¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta falta de perdón. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta falta de perdón. Mostrar todas las entradas

jueves, 24 de diciembre de 2020

ABANDONADOS EN UN PAIS EXTRAÑO

"Todo lo que hayáis hecho a uno de estos, 
mis hermanos más pequeños, 
a mí me lo hicisteis"
(Mateo 25, 40).

El caso "Heurtel", jugador de baloncesto del FC Barcelona que ha sido abandonado en Estambul por sus compañeros y dirigentes me ha traído a la memoria un triste y similar episodio que sufrimos mi mujer y yo hace tres años, en una peregrinación a Medjugorje.

Nunca lo he hecho público pero hoy, "algo" me impulsa a contarlo...sin rencor ni resentimiento, pero con mucho dolor de corazón.

Días antes de partir a esa peregrinación, mi mujer y yo tuvimos un desagradable desencuentro con dos integrantes del grupo, a quienes conocíamos de la parroquia y de los grupos de Emaús. ¿Los motivos? En realidad, no importan. Ni tampoco quién tuviera razón o culpa: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?" (Mateo 18,21). Lo que sí diré es que nosotros, con razón o sin ella, con culpa o sin ella, les pedimos perdón por el incidente. Un perdón que ellas siempre nos negaron e incluso nos dijeron que no éramos bienvenidos. 

Aún así, nosotros mantuvimos la intención de viajar puesto que teníamos pagado el billete de avión y una gran ilusión por un nuevo encuentro con nuestra Madre, la Virgen María. El grupo con el que partimos desde Barajas hacia Croacia estaba formado por un sacerdote, varias consagradas de las Hermanas del Amor Misericordioso y por varias decenas de católicos.
Cuando el avión aterrizó en Dubroknik, un autocar esperaba para trasladar a la expedición a Medugorje, distante unos 144 km del aeropuerto. Al autocar, subieron todos, incluso unos españoles que formaban parte de otra peregrinación. Subieron todos...excepto nosotros.

Es cierto que nosotros no teníamos derecho a subirnos en el autocar porque no lo habíamos contratado. No, no teníamos derecho a subir. Aún así, pensábamos que la caridad, la piedad y la misericordia (que se nos supone a los católicos) moverían los corazones y sucedería la reconciliación. Y si no nos permitían subir (algo impensable para nosotros), buscaríamos la manera de ir por nuestra cuenta.

Pero nadie lo hizo. Nadie nos invitó a subir. Nadie intercedió por nosotros. Ni siquiera nuestros amigos íntimos que también viajaban en la expedición. Todos miraron a otro sitio. Nadie nos permitió subir. Ni siquiera el sacerdote que, ante la única súplica de una amiga nuestra para que nos permitiera subir, dijo que ¡NO!

Tengo grabada la imagen de profundo dolor y desolación de mi querida mujer mientras el autocar partía, dejándonos solos en el aeropuerto, que lloraba desconsolada ante semejante insolidaridad, impropia de unos hermanos de fe. ¡Jamás olvidaré las lágrimas de impotencia  y los sentimientos de abandono de Mariajo, que me desgarraron el corazón!
No hay excusa, explicación o justificación posible. No hay mal ni pecado mortal que pudiéramos haber cometido que justificara semejante falta de caridad fraterna, y menos aún, que nunca fuera perdonado. No, de parte de católicos. No, de parte de un sacerdote. No, de parte de unas consagradas. No, de parte de unos amigos y hermanos cristianos...

Jamás nadie habló con nosotros. Ni cuando llegamos a nuestro destino, ni durante los cuatro días de peregrinación que hicimos en solitario, ni a la vuelta, cuando volvimos a compartir vuelo de regreso a España. Ni siquiera el sacerdote...quien nunca se dirigió a nosotros. Ni para conocer nuestra versión, ni para corregirnos ni para cumplir con su misión de pastor. 

Lo que tuvimos claro es que nosotros no somos "nadie" para juzgar a ninguno de ellos. Es a Dios a quien le corresponde (Mateo 5, 22-24). Fue una "prueba". Pero lo que sí diré es que hemos perdonado de corazón. A todos...

En Medjugorje rezamos mucho, pedimos mucho y lloramos mucho...la Virgen nos consoló y nos "acarició" como Madre bondadosa que es, pero... el daño subsistía, el desagravio perduraba, el dolor persistía...
                 
Hoy, nos sigue doliendo el alma, nos sigue atravesando el corazón una espada, nos sigue causando una gran tristeza...a pesar de que han pasado tres años...

Hoy, seguimos abandonados al borde del camino, como en la parábola del Buen Samaritano. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Cuántas veces decimos: no es mi problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos como si no viéramos...como si no sintiéramos...

"Para nosotros, cristianos, el amor al prójimo nace del amor de Dios y es de ello la más límpida expresión. Amar a Dios en los hermanos y amar a los hermanos en Dios". "El don de piedad significa ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad. Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre" (Papa Francisco, 21 de mayo de 2013 y 4 de junio de 2014). 

