¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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viernes, 28 de mayo de 2021

DISFRAZADOS DE CRISTIANOS

“Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
El culto que me dan está vacío,
porque la doctrina que enseñan
son preceptos humanos”
(Mateo 15,8-9)

Muchos, desde fuera, miran a la Iglesia y afirman que todos los cristianos son hipócritas, que los católicos se tienen personas santas, buenas y de conducta intachable pero que realmente no son así. Y en parte, tienen razón.

La Iglesia es como un cultivo de trigo en el que se siembran buenas semillas para cosechar pan, pero en el que también aparecen y brotan malas hierbas. Es inevitable que crezca cizaña entre el trigo pero no podemos definir todo el campo por lo que no se ha plantado y que, sin embargo, crece.

No podemos generalizar y afirmar que todos los cristianos son hipócritas y falsos para excusarnos y alejarnos de Dios. La Iglesia está llena de pecadores, de personas imperfectas que caen y que cometen errores, pero como decía C.S. Lewis: “un cristiano no es un hombre que nunca hace mal, sino un hombre que está capacitado para arrepentirse” .

Por desgracia, a lo largo de la historia de la Iglesia siempre ha habido (y sigue habiendo) fariseos, hipócritas o "cumplidores" infiltrados que han tergiversado la fe de Cristo, la han adecuado a sus intereses para utilizar a Dios y a los demás. 

Se trata de personas disfrazadas de cristianos que han creado una fe "haute couture", una espiritualidad a su medida, llena de normas mal entendidas y de leyes mal interpretadas, que cumplen creyendo que hacen la voluntad de Dios cuando, en realidad, lo que hacen es convertir ese "cumplimiento" en su propio dios: "No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 7,21).

Se trata de cumplidores de cultos infecundos y ritos de apariencias que instrumentalizan a Dios y que, utilizando un lenguaje bífido, le alaban con los labios pero le niegan con el corazón: "por fuera tienen buena apariencia (...) parecen justos, pero por dentro están repletos de hipocresía y crueldad" (Mateo 23, 27-28).

Se trata de cumplidores de costumbres y tradiciones vacías que establecen una enorme brecha entre lo que dicen y lo que hacen. Observadores de rutinas y formalismos estériles que "confiesan conocer a Dios, pero lo niegan con sus obras. Son detestables, rebeldes e incapaces de cualquier obra buena" (Tito 1,16).

Se trata de cumplidores de hábitos religiosos fingidos que juzgan a otros pero se exculpan así mismos, impostores de Cristo que señalan los defectos de otros pero no se interpelan así mismos: "se contentan con oír la Palabra de Dios pero no la ponen en práctica, engañándose a ellos mismos" (Santiago 1,22).

Se trata de cumplidores pomposos de normas y preceptos que imponen y gravan a los demás: "ponen cargas pesadas sobre los hombros de otros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar" (Mateo 23, 4-5). 

Se trata de cumplidores de "un Evangelio reducido a un acto social, sociológico, cultural y no a una relación personal con Jesús, que ni se dejan amar por Dios ni aman, que proclaman con orgullo que son cristianos pero que viven como paganos(Papa Francisco).
Se trata de cumplidores de costumbres y legalismos que están más interesados en impresionar que en servir, en obligar que cautivar, en aparentar que ser auténticos, en imponer reglas que acatarlas, en ser autoridad que vivir bajo ella.

San Pablo, en el capítulo 11 de la 2ª carta a los Corintios, acusa a estos falsos apóstoles disfrazados de súper cristianos para aprovecharse de los demás, y los asemeja a la astucia con la que el Diablo se disfrazó de serpiente para engañar y utilizar a Eva.

Los cumplidores hipócritas se disfrazan de cristianos, están entre los cristianos, ponen cara de cristianos y sobreactúan... pero no son verdaderos cristianos. La fe no es un carnaval ni una fiesta de disfraces. 

