¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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miércoles, 11 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (11): SOBRE LA CORRECCIÓN, EL PERDÓN Y LA INTERCESIÓN

"Ninguna corrección resulta agradable, 
en el momento, sino que duele;
pero luego produce fruto apacible de justicia 
a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles, 
robusteced las rodillas vacilantes,
y caminad por una senda llana...
Buscad la paz con todos y la santificación,
sin la cual nadie verá al Señor" 
(Hebreos 12,11-14)

En el Evangelio de hoy, Jesús nos propone la necesidad de la corrección fraterna, la reconciliación y la oración comunitaria (Mateo 18,15-20)Tres acciones que, habitualmente, nos suponen un enorme esfuerzo para asimilarlas y más aún, para ponerlas en práctica: 

Nos cuesta corregir y ser corregidos 
Quizás porque creemos que corregir es juzgar, criticar o señalar a la persona; porque pensamos que nadie tiene la potestad para corregir o rectificar a otros y, consecuentemente, ni corregimos ni dejamos que nos corrijan; porque creemos que "no es cosa nuestra" y preferimos "mirar hacia otro lado" antes que enfadar, molestar o interpelar a nadie. 

La corrección es un ejercicio "obligatorio" de caridad de ayuda fraterna, de ánimo y de progreso espiritual que realizamos entre pecadores, frágiles y débiles, limitados y necesitados, en el que no se ponen en cuestión las personas sino los actos. Jesús nunca señaló a las personas sino sus conductas, nunca recriminó a los pecadores sino los pecados. 
El objetivo de la corrección es avanzar en el camino hacia la unidad de la Iglesia y la santidad de todos; es reconducir conductas equivocadas, rectificar errores y clarificar situaciones para salvar almas; es enmendar ideas, actos o dichos equivocados, distorsionados, mal enseñados o mal aprendidos, al someterlas a la luz de la Verdad. 

No dejarse corregir por un hermano es un signo de orgullo y vanidad impropio de un cristiano y tener reparo en corregir a un hermano por no querer herirlo o humillarlo, aparte de ser un error muy común, implica una falta de madurez espiritual y un pecado de omisión a la caridad fraterna. 
Ambas actitudes condenan, primero, a la persona no corregida, a vivir en el error y a perderse por la la senda equivocada, y segundo, a la persona que no corrige, a dejar de ser luz en el mundo y a convertirse en cómplice del error y la mentiraLa corrección es un deber de justicia que busca la paz, la luz, la armonía, la unidad y la paz entre hermanos. Corregir y dejarse corregir son actos de humildad y mansedumbre. 

Nos cuesta perdonar 
Quizás porque creemos que hay cosas imperdonables de parte de otros y por las que les "condenamos" y les "crucificamos". 

Sin embargo, Jesús nos invita a no airarnos contra nuestro hermano, a no difamarlo, a no "matarlo" con nuestros juicios...en definitiva, nos llama a la reconciliación y a la comunión fraterna (Mateo 5, 22-25). 
Nos cuesta ser perdonados 
Quizás porque somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos y nos "flagelamos"; o porque nos produce pudor acudir al sacramento de la Reconciliación para contar nuestras miserias, para exteriorizar nuestras faltas más oscuras, para abrir nuestro corazón

Sin embargo, es en la confesión donde somos sanados, perdonados y abrazados directamente por Jesucristo, y donde obtenemos de forma inmediata Su gracia y Su paz
Nos cuesta rezar...sobre todo por otros 
Quizás porque pensamos que no son dignos, que no son merecedores del amor de Dios; quizás porque nos produce vergüenza o desconfianza interceder por otros; o quizás porque nuestro egoísmo, nos impide acordarnos de los demás. 

Jesús nos invita a la oración comunitaria cuando nos enseña a rezar el Padrenuestro (Mateo 6,9-16) y nos asegura que donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mateo 5,20).
Padre Nuestro, 
enséñanos a mostrar a otros Tu bondad y Tu misericordia cuando corrijamos, 
y a tener Tu humildad y Tu mansedumbre cuando seamos corregidos.

Padre Nuestro, 
enséñanos a tener Tu corazón tierno y Tu mirada reconciliadora 
cuando intercedamos por otros, 
y a buscar Tu gracia y Tu paz cuando nos confesemos.

Padre Nuestro, 
enséñanos a buscar Tu justicia y Tu equidad para exculpar nuestras propias miserias 
y a otorgar Tu compasión y Tu perdón a los que nos ofenden, 
como Tú te compadeces y nos perdonas cuando te ofendemos.

miércoles, 3 de febrero de 2021

¿ACASO SOY YO EL GUARDÍAN DE MI HERMANO?

"Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: 
Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, 
ni te desanimes por su reprensión; 
porque el Señor reprende a los que ama 
y castiga a sus hijos preferidos. 
Soportáis la prueba para vuestra corrección, 
porque Dios os trata como a hijos, 
pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? 
Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, 
es que sois bastardos y no hijos (...)
Dios nos educa para nuestro bien, 
para que participemos de su santidad. 
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, 
sino que duele; 
pero luego produce fruto apacible de justicia 
a los ejercitados en ella.
Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios, 
y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, 
contaminando a muchos."
(Hebreos 12,5-8 y 10-11)

¿Por qué nos cuesta tanto corregir y ser corregidos? ¿Estamos negando la existencia del pecado y sus cosecuencias? ¿Justificamos el error y el mal? ¿Adoptamos una actitud indolente e indiferente hacia nuestros hermanos? ¿Hemos olvidado lo que Dios Padre nos dice acerca de nuestros hermanos?

Desgraciadamente vivimos en un mundo que oculta, justifica e incluso niega el pecado y las consecuencias que se derivan de él. Y si no hay pecado, nadie hace mal y, por tanto, no es necesaria corrección alguna. Lo vemos en nuestra vida cotidiana: los padres no corrigen a sus hijos, los profesores no reprenden a sus alumnos, los amigos no advierten a sus compañeros, los cristianos no enmiendan a sus hermanos...

Por ello, sin una noción de pecado, el mal campa a sus anchas y el insensato queda esclavizado, a la espera de su muerte: "Su propia maldad atrapa al malvado, queda preso en los lazos de su pecado; morirá por no dejarse corregir, tanta insensatez lo perderá" (Proverbios 5, 22-23). Quien no sabe que está equivocado, camina en oscuridad hacia su perdición.

Es cierto que toda corrección es difícil, molesta y desagradable para quien la ejerce, y más aún, para quien la recibe. Sin embargo, es misión del cristiano hacer ver el error a quien se equivoca. Corregir no es juzgar a nuestro hermano, no es criticarle ni condenarle. Corregir es ayudarle, es amarle. Quien ama, corrige; quien no ama, muestra indiferencia. 

Dios nos ha creado para vivir en comunión, Cristo nos ha liberado del pecado y el Espíritu Santo nos ha insertado, por el bautismo, en la familia de Dios. Por tanto, no podemos desentendernos de nuestros hermanos ni caer en la actitud cainita y homicida de "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?" (Génesis 4,9). Sí, todos somos guardianes de nuestros hermanos.

La corrección fraterna es un acto de caridad con el que el cristiano advierte a su prójimo del error, le ilumina y le ayuda a retomar el camino hacia la santidad: "Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado" (Hebreos 3, 13).

La corrección fraterna es un instrumento de crecimiento necesario para alcanzar la madurez espiritual, y un mandato de Dios, quien como buen Padre misericordioso, lo ha establecido por y para nuestro bien, por y para nuestra salvación: "Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano" (Mateo 18,15).
Pero la Serpiente, que es muy sibilina, ha seducido la mente del hombre para que vea el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal como algo apetecible e inocuo, provocando un pensamiento negacionista del pecado y una mentalidad indiferente e insensible ante las consecuencias de comer de él. 

El Enemigo, que es un mentiroso, después de tentar y hacer sucumbir la voluntad del hombre para atraparle en el pecado, le vuelve a engañar negando sus consecuencias y haciéndole creer que no pasa nada. Es más, le suscita la falaz idea de que la corrección es una falta de misericordia hacia los demás y por tanto, no debe realizarse.

Aunque, en principio, la falta de corrección no supone implícitamente una expresión directa de odio, sí supone un pecado de omisión, además de una falta de caridad de quien no la ejerce, y un impedimento, a quien no es corregido, para alcanzar la gracia y la santidad: "Peor eres tú callando que él faltando" (San Agustín, Sermón 82, 7).

La falta de corrección, como dice San José María Escrivá, "esconde una comodidad cómplice del mal y una falta de responsabilidad a quienes huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida..., pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados" .

Los cristianos debemos huir de esa visión claramente errónea, excesivamente humana y poco sobrenatural, que nos lleva a pensar que es improcedente o inoportuno ejercer la corrección a un hermano por temor a dañarle, por sentir que nuestro propio pecado nos impide corregir otros o por creer que no es posible la mejora en el corregido.
Los cristianos necesitamos actualizar continuamente nuestra necesidad de estar en gracia y de alcanzar la santidad, para nosotros y para los demás. Si seguimos el ejemplo de Cristo, debemos renovar constantemente nuestra obligación de mostrar humildad, compasión y amor ante los fallos del prójimo, así como de aceptar de buen grado la propia corrección con el ejercicio de esas mismas virtudes, unidas a un sincero agradecimiento.

