¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 2 de junio de 2018

EL DESÁNIMO CONDUCE A LA HEREJÍA DE LA ACCIÓN


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"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". 
Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te amo". 
Jesús le dijo: "¡Apacienta mis ovejas!".

Hoy me detengo en el pasaje del Evangelio de Juan 21, cuando Jesús se aparece a los discípulos en Tiberiades.

La composicion de lugar es la siguiente: Pedro decide salir a pescar, y Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos de los que no se dice su nombre, deciden acompañarle.

El hecho de que decidan salir a pescar podría parecernos normal, pues todos ellos “habían sido” pescadores. Sin embargo, ahora ya no lo eran. Jesús los había llamado a una nueva misión: pescadores de hombres. 

Ir a pescar significa un retroceso en sus vidas de fe, un paso atrás en la misión que Cristo les había encomendado. Pareciera como si se hubiesen arrepentido de la vocación a la que habían sido llamados por el Señor.

Sus corazones y su ánimo están exactamente igual que los dos de Emaús: parecen haber perdido la fe, se encuentran en un terrible vacío espiritual, están desanimados, desalentados...han perdido de vista al Señor. Y por ello, se refugian en lo que habían hecho siempre: la pesca. 

Es una tentación humana, que también nos afecta a nosotros hoy: el "activismo", un exceso de actividad exterior y una carencia de vida interior.

Y es una realidad que sin vida interior no puede haber apostolado. Sin oración no puede haber evangelización. Tenemos el ejemplo claro de Jesús: siempre que iba a emprender alguna actividad importante, oraba al Padre, se comunicaba con Él, se llenaba de su Espíritu para seguir su voluntad. Es Dios quien toma la iniciativa y no nosotros. Todo apóstol debe llenarse de Dios para luego, darlo a los demás. El alma inflamada del amor de Dios es la única capaz de inflamar a otras almas de él.

Un alma vacía de Cristo, que ha perdido de vista a Dios, no consigue llenarse a base de acción. Esto es lo que les ocurre a los apóstoles: no pescan nada en el agua porque nada habían podido pescar fuera de ella. Aquellos hombres, que habían vivido con Jesús, que lo habían conocido, que incluso habían hablado con Él después de su resurrección, que tenían todas las razones del mundo para creer, deciden volverse atrás. Como si nada hubiera ocurrido. Como si no hubieran sido testigos privilegiados de la resurrección del Señor.

Imagen relacionadaEn su decisión de salir a pescar subyace algo de traición, de desánimo y también de fragilidad. De igual manera, también nosotros nos resistimos a Dios con frecuencia, aún incluso a pesar de que Él nos haya dado abundantes y amorosas pruebas de su compañía, incluso aún habiendo sido testigos presenciales de Su amor infinito. Y lo hacemos, sobre todo, porque le perdemos de vista y nos hundimos en el desánimo.

El desánimo, la aridez o la sequedad espiritual no son malas en sí mismas. De hecho, Dios sabe lo frágiles que somos y siempre sale a nuestro encuentro, a buscarnos allí adonde el desánimo nos lleva. 

Después de que los apóstoles se pasan la noche tratando de pescar en vano (y eso que eran profesionales de la pesca), aparece una figura en la orilla: es Jesús. “Pero los discípulos no le reconocieron”. Su falta de fe les impide reconocerlo, igual que los dos de Emaús.

Imagen relacionadaEn los momentos tristes de nuestra vida, en nuestros ratos de "noche oscura" o de "desierto", nuestros ojos se cierran por completo a la trascendencia y nos entristecemos, nos desanimamos. Es entonces cuando el “Desconocido” se hace el encontradizo con los dos de Emaús y con los apóstoles en la orilla, y también con nosotros. Nos pregunta, nos interpela. 

Nos aconseja echar la red al lado derecho de la barca, y se llena de peces. Nos invita a su mesa, a partir el pan. Sólo entonces lo reconocemos. 

Resulta importante este detalle del “lado derecho”. Dios nos dice: "cambia de lado", "ponte derecho", "cambia tu actitud". Y es que bastan pequeños cambios de actitud, sutiles gestos o posiciones para provocar grandes transformaciones en nuestra vida.

