¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 11 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): LO QUE DIOS HA UNIDO QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE

"Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre"
(Mateo 19,12)

Algunos creen que el divorcio es un invento del siglo XX...pero no es así. El pueblo de Israel tenía la opción del divorcio debido a su "dureza de su corazón", aunque "en el principio no era así": el matrimonio es la unión indisoluble entre hombre y mujer en su constitución originaria divina.

El matrimonio judío era un acuerdo de conveniencia entre tribus, clanes o familias, en el que rara vez se conocían los novios. Y así, si el contrato no resultaba “rentable” o "satisfactorio", podía deshacerse mediante el "repudio" (rechazo) a la mujer, una voluntad unilateral del hombre sin necesidad de argumentos ante el Sanedrín (Deuteronomio 24,1). 

Hoy, muchos matrimonios son también uniones de conveniencia (social, económica, etc.) y, aunque, las parejas sí se "conocen" antes de casarse, lo cierto es que cualquier excusa es válida para rescindir el contrato sin más explicaciones. El divorcio sigue siendo una opción para el hombre, quien separa lo que Dios ha unido en el principio, por la dureza de su corazón.

La idea de Dios acerca del matrimonio tiene que ver con Su proyecto original y eterno para el hombre: una alianza sagrada e indisoluble de fidelidad para toda la vida. Hemos sido creados para la comunión entre hombre y mujer, y como "una sola carne" para la comunión entre hombre y Dios.

El matrimonio es un proyecto de amor de Dios para el hombre que el pecado rompió, convirtiendo las relaciones en una cuestión de libertad individual, egoísta e interesada: elegimos una opción y si no funciona, la desechamos y la cambiamos por otra. 
Es la arrogancia, la terquedad, la dureza de nuestro corazón y la falta de docilidad a la gracia de Dios lo que nos convierte en seres infieles por decisión propia, que no por naturaleza, y buscamos "sustitutos". También, en nuestra relación con el Creador. Es la historia de una libertad mal entendida y mal ejecutada, por la que el hombre "decide" vivir sin Dios y pretende "ser Dios".

En el fondo, el orgullo hace morir el amor, amparándose en excusas como la rutina, la exigencia de la convivencia, la decepción en las expectativas o simplemente, porque "ya no funciona". Ocurre en las relaciones entre las personas, y en la relación entre los hombres y Dios.

Somos tercos para aceptar el desierto por el que, a veces, tenemos que transitar para purificarnos y alcanzar la tierra prometida...y murmuramos contra Dios. 

Somos vanidosos para aceptar abandonarnos a Su voluntad, perseverar en la prueba. Preferimos fabricarnos "becerros de oro". 

Somos negligentes para aceptar el plan de Dios y nos buscamos uno propio a la medida de nuestros deseos o comodidades.

Dicen que "la rutina es el sepulcro del amor". Sin embargo, el Señor todo lo hace nuevo, y somos nosotros los que convertimos todo en inercia. Dios nos une y nosotros nos separamos. Dios se hace presente en medio de nuestra vocación matrimonial y nosotros le eliminamos de la ecuación.

Entonces, "¿trae a cuenta casarse?" preguntan los discípulos. Jesús responde que existe otra vocación: la de la virginidad por el reino de los cielos. Está hablando del sacramento del sacerdocio y del orden consagrado. Y afirma: "No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don". El don del orden consagrado sólo lo entienden aquellos a quienes les ha sido dado. Es también una llamada de Dios a la comunión con Él, con otras características.

La cuestión es tener o no tener a Dios en nuestras vidas. Sólo su gracia nos basta para superar cualquier dificultad y cualquier prueba. El amor que une al hombre y a la mujer, y al hombre con Dios viene de Dios. Sin Él, nuestro matrimonio (con el cónyuge o con Dios) está condenado al fracaso...y nuestra vida también.

Para Dios no hay nada imposible. El matrimonio no es un camino de rosas...igual que el seguimiento a Cristo tampoco lo es, pero sólo el Señor es el vínculo perfecto para mantener la unión, la paz y la felicidad en la comunión. 
¿Confío en Dios y dejo que guíe mi vida, gobierne mi matrimonio y fortalezca mi fe? o ¿le tiento, le pongo a prueba y quiero decidir por mí mismo lo que está bien o mal? 
¿Cojo el fruto del árbol de la Vida? o ¿el del árbol del conocimiento del bien y del mal? 
¿Repudio a mi mujer? ¿Repudio a Dios?

viernes, 13 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): UNA UNIÓN INDISOLUBLE

"Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" 
(Mateo 19,12)

Algunos creen que el divorcio es un invento del siglo XX...pero no es así. El pueblo de Israel tenía la opción del divorcio debido a su "dureza de su corazón", aunque "en el principio no era así": el matrimonio, es decir, la unión entre hombre y mujer es indisoluble en su constitución originaria divina.

El matrimonio judío era un acuerdo de conveniencia entre tribus, clanes o familias, en el que rara vez se conocían los novios. Y así, si el contrato no resultaba “rentable” o "satisfactorio", podía deshacerse mediante el "repudio" (rechazo) a la mujer, una voluntad unilateral del hombre sin necesidad de argumentos ante el Sanedrín (Deuteronomio 24,1). 

Hoy, muchos matrimonios son también uniones de conveniencia (social, económica, cómoda, etc.) y, aunque, las parejas sí se "conocen" antes de casarse, lo cierto es que cualquier excusa es válida para rescindir el contrato sin más explicaciones. El divorcio sigue siendo una opción para el hombre, quien separa lo que Dios ha unido.

