
"Medita estas cosas y permanece en ellas,
para que todos vean cómo progresas.
Sé constante en estas cosas,
pues haciendo esto te salvarás a ti mismo
y a los que te escuchan.
Si alguno no cuida de los suyos
y, sobre todo, de los de su casa,
ha renegado de la fe
y es peor que uno que no cree"
(1Tim 4,15-16; 5,8)
Sin duda, hoy, en la Iglesia se da una gran paradoja: mientras existen parroquias cerradas, vacías o en clara decadencia, con pocas eucaristías y menos confesiones, con algunos "ascendentes" y con pocos "descendientes", sin alegría, sin celo evangelizador, sin "alma"... existen otras que "van bien", que tienen muchos fieles, muchos grupos, mucha actividad, "mucha vida", pero....¿hacia dónde van? ¿pecamos por defecto o por exceso?
A menudo me planteo si estas parroquias "en ebullición" no se habrán convertido en un conglomerado de grupos o de clubes sociales donde se consume tiempo y espacio espiritual pero donde existe escasa coherencia, interrelación o empatía entre unos y otros.
Más que comunidades cristianas que caminan en unidad y hacia el mismo destino, parecen comportarse como células aisladas o tribus independientes que "hacen la guerra por su cuenta", pero... ¿qué "guerra"?
Estas parroquias ofrecen distintas estrategias y caminos en los que los "conversos" se "reconvierten" (valga la redundancia) en meros consumidores espirituales que suponen resultados cuantitativos para el grupo, que no cualitativos.

La parroquia no puede ser una empresa que subcontrate servicios, ni que franquicie experiencias "a la carta", ni tampoco que alquile "espacios" ni que esté formada por sedes parlamentarios (otrora, consejos parroquiales) donde cada grupo "habla de su libro", pero no escucha al otro ni se relaciona con él.
La parroquia, o es una comunidad de "perdidos y hallados", de "hijos pródigos que regresan a la casa del Padre" y celebran juntos un banquete, o no es Iglesia; o es un espacio transversal que acompañe, escuche, forme, anime y envíe a sus integrantes, o no es Iglesia.
La parroquia, o es una casa familiar donde se recibe y acoge a todo el que llega, donde se establecen lazos de verdadera amistad y fraternidad, o se convierte en un apartamento turístico donde todos entran y salen, pero donde nadie se conoce, ni se saluda (si no es "de los suyos").
La parroquia, o es un "parador del Reino", un "área de servicio espiritual" donde retomar fuerzas de Dios para volver a salir "a la lucha", o se convierte en un piso de "inqui-okupas" donde todos entran y nadie sale, donde todos se "reúnen" pero nadie se "encuentra", donde todos "consumen" pero nadie "reparte".

Siempre digo que en la Iglesia "hacemos muchas cosas para Dios pero con frecuencia nos olvidamos del Dios de las cosas", porque no somos dóciles a la guía del Espíritu Santo, porque tenemos corazones que continuamente se endurecen y se olvidan de latir, porque somos "duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos" (Hch 7,51).
Por eso, creo que
- no se trata de "hacer" cosas, sino de "ser" cristos
- no se trata de "ser" grupo, sino de "hacer" comunidad
- no se trata de que la parroquia "vaya bien," sino de saber hacia "dónde" va
- no se trata de que la parroquia "esté comprometida" sino de que "todos se comprometan"