¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 5 de noviembre de 2024

APROPIARSE DE EMAÚS

"
Eso que hemos visto y oído
os lo anunciamos, 
para que estéis en comunión con nosotros 
y nuestra comunión es con el Padre 
y con su Hijo Jesucristo"
(1 Jn 1,3)

Hoy, escribimos de nuevo sobre los retiros de Emaús desde el testimonio particular y la vivencia personal, conocedor de que recibiré algunas felicitaciones y no menos críticas. No es mi intención ni mi propósito recibir ni lo uno ni lo otro. 

No pretendo acusar, aludir o herir a nadie, ni ahondar en juicios de valor negativos. Tampoco pretendo erigirme en un "sabio de Emaús". De hecho, asumo el contenido de este artículo como propio.

El único objetivo de este artículo es profundizar en este maravilloso método evangelizador para ayudar y ser ayudado, iluminar y ser iluminado, apoyar y ser apoyado.

En ocasiones, los servidores somos testigos de la aparición de tres tentaciones muy comunes en Emaús: pensamos que es "nuestro" y nos apropiamos del método, nos consideramos "expertos" y damos órdenes, queremos "perfeccionarlo" e introducimos cambios. 

Una actividad parroquial, una obra del Espíritu

Emaús es un retiro organizado por laicos para laicos. Es un método de nueva evangelización inspirado por el Espíritu Santo. Aún así, caemos en la tentación de creer que es "cosa nuestra" y que nos pertenece. O lo que yo llamo el "factor humano en las cosas de Dios".

No debemos olvidar que, ante todo, es una actividad o pastoral evangelizadora parroquial y que, por tanto, todo lo que ocurre en la parroquia es competencia y responsabilidad del párroco. 

El párroco es la máxima autoridad de Emaús en la parroquia. Por ello, no puede estar ajeno a lo que es Emaús ni tampoco los laicos pueden mantenerle al margen, y mucho menos, organizar retiros y dinámicas sin contar con él, ya sea en la propia parroquia o en otra.

Es él a quien Cristo deja llevar el timón de la barca, quien supervisa las fechas de los retiros, quien elige a los líderes "entrantes" con el consenso de los "salientes", quien ofrece formación y dirección espiritual, quien propone funciones y delega pastorales, etc. 
Por eso, aunque no es obligatorio, sí es conveniente que el párroco haga el retiro, para que de esa forma pueda discernir, con una perspectiva más amplia y equilibrada, la manera de canalizar la gracia y los frutos de los retiros en beneficio de la vida parroquial, y así, dotarlos de recursos humanos y/o económicos que redunden en un auténtico "avivamiento" de la comunidad.

Pero sobre todo, Emaús es una obra del Espíritu Santo que renueva almas y vivifica parroquias. Él es el verdadero artífice y protagonista, quien marca el rumbo, quien hace soplar el viento, quien controla las olas. Emaús es una barca guiada y gobernada por Jesucristo, supervisada y dirigida por el párroco, y tripulada y manejada por laicos activos y comprometidos con la parroquia, generosos y al servicio del Señor.
El objetivo principal de Emaús no es que "cumplamos faenas", que "hagamos tareas", que "surquemos mares por descubrir" o que nos erijamos en "expertos navegantes" Se trata de dejarnos tocar por Dios, de ser humildes, de servir con obediencia y de hacernos dóciles al Espíritu para testimoniar a Cristo y mostrarles a otros el camino a la casa del Padre. 

En definitiva, se trata de edificar parroquias al servicio de sus comunidades, de construir la Iglesia al servicio de las personas, de establecer el Reino de Dios en la tierra, aquí y ahora.

Líderes perpetuos, servidores "expertos"

La segunda tentación en la que a menudo caemos es lo que se denomina la "erótica del poder" o, en este caso, la "gula espiritual". A veces, pretendemos mandar, dominar y consumir espiritualmente, perpetuarnos en el liderazgo, convertirnos en servidores especializados, en expertos evangelizadores, o incluso en apóstoles arrogantes y autosuficientes, "sabedores de todo".
Es entonces, cuando sobrepasamos los límites de actuación que el propio método de Emaús marca, a saber, su carácter de servicio parroquial, y en ocasiones, "sobre-actuamos", nos embarcamos en una aventura que, más que evangelizadora es un activismo autosuficiente, zarpamos hacia otras parroquias y salimos al mar sin más dotación que nuestra mal supuesta capacitación.

Ello no quiere decir que nuestro servicio a Dios no deba ayudar a desarrollar futuros retiros en nuestra parroquia o en otras, e incluso, en otras ciudades o países. De lo que se trata es de ayudar a implantar y desarrollar los retiros en otras comunidades cristianas, no de "llevar" los retiros a otras parroquias, es decir, no implantar o demostrar a otros nuestra "prestancia marinera" y nuestro sabiduría de "lobos de mar".

Servir es "enrolarse", es ser parte de la "dotación", es remar y desplegar las velas. Liderar es dar ejemplo al surcar el mar, es "patronear" la barca, sabiendo que no somos el armador. 

Nada que cambiar ni "perfeccionar"

A medida que Emaús va adquiriendo una cierta dimensión, podemos caer en la tentación (seguro que con la mejor de las intenciones) de introducir cambios en las dinámicas, variaciones en las actividades o modificaciones en los procedimientos del retiro. 

Nos hacemos con una "brújula" propia, consultamos otras "cartas de navegación", anotamos nuestras propias ideas y conjeturas en el "cuaderno de bitácora" y pretendemos surcar "rutas peligrosas y desconocidas".
Es una reacción "muy humana" querer aportar cosas a Dios, proponer ideas, sugerir consejos, exponer interpretaciones y buscar resultados...pero esa no es nuestra misión en la evangelización. No es nuestra "hoja de ruta".

Dios es el dueño de la viña y es quien cosecha, nosotros sólo sembramos y abonamos. Dios es el dueño de la barca y es quien marca el rumbo, nosotros navegamos y faenamos. Emaús es un torrente de gracia del Espíritu Santo, nosotros sólo nos dejamos "empapar y navegar" por él. Dios no necesita nuestra ayuda ni nuestros consejos...más bien, somos nosotros quienes necesitamos su dirección.

