¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 3 de febrero de 2021

¿ACASO SOY YO EL GUARDÍAN DE MI HERMANO?

"Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: 
Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, 
ni te desanimes por su reprensión; 
porque el Señor reprende a los que ama 
y castiga a sus hijos preferidos. 
Soportáis la prueba para vuestra corrección, 
porque Dios os trata como a hijos, 
pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? 
Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, 
es que sois bastardos y no hijos (...)
Dios nos educa para nuestro bien, 
para que participemos de su santidad. 
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, 
sino que duele; 
pero luego produce fruto apacible de justicia 
a los ejercitados en ella.
Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios, 
y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, 
contaminando a muchos."
(Hebreos 12,5-8 y 10-11)

¿Por qué nos cuesta tanto corregir y ser corregidos? ¿Estamos negando la existencia del pecado y sus cosecuencias? ¿Justificamos el error y el mal? ¿Adoptamos una actitud indolente e indiferente hacia nuestros hermanos? ¿Hemos olvidado lo que Dios Padre nos dice acerca de nuestros hermanos?

Desgraciadamente vivimos en un mundo que oculta, justifica e incluso niega el pecado y las consecuencias que se derivan de él. Y si no hay pecado, nadie hace mal y, por tanto, no es necesaria corrección alguna. Lo vemos en nuestra vida cotidiana: los padres no corrigen a sus hijos, los profesores no reprenden a sus alumnos, los amigos no advierten a sus compañeros, los cristianos no enmiendan a sus hermanos...

Por ello, sin una noción de pecado, el mal campa a sus anchas y el insensato queda esclavizado, a la espera de su muerte: "Su propia maldad atrapa al malvado, queda preso en los lazos de su pecado; morirá por no dejarse corregir, tanta insensatez lo perderá" (Proverbios 5, 22-23). Quien no sabe que está equivocado, camina en oscuridad hacia su perdición.

Es cierto que toda corrección es difícil, molesta y desagradable para quien la ejerce, y más aún, para quien la recibe. Sin embargo, es misión del cristiano hacer ver el error a quien se equivoca. Corregir no es juzgar a nuestro hermano, no es criticarle ni condenarle. Corregir es ayudarle, es amarle. Quien ama, corrige; quien no ama, muestra indiferencia. 

Dios nos ha creado para vivir en comunión, Cristo nos ha liberado del pecado y el Espíritu Santo nos ha insertado, por el bautismo, en la familia de Dios. Por tanto, no podemos desentendernos de nuestros hermanos ni caer en la actitud cainita y homicida de "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?" (Génesis 4,9). Sí, todos somos guardianes de nuestros hermanos.

La corrección fraterna es un acto de caridad con el que el cristiano advierte a su prójimo del error, le ilumina y le ayuda a retomar el camino hacia la santidad: "Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado" (Hebreos 3, 13).

La corrección fraterna es un instrumento de crecimiento necesario para alcanzar la madurez espiritual, y un mandato de Dios, quien como buen Padre misericordioso, lo ha establecido por y para nuestro bien, por y para nuestra salvación: "Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano" (Mateo 18,15).
Pero la Serpiente, que es muy sibilina, ha seducido la mente del hombre para que vea el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal como algo apetecible e inocuo, provocando un pensamiento negacionista del pecado y una mentalidad indiferente e insensible ante las consecuencias de comer de él. 

El Enemigo, que es un mentiroso, después de tentar y hacer sucumbir la voluntad del hombre para atraparle en el pecado, le vuelve a engañar negando sus consecuencias y haciéndole creer que no pasa nada. Es más, le suscita la falaz idea de que la corrección es una falta de misericordia hacia los demás y por tanto, no debe realizarse.

Aunque, en principio, la falta de corrección no supone implícitamente una expresión directa de odio, sí supone un pecado de omisión, además de una falta de caridad de quien no la ejerce, y un impedimento, a quien no es corregido, para alcanzar la gracia y la santidad: "Peor eres tú callando que él faltando" (San Agustín, Sermón 82, 7).