En realidad, si mostramos indiferencia o rechazo a la corrección, no sólo estaremos desentendiéndonos y despreocupándonos de nuestro prójimo sino que además, estaremos negando la misericordia de Dios, rechazando el amor..., es decir, estaremos pecando contra el Espíritu, algo que no tiene perdón (Mateo 12, 31-32).

Por tanto, a la pregunta clara y directa que nos hace el Señor: "¿Dónde está tu hermano?"...¿Responderé con indiferencia e indolencia? 
O diré: "Aquí está mi hermano, a quien me has mandado guardar" 

JHR


miércoles, 7 de octubre de 2020

EL INCIDENTE DE ANTIOQUÍA: ¿AGRADAR A DIOS O A LOS HOMBRES?

"
¿Busco la aprobación de los hombres, o la de Dios?, 
¿o trato de agradar a los hombres? 
Si siguiera todavía agradando a los hombres, 
no sería siervo de Cristo...
...Si busco el favor de los hombres y no el de Dios, 
Cristo habrá muerto en vano" 
(Gálatas 1,10;  2,21).

El incidente de Antioquía que se describe en la carta a los Gálatas 2, 11-21 nos muestra cómo San Pablo reprocha públicamente a San Pedro su conducta hipócrita, y cómo éste acepta de buen grado y con humildad la corrección fraterna, al darse cuenta de que esa actitud no era coherente con lo que había escuchado y con la forma de ser y vivir del Maestro. 

Pablo le recuerda a Pedro lo que el mismo Cristo le dijo anteriomente, que "no se puede servir a dos amos", aunque se lo dice con otras palabras: "Si quiero agradar a los hombres, no soy siervo de Cristo, si busco el favor de los hombres y no el de Dios, Cristo habrá muerto en vano" .

Podríamos decir que Pedro buscaba la aceptación del mundo en una forma equivocada de evangelizar, al convertirse en un gentil, propiamente dicho, en apariencia. Pedro pasó de negar al Señor, para después decirle que le amaba, pero más tarde cayó en la tentación de tratar de disimular la radicalidad del Evangelio, de rebajar la fe. Una radicalidad, vivida y enseñada por Jesús a todos nosotros, y que, en ningún caso, es antagonista a la misericordia.

Esta tentación, está hoy muy extendida en nuestra sociedad y cobra actualidad también en el seno de la Iglesia cuando los cristianos tratamos de quedar bien con todo el mundo, cuando buscamos la aprobación de los no cristianos, cuando pretendemos ser "políticamente correctos" con los que no creen o no aman a Dios, o dicho en otras palabras, cuando claudicamos con el "buenismo" como una forma mal entendida del amor misericordioso de Dios y un gran error evangelizador. 
Buenismo es sinónimo de hipocresía, de fariseísmo, de doblez, de hacer cosas delante de los de casa y las contrarias delante de los de afuera. Pero, sobre todo, es antónimo de misericordia porque el amor no es interesado. Vivir la radicalidad del Evangelio no significa ser inmisericorde sino coherente y veraz, porque "la Verdad os hará libres" (Juan 8,32).

La hipocresía "buenista" (yo la denomino "misericorditis") no es cristiana ni evangélica, va siempre precedida de la cobardía y es consecuencia del temor a no agradar, del miedo "al qué dirán", de la preocupación por no conseguir la aprobación o el beneplácito de los demás. 

Esta conducta equivocada es un intento de conseguir el favor y la aceptación del mundo mediante la máscara de los méritos humanos, obviando la Gracia y desobedeciendo la enseñanza de Jesucristo. Nosotros no tenemos más mérito que la Gracia de Dios y el de Cristo: "Sin mí no podéis hacer nada" (Juan 15,8).

En el fondo, el "buenismo" no es otra cosa que pánico a la persecución, miedo a ser odiados, difamados y "señalados" por el mundo. Pero Jesús nos dice que los cristianos no somos del mundo, y que por eso, nos odiarán sin motivo, como a Él: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra" (Juan 15,18-20).

Como Pablo y como nuestro Señor, los cristianos debemos mantener firmeza y perseverar en el Evangelio porque gracias a Su muerte en cruz, el Señor nos liberó de la hipocresía y del pecado. Nos hizo libres. 

Por tanto, si nos consideramos seguidores de Cristo, debemos vivir en la Verdad, y si ello significa ser perseguidos o vilipendiados, ¡gloria a Dios! porque se cumplirán las palabras de nuestro Señor: "Seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará...un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo...no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna...no he venido a sembrar paz, sino espada...y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí." (Mateo 10,22-38).