Una fe sincera implica una caridad auténtica, una piedad cristiana significa una verdadera mansedumbre, que activa el amor al prójimo: "La fe actúa por el amor" (Gálatas 5,6). El amor a Dios se manifiesta, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. El resto de las virtudes están siempre al servicio de la respuesta del amor.

Benedicto XVI dijo que “cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”, y que el amor es en el fondo la única luz que “ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar”. 

"La vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que inicia un camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios" (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 6). 

Cuando vivimos la caridad, la acogida y el acercamiento a los demás, buscando y procurando su bien, abrimos nuestro corazón a los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que abrimos los ojos al amor para reconocer a nuestro prójimo, la gracia nos permite reconocer a Dios. 

El amor se da, no se exige


domingo, 13 de diciembre de 2020

A QUIEN MUCHO AMA, MUCHO SE LE PERDONA

"Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles...
Si tuviera el don de profecía 
y conociera todos los secretos y todo el saber...
 si tuviera fe como para mover montañas... 
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados... 
si entregara mi cuerpo a las llamas...
pero no tengo amor, 
de nada me serviría"
(1 Co 13,1-3)


El artículo de hoy pretende reflexionar sobre el pasaje de Lc 7, 36-50 que narra la escena de Jesús, el fariseo y la pecadora, de profunda significación y rico contenido para el modo de vida de un cristiano: el amor.

Lucas nos presenta, por un lado, a un fariseo que tiene nombre: Simón. Un judío "practicante" y cumplidor de la Ley que quiere estar con Jesús y le invita a comer a su casa. Un "religioso" que habla mucho (quizás, demasiado) pero que cree poco, que desprecia y que juzga. 

Por otro lado, una mujer anónima, a la que no se la presenta por su nombre, sino por su actuar. Es, simplemente, una "mujer" y además, "pecadora". Dos aspectos altamente reprobables en la sociedad judía, tan rigurosa, tan cumplidora y tan machista.  La mujer no "habla". Tan sólo anhela estar con el Maestro. Tan sólo obra con fe, con amor y con agradecimiento.
Y en tercer lugar, a Jesús, que mediante una parábola y como siempre, pone las cosas en su sitio. Sin enfadarse ni soliviantarse, el Maestro nos enseña...

Tanto el fariseo como la mujer deseaban estar con Jesús y compartir con él.  Sin embargo, el texto evangélico los confronta: Simón se distrae, no está tan pendiente de su invitado especial sino que está preocupado de juzgar a la "pecadora". No ejerce como buen anfitrión e incluso llega a criticar a Jesús. La mujer está completamente centrada en el Maestro...porque cree de verdad en Él, porque tiene fe. 

Este episodio nos recuerda otro escenario muy parecido que también relata Lc 10,38-42: el de Marta y María en Betania, en el que ésta última está absorta en el Señor mientras que la primera, pendiente de las cosas menos importantes, juzga y critica a su hermana e incluso a Jesús. 

Ambas escenas nos sitúan en torno a una mesa, en medio de una celebración, en la presencia de Cristo, es decir, en la Eucaristía. Ambas nos cuestionan y nos interpelan: ¿Qué actitud muestro en presencia de Dios? ¿Cómo me comporto delante del Señor? ¿Soy el fariseo que cree que no tiene pecado o la mujer arrepentida? ¿Critico incluso a Dios?

¿Tengo más derechos adquiridos con Dios que los demás porque "cumplo" aunque no muestre amor, fe o arrepentimiento? ¿Juzgo a otros por lo que hacen en lugar de verles por lo que son? ¿soy religioso o amoroso? 

¿Riego los pies de Jesús con mis lágrimas de contrición? ¿Beso Sus pies como signo de alabanza y adoración? ¿Le perfumo con mis oraciones?

Y es que, muchas veces, nos convertimos en Simón o en Marta, que no son "malos", sino simplemente, están equivocados...porque ellos también son pecadores que necesitan a Dios. 

Todos somos muy proclives a pensar más en el "cumplir" que en el "creer", en el "hacer" más que en el "ser", en la "religión" más que en la fe, en la acción más que en la contemplación, en el juzgar más que en el amar...

Aún así, Jesús no se enfada ni con Simón ni con Marta ni con nosotros. Con ternura y pedagogía, nos muestra cuál es el camino correcto, cuál es el modo de actuar que cautiva a Dios.

La misericordia y el perdón de Dios no se alcanzan con el cumplimiento de sus normas, ni con "hacer muchas cosas para el Señor". Tampoco con sacrificios y grandes obras, sino a través del amor expresado desde el corazón, desde la fe vivida con autenticidad y desde la humildad de reconocernos pecadores. 

La salvación se alcanza por la toma de conciencia de saberme amado y necesitado de Dios, porque todos somos pecadores. Mi misión como cristiano es amar mucho para que se me perdone mucho: "A quien mucho ama, mucho se le perdona".

¿Cuántas veces mi desprecio y desdén por los actos de otros me impiden reconocer al mismísimo Jesucristo compasivo que siempre está dispuesto a perdonarme? 

¿Cuántas veces mi orgullo me lleva a creerme superior y más digno que otros ante Dios? 

¿Cuántas veces mi autosuficiencia me impide abandonarme en la misericordia de Dios o incluso me coloca en el papel de fiscal y juez? 