No se trata de aparentar ser cristiano, ni de "hacer" cosas de cristianos, ni de ser "practicantes" de ritos cristianos. Tampoco se trata de ser parecidos a Cristo...se trata de ser iguales a Cristo, quien nos dio la clave para saber reconocer a un cristiano: "Por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7,16). 





JHR

miércoles, 25 de septiembre de 2019

A VECES ME PREGUNTO...

"Dichosos los que escuchan la palabra de Dios 
y la ponen en práctica."
(Lucas 11, 28)

A veces, me pregunto si la Iglesia no estará en una situación bajo mínimos, "en huelga" y de brazos caídos, cumpliendo con desgana y desinterés unos servicios mínimos que no conducen a nada...

A veces, me pregunto si la Iglesia no estará en "parada cardíaca" y que se ha olvidado de bombear sangre desde el corazón al resto del cuerpo. ¿Será porque los miembros han dejado de "moverse"? 

A veces, me pregunto si la Iglesia no se habrá instalado en una cultura de "cubrir el expediente", de “cumplir con lo mínimo” y pensar que eso... salva. 

A veces, me pregunto por qué distinguimos a los católicos en "practicantes" y "no practicantes", como si pudiera haber cristianos que no practicaran....

A veces, me pregunto por qué la "fe" de muchos se ha reducido a un mero "sentimiento" donde se cumplan los deseos propios, o a una tradición que cumple con lo justo sin  esfuerzos, sin "alardes", sin salir de la comodidad.  

A veces, me pregunto si el seguimiento a Cristo de muchos se habrá convertido en la realización de simples actos sociales y "folclóricos", donde nada es sentido ni vivido. 

A veces me pregunto si el catolicismo de muchos se habrá transfigurado en una pseudo creencia a distancia, donde el compromiso es exiguo, la verdad  "interesada" y la justicia, "fariseica".  
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A veces, me pregunto si el apostolado de muchos se habrá quedado reducido a un diálogo intimista, estático o de "tópicos", donde triunfa el "todo vale".

A veces, me pregu
nto si el servicio a Dios y al prójimo de muchos se habrá limitado a mantener una actitud ramplona, tibia, inerte...o, sencillamente inexistente. O si tan sólo se ha quedado en una bonita anécdota...

A veces, me pregunto si la esperanza de muchos se habrá quedado en una negación por alcanzar la santidad, en una excusa "oportuna" de falta de tiempo para rezar, para acudir a los sacramentos, para estar con Dios....

A veces, me pregunto si estos servicios mínimos espirituales no serán más que tibieza y mediocridad, con las que mantenerse "a una distancia prudencial" de Dios, con las que mantener una Iglesia a la medida, con las que "practicar" una fe que no exija demasiado, que sea fácil y llevadera, y en todo caso, "cumpliendo" en "última instancia" o como "último recurso".

A veces, me pregunto si en lugar de ser la Iglesia de Jesús es una multitud que no se compromete, que no deja todo cuando el Señor dice "Ven", que no camina en presencia del Espíritu Santo.

A veces, me pregunto si nos hemos convertido en una muchedumbre que no ansía la llegada del Reino de Dios, que no acepta que se cumpla la voluntad que no sea la propia, que no confía más que en sus esfuerzos, que no perdona y que "no se lo cree".

A vec
es, me pregunto si no será que hemos olvidado que Cristo nos llama a vivir con una mentalidad de "máximos", con un espíritu de "perfección" y de "santidad", con un sentido de "plenitud" y de "abundancia". 

A veces, me pregunto... Señor, ¿Cómo es que nos sigues queriendo?

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lunes, 11 de diciembre de 2017

LA TIBIEZA, UNA PELIGROSA ENFERMEDAD

"La tibieza es una cierta tristeza, 
por la que el hombre se vuelve tardo 
para realizar actos espirituales 
a causa del esfuerzo que comportan" 
(Santo Tomás de Aquino)

La tibieza es la enfermedad contagiosa y asintomática más peligrosa de la vida espiritual de un cristiano, sea obispo, sacerdote, religioso o laico. Por desgracia, la Iglesia está infectada de tibieza y por ello, enferma.