Debemos evitar afanarnos en agradar al mundo, sucumbir a la hipocresía y arrastrar a otros con nuestro pecado pero si caemos en esa conducta, es voluntad de Dios que aceptemos la corrección fraterna, como hizo Pedro, para que nuestra fe, nuestra confianza, nuestra esperanza y nuestro amor a Dios queden renovadas.

La diferencia entre agradar al mundo o a Dios está en que, mientras el primero nos quiere por lo debemos ser (o tener), Dios nos quiere por lo que somos. 

Por eso, es bueno recordar que los cristianos debemos vivir sin máscaras porque nuestro público es Dios: amaragradar sólo a Dios, y sólo así, seremos capaces de amar a los demás, no por conveniencia o por interés, sino como Él nos amó a nosotros primero.

JHR

martes, 11 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (12)

“Si te hace caso, 
has salvado a tu hermano” 
(Mateo 18, 15-20)

El pasaje de hoy corresponde a la segunda parte del Sermón de la Comunidad cuyas claves son la corrección fraterna, la necesidad de la reconciliación y la oración comunitaria:

Corrección fraterna
A menudo, nos ofendemos unos a otros, nos hacemos daño y rompemos la comunión. ¿Por qué se me hace tan difícil perdonar? ¿Por qué siempre veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el mio? 

Tú , Señor, que no quieres que nadie se pierda, Tú que perdonas siempre todo, me invitas a ser ejemplo, a ganar a mi hermano y a restaurar la comunión, corrigiéndolo “a solas”, a través de la escucha atenta, el diálogo respetuoso y la actitud benévola que posibilitan la reconciliación. 

¡Cuántas veces, me cuesta ser corregido, por mi orgullo! ¡Cuántas veces, en lugar de salvar a mi hermano, le "crucifico" en público con mis juicios! ¡Cuántas veces no corrijo por comodidad y dejo que mi hermano se pierda! 

Reconciliación
Tú, Señor, me exhortas a buscar también a otros para que medien en nuestras disputas. Pero siempre, con delicadeza, ternura y discreción. Desde Tu mirada misericordiosa que perdona y sana, y no desde el juicio que condena y mata.

¡Cuántas veces digo "perdono pero no olvido"! 

¡Cuántas veces me niego a perdonar a mi hermano por resentimiento y orgullo! 

¡Cuántas veces, en lugar de construir comunión, la destruyo y pierdo a mis padres, cónyuge, hijos, hermanos y amigos o me pierdo yo! 

Oración comunitaria de intercesión
Tú, Jesús, rezas conmigo para que nuestro Padre, que siempre nos escucha, nos lleve a ella. 

¡Cuántas veces pido por mi y no pido por mi hermano! 

¡Cuántas veces pido porque el otro cambie y no porque cambie yo! 
Padre Nuestro, enséñame a mostrar a otros Tu bondad y misericordia cuando corrija, y a tener Tu humildad y mansedumbre cuando sea corregido.

María, Madre Nuestra, enséñame a tener Tu corazón tierno y Tu mirada misericordiosa para que la paz de Tu Hijo reine en nuestras vidas.

JHR

domingo, 21 de enero de 2018

¿CORRIJO O CONDENO?

"Sed misericordiosos, 
como vuestro Padre es misericordioso. 
No juzguéis y no seréis juzgados; 
no condenéis y no seréis condenados. 
Perdonad y seréis perdonados." 
(Lucas 6, 36-37)

"No me juzgues" es una de las frases de la Biblia más utilizadas hoy, especialmente entre los no cristianos, porque encaja con dos supuestos que la ideología relativista quiere imponernos: (1) la religión debe vivirse en el ámbito privado, y (2) la moral es relativa. La gente, cuando dice "no me juzgues", en realidad, está queriendo decir: "No eres nadie para decirme que estoy equivocado". 

Sin embargo, Jesús, quien pronunció esas palabras, continuamente hacía juicios públicos, muchos de ellos, bastante duros. En Juan 7, 7, les dijo a sus discípulos que el mundo le odia "porque testifico de él que sus obras son malas". Con estas palabras, Dios no quiere decir que debemos estar de brazos cruzados y permitir que cada uno vaya a lo suyo o que pensemos ¿Quien soy yo para juzgar? Más bien, se refiere a que debemos corregir pero no condenar.

Cuando ponemos a la luz de Dios desde la caridad fraterna una actitud, una opinión, un hecho, etc..., no estamos juzgando sino corrigiendo. Corregir es una de nuestras principales tareas como cristianos, o lo que es lo mismo, buscar la santidad de nuestro prójimo. Cuando condenamos a la persona, estamos juzgando. Cuando la corregimos, buscamos su santidad.

