¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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domingo, 21 de enero de 2018

¿CORRIJO O CONDENO?

"Sed misericordiosos, 
como vuestro Padre es misericordioso. 
No juzguéis y no seréis juzgados; 
no condenéis y no seréis condenados. 
Perdonad y seréis perdonados." 
(Lucas 6, 36-37)

"No me juzgues" es una de las frases de la Biblia más utilizadas hoy, especialmente entre los no cristianos, porque encaja con dos supuestos que la ideología relativista quiere imponernos: (1) la religión debe vivirse en el ámbito privado, y (2) la moral es relativa. La gente, cuando dice "no me juzgues", en realidad, está queriendo decir: "No eres nadie para decirme que estoy equivocado". 

Sin embargo, Jesús, quien pronunció esas palabras, continuamente hacía juicios públicos, muchos de ellos, bastante duros. En Juan 7, 7, les dijo a sus discípulos que el mundo le odia "porque testifico de él que sus obras son malas". Con estas palabras, Dios no quiere decir que debemos estar de brazos cruzados y permitir que cada uno vaya a lo suyo o que pensemos ¿Quien soy yo para juzgar? Más bien, se refiere a que debemos corregir pero no condenar.

Cuando ponemos a la luz de Dios desde la caridad fraterna una actitud, una opinión, un hecho, etc..., no estamos juzgando sino corrigiendo. Corregir es una de nuestras principales tareas como cristianos, o lo que es lo mismo, buscar la santidad de nuestro prójimo. Cuando condenamos a la persona, estamos juzgando. Cuando la corregimos, buscamos su santidad.

San Agustín de Hipona decía que "Dios odia el pecado, pero ama al pecador". Si Dios odiara a los pecadores, ¿por qué encarnarse para salvarlos? Jesús denunció las obras malas, pero no condenó a la gente. Juan 3,17 dice que Dios no envió a Jesús para condenar al mundo, sino para salvarlo. 

Debemos conocer la diferencia entre corregir y condenar. Corregir es decir: "porque te quiero, eso que haces, está mal"Condenar significa decir: "te odio por lo que haces mal"Es lo que hacemos después de decirle a alguien la verdad, lo que determina si los estamos condenando (juzgando) o no. 

¿Cómo diferenciar la corrección de la condena? Algunas ideas podrían ser las siguientes:

Veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio

En ocasiones, estamos más enfadados con la otra persona por lo que ha hecho, que no somos capaces de pensar que nosotros mismos hacemos muchas cosas mal. Solemos mirar con lupa las malas obras de otros y escondemos las nuestras.

Podemos (y debemos) corregir fraternalmente a otros desde el cariño, pero sobre todo, desde la plena consciencia de que nosotros también obramos mal y pecamos.

No perdono (o si perdono, no olvido)

"Negarse a perdonar" es ignorar por completo lo mucho que Dios nos ha perdonado, es negarse también a ser perdonado.

"Perdonar pero no olvidar" es como "distinguir sin diferenciar", es como decir "voy a recordar eso que hizo y usarlo como justificación para condenarlo en cualquier otro momento"

"Perdonar pero no olvidar" no es perdonar en absoluto. El perdón significa absorber la deuda y, a cambio, ofrecer amor y bondad.

Excluyo a mis "enemigos" 

Esta es la esencia del "juzgar": cuando estamos en desacuerdo con alguien, le condenamos y le castigamos, excluyéndole. En esencia, pensamos: "No podemos ser amigos si no estamos de acuerdo en este tema". La condena es clara: "Es mi enemigo y no quiero estar con él".
Sin embargo, como cristianos debemos amar por encima de todo, incluso de nuestra postura u opinión. Eso no significa que tengamos que comprometerla o dejar de expresarla sino mantenernos comprometidos en amar a aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Significa que, como Cristo, un cristiano no tienen enemigos.

El mejor ejemplo de esto es la actitud de Jesús con Judas. Sabiendo que le traicionaría, podría haber expulsado de su grupo. Sin embargo, le sentó a su mesa y compartió con él pan, símbolo de intimidad y amistad en las costumbre judía; le lavó los pies como al resto de los apóstoles, símbolo de servicio y amor; incluso después de que Judas le traiciona, Jesús le dice: "Amigo, ¡a lo que vienes!" (Mateo 26, 50). 

Cristo no sólo no condena a Judas sino que ni siquiera le aparta de su lado. No le dice "enemigo" sino "amigo", amándole a pesar de su traición

Condeno sin dar opción de cambio

Con mucha frecuencia, juzgamos y condenamos a los demás sin darles la oportunidad de cambiar.
Sin embargo, Dios nos exhorta a corregir (reprender) a nuestro hermano, pero no para pisotear su dignidad (pues también es hijo de Dios), si no para ganarle: 

"Si tu hermano ha pecado contra ti, 
ve y repréndelo a solas; 
si te escucha, habrás ganado a tu hermano" 
(Mateo 18,15). 