Emaús es un método evangelizador con un diseño meditado, con un esquema iluminado, con un formato probado, con unas dinámicas armónicas, equilibradas e infalibles y con una experiencia fructífera de más de 35 años en muchas parroquias, ciudades, países y culturas...como no puede ser de otra manera, porque es una gracia divina.
Emaús no pertenece a los veteranos ni a los pioneros sino a los necesitados, de la misma forma que la misión que Jesús encomendó a sus discípulos no era exclusiva suya sino que debía transmitirse y difundirse fielmente, sin cambiar nada, sin introducir nada, sin eliminar nada...hasta los confines de la tierra.

En ese mismo sentido, el Papa Francisco, en su encíclica Lumen Fidei, dice que la fe se transmite por contacto, de persona a persona, con el testimonio de un encuentro real con el Resucitado. 

Por eso, no podemos apropiarnos del amor de Cristo ni mucho menos transformar su luz, sino que debemos transmitir a otros lo que hemos recibido, como lo hemos recibido, para que ellos, a su vez, lo transmitan a otros.

Modificarlo significa desvirtuar el sentido original del método. Cambiarlo supone tratar de rectificar o de perfeccionar la gracia de Dios. Variarlo, retocarlo o rectificarlo significa acabar con Emaús. Porque entonces, ya no será Emaús...será otra cosa...


"Te doy gracias, Padre, 
Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas 
a los sabios y entendidos,
y las has revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así te ha parecido bien."
(Lc 10,21)

jueves, 18 de julio de 2024

¿CÓMO GESTIONAR LOS FRUTOS ESPIRITUALES DE UN RETIRO?

"No temas, porque yo estoy contigo; 
no te angusties, porque yo soy tu Dios. 
Te fortalezco, te auxilio, 
te sostengo con mi diestra victoriosa"
(Is 41,10)

Desde hace ya unos años, vivimos una gran efusión de Espíritu Santo que se derrama a través de retiros y encuentros espirituales de nueva evangelización como Emaús, Effetá, Alpha, Cursillos o Seminarios de Vida en el Espíritu, en los que las personas descubren o redescubren a Dios y salen transformadas.

Sin embargo, muchas de ellas no terminan de arraigar en parroquias o en movimientos eclesiales, bien por falta de compromiso o por exceso de individualismo, que tan habitual es en nuestra sociedad posmoderna (también en las parroquias). Otras, se unen a una comunidad, a un movimiento o a un servicio pero mantienen una mentalidad inmadura, de consumidor, y de poco avance espiritual. 

Disfrutan de una misma comida una y otra vez, pero con poco provecho y escaso desarrollo. Repiten un mantra una y otra vez (y muchos tópicos espirituales) sin saber lo que significa o el motivo por el que lo hacen. Y así, su vida espiritual se convierte en una espiral de repeticiones agradables pero carentes de verdadero sentido cristiano.

Tienen maravillosas experiencias de Dios, es cierto, pero son pasajeras. Se sienten muy cómodos y a gusto ejerciendo como buenos cristianos en un ambiente favorable y cómodo, pero por un tiempo limitado, con escaso crecimiento y con limitado compromiso.
Por ello, todos los que nos encontramos inmersos en estos métodos de primer anuncio nos enfrentamos ante el reto de dar respuesta al avivamiento de todas estas personas que llegan o que vuelven a la Iglesia para que sigan (sigamos) el camino y no desvíen (desviemos) la mirada de nuestro Señor. 

Indudablemente, todos estos métodos de evangelización mencionados anteriormente funcionan porque son obra de Dios, pero surge la gran pregunta de siempre: ¿y después qué? ¿qué debemos hacer a nivel individual y comunitario?

En mi opinión y por propia experiencia, lo primero que debemos plantearnos es cómo gestionar el fruto que estos métodos producen. Se trata de evitar la dispersión en experiencias de fin de semana, los activismos interminables, con escasos compromisos personales y comunitarios, y, en la mayoría de las ocasiones, con limitado o nulo crecimiento espiritual.

Creo que nos encontramos ante un momento de transformación parroquial donde sacerdotes y laicos debemos remar juntos y al unísono para generar nuevas y auténticas comunidades cristianas, que no se parezcan en nada a las existentes, de mucho cumplimiento y poco entusiasmo, de mucho pasado y poco futuro (por desgracia), y que recuperen el fervor y la unidad de las primeras comunidades cristianas.

Es preciso plantearse, de un modo serio, esta renovación parroquial y encontrar los procesos que la lleven a cabo de verdad, analizar los que funcionan y los que no, tanto de forma individual como comunitaria, estar pendientes a lo que el Espíritu Santo nos suscita y no a lo que, desde un razonamiento humano, nos parece que tenemos que hacer. 

Estoy hablando de discipulado, de formación, de compromiso, de servicio, de acogida...de discernir y comprender cuál es el rol que cada uno debe desempeñar dentro de la Iglesia y que, desde luego, no es un invento nuevo sino que lleva escrito más de dos mil años. 

Se trata de plantearse no tanto qué puede hacer la parroquia (o Dios) por mí sino qué puedo hacer yo por la parroquia (o por Dios). O mejor dicho...de preguntar: "Señor ¿qué quieres de mí?".
Como ya he mencionado en otros artículos, para construir comunidades cristianas auténticas, vivas, comprometidas y en continuo crecimiento es necesario que todas las personas que las integren tengan una misma visión, misión y pasión, un mismo corazón y un mismo espíritu. Algo que tampoco es nuevo ni original puesto que las iglesias cristianas del primer siglo tenían precisamente todo eso pero que, desgraciadamente, hemos perdido con el paso de los siglos.

Un cristiano que ha tenido un encuentro real con el Señor y que quiere ser un verdadero discípulo de Cristo, debe crecer y madurar en la fe, convertirse continua y diariamente, formarse en el discipulado, mientras se compromete en la comunidad y sirve en la misión.

Un verdadero discípulo tiene una identidad, un sentido de "pertenencia", de "corresponsabilidad" con una comunidad, grupo, carisma, espiritualidad o movimiento que le capacita para el compromiso y para priorizar lo importante.

Un auténtico seguidor de Cristo reza continuamente, vive eucarísticamente y camina escuchando la Palabra de Dios. No valen excusas ni pretextos para no crecer o madurar: el cristianismo es una forma de vida no un pasatiempo del que disfruto de vez en cuando.