San Agustín de Hipona decía que "Dios odia el pecado, pero ama al pecador". Si Dios odiara a los pecadores, ¿por qué encarnarse para salvarlos? Jesús denunció las obras malas, pero no condenó a la gente. Juan 3,17 dice que Dios no envió a Jesús para condenar al mundo, sino para salvarlo. 

Debemos conocer la diferencia entre corregir y condenar. Corregir es decir: "porque te quiero, eso que haces, está mal"Condenar significa decir: "te odio por lo que haces mal"Es lo que hacemos después de decirle a alguien la verdad, lo que determina si los estamos condenando (juzgando) o no. 

¿Cómo diferenciar la corrección de la condena? Algunas ideas podrían ser las siguientes:

Veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio

En ocasiones, estamos más enfadados con la otra persona por lo que ha hecho, que no somos capaces de pensar que nosotros mismos hacemos muchas cosas mal. Solemos mirar con lupa las malas obras de otros y escondemos las nuestras.

Podemos (y debemos) corregir fraternalmente a otros desde el cariño, pero sobre todo, desde la plena consciencia de que nosotros también obramos mal y pecamos.

No perdono (o si perdono, no olvido)

"Negarse a perdonar" es ignorar por completo lo mucho que Dios nos ha perdonado, es negarse también a ser perdonado.

"Perdonar pero no olvidar" es como "distinguir sin diferenciar", es como decir "voy a recordar eso que hizo y usarlo como justificación para condenarlo en cualquier otro momento"

"Perdonar pero no olvidar" no es perdonar en absoluto. El perdón significa absorber la deuda y, a cambio, ofrecer amor y bondad.

Excluyo a mis "enemigos" 

Esta es la esencia del "juzgar": cuando estamos en desacuerdo con alguien, le condenamos y le castigamos, excluyéndole. En esencia, pensamos: "No podemos ser amigos si no estamos de acuerdo en este tema". La condena es clara: "Es mi enemigo y no quiero estar con él".
Sin embargo, como cristianos debemos amar por encima de todo, incluso de nuestra postura u opinión. Eso no significa que tengamos que comprometerla o dejar de expresarla sino mantenernos comprometidos en amar a aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Significa que, como Cristo, un cristiano no tienen enemigos.

El mejor ejemplo de esto es la actitud de Jesús con Judas. Sabiendo que le traicionaría, podría haber expulsado de su grupo. Sin embargo, le sentó a su mesa y compartió con él pan, símbolo de intimidad y amistad en las costumbre judía; le lavó los pies como al resto de los apóstoles, símbolo de servicio y amor; incluso después de que Judas le traiciona, Jesús le dice: "Amigo, ¡a lo que vienes!" (Mateo 26, 50). 

Cristo no sólo no condena a Judas sino que ni siquiera le aparta de su lado. No le dice "enemigo" sino "amigo", amándole a pesar de su traición

Condeno sin dar opción de cambio

Con mucha frecuencia, juzgamos y condenamos a los demás sin darles la oportunidad de cambiar.
Sin embargo, Dios nos exhorta a corregir (reprender) a nuestro hermano, pero no para pisotear su dignidad (pues también es hijo de Dios), si no para ganarle: 

"Si tu hermano ha pecado contra ti, 
ve y repréndelo a solas; 
si te escucha, habrás ganado a tu hermano" 
(Mateo 18,15). 

La corrección fraterna debe estar siempre inspirada por el amor y llevada a cabo con amor. Por eso, siempre, debemos darle opción de arrepentimiento, de retracto y de cambio.

No acepto ser corregido


A nadie nos gusta ser corregidos. Ni tampoco aceptar la reprensión de buen grado. ¿Por qué? ¿Es que acaso no tenemos fallos?

Cuando otros señalan nuestro mal actuar, deberíamos ser capaces de decir: "Bueno, tienes razón, ¡Lo siento!, perdóname.

Sin embargo, solemos ponernos a la defensiva, disculpándonos, excusándonos o "echando la culpa a otros" demostrando una actitud poco cristiana y orgullosa. Y el orgullo impide el paso a la Gracia.

Aceptar ser corregidos por nuestros hermanos, nos llevará por el camino de la humildad, hacia la santidad y hacia Dios.

Me niego a corregir

Cuando nos negamos a corregir a alguien, es por dos razones: (1) Nos rebelamos a lo que Dios nos dice sobre la corrección fraterna, o (2) Nos concienciamos de que la otra persona realmente no puede cambiar.
La Sagrada Escritura dice: "El que no usa la vara odia a su hijo, pero el que le ama le prodiga la corrección." (Proverbios 13, 24). 