La idea de Dios acerca del matrimonio tiene que ver con Su proyecto original para el hombre: una alianza sagrada e indisoluble de fidelidad para toda la vida. El matrimonio es un proyecto de amor de Dios para el hombre, que el pecado rompió, convirtiendo las relaciones en una cuestión de libertad individual, egoísta e interesada: elegimos una opción y si no funciona, la desechamos y la cambiamos por otra. 
Es la arrogancia, la terquedad, la dureza de nuestro corazón y la falta de docilidad a la gracia de Dios lo que nos convierte en seres infieles por decisión propia, que no por naturaleza, y buscamos "sustitutos". También, en nuestra relación con el Creador. Es la historia de una libertad mal entendida y mal ejecutada, por la que el hombre "decide" vivir sin Dios y pretende "ser Dios".

En el fondo, el orgullo hace morir el amor, amparándose en excusas como la rutina, la exigencia de la convivencia, la decepción en las expectativas o simplemente, porque "ya no funciona". Ocurre en las relaciones entre las personas, y en la relación entre los hombres y Dios.

Somos tercos para aceptar el desierto por el que, a veces, tenemos que transitar para purificarnos y alcanzar la tierra prometida, y murmuramos contra Dios. Somos vanidosos para aceptar abandonarnos a Su voluntad y perseverar en la prueba, y preferimos fabricarnos "becerros de oro". Somos negligentes para aceptar el plan de Dios y nos buscamos uno propio a la medida de nuestros deseos o comodidades.

Dicen que "la rutina es el sepulcro del amor". Sin embargo, Dios todo lo hace nuevo, y somos nosotros los que convertimos todo en inercia. Dios nos une y nosotros nos separamos. Dios se hace presente en medio de nuestra vocación matrimonial y nosotros le eliminamos de la ecuación.
Los mandamientos de Dios son muy claros y no admiten "peros": No mataras...No cometerás actos impuros (adulterio). Jesús también es firme: "Yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— y se casa con otra, comete adulterio" (Mateo 19,9). Por tanto, no hay excusa válida a los ojos de Dios para solicitar una separación, un divorcio o incluso, una nulidad (aunque la Iglesia tiene el poder de otorgarla según Mateo 18,8), como tampoco la hay para acabar con una vida, sea por el motivo que sea. Es palabra de Dios.

La cuestión es tener o no tener a Dios en nuestras vidas. Sólo su gracia nos basta para superar toda dificultad y toda prueba. El amor que une al hombre y a la mujer viene de Dios. Sin Él, nuestra vida está condenada al fracaso...y nuestro matrimonio también.

Para Dios no hay nada imposible. Y, personalmente, doy fe de ello: mi matrimonio no es un camino de rosas...igual que mi seguimiento a Cristo tampoco lo es, pero sólo el Señor es el vínculo perfecto para mantener la unión, la paz y la felicidad en una relación. Sin Cristo en mi vida, mi matrimonio habría fracasado y mi vida también.
La cuestión es...¿confío en Dios y dejo que guíe mi vida, gobierne mi matrimonio y fortalezca mi fe? o ¿le tiento, le pongo a prueba y quiero decidir por mí mismo lo que está bien o mal? 

¿Cojo el fruto del árbol de la Vida? o ¿el del árbol del conocimiento del bien y del mal? 

¿Repudio a mi mujer? ¿Repudio a Dios?

viernes, 14 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (14)

"No son dos, sino una sola carne" 
(Mateo 19, 3-12)

Dios, en el principio, crea de dos seres, hombre y mujer, uno sólo, y de uno sólo hace dos, de forma que el uno descubre en el otro un segundo “yo-mismo”, un 'complemento", sin por ello, perder su personalidad, sin confundirse con el otro, sin superioridad del uno sobre el otro.

Este “principio” muestra cuál es la primera identidad humana, nuestra primera vocación y la voluntad inicial de Dios.

Sin embargo, los hombres de todos los tiempos han querido plantear la pregunta sobre el divorcio para poner a Dios a prueba, para rechazar la visión integral del hombre dada por el Creador en el "principio", para sustituirla por concepciones parciales y tendencias actuales, amparándose en su libertad de elección.

La respuesta que Cristo dio a los fariseos (y a nosotros hoy) exige que el hombre, varón y mujer, decida sobre sus propias acciones a la luz de la verdad integral y originaria para vivir una experiencia auténticamente humana: "Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre".

Es nuestra dureza de cerviz y nuestro corazón de piedra las que nos inclinan a "querer ser Dios" y a decidir cambiar esa idea original por una "nuestra", por una opinión propia de cada uno.

La Encarnación (y la redención que brota de ella) es también la fuente definitiva de la sacramentalidad del matrimonio (y del sacerdocio). Cristo se une a la Iglesia y la hace "Una, en un sólo cuerpo, un solo espíritu".

Sin embargo, de nuevo, el hombre quiere decidir, y "repudia" a la Esposa para ir a buscar otra que la satisfaga más.
¡Cuántas veces obviamos el significado esponsalicio del cuerpo, su dimensión plena y personal en el Sacramento del matrimonio! 

¡Cuántas veces, por conveniencia, egoísmo y utilitarismo, vaciamos el sacerdocio de su sentido sagrado y de su propósito original, cuestionando la virginidad y el celibato!

Cristo nos llama la atención para que comprendamos que el camino del sacramento del matrimonio y del sacerdocio es el camino de la “redención del cuerpo”, que consiste en recuperar la dignidad perdida y la comunión plena con Dios.

Dios jamás "da puntadas sin hilo".

JHR