¿QUIÉN ES JESÚS?
La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.
¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?
Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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domingo, 8 de agosto de 2021
MEDITANDO EN CHANCLAS (8): EL CUERPO DE CRISTO
"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo;
el que coma de este pan vivirá para siempre"
(Juan 6,51)
Las lecturas que hoy nos propone la Iglesia nos conducen de regreso al discurso eucarístico del capítulo sexto de Juan, que parece desarrollarse en un ir y volver continuo sobre el mismo tema, el pan de vida, y cuyo propósito es que entendamos el significado del signo sacramental.
El pan es el único alimento que se come a diario y que "marida" con todos los alimentos. Pero cuando este pan llega al altar y es consagrado por el sacerdote, se produce la transubstanciación, por la cual la substancia del pan cede el puesto a la substancia, a la persona divina que es Cristo vivo y resucitado, aunque las apariencias externas (en lenguaje teológico, los "accidentes" o atributos físicos, es decir, lo que puede ser visto, tocado, saboreado o medido) siguen siendo las del pan.
Transformación no es lo mismo que transubstanciación. Transformar significa pasar de una forma a otra, es decir, cambiar su apariencia manteniendo su esencia. Transubstanciar significa pasar de una substancia a otra, es decir, cambiar su esencia manteniendo su apariencia.
En la Eucaristía, el pan es transubstanciado, no transformado; su forma, su sabor, su color, su peso siguen siendo los mismos de antes, lo que cambia es su realidad profunda: se convierte en el cuerpo de Cristo. Por eso es tan importante prepararse y comprender lo que sucede en la Eucaristía para vivirla con devoción, reverencia y respeto.
El sacerdote no realiza un "signo simbólico", ni un "show religioso", ni un "rito metafórico" sino que es el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo, los que se hacen real y auténticamente presentes en el altar. Tampoco reparte "galletas" que se cogen con la mano como en la fila del patio del colegio, sino al mismísimo Jesucristo, que se da al hombre.
Si realmente creyéramos que estamos ante el cuerpo de Cristo, no lo recibiríamos de cualquier modo (sin gracia, sin respeto, sin deseo sincero, sin dignidad, sin cuidado, sin delicadeza...). Si realmente creyéramos que Cristo está allí, no saldríamos de la Iglesia nunca. Pero, como vienen repitiendo las lecturas de toda esta semana, el problema es que a muchos nos falta fe.
Juan utiliza el término teológico "judíos" para referirse a los "incrédulos", a los faltos de fe, a los murmuradores, a los criticadores. Los judíos decían conocer al hijo de José y María pero desconfiaban, negaban y murmuraban sobre el hecho de que fuera el Hijo de Dios. Ellos se alimentaban de la Ley y no entendían que tuvieran que alimentarse de Cristo, el Mesias, aquel que esperaban desde siglos. Jesús se hace "familiar", se acerca al hombre, y éste le rechaza precisamente por que cree conocerle humanamente.
Yo también soy "judío", formo parte de una "generación incrédula y perversa", que afirma que lo que ven mis ojos no es más que una oblea redonda de pan y no el cuerpo de Cristo. Lo que hago cuando me acerco a comulgar de cualquier manera es: desconfiar (aunque cumpla con la tradición), negar (aunque asienta con la cabeza) y murmurar (aunque guarde silencio).
El Señor me dice "no critiquéis, nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado", para hacerme saber que la fe es un don de Dios que me da y que sólo está condicionada por mi libertad, por la apertura de mi corazón, por la escucha atenta de su Palabra y por la docilidad a su Gracia.
"Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí": Jesús vuelve a utilizar el verbo "escuchar" pero añade "aprender", para hacerme saber que el encuentro con Él es una gracia, no una elección mía. Por ello, en la Eucaristía, primero escucho la Palabra de Dios y aprendo de Ella, para después recibir a Cristo en la comunión. En realidad, recibo a Cristo desde el ambón y desde el altar.
