¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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jueves, 13 de febrero de 2020

NEGAR LA COMUNIÓN A QUIEN SE ARRODILLA

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"Dios le exaltó sobremanera 
y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre, 
para que al nombre de Jesús 
doblen su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo,"
 (Flp 2,9-10)

En alguna desagradable ocasión, he sido testigo de la negación por parte de algún sacerdote a dar la comunión a quien se arrodilla, y sinceramente, creo que estas situaciones hacen un flaco favor a la Iglesia y a la confianza de los fieles en sus sacerdotes. 

Pudiera ser que el cura que se niega a darle la comunión a una persona que se arrodilla para recibirla, pueda creerse legitimado para actuar así porque piense que quien se arrodilla es un rigorista, un fariseo o alguien que se considera mejor cristiano que los demás. ¡Qué absurdo! 

Si el sacerdote piensa esto, no sólo está faltando a la caridad pastoral que se le supone, sino que él mismo está cometiendo un pecado: juzgar a la persona. Y Cristo es tajante en esto: “No juzguéis y no seréis juzgados” (Lc 6, 37 – 42). 

Creo que sería conveniente decirle que, aparte de abstenerse de juzgar, debería saber que quienes nos arrodillamos para recibir la comunión, más que fariseos o soberbios, somos cristianos que nos consideramos pecadores e indignos de estar de pie delante del Dios hecho hombre. 
Y asegurarle, por supuesto, que quienes obramos así, ni "juzgamos" a quienes no lo hacen así ni "obligamos" a nadie a hacerlo de este modo. 

Habría que dejarle muy claro que quienes nos arrodillamos y recibimos a Cristo en la comunión eucarística en la boca somos totalmente conscientes de dónde estamos y a quién estamos recibiendo, y por ello, lo hacemos como muestra del más absoluto respeto, reverencia y sumisión al Señor.

También sería conveniente recordarle que muchos santos, beatos y hombres de Dios (como el padre Pío, entre otros), o incluso Papas (como San Juan Pablo II) recibieron siempre a Cristo de rodillas y en la boca, a riesgo de que pudiera insinuar que todos ellos incurrieran en un fariseísmo reprobable.

Santa Margarita María Alacoque contó que Jesús le dijo: "Me entristecen las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor”.

Benedicto XVI escribió que "El fiel que quiere recibir la comunión de rodillas y en la boca tiene todo el derecho a hacerlo. Negársela por el hecho de que 'a mí me parece que no corresponde' o, 'a mí no me gusta por ser una actitud farisaica' no es en absoluto un acto de caridad pastoral."
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El Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, el Cardenal Robert Sarah, invita de forma clara y directa a todos los católicos a recibir la Sagrada Comunión en la boca y de rodillas: “Jesús sufre por las almas de aquellos que lo profanan, por quienes derramó su Sangre que tan miserable y cruelmente desprecian. Pero Jesús sufre más cuando el don extraordinario de su Presencia Eucarística divina-humana no puede traer sus efectos potenciales a las almas de los creyentes. Y así podemos entender que el ataque diabólico más insidioso consiste en tratar de extinguir la fe en la Eucaristía, sembrando errores y fomentando una forma inadecuada de recibirlo".

Negarle al fiel la posibilidad de comulgar de rodillas y en la boca es un acto de autoritarismo y despotismo del sacerdote, un atentado al derecho de los fieles y un incumplimiento de las leyes de la Iglesia, quien concede al fiel la posibilidad de comulgar de esa manera:

"Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos, con la confirmación de la Sede Apostólica. Así pues, no es lícito negar la Sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie" (Redemptionis Sacramentum, números 90 y 91).
 
"Cuando comulgan de pie, se recomienda hacer, antes de recibir el Sacramento, la debida reverencia" (Instrucción General del Misal Romano, número 160).

Así pues, los ministros ordenados o los ministros extraordinarios de la comunión nunca deben imponer a los fieles ninguna manera de comulgar. Y menos, negársela.

La única razón para negar la comunión a un fiel es si éste no vive en gracia de Dios o cuando quiere recibir el Cuerpo del Señor en un modo no autorizado o inapropiado.  Y siempre conviene hacerlo después y en privado. Pero arrodillarse ante nuestro Dios hecho Hombre, no merece semejante maltrato, desprecio y escarnio público.