Es un mal que se da en personas que buscaron a Dios con sinceridad, pero que por haber caído en la rutina, por falta de fortaleza, perseverancia…, poco a poco perdieron “el amor del principio” (Apocalipsis 2,4). 

Almas que en un principio se entregaron sin reservas, luego perdieron la luz del Amor, abandonaron la búsqueda de la santidad y fueron cayendo progresivamente, primero en la tibieza y luego en el pecado.

La tibieza no es un sentimiento ni un estado afectivo ni un melancólico decaimiento, sino una actitud voluntaria, una decisión consciente, un rechazo deliberado de abandonarse a Dios y seguir hasta el final su voluntad.  No en vano, Dios es duro y firme con ella: "Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueses frío o caliente. Pero porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca." (Apocalipsis 3,15-16).

La tibieza aparece por una dejadez prolongada de la vida interior y consiste en un relajamiento o pereza espiritual que quiebra la voluntad y elude el esfuerzo.

La tibieza se aloja en el corazón del que ha caído en la insensibilidad espiritual, la indiferencia ante el bien y quien tiene desdibujado a Cristo en su vida

Un cristiano tibio "está de vuelta", es un "alma cansada", un "corazón hastiado" en el empeño por mejorar y buscar la santidad, se siente incapaz de reaccionar contra el pecado y sucumbe a él.

La tibieza nace por la falta de constancia en el amor y es el resultado de caer en la rutina espiritual, en el desánimo, en la pérdida de las fuerzas para mantenerse activo

Es un proceso que comienza casi sin darse cuenta, en el que la conciencia se va apagando poco a poco, hasta llegar a un punto en el que ya no alerta, en el que todo lo justifica, en el que ya sólo se ve la propia conveniencia. 
El tibio adopta una pereza consentida, un rencor mantenido, una irregularidad que arraiga en él de forma permanenteSu vida espiritual y su fe son cómodas y "a la medida". Perdido el ardor espiritual inicial, se conforma con el “yo no mato ni robo”, pero olvida que vivir la fe no consiste en no hacer nada malo, sino en “buscar la santidad”.

No debemos confundir tibieza con sequedad espiritual:
  • La tibieza es fruto de la desgana o el desaliento para seguir por el camino que Dios nos ha trazado. Produce una aridez culpable del espíritu ante las cosas de Dios, que podría haber sido evitada. La tibieza es estéril y dañina pues se deja llevar por el sentimiento.
  • La sequedad espiritual es permitida por Dios para fortalecer nuestro espíritu, para ayudarnos a madurar, purificar nuestra alma y llevarnos a una mayor unión con Él. La verdadera piedad es fructífera y buena pues se deja llevar por la inteligencia, iluminada y ayudada por la fe. Con ella se obtiene la voluntad decidida de servir a Dios, con independencia de nuestros estados de ánimo y circunstancias.

¿Cómo saber si hemos caído en la tibieza?

1.- Desaliento

Cuando no se hacen las cosas como se debe, la voluntad se debilita, el amor pierde su fuego, la llama de la fe se apaga y se cae en la indiferencia, que lleva irremediablemente al desaliento, el primer paso hacia la tibieza.

La persona que cae en el desaliento piensa que eso de luchar por la santidad no es para él; quizá para almas elegidas, pero Dios no le llama a él para tanto. “No hay que ser exagerados”, piensa el tibio. Se auto-convence de que no ha nacido para ser santo.


El tibio sufre un error de perspectiva, pues es incapaz de ver el amor de Dios tal cual es; lo único que ve, es lo difícil que es cumplir con ese amor. Al comprobar la alta exigencia de la vida cristiana, se acomoda y "tira la toalla"

Esto ocurre porque se mira la cruz desde abajo, desde la dificultad y con una visión humana. Sin embargo, vista desde arriba, desde el punto de vista del amor divino, la cruz se ve como el gozo perfecto, y morir a uno mismo no sólo ya no parece tan difícil, sino que se convierte en un anhelo.

