¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 14 de septiembre de 2018

Y DESPUÉS DE EMAÚS...¿QUÉ?

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Sin duda, los retiros de Emaús son un soplo de aire fresco del Espíritu Santo, un maravilloso método de evangelización y de conversión que nos llevan a un encuentro íntimo con Jesucristo Resucitado, quien nos interpela y nos lleva a una transformación. 

Una conversión que produce primero un cambio de mentalidad (metanoia), un cambio de actitud que nos mueve desde el resentimiento al agradecimiento, desde la desesperación a la esperanza, desde la pérdida a la ganancia, desde la derrota a la victoria. 

Emaús es una herramienta espiritual fértil y fructífera que da sentido a nuestras vidas, que nos muestra el camino junto a Jesús. Pero y después de Emaús...¿qué?

Dios no es una Persona de "medias tintas" que se conforma con que cambiemos nuestra mentalidad o nuestra actitud. Tampoco se conforma sólo con que reconduzcamos nuestros caminos hacia una vida eucarística y de sacramentos. Nos pide más...

Nuestro Señor nos pide un cambio radical de vida. Una transformación completa, no sólo en nuestra forma de mirar al mundo, sino en nuestra forma de vivir en el mundo. Nos llama a servir (diakonia), a ser sus discípulos...en plural.

El apóstol Lucas, aunque sólo menciona a Cleofás en el pasaje de Emaús, habla de “los discípulos”. Habla... ¡de nosotros! De cómo el Señor nos pregunta, nos interpela, nos desafía, nos explica las Escrituras, nos parte el pan, nos abre los ojos y nos inflama el corazón.

No es un
detalle sin importancia. San Lucas utiliza la palabra “nosotros” 21 veces en su Evangelio (3 de ellas, en el pasaje de Emaús) y 57 veces en los Hechos de los Apóstoles (78 veces de las 300 que se emplea en el Nuevo Testamento). En Lucas todo es “nosotros”.

El m
édico evangelista nos explica la maravillosa manera en la que el Espíritu actúa para construir comunidad a través del compromiso y el servicio a Dios y a los demás.

En los Hechos de los Apóstoles, tanto las acciones como las palab
ras de los discípulos utilizan siempre el término "nosotros": “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…” (Hechos 15, 28)-. ¡El Espíritu Santo y nosotros! ¿No es significativo? ¿No es un privilegio?

Desde el momento en que invitamos al Señor a nuestra mesa sin saberlo (o mejor dicho, es Él quien nos invita), el compromiso de formar comunidad se convirtió para nosotros en una fuente de alegría y esperanza para volver a verle de nuevo en todo momento, en toda su Gloria, de igual manera que le reconocimos en ese instante antes de que desapareciera, cuando partió el pan.

No en
vano, Cleofás significa "el que ve la gloria". Por ello, todos nosotros somos Cleofás porque con cada persona que nos encontramos en el camino, con cada persona que "sale" de Emaús, con cada persona que se une a nosotros y nos acompaña... vemos al mismísimo Jesús en persona….a Emmanuel, "Dios con nosotros".
Es así como Jesús nos “introduce en la escena”, nos convierte en actores activos en su plan de salvación... y nos envía “de dos en dos”. Y "cuando dos o más estamos reunidos en su nombre, allí está Él en medio de nosotros" (Mateo 18, 19-20).

Después de Emaús, nos comprometemos a dar la bienvenida y acompañar a cada persona que se une a nuestro camino y así, nos convertimos en "nosotros", caminando.

Nuestro testimonio pasa a ser un “vivir y obrar en común” la fe, la esperanza y la caridad que el Señor nos regala.

Después de Emaús, no nos volvemos a casa, cada uno por nuestro lado. No huimos, sino que vamos juntos, "nosotros", de dos en dos para convertirnos en tres. Es un "dos a dos" abierto, dispuesto a formar familia, comunidad y pueblo, con Cristo siempre a nuestro lado.

