¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta pedid y se os dará. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta pedid y se os dará. Mostrar todas las entradas

miércoles, 4 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (4): FE QUE MUEVE MONTAÑAS

No me canso ni cansaré de decirlo: ¡Qué grande, qué bueno y qué paciente es el Señor! Tanto cuando habla a través de su Palabra como cuando guarda silencio...

Hoy me siento plenamente identificado y representado en el Evangelio de Mateo 15, 21-28, tanto con la cananea como con los discípulos. 

Hace algunos años, yo era un "cananeo" que rogaba con insistencia, un alejado de Dios que le buscaba, un gentil que tenía una hija, en cierto modo, endemoniada, prisionera del mal, atrapada en el dolor y en el sufrimiento. Yo le gritaba a Dios con desesperación para que curara el sufrimiento que experimentamos en casa y Él...guardaba silencio. Yo, insistía, aún sabiéndome indigno y sin derecho alguno, pidiéndole a Dios con fe que se compareciera de mi situación y Él...guardaba silencio.

Ahora sé que su silencio tenía una razón de ser: antes de concederme lo que le pedía, debía purificar mi corazón. Y lo hizo... Primero, sanó mi corazón y después, mi dolor. Estoy convencido de que si miramos a Dios sin fe o con apatía o con un cierto interés egoísta, no encontraremos respuesta. Porque sin fe, el Señor no puede hacer milagros. Es la limitación que Dios se autoimpone: nuestra libertad.

Aún con una fe inmadura y pequeña, parece que Dios "se deja querer", que "se hace de rogar"... lo mismo que hacemos los padres con nuestros hijos para comprobar que su intención es pura y consciente.
La gracia de Dios necesita de una actitud dócil y humilde para que se derrame sin medida. No es posible imponerle nada al Todopoderoso. Otra cosa es insistir. Estoy convencido que a Dios, que es un padre amoroso y compasivo, le gusta que le insistamos, que seamos "pesados", al "estilo cananeo". Y le gusta, porque nos quiere con locura y nos mira con esos ojos llenos de ternura.

A pesar de que Jesús parece incomodarse con la mujer al principio, reprende a los discípulos porque tratan de desentenderse de ella. Lo mismo que les ocurría con la multitud en el evangelio del lunes, cuando querían mandar a la gente a sus casas. 

Sabemos que los judíos consideraban a los cananeos "perros", por ser carroñeros, o "cerdos"  por ser impuros (1 Samuel 17,43; 2 Samuel 3,8; 2 Samuel 9,8; Proverbios 26,11; Mateo 7,6; Levítico 11,7). 

Por tal motivo, la mujer pagana, que se sabía mal considerada por ellos, podría haberse sentido humillada, ninguneada y despreciada... Podría haberse enfadado, haber desistido por orgullo y haberse marchado...Sin embargo, se humilla y ruega, por amor a su hija, con una fe que mueve montañas y con una perspicacia que conmueve el corazón de Jesús.
Ahora que soy un discípulo cristiano, el Señor también me da un "zasca" y una reprimenda porque, a veces, miro a otros y pienso que son unos pesados, que no son merecedores de Dios, que no son dignos y quiero "quitármelos de encima".

Entonces, el Señor me enseña la actitud correcta que debo mostrar: una mirada compasiva y misericordiosa. Porque yo no soy quien para despreciar o para "quitarme de en medio" a aquellos que no pertenecen a la familia de Dios o aquellos que considero "pecadores", "impuros" o "inmerecedores de la gracia".

Tengo que atenderles como si fueran mis hermanos y amarles aunque no me amen. Porque si sólo amo a quienes me aman, ¿Qué mérito tengo? (Mateo 5,44-48), ¿Acaso yo estoy libre de pecado? (Juan 8,7) ¿Acaso yo, en mi soberbia, soy más merecedor de la gracia de Dios? (Santiago 4,6).

Cuando estamos angustiados porque tenemos un problema grave o cuando vivimos una experiencia dolorosa o tenemos una necesidad urgente, nuestra alma lanza un grito desesperado y desgarrador a Dios, esperando una respuesta rápida y una solución inmediata. Pero, en ocasiones, Dios no responde enseguida ni ofrece una solución inmediata. 

Y es que "lo divino" actúa con una visión eterna, mientras que "lo humano", con una visión temporal, duda, desespera y se pregunta ¿Por qué Dios no me escucha? ¿Por qué no me hace caso y se mantiene ausente ante mis peticiones?