¿Cuántas veces mi falta de amor, de fe y de esperanza me hace dudar de Cristo y decir "Quién es este, que hasta perdona pecados"?

"Señor, perdona nuestras ofensas 
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden"

miércoles, 27 de marzo de 2019

UN LIBRE ACTO DE AMOR

“Perdona nuestras ofensas 
como también nosotros 
perdonamos a los que nos ofenden…”
(Mateo 6, 12)

A diario, repetimos en el Padrenuestro la petición a Dios de perdón y la intención de perdonar, quizás, sin pararnos a pensar detenidamente que en ella se concentra toda la esencia del concepto cristiano de misericordia y amor que Dios nos concede. 

En este  tiempo de Cuaresma en el que Dios nos llama a la conversión, nos conmina también al perdón. Pero, ¿realmente perdono a los demás? ¿pido sinceramente perdón a Dios y a los demás? ¿me perdono a mi mismo?

Existen dos cosas que me impiden recibir la Gracia, el Amor y la Misericordia de Dios: el rencor y la culpa. Y la forma de superarlos es el perdón.

El perdón es un maravilloso acto de amor y la mejor forma de manifestar la grandeza de alma y la pureza de corazón, porque de la misma manera que Dios está dispuesto a perdonar todo de todos, mi capacidad para perdonar no puede ni debe tener límites, ni por la magnitud de la ofensa ni por el número de veces que debo perdonar: 
"Acercándose Pedro a Jesús, le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18, 21).

Si he sido perdonado de todos mis pecados, ¿cómo no voy a perdonar a los demás siempre? Cuando no perdono a quienes me ofenden, no puedo esperar que Dios me perdone a mí. 

Pero además, la falta de perdón me esclaviza y me hace prisionero de quien me ha ofendido. El rencor, que conduce al odio, me envenena a a mi mismo y no a quien me ofende.

En ocasiones, puede que me resulte fácil perdonar a otros, pero ¿soy capaz de pedir humildemente perdón? o ¿me lo impide mi orgullo y egoísmo?

Perdonar a otros

Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros” (Lucas 6, 35-37).

Perdonar a otros (incluso a mis enemigos) sin esperar nada es un acto heroico de amor pero es que, además, es una experiencia liberadora y sanadora. Cuando perdono, recobro la libertad que el rencor y el resentimiento me hicieron perder. 

Perdonar es un acto heroico de misericordia que me hace ser compasivo con los demás y poder obtener un corazón como el de Cristo. 

El  verdadero perdón no consiste en olvidar, sino en aprender a recordar sin dolor y evitar todo rencor hacia aquellos que de una u otra manera me han ofendido, agredido, difamado, herido, etc. durante mi vida.

¿Cuántas veces "juego" al falso perdón? ¿Cuántas veces digo “yo perdono, pero no olvido”? ¿Soy capaz de acercarme a Dios sin haberme reconciliado antes con mi hermano?

“Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas.” (Marcos 11, 25-26).
Si no soy capaz de perdonar las ofensas de los demás, es que no soy consciente del perdón y de la misericordia que Dios tiene conmigo. Así, no puedo acercarme a Él: 

“Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo 5, 23-24) 

El rencor y el recuerdo de los agravios ajenos endurecen mi alma, la llenan de resentimiento, malestar e insatisfacción, y todo ello me aleja de Dios y de los demás. 

Perdonar no significa quitarle importancia a lo ocurrido, sino sanar mi corazón y mis recuerdos, permitiendo recordar lo que me causó dolor o daño sin experimentar odio o rencor hacia quien me ofendió. 

Perdonar no significa olvidar, sino transformar heridas de odio y rencor, en amorSi olvido, programo mi mente para no recordar aquellos sucesos que me han herido. Pero es una “programación” ficticia porque, en el fondo, ese recuerdo permanecerá siempre en mi memoria. 

Perdonar es comprender la importancia que tiene para Dios la persona que me ofendió y así, amarla libre y voluntariamente. “Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás.” (Lucas 17, 3-4).

Perdon
ar es permitir que Jesús entre en mi corazón y me llene de paz. Jesús siempre me da primero, aquello que me pide. Ayudado de su Divina Gracia, podré perdonar y amar a quien me hirió. Tan sólo tengo que pedírselo, ponerlo a los pies de la Cruz, entregárselo y dejar que sea Él quien se lo presente al Padre. 

Perdonarme a mí

Pero, para saber perdonar a los demás, lo primero que debo hacer es empezar por perdonarme a mí mismo, algo a veces que me puede resultar mucho más difícil que perdonar a otros. A veces, los remordimientos y culpabilidades ahogan mi capacidad de abrirme al amor de Dios.

Jesucristo ha muerto en la Cruz por mis pecados y todo me ha sido ya perdonado. Si Dios, que conoce mi gran debilidad y pobreza, mis múltiples caídas e infidelidades… ha dado Su vida por mí para salvarme y perdonarme, ¿cómo no voy yo a perdonarme a mí mismo? ¿Acaso soy yo más que Dios? 
Cuando como hijo pródigo, soy consciente de mi pecado, de mis "despilfarros" y "derroches", de mis límites e incapacidades, experimento la necesidad de volver a la casa del Padre.

