¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 15 de abril de 2020

¡QUÉ TORPES Y NECIOS!

Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los ...
"¡Qué necios y torpes sois 
para creer lo que dijeron los profetas! 
¿No era necesario que el Mesías padeciera esto 
y entrara así en su gloria?"
(Lucas 24, 25-26)

Nosotros esperábamos....que podríamos seguir viviendo nuestras cómodas vidas al margen de Dios, porque le habíamos visto crucificado y muerto, porque después nada había ocurrido y ya estábamos en el tercer día desde que esto sucedió.

Nosotros esperábamos....que podríamos seguir poniendo nuestra esperanza en nuestros intereses y egoísmos, porque nuestra fe en Cristo se había debilitado y habíamos perdido la confianza en Él, porque no habíamos encontrado su cuerpo.

Nosotros esperábamos....que podríamos seguir refugiándonos en nuestras cosas, en nuestros recelos, en nuestras pérdidas y miedos, porque habíamos ido al sepulcro y a Él no lo habíamos visto.

Nosotros esperábamos....que podríamos volver a nuestras rutinas como si nada, aunque fuera sin alegría ni esperanza, pensando que ni el amor ni la fe eran útiles para nosotros, porque no habíamos escuchado que el Mesías tenía que padecer y resucitar al tercer día.

¡Qué torpes y necios somos!...porque hemos cerrado nuestros ojos a la fe y hemos dudado que era necesario que se cumpliera todo lo que estaba escrito (Mateo 14,31; Lucas 44).

¡
Qué torpes y necios somos!...porque hemos cerrado nuestros oídos a los designios de paz y no de aflicción, a un porvenir y una esperanza, porque hemos dejado de invocarle y suplicarle (Jeremías 29,11).
La metáfora de los tres monos y el buen vivir — La Mente es ...
¡Qué torpes y necios somos!...porque hemos cerrado nuestras almas al amor, dejando de escuchar su Palabra y de buscarle de todo corazón (Jeremías 29,12).

¡Qué torpes y necios somos!...porque hemos cerrado las puertas del pórtico y apagado las lámparas; hemos dejado de quemar incienso y de ofrecer holocaustos en el santuario del Dios de Israel (2 Crónicas 29,7).

¡
Qué torpes y necios somos!...porque nos hemos creado ídolos de leño, de plata refinada de Tarsis y de oro importado de Ofir, revestidos de púrpura y de grana (Jeremías 10,8-9).

¡
Qué torpes y necios somos!...porque hemos confiado en nosotros mismos por orgullo, vanidad de vanidades, todo es vanidad (Eclesiastés 12,8).

Mi Pequeño Mundo: Léon Lhermitte en mi dormitorio¡Qué torpes y necios somos!...porque no hemos esperado en el Señor, no hemos renovado nuestras sus fuerzas, ni echado alas como las águilas. Hemos corrido y os hemos fatigado, hemos andado y nos hemos cansado (Isaías 40,31).

¡Qué torpes y necios somos!...porque hemos dejado de invitarle a nuestra mesa para que partiera el pan, se abrieran nuestros ojos y le reconociéramos (Lucas 24, 30).

¿No arde nuestro corazón ahora, mientras nos habla por el camino y nos explica las Escrituras? (Lucas 24, 32).

Levantémonos en este momento, y volvamos a Jerusalén a contar al mundo: "Era verdad, ha resucitado el Señor" (Lucas 24,33).

JHR

domingo, 2 de febrero de 2020

SESENTA ESTADIOS DE IDA Y DE VUELTA



"Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, 
distante de Jerusalén unos sesenta estadios." 
(Lucas 24,13)

Muchos conocemos de memoria el relato de la tarde del domingo de Resurrección, en el que dos discípulos de Jesús, tristes y abatidos, abandonan Jerusalén camino de Emaús. 

Tras la muerte de Jesús, sus expectativas mesiánicas se han desvanecido. Su fe se ha apagado y su esperanza se ha perdido. Ya no parece quedarles otra cosa que volver a sus vidas cotidianas. Ya no tiene ningún sentido continuar juntos. 

Pero el camino de Emaús no es sólo un relato bonito del pasado. Es una peregrinación que se repite constantemente en nuestras vidas. Todos, alguna vez, recorrernos esos sesenta estadios mientras el Señor nos pregunta, nos interpela, nos suscita, nos explica, nos parte el pan y nos abre los ojos. 

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Sesenta estadios es la distancia que recorremos los cristianos cuando perdemos la fe y la esperanza. Cuando, desilusionados porque no se cumplen nuestras expectativas, y ensimismados en nuestros problemas, nos alejamos de Dios para volver a nuestra vida cotidiana ("Iban conversando y discutiendo entre ellos de todo lo que había sucedido").