Al asumir que una persona no puede cambiar ni arrepentirse, no sólo estamos odiándola, sino interponiéndonos entre Dios y ella, y negándola la oportunidad de recibir su Gracia. ¿Quién soy yo para interponerme entre Dios y mi hermano? ¿Quién soy yo para ocupar el lugar de Dios?

El apóstol Santiago termina su carta así: “Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados” (Santiago 4, 19-20).


Por último, un aspecto importante en la corrección fraterna es crear un equilibrio entre la gracia y la verdad. No debemos corregir a los demás con Gracia reteniendo u ocultando la verdad, pero tampoco lo hagamos diciendo la verdad sin Gracia, porque:

"Gracia sin verdad es sentimentalismo liberal". 
"Verdad sin gracia es fundamentalismo crítico".

martes, 12 de septiembre de 2017

CORREGIR ES UN SIGNO DE AMOR

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"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 
Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. 
Si te hace caso, has salvado a tu hermano. 
Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. 
Si no les hace caso, díselo a la comunidad, 
y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, 
considéralo como un pagano o un publicano."
(Mateo, 18, 15-18)


¿A quien no le cuesta corregir a otro? ¿A quien le gusta ser corregido?

Muchas veces, no nos atrevemos a reprender y corregir a otro debido a la errónea idea de poder ofenderle. Es verdad que corregir siempre resulta embarazoso, tanto para el que corrige como para el que es corregido. A menudo, el primero no se atreve y el segundo no lo acepta.

Sin embargo, Dios es claro: 'Ve, amonéstalo'. Dios nos pide acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda. 

La corrección no es una ofensa, sino un bien y un servicio que hacemos a nuestro prójimo por amor. Quien corrige a su hermano, le ama. 

Junto a la oración y el buen ejemplo, la corrección fraterna constituye un medio fundamental para alcanzar la santidad. L
a corrección fraterna es fuente de santidad personal en quien la hace y en quien la recibe.
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"Amar a tu prójimo como a ti mismo" significa buscar su santidad, como nosotros buscamos la nuestra. Amar significa desear lo mejor para el otro. Y qué mejor cosa que procurar su santidad, para que disfrute en el cielo de la presencia de Dios!!!

Pero además, Dios es tajante: "tú y él solos". Nada de chismes, nada de criticas a las espaldas, nada de habladurías. Entre los dos, sin espectadores, a solas, en la intimidad, nunca en público.

Nuestra actitud correctora siempre ha de tener un talante de delicadeza, de dulzura, de prudencia, de humildad y atención hacia quien cometió una culpa, evitando palabras que puedan herir y "matar" a nuestro hermano.  Pero sobre todo, una actitud de amor.

Como dice el Papa Francisco: "las palabras matan. Por eso, cuando hablamos mal, cuando criticamos injustamente, cuando despellejamos a un hermano con la lengua, estamos asesinando su reputación."

La finalidad de las sucesivas intervenciones (si llegara el caso) es la de ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho, y que con su culpa o error ha ofendido no solamente a uno, sino a todos, incluso a Dios.

Jesús "amaba hasta el extremo a sus amigos", los discípulos. El mismo les corrigió en varias ocasiones: ante la envidia que manifiestan al ver a uno que expulsaba demonios en nombre de Jesús, a Pedro porque su modo de pensar no es el de Dios sino el de los hombres, corrige la ambición desordenada de Santiago y Juan, enmendando con cariño su equivocada comprensión sobre el lugar a ocupar en el reino de Dios. Pero también, a su vez, les reconoce su valentía y su buena disposición para “beber su cáliz”.

Corregir a nuestro hermano es una expresión de amistad y de franqueza que distingue al adulador del amigo verdadero. 

Y a su vez, dejarse corregir es señal de madurez y condición de progreso espiritual.

miércoles, 6 de julio de 2016

CORRECCIÓN FRATERNA, SIEMPRE DESDE EL AMOR


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"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 
Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.
Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.
Si no les hace caso, díselo a la comunidad,
y si no hace caso ni siquiera a la comunidad,
considéralo como un pagano o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo,
y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro, además,
que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo,
se lo dará mi Padre del cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos."

(Mateo, 18, 15-20)

A veces, podríamos pensar que corregir a un hermano es juzgarle o criticarle. Podríamos decidir "pasar" del tema por no herir sus sentimientos, por no enemistarnos con él. Podríamos creer que es mejor dejarle obrar mal y no decirle nada. Podríamos llegar a pensar que no merece la pena hacer ninguna corrección por comodidad, por evitar "líos".