Sin embargo, cabría preguntarse ¿No será que Dios pone a prueba mi fe? ¿No será que desea purificar mi intención? ¿No será que quiere saber hasta dónde estoy dispuesto a llegar? ¿No será que quiere hacerme entrar en una visión de mayor amplitud y plenitud?

Dios es eterno. No tiene prisa ni es apresurado o alocado. Es paciente y espera. Él quiere que insista, que crea en su misericordia, que medite y persevere con fe, esperanza y caridad. Quiere que entienda que, aunque siempre me escucha, no me atiende a la primera. Quiere que piense no tanto en el por qué sino el para qué.

Gracias, Señor por tu infinita paciencia y por tu eterna misericordia
¿Qué sería de mí si no fueras Amor? 
¿Qué sería de mí si no fueras paciente y benigno? 
¿Qué sería de mí si llevaras cuentas del mal o te irritaras? 
¿Qué sería de mí si no excusaras, creyeras, esperaras y soportaras todo? 
Gracias, Señor por ser Amor
(1 Corintios 13,4-7)

lunes, 25 de enero de 2021

PEDIR, BUSCAR Y LLAMAR

"Pedid y se os dará, 
buscad y encontraréis, 
llamad y se os abrirá; 
porque todo el que pide recibe, 
quien busca encuentra 
y al que llama se le abre" 
(Mt 7, 7-8)

Ha transcurrido un año desde la irrupción del Covid y éste, no sólo no ha sido frenado, sino que sigue propagándose, incluso con nuevas cepas más virulentas, si cabe. Nada ni nadie (como ocurrió con las plagas de Egipto descritas en el libro del Éxodo) ha sido ni es capaz de ponerle remedio. Ni las medidas, ni las restricciones, ni los confinamientos, ni siquiera las vacunas, han sido eficaces para combatir y derrotar al virus.

Como el faraón de Egipto, el hombre de hoy tiene el corazón endurecido y obstinado (Ex 7,13-14), y busca soluciones al margen de Dios, busca resultados sin tenerle en cuenta, sin "conectar" con Dios, sin encomendarse a Él. El hombre busca remedios antivirales entre sus sirvientes, sus médicos y sus "magos", pero éstos no pueden ofrecérselos.

La oración es el mejor antídoto y la vacuna más efectiva del cristiano. Nos resguarda y protege del pecado. Nosotros los cristianos sí tenemos en cuenta a Dios y por ello estamos conectados a Él. Nos encomendamos a nuestro Señor, sobre todo, ahora que el virus nos impide vivir nuestra fe en los templos (cultos), en los retiros (evangelización), en los centros (caridad), etc. 
La oración es la llave del cielo que nos abre a la escucha del Espíritu Santo y al diálogo con Dios Padre, a la contemplación de Dios Hijo y a la intercesión de la Madre de Dios y Madre de todos. El cielo, lleno de ternura, amor y misericordia, desea que nosotros, sus queridos hijos, sus ciudadanos de derecho, le hablemos, le contemos, le pidamos...está esperando que lo hagamos...


Y para ello, en el evangelio de Mateo, Cristo nos hace una triple invitación: "Pedid, Buscad y Llamad":

Pedir es una llamada a la oración. Implica orar con fe y humildad, reconocer nuestra vulnerabilidad fragilidad, confesar nuestra dependencia y necesidad de Dios. Cuando pedimos con fe, esperamos una respuesta. Pero la respuesta de Dios exige un corazón contrito y necesitado, agradecido y confiado. Dios no puede actuar si no tenemos fe, no puede obrar milagros si no confiamos de verdad en Él y se lo pedimos, porque respeta nuestra voluntad y nuestra libertad. 

San Antonio Abad decía que "La oración perfecta es no saber que estás orando". Orar debería ser como respirar: hacerlo sin saber que lo hacemos. Orar debería ser como el latir de nuestro corazón: constante y continuo

¿Cómo pedir?  Jesús nos enseñó la oración perfecta, el Padrenuestro, que une alabanza, gloria, perdón, agradecimiento y petición a Dios (Lc 11,1-4). Podemos pedir a Dios cosas temporales pero siempre para ofrecérselas a Él.