Sesenta estadios es la distancia que recorre la bondad de Jesús, que sale a nuestro encuentro sin estridencias, haciéndose el encontradizo con aquellos que le hemos abandonado ("Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos"). 

Sesenta estadios es la distancia que recorre el amor de Cristo que nos acompaña en nuestro dolor y sufrimiento, que escucha nuestras pérdidas y desilusiones y se hace presente en las cosas sencillas de nuestra vida ("¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?"). 

Sesenta estadios es la distancia que recorre la paciencia de Dios ante nuestro abandono, ante nuestra incapacidad para reconocerle ("Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo").

Sesenta estadios es la distancia que recorre la sabiduría de Dios para provocar la apertura de nuestra necia mente y de nuestro duro corazón, mientras Jesús nos explica Su Palabra ("Y comenzado por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras").

Sesenta estadios es la distancia que recorre la pedagogía de Jesús para suscitarnos la necesidad de dejarle entrar en nuestra vida ("Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída"), llevarnos a Su presencia real en el Sacramento de la Eucaristía ("Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando") y ser capaces de reconocerle ("Se les abrieron los ojos y lo reconocieron").
Sesenta estadios es la distancia que requerimos para dejarnos cautivar por Él ("¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras") y comprometernos para salir a anunciarle inmediatamente ("Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén").

Sesenta estadios es la distancia que debemos recorrer para rehacer el vínculo de unidad con la comunidad, adquirir el compromiso de vivir y compartir la fe con otros cristianos y reanimar la esperanza en Dios ("Encontraron reunidos a los Once con sus compañeros").

Sesenta estadios es la distancia que todos debemos recorrer, como hizo el Señor, para saber acercarnos a las personas con sutileza, escuchar atentamente lo que nos tienen que decir, acoger y entender sin juzgar sus dudas, sus pérdidas, sus heridas, sus desesperanzas.

Sesenta estadios es la distancia que todos debemos recorrer para entrar en diálogo amistoso con las personas que nos encontramos por el camino y mostrarles a Jesucristo resucitado ("Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón").

Sesenta estadios es la distancia que separa el resentimiento del agradecimiento, la desesperanza de la fe, la pena de la alegría, el odio del amor, el egoísmo del compromiso.

Sesenta estadios es la distancia que necesitamos recorrer para decirle a Jesucristo: ¡Quédate con nosotros!


JHR 


miércoles, 22 de enero de 2020

EMAÚS ES SÓLO EL TRAILER

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Comienza el año y con él, los retiros de Emaús, en los que las personas se encuentran cara a cara con el amor de Dios. 

Tras un fin de semana intenso, es muy habitual escuchar: "Emaús me ha cambiado la vida". Y ahí nos quedamos. A menudo, magnificamos el método y confundimos el medio con el fin. Mezclamos proceso con propósito. Y, por desgracia, para muchos, el fin de semana es el principio y el fin. Y estoy de acuerdo con un amigo mío, que dice: "No sólo de Emaús vive el hombre".

Sin embargo, en sí mismo, Emaús no te cambia la vida. Es cierto que la Gracia que se derrama te interpela a revisar tu vida, cómo la has vivido, cómo la vives y cómo la quieres vivir, pero cambiar, no la cambia. Lo que ocurre es que, tras el retiro, la miras desde otra perspectiva. Emaús sí provoca un "antes" y un "después". Y sobre todo, debe provocar un "después". 

A esto
es a lo que me refiero. Porque Emaús no es más que un "tráiler" que nos anticipa algo, es un avance de lo que Dios nos tiene preparado. Es una sinopsis, un resumen, pero... no es la película. Repito: no es la película. 
Sin duda, como tráiler que es, se trata de una herramienta importante y necesaria de promoción y difusión del "gran largometraje". 

Un tráiler moviliza a las personas a que vean una determinada película. Ofrece una visión parcial sobre la película y desarrolla una estrategia para llegar al público objetivo al que va dirigido, promocionando algunos aspectos de la historia. 

El realizador (que se llama Espíritu Santo) consigue que el público (nosotros) intuyamos la trama de la película (el plan de Dios), nos presenta al actor principal (Jesús), nos anuncia el tema de la película (el amor), nos emociona con una música maravillosa (la Gracia), nos entusiasma (corazón en ascuas) y nos anima a verla completa (a comprometernos con Dios). 

Emaús es un tráiler atractivo que acapara la atención del espectador. Primero, porque apenas se cuenta nada y segundo, una vez en el retiro, porque la acción se desarrolla "in crescendo", de menos a más. Comienza de manera tranquila para acabar de forma "espectacular".