Después de haber reconocido a Jesús, Pedro se lanza al agua para acudir a su encuentro, mientras los otros discípulos se afanan en llevar la barca hasta la orilla. Y sobreviene entonces uno de los momentos más bellos de este pasaje: cuando llegan a la orilla, Jesús les repite los gestos de la Última Cena, les invita a la Eucaristía. Es como si les dijera: “Vamos a comenzar de nuevo. Vamos a volver al principio”.

Reina el silencio. Ninguno de los discípulos se atreve a preguntarle quién es porque lo saben de sobra. Pero, no están callados por eso sino, sobre todo, porque se sienten avergonzados. Habían sido sorprendidos " in fraganti" en un acto de cobardía. 

Sin embargo, Jesús no les recrimina, ni les juzga. Son ellos quienes se recriminan a sí mismos, quienes examinan su conciencia. Su silencio está lleno de amor y de arrepentimiento. Es el examen de conciencia, previo a la Confesión y a la Eucaristía.

Imagen relacionadaLuego vienen las tres preguntas de Jesús a Simón Pedro, preguntas que parecen ser un eco de sus tres negaciones. Son una consecuencia de la traición que Pedro y los demás discípulos acaban de cometer. 

Es como si el Señor dijera: “Hace tan solo un rato querías volver a ser pescador, regresar a tu pasado. Y ahora, ¿qué pasa? ¿Quieres de verdad recorrer el camino que yo he escogido para ti? La pregunta se la hace tres veces, porque la traición de volver a ser pescador de peces y dejar de ser pescador de hombres, revestía una particular gravedad.

Cada vez que Pedro responde afirmativamente, Jesús le recuerda la misión: “Apacienta mis corderos”. Algo así como si dijera: “Cumple entonces con tu misión; haz lo que tienes que hacer”.

Jesús le formula la pregunta tres veces. En las dos primeras, la palabra griega utilizada es "ágape", amor incondicional y abnegado. Pedro, sin embargo, contesta con la palabra griega cuya traducción podría ser "te tengo cariño. Te aprecio".

En la tercera pregunta, el Señor se "abaja" a la condición débil y frágil de Pedro pecador y utiliza su palabra: "¿me tienes cariño? ¿me aprecias?"Entonces, Pedro utiliza "ágape": "sí Señor, te amo"¡¡¡Qué grande es Dios que se pone a nuestro nivel para elevarnos hacia el suyo!!!

En el fondo, lo que Jesús está diciendo a Pedro es lo siguiente: “Vuelve a tu camino, retoma tu misión, déjate de pescar peces y acepta tu destino de ser pescador de hombres".

Dios se aparece para hacernos entender que siempre es posible retomar el rumbo, reconducir la dirección, empezar a caminar de nuevo, recomenzar en cualquier instante a pesar de todas las interrupciones que hayan ido produciéndose. Jesús estará siempre en el margen de nuestra vida, esperándonos, con una reparadora cena preparada para nosotros.

Y es que no podemos hacer nada para que Dios nos quiera menos.

viernes, 16 de septiembre de 2016

LA ACEDIA, EL OCTAVO PECADO CAPITAL

"Nada te turbe, nada te espante,
quien a Dios tiene, nada le falta.
Nada te turbe, nada te espante,
sólo Dios basta"
 
La Acedia es la pereza espiritual, es una tristeza por el bien, por el bien de Dios. Es una incapacidad de alegrarse con Dios y en Dios, que nos rodea por todas partes, que brota y abunda sin que la nombremos.

La palabra acedia procede del latín “acidia” y tiene relación con la acritud, la acidez. Pero viene a su vez de la palabra griega άκηδία (akedía) utilizada como la falta de piedad, una ceguera, una falta de consideración, una falta de amor hacia a quien se debería honrar y amar.

De la acedia apenas se habla, raramente se nombra, no aparece en la lista de los pecados capitales, aunque encaja perfectamente dentro del pecado capital de la envidia. Es una envidia, una envidia contra Dios y contra todas las cosas de Dios, contra la obra misma de Dios, contra la creación, contra lo sagrado... Es por lo tanto un fenómeno demoníaco opuesto al Espíritu Santo.

Hoy, la acedia acecha continuamente el alma del individuo, de la sociedad y de la cultura. Es la ceguera ante el bien, la indiferencia ante lo divino, la ingratitud y frialdad ante un Dios de amor.