Son sólo algunas ideas...hay más... pero, ante todo y lo primero que debemos preguntarnos ¿para qué hago lo que hago? ¿a quién sirvo? ¿a Dios y al prójimo? o ¿a mi mismo y a mi conciencia?

JHR


viernes, 23 de septiembre de 2022

DESPEDIDO DE EMAÚS: NADA NUEVO BAJO EL SOL

"Dame cuenta de tu administración,
porque en adelante no podrás seguir administrando"
(Lc 16,2)

El Evangelio de este domingo pasado mostraba la parábola del administrador infiel, un drama de rabiosa actualidad que me hizo reflexionar sobre mi vida de fe y sobre mi labor evangelizadora, concretamente, en los retiros de Emaús.

Durante la pandemia, los retiros de Emaús fueron duramente castigados, como el resto de los aspectos de nuestra vida material y espiritual. Muchos de ellos tuvieron que ser pospuestos o cancelados y otros, sufrieron importantes cambios de método y organización. 

Tras la vuelta a la "normalidad" (que de normal tiene poco o nada), los retiros de Emaús parecen haber dejado de tener la salud de antaño o quizás, parecen haber "perdido fuelle", o quizás, parte de su esencia. Desde entonces, cuesta bastante organizarlos como antes, es complicado encontrar servidores y caminantes, o al menos, a mi me cuesta un imperio "volver" como si hubiera perdido las ganas de perseverar.

Es como si Dios me dijera: "¡Para! ¡Déjalo! ¡Estás despedido! ¡Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando!". Sin embargo, como el administrador infiel, no trato de buscar excusas ni de poner objeciones sino que, incluso, reconociendo una cierta mala conciencia por mi derroche de talentos (porque el Señor lo conoce todo), me pongo a pensar o a idear variantes de los retiros, como si tratara de encontrar una "caja B" espiritual. 

Pienso: ¡Hay ser astutos y sagaces como son los "hijos de este mundo"! ¡Hay que buscar alternativas! ¡Hay que idear nuevas fórmulas para seguir con los retiros! ¡Hay que buscar una continuidad para garantizar mi apostolado porque "no me veo cavando, porque no tengo fuerzas, ni mendigando, porque me da vergüenza"!

Creo sinceramente que lo que nos sucede a muchos, es que nos ha entrado un cierto "mal de altura" o quizás, una cierta fiebre "amarilla": la "retiritis". Hemos caído en el "activismo" y seguimos empeñados en realizar una tarea de la que hemos sido despedidos. 

Es posible que, ante las alternativas que podamos ofrecer, el Dueño valore nuestra rápida aunque deshonesta respuesta, que aplauda nuestra astuta aunque inútil toma de decisiones o nuestra sagaz manera de intentar "salvar nuestro futuro como administradores de la viña"... pero no revocará su decisión: nuestro despido seguirá siendo efectivo.

Una vez despedidos, Dios nos dice: "Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas". Y yo me pregunto: ¿Qué quiere decirme el Señor? ¿A qué se refiere?
Estoy seguro de no encontrarme en una crisis existencial aunque, a veces, el aparente silencio de Dios parezca ocultarme su propia presencia. Es en Su Palabra, viva y eficaz, donde nuevamente me ofrece una secreta y reveladora epifanía.

Concretamente, en la lectura de ayer, Qohélet (el libro de Eclesiastés) reforzaba ese pensamiento crítico y me interpelaba: 
"¡Vanidad de vanidades! ¡todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todos los afanes con que se afana bajo el sol? Una generación se va, otra generación viene, pero la tierra siempre permanece. Sale el sol, se pone el sol...y vuelve a salir....gira  que te gira el viento, y vuelve el viento a girar. Todos los ríos se encaminan al mar, y el mar nunca se llena; pero siempre se encaminan los ríos al mismo sitio. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol. De algunas cosas se dice: 'Mira, esto es nuevo'. Sin embargo, ya sucedió en otros tiempos, mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos, y lo mismo pasará con los que vengan: sus sucesores no se acordarán de ellos."
Aunque ciertamente estas palabras pudieran parecer escépticas, pesimistas, fatalistas o catastrofistas, no me indican un mensaje desesperanzador ni de amargura infinita. El término Qohélet (de la raíz qabal que significa "reunir, convocar, congregar") no designa un nombre propio sino que se refiere a quien desempeña una función o tarea. 

Se refiere a cada uno de nosotros, a ti y a mi. Y aunque muchas veces no hayamos obrado legítimamente (conforme a la voluntad de Dios), aunque todos nuestros afanes parezcan ser inútiles, aunque toda nuestra fatiga al buscar e indagar "cosas nuevas" parezcan ser fútiles, aunque parezca que no hay recompensa, nos llama a reaccionar ante lo vano, lo vacío y lo inconsistente de nuestros pensamientos, aferrados a este mundo que "pasa" y que conduce a un final estremecedor para todos: la muerte. 

Hoy, el Señor continúa hablándome a través de Qohélet, en el "silencio a gritos" de Su Palabra: "Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo...¿Qué saca el obrero de sus fatigas? " 

De nuevo, me interpela: ¿Cómo puedo saber lo que tengo que hacer en cada momento? ¿Qué debo hacer con el tiempo que se me ha dado? La respuesta sólo la encontraré en Dios, que es quien da sentido a mi vida y a todo lo que me sucede.

Podría pensar ¿Qué saco de mis fatigas? ¿Es que todo lo que haga es inútil? ¿Es que nada produce fruto o recompensa? No se trata de resignarme ni de "arrojar la toalla". Sabedor de la eterna misericordia de Dios y testigo de la resurrección de nuestro Señor, tengo la certeza de que sí hay algo más después de esta vida, de que sí hay recompensa: eternidad.

Dios ha sembrado en la profundidad de mi alma y de mi corazón el deseo de eternidad. No tendría sentido vivir sólo para sufrir y morir. Por eso, tengo que encontrar sentido a cada momento y circunstancia de mi existencia. Necesito saber que mis acciones no están limitadas por el tiempo en este mundo, sino que tienen eco en la vida eterna.
El Señor, con su pedagógica y progresiva revelación, me exhorta a buscar mi propia santidad y la de otros, acompañando a las personas que han conocido su amor divino y que tienen gran necesidad de Él. Me llama a edificar una comunidad donde compartir la esperanza y donde formarme en la fe, en el conocimiento de Dios, hasta que alcance mi destino final y eterno en su presencia.