Sin embargo, estos temores o complejo
s se disipan fácilmente si tenemos viva la conciencia de la comunión de los santos y, por tanto, de la lealtad debida a la Iglesia y a sus pastores, a sus instituciones y a todos los hermanos en la fe.

La corrección fraterna es un mandato del propio Jesucristo y de la Iglesia. Ante las faltas de los hermanos no cabe una actitud pasiva o indiferente, ni tampoco la queja o la acusación destemplada.

Base doctrinal

Jesús exhorta a practicarla: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” y Él mismo corrige a sus discípulos en diversas ocasiones (Marcos 9, 38-40; Mateo 16, 23; 20,20-23).

En el Antiguo Testamento, Dios recuerda a los profetas la obligación de corregir. (Ezequiel 33, 7-9). 

En el Nuevo Testamento, el apóstol Santiago exhorta a practicarla: “Si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro hace que vuelva a ella, debe saber que quien hace que el pecador se convierta de su extravío, salvara el alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados” (Santiago 5, 19-20).

San Pablo considera la corrección fraterna como el medio más adecuado para atraer a quien se ha apartado del buen camino: “Si alguno no obedece lo que decimos en esta carta [...] no le miréis como a enemigo, sino corregidle como a un hermano” (2 Tesalonicensess 3, 14- 15; Gálatas 6, 1). Aconseja a los cristianos de Corinto a “exhortarse mutuamente” (2 Corintios 13, 11). 

San Ignacio dice "Buscaré primero mi santificación y, después de la de los demás".

El Papa Francisco dice que "las palabras y las críticas asesinan la reputación del otro".

Definición

La corrección fraterna es un aviso, una advertencia que un cristiano dirige a su prójimo para ayudarle en el camino de la santidad.

Es una herramienta y un signo de madurez espiritual que muestra los defectos personales (con frecuencia inadvertidos por la ignorancia, falta de formación y las propias limitaciones o enmascarados por el amor propio) y es también condición necesaria para, con la ayuda de Dios, mejorar en nuestro camino al cielo.

El Señor l
lama a su Iglesia a ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho y acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda, evitando las críticas innecesarias y las murmuraciones gratuitas.

"Ve, amonéstalo, tú y él solos". La actitud es de discreción, delicadeza, prudencia, humildad y acogida hacia quien cometió una culpa, evitando las palabras que puedan herir y denigrar al hermano, así como de no mortificar inútilmente al pecador.

Es un
obligación de amor y de justicia al mismo tiempo para todos los cristianos: Hace bien al corregido y son de más provecho que una amistad muda. 

Es una expresión de amistad y franqueza, de hermandad y sinceridad que distingue al adulador del amigo verdadero

Es una prueba de cariño y de confianza. No brota de la irritación ante una ofensa recibida, ni de la soberbia o de la vanidad heridas ante las faltas ajenas. Sólo el amor puede ser el genuino motivo de la corrección al prójimo.

Fundamento

El fundamento natural de la corrección fraterna es la necesidad que tiene toda persona de ser ayudada por los demás para alcanzar la santidad, pues nadie se ve bien a sí mismo ni reconoce fácilmente sus faltas. 

Dejarse corregir es señal de madurez espiritual: “el hombre bueno se alegra de ser corregido; el malvado soporta con impaciencia al consejero”.

La corrección fraterna cristiana nace de la caridad, "vínculo de la perfección”y es fuente de santidad personal en quien la hace y en quien la recibe
Al primero le ofrece la oportunidad de vivir el mandamiento del Señor del amor al prójimo: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado”.

Al segundo le proporciona la guía necesaria para renovar el seguimiento de Cristo en aquel aspecto concreto en que ha sido corregido.

“La práctica de la corrección fraterna es una prueba de sobrenatural cariño y de confianza. Agradécela cuando la recibas, y no dejes de practicarla con quienes convives ”. 


La corrección fraterna no brota de la irritación ante una ofensa recibida, ni de la soberbia o de la vanidad heridas ante las faltas ajenas. 

Sólo el amor puede ser el genuino motivo de la corrección al prójimo. Debemos corregir por amor, no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda.  Si corregimos porque nos ha molestado ser ofendidos por él, de nada sirve.

Si todos los cristianos necesitan de esa ayuda, existe un deber especial de practicar la corrección fraterna con quienes ocupan determinados puestos de autoridad, de dirección espiritual, de formación, etc. en la Iglesia y en sus instituciones, en las familias y en las comunidades cristianas debido a la mayor responsabilidad que desempeña. 