Buscar es una exhortación a la acción. Exige actuar, obrar y proceder según la voluntad de Dios. No basta con pedirle que nos solucione nuestros problemas y cruzarnos de brazos, sin hacer nada. Podría ocurrirnos como al faraón, quien tras cada plaga, le pedía a Moisés que intercediera ante el Señor para que cesara la plaga, pero luego, cuando Dios intervenía, se olvidaba de cumplir lo que Dios le decía que tenía que hacer. 

¿Cómo buscar? A Dios le encontramos en Su Palabra, en los sacramentos, en la Eucaristía, en Su Iglesia, en el servicio al prójimo, en una vida coherente y en armonía con Su voluntad. Buscar a Dios es ponernos a su servicio y al de los demás pero siempre buscando su rostro, para encontrar nuestra santidad y la de los demás.

Llamar es una invitación a la perseverancia. Supone ser fieles y constantes, resistir y perseverar, insistir repetidas veces hasta que Dios nos abra la puerta que necesitamos. A Dios, como a todo padre, le gusta que sus hijos sean persistentes y "constantes en orar" (1 Tes 5,17). 

¿Cómo llamar? Llamar a Dios debe ser un hábito, es decir, una práctica frecuente y constante, una necesidad imperiosa de sentirse amado por Dios y de enamorarse de Él. Llamar es perseverar en el amor, es decirle a nuestro Padre un "Te quiero", un "Abba". Llamar, como dice San Pablo, es "esforzarse por conseguir el amor" (1 Co 14,1).

A cada imperativo de Jesús, siempre le sigue una promesa. Así, a "pedir" le sigue "se os dará"; a "buscar", "encontraréis", y a "llamar", "se os abrirá". Cristo nos promete siempre una respuesta. Por eso, no podemos quedarnos paralizados ante las incertidumbres o quedarnos sin actuar ante las dificultades. Pedir por todos nosotros, buscar siempre su voluntad y llamar para perseverar en la fe.

Con estas tres acciones hacemos subir nuestro "incienso" a Dios (Sal 141, 2), es decir, "encendemos" nuestros sentidos (corporales y espirituales) y "elevamos" nuestra esencia (cuerpo y alma) en forma de plegarias, necesidades, alabanzas, agradecimientos, arrepentimientos y sacrificios. 
Y Él, que siempre escucha, nos responderá. Entonces sonarán las trompetas, símbolo inequívoco de su intervención en la historia del hombre.

Contagiémonos unos a otros de vida interior y oración...

Unamos nuestras voces, hablemos con Dios al unísono, ya sea en privado, en familia, en comunidad o en redes sociales...

Cultivemos nuestra intimidad con Dios confiando, obrando y perseverando conforme a su voluntad...

Hagamos que la oración se vuelva viral.
JHR

martes, 18 de febrero de 2020

SIN FE NO HAY MILAGROS

Resultado de imagen de no hay milagros sin fe
"En aquel tiempo, se presentaron los fariseos 
y se pusieron a discutir con Jesús; 
para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. 
Jesús dio un profundo suspiro y dijo:
 '¿Por qué esta generación reclama un signo? 
En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación'. 
Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla." 
(Marcos 8, 11-13) 


Meditando el Evangelio de San Marcos que estamos leyendo estos días, hay algo que está muy claro: Jesús no puede obrar milagros donde no encuentra fe

Cuando Jesús obra milagros o realiza signos, no los hace para darse importancia ni para ser tentado o puesto a prueba. Como demostración de esto, Jesús siempre, cuando hacía un milagro, decía a quien curaba que no se lo contara a nadie. No quería que se supiera ni que sus milagros trascendieran. 

A lo largo de los primeros capítulos de este Evangelio de San Marcos leemos numerosos pasajes sobre fe y milagros, y cómo Jesús "parece" asombrarse y hasta enfadarse de la falta de fe:

- "(Jesús) no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos... y estaba asombrado de la incredulidad de ellos... " (Capítulo 6).

-"(Jesús) dio un profundo suspiro", como de hartazgo...y se negó a darles un signo. (Capítulo 8).

-"Jesús respondió enfadado: ¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? " (Capítulo 9).

En Marcos 9, 17 el propio Jesús dice: "Todo es posible para el que cree". Sólo a través de nuestra fe y de un corazón convertido, Dios obra milagros. Es nuestra fe, sin dudas y sin titubeos, la que mueve montañas. 

La fe es nuestra certeza de que solamente Dios es capaz de hacer milagros, pues si dependiera exclusivamente de nuestros deseos humanos, nada sucedería: "Lo que es imposible a los hombres es posible para Dios" (Lucas 18,27). 