¡No imagino una vida sin Cristo! ¡Nada tendría sentido ni cabría esperanza alguna! ¡Todo sería vanidad de vanidades! ¡Estaría encerrado en una prisión esperando un fatal desenlace!

¡No! Dios no nos ha creado para la muerte. O como dice un amigo mío: "la muerte no es el final". ¡No lo es!

Por eso, seguiré buscando la gracia, la misericordia y el amor de Dios en la vida eucarística hacia la que me conduce el camino de Emaús. Seguiré con mi corazón en ascuas, "ganando amigos para Dios" allí donde estén, acogiendo a "los pobres en el espíritu" en mi parroquia, y junto a ellos, buscaremos sitio en las moradas eternas y no en las temporales. 

Porque "Nada hay nuevo bajo el sol". Lo nuevo está por encima, en el cielo, en la vida eterna.



JHR

viernes, 31 de julio de 2020

SERVIR A DIOS EN TIEMPOS DE PANDEMIA

"Marta, Marta, andas inquieta 
y preocupada con muchas cosas; 
solo una es necesaria." 
(Lucas 10,41)


Reflexionábamos en el post anterior Y el retiro...¿pa cuando? sobre cómo Dios, que ha permitido esta pandemia, nos llama a hacer silencio, a discernir y a escuchar Su voluntad en la oración, en los Sacramentos y en la Palabra. 

Dios no necesita que nosotros hagamos "cosas" para Él. Sólo quiere que estemos cerca de Él, que le amemos y le glorifiquemos

Sin embargo, en ocasiones, caemos en la tentación de nuestra lógica humana y creemos que Dios "nos necesita". Entonces, queremos "coger las riendas" y muchas veces, nos dividimos pensando cada uno la mejor solución. 

Como servidor de Emaús desde hace ya algunos años, he sido testigo de las abundantes gracias que el Espíritu Santo derrama en los retiros; de los milagros que Dios hace con todos nosotros; del maravilloso encuentro y diálogo íntimo con Dios en el Santísimo de un retiro; de cómo el amor de Cristo inflama nuestros corazones y transforma nuestras vidas.

Y también, he comprendido que Dios "quiere necesitarnos", quiere hacernos partícipes de su Amor y colaboradores de su Plan de salvación, quiere que seamos herramientas en sus manos. Pero porque Dios "quiere", no porque nosotros queramos o porque pensemos que Él nos "necesita".

El servicio a Dios

En tiempos de pandemia, servir a Dios no consiste en "coger las riendas", en "hacer o planificar cosas" ni en "pensar, organizar o decidir cosas" sino en escucharle como hacía María, y "no andar inquietos y preocupados con muchas cosas" como hacía Marta, "porque solo una es necesaria".

Nada de nuestro servicio a Dios puede ser producto de nuestras capacidades personales o de un "cristianismo aburguesado" de fin de semana, como decía Benedicto XVI. Tampoco pretender que nuestras obras sean eficaces, evaluadas y cuantificadas. Ese es el criterio del mundo. Tampoco manifestar nuestras opiniones personales o hablar de nuestros sentimientos sino para anunciar el misterio de Cristo. 

Si llenamos nuestro corazón de deseos, actividades, opiniones y sentimientos, no dejamos espacio en él para Dios.
Es tiempo de "contemplar" para realizar una aparente "inactividad" sin la cual no es posible seguir a Cristo. La contemplación da sentido y eficacia al servicio a Dios, convirtiendo éste en oración, en un "dejarse guiar" por el Señor, que conoce el pasado, el presente y el futuro.

Es tiempo de "arrodillarse" para penetrar en el misterio y aferrarnos al corazón de Cristo; para que se convierta en nuestra fuerza, nuestro sostén, nuestra seguridad. En palabras del cardenal Robert Sarah: "el cristiano es un hombre que reza".

Es tiempo de "mascarillas" para mantener nuestra boca tapada y que Jesús, como hizo con los dos discípulos, nos hable en una Lectio Divina por excelencia: "Cristo comentado por Cristo", "Cristo explicado por Cristo", "Cristo meditado por Cristo".

Es tiempo de "punteras blancas" porque sin la unión con Dios, cualquier iniciativa es inútil y, antes o después, terminamos abandonando las "cosas de Dios" para hacer "muchas cosas" o peor, para hacer "nuestras cosas".

Una llamada comunitaria

En estos tiempos de prueba, Cristo nos llama a ser Su Iglesia más que nunca: una comunidad que reza, que escucha y que medita. Un pueblo que vive los sacramentos con celo y devoción, que le da gloria y alabanza, y que persevera. 

En estos monumentos de incertidumbre, Dios nos llama a ser Su Iglesia tal y como la pensó: unida en la diversidad, caritativa en el compartir, acogedora con los más vulnerables, con los que más sufren, con los que más necesitan.

En estos momentos de inseguridad, el Señor nos llama a ser Su Iglesia de puertas giratorias: un cuerpo de discípulos misioneros que proclaman que Cristo vive. Pero no se trata sólo de salir, sino también de entrar para discipular. Discípulos que forman a otros discípulos, para que ellos también salgan y hagan más discípulos. 

Una llamada personal

En el capítulo 12 del Evangelio de San Lucas, Cristo nos da algunas claves sobre cómo los cristianos debemos actuar y nos dice:

"No tengáis miedo"
Dios nos anima y nos inspira coraje, repitiendo 366 veces la frase "a lo largo de su Palabra, porque Él todo lo puede y no se olvida de los suyos. 

Él está con nosotros, en medio de la pandemia, en medio de la tempestad, en nuestra barca, la Iglesia. sólo hay que escucharle.

"No os preocupéis haciendo planes"
Dios nos quita presión y nos dice que que no nos preocupemos sobre qué debemos decir o hacer "porque el Espíritu Santo nos enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir (o hacer)". 

Dios nos llama la atención a no hacer nuestros planes, a no inquietarnos ni agobiarnos por lo que no depende de nosotros, porque ni siquiera podemos "añadir una hora al tiempo de nuestra vida". 