La falta de corrección, como dice San José María Escrivá, "esconde una comodidad cómplice del mal y una falta de responsabilidad a quienes huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida..., pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados" .

Los cristianos debemos huir de esa visión claramente errónea, excesivamente humana y poco sobrenatural, que nos lleva a pensar que es improcedente o inoportuno ejercer la corrección a un hermano por temor a dañarle, por sentir que nuestro propio pecado nos impide corregir otros o por creer que no es posible la mejora en el corregido.
Los cristianos necesitamos actualizar continuamente nuestra necesidad de estar en gracia y de alcanzar la santidad, para nosotros y para los demás. Si seguimos el ejemplo de Cristo, debemos renovar constantemente nuestra obligación de mostrar humildad, compasión y amor ante los fallos del prójimo, así como de aceptar de buen grado la propia corrección con el ejercicio de esas mismas virtudes, unidas a un sincero agradecimiento.

En realidad, si mostramos indiferencia o rechazo a la corrección, no sólo estaremos desentendiéndonos y despreocupándonos de nuestro prójimo sino que además, estaremos negando la misericordia de Dios, rechazando el amor..., es decir, estaremos pecando contra el Espíritu, algo que no tiene perdón (Mateo 12, 31-32).

Por tanto, a la pregunta clara y directa que nos hace el Señor: "¿Dónde está tu hermano?"...¿Responderé con indiferencia e indolencia? 
O diré: "Aquí está mi hermano, a quien me has mandado guardar" 

JHR


jueves, 11 de julio de 2019

EL MAL ACTÚA MIENTRAS EL BIEN SE LO PERMITE

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"Todo hombre es culpable del bien que no hizo"
(Voltaire)

La maldad que impera en este mundo es la causa del sufrimiento y del dolor existentes. Pero también es debido a la omisión de muchos cristianos. 

Una omisión motivada por la pereza, la apatía, por una falsa comodidad, por un cierto temor, por un cierto complejo de "buenismo" o también, por la falta de formación. Y es que el Mal actúa mientras el Bien se lo permite.

Un cristiano no puede permanecer impasible ante el mal, no puede ser indiferente ante los ataques a Dios y a la Iglesia. No puede, y no debe. Dejar de "dar", de "hacer" o de "decir", es pecado de omisión.

Dios nos llama a ser personas con iniciativa, con valentía, con actitud...como le dice a los siervos de la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30).
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Con la omisión, abandonamos a Dios y a la Iglesia, y los encerramos en el cajón cerrado de nuestra intimidad, en el cuarto secreto de nuestro corazón. 

Puede ser que vayamos a Dios de vez en cuando, cuando tenemos tiempo extra o cuando necesitamos pedirle algo. 

Puede ser que vayamos a la Iglesia de vez en cuando, quizás los domingos...o cuando no tenemos otro plan mejor. Pero esa no es la actitud de un cristiano.

Todo lo malo que ocurre en el mundo, ocurre porque dejamos que ocurra. Puede ser que pretendamos ser buenos, y hasta lo consigamos, pero si dejamos que ocurra, el mal se fortalece y se engrandece

Siempre tengo presente una frase de la película "El rito" que me impactó: "Que no creas en el Diablo, no te librará de Él". 

Es absurdo pensar que, con la omisión de nuestros actos a favor del Bien, podemos sentirnos a salvo del Mal, porque no nos librará de él.

Es egoísta pensar que, mientras a nosotros no nos afecte directa o personalmente, no tenemos que hacer o decir nada, porque tarde o temprano, nos afectará también a nosotros. 

Es perverso pensar que podemos quedarnos de brazos cruzados o callados en un rincón, mientras dejamos que el Bien sucumba al Mal. No nos engañemos: si el Bien no actúa, el Mal sí lo hace.