Es un tráiler donde las frases más impactantes y emblemáticas son narradas por un "relator" (Cristo), que nos explica las "escenas" mas importantes de la película (las Escrituras) y que nos interpela con "arengas contundentes" ("qué necios y qué torpes") que traspasan el alma. 

Entonces, le invitamos a nuestra casa (vida), y de invitado, pasa a ser anfitrión, invitándonos a participar con Él en la película (la Eucaristía). 

Es un tráiler intenso pero breve, con una música (el servicio a los demás) que nos cautiva pero que no es la banda sonora completa, con escenas impactantes (testimonios) que nos acercan a la trama de la película, pero no es la película. 

Una vez que has visto el tráiler, eres tú quien decide ver la película o no, comprometerte o seguir con "tus cosas" Y esa decisión libre y personal es la que realmente te hace cambiar de vida. Así actúa el cielo. Así lo quiere Dios.

Es tu disposición a indagar más y más en las escenas que has visto, tu compromiso de avivar el amor que has sentido, tu deseo de conocer más al Protagonista a quien has descubierto, tu interés en ahondar en la gracia que has recibido, la que te conduce a apasionarte por querer participar y disfrutar de la película. 

Si el tráiler es fantástico, la película está por descubrir. No sólo es mucho más extensa, no sólo tiene una banda sonora completa, no sólo hay más actores, sino que si decides verla hasta el final, entenderás toda la "trama".

Emaús no te cambia la vida. Cuando decides libremente ser parte de la película, entonces, Dios actúa poderosamente en ti, te sientes profundamente amado y acompañado, y se produce la transformación. Es la película misma la que cambia tu forma de ver y pensar. Y entonces, tu vida cambia.


JHR

viernes, 6 de septiembre de 2019

¿DE QUÉ HABLÁIS POR EL CAMINO?

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"¿De qué veníais hablando en el camino?"
(Lucas 24,17)

El otro día escuché una frase que me hizo pensar: "Muchos siguen a Jesús hasta partir el pan, pero no hasta beber el cáliz". Desgraciadamente, ocurre con demasiada frecuencia. 

Muchos, que nos hemos encontrado por el camino con Jesús, que le hemos escuchado, que le hemos reconocido y que le hemos invitado a nuestras casas, creemos seguirlo (al menos, durante un tiempo) pero, en el fondo, lo que hacemos es imaginarnos un concepto erróneo de Jesús y de su mensaje.

Muchos. incluso, le mitificamos porque, como los dos de Emaús, decimos: "Nosotros esperábamos"...esperando que el Señor nos resuelva nuestros problemas, que nos libere de nuestras angustias y dificultades, que nos resuelva la vida sin nosotros hacer nada.  

Muchos tenemos los ojos demasiado fijados al suelo, a las cosas cotidianas, a los problemas y a las pérdidas, incapacitados para ver más allá de lo que realmente ocurre, para dejar que la Gracia actúe en nuestras vidas. 

En realidad, ¡No nos hemos enterado de nada!

¿De qué hablamos por el camino?

Cuando pasa el tiempo, cuando llegan las cruces, cuando llegan los problemas, los sufrimientos y las pérdidas, nos sentimos defraudados, como los dos de Emaús. Perdemos la esperanza y la fe. Y entonces, cedemos  a la tentación de volver al mundo y a sus costumbres. El encuentro que tuvimos con Cristo se disipa y todo queda en nada...

Resultado de imagen de dios camina con nosotrosPero Jesús vuelve otra vez a aparecerse en nuestro camino y nos vuelve a preguntar: "¿De qué habláis? ¿por qué estáis tristes?” (Lucas 24,17)

De nuevo, nos vuelve a increpar: "¡Qué necios sois y torpes para creer lo que anunciaron los Profetas! (Lucas 24,26). 

De nuevo, nos vuelve a provocar:  ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" (Lucas 24,26).

De nuevo, vuelve a explicarnos las Escrituras para que comprendamos que la felicidad, la vida plena, sólo se alcanza a través del padecimiento, del sufrimiento. Imitándole. Cargando, cada uno, con nuestra cruz.

Jesucristo nunca se cansa de aparecerse una y otra vez en nuestras vidas. Él cumple su promesa de "estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Es paciente y comprensivo, al explicarnos su mensaje una y otra vez, haciéndolo asequible a nuestras mentes cómodas y dispersas. 

Pero algo tenemos que poner de nuestra parte. Después de escucharle y caminar junto a Él, de reconocerle e invitarle, debemos perseverar y formarnos, para testificar que está vivo.  Es en la Escritura y en los sacramentos diarios donde encontramos la llave de la esperanza, de la verdad y del sentido de la vida. Sólo así puede "arder nuestro corazón".

Escucharle significa estar atentos, mientras caminamos con Él todos los días, en cada momento. Pero ocurre que le perdemos de vista y nos volvemos "a lo nuestro".