Cuando soy conocedor del gran amor que Dios me tiene, de que me está esperando siempre y sale a mi encuentro para abrazarme, experimento la necesidad de dejarme abrazar por Él.

Cuando reconozco que le he fallado y ofendido, cuando me arrepiento de corazón de mi infidelidad, experimento la necesidad de reconciliarme con mi Padre.

Cuando me perdono a mi mismo experimento la necesidad y el deseo de volver a sentir su perdón y amor infinitos.

Pedir perdón a Dios

Dios, grande en misericordia y generosidad, me vuelve a demostrar lo mucho que me quiere y me hace otro regalo: el sacramento de la confesión.
Cuando acudo a confesarme, con verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda, el Señor no sólo me perdona (mi pecado deja de ser mío y pasa a pertenecer a Cristo, que lo ha comprado y pagado con su sangre en la Cruz) sino que, además, me infunde nuevamente los dones de su Espíritu Santo, que me ayudan y me fortalecen para no caer nuevamente en la tentación del pecado. 

Sólo Dios puede liberarme de mis pecados, pero necesito pedirle perdón a Él porque su infinita misericordia se pone de manifiesto en este sacramento: “Dios nunca se cansa de perdonarnos; somos nosotros los que, a veces, nos cansamos de pedir perdón” (Papa Francisco 17/03/13).

Mi vida cristiana y mi crecimiento espiritual necesitan del perdón de mis pecados para alejarme de ellos y dejar espacio en mi corazón al amor de Dios. 

Pedir perdón a otros

Además de pedirle perdón a Dios, debo pedir perdón a otros cuando, consciente o inconscientemente, les ofendo o les daño. Sé que al ofender a mi hermano, antepongo mi orgullo y mi egoísmo, y con ello, ofendo también a Dios.
Pedir perdón es un acto de humildad por el que me reconozco pecador, teniendo presente que todos somos limitados, que todos cometemos errores, y que no existen errores imperdonables.

Pedir perdón es una expresión de arrepentimiento y una forma de reparación por el error y el daño causados. 

Pedir perdón es un acto de liberación de remordimientos y culpabilidades que me ayuda a vivir la caridad cristiana en plenitud.

Pedir perdón es una expresión de sinceridad por el que expreso a la otra persona que soy consciente y que siento de corazón el mal o el daño que le ha causado, incluso aunque no lo haya hecho a propósito o no me haya dado cuenta

Pedir perdón supone un propósito de enmienda y un compromiso de reparar o sustituir lo que se ha roto o dañado.

El Perdón es un acto de compasión y misericordia, 
de grandeza de alma y pureza de intención, 
de generosidad y de magnificencia,
de sinceridad y humildad, 
de sanación y reparación, 
de reconciliación y arrepentimiento.

El Perdón es un libre acto de amor.

lunes, 18 de junio de 2018

MATAR AL HERMANO

Resultado de imagen de perdon
"Pero yo os digo que el que se irrite con su hermano será llevado a juicio; 
el que insulte a su hermano será llevado ante el tribunal supremo, 
y el que lo injurie gravemente será llevado al fuego. 
Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar 
te recuerdas allí que tu hermano tiene algo contra ti, 
deja tu ofrenda delante del altar 
y vete antes a reconciliarte con tu hermano; 
después vuelve y presenta tu ofrenda". 
(Mateo 5, 22-24)

Jesús nos advierte que el enfado conduce al asesinato cuando nos dice: "Conocéis los diez mandamientos, sabéis que no se debe matar, pero ahora os digo algo nuevo, cualquiera que se enoje contra su hermano, mata." Utiliza la palabra hermano, es decir, no habla para los de afuera. No habla de los que no creen en Él. Nos habla a nosotros, que somos hermanos en suyos porque sabe que entre nosotros,hay problemas y conflictos.

En este pasaje, Cristo menciona tres clases de actitudes que conducen a tres clases de juicios:

El primer juicio es enfadarse; un delito, tal vez leve. El segundo juicio es insultar; un juicio mas elevado pues el hecho tiene la intención de ofender a la persona. El tercer juicio es injuriar gravemente; un juicio grave, un juicio realizado por Dios, un juicio supremo.

Imagen relacionadaLa tercera actitud es una gran ofensa y Dios no la pasa por alto. Implica un corazón altamente contaminado por el resentimiento.

A nosotros no nos van a llevar delante del sacerdote porque nos enfademos con un hermano nuestro, ni nos van a llevar ante la Conferencia episcopal porque le insultemos. 

Y por ello, como no hay quien nos castigue, nos enfadamos con nuestro hermano, le insultamos y le ofendemos pensando que no hay problema, que no pasa nada, que todo volverá a su sendero. Y así, nos presentamos ante Dios como si fuéramos muy espirituales; venimos, sonreímos y hablamos con nuestro hermano, le abrazamos, le saludamos y tan panchos...