Jesús se unió a nosotros en nuestro camino justo cuando conversábamos
 y discutíamos entristecidos y apenados por la disolución de nuestra comunidad, tras su muerte: "y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos... nuestras mujeres dijeron que se les aparecieron ángeles asegurándolas que estaba vivo".

Acostumbrados a estar junto a Él, una vez que le perdimos de vista, comenzamos a ver cómo se gestaba la desunión y la disolución de la comunidad, y emprendimos una huida nostálgica y sin esperanza, que nos impedía reconocerle mientras caminaba junto a nosotros. Para nosotros, era un "extraño" que se nos acercó y nos preguntó, para luego, iluminarnos y "encendernos"
.

D
espués de Emaús, el Señor entró de nuevo en nuestras vidas, vino a buscarnos personalmente con su estilo único de amor, sin exigencias ni coacciones, apelando tan sólo al diálogo, a la hospitalidad y a la confianza; nos escuchó pacientemente antes de hablar, nos acompañó amigablemente por el camino, esperó nuestra invitación para luego, aceptarla;  nos inflamó el corazón y le reconocimos; nos enseñó el camino de regreso a la comunidad para tratar a los demás del mismo modo en que Él nos trató a nosotros: a mirar sin criticar, a escuchar sin juzgar, a obedecer a nuestros superiores y a prestar atención sin despreciar a las que considerábamos "inferiores" a nosotros.
Antes de Emaús, nos habíamos alejado de la comunidad, cegados por nuestras propias convicciones, por nuestros criterios humanos y por nuestras erróneas formas de ver las cosas…y Jesús nos devolvió la esperanza y la alegría para volver corriendo a la unidad, a la comunidad, comprometidos a caminar con los demás, sin prisas, abiertos a escuchar, dispuestos a acoger y deseosos de compartir más que para discutir

Todos nosotros, hijos pródigos sin mérito, logramos sacar lo mejor del corazón de Dios: su Divina Misericordia. Dios se enternece con sus hijos perdidos, sale a nuestro encuentro para abrazarnos y después de Emaús nos pide que, habiendo tantos hijos pródigos perdidos en el mundo, volvamos a nuestra comunidad para que todos juntos salgamos a buscarlos, y así se encuentren con Él y le reconozcan.

Despu
és de Emaús, estamos dispuestos a obedecer a los más "grandes" y disponibles para ayudar a los más "pequeños".

Después de Emaús, ya no nos enzarzarnos en discusiones de desesperanza ni de desilusión, no nos auto-compadecemos, no nos rendimos.

Después de Emaús, somos parte de una gran familia en la que todos creen, en la que todos esperan, en la que todos aman.

Después de
Emaús, estamos "de vuelta". Volvemos del camino que se aparta de Dios y emprendemos el de vuelta a la comunidad, a la unión.

Después de Emaús, somos los perdidos que fueron encontrados, los pecadores que fueron perdonados, los que después de sesenta estadios no entendían y ahora comprenden, los escépticos que ahora confían plenamente, los resentidos que ahora agradecen, los "derrotados" que ahora cantan victoria, los que querían ser primeros y ahora quieren ser últimos, los que ordenaban y ahora desean obedecer, los que huían y ahora se comprometen, los que querían ser servidos y ahora sólo desean servir.

Después de Emaús, tenemos la certeza de que...


JHR

miércoles, 30 de mayo de 2018

EMAÚS: UNA INVITACIÓN DE JESÚS


"Porque donde están dos o tres
reunidos en m
i nombre,
allí estoy yo en medio de ellos"
(Mateo 18, 20)

El pasaje de San Lucas 24, 13-35 nos sitúa en la tarde del domingo de Resurrección, en la que dos discípulos de Jesús, tristes y abatidos, abandonan Jerusalén camino de Emaús, su aldea natal. Sus expectativas se han desvanecido. Su fe se ha apagado. Su esperanza en Cristo se ha perdido. El desánimo les devuelve a su rutina. 