Reconocerle significa huir del desencanto, del desánimo, de la desesperación y de la tristeza para asirnos de su mano. Pero ocurre que preferimos quedarnos deprimidos en nuestras pérdidas.

Invitarle significa encontrar la alegría y la paz serena que nos da y que nos conduce a dar testimonio de Él en nuestras vidas y contárselo a otros. Pero ocurre que preferimos quedarnos en nuestros temores y no decir nada.

Testificar que "Jesucristo ha resucitado" significa tener la certeza de ello y vivirlo constantemente. Pero ocurre que repetimos esa frase sin asumirla. 

Dejarnos guiar por el Espíritu Santo significa hacerlo como un hábito y una tarea diaria, para que sepamos cuál es la voluntad de Dios. Pero ocurre que se queda sólo en una oración bonita que pronunciamos, pero que rara vez aplicamos.

Cristo ha venido a nuestras vidas para que le mostremos cuantas cosas necesitan ser reparadas y sanadas. Ha venido a nosotros por amor. Jesús no es un mago ni pretende serlo. Es Dios y quiere que le amemos como Él nos ha amado, que le imitemos, que le sigamos.

Amarle, imitarle significa también decir: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22,42). Pero ocurre que preferimos que se cumpla nuestra voluntad, nuestros deseos.

Resultado de imagen de jesus camina con nosotrosSeguirle significa tener que padecer, trabajar, ser incomprendidos o perseguidos, sufrir la enfermedad, experimentar las pérdidas. Pero ocurre que nos negamos al sufrimiento y a las dificultades por comodidad.

A algunos, todo esto, nos cuesta asimilarlo. Nos cuesta entender la vida cristiana como imitación de la vida de Cristo.

Nadie dijo que fuera fácil. Nadie dijo que fuera sencillo. Pero Jesús ha dado su vida por nosotros para liberarnos y ha resucitado
 para que tengamos esperanza en sus promesas: "Yo he venido a este mundo para que los que no ven, vean" (Juan 9, 39).

El Señor nos invita a estar alegres: "¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!" (Nehemias 8, 10). 

Cristo nos anima a ser pacientes: "Tened buen ánimo, servid al Señor; alegres en la esperanza, pacientes en los sufrimientos" (Romanos 12, 11-12), a no estar pendientes de las cosas de este mundo, a comprender que sólo al final del camino, todo se ilumina, todo cobra sentido y se nos caen las escamas de los ojos. Es entonces cuando le reconocemos.

Jesús sigue preguntándonos: "¿De qué habláis por el camino?". Nosotros no podemos obviarla, no podemos esquivarla. Debemos responder.


Para la reflexión:

¿De qué hablamos por el camino? 
¿Hablamos de Jesús o de nosotros? 
¿Se han abierto nuestros ojos?
¿Vemos o estamos ciegos?
¿Tenemos alegría o desesperanza?


miércoles, 24 de abril de 2019

¡QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR!

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"Quédate con nosotros, Señor
porque atardece y el día va de caída". 
Y entró para quedarse con ellos."
(Lucas 24, 29)

La misma tarde del día de la Resurrección de Jesús, dos de sus discípulos caminaban cabizbajos, tristes y desesperanzados de Jerusalén hacia su aldea Emaús, cuando un desconocido se les unió a la "conversación que llevaban por el camino".

Mientras el "divino caminante" les iba "explicando" las Escrituras, "comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas", sus corazones "ardían" iluminando el sombrío desánimo que, al principio, les embargaba, a la vez que la penumbra del crepúsculo se cernía sobre ellos.

"Quédate con nosotros, Señor, porque anochece y el día va de caída" fue la invitación que los dos discípulos de Emaús hicieron al "divino caminante". Aquel desconocido fue la Luz que iluminó su Fe, el Camino que renovó su Esperanza, la Verdad que ablandó la dureza de sus corazones y la Vida que abrió sus almas al deseo de descubrir la plenitud... Y Él aceptó quedarse con ellos...para siempre...
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Los dos de Emaús, preparados por las palabras del Señor, le reconocen mientras comparten la intimidad de la mesa, en el gesto sencillo de la "fracción del pan". "Se les abren los ojos" y reconocen al Maestro resucitado. En ese instante, dejan de verle, pero Cristo se ha quedado veladamente en el "pan partido".

De igual manera, el pasaje de Emaús nos conduce y nos invita a nosotros hoy, a iluminar nuestro camino de dudas, inquietudes y desilusiones, hacia un despertar de nuestra esperanza, hacia una renovación de nuestra fe, hacia el encuentro con nuestro Señor, en la Eucaristía.