"No confiéis en vuestras fuerzas"
Dios nos exhorta a "vender nuestros bienes y a dar limosna", es decir, a dejar a un lado nuestras ideas y seguridades, y entregarnos a los demás. Lo importante no son las ideas, las ganas o las intenciones que tengamos, sino el amor que mostremos. 

Pero también, nos dirige unas duras palabras: "Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?", para que no creamos que las cosas dependen de nosotros y que sabemos perfectamente lo que hay que hacer. 

"Estad preparados y alerta"
"Haceros bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón." Dios nos llama a tenerle como un tesoro en nuestro corazón. 

"Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas". Dios nos llama a formarnos en la fe y a prepararnos en el Amor, nos invita a estar atentos a lo que el Espíritu Santo nos suscite, estar vigilantes con el mal y siempre dispuestos a servirle allí donde nos llame.

Pero como en el relato de Emaús, antes de volver a Jerusalén para compartir la noticia, debemos estar más cerca de Cristo, aprender más acerca de Él, invitarle a que entre en nuestro corazón, reconocerle en los sacramentos y acompañar a los que han venido a Su casa, para que, juntos y en comunidad, perseveremos en la fe y crezcamos en el amor. 

Por ahora, sólo una cosa es necesaria: estar muy cerca de nuestro Señor. En esto consiste nuestro servicio a Dios. 

"Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, 
ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, 
ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura 
podrá separarnos del amor de Dios 
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor."
(Romanos 8, 35-39)


JHR

domingo, 26 de julio de 2020

Y EL RETIRO...¿PA CUÁNDO?

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"
(Lucas 24,5)

La pandemia que asola el mundo ha truncado todos nuestros planes humanos, todas nuestras expectativas. También, ha paralizado los retiros de Emaús, que se han visto suspendidos "sine die".

El virus nos ha colocado en una actitud muy similar a la de los dos discípulos de Emaús: Igual que ellos, hablamos de lo ocurrido. Incluso discutimos. Nos sentimos derrotados y desesperanzados. Nos sentimos desanimados y tristes. 

Nos quedamos paralizados ante nuestras pérdidas y nos cuestionamos: Y el retiro ¿pa cuándo? ¿cuándo tendremos un nuevo retiro "nuestro"? ¿cuándo podremos disfrutar de Jesús y de sus milagros otra vez?

Sin embargo, Jesús sale de nuevo a nuestro encuentro durante este "parón" en el camino, y nos dice: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras no vais de camino?
Y nosotros, sin reconocerle, le respondemos "Nosotros esperábamos seguir sirviendo a Jesús, el nazareno, poderoso en obras y milagros, ante Dios y ante el pueblo, en nuestros retiros de Emaúspero, con todo esto, ya estamos en el tercer mes desde que esto sucedió." 

Quizás sea que no tenemos ojos para verle o peor aún, que estamos ciegos. O quizás, sea que tampoco tenemos oídos para oír lo que Dios nos quiere decir. 

Ensimismados en nuestras pérdidas y en nuestra falta de retiros, amparados en un erróneo concepto de evangelización "activista" y confiados en una actitud "humana" de servicio a Dios, seguimos quejándonos: "ya estamos en el tercer mes y todavía no sabemos cuando podremos tener nuestros retiros".

Entonces, Jesucristo nos llama "necios y torpes", porque muchas veces hacemos las cosas sin entender el sentido, sin comprender la voluntad de Dios, que nos invita a escucharle en la Palabra de Dios. Es, en los momentos de angustia y de desesperación, cuando Jesucristo, el Verbo encarnado, nos abre los ojos y los oídos.

Jesús, Señor de la historia, nos explica en el Antiguo Testamento, en los Evangelios, en el Apocalipsis, todo cuanto ha de acontecer y nos invita a discernir los signos de los tiempos, diciéndonos: "El que tenga oídos, que oiga". 

Cristo nos llama a hacer una parada en el camino para discernir, para escuchar cuál es su voluntad y cómo debemos cumplirla. Nos exhorta a prestarle atención en la oración, y no tanto en una sala de testimonios. Al menos, no de momento. 

El Hijo del Hombre nos increpa y nos llama a buscarle en la Eucaristía, y no tanto en una casa de retiros. Al menos, no de momento.

Y nosotros ¿rezamos? ¿escuchamos lo que nos dice? ¿le invitamos a nuestra casa? o ¿seguimos empeñados en nuestra inercia de evangelizar a toda costa sin entender el propósito? ¿para qué un retiro, si no nos conduce a una conversión real a Cristo, a una vida eucarística, a una fe con sentido místico y sobrenatural, a un servicio a Dios interior? ¿tenemos que seguir  evangelizando a otros o es tiempo de hacer apostolado con nosotros?
Afirmamos "En verdad ha resucitado" pero quizás deberíamos preguntarnos ¿le vemos? ¿dónde le buscamos? ¿en nuestros recuerdos? ¿allí donde ya no podemos encontrarlo? 

Es entonces cuando los ángeles nos dicen: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Recordad cómo os habló cuando os dijo: Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más frutoVosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada'" (Lucas 24,1 y 5; Juan 15,1-5). 
Buscarle entre los muertos significa buscarle donde no podemos encontrarle, en retiros que, como el sepulcro, están vacíos. Dios nos llama a buscarle en nuestra vida interior y no tanto en una actividad externa.

Dios nos llama a servirle siempre y a todas horas, con independencia del modo en que lo hagamos. Porque sin vida interior, la vida exterior no tiene sentido. 

Jesús es la vid y el Padre es el labrador. Nosotros somos los sarmientos. Si no permanecemos en Cristo no podemos dar fruto. Sin Dios no podemos hacer nada. Tampoco retiros.

Es tiempo de escucha y de discernimiento. 
Dios nos dirá, de nuevo y a su tiempo, lo que debemos que hacer.


miércoles, 22 de enero de 2020

EMAÚS ES SÓLO EL TRAILER

Resultado de imagen de trailer oficial de una pelicula

Comienza el año y con él, los retiros de Emaús, en los que las personas se encuentran cara a cara con el amor de Dios. 

Tras un fin de semana intenso, es muy habitual escuchar: "Emaús me ha cambiado la vida". Y ahí nos quedamos. A menudo, magnificamos el método y confundimos el medio con el fin. Mezclamos proceso con propósito. Y, por desgracia, para muchos, el fin de semana es el principio y el fin. Y estoy de acuerdo con un amigo mío, que dice: "No sólo de Emaús vive el hombre".