Pero, esto es muy peligroso, porque si miramos en nuestro interior y no vemos que tenemos pureza de intención, aunque tratáramos de justificarnos como hizo Adán, el Señor nos dirá: el enfado, la ofensa, el insulto y el mal que le has hecho a tu hermano, me lo has hecho a mí. Por eso, nos dice: "Cuidado, revisa tu corazón y cambia." (v. 23).

Jesús nos dice que, para estar en comunión con Él, debemos estar a bien con los demás, reconciliarnos, "hacer las paces". No podemos recibir la paz de Cristo, cuando dice: "Mi paz os dejo, mi paz os doy", y a la vez, estar "en guerra" entre nosotros.

Para recibir al Señor, nuestra conciencia debe estar libre y pura. Entonces, nuestro corazón estará limpio y receptivo a Dios; con un corazón contaminado, no dejamos sitio alguno para la pureza divina.

En Marcos 11,25 dice: "Cuando os pongáis a orar, si tenéis algo contra alguien, perdonárselo, para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestros pecados."  Es decir, cuando estemos en la presencia de Dios, en el altar, si tenemos algo contra algún hermano porque nos ofendió, nos lastimó, tenemos que hacer algo: perdonar.

¿Qué fue lo que hizo nuestro Señor cuando le crucificaron? ¿Crees que Jesucristo tenía algo en contra de quienes lo habían crucificado? ¿Tenía algo en contra de la humanidad pecadora? No. Jesucristo no le pidió al Padre tiempo para ir a reconciliarse con todos los que le crucificaron, para echarles en cara lo que hicieron y lo que dijeron de él. Al contrario, le dijo al Padre: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen."

La segunda parte de este versículo de San Marcos es importante: si no le queremos perdonar por amor, hagámoslo por obligación, sabiendo que si no lo hacemos, Dios tampoco nos va a perdonar a nosotros.

El Señor entrelaza todo, no deja "flecos sueltos". Por eso, cuando oramos debemos meditar si realmente creemos que Dios nos bendecirá y nos dará su gracia y su paz estando en conflicto con otro hermano. Si es así, debemos tener la misma fe para perdonar a otros, porque si no perdonamos no vamos a recibir lo que pidamos en oración.

Dios no quiere un pueblo divido, con problemas y discusiones entre sí, no quiere...Un pueblo así no puede ganar al mundo.


En la 1 carta de Juan 3, 15 dice: "El que odia a su hermano es un homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene la vida eterna en sí mismo."

Cristo nos dice que quien entra en la vida cristiana, el que acepta seguir su camino, tiene exigencias superiores a las de los demás. No dice: "tiene ventajas superiores". ¡No! Dice: "Exigencias superiores". Las palabras de Jesús son claras y no dejan escapatoria: "Les aseguro que si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. 

Cuando rezamos el Padrenuestro, "Perdona nuestras ofensas"...nuestras peticiones se dirigen al futuro pero no serán escuchadas si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra respuesta debe haberla precedido: “como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”.

No podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a quien vemos (1 Juan 4, 20). Al negarnos a perdonar a nuestros hermanos, el corazón se nos cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; mientras que en la confesión de nuestro propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
Resultado de imagen de como el padre
Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mateo 5, 48); "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lucas 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Juan 13, 34). 

Observar los mandamientos del Señor es imposible si no se imita Su modelo divino. Así, la Misericordia de Dios es posible, "perdonándonos mutuamente como nos perdonó Dios en Cristo" (Efesios 4, 32).

"Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel" (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).


¿Qué hay en mi corazón… perdón, misericordia? 
¿Hay una actitud de perdonar a los que me han ofendido, o hay una actitud de rencor, de venganza? 
¿Prefiero hundirme en el resentimiento o emerger en el agradecimiento?

domingo, 21 de enero de 2018

¿CORRIJO O CONDENO?

"Sed misericordiosos, 
como vuestro Padre es misericordioso. 
No juzguéis y no seréis juzgados; 
no condenéis y no seréis condenados. 
Perdonad y seréis perdonados." 
(Lucas 6, 36-37)

"No me juzgues" es una de las frases de la Biblia más utilizadas hoy, especialmente entre los no cristianos, porque encaja con dos supuestos que la ideología relativista quiere imponernos: (1) la religión debe vivirse en el ámbito privado, y (2) la moral es relativa. La gente, cuando dice "no me juzgues", en realidad, está queriendo decir: "No eres nadie para decirme que estoy equivocado". 

Sin embargo, Jesús, quien pronunció esas palabras, continuamente hacía juicios públicos, muchos de ellos, bastante duros. En Juan 7, 7, les dijo a sus discípulos que el mundo le odia "porque testifico de él que sus obras son malas". Con estas palabras, Dios no quiere decir que debemos estar de brazos cruzados y permitir que cada uno vaya a lo suyo o que pensemos ¿Quien soy yo para juzgar? Más bien, se refiere a que debemos corregir pero no condenar.

Cuando ponemos a la luz de Dios desde la caridad fraterna una actitud, una opinión, un hecho, etc..., no estamos juzgando sino corrigiendo. Corregir es una de nuestras principales tareas como cristianos, o lo que es lo mismo, buscar la santidad de nuestro prójimo. Cuando condenamos a la persona, estamos juzgando. Cuando la corregimos, buscamos su santidad.