A la luz de las Escrituras, Jesucristo se hace presente en la Eucaristía como luz que brota del "pan vivo que ha bajado del cielo" (Juan 6,51), cumpliendo su promesa de "estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20).

Una vez que nuestra mente se "ilumina" y nuestro corazón se "inflama", los signos nos "hablan" en la Eucaristía. 

La Eucaristía es luz, ante todo, porque es la unión de las dos "mesas", la de la Palabra y la del Pan. Escritura y Eucaristía se unen para llevarnos a Jesús.

Cristo mismo interviene para enseñarnos cómo "toda la Escritura" nos conduce a Él, haciendo "arder" nuestros corazones, sacándonos de la oscuridad, de la tristeza y de la desesperación, suscitando en nuestras almas, el deseo de permanecer con Él: "Quédate con nosotros, Señor".

Cuando experimentamos una verdadera e íntima experiencia del Resucitado, alimentándonos de su cuerpo y de su sangre, no podemos guardar la alegría sólo para nosotros mismos. 

El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio.

Mi Emaús ha sido mi camino a la fe. La vida me hirió, llevándome al desánimo y a la desesperanza. Sin embargo, Jesús me encontró por el camino a Emaús, me explicó las Escrituras e incendió mi corazón.

Desde entonces, todo lo que experimenté, no he podido guardármelo para mi.

Por eso, cada día dejo que la Palabra de Dios me hable de Cristo. Entonces, le invito a quedarse conmigo en la Eucaristía y Él se hace presente y me incendia el corazón con una alegría que llena mi vida. 

Por eso, nunca dejo pasar un día sin ir a escucharle en la Escritura y sin verle en la Eucaristía. 

viernes, 14 de septiembre de 2018

Y DESPUÉS DE EMAÚS...¿QUÉ?

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Sin duda, los retiros de Emaús son un soplo de aire fresco del Espíritu Santo, un maravilloso método de evangelización y de conversión que nos llevan a un encuentro íntimo con Jesucristo Resucitado, quien nos interpela y nos lleva a una transformación. 

Una conversión que produce primero un cambio de mentalidad (metanoia), un cambio de actitud que nos mueve desde el resentimiento al agradecimiento, desde la desesperación a la esperanza, desde la pérdida a la ganancia, desde la derrota a la victoria. 

Emaús es una herramienta espiritual fértil y fructífera que da sentido a nuestras vidas, que nos muestra el camino junto a Jesús. Pero y después de Emaús...¿qué?

Dios no es una Persona de "medias tintas" que se conforma con que cambiemos nuestra mentalidad o nuestra actitud. Tampoco se conforma sólo con que reconduzcamos nuestros caminos hacia una vida eucarística y de sacramentos. Nos pide más...

Nuestro Señor nos pide un cambio radical de vida. Una transformación completa, no sólo en nuestra forma de mirar al mundo, sino en nuestra forma de vivir en el mundo. Nos llama a servir (diakonia), a ser sus discípulos...en plural.

El apóstol Lucas, aunque sólo menciona a Cleofás en el pasaje de Emaús, habla de “los discípulos”. Habla... ¡de nosotros! De cómo el Señor nos pregunta, nos interpela, nos desafía, nos explica las Escrituras, nos parte el pan, nos abre los ojos y nos inflama el corazón.

No es un
detalle sin importancia. San Lucas utiliza la palabra “nosotros” 21 veces en su Evangelio (3 de ellas, en el pasaje de Emaús) y 57 veces en los Hechos de los Apóstoles (78 veces de las 300 que se emplea en el Nuevo Testamento). En Lucas todo es “nosotros”.

El m
édico evangelista nos explica la maravillosa manera en la que el Espíritu actúa para construir comunidad a través del compromiso y el servicio a Dios y a los demás.

En los Hechos de los Apóstoles, tanto las acciones como las palab
ras de los discípulos utilizan siempre el término "nosotros": “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…” (Hechos 15, 28)-. ¡El Espíritu Santo y nosotros! ¿No es significativo? ¿No es un privilegio?

Desde el momento en que invitamos al Señor a nuestra mesa sin saberlo (o mejor dicho, es Él quien nos invita), el compromiso de formar comunidad se convirtió para nosotros en una fuente de alegría y esperanza para volver a verle de nuevo en todo momento, en toda su Gloria, de igual manera que le reconocimos en ese instante antes de que desapareciera, cuando partió el pan.

No en
vano, Cleofás significa "el que ve la gloria". Por ello, todos nosotros somos Cleofás porque con cada persona que nos encontramos en el camino, con cada persona que "sale" de Emaús, con cada persona que se une a nosotros y nos acompaña... vemos al mismísimo Jesús en persona….a Emmanuel, "Dios con nosotros".
Es así como Jesús nos “introduce en la escena”, nos convierte en actores activos en su plan de salvación... y nos envía “de dos en dos”. Y "cuando dos o más estamos reunidos en su nombre, allí está Él en medio de nosotros" (Mateo 18, 19-20).