Jesús nos dice: "Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá." (Mateo 7,7). Pero sin fe, Dios no puede actuar. Así "funciona la lógica del cielo" .

La Sagrada Escritura nos muestra muchos pasajes de milagros precedidos de fe

-Marcos 5, 1-20; Lucas 8, 27-36: Un hombre que estaba poseído por muchos espíritus inmundos (Legión).
Resultado de imagen de jesus cura a una mujer que toca su manto
-Marcos 5, 21-24 y 35-43; Lucas 8, 41-42 y 49-56 : La mujer de Jairo cuya hija había muerto.

-Marcos 5, 25-34; Lucas 8, 43-48: Una mujer que tenia hemorragias desde hacía doce años tocó su manto.

-Marcos 7, 25-30: Una mujer gentil que tenía a su hija poseída por un espíritu inmundo.

-Marcos 7,32-35: Un hombre que era sordo y tartamudo.

-Marcos 9, 17-30: Un hombre que le lleva a su hijo poseído por un espíritu mudo.

-Lucas 13, 10-17: Una mujer que curó en sábado y que estaba poseída desde hacía dieciocho años.

-Juan 9, 1-39: Un hombre ciego de nacimiento que le dijo a Jesús: "Creo, Señor" y al que Él contestó: "Yo he venido a este mundo para que los que no ven vean, y los que ven se queden ciegos".

-Juan 5, 1-17: Un hombre que había estado enfermo y tumbado en una camilla durante treinta y ocho años.

O incluso, milagros precedidos de falta de fe:

-Lucas 8, 22-24: Jesús está con los discípulos durmiendo en la barca y se desata una tormenta.

-Mateo 17,20: Jesús les dice a sus discípulos que tienen poca fe y que si la tuvieran, aunque fuera poca, moverían montañas.

-Marcos 6, 6: Jesús se sorprendía de la falta de fe de sus paisanos y por eso, no podía hacer milagros.

-Marcos 6, 47-51: Jesús camina sobre el mar y los discípulos, después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, siguen sin tener fe.

-Juan 20, 27-29: Tomás no cree en la resurrección de Jesús  y el Señor le dice que meta sus manos en su costado.

Para concluir, hoy día, también ocurren milagros pero sólo si están precedidos de fe. No basta con desearlos. No basta con pedirlos. 

Muchas veces pedimos, pero lo hacemos sin fe, sin confianza, y así Dios no puede actuar. 

Otras veces, no somos capaces de verlos aunque están presentes. "Ver para creer" es lo que muchos dicen. Pero los milagros existen. Basta verlos con los ojos de la fe.

Yo sí creo que existen los milagros hoy. Tengo la certeza más absoluta de que vivimos por puro don. Todo cuanto tenemos y disfrutamos es por pura bondad, por puro milagro de Dios. 

Yo lo he experimentado personalmente. Sólo cuando, en mi desesperación, he pedido con fe, confianza y humildad, Dios me ha escuchado y ha obrado milagros en mi vida. Pero eso lo contaré en otra ocasión.

Para reflexionar, dejo una pregunta que el mismo Jesús nos hizo:

"Cuando venga el hijo del hombre,  ¿encontrará fe en la tierra?"
(Lucas 18,8)

martes, 27 de marzo de 2018

LE PIDO A DIOS POR TI, HIJA MÍA

Imagen relacionada
"Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; 
llamad y se os abrirá. 
Porque todo el que pide recibe, 
 el que busca encuentra 
y al que llama se le abre. 
¿O quién de vosotros si su hijo le pide pan le dará una piedra? 
O si le pide un pez, ¿le dará una serpiente? 
Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, 
¡cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a quien se las pida!" 
(Mateo 7, 7-11)


Querida hija:

Tengo el alma agitada. Mi corazón sufre un intenso dolor. Me siento traspasado por una lanza. Sé que no quieres saber nada de nosotros, que sigues viviendo tu vida aunque no lo hagas en la nuestra. Hace meses que no sabemos de ti y, a veces, siento como si hubieras muerto.

Todas las noches, al acostarme, te pongo en manos de Dios e intento pensar que, a pesar de todo, estés bien en las manos de un Padre y una Madre mejores que los que tienes en la tierra. Te pido perdón por todo lo que no haya sabido darte o decirte.