Es ilógico pensar que evitar el mal no depende de nosotros ni tampoco que no tenemos soluciones, porque sí las tenemos. Cristo nos dio un mandato: testimoniar la fe. Y si es necesario, incluso con palabras. 

No podemos permanecer de perfil, ni podemos cruzarnos de brazos y esperar a que se solucione solo. Podemos y debemos dar al mundo la solución que nos ha sido dada. 

La solución está en todos. En ti y en mi. Dios nos ha capacitado para ello. No hagamos como el siervo malo y perezoso de la parábola de los talentos. Dios nos ha encargado que negociemos con los talentos que nos ha dado a cada uno, que les saquemos rentabilidad. No podemos enterrarlos. No podemos esconderlos y despreocuparnos por temor al mundo o por temor a Dios. Al final, el Amo volverá y nos pedirá cuentas. 

San Juan Pablo II nos dijo: "No os contentéis con hacer este mundo más humano, haced un mundo explícitamente más divino, más según Dios, regido por la fe y en el que ésta inspire al progreso moral, religioso y social del hombre. No perdáis de vista la orientación vertical de la evangelización, ella tiene fuerza para liberar al hombre porque es la revelación del amor." 

Nuestra misión es hacer este mundo "menos humano" y "más divino". Eso es lo que rezamos en el Padrenuestro: "Venga a nosotros tu reino". O es que ¿sólo lo rezamos pero no lo creemos? 

Resultado de imagen de el malDebemos tener claro lo que es el mal (el pecado), sus manifestaciones, sus tipos, su gravedad, sus consecuencias y su efecto multiplicador, así como conocer y utilizar las herramientas sobrenaturales que Dios ha puesto a nuestro alcance para combatirlo. Para lograr que el Reino de Dios venga a nosotros y a nuestro mundo.

Mateo 15, 19-20: "De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre".  Y es que la raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre, en el ejercicio libre de su voluntad

El pecado es un acto personal. El pecado es una ofensa a Dios. Ofensa, por acción u omisión. No depende de la voluntad de otros sino de la nuestra, no depende de "aptitud" sino de "actitud". Tu actitud. La mía. La de todos.  

Podemos ser culpables por "hacer" y también por "no hacer". No basta con ser buenos. No basta con no provocar el mal. Debemos prevenirlo, combatirlo.

Porque los cristianos tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros, cuando cooperamos a ellos; cuando participamos directa y voluntariamente; cuando los ordenamos, aconsejamos, halagamos o aprobamos; cuando no los revelamos o no los impedimos; cuando dejamos de hacer lo que tenemos que hacer o protegemos a los que hacen el mal.

El pecado de omisión nos convierte en cómplices del mal; un mal que se expande ante nuestra indiferencia o nuestro miedo a actuar. 

El pecado de omisión nos lleva a adoptar una conducta de "inconsciencia" del malque oscurece la mente y nuestra capacidad para actuar, que confunde nuestro conocimiento correcto del bien y el mal, que nos atenaza hasta perder de vista nuestra misión. Debemos combatir y erradicar el mal porque somos seres individuales, pero interdependientes, pertenecientes a un todo. 

Con la ayuda de la Divina Gracia, los cristianos debemos adoptar una conducta de "consciencia" del mal, que nos indique que, cada decisión que tomemos, o la falta de la misma, afectan a los demás; que nos muestre claramente que todo el mal que ocurre en el mundo, si bien no somos responsables directos, nos hace corresponsables si no actuamos. 

Para que la Gracia actúe, debemos poner el pecado a la luz de la Verdad, para convertir nuestro corazón, y combatir el mal. Como dice San Pablo: "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia".

Para la reflexión

¿Soy consciente de mi pecado de omisión?

¿Cometo pecado de omisión cuando veo el mal a mi alrededor y no digo ni hago nada?

¿Cometo pecado de omisión cuando miro hacia otro lado por temor o por comodidad?

¿Pongo mis talentos a "rendir" o los escondo?