Después de Emaús, nos comprometemos a dar la bienvenida y acompañar a cada persona que se une a nuestro camino y así, nos convertimos en "nosotros", caminando.

Nuestro testimonio pasa a ser un “vivir y obrar en común” la fe, la esperanza y la caridad que el Señor nos regala.

Después de Emaús, no nos volvemos a casa, cada uno por nuestro lado. No huimos, sino que vamos juntos, "nosotros", de dos en dos para convertirnos en tres. Es un "dos a dos" abierto, dispuesto a formar familia, comunidad y pueblo, con Cristo siempre a nuestro lado.

Jesús se unió a nosotros en nuestro camino justo cuando conversábamos
 y discutíamos entristecidos y apenados por la disolución de nuestra comunidad, tras su muerte: "y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos... nuestras mujeres dijeron que se les aparecieron ángeles asegurándolas que estaba vivo".

Acostumbrados a estar junto a Él, una vez que le perdimos de vista, comenzamos a ver cómo se gestaba la desunión y la disolución de la comunidad, y emprendimos una huida nostálgica y sin esperanza, que nos impedía reconocerle mientras caminaba junto a nosotros. Para nosotros, era un "extraño" que se nos acercó y nos preguntó, para luego, iluminarnos y "encendernos"
.

D
espués de Emaús, el Señor entró de nuevo en nuestras vidas, vino a buscarnos personalmente con su estilo único de amor, sin exigencias ni coacciones, apelando tan sólo al diálogo, a la hospitalidad y a la confianza; nos escuchó pacientemente antes de hablar, nos acompañó amigablemente por el camino, esperó nuestra invitación para luego, aceptarla;  nos inflamó el corazón y le reconocimos; nos enseñó el camino de regreso a la comunidad para tratar a los demás del mismo modo en que Él nos trató a nosotros: a mirar sin criticar, a escuchar sin juzgar, a obedecer a nuestros superiores y a prestar atención sin despreciar a las que considerábamos "inferiores" a nosotros.
Antes de Emaús, nos habíamos alejado de la comunidad, cegados por nuestras propias convicciones, por nuestros criterios humanos y por nuestras erróneas formas de ver las cosas…y Jesús nos devolvió la esperanza y la alegría para volver corriendo a la unidad, a la comunidad, comprometidos a caminar con los demás, sin prisas, abiertos a escuchar, dispuestos a acoger y deseosos de compartir más que para discutir

Todos nosotros, hijos pródigos sin mérito, logramos sacar lo mejor del corazón de Dios: su Divina Misericordia. Dios se enternece con sus hijos perdidos, sale a nuestro encuentro para abrazarnos y después de Emaús nos pide que, habiendo tantos hijos pródigos perdidos en el mundo, volvamos a nuestra comunidad para que todos juntos salgamos a buscarlos, y así se encuentren con Él y le reconozcan.

Despu
és de Emaús, estamos dispuestos a obedecer a los más "grandes" y disponibles para ayudar a los más "pequeños".

Después de Emaús, ya no nos enzarzarnos en discusiones de desesperanza ni de desilusión, no nos auto-compadecemos, no nos rendimos.

Después de Emaús, somos parte de una gran familia en la que todos creen, en la que todos esperan, en la que todos aman.

Después de
Emaús, estamos "de vuelta". Volvemos del camino que se aparta de Dios y emprendemos el de vuelta a la comunidad, a la unión.

Después de Emaús, somos los perdidos que fueron encontrados, los pecadores que fueron perdonados, los que después de sesenta estadios no entendían y ahora comprenden, los escépticos que ahora confían plenamente, los resentidos que ahora agradecen, los "derrotados" que ahora cantan victoria, los que querían ser primeros y ahora quieren ser últimos, los que ordenaban y ahora desean obedecer, los que huían y ahora se comprometen, los que querían ser servidos y ahora sólo desean servir.

Después de Emaús, tenemos la certeza de que...


JHR

jueves, 4 de enero de 2018

¿CORRE PELIGRO EMAÚS?

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Pudiera parecer, al leer el título de este artículo, que sobrevuela en mí un cierto estado de desánimo. Pudiera parecer que refleja un estado de un cierto desaliento o incluso derrotismo. No es así.

Desde mi intensa experiencia de amar y de servir a Dios a través de los retiros de Emaús, hoy quiero reflexionar, a la luz del discernimiento de la Eucaristía y la oración, sobre los serios peligros que corre Emaús.