Resultado de imagen de hijo prodigoDios te conoce mucho mejor que yo, no te grita como yo, ni te regaña, ni te decepciona, ni te confunde, ni te exige más allá de lo que puedes dar… yo, sólo puedo decirte que te quiero; que te quiero desde el día que te cogí en brazos cuando Dios nos regaló tu vida y te puso nombre: "Oveja de Dios"; que siempre espero que vuelvas a casa, que vuelvas al lugar al que perteneces, que vuelvas donde puedes ser feliz. 

Hija mía, se qué en el fondo de tu corazón eres buena, sé que Dios te ha dado unos dones maravillosos aunque aún no los hayas puesto en marcha. Sé que en lo más profundo de tu ser, sufres y por eso te digo: vuelve a casa, vuelve a Dios. 

Sé que este camino debes andarlo tú sola. Me pediste tu herencia y te fuiste. Me gustaría que abandonaras esa vida desordenada que nada bueno te hace.  Me gustaría rezar contigo, salir contigo a comer, contarte muchas cosas, reír contigo, hacer fiesta contigo, que vivieras lo que yo he vivido y descubierto… Me gustaría que volvieras. Mientras tanto, seguiré esperando cada mañana, a que vuelvas...

Resultado de imagen de pedid y se os daráSeguiré removiendo el cielo para que Dios, a través de María, escuche nuestro sufrimiento, el de tus padres y tus hermanos. Seguiré siendo pesado con Dios para que te envíe una legión de ángeles y te proteja. Seguiré pidiéndole a María que te traiga a casa de la mano.

Tengo la absoluta certeza de que Él me escucha, aunque yo no entienda el por qué de las cosas; sé que Dios sufre conmigo y que en ese sufrimiento reside realmente el Amor.  Por eso, le pido, con plena confianza, no como último recurso, sino como primero. Le pido que alivie mi sufrimiento pero que no se cumpla mi voluntad, sino la Suya. Él se encargará de ti, hija mía.  

Rezo a la Virgen María por tu conversión, por tu felicidad, por tu bienestar, porque si no rezo yo, ¿quién lo hará? Sé que el cielo "funciona" así, y es en el sufrimiento, donde mejor podemos encontrar a Dios. Lo sé aunque me duela. Por eso, ofrezco mi sufrimiento a Dios.

Hoy, Padre, quiero presentarte a tu hija. 
Tú la conoces por su nombre. 
Te la presento, Señor, 
para que pongas Tus ojos de Padre amoroso en su vida.

Tú conoces su corazón y conoces las heridas de su vida.
Tú conoces todo lo que ella ha querido hacer y no ha hecho.
Tú conoces sus sufrimientos, sus preocupaciones y sus anhelos.
Tú conoces sus limitaciones, sus errores y su pecado.
Tú conoces los traumas y los complejos de su vida.

Hoy, Padre, te pido que, por el amor que le tienes a tu Hijo, Jesucristo,
derrames tu Santo Espíritu sobre ella,
 para que el calor de tu infinito amor sanador, 
penetre en lo más íntimo de su corazón.

Tú que sanas los corazones destrozados y vendas las heridas, 
sana a esta hija tuya, Padre.

Entra en su corazón, Jesús, como entraste en el mío. 
Tú que te apareciste a mí y me preguntaste 
¿Te he dicho alguna vez que te quiero?
Tú que me diste tu paz.
 Entra en su corazón y dale tu paz. Llénalo de amor.

Entra en su vida y sana su corazón.
Señor, Tú que convertiste el agua en vino,
 cambia su corazón
 y dale un corazón generoso, 
un corazón afable,
 un corazón bondadoso, 
dale un corazón nuevo.

Te lo pido por ella, con y en María, nuestra madre,
a la que nada niegas. 

Haz brotar, Señor, en ella la luz de tu presencia
para que deje de vagar en tinieblas. 
Haz que venga sobre ella tu Espíritu,
 para que pueda saborearte 
y buscarte cada día, 
viviendo sin desordenes, 
sin traumas, sin problemas 
junto a su familia, 
junto a sus padres y sus hermanos.

Te doy gracias, Padre, por lo que haces en nuestras vidas.
Te doy gracias de todo corazón porque Tú nos sanas, 
porque tu nos liberas, 
porque Tú rompes las cadenas
y nos das la libertad.

Gracias, Señor, por la fe que has puesto en mi vida
Gracias, Padre, por el amor que has puesto en mi corazón.

Gracias.