Por lo tanto, si un sacerdote se niega a dar a alguien la comunión cuando se arrodilla para recibirla, debe saber que es un insensato y que actúa a título personal y no en nombre de la Iglesia. 

Si te es negado tu derecho, reclámalo. Si aún así, te lo niegan, puedes presentar una queja contra el sacerdote ante tu Obispo, haciendo referencia, por ejemplo, a este documento:

22 Cf. MISSALE ROMANUM, Institutio Generalis, n. 160.

La Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó una carta a un obispo en Notitiæ, publicación oficial de dicha Congregación, en su edición Noviembre Diciembre de 2002 (N° 436) que trataba sobre el derecho que tienen los fieles a ponerse de rodillas para recibir la Santa Comunión, como también sobre la ilícita actitud de los sacerdotes que se la niegan. (Congregatio de Cultu Divino et Disciplina Sacramentorum Protocolo N° 1322/02/L, Roma, 1° de Julio de 2002).

"En vista de la ley que establece que 'los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno, estén bien dispuestos y no les sea prohibido por el derecho recibirlos” (C. Canónico 843, § 1), no debe negarse la Sagrada Comunión a ningún católico durante la Santa Misa, excepto en casos que pongan en peligro de grave escándalo a otros creyentes, como el pecador público o la obstinación en la herejía o el cisma, públicamente profesado o declarado. 
Los sacerdotes deben entender que la Congregación considerará cualquier queja futura de esta naturaleza con mucha seriedad, y si ellas se verifican, actuará disciplinariamente en consonancia con la gravedad del abuso pastoral.
Agradezco a Su Excelencia su atención sobre este asunto y cuento con su amable colaboración al respecto.
Sinceramente suyo en Cristo."
Jorge A. Cardenal Medina Estévez -Prefecto
Francesco Pio Tamburrino - Secretario

domingo, 21 de enero de 2018

¿CORRIJO O CONDENO?

"Sed misericordiosos, 
como vuestro Padre es misericordioso. 
No juzguéis y no seréis juzgados; 
no condenéis y no seréis condenados. 
Perdonad y seréis perdonados." 
(Lucas 6, 36-37)

"No me juzgues" es una de las frases de la Biblia más utilizadas hoy, especialmente entre los no cristianos, porque encaja con dos supuestos que la ideología relativista quiere imponernos: (1) la religión debe vivirse en el ámbito privado, y (2) la moral es relativa. La gente, cuando dice "no me juzgues", en realidad, está queriendo decir: "No eres nadie para decirme que estoy equivocado". 

Sin embargo, Jesús, quien pronunció esas palabras, continuamente hacía juicios públicos, muchos de ellos, bastante duros. En Juan 7, 7, les dijo a sus discípulos que el mundo le odia "porque testifico de él que sus obras son malas". Con estas palabras, Dios no quiere decir que debemos estar de brazos cruzados y permitir que cada uno vaya a lo suyo o que pensemos ¿Quien soy yo para juzgar? Más bien, se refiere a que debemos corregir pero no condenar.

Cuando ponemos a la luz de Dios desde la caridad fraterna una actitud, una opinión, un hecho, etc..., no estamos juzgando sino corrigiendo. Corregir es una de nuestras principales tareas como cristianos, o lo que es lo mismo, buscar la santidad de nuestro prójimo. Cuando condenamos a la persona, estamos juzgando. Cuando la corregimos, buscamos su santidad.

San Agustín de Hipona decía que "Dios odia el pecado, pero ama al pecador". Si Dios odiara a los pecadores, ¿por qué encarnarse para salvarlos? Jesús denunció las obras malas, pero no condenó a la gente. Juan 3,17 dice que Dios no envió a Jesús para condenar al mundo, sino para salvarlo. 

Debemos conocer la diferencia entre corregir y condenar. Corregir es decir: "porque te quiero, eso que haces, está mal"Condenar significa decir: "te odio por lo que haces mal"Es lo que hacemos después de decirle a alguien la verdad, lo que determina si los estamos condenando (juzgando) o no. 

¿Cómo diferenciar la corrección de la condena? Algunas ideas podrían ser las siguientes:

Veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio

En ocasiones, estamos más enfadados con la otra persona por lo que ha hecho, que no somos capaces de pensar que nosotros mismos hacemos muchas cosas mal. Solemos mirar con lupa las malas obras de otros y escondemos las nuestras.