El interés que ha despertado en los últimos tiempos en España es considerable. Todo el mundo habla de Emaús, aunque no se pueda contar nada. Todo el mundo pregunta: ¿Has hecho Emaús?, aunque no se sepa exactamente lo que ello significa. Todo el mundo invita a caminar en Emaús, aunque no se medite quien lo necesita de verdad.

A pesar de la gran acogida y el interés suscitado entre quienes hemos caminado y servido en Emaús, este fecundo método
 evangelizador es visto por mucha gente (incluso desde la misma Iglesia Católica) con cierta sospecha y desconfianza, o cuando menos, es examinado con un escrupulosa lupa. Algunos son sumamente escépticos, críticos y duros al catalogarlo como una nueva moda espiritual para ricos.

Sin embargo, la participación en Emaús, responde a dos facetas, una interna y otra externa. Por un lado, a una íntima búsqueda espiritual y de encuentro con Dios, y por otro, a un compromiso real dentro de la Iglesia y del mundo de hoy. 

Tanto sacerdotes como laicos creen, asumen y promueven estos retiros de conversión en sus parroquias, valorándolos como una alternativa espiritual fértil y provechosa que ha dado sentido a la vida de muchas personas, quizás un tanto alejadas de la Iglesia o quizás sin ningún tipo de orientación espiritual. 

Partiendo del reconocimiento de que la Iglesia es rica en dones y carismas, y de que Dios tiene un plan para cada uno de ellos, el Espíritu Santo se hace valer de cualquier propuesta para ofrecer amor, felicidad y realización a todo aquel que se acerque con fe a sus caminos. Emáus es una de ellas, un método más. Y nada más... y nada menos. 

Para muchos de nosotros, cristianos comprometidos, Emaús es una propuesta convincente y fructífera, que valora al ser humano de forma integral, y permite que éste descubra el plan que Dios tiene para su vida.

Emaús no es, ni mucho menos, "exclusivo", ni "de ricos" ni "oscuro", ni "sectario". Por el contrario, genera el reconocimiento de que todos somos hijos de un mismo Padre que nos ama, a Quien amamos, servimos. Un Padre cabeza y vínculo de un amor Ágape que compartimos también entre nosotros, como hermanos que somos.

Resultado de imagen de retiros de emausLo cierto es que, a favor o en contra, cada día toma más fuerza en España; en cada lugar se "habla de Emaús"; día tras día crece el número de personas que están dispuestas a vivirlo como una alternativa real de la cual Dios se vale para mostrarnos el camino de la salvación y de la felicidad plena, en una sociedad que necesita hombres y mujeres realizados, íntegros interiormente y comprometidos exteriormente, y con capacidad de dar y recibir amor en un país que exige a gritos reconciliación, perdón, tolerancia y solidaridad.

Emaús cumple (o debería cumplir) un solo objetivo: como actividad de laicos para laicos, es una oportunidad de tener un encuentro íntimo, personal y seductor con Cristo, como ningún otro ofrece. 

Es un cantera donde se desmenuza la piedra, una mina donde se profundiza en el tesoro más precioso, un manantial donde fluyen aguas vivas, un método de apostolado donde las personas tienen la posibilidad de tomar la decisión de comprometerse con Dios, con sus comunidades parroquiales y con la sociedad en general.

Es cierto que para muchos "hacer Emaús" se limita al hallazgo de un "grupo estufa" en el que afianzar y ampliar su círculo de relaciones sociales, como si se tratara de alguna moda o un estilo espiritual, distinto a cualquier otro, que "se lleva", que es "trending topic". 

Es evidente que hay una gran mayoría de personas que viven ese fin de semana como algo "bonito" en sus vidas sin más, sin dar un paso adelante, lo que me trae a la memoria el pasaje evangélico del encuentro entre Jesús y el joven rico, quien con una desmedida ansiedad por seguirlo, no es capaz de hacerlo al anteponer su amor a las cosas y riquezas de este mundo, alejándose triste y cabizbajo, ante el difícil reto del Maestro que le exhorta a dejarlo todo y seguirlo.

Pero si Emaús se queda en una "anécdota" de un fin de semana, si se asume como una experiencia que empieza y acaba, eludiendo dar el siguiente paso hacia un compromiso con el Señor y con los demás, hacia la propia formación y desarrollo personal, hacia la madurez en la fe, hacia el servicio en las parroquias y en la evangelización de este mundo, sí que corre el riesgo de convertirse en una "moda pasajera".

Resultado de imagen de retiros de emausSi sacerdotes y obispos no se toman en serio el potencial evangelizador de los laicos, lo descuidan, recelan de él o esperan a ver qué pasa, sin ofrecer una correcta dirección pastoral posterior, surgirán conflictos: aparecerán los "egos" y las envidias, las luchas de poder, los malos-entendidos y los desaciertos, los "lobbys y los clubes sociales", las búsquedas para adueñarse de las mejores posiciones, etc., tal y como ha ocurrido en algunos movimientos como la Renovación Carismática, Cursillos de Cristiandad, etc. 