Sin embargo, en sí mismo, Emaús no te cambia la vida. Es cierto que la Gracia que se derrama te interpela a revisar tu vida, cómo la has vivido, cómo la vives y cómo la quieres vivir, pero cambiar, no la cambia. Lo que ocurre es que, tras el retiro, la miras desde otra perspectiva. Emaús sí provoca un "antes" y un "después". Y sobre todo, debe provocar un "después". 

A esto
es a lo que me refiero. Porque Emaús no es más que un "tráiler" que nos anticipa algo, es un avance de lo que Dios nos tiene preparado. Es una sinopsis, un resumen, pero... no es la película. Repito: no es la película. 
Sin duda, como tráiler que es, se trata de una herramienta importante y necesaria de promoción y difusión del "gran largometraje". 

Un tráiler moviliza a las personas a que vean una determinada película. Ofrece una visión parcial sobre la película y desarrolla una estrategia para llegar al público objetivo al que va dirigido, promocionando algunos aspectos de la historia. 

El realizador (que se llama Espíritu Santo) consigue que el público (nosotros) intuyamos la trama de la película (el plan de Dios), nos presenta al actor principal (Jesús), nos anuncia el tema de la película (el amor), nos emociona con una música maravillosa (la Gracia), nos entusiasma (corazón en ascuas) y nos anima a verla completa (a comprometernos con Dios). 

Emaús es un tráiler atractivo que acapara la atención del espectador. Primero, porque apenas se cuenta nada y segundo, una vez en el retiro, porque la acción se desarrolla "in crescendo", de menos a más. Comienza de manera tranquila para acabar de forma "espectacular".

Es un tráiler donde las frases más impactantes y emblemáticas son narradas por un "relator" (Cristo), que nos explica las "escenas" mas importantes de la película (las Escrituras) y que nos interpela con "arengas contundentes" ("qué necios y qué torpes") que traspasan el alma. 

Entonces, le invitamos a nuestra casa (vida), y de invitado, pasa a ser anfitrión, invitándonos a participar con Él en la película (la Eucaristía). 

Es un tráiler intenso pero breve, con una música (el servicio a los demás) que nos cautiva pero que no es la banda sonora completa, con escenas impactantes (testimonios) que nos acercan a la trama de la película, pero no es la película. 

Una vez que has visto el tráiler, eres tú quien decide ver la película o no, comprometerte o seguir con "tus cosas" Y esa decisión libre y personal es la que realmente te hace cambiar de vida. Así actúa el cielo. Así lo quiere Dios.

Es tu disposición a indagar más y más en las escenas que has visto, tu compromiso de avivar el amor que has sentido, tu deseo de conocer más al Protagonista a quien has descubierto, tu interés en ahondar en la gracia que has recibido, la que te conduce a apasionarte por querer participar y disfrutar de la película. 

Si el tráiler es fantástico, la película está por descubrir. No sólo es mucho más extensa, no sólo tiene una banda sonora completa, no sólo hay más actores, sino que si decides verla hasta el final, entenderás toda la "trama".

Emaús no te cambia la vida. Cuando decides libremente ser parte de la película, entonces, Dios actúa poderosamente en ti, te sientes profundamente amado y acompañado, y se produce la transformación. Es la película misma la que cambia tu forma de ver y pensar. Y entonces, tu vida cambia.


JHR

jueves, 28 de febrero de 2019

EL ANTES, EL DURANTE Y EL DESPUÉS DE UN RETIRO


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"Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré." 
(Mateo 11, 28)

Anunciar y proclamar a Dios es la misión de todo católico. La evangelización es el mandato de Jesucristo a sus discípulos y la razón de ser de la Iglesia y por ello, a lo largo de toda su historia, ha cambiado la vida de millones de personas evangelizando "hasta los confines del mundo", anunciando a Jesucristo y proclamando su mensaje de amor y salvación.

Sin embargo, el anuncio de este acontecimiento, de esta gran noticia, se ha
 descuidado en los últimos tiempos. A veces, porque se anuncia sin ganas; otras, sin saber bien qué se anuncia; y casi siempre, sin conocer lo que implica.

Quizás por eso, hay momentos en la vida en que es necesario pararse para lograr un nuevo despertar o fortalecimiento de nuestra fe y encauzar nuestro camino, hacia un encuentro con nuestro Señor.

Son momentos en los tomamos consciencia de nuestras necesidades espirituales, en los que nuestros ojos miran al cielo y nuestra existencia se funde con la de Dios. Es cuando nos encontramos a Dios, le reconocemos y compartimos la mesa.

Muchas veces vamos por la vida a todo tren, como "pollos descabezados". Nos vemos arrastrados de un lado para otro por las situaciones y las circunstancias. ¡Siempre con prisas! ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida?... ¡Alto! Necesitamos quietud, silencio, escucha, paz y vida interior intensa. 

El sentido de un retiro es pararse a pensar con calma en lo importante, mirar primero hacia el cielo, encontrar a Dios, para volver la mirada hacia el suelo y poner un poco de orden en las ideas. Familia, trabajo, vida, amistades... ¿Está todo en su sitio? ¿Tenemos que cambiar algún aspecto de nuestra vida?

Un retiro hace realidad ese "milagro" de un encuentro íntimo con Dios, proponiéndonos esa pausa que necesitamos en el "ruido diario", para encontrar un momento de descanso y paz, para conocerse a uno mismo y conocer lo que Dios quiere decirnosPara lograrlo, trato de tener en cuenta varias cosas:

Antes de un retiro

La evangelización nunca depende de mi esfuerzo humano. Tampoco un retiro se basa en un desenfrenado activismo que me mantiene demasiado ocupado como para no poder rezar antes. Porque todo es obra de Dios“Muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria…” (Lucas 10, 38).  

Debo tener en cuenta, como dice la encíclica Evangelii Gaudium, que "Jesús es el primero y más grande evangelizador". Y aunque, por puro amor, Dios quiere hacerme partícipe de su obra salvífica y me pide una entrega generosa y desinteresada, no debo caer en el error de entenderlo como un acto heroico y personal o como una necesidad que tiene Dios de mí. La obra es suya, a pesar de que me llama a colaborar con Él. 

