no es la teoría, ni la literalidad de la Ley, sino su puesta en práctica. "La fe sin obras está muerta" (Santiago 2,17). Y eso es precisamente a lo que Cristo nos invita: a poner por obras todo aquello que nos dice.
miércoles, 13 de febrero de 2019
EL USO MAGISTRAL DE LAS PARÁBOLAS
"Escuchad: Salió el sembrador a sembrar;
Los que están al borde del camino, le escuchan, pero inmediatamente, Satanás los aparta. Los del terreno pedregoso, le acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución, en seguida sucumben. Los que reciben la semilla entre abrojos, escuchan pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros que reciben la semilla en tierra buena, escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha abundante.
martes, 25 de septiembre de 2018
¿QUÉ CLASE DE SEMILLA SOY?
Nuestro mundo está lleno de arcenes, de tierras pedregosas o llenas de espinas que tratan de impedir que la semilla fructifique en nuestra vida. Nos mantienen distraídos y demasiado preocupados por nuestras cosas, por nuestro cuerpo, por nuestra materia pero...¿y nuestra alma? ¿nos preocupamos por ella?
A menudo, vivimos como si nunca fuéramos a morir. Vivimos deprisa, acelerada y ruidosamente como si no hubiera un mañana. Nos levantamos cada mañana, trabajamos, comemos, bebemos y volvemos a dormir...y ¿en qué momento de nuestras vidas está Dios? ¿Cuándo pensamos en Él? ¿Sólo cuando sobreviene algún problema, enfermedad, sufrimiento o muerte?
Tenemos tan ocupadas nuestras vidas con tanto afán, con tanto ruido, con tanta prisa que no pensamos en el por qué o el para qué. Estamos tan ensimismados en nuestras cosas efímeras que no damos tiempo a lo importante, a lo únicamente necesario y perdurable: nuestras almas.
Acudimos a misa, nos sentamos delante de Dios, escuchamos su Palabra pero luego no la ponemos en práctica, porque tenemos en nuestra boca la mentira y nuestro corazón va tras la ganancia injusta. (Ez 33, 31).
Nos preocupamos en exceso por nuestra vida exterior y descuidamos la interior. Nos quedamos con frecuencia en las apariencias, en lo externo pero, rara vez, profundizamos y "echamos" raíces.
Sin embargo, Dios esparce la semilla sabiendo que caerá en nuestros corazones distintos, y aún así, lo sigue haciendo porque su voluntad es que caiga en terreno bueno, arraigue y crezca hacia el cielo... nuestro auténtico destino.
Para arraigar firmemente, primero la semilla debe "convertirse". Sin conversión no hay salvación. Sin regeneración no hay avance. Sin un "nacer de nuevo", no podemos alcanzar el reino de Dios.
Al "renacer", el Espíritu Santo arraiga en nosotros y nos hace crecer, florecer y dar fruto abundante. Nos sentimos débiles y pecadores y por ello, alzamos nuestra mirada al Creador, y así, crecemos en la fe y el amor a Cristo y al prójimo. Nos desapegamos del mundo y anhelamos la santidad. Son los signos de una verdadera conversión.
No podemos permanecer inmóviles, dormidos o anestesiados mientras nuestros afanes mundanos transcurren y nos llevan indefectiblemente hacia la muerte. No podemos seguir pretendiendo estar en la tierra sin fructificar, sin crecer, sin aspirar al cielo.
Nuestro anhelo de Dios, nuestra búsqueda de la santidad nos llevará por caminos, a veces, complicado y difíciles, pero debemos perseverar, debemos seguir creciendo y avanzando hacia el cielo, donde alcanzaremos la perfección.
La búsqueda de nuestra santidad nos hará ver y cumplir nuestra labor aquí en la tierra; nos hará ser humildes y amables, generosos y serviciales; nos hará ser desinteresados y dispuestos; nos hará estar comprometidos con Dios; nos hará mansos y prudentes; nos hará vivir en el amor.
Nuestra fe no es teórica. Nuestro seguimiento a Cristo es práctico. Crece y se desarrolla. Nos compromete y nos exhorta a vivir la fe diariamente, en cada momento. No podemos conformarnos con "un poco de fe", con "un rato de Dios", con "caminar un rato y luego, pararnos y abandonar".
Debemos estar siempre en Gracia. Acudir a los sacramentos. Caminar siempre unidos y en comunión con Cristo. Sólo junto a Él podemos alcanzar el cielo. Nos ha enseñado cuál es el camino: la Cruz. Esta vida no es un camino de rosas. Lo sabemos. Ahí es dónde podemos usar nuestra libertad, para seguirle sin dudar, sin temer...
Con la ayuda de su Gracia y amparados por una comunidad realmente cristiana podemos crecer: una comunidad de servicio y no de asistencia a un lugar, una comunidad valiente y que no se acomode, una comunidad donde permanezcamos siempre juntos y en presencia de Dios, para crecer en el amor, para discernir Su voluntad, para ser dignos de alcanzar sus promesas, para ser merecedores de alcanzar la visión beatífica.
Todo esto sólo podemos hacerlo durante el tiempo que se nos ha dado, durante nuestra vida. Luego, tras la muerte, todo será inútil porque no podremos mirar atrás. Ahora es el momento de renacer, de arraigar, de prepararnos, de crecer para alcanzar nuestro objetivo último.
Despertemos. Dejemos de ser "bellas durmientes". Salgamos de nuestra comodidad, de nuestro "aburguesamiento cristiano" y pongámonos en marcha. Dejemos a un lado la pereza y comencemos a caminar sin miedo, crezcamos alegres y vigorosos. Siempre alerta y vigilantes. Pues, ¿a qué esperamos sino a Nuestro Señor?