San Agustín de Hipona decía que "Dios odia el pecado, pero ama al pecador". Si Dios odiara a los pecadores, ¿por qué encarnarse para salvarlos? Jesús denunció las obras malas, pero no condenó a la gente. Juan 3,17 dice que Dios no envió a Jesús para condenar al mundo, sino para salvarlo. 

Debemos conocer la diferencia entre corregir y condenar. Corregir es decir: "porque te quiero, eso que haces, está mal"Condenar significa decir: "te odio por lo que haces mal"Es lo que hacemos después de decirle a alguien la verdad, lo que determina si los estamos condenando (juzgando) o no. 

¿Cómo diferenciar la corrección de la condena? Algunas ideas podrían ser las siguientes:

Veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio

En ocasiones, estamos más enfadados con la otra persona por lo que ha hecho, que no somos capaces de pensar que nosotros mismos hacemos muchas cosas mal. Solemos mirar con lupa las malas obras de otros y escondemos las nuestras.

Podemos (y debemos) corregir fraternalmente a otros desde el cariño, pero sobre todo, desde la plena consciencia de que nosotros también obramos mal y pecamos.

No perdono (o si perdono, no olvido)

"Negarse a perdonar" es ignorar por completo lo mucho que Dios nos ha perdonado, es negarse también a ser perdonado.

"Perdonar pero no olvidar" es como "distinguir sin diferenciar", es como decir "voy a recordar eso que hizo y usarlo como justificación para condenarlo en cualquier otro momento"

"Perdonar pero no olvidar" no es perdonar en absoluto. El perdón significa absorber la deuda y, a cambio, ofrecer amor y bondad.

Excluyo a mis "enemigos" 

Esta es la esencia del "juzgar": cuando estamos en desacuerdo con alguien, le condenamos y le castigamos, excluyéndole. En esencia, pensamos: "No podemos ser amigos si no estamos de acuerdo en este tema". La condena es clara: "Es mi enemigo y no quiero estar con él".
Sin embargo, como cristianos debemos amar por encima de todo, incluso de nuestra postura u opinión. Eso no significa que tengamos que comprometerla o dejar de expresarla sino mantenernos comprometidos en amar a aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Significa que, como Cristo, un cristiano no tienen enemigos.

El mejor ejemplo de esto es la actitud de Jesús con Judas. Sabiendo que le traicionaría, podría haber expulsado de su grupo. Sin embargo, le sentó a su mesa y compartió con él pan, símbolo de intimidad y amistad en las costumbre judía; le lavó los pies como al resto de los apóstoles, símbolo de servicio y amor; incluso después de que Judas le traiciona, Jesús le dice: "Amigo, ¡a lo que vienes!" (Mateo 26, 50). 

Cristo no sólo no condena a Judas sino que ni siquiera le aparta de su lado. No le dice "enemigo" sino "amigo", amándole a pesar de su traición

Condeno sin dar opción de cambio

Con mucha frecuencia, juzgamos y condenamos a los demás sin darles la oportunidad de cambiar.
Sin embargo, Dios nos exhorta a corregir (reprender) a nuestro hermano, pero no para pisotear su dignidad (pues también es hijo de Dios), si no para ganarle: 

"Si tu hermano ha pecado contra ti, 
ve y repréndelo a solas; 
si te escucha, habrás ganado a tu hermano" 
(Mateo 18,15). 

La corrección fraterna debe estar siempre inspirada por el amor y llevada a cabo con amor. Por eso, siempre, debemos darle opción de arrepentimiento, de retracto y de cambio.

No acepto ser corregido


A nadie nos gusta ser corregidos. Ni tampoco aceptar la reprensión de buen grado. ¿Por qué? ¿Es que acaso no tenemos fallos?

Cuando otros señalan nuestro mal actuar, deberíamos ser capaces de decir: "Bueno, tienes razón, ¡Lo siento!, perdóname.

Sin embargo, solemos ponernos a la defensiva, disculpándonos, excusándonos o "echando la culpa a otros" demostrando una actitud poco cristiana y orgullosa. Y el orgullo impide el paso a la Gracia.

Aceptar ser corregidos por nuestros hermanos, nos llevará por el camino de la humildad, hacia la santidad y hacia Dios.

Me niego a corregir

Cuando nos negamos a corregir a alguien, es por dos razones: (1) Nos rebelamos a lo que Dios nos dice sobre la corrección fraterna, o (2) Nos concienciamos de que la otra persona realmente no puede cambiar.
La Sagrada Escritura dice: "El que no usa la vara odia a su hijo, pero el que le ama le prodiga la corrección." (Proverbios 13, 24). 

Al asumir que una persona no puede cambiar ni arrepentirse, no sólo estamos odiándola, sino interponiéndonos entre Dios y ella, y negándola la oportunidad de recibir su Gracia. ¿Quién soy yo para interponerme entre Dios y mi hermano? ¿Quién soy yo para ocupar el lugar de Dios?

El apóstol Santiago termina su carta así: “Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados” (Santiago 4, 19-20).


