¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 11 de julio de 2019

EL MAL ACTÚA MIENTRAS EL BIEN SE LO PERMITE

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"Todo hombre es culpable del bien que no hizo"
(Voltaire)

La maldad que impera en este mundo es la causa del sufrimiento y del dolor existentes. Pero también es debido a la omisión de muchos cristianos. 

Una omisión motivada por la pereza, la apatía, por una falsa comodidad, por un cierto temor, por un cierto complejo de "buenismo" o también, por la falta de formación. Y es que el Mal actúa mientras el Bien se lo permite.

Un cristiano no puede permanecer impasible ante el mal, no puede ser indiferente ante los ataques a Dios y a la Iglesia. No puede, y no debe. Dejar de "dar", de "hacer" o de "decir", es pecado de omisión.

Dios nos llama a ser personas con iniciativa, con valentía, con actitud...como le dice a los siervos de la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30).
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Con la omisión, abandonamos a Dios y a la Iglesia, y los encerramos en el cajón cerrado de nuestra intimidad, en el cuarto secreto de nuestro corazón. 

Puede ser que vayamos a Dios de vez en cuando, cuando tenemos tiempo extra o cuando necesitamos pedirle algo. 

Puede ser que vayamos a la Iglesia de vez en cuando, quizás los domingos...o cuando no tenemos otro plan mejor. Pero esa no es la actitud de un cristiano.

Todo lo malo que ocurre en el mundo, ocurre porque dejamos que ocurra. Puede ser que pretendamos ser buenos, y hasta lo consigamos, pero si dejamos que ocurra, el mal se fortalece y se engrandece

Siempre tengo presente una frase de la película "El rito" que me impactó: "Que no creas en el Diablo, no te librará de Él". 

Es absurdo pensar que, con la omisión de nuestros actos a favor del Bien, podemos sentirnos a salvo del Mal, porque no nos librará de él.

Es egoísta pensar que, mientras a nosotros no nos afecte directa o personalmente, no tenemos que hacer o decir nada, porque tarde o temprano, nos afectará también a nosotros. 

Es perverso pensar que podemos quedarnos de brazos cruzados o callados en un rincón, mientras dejamos que el Bien sucumba al Mal. No nos engañemos: si el Bien no actúa, el Mal sí lo hace.

Es ilógico pensar que evitar el mal no depende de nosotros ni tampoco que no tenemos soluciones, porque sí las tenemos. Cristo nos dio un mandato: testimoniar la fe. Y si es necesario, incluso con palabras. 

No podemos permanecer de perfil, ni podemos cruzarnos de brazos y esperar a que se solucione solo. Podemos y debemos dar al mundo la solución que nos ha sido dada. 

La solución está en todos. En ti y en mi. Dios nos ha capacitado para ello. No hagamos como el siervo malo y perezoso de la parábola de los talentos. Dios nos ha encargado que negociemos con los talentos que nos ha dado a cada uno, que les saquemos rentabilidad. No podemos enterrarlos. No podemos esconderlos y despreocuparnos por temor al mundo o por temor a Dios. Al final, el Amo volverá y nos pedirá cuentas. 

San Juan Pablo II nos dijo: "No os contentéis con hacer este mundo más humano, haced un mundo explícitamente más divino, más según Dios, regido por la fe y en el que ésta inspire al progreso moral, religioso y social del hombre. No perdáis de vista la orientación vertical de la evangelización, ella tiene fuerza para liberar al hombre porque es la revelación del amor." 

Nuestra misión es hacer este mundo "menos humano" y "más divino". Eso es lo que rezamos en el Padrenuestro: "Venga a nosotros tu reino". O es que ¿sólo lo rezamos pero no lo creemos? 

Resultado de imagen de el malDebemos tener claro lo que es el mal (el pecado), sus manifestaciones, sus tipos, su gravedad, sus consecuencias y su efecto multiplicador, así como conocer y utilizar las herramientas sobrenaturales que Dios ha puesto a nuestro alcance para combatirlo. Para lograr que el Reino de Dios venga a nosotros y a nuestro mundo.

Mateo 15, 19-20: "De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre".  Y es que la raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre, en el ejercicio libre de su voluntad

El pecado es un acto personal. El pecado es una ofensa a Dios. Ofensa, por acción u omisión. No depende de la voluntad de otros sino de la nuestra, no depende de "aptitud" sino de "actitud". Tu actitud. La mía. La de todos.  

Podemos ser culpables por "hacer" y también por "no hacer". No basta con ser buenos. No basta con no provocar el mal. Debemos prevenirlo, combatirlo.

Porque los cristianos tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros, cuando cooperamos a ellos; cuando participamos directa y voluntariamente; cuando los ordenamos, aconsejamos, halagamos o aprobamos; cuando no los revelamos o no los impedimos; cuando dejamos de hacer lo que tenemos que hacer o protegemos a los que hacen el mal.

El pecado de omisión nos convierte en cómplices del mal; un mal que se expande ante nuestra indiferencia o nuestro miedo a actuar. 

El pecado de omisión nos lleva a adoptar una conducta de "inconsciencia" del malque oscurece la mente y nuestra capacidad para actuar, que confunde nuestro conocimiento correcto del bien y el mal, que nos atenaza hasta perder de vista nuestra misión. Debemos combatir y erradicar el mal porque somos seres individuales, pero interdependientes, pertenecientes a un todo. 

Con la ayuda de la Divina Gracia, los cristianos debemos adoptar una conducta de "consciencia" del mal, que nos indique que, cada decisión que tomemos, o la falta de la misma, afectan a los demás; que nos muestre claramente que todo el mal que ocurre en el mundo, si bien no somos responsables directos, nos hace corresponsables si no actuamos. 