El camino de Emaús se repite hoy también, cada día. Muchos cristianos que han perdido su fe, sus esperanzas y sus expectativas en Dios, salen de su Jerusalén particular (la Iglesia) para volver a Emaús (sus cosas). Y nos mueve a todos a una profunda reflexión: comprender que se trata de un camino de ida y vuelta, donde se produce un "diálogo a tres bandas", en el que el discípulo sin nombre somos cada uno de nosotros, y donde el Señor, que nos acompaña y que nos escucha, nos da las claves para retornar a nuestra fe en Dios, a nuestra esperanza en Sus promesas y a nuestro compromiso con Su Iglesia, y así, salir a compartir Su amor y nuestra alegría con el mundo.

Después de exponerle nuestras inquietudes y preocupaciones, Jesús nos explica su mensaje, "incendiando" nuestro corazón. Nos invita a compartir el pan con Él, "abriendo" nuestros ojos, para reconocerle, para tomar conciencia de que ha resucitado y que es real.

El camino de Emaús es una maravillosa invitación a dejarnos acompañar por Su ternura y Su amistad, para así, abandonar nuestra "rigidez de corazón" (egoísmo), nuestra "dureza de cerviz" (orgullo), nuestra "incircuncisión de oídos” (falta de fe), y escuchándole... "entender" todo, mientras vamos de camino.

Es una invitación a disponer nuestra alma para "sentir y dejar entrar su Palabra", para no "endurecer nuestro corazón como en Meriba" (Salmo 94) y Él "nos dará un corazón nuevo y nos incidirá un espíritu nuevo; quitará de nuestro cuerpo el corazón de piedra y nos dará un corazón de carne” (Ezequiel 36, 26), que sepa escuchar, que sepa entender y que sepa recibirle.

Es una invitación a disponer nuestro espíritu para reconocerle y advertir Su presencia real en la Eucaristía, donde, siendo copartícipes de Su Cruz, aprenderemos a caminar, a soportar las pruebas y las dificultades, a luchar contra el desánimo y la queja, a abandonarnos en sus manos.

Sin la Eucaristia, los corazones de piedra, los corazones cerrados, que no quieren abrirse, que no quieren escuchar, que condenan y se quejan, que lo saben todo, que no necesitan explicaciones, que son tercos y autosuficientes, no pueden reconocer a Jesús porque no le dejan espacio a Él, para llenarlos de fe, esperanza y caridad.

Nosotros, discípulos de Emaús, caminamos con multitud de dudas, desánimos, pecados y cobardías, y con las que tratamos de alejarnos de la Cruz, de las pruebas y anhelamos volver al calor del hogar. Sin embargo, es cuando escuchamos a Jesús, cuando nos arde el corazón. Es cuando nos sentamos a la mesa con Él, cuando le reconocemos.

Cristo Resucitado se nos revela a cada uno de nosotros, alternando presencia y ausencia: cuando está presente "no le vemos", y cuando se abren nuestros ojos, "desaparece". Y es que Jesús nos acompaña aunque no nos demos cuenta. Cuando se nos abren los ojos de la fe y el corazón de la comprensión, entonces le percibimos en cualquier situación de nuestra vida, aunque nuestros ojos no le vean físicamente.

Para sumergirse en este tema, os recomiendo la lectura del libro "Con el corazón en ascuas", de Henri J. M. Nowen, sacerdote católico holandés, quien, desgranando los puntos principales del pasaje de Emaús, nos ofrece una profunda y hermosa reflexión sobre el significado de la Eucaristía, en la que se revela lo más profundo de la experiencia humana: 

-la pérdida y la tristeza:"Señor, ten piedad"
-la atención y la escucha:"¡Es Palabra de Dios!"
-la invitación y la profesión de fe"Yo creo"
-la intimidad y la comunión: "Tomad y comed"
-el compromiso y la misión:"Id y predicad".

En definitiva, el camino de Emaús es una invitación a vivir una vida eucarística: acudir a su mesa con nuestras rutinas diarias, con nuestras cruces y preocupaciones, confrontarlas con la palabra de Dios, que escuchamos y que Él nos explica, nutrirnos con el pan de vida que Jesús bendice y parte para nosotros, reconocerle y salir del banquete apresurados para testimoniar que ¡Jesucristo ha Resucitado!