Por último, un aspecto importante en la corrección fraterna es crear un equilibrio entre la gracia y la verdad. No debemos corregir a los demás con Gracia reteniendo u ocultando la verdad, pero tampoco lo hagamos diciendo la verdad sin Gracia, porque:

"Gracia sin verdad es sentimentalismo liberal". 
"Verdad sin gracia es fundamentalismo crítico".

sábado, 29 de abril de 2017

EL PAPEL ARRUGADO



Pedir perdón no siempre significa que estemos equivocados, que seamos culpables ni que el otro está en lo cierto, sino que amamos mucho más al otro que a nuestro ego.

Cuando nos enfadamos con alguien, cuando liberamos nuestra ira, sacamos lo peor de nosotros mismos y lastimamos al otro. Después, nos sentimos avergonzados por el daño causado y tratamos de enmendarlo.

Hay una historia que ejemplifica de forma sencilla las consecuencias de la ira:

"Un día, un padre, ante una explosión de ira de su hijo, le entregó un papel liso y le dijo: 
-Estrújalo!
Asombrado, obedeció e hizo una bola con el papel.
Luego, el padre le dijo a su hijo:
-Ahora déjalo como estaba antes de arrugarlo. 
Por supuesto, no pudo dejarlo como antes. Por más que lo intentó, el papel quedó lleno de arrugas.
Entonces el padre le dijo:
El corazón de las personas es como ese papel. La impresión que dejas en ese corazón que heriste, será tan difícil de borrar como esas arrugas en el papel. Aunque intentes enmendar el error, ya estará “marcado”.

Por impulso no nos controlamos y sin pensar, lanzamos palabras llenas de odio y rencor. Luego, cuando recapacitamos, nos arrepentimos. Pero ya no podemos dar marcha atrás, no podemos borrar lo que quedó marcado. Y lo mas triste es que dejamos “arrugas” en muchos corazones.

Desde hoy, seamos más compresivos y más pacientes, pero en especial, aprendamos a dejar el orgullo a un lado y tener la valentía de pedir perdón y reconocer nuestro error.

Cuando sintamos ganas de estallar recordemos “El papel arrugado”.

viernes, 3 de marzo de 2017

LA FALTA DE PERDÓN NO ES CRISTIANA

Resultado de imagen de falta de perdon

"Si os indignáis, no lleguéis a pecar
y que vuestra indignación cese antes de que se ponga el sol;
no deis ninguna oportunidad al diablo.
No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, 
que os ha marcado con su sello para distinguiros el día de la liberación.
Desterrad la amargura, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad.
Sed bondadosos y compasivos;
perdonaos unos a otros, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo.
(Efesios 4, 26-27 y 30-32)

Según el diccionario, perdonar significa "olvidar la falta que ha cometido otra persona contra ella o contra otros y no guardarle rencor ni castigarla por ella, o no tener en cuenta una deuda o una obligación que otra tiene con ella". Es decir, disculpar a alguien que nos ha ofendido o no tener en cuenta su falta

En la Biblia, la palabra griega que se traduce como “perdonar” es “aphiemi”, “afiemi”. Aparece más de 134 veces y significa literalmente “dejar pasar”, "dejar de exigir el pago de una deuda", “despedir, hacer salir, dejar atrás, abandonar, absolver, cancelar una deuda, soltar”. 

Perdonar no es fácil porque la ofensa nace del orgullo y éste conduce al rencor. La ofensa siempre exige justicia, exige reparación. Sin embargo, cuando nos sacudimos el resentimiento y dejamos de pedir compensación por el daño sufrido, somos capaces de perdonar. Perdonando, amamos y amando, perdonamos. La Biblia enseña que el perdón se basa en el amor sincero, que “no se irrita ni lleva cuenta del mal” (1 Corintios 13, 5).

Desgraciadamente, la falta de perdón sacude nuestro mundo. 

A nivel general, es causa de guerras, conflictos, asesinatos, luchas, separaciones y divorcios. 

A nivel individual, es causa de orgullo, ira, amargura, odio, envidias y celos. 

La falta de perdón produce en el corazón heridas emocionales y espirituales, que esclavizan y encadenan el alma. Y en el cuerpo, enfermedades como la depresión, la angustia o la ansiedad e incluso hacia la muerte (suicidio).

Imagen relacionadaEl orgullo es la puerta por donde llegan todos los demás pecados como la ira, el rencor, el odio, el resentimiento y la amargura, y nos convierte en esclavos de Satanás y de su maldad. Al caer en la trampa de la ofensa y de la indignación, somos incapaces de mostrar bondad. 

Un cristiano prisionero de la ofensa no tiene paz ni caridad, se aparta de la gracia del Señor y entristece al Espíritu Santo (Efesios 4, 30). Quien se mantiene en la ofensa no es capaz de perdonar.