Se presenta, al principio, como una tentación, que se puede convertir en pecado, pues si se convierte en un hábito, hay una facilidad para actual mal, para pecar por acedia, por entristecerse por las cosas divinas.

¿Qué dice la Iglesia acerca de la acedia? 

El catecismo de la Iglesia Católica nos presenta a la acedia entre los pecados contra la caridad, contra el amor a Dios:

  • Indiferencia. Mostrada por aquellos que no les importa Dios, los agnósticos que dicen que no saben si Dios existe o no y no les interesa profundizar el tema, se presentan como indiferentes ante el hecho religioso, ante Dios, ante la Iglesia, ante los santos, ante todas las cosas santas, ante los sacramentos, no les dicen nada los sacramentos, son indiferentes. Quien conoce el bien de Dios no puede ser indiferente.
  • Ingratitud. Falta de agradecimiento ante Dios a quien le debemos tantas bendiciones: la creación, la Tierra, la familia, el amor, por todas las cosas que hacen hermosa la vida. Ante el autor del bien, ¿cómo uno puede ser ingrato con Él, que tanto nos ha dado? Es un pecado contra el amor. Quien conoce a Dios no puede ser ingrato porque le reconoce.
  • Tibieza. Incluso amando a Dios, se tiene una fe tibia, fría, sin ganas. Como dice el libro del Apocalipsis “porque no eres frío ni caliente estoy por vomitarte de mi boca”. ¿Quien, ante el abrazo amoroso de Dios, puede permanecer impávido, frío, distante?
  • Acedia. La tristeza por las cosas divinas, por ir a misa, por disfrutar de las cosas de Dios. Aturdidos y a merced de las falsas alegrías del mundo, con tristeza en el alma, con carencia del bien supremo. El alma sin Dios se entristece porque los gozos y alegrías mundanas que no acaban de saciar la sed de Dios y por lo tanto se sumerge en la depresión. La gente se agita buscando la felicidad en los bienes terrenales, el mundo promete que el bienestar produce la felicidad, porque el bienestar es siempre transitorio. Necesitamos un bien que nos haga felices incluso cuando estamos mal, incluso en medio del malestar. Y ese bien sólo viene de Dios.
  • Odio a Dios, ¿cómo es posible llegar a odiar a Dios? Todos estos pecados contra el amor a Dios bloquea en los corazones el acceso de la felicidad, a la dicha, a la bienaventuranza que comienza aquí en la tierra: el amor de Dios. El odio a Dios es una consecuencia última de la acedia porque cuando uno no conoce el bien de Dios, es indiferente, desagradecido o tibio en el amor culmina viendo a Dios como malo, la auténtica visión satánica de que Dios es malo.
Consecuencias

Las consecuencias de la acedia, al atacar la relación con Dios, conlleva consecuencias desastrosas para la vida moral y espiritual, disipando todas las virtudes: la caridad, la esperanza, los bienes eternos, la fortaleza que viene del Señor, se opone a la sabiduría, al sabor del amor divino, y sobre todo se opone a la virtud de la religión que se alegra en el culto, se opone a la devoción, al fervor, al amor de Dios y a su gozo. 

Sus consecuencias se ilustran claramente por sus defectos: el vagabundeo ilícito del espíritu, la pusilanimidad, el desánimo, la torpeza, el rencor, la malicia, la corrupción de la piedad moral.

Origina males en la vida social, en la convivencia , la detracción de los buenos, la murmuración, la descalificación, la burla, el chisme, las críticas y hasta las calumnias.

El papa Francisco nos aconseja orar y reconocer a Dios como nuestro Padre, para combatir al demonio, que utiliza la resignación, la desgana y la acedia como sus principales armas: 

"Dios nos ha invitado a participar de su vida, de la vida divina, 
ay de nosotros si no la compartimos, 
ay de nosotros si no somos testigos de lo que hemos visto y oído, ay de nosotros. 
No somos ni queremos ser funcionarios de lo divino, 
no somos ni queremos ser nunca empleados de Dios, 
porque somos invitados a participar de su vida, 
somos invitados a introducirnos en su corazón, 
un corazón que reza y vive diciendo: Padre nuestro" 
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