La corrección fraterna debe estar siempre inspirada por el amor y llevada a cabo con amor. Por eso, siempre, debemos darle opción de arrepentimiento, de retracto y de cambio.

No acepto ser corregido


A nadie nos gusta ser corregidos. Ni tampoco aceptar la reprensión de buen grado. ¿Por qué? ¿Es que acaso no tenemos fallos?

Cuando otros señalan nuestro mal actuar, deberíamos ser capaces de decir: "Bueno, tienes razón, ¡Lo siento!, perdóname.

Sin embargo, solemos ponernos a la defensiva, disculpándonos, excusándonos o "echando la culpa a otros" demostrando una actitud poco cristiana y orgullosa. Y el orgullo impide el paso a la Gracia.

Aceptar ser corregidos por nuestros hermanos, nos llevará por el camino de la humildad, hacia la santidad y hacia Dios.

Me niego a corregir

Cuando nos negamos a corregir a alguien, es por dos razones: (1) Nos rebelamos a lo que Dios nos dice sobre la corrección fraterna, o (2) Nos concienciamos de que la otra persona realmente no puede cambiar.
La Sagrada Escritura dice: "El que no usa la vara odia a su hijo, pero el que le ama le prodiga la corrección." (Proverbios 13, 24). 

Al asumir que una persona no puede cambiar ni arrepentirse, no sólo estamos odiándola, sino interponiéndonos entre Dios y ella, y negándola la oportunidad de recibir su Gracia. ¿Quién soy yo para interponerme entre Dios y mi hermano? ¿Quién soy yo para ocupar el lugar de Dios?

El apóstol Santiago termina su carta así: “Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados” (Santiago 4, 19-20).


Por último, un aspecto importante en la corrección fraterna es crear un equilibrio entre la gracia y la verdad. No debemos corregir a los demás con Gracia reteniendo u ocultando la verdad, pero tampoco lo hagamos diciendo la verdad sin Gracia, porque:

"Gracia sin verdad es sentimentalismo liberal". 
"Verdad sin gracia es fundamentalismo crítico".

martes, 12 de septiembre de 2017

CORREGIR ES UN SIGNO DE AMOR

Resultado de imagen de correccion fraterna
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 
Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. 
Si te hace caso, has salvado a tu hermano. 
Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. 
Si no les hace caso, díselo a la comunidad, 
y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, 
considéralo como un pagano o un publicano."
(Mateo, 18, 15-18)


¿A quien no le cuesta corregir a otro? ¿A quien le gusta ser corregido?

Muchas veces, no nos atrevemos a reprender y corregir a otro debido a la errónea idea de poder ofenderle. Es verdad que corregir siempre resulta embarazoso, tanto para el que corrige como para el que es corregido. A menudo, el primero no se atreve y el segundo no lo acepta.

Sin embargo, Dios es claro: 'Ve, amonéstalo'. Dios nos pide acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda. 

La corrección no es una ofensa, sino un bien y un servicio que hacemos a nuestro prójimo por amor. Quien corrige a su hermano, le ama. 

Junto a la oración y el buen ejemplo, la corrección fraterna constituye un medio fundamental para alcanzar la santidad. L
a corrección fraterna es fuente de santidad personal en quien la hace y en quien la recibe.
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"Amar a tu prójimo como a ti mismo" significa buscar su santidad, como nosotros buscamos la nuestra. Amar significa desear lo mejor para el otro. Y qué mejor cosa que procurar su santidad, para que disfrute en el cielo de la presencia de Dios!!!

Pero además, Dios es tajante: "tú y él solos". Nada de chismes, nada de criticas a las espaldas, nada de habladurías. Entre los dos, sin espectadores, a solas, en la intimidad, nunca en público.

Nuestra actitud correctora siempre ha de tener un talante de delicadeza, de dulzura, de prudencia, de humildad y atención hacia quien cometió una culpa, evitando palabras que puedan herir y "matar" a nuestro hermano.  Pero sobre todo, una actitud de amor.

Como dice el Papa Francisco: "las palabras matan. Por eso, cuando hablamos mal, cuando criticamos injustamente, cuando despellejamos a un hermano con la lengua, estamos asesinando su reputación."

La finalidad de las sucesivas intervenciones (si llegara el caso) es la de ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho, y que con su culpa o error ha ofendido no solamente a uno, sino a todos, incluso a Dios.

Jesús "amaba hasta el extremo a sus amigos", los discípulos. El mismo les corrigió en varias ocasiones: ante la envidia que manifiestan al ver a uno que expulsaba demonios en nombre de Jesús, a Pedro porque su modo de pensar no es el de Dios sino el de los hombres, corrige la ambición desordenada de Santiago y Juan, enmendando con cariño su equivocada comprensión sobre el lugar a ocupar en el reino de Dios. Pero también, a su vez, les reconoce su valentía y su buena disposición para “beber su cáliz”.

Corregir a nuestro hermano es una expresión de amistad y de franqueza que distingue al adulador del amigo verdadero. 

Y a su vez, dejarse corregir es señal de madurez y condición de progreso espiritual.