2.- Relajamiento espiritual

El espíritu del tibio se relaja y todo le da igual. Todas las cosas que antes le ilusionaban, ahora ya no tienen interés. 

Su mirada esta puesta en los atractivos modelos mundanos, en las ideas novedosas que invitan a tomar actitudes y comportamientos de menor exigencia y que, además, suelen estar alejados del ideal cristiano.

3.- Conformismo

El paso siguiente es el conformismo, que se produce cuando se aceptan valores, actitudes y comportamientos del mundo.

La vida sacramental y la oración se vuelven aburridas y pesadas; se considera una pérdida de tiempo pues no se saca nada de ellas. Es por ello que se posponen, dando prioridad a otras actividades aparentemente más “útiles”. Las prácticas de piedad quedan vacías de contenido, sin alma y sin amor. Se hacen por rutina o costumbre.

4.- Superficialidad

Se siente una desafección por hacer cosas que antes llenaban el corazón de satisfacción: la oración, los sacramentos, el apostolado, las buenas obras, el cumplimiento de los deberes del católico. 

De repente, le empiezan a llamar mucho más la atención las amistades superficiales, la diversión, el ocio…. En una palabra, se cambia el esquema de valores cristianos y se sustituye por otro menos valioso, más cómodo y más atractivo.

5.- Egoísmo

Se pierde la generosidad y se afronta la vida con una visión utilitaria y práctica. Aparece el egoísmo: sólo vale lo que aporta beneficio, comodidad, placer o satisfacción personales.

Es frecuente ver en la persona tibia una hiperactividad, motivada más por la necesidad de sobresalir, por buscar el aplauso o la medalla, que no por un deseo de hacer el bien.

6.- Huida del esfuerzo

La persona que cae en la tibieza huye de todo aquello que pueda suponer esfuerzo o sacrificio. 

Busca éxitos rápidos que además no exijan mucho trabajo. El mero hecho de pensar que tiene que sacrificarse, le espanta.

7.- Aceptación deliberada del pecado venial

El alma tibia acepta el pecado venial con toda tranquilidad, sin preocupación; conoce su maldad, pero como no llega a ser pecado mortal, vive con una paz aparente, considerándose buen cristiano, sin darse cuenta de la peligrosidad de tal conducta, ya que es el detonante del pecado mortal.

De la tibieza del espíritu nacen muchos pecados veniales, de los que apenas se da uno cuenta, pues poco a poco se van extinguiendo la luz del juicio y la delicadeza de la conciencia. 

El examen de conciencia desaparece, o se hace con ligereza y sin prestar atención. De ese modo se va amortiguando el miedo al pecado mortal.

Remedios contra la tibieza

No es fácil salir de un estado de tibieza, pues el espíritu ha quedado tan debilitado y deforme que es preciso echar mano de la gracia de Dios para que espolee la conciencia y el corazón, para que arranque de nuevo con brío el “motor” de la vida espiritual. 

Hay que volver a andar por el camino de la conversión, de la superación, de la perfección; y al mismo tiempo, desandar todo aquello que las fue entibiando.

1.- Volver a Dios

La tibieza no tiene otra solución que Dios mismo. Es decir, sólo la gracia de Dios le hará salir de ella
Si la persona que ha caído en la tibieza tiene buena disposición para salir de la misma, Dios iluminará su mente para que sea capaz de darse cuenta del estado de su alma y al mismo tiempo, le dará las fuerzas necesarias para que lo pueda hacer. 

La esencia de la tibieza y su gravedad consiste en que el alma se encuentra cómoda consigo misma, no quiere cambiar; es por ello que salir de la tibieza se requerirá una “nueva conversión” a Dios y un “abandono” de todo ese estilo de vida que le fue enfriando progresivamente.