En lugar de criticar Emaús, una actividad que "produce frutos", deberíamos dedicar tiempo a la oración y, sobre todo, a dar gloria a Dios por las gracias que el Espíritu Santo derrama en cada retiro, y que nos ofrece diversos carismas, talentos y modos de servir a Dios, al prójimo y a la Iglesia.

Quiero dejar muy claro, tanto para los que lo apoyamos como para quienes lo censuran y enjuician, que Emaús no es una panacea, no es una "solución mágica" que te vaya a solucionar la vida, ni que te vaya a hacer ser mejor. Es el propio compromiso con Dios y con Su amor lo que realmente te cambia la vida, y no con un activismo populista.

Emaús corre el peligro de perder su esencia si lo convertimos en una "experiencia de montaña rusa", en un "subidón espiritual", en lugar de un servicio a Dios, de un espacio de entrega desinteresada y abnegada.

Emaús corre el peligro de perder la gracia y el favor divinos, si nos apropiamos de la Gloria de Dios, si dejamos de ser "la voz que grita en el desierto" y nos "apropiamos de la profecía".

Emaús corre el peligro de olvidar su propósito, si vivimos sólo por y para el retiro, sin dar lugar a una intención verdadera de crecimiento espiritual personal y de compromiso con la Iglesia de Cristo.

Emaús corre el peligro de caer en “el síndrome Judas”, es decir, de la misma forma que Jesús mismo eligió a Judas sabiendo que lo traicionaría, también aquí habrá esos personajes que “bebiendo de la misma copa del maestro”, estarán dispuestos a darles la espalda.

Emaús corre el peligro de abandonar su identidad si buscamos "deslumbrar", en lugar de "alumbrar", si ansiamos el "medalleo", el aplauso y el reconocimiento propios, en lugar de profundizar y madurar en la fe.

Emaús corre el peligro de perder su luz, si invitamos a personas a diestro y siniestro, de nuestro entorno familiar o cercano, sin ni siquiera meditarlo ni orarlo, si "hacemos caminar" a personas obligadas por su mujer, su amiga o cuñada, sin tener el pleno convencimiento de lo que Dios desea, y hacerles sentirse forzados a recluirse en un “encierro espiritual” sin estar dispuestos a abrir su corazón y dejarse transformar.

Emaús corre el peligro de perder su significado de servicio si contemplamos la idea de ser servidos por los demás, en lugar de poner en práctica las tres máximas del servicio: oración, obediencia y humildad.

Emaús corre el peligro de convertirse en activismo descabezado y sin sentido, si tenemos la aspiración de ocupar posiciones dentro del "escalafón jerárquico" de la Iglesia o si albergamos la intención de ganarnos la simpatía de nuestro párroco o la admiración de nuestros hermanos.

Emaús corre el peligro de caer en el olvido, si destruimos su objetivo de evangelización y servicio, si nos limitarnos a reunirnos como si se tratara de un club social donde vivir nuestra fe  "a gusto"entre amigos/hermanos.

Emaús corre el peligro de desaparecer, si sus lideres se aferran a un  poder "absolutista y egoísta" con el que gobernar a otros, si sus veteranos asumen una actitud de superioridad farisea sobre el resto, o si cualquiera de nosotros nos convertimos en "católicos light", de un día a la semana o de dos retiros al año. 

Imagen relacionadaTener una experiencia de Dios no es sólo "sentir" algo bonito, no es "llenarse" para satisfacción propia. Es dejarse seducir por el Amor con mayúsculas, es darse, es comprometerse, es madurar en la fe, crecer en la esperanza y servir en la caridad, es prepararse para ser un mejor y más fiel servidor de Dios... 

La Fe no se basa en sentimientos sino en el encuentro con Cristo Resucitado, en el deseo ferviente de retornar a Dios y vivir de acuerdo a Su Voluntad...de buscar la santidad a la que todos estamos llamados. 

Si hablamos de transformar nuestros corazones (y los de otros) de piedra por otros de carne, de cambiar nuestra tibieza (y la de otros) por el fuego abrasador de Jesús, no podemos hacerlo a base de "sensaciones inmanentes" ni de "experiencias efímeras" ni de "sentimientos" interiores.

El peligro real de Emaús es que tanto laicos como sacerdotes decidamos o permitamos que se pierda el enfoque y el principal objetivo del retiro: que pensemos que el camino de Emaús es el que cada uno decidimos llevar.

El único Camino es Jesucristo

¡Gloria a Dios!