El Papa Francisco nos dice que “debemos perdonar porque somos perdonados”, y "que aquel cristiano o cristiana, que va a la Iglesia, que va a la parroquia, no perdona y no vive lo que predica, causa escándalo y destruye la fe". “Debemos perdonar, porque somos perdonados. Y esto está en el Padre Nuestro: Jesús nos lo ha enseñado ahí. Y esto no se entiende en la lógica humana, la lógica humana te lleva a no perdonar, a la venganza; te lleva al odio, a la división”.
Cuando rezamos la oración que nos enseñó Jesús, el Padrenuestro, decimos: "perdona nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a quienes no son ofenden" (Lucas 11,4)Pero la realidad dice que no siempre la cumplimos. 
La Biblia nos dice: "Buscad afanosamente la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor; vigilad para que nadie sea privado de la gracia de Dios, para que ninguna raíz amarga vuelva a brotar y os perturbe, lo cual contaminaría la masa. (Hebreos 12, 14-15).

La falta de perdón nos aleja de la paz y de la santidad, nos envenena el alma por causa del resentimiento y la vanidad. Muchas veces pensamos que el perdón es algo que regalamos al otro sin darnos cuenta que nosotros mismos somos los más beneficiados, al quedarnos en paz.

Una vez escuche al P. Roel:"quien más ama es quien primero pide perdón". Y es que el perdón surge del amor incondicional. El mismo amor ágape de Dios y que nos libera de las esclavitudes del Diablo, que nos amargan el alma y enferman el cuerpo. 
Resultado de imagen de falta de perdon
El perdón se basa en la aceptación de lo que pasó. Significa tender la mano y aceptar a la persona que nos ofendió como hijo de Dios y hermano nuestro. 

No significa estar de acuerdo con lo ocurrido, ni aprobarlo ni restarle importancia, ni tampoco darle la razón a quien que te hirió. 

Simplemente, significa apartar de nuestra mente aquellos pensamientos negativos que nos causaron dolor de corazón. El perdón sana nuestros recuerdos.

Si guardamos en nuestro corazón odio, rencor, o resentimiento por las ofensas recibidas, perpetuamos nuestro malestar y nos consumimos en el pasado. Cada vez que recordamos cualquier episodio que nos causa dolor, dejamos de vivir el aquí y el ahora; dejamos de avanzar en nuestro desarrollo personal y peor aún, nos estancamos en nuestro crecimiento espiritual.

La falta de perdón puede disfrazarse de diferentes maneras. Algunos dicen con cierto tono de enfado que ya han perdonado, pero su amargura evidente los delata. Otros dicen que perdonan pero no olvidan, algo que sigue endureciendo su corazón. Otros quizás, piensen que han perdonado pero puede que la falta de perdón se aloje, escondida, en su corazón.

Para estar seguro de que he perdonado me pregunto¿Deseo que alguien reciba su merecido? ¿Hablo de forma crítica, negativa o despectiva de esa persona a los demás? ¿Busco venganza? ¿Sigo dándole vueltas a lo que alguien me hizo? ¿Cómo me siento cuando le sucede algo bueno a esa persona? ¿He dejado de culpar a esa persona? ¿Me resulta difícil o imposible rezar a Dios por quien me ha ofendido?

Como cristianos, estamos llamados a ser sinceros de corazón, porque aunque queramos engañar a otros o incluso, a nosotros mismos, Dios todo lo ve. Nuestro enfoque debe estar dirigido a liberarnos de la carga pesada que significa el rencor, tanto si hemos ofendido como si hemos sido ofendidos.

Resultado de imagen de romper cadenasEs un ejercicio de liberación y de paz considerar las circunstancias o situaciones  en las que se encontraba la persona que me ofendió, para llegar a hacer lo que hizo o dijo, aun intencionalmente. O también, pensar qué parte de culpa tuve yo para haber propiciado la ofensa.

Sí me instalo en pensamientos victimistas o negativos, no seré capaz de ver a Dios en esa persona. Esa persona también es hijo suyo, y Dios la ama tanto como a mí.

En lugar de seguir sufriendo con rencor y resentimiento, debemos mostrar caridad buscando el lado positivo y de bondad de esa persona, debemos pensar por qué razón Dios la puso en nuestro camino, lo que nos une a ella, etc.

Personalmente, le pido al Señor que bendiga a esa persona que me hirió, y que le muestre lo que hizo mal, y se arrepienta. Le pido a Dios que me conceda su Gracia y no me deje caer en la tentación del rencor y el orgullo.

Ya la he pedido perdón con humildad y contrición. Ya la he perdonado y me he liberado del resentimiento, de la tristeza y de la trampa de Satanás


"Pues bien, si alguno ha causado tristeza, no sólo me la ha causado a mí, 
sino -en cierto modo, para no exagerar- a todos vosotros. 
A ése ya le basta con el castigo que le ha impuesto la mayoría. 
De modo que ahora debéis más bien perdonarle y consolarle,  
no sea que se desespere de tanta tristeza. 
Por esto os suplico que le deis pruebas de vuestro amor.
Con este fin os escribí: para conocer y probar si sois obedientes en todo. 
Al que perdonáis, yo también lo perdono; 
lo que yo perdono, si es que tengo algo que perdonar, 
lo perdono por amor a vosotros y en la presencia de Cristo; 
para que Satanás no se aproveche de todo, 
pues no ignoramos sus astucias." 
(2 Corintios 2,5-11)