"El que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida": Jesucristo me dice que si creo en Él como Hijo del Dios vivo, si confío en su revelación divina y si me apoyo en la Roca de la que brota agua de vida, viviré para siempre. Dios me regala la vida divina por medio de Jesucristo, que cumple su promesa de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20).
domingo, 1 de agosto de 2021
MEDITANDO EN CHANCLAS (1): EL PAN DE VIDA
"Yo soy el pan de vida.
El que viene a mí no tendrá hambre,
y el que cree en mí no tendrá sed jamás"
(Juan 6,35)
Comenzamos, como cada año en agosto, nuestras meditaciones paseando con Jesús por la orilla del mar. Hoy, Cristo nos ofrece en el discurso sobre el pan de vida, un “alimento que no perece” (Juan 6,27) que evoca el milagro del maná en el desierto, el alimento material que, aunque sacia momentáneamente, perece y no puede guardarse de un día para otro (Éxodo 16,20).
La multitud sigue a Jesús, no porque haya comprendido el significado del signo (la multiplicación de los panes y los peces), sino porque están saciados. No tienen fe sino interés egoísta y utilizan al Señor para su satisfacción física, para alimentarse sin esfuerzo.
En la Pascua, los judíos recordaban el pan del desierto que el pueblo comía como sustento diario, y aún así, éste no impedía que muriesen. Ahora, Cristo les pide dar un paso más: ¡Quien celebra la Pascua recordando sólo el pan que los padres comieron en el desierto, morirá como todos ellos!
El verdadero sentido de la Pascua no es el de recordar el maná que cayó del cielo, un pan físico y temporal, sino liberarles de los esquemas del pasado y de los patrones humanos para aceptar a Jesús como el Pan de Vida que ha bajado del cielo.
Los judíos comienzan a murmurar, le muestran hostilidad, dudan de la presencia de Dios en Jesús de Nazaret (Juan 6,41-42) y hacen lo mismo que los israelitas en el desierto (Éxodo 16,2; 17,3; Números 11,1): critican a Jesús porque no aceptan su divinidad. Le ven como el carpintero de Nazaret y se niegan a creer que Jesús es el Hijo divino de Dios y no toleran ni aceptan su mensaje.
En la Eucaristía, ¿me quedo en la superficie del signo? ¿me acerco para "consumir el pan" por tradición, como en el pasado, igual que los judíos, o por un egoísmo material? ¿soy capaz de entender completamente el don que Dios me da? ¿Creo realmente que el propio Jesucristo se hace presente para saciar mi cuerpo y mi alma?
El signo me interpela: ¿Por qué soy cristiano? ¿Reduzco mi fe a una práctica de normas o al cumplimiento de ritos y tradiciones? ¿Busco agradar a Dios o satisfacer mis deseos? ¿Acudo a Dios sólo cuando necesito algo? ¿Utilizo a Dios? ¿Me aprovecho de Él?
Quizás, yo también "murmuro" y pongo objeciones a la Palabra de Dios, y termino negando y rechazando a Cristo porque, en realidad, no quiero aceptar las exigencias que suponen seguir a Jesús. Me basta con "tenerle" para satisfacer mis deseos y mis necesidades.
En la Eucaristía, Cristo nos invita a ir más allá del signo: ¡Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura! (Mateo 6,33) porque ¡No sólo de pan vive el hombre! (Deuteronomio 8,3).
Buscar el reino de Dios es creer y confiar en Jesús y decirle: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mateo 16,16)". Es confiar en Cristo y decirle. ¡Danos hoy el pan nuestro de cada día! (Mateo 16,11). Es alimentarse de Él y decirle: "¡Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo!" (Juan 4,34).
Cristo es el auténtico “maná del cielo” que nos alimenta en cada Eucaristía, el “pan nuestro de cada día” que pedimos en cada Padrenuestro, y mientras caminamos por el desierto, por la prueba, le rogamos: “¡Señor, danos siempre de ese pan!”
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