Podemos (y debemos) corregir fraternalmente a otros desde el cariño, pero sobre todo, desde la plena consciencia de que nosotros también obramos mal y pecamos.

No perdono (o si perdono, no olvido)

"Negarse a perdonar" es ignorar por completo lo mucho que Dios nos ha perdonado, es negarse también a ser perdonado.

"Perdonar pero no olvidar" es como "distinguir sin diferenciar", es como decir "voy a recordar eso que hizo y usarlo como justificación para condenarlo en cualquier otro momento"

"Perdonar pero no olvidar" no es perdonar en absoluto. El perdón significa absorber la deuda y, a cambio, ofrecer amor y bondad.

Excluyo a mis "enemigos" 

Esta es la esencia del "juzgar": cuando estamos en desacuerdo con alguien, le condenamos y le castigamos, excluyéndole. En esencia, pensamos: "No podemos ser amigos si no estamos de acuerdo en este tema". La condena es clara: "Es mi enemigo y no quiero estar con él".
Sin embargo, como cristianos debemos amar por encima de todo, incluso de nuestra postura u opinión. Eso no significa que tengamos que comprometerla o dejar de expresarla sino mantenernos comprometidos en amar a aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Significa que, como Cristo, un cristiano no tienen enemigos.

El mejor ejemplo de esto es la actitud de Jesús con Judas. Sabiendo que le traicionaría, podría haber expulsado de su grupo. Sin embargo, le sentó a su mesa y compartió con él pan, símbolo de intimidad y amistad en las costumbre judía; le lavó los pies como al resto de los apóstoles, símbolo de servicio y amor; incluso después de que Judas le traiciona, Jesús le dice: "Amigo, ¡a lo que vienes!" (Mateo 26, 50). 

Cristo no sólo no condena a Judas sino que ni siquiera le aparta de su lado. No le dice "enemigo" sino "amigo", amándole a pesar de su traición

Condeno sin dar opción de cambio

Con mucha frecuencia, juzgamos y condenamos a los demás sin darles la oportunidad de cambiar.
Sin embargo, Dios nos exhorta a corregir (reprender) a nuestro hermano, pero no para pisotear su dignidad (pues también es hijo de Dios), si no para ganarle: 

"Si tu hermano ha pecado contra ti, 
ve y repréndelo a solas; 
si te escucha, habrás ganado a tu hermano" 
(Mateo 18,15). 

La corrección fraterna debe estar siempre inspirada por el amor y llevada a cabo con amor. Por eso, siempre, debemos darle opción de arrepentimiento, de retracto y de cambio.

No acepto ser corregido


A nadie nos gusta ser corregidos. Ni tampoco aceptar la reprensión de buen grado. ¿Por qué? ¿Es que acaso no tenemos fallos?

Cuando otros señalan nuestro mal actuar, deberíamos ser capaces de decir: "Bueno, tienes razón, ¡Lo siento!, perdóname.

Sin embargo, solemos ponernos a la defensiva, disculpándonos, excusándonos o "echando la culpa a otros" demostrando una actitud poco cristiana y orgullosa. Y el orgullo impide el paso a la Gracia.

Aceptar ser corregidos por nuestros hermanos, nos llevará por el camino de la humildad, hacia la santidad y hacia Dios.

Me niego a corregir

Cuando nos negamos a corregir a alguien, es por dos razones: (1) Nos rebelamos a lo que Dios nos dice sobre la corrección fraterna, o (2) Nos concienciamos de que la otra persona realmente no puede cambiar.
La Sagrada Escritura dice: "El que no usa la vara odia a su hijo, pero el que le ama le prodiga la corrección." (Proverbios 13, 24). 

Al asumir que una persona no puede cambiar ni arrepentirse, no sólo estamos odiándola, sino interponiéndonos entre Dios y ella, y negándola la oportunidad de recibir su Gracia. ¿Quién soy yo para interponerme entre Dios y mi hermano? ¿Quién soy yo para ocupar el lugar de Dios?

El apóstol Santiago termina su carta así: “Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados” (Santiago 4, 19-20).


Por último, un aspecto importante en la corrección fraterna es crear un equilibrio entre la gracia y la verdad. No debemos corregir a los demás con Gracia reteniendo u ocultando la verdad, pero tampoco lo hagamos diciendo la verdad sin Gracia, porque:

"Gracia sin verdad es sentimentalismo liberal". 
"Verdad sin gracia es fundamentalismo crítico".