2.- Volver a amar como se amó

Para salir del “letargo” espiritual es preciso proponerse pequeñas metas para lograr que ese amor arda de nuevo. Volver al origen, al encuentro personal con Cristo resucitado que nos espera a la puerta de nuestro corazón.

La Sagrada Escritura nos recuerda: “Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera.” (Apocalipsis 2,5).

3.- Volver a la oración, a los sacramentos y a los valores cristianos


Es recomendable volver a una vida de oración y de sacramentos más asiduas y continuas, para lograr reencontrarse con Dios, y dejar caer esa venda que impide verle con claridad.

Las personas tibias necesitan llevar una vida más ordenada, priorizada según la escala de esos valores cristianos, alterados o cambiados por la tibieza. Volver a educar ese alma, haciéndole ver que en la vida hay muchas cosas, pero unas tienen más importancia que otras. 

4.- Hacer una buena confesión

Una buena confesión ha de estar precedida de un diligente, serio y profundo examen de conciencia. Acercándose a Dios y pidiéndole luz para entrar dentro de la propia conciencia y descubrir los males que la corroen.

Hecho esto, es menester acercarse al confesonario con humildad y arrepentimiento para abrir el corazón al sacerdote. Exponer con detalle lo que pasa y al mismo tiempo, pedirle a Dios que ilumine al confesor para curar este mal. 

Por otro lado, una confesión frecuente bien hecha es el mejor remedio para salir de la tibieza y no volver a caer en ella.

5.- Buscar dirección espiritual

Dado que la enfermedad es muy grave, pues podría ser mortal, es conveniente acudir a un director espiritual que le acompañe en el camino de reinserción con Dios. Y por supuesto, ser humilde y dócil a sus consejos. 
La tibieza es una enfermedad que se contrae poco a poco y serán muchos los “puntos” que habrá que cambiar antes de que el alma se sienta otra vez sana y vigorosa.

Lo importante para salir de la tibieza no es llenarse de prácticas espirituales; es mejor limitarse generosamente a aquellas que se puedan cumplir cada jornada, con ganas o sin ganas. Esas obras, hechas de nuevo sin rutina y con amor, le llevarán a recuperar el ardor del amor.

Y no olvidar nunca que durante todo el camino de vuelta, siempre está la Virgen Santísima y a Todos los Santos, acompañando y cuidando. Algunos de éstos últimos también pasaron por el “trance” de la tibieza, pero con valentía, amor y gracia salieron adelante.

En otro articulo anterior, hablamos de la necesidad urgente que tiene la Iglesia de "santos” y de cómo tanto Benedicto XVI como Francisco piden nuevos santos que salven a la Iglesia de la profunda crisis por la que ahora atraviesa.

¡Abandonemos la tibieza! ¡Busquemos la santidad!

Aunque no lo creamos, Dios nos lo pone fácil para ser santos. Porque además es lo que Él quiere que seamos. Y para Dios, nada es imposible.

lunes, 15 de febrero de 2016

LA FE DE CONSUMO O GULA ESPIRITUAL


Hoy reflexionamos sobre una gran tentación con la que el Diablo nos trata de embaucar a muchos cristianos católicos: la fe de consumo o la gula espiritual.

La gula espiritual podría definirse como la intención de "servirse de Dios sin servir a Dios"

Vivimos, consciente o inconscientemente, en una sociedad de consumo que fomenta el hedonismo, el placer y la satisfacción inmediata de los deseos materiales individuales. 

Y, de forma análoga, la fe de consumo busca la satisfacción inmediata de los deseos espirituales individuales.

El “consumismo espiritual” anhela obtener seguridad, placer, satisfacer nuestras propias necesidades y reforzar nuestra identidad respecto a los demás, mediante el consumo compulsivo de sacramentos, formaciones teológicas, catequesis, ejercicios espirituales, etc.