Del mismo modo, los que desempeñan tareas de gobierno o formación adquieren una responsabilidad específica de practicarla. En este sentido enseña San Josemaría: “Se esconde una gran comodidad —y a veces una gran falta de responsabilidad— en quienes, constituidos en autoridad, huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida..., pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados”.

Actitudes al corregir 

Examen de conciencia. Es preciso examinarse sobre la falta que es materia de la corrección. San Agustín aconseja: “Cuando tengamos que reprender a otros, pensemos primero si hemos cometido aquella falta; y si no la hemos cometido, pensemos que somos hombres y que hemos podido cometerla. O si la hemos cometido en otro tiempo, aunque ahora no la cometamos. Y entonces tengamos presente la común fragilidad, para que la misericordia, y no el rencor, preceda a aquella corrección”. No faltar o equivocarnos en aquello mismo que corregimos a los demásEl que corrige debe hacerlo primero con el propio testimonio de vida y ejemplo de virtud, y después también podrá hacerlo con la palabra y el consejo. 

Delicadeza, cariño, bondad, mansedumbre, justicia y equidad son rasgos distintivos de la caridad cristiana y de la práctica de la corrección de Dios a través nuestra. Conviene preguntarse: ¿cómo actuaría Jesús en esta circunstancia con esta persona? Así se advertirá más fácilmente que Jesús corregiría no sólo con prontitud y franqueza, sino también con amabilidad, comprensión y estima. San José María Escrivá enseña: “La corrección fraterna, cuando debas hacerla, ha de estar llena de delicadeza —¡de caridad!— en la forma y en el fondo, pues en aquel momento eres instrumento de Dios”.

Ser benévolos y respetuosos con las personas, sin humillarlas ni abochornarlas jamás, y mucho menos en público. Y no digo que no haya que corregir, pero hay formas y formas.

Pedir la gracia del Espíritu Santo y rezar por la persona que ha de ser corregida favorece que la corrección sea eficaz.

Cara a cara. Nuestra lealtad hacia nuestro hermano nos llevará a corregirlo cara a cara , sin fingimientos ni rebajas, con la franqueza de quien busca el bien del otro y la firmeza que no es incompatible con la amabilidad y la delicadeza. 

Prudencia. Es la guía, regla y medida del modo de hacer y también de recibir la corrección fraterna. Discernir en la presencia de Dios la manera más prudente de realizarla  e incluso pedir consejo a una persona sensata (el director espiritual, el sacerdote, el superior, etc.). La prudencia llevará también a no corregir con excesiva frecuencia sobre un mismo asunto, pues debemos tener presente la gracia de Dios y el tiempo para la mejora de los demás.

Actitudes al ser corregido

No rebelarse ni tomar a mal la corrección, sino con buen ánimo, con humildad y sencillez: "Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor y no te abatas cuando seas por Él reprendido; porque el Señor reprende a los que ama, y castiga a todo el que por hijo acoge" (Hebreos 12, 5-6; Proverbios 3, 11-12).

Verla como una gracia divina cuyo propósito es nuestra mayor fidelidad a Dios y disposición en el servicio a los demás. 

Acoger las correcciones con agradecimiento, sin discutir ni dar explicaciones o excusas y escuchar la voz de Dios sin endurecer el corazón.

No irritarse ni enfadarse. San Cirilo decía: “La reprensión, que hace mejorar a los humildes, suele parecer intolerable a los soberbios”. En el caso de no entenderla, pedir consejo a una persona prudente (el sacerdote, el director espiritual, etc.) que nos ayude a comprenderla en todo su alcance.
Con la corrección fraterna, tanto el que corrige como el que es corregido manifiestan la "comunión de los santos", al tomar conciencia de su responsabilidad en la santidad de los demás y perseverar hacia donde hemos sido llamados por Dios.

Frutos

Los beneficios de la corrección fraterna son numerosos, tanto para el que corrige como para el que es corregido:
  • produce gozo, paz y misericordia. 
  • potencia la caridad, la humildad y la prudencia.
  • mejora la formación humana haciendo a las personas más corteses.
  • facilita el trato mutuo entre las personas, haciéndolo más sobrenatural y más humano.
  • encauza el posible espíritu crítico negativo, que podría llevar a juzgar con sentido poco cristiano el comportamiento de los demás
  • impide las murmuraciones o las bromas de mal gusto sobre comportamientos o actitudes de nuestro prójimo
  • fortalece la unidad de la Iglesia y de sus instituciones a todos los niveles
  • contribuye a dar mayor cohesión y eficacia a la misión evangelizadora
  • garantiza la fidelidad al espíritu de Jesucristo
  • permite experimentar la firme seguridad de quienes saben que no les faltarán la ayuda de sus hermanos en la fe.