“No podemos elegir los tiempos en los que nos toca vivir,
lo único que podemos hacer es
decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado”.
(Gandalf - "El Señor de los Anillos")
Vivimos tiempos recios, tiempos que no podemos elegir, tiempos de profunda crisis: crisis económica, política, cultural; crisis de las ideologías y crisis de las instituciones. Pero el origen de todas estas calamidades radica en una profunda crisis de fe, en una crisis de amor.
Vivimos una apostasía clamorosa. El mundo ha prescindido de Dios y lo ha relegado al trastero para que no estorbe. Hemos puesto al hombre en un lugar que sólo le corresponde a Dios. La sociedad pos-moderna y relativista se ha rebelado contra Dios y ha decidido que el bien y el mal se legislan según el criterio del hombre.
Vivimos una "moral" donde no hay pecados; donde ya no hay mandamientos, porque Dios ya no pinta nada. Esta moral sin Dios, consensuada "democráticamente", ha trasformado al mundo en un infierno.
La moral civil, laica y democrática – sin Dios y contra Dios – resulta terriblemente inhumana. Cada vez que "matamos" a Dios, acabamos siempre pisoteando la dignidad del hombre.
Lo decía Juan Pablo II: "El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre".
Un mundo sin Dios es el Infierno
Si Europa y España rechazan sus raíces cristianas, estamos perdidos.
La cruz, la misión y los grandes santos forjaron lo que es España y Europa.
Los españoles cumplimos con la misión que la Providencia quiso encomendarnos de llevar la fe a América.
España, sin la fe en Jesucristo, no es España. Sin la Cruz, España desaparecerá, porque es la fe la que constituye su verdadera esencia.
De ahí la urgencia de re-evangelizar un país y un continente que han perdido el norte.
La cruz, la misión y los grandes santos forjaron lo que es España y Europa.
Los españoles cumplimos con la misión que la Providencia quiso encomendarnos de llevar la fe a América.
España, sin la fe en Jesucristo, no es España. Sin la Cruz, España desaparecerá, porque es la fe la que constituye su verdadera esencia.
De ahí la urgencia de re-evangelizar un país y un continente que han perdido el norte.
Sólo una profunda conversión de cada uno de nosotros, sólo una vida unida a Cristo, puede transformar este mundo de muerte en esa civilización del amor que todos ansiamos.
Un mundo sin Dios es el infierno. Eso es ahora nuestro mundo: un infierno.
Un mundo sin Dios es el infierno. Eso es ahora nuestro mundo: un infierno.