¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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domingo, 14 de julio de 2019

¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

"Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, 
cayó en manos de unos bandidos, 
que lo desnudaron, 
lo molieron a palos y se marcharon, 
dejándolo medio muerto. 
Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, 
al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 
Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio:
 al verlo dio un rodeo y pasó de largo. 
Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y,
 al verlo, se compadeció, y acercándose, 
le vendó las heridas, 
echándoles aceite y vino, 
y, montándolo en su propia cabalgadura, 
lo llevó a una posada y lo cuidó. 
Al día siguiente, sacando dos denarios, 
se los dio al posadero y le dijo:
'Cuida de él, y lo que gastes de más 
yo te lo pagaré cuando vuelva'”.
¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo 
del que cayó en manos de los bandidos?
Él dijo: 'El que practicó la misericordia con él'.
Jesús le dijo: 'Anda y haz tú lo mismo'.
 (Lucas 10, 30-37)

Hoy, de nuevo, el Señor me ha sorprendido al explicarme el punto central de la parábola del buen samaritano en el Evangelio: que Cristo ha sido mi buen samaritano.

Él ha sido el extraño que ha "tenido compasión" del "hombre herido de muerte" por el pecado y ha vendado mis heridas con el paño del don del Espíritu Santo.

Él ha sido el odiado que ha salido a mi encuentro y me ha rescatado, llevándome a la posada de la Iglesia, donde soy cuidado con el vino de la esperanza y con el aceite del consuelo, hasta que el Señor vuelva.

¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna? 

Es la pregunta que el ser humano se viene preguntando desde hace dos mil años. Y es que, pensamos que tenemos que hacer algo para poder heredar. Queremos garantizarnos la herencia por nuestro propio esfuerzo y mérito. 
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Pero una herencia no se merece. Una herencia no se trabaja. La herencia la recibimos, simplemente, por ser hijo: 

"Así, pues, ya no eres esclavo, sino hijo, y tuya es la herencia por gracia de Dios”. (Gálatas 4,7). 

Como hijos de Dios no podemos hacer nada para merecer la herencia. Peor aún, ¡podemos perderla!

Por ello, Jesús me ilustra la importancia de la fe por las obras, de cumplir el espíritu de la ley y no la letra de la ley, de practicar las virtudes que me llevan a la santidad y a la vida eterna: el amor y la misericordia.

¿Qué está escrito en la Ley?

Dios me responde con otra pregunta para que piense y medite...porque conozco la respuesta:
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 "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo" (Deuteronomio 6,5; Levítico 19,18).

Es el mandato que Dios pone en lo profundo de mi corazón humano, que resume toda la ley, que se define en función de la obras, que se manifiesta en la relación con el prójimo y que se establece en el ámbito de la misericordia.

¿Y quién es mi prójimo?

Jesús me dice: "¡Haz esto y vivirás!" Lo importante, lo principal, ¡es amar a Dios! 

Pero ¿cómo puedo amar a quien no veo? Por eso, Dios me llama a amar al prójimo, porque Él viene hasta mí a través de los demás, porque le veo en el prójimo, porque es como Él se revela ante mis ojos humanos. 

Dios me anima a amar también a mi prójimo "con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi fuerza y con toda mi mente, como a mi mismo".

El verdadero ejemplo del amor al prójimo es desviarme de mis propios caminos, de mis propios intereses, de mis pensamientos, de mis prejuicios, y hacerme cargo del que sufre, de que está herido. 

Sin embargo, queriendo justificarme o evadirme, pregunto, como hace el doctor de la ley: "¿Y quién es mi prójimo?", para ver si me interesa o no

Porque amar al prójimo no es nada fácil, porque requiere "donarme" a los demás sin importarme las consecuencias, si me interesa o no. Y ese "donarme" me cuesta, porque no a todos les trato o les quiero de la misma manera. 

Cuántas veces no considero prójimos a los "extraños", a los "despreciados" o a los "enemigos". No quiero que lo sean. Porque no me gustan, porque me incomodan, porque no me son gratos...

Cuántas veces prefiero pensar en mi prójimo como mi "hermano, "amigo" o "conocido". Los que no entran en esa definición, no son mi prójimo, y por tanto, no tengo por qué ayudarles, no tengo por qué atenderles.

Cuántas veces los cristianos, las personas de Iglesia pasamos cerca de un hombre necesitado y damos un rodeo, sin ofrecerle ayuda, sin preocuparnos por él, porque "pasamos de él".

Cuántas veces, identificándonos con el sacerdote o el levita, tratamos de dar una justificación: "¡No es mi prójimo!, anteponiendo formalismos y temores, insensibilidades y cobardías, indiferencias y prejuicios, a la misericordia y el perdón. 

Cuántas veces nos incomoda subirle en nuestra cabalgadura, llevarle a una posada y cuidarle porque pienso: ¡No es mi cometido!, anteponiendo mi egoísmo y mi comodidad.

Jesús es el Buen Samaritano que pasa a la acción concreta, eficaz y progresiva: llegar, ver, compadecerse, acercarse y actuar. Ese es el ejemplo que, como cristianos, nos pone el Señor y que debemos seguir. 

La condición de "prójimo" no depende de la raza, del parentesco, de la simpatía, de la cercanía o de la religión. La humanidad no está dividida en prójimo y no prójimo. 

En conclusión, si quiero saber quién es mi prójimo:

Debo mirar desde las necesidades del otro, no desde mi interés. 

Debo mirar desde las incomodidades del otro, no desde mi comodidad. 

Debo mirar desde las heridas del otro, no desde mi salud. 

Saber quién es mi prójimo depende de que yo llegue, vea, me compadezca y me acerque...Entonces, ¡el otro será mi prójimo! 

¡Amar a mi prójimo depende de mi y no del otro! 


lunes, 21 de septiembre de 2015

7 RAZONES PARA EVANGELIZAR


Decimos que la identidad de la Iglesia es misionera, evangelizadora. Pero ¿Por qué estamos todos llamados a evangelizar? ¿Qué razones tenemos para ponernos en misión?

1. ES LA VOLUNTAD DE DIOS.
Dios quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad. (1 Timoteo 2,4).

2. ES UN MANDATO EXPLÍCITO DE JESUCRISTO.
Jesús nos manda ir y hacer discípulos, bautizando y enseñando. (Mateo 28, 19-20). Jesús nos envía, como el Padre le envió a Él. (Juan 20,21).

3. ES UN DERECHO Y UN DEBER DE LA IGLESIA.
Predicar el Evangelio no es para nosotros ningún motivo de gloria; es más bien un deber que nos incumbe. (1 Corintios 9,16).

4. ES POR AMOR A DIOS Y AL PRÓJIMO.
Los cristianos nos sentimos impulsados a evangelizar por la caridad, por amor a Dios y con la que anhelamos participar de los bienes espirituales, tanto de esta vida como de la venidera.

5. ES POR DAR GLORIA A DIOS.
Dios es plenamente glorificado por la evangelización con la fe de los hombres, unidos en un solo cuerpo, en un solo pueblo.

6. ES UNA VIDA NUEVA EN CRISTO.
Cristo nos ha otorgado la salvación, una vida nueva llena de sentido y de amor que no podemos guardarnos para nosotros egoístamente, sino que debemos comunicarla a todo el mundo con la alegría de quien ha encontrado un tesoro.

7. ES UNA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA.
La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!