Imagen relacionadaNo obstante, saber que todo es obra de Dios no puede servirme como excusa para no hacer nada. A veces, incluso apelo al ¡Me encomiendo a Dios! o ¡Dios proveerá!. Sin embargo, esta también es una actitud incorrecta que me coloca siempre en una zona de confort egoísta y perezosa

Por supuesto que Dios proveerá. De hecho, ya lo hizo cuando me regaló capacidades y talentos, corazón y voluntad para contribuir a su obra. Pero, debo tener mucho cuidado para que no me pase lo que al siervo que enterró sus talentos (Mateo 25, 14). Debo ponerme manos a la obra porque Dios no obra en mi pasividad, sino en mi actividad. 

Todo retiro debe empezar siempre por la oración, que es el medio por el cual Dios actúa, dándonos la fuerza y la capacidad para obrar cuando se la pedimos. Recordemos lo que decía de San Agustín: “Dame, Señor, lo que me pides, y pídeme lo que quieras”.

Tras la oración, debo tener una conversión personal, una adecuada formación y sobre todo, una relación personal e íntima con Jesús, es decir, vida interior. Sólo así es posible evangelizar. Sólo así es posible poder compartirle con otros.

Si mi corazón no arde por el amor de Dios en mi vida, no podré hacer que el corazón de otros se incendie. Como dice el Papa Francisco: “Si en nuestro corazón no existe el calor de Dios, de su amor, de su ternura, ¿cómo podemos nosotros, pobres pecadores, enardecer el corazón de los demás?” (Homilía 13 Septiembre 2013).

Imagen relacionadaOtro gran error, es la falta de coherencia: decir una cosa y hacer otra. Sin un testimonio de vida coherente, no puedo evangelizar. La evangelización exige una vida coherente. Sin coherencia de vida, el mensaje no sólo no es creíble o no llega, sino que incluso genera rechazo. Y, sobre todo, si no me dejo guiar por la gracia de Dios, no podré ser nunca luz del mundo.

Desde luego, ninguno somos perfectos cristianos (yo, tampoco) pero no se trata de cuidar las apariencias como fariseos y llevar una doble vida como sepulcros blanqueados. Se trata de ser auténtico, de mostrarme sin doblez, sin máscaras, de ser sincero con Dios, conmigo mismo y con los demás. 

Durante un retiro

Además de todo lo anterior, durante el retiro es necesario ser cuidadosos para que, tanto servidores como líderes, seamos capaces de llevar a las personas a un encuentro real con Jesús.

Si soy servidor, debo:

Resultado de imagen de servidor y lider- Lo primero, orar para dejar que Dios me suscite lo que quiere de mí y abandonarme en sus manos, para servirle como Él quiere, en lugar de como a mí me apetece.

-Servir con alegría, en lugar de hacerlo  con "cara de acelga", a desgana o con "peros".

Acoger, escuchar y ayudar a todos los demás, en lugar de intentar "convencer" o "contar mi película".

-Ponerme a disposición de los demás con obediencia y humildad.

Si doy testimonio, debo:

- Exponer mi mensaje de una forma sencilla, clara y cercana, desde el corazón, con valentía y con fuerza, en lugar hacerlo de forma aburrida y tediosa, leyendo en exceso, o relatando sólo hechos… 

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- Testimoniar cómo Dios ha obrado y obra en mi vida, en lugar de hablar de otros temas o "enrollarme" demasiado.

- Proclamar y servir a Di
os con mi ejemplo de vida, con mi testimonio personal.

- No ser demasiado elevado o demasiado infantil, con lo que solamente busque hacer llorar o hacer reír.

- Enfocarme sólo en anunciar y participar en el plan de Dios, en lugar de buscar la aprobación o el beneplácito de mi audiencia.

- Tener muy presente que tanto el contenido (el qué) como la manera de decirlo (el cómo) tienen una importancia vital para llegar a los corazones de quienes me escuchan.



Si soy líder, debo:

- Orar cualquier decisión o dificultad y ponerme a disposición de la gracia.

Resultado de imagen de liderar-Estar más pendiente del amor con el que hago todo en lugar de preocupados en cómo se deben hacer las cosas.

- Liderar con caridad, con generosidad y humildad.

- Escuchar atentamente, acoger a todos con sinceridad y honestidad, tanto hacia los servidores como a los asistentes.

- Considerarme el primero y el último de los servidores.


Después del Retiro

Tras el retiro, no podemos bajar la guardiaDebemos seguir acogiendo y acompañando a las personas que se han encontrado con Dios. Toda la gracia derramada en un retiro puede echarse a perder una vez que haya concluido, si pensamos que el fin último es el retiro.

Es importante dar
 seguimiento al retiro. Si lo vivido en el retiro no arraiga, se seca. Recordemos la parábola del sembrador (Mateo 13, 1-9). Nuestro servicio al Señor incluye el llamado al crecimiento y madurez en la fe, según nos dice la Escritura: "enseñándoles a observar todo lo que os he mandado" (Mateo 28,20).
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Por tanto, mi servicio a Dios antes, durante y después de un retiro debe estar dirigido también a construir un camino de formación y de maduraciónPor eso, debo tomarme muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene para ella. (Evangelii Gaudium, No. 160).

También,
es debo dar a conocer las dificultades que nos vamos a encontrar al salir de un retiro y mostrar cómo perseverar. El mundo sigue girando y los problemas no se han esfumado después de un retiro. Siguen ahí pero debemos tener presente y explicarles a los demás que Dios está con nosotros siempre, y eso es lo que hace la diferencia de una nueva vida con los problemas del mundo: “Sólo el que persevere hasta el fin se salvará” (Mateo 10,22).

Como conclusión, a mi me ayuda mucho tener muy presente un pensamiento que me acompaña siempre que sirvo a Dios y a los demás: "Dios no elige a los capacitados sino que capacita a los que elige".

No obstante,
 Dios también quiere que seamos responsables con la tarea que nos encarga. Nos invita a cooperar con Él y dar lo mejor de nosotros para poder compartir este regalo con los demás, con la alegría y toda la fuerza que viene de su Espíritu Santo que nos impulsa ( 1 Juan 1, 1).


viernes, 18 de enero de 2019

EVANGELIZAMOS ¿EN MODO BABEL O MODO PENTECOSTÉS?