La gula espiritual, cuando no se satisface, nos conduce a la pereza espiritual, nos lleva a la impaciencia y a una cierta desgana hacia el trabajo que supone nuestra propia santificación: huimos del compromiso, de la comunidad, de la oración... y nuestra fe se convierte en un ejercicio de “cumplimiento”, sin más.

Anteponemos el tener al ser”, el “recibir al dar”, damos primacía a nuestro propio individualismo egocentrista, alejándonos (consciente o inconscientemente) de nuestra identidad natural evangelizadora y estigmatizando al que en lugar de consumir, en lugar de recibir, quiere dar, quiere entregarse a otros.

Esta desgana se denomina “acidia”, es decir,  pretendemos crecer en la vida espiritual sin esfuerzo, creemos que la santidad es un don de Dios que no requiere de esfuerzo y cooperación.   Dios, que respeta nuestra libertad, no puede trabajar en nuestros corazones si no ponemos de nuestra parte.  Y así, corremos el riesgo de convertirnos en niños consentidos, en bebés espirituales que nunca crecen.

Otras veces, deriva en envidia espiritual: cuando no nos alegramos con el crecimiento de los demás, cuando queremos ser más santos que los demás, mejores cristianos que los demás. 
 

Sin embargo, cuando la fe de consumo se satisface (aunque sea parcialmente),  también se manifiesta en codicia espiritual de las cosas de Dios (libros espirituales, estatuas, imágenes, medallas, escapularios, lugares de apariciones o de peregrinación).

Todas estas cosas son instrumentos que pueden ayudarnos a acercarnos a Dios, pero el peligro viene cuando nos apegamos a ellas y no las usamos como herramientas para el fin por el que han sido creadas.

Algunos se sienten tentados por la lujuria espiritual, es decir, el apego a las personas de Dios: los sacerdotes, nuestros amigos en la iglesia, nuestros maestros o guías espirituales. Debemos dar gracias a Dios por ellos.  

No obstante, en ocasiones, nuestras reuniones de oración se transforman en clubes sociales o “grupos estufa”, donde estamos “tan a gustito”. Otras veces, nuestras labores evangelizadoras derivan en alegres fiestas, sin más o nuestros métodos se convierten en guetos infranqueables. A veces, tenemos prisa u ocupaciones dependiendo de lo que se requiere de nosotros y sin embargo, sí tenemos tiempo y ganas para actividades lúdicas.

Luego está la promiscuidad espiritual, esto es, el deseo de seguir consejos espirituales, pero no ponerlos en práctica; el deseo de pertenecer a muchos grupos; el deseo de participar en muchas actividades.   Pero cuando tratamos de hacer todo, muchas veces no hacemos nada o hacemos poco.  En realidad, no somos fieles a nada, ni siquiera a Dios.

Y entonces llegamos a la ira espiritual: cuando nos quejamos de lo que hacen nuestros hermanos, o de lo que no hacen y nos erigimos en “fiscales de la fe”, juzgando a todos, incluso a los sacerdotes u obispos

Y finalmente, el peor y causa de todas ellas: la soberbia espiritual, pecado que nos aleja del amor de Cristo, y nos hace creernos auto-suficientes, erigirnos en “perfectos cristianos", en maestros de la Ley o sentirnos superiores a los demás, olvidándonos que en la humildad y en la sencillez es donde Dios se manifiesta.

Estamos apegados a nuestra propia voluntad, a nuestras propias ideas, a nuestros deseos y acciones.   Queremos hablar mucho sobre Dios, sobre su voluntad, pero no estamos dispuestos a escuchar.  Pensamos que estamos en lo cierto, que vamos por el camino correcto, pero en realidad, lo que buscamos es que se cumpla nuestra voluntad. No estamos dispuestos a aprender porque pensamos que ya sabemos todo y que nadie puede enseñarnos nada.

Por ello, para luchar contra todas estas tentaciones que provienen del Diablo, tres poderosas armas que nos ofrece Dios: mucha fe, mucho amor y mucha oración.


Que Dios os bendiga a todos.