Para que la Gracia actúe, debemos poner el pecado a la luz de la Verdad, para convertir nuestro corazón, y combatir el mal. Como dice San Pablo: "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia".

Para la reflexión

¿Soy consciente de mi pecado de omisión?

¿Cometo pecado de omisión cuando veo el mal a mi alrededor y no digo ni hago nada?

¿Cometo pecado de omisión cuando miro hacia otro lado por temor o por comodidad?

¿Pongo mis talentos a "rendir" o los escondo?

martes, 16 de agosto de 2016

MIEDO AL CAMBIO: DESENTIERRA TU TALENTO





«Es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó.

Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.

Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. 

Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado." Su señor le dijo: "¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor."

Llegándose también el de los dos talentos dijo: "Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado." Su señor le dijo: "¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor."

Llegándose también el que había recibido un talento dijo: "Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste.Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo." 

Mas su señor le respondió: "Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses.

Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes."

(Mateo 25, 14-30)


Muchos de nosotros vivimos atrapados en situaciones que no son las que nos gustaría estar viviendo, pero nos conformamos, fundamentalmente, por miedo al cambio.

A veces, se trata de nuestra pareja con la que discutimos a menudo y con la que no compartimos casi nada pero seguimos con ella por inercia. 

Otras veces, se trata de nuestro trabajo o de nuestro jefe, que tanto nos disgusta pero que al menos nos da de comer. 

Otras, es nuestra parroquia que no crece y enferma, pero con la que al menos nos reconfortamos espiritualmente. ¡Excusas con tal de no actuar!

¿Qué es lo que nos da tanto miedo? 

¿Por qué somos tan reacios a los cambios?

¿Por qué cerramos a cal y canto las puertas de nuestros corazones?

¿Por qué ante los problemas internos tan evidentes de la Iglesia y los ataques externos tan despiadados, permanecemos callados, inmóviles o miramos hacia otro lado? 

¿Permanecemos quietos mientras el mundo se mueve y cambia a pasos agigantados?

¿Esperamos que la solución llegue por sí sola, sin mover un dedo, sin orar, sin ponernos en marcha?

¿Preferimos un enfoque exclusivamente dirigido al cuidado de los que ya somos, del rebaño antes que molestarnos en ir a por más almas para Dios?

¿Nos gustan las cosas como son?

¿Somos capaces de soñar alguna posibilidad de mejora?

¿Nos enorgullecemos de no cambiar en aras de conservar una cierta comodidad?

¿Qué opina Dios de todo esto?

Lo que parece evidente es que le damos más importancia a la seguridad, a la comodidad y a la tranquilidad que al bienestar, a lo correcto o a Dios. Tenemos más miedo a perder que deseo de ganar, como el siervo de la parábola que recibió un talento.

Incertidumbre

La palabra cambio siempre produce en nuestra mente una connotación negativa, parece significar incertidumbre, temor por lo desconocido y, sobre todo, riesgo. Por eso, muchas veces, ante la probabilidad de empeorar, nos aferramos a la postura cómoda de evitar cualquier tipo de cambio o de toma de decisiones.

Pero resulta que tenemos una esperanza, una fe, una certeza cristiana de que Dios está a nuestro lado y que jamás nos abandona.¿O no es así?

Pesimismo

Casi siempre, nuestra tentación nos lleva a ponernos en lo peor. Somos bastante derrotistas y fatalistas.

Pero cuando nos enfocamos en lo positivo y confiamos en nuestro Creador, avanzar y eliminar el miedo al cambio es mucho más sencillo, pues descargamos nuestros miedos e inseguridades en Él. ¿O no es así?

Inseguridad

Por si fuera esto fuera poco, mostramos una gran inseguridad en nuestra capacidad para cambiar las cosas y una cierta desconfianza en nuestra capacidad para conseguir algo mejor.

Pero una cosa es evidente, la mejor forma de perder toda la confianza en uno mismo es quedarse quieto y no intentar nada en la vida. Dios no nos quiere inseguros ni quietos. El nos ha regalado dones y talentos para que los utilicemos no para que los guardemos por miedo. Recuerda la parábola de los talentos.

Auto-compasión

"No merezco nada mejor", "No soy capaz", "No estoy preparado": son algunas de las excusas que ponemos ante un cambio, ante una situación incómoda o que nos hace sufrir y no somos capaces de salir de ahí, lo que evidencia  nuestra auto-compasión, nuestra falta de valoración propia para cambiar las cosas.

Dios nos valora como criaturas únicas y no ha dado la dignidad de ser hijos suyos. ¿Vamos a ser capaces de censurar lo que Dios tiene pensado para nosotros?

Con la parábola de los talentos, Jesús intenta explicar cómo es nuestro Dios, y cómo debe ser nuestra respuesta a su invitación a participar de su Reino.

Tomar conciencia de cuáles son los obstáculos que nos impiden avanzar, cambiar y transformar el mundo, será lo que nos ayude a dar el primer paso. Todo viaje, toda aventura empieza por el primer paso.

Dios nos ha dado un potencial increíble y sólo espera que confíes en Él para "salir a la luz", para "ser la luz". Somos capaces de muchas más cosas de las que creemos y además nos merecemos lo mejor. Eso es lo que Dios ha ideado para cada un de nosotros.

Por eso, pongámonos en acción, despidiendo de nuestra vida lo que no nos hace feliz y luchando por lo que Dios nos ofrece y nos pide.  En eso se basa la plenitud, la felicidad.