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Durante cinco años dedicado a la evangelización, he podido observar que, a menudo, cometemos y repetimos algunos grandes errores. 

A veces, proclamamos a Jesucristo por motivos que tienen poco o nada que ver con el amor: lo hacemos por inercia, porque es "lo que toca", por rivalidad, por aumentar el número de personas y el prestigio de una parroquia, etc. 

Otras, realizamos esfuerzos estériles motivados por un activismo desaforado y vacío de contenido, cuyo único interés camina hacia la búsqueda ansiosa de ser valorados o admirados. Se trata, sin duda, de una "evangelización en espiral".

¿Por qué digo esto?

Porque con demasiada frecuencia, nos "activamos" (o incluso nos "hiperactivamos"), nos "movilizamos" y "montamos" métodos evangelizadores con excesiva precipitación, "como si no hubiera un mañana", y luego pretendemos decirle a Dios que nos de su beneplácito. 

Nos perdemos en una espiral evangelizadora que gira alrededor del activismo, alejándonos del verdadero sentido de la misión que Cristo nos encomendó. Y así...no. Así no podemos llevar almas a Dios. Así no podemos servir a Dios y al prójimo.

El verdadero estilo de vida de los cristianos es el servicio, que nos hace estar abiertos y disponibles, amar a Dios y al prójimo, y trabajar con entusiasmo por el bien común. 

Si nuestro servicio a Dios está basado en la búsqueda de una recompensa, de un aplauso o de un halago, vano es nuestro esfuerzo. 

Si nuestra labor evangelizadora pretende recibir una especie de "fuerza mágica" con la que satisfacer nuestras necesidades, vano es nuestro afán.

Si nuestro apostolado se reduce a hacerlo "de vez en cuando" o "cuando nos viene bien", o si se ciñe a  hacerle un hueco a Dios en nuestra agenda o a darle un porcentaje de nuestro tiempo o de nuestro esfuerzovano es nuestro empeño.

Servir e
s imitar a Cristo, que se hizo servidor por amor a nosotros. Se trata de vivir sirviendo 

Si pensá
ramos (aunque sólo fuera por un instante) que Dios es nuestro único público, deberíamos preguntarnos: ¿por qué queremos evangelizar? ¿Por qué queremos servir a Dios y al prójimo? El "por qué" es casi tan importante como el "qué" para purificar nuestras intenciones con oración, humildad y amor a Dios.

San Pablo pone de manifiesto que se puede anunciar a Cristo por motivos no precisamente
buenos y rectos: "Algunos predican a Cristo por espíritu de envidia y competencia,… por rivalidad" (Filipenses 1,15-17). 

Hay dos fines fundamentales por los que podemos predicar a Cristo: o por nosotros mismos, o por Cristo. Consciente de esto, el Apóstol declara solemnemente: "No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo" (2 Corintios 4,5).

Por eso, yo planteo la cuestión: ¿servimos en modo Babel o en modo Pentecos
tés?



Babel o Pentecostés

Para ilustrar estos dos fines, fijémonos en la antítesis entre Pentecostés y Babel. ¿Por qué en Babel las lenguas se confunden y nadie entiende nada, si hablan la misma lengua, mientras que en Pentecostés todos se entienden, aun hablando lenguas distintas? ¿Por qué en Babel se dispersan y en Pentecostés se unen?

Al leer el relato en Génesis 11, 3-4, advierto una particular forma de ilustrar el activismo de los babilonios cuando, para escenificar esa "puesta en acción", comienza siempre las frases con un "Ea": "Ea, hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego"."Ea, edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo" .
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Sin embargo, si continuamos el relato, descubrimos que la finalidad de este activismo, de este "ea" de los constructores de la torre de Babel era erigir un templo "a" Dios, pero no "para" Dios. Lo construyen para hacerse famosos, para su gloria. Instrumentalizan a Dios. 

A la vez, su espíritu era de lucha, rivalidad y competitividad (¿nos suena?). Otra vez la rebelión a Dios y el deseo de "querer ser como Dios". A causa de este orgullo rebelde, nadie es capaz de entender a nadie, cada uno va "por su cuenta". Y así, Dios les confunde y les dispersa (Génesis 11,4-9). 

Resultado de imagen de espiritu santo en nuestras vidasEn cambio, en Pentecostés todos entienden a los apóstoles porque ellos "proclaman las grandes obras de Dios" (Hechos 2,11). No se proclaman a sí mismos, sino a Dios. Se han convertido radicalmente. Ya no discuten quién de ellos es el más grande, sino que están preocupados sólo de la grandeza y de la majestad de Dios. Están como borrachos, "ebrios" de su gloria. Éste es el secreto de esa conversión en masa de tres mil personas. Por eso, los asistentes en Pentecostés "sintieron que les traspasaba el corazón". 
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Así pues tenemos dos opciones donde situar la evangelización:

Si nos colocamos en "modo Babel", pretendiendo "alcanzar el cielo" y trabajando para hacernos famosos, o para hacer famoso a nuestro método, o para competir con otros cristianos, o para rivalizar con otros movimientos o parroquias, nos confundiremos, nos dividiremos más entre nosotros y nos dejaremos consumir por el espíritu de competición y de rivalidad.


Resultado de imagen de recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotrosSi nos colocamos en "modo Pentecostés", trabajaremos para la gloria de Dios, le tendremos como único público y anunciaremos su gran mensaje de amor con espíritu de humildad y de obediencia. Entonces, todos nos escucharán, las personas sentirán como el Espíritu de Dios traspasará sus corazones. Construiremos la torre que llega hasta el cielo, que es la Iglesia. Una torre "para" Dios.


Así, con una actitud humilde y obediente, la tentación mundana jamás podrá embaucarnos para rivalizar con otros o con Dios, ni el "espíritu del mundo" podrá seducirnos con halagos o alabanzas para buscar nuestra gloria personal, porque como Jesús dijo: "¡Yo no busco mi gloria!" (Juan 8,50). 

Hagamos nuestras estas palabras y meditémoslas repetidamente en nuestros corazones. Hagamos de ellas, nuestra jaculatoria particular, una especie de grito de guerra que haga temblar y retorcerse al mismo Satanás, el orgulloso:"¡Yo no busco mi gloria! ¡Yo no busco mi gloria!".


¡Gloria a Dios! ¡Sólo a Dios!