Muchos, desde fuera, miran a la Iglesia y afirman que todos los cristianos son hipócritas, que los católicos se tienen personas santas, buenas y de conducta intachable pero que realmente no son así. Y en parte, tienen razón.
La Iglesia es como un cultivo de trigo en el que se siembran buenas semillas para cosechar pan, pero en el que también aparecen y brotan malas hierbas. Es inevitable que crezca cizaña entre el trigo pero no podemos definir todo el campo por lo que no se ha plantado y que, sin embargo, crece.
No podemos generalizar y afirmar que todos los cristianos son hipócritas y falsos para excusarnos y alejarnos de Dios. La Iglesia está llena de pecadores, de personas imperfectas que caen y que cometen errores, pero como decía C.S. Lewis: “un cristiano no es un hombre que nunca hace mal, sino un hombre que está capacitado para arrepentirse” .
Por desgracia, a lo largo de la historia de la Iglesia siempre ha habido (y sigue habiendo) fariseos, hipócritas o "cumplidores" infiltrados que han tergiversado la fe de Cristo, la han adecuado a sus intereses para utilizar a Dios y a los demás.
Se trata de personas disfrazadas de cristianos que han creado una fe "haute couture", una espiritualidad a su medida, llena de normas mal entendidas y de leyes mal interpretadas, que cumplen creyendo que hacen la voluntad de Dios cuando, en realidad, lo que hacen es convertir ese "cumplimiento" en su propio dios: "No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 7,21).
Se trata de cumplidores de cultos infecundos y ritos de apariencias que instrumentalizan a Dios y que, utilizando un lenguaje bífido, le alaban con los labios pero le niegan con el corazón: "por fuera tienen buena apariencia (...) parecen justos, pero por dentro están repletos de hipocresía y crueldad" (Mateo 23, 27-28).
Se trata de cumplidores de costumbres y tradiciones vacías que establecen una enorme brecha entre lo que dicen y lo que hacen. Observadores de rutinas y formalismos estériles que "confiesan conocer a Dios, pero lo niegan con sus obras. Son detestables, rebeldes e incapaces de cualquier obra buena" (Tito 1,16).
Se trata de cumplidores de hábitos religiosos fingidos que juzgan a otros pero se exculpan así mismos, impostores de Cristo que señalan los defectos de otros pero no se interpelan así mismos: "se contentan con oír la Palabra de Dios pero no la ponen en práctica, engañándose a ellos mismos" (Santiago 1,22).