¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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miércoles, 13 de marzo de 2019

¿PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN?


"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, 
que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. 
No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta 
antes de que lo pidáis. 
Vosotros rezad así:
'Padre nuestro que estás en el cielo, 
santificado sea tu nombre, 
venga a nosotros tu reino, 
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, 
danos hoy nuestro pan de cada día, 
perdona nuestras ofensas, 
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, 
no nos dejes caer en la tentación, 
y líbranos del mal'. 
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, 
también os perdonará vuestro Padre celestial, 
pero si no perdonáis a los hombres, 
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas".
(Mateo 6, 7-15)


Pedir, dar y recibir perdón. ¡Cuánto nos cuesta pedir perdón por nuestras ofensas! y ¡Cuánto nos cuesta perdonar cuando nos hacen daño! 

Sin embargo, Jesús nos exhorta a cultivar el don del perdón, sin el cual no puede existir amor. Nos insiste en amarnos los unos a los otros, y sin perdón, no podemos cumplir este mandamiento.

Los cristianos no podemos vivir sin perdonarnos, porque somos conscientes de que cada día nos ofendemos unos a otros. Sabemos que todos nos equivocamos y erramos. Sabemos que todos caemos por causa de nuestra fragilidad, orgullo y egoísmo. Y aún así, Dios nos perdona. 

Jesús nos pide que curemos inmediatamente las heridas que nos provocamos unos a otros, que volvamos a tejer de inmediato el amor fraternal que rompemos con el rencor. 

Si aprendemos a perdonar de inmediato, sin esperar, el resentimiento no nos envenenará a nosotros mismos. No podemos dejar que acabe el día sin pedirnos perdón, sin hacer las paces entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas... entre nuera y suegra. 

Si aprendemos a pedir perdón inmediatamente y a darnos el perdón recíproco, se sanan todas las heridas y se fortalecen las relaciones. A veces, no es necesario hablar mucho. Es suficiente con un ademán, una caricia, un abrazo, una palabra cariñosa. Entonces, todo comienza de nuevo.

Por el contrario, si nos creemos poseedores de la razón y no somos capaces de mirar al otro con compasión, como Dios nos mira a nosotros, perdemos la paz  y el amor de Dios. Si no somos capaces de dar ese perdón, de ser misericordiosos con los demás, Dios no estará en nuestro corazón.

¿Quiénes somos nosotros para negar ese perdón al hermano cuando Cristo nos perdonó todos nuestros pecados muriendo en la Cruz? 

El espíritu del mundo nos incita a ser vengativos y justicieros. Nos anima a utilizar la estrategia perniciosa del "win/lose". Nos canta "no time for losers"Pero ante un desacuerdo entre cristianos, nadie gana. 

En la resolución de conflictos, yo utilizo una táctica que aprendí en la universidad y que me da resultados: "Para ti la razón y para mí, la paz". Así, siempre ganamos ambos. Es la estrategia de marketing "win/win"cuyo objetivo es que todas las partes salgan beneficiadas.

Contrario al espíritu del mundo, Dios nos insiste constantemente en la necesidad del perdón sanador y restaurador a lo largo de la Sagrada Escritura:

- La Parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32).
- El Padrenuestro (Mateo 6,14).
- El cultivo del amor (Proverbios 17,9). 
- La bondad y compasión con todos (Efesios 4, 32)
- La tolerancia (Colosenses 3,13). 
- La amabilidad (Efesios 4, 32).

Perdonar

Perdonar a los demás y a nosotros mismos nos ayuda a ser felices. Sin el perdón, se instala en nosotros el resentimiento, una enfermedad del alma y uno de los principales escollos para la felicidad".

El resentimiento es una auto-intoxicación psíquica, un auto-envenenamiento interno, que produce una respuesta emocional, mantenida en el tiempo, a una agresión percibida como real, aunque exactamente no lo sea. Esta respuesta consiste en un sentirse dolido y no olvidar.

Una persona resentida es una persona enferma. Tiene la enfermedad dentro, bloqueándole para la acción, al encerrarse en sí mismo, presa de su obstinación. 

Sin embargo, no siempre tiene por qué dar respuestas externas desagradables, violentas o llamativas. En ocasiones, puede actuar con gran sutileza, incluso con aparente delicadeza, y aún así, no perdona porque su corazón está herido y no responde con libertad; está preso de su propio resentimiento. La intoxicación está dentro y va haciendo su labor, envenenándole y corroyéndole interiormente.

Ademas, una persona resentida y rencorosa le concede a la otra persona la potestad de coartar su libertad para ser feliz, le está entregando la llave de su estado de ánimo. 

La felicidad nunca debiera estar sometida o depender de factores circunstanciales o externos porque ésta se encuentra en nuestro interior; tenemos que saber descubrirla en lo más profundo de nuestro corazó
n.

Al romper las cadenas
del resentimiento y optar por el perdón, recuperamos la libertad y la felicidad.

Ser perdonado

Mientras el resentimiento tiene que ver con los afectos, el perdón tiene más que ver con la voluntad. Al perdonar, optamos por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído con su proceder, es decir, le liberamos en cuanto deudor. Le otorgamos también libertad y felicidad.

Para perdonar:

Ponte en el lugar del otro
Hay que aprender a ponerse en el lugar del otro, antes de juzgar sus acciones. Es decir, ser empáticos. Casi todas las actitudes y conductas humanas tienen una explicación.

Piensa que quizá necesita tu ayuda
Si hemos sido ofendidos o agredidos, el problema es del ofensor o agresor, porque es quien ha actuado mal. Perdonando, le tendemos la mano porque quizás, necesita nuestra ayuda.

No ofende quien quiere
Existe un dicho que dice "No ofende quien quiere sino quien puede". Tenemos que tener claro que nadie puede hacernos daño si nosotros no queremos. Está en nuestras manos levantar un muro que nos proteja de las ofensas.

No existe la perfección humana
Nadie es perfecto. "Equivocarse es de humanos y rectificar, de sabios". A veces, los problemas surgen cuando buscamos o exigimos una perfección exagerada en los demás, "cuando vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro". Todos somos falibles. Todos somos pecadores. 

Perdón frecuente, no excepcional

La novedad del mensaje de Cristo es el amor y la misericordia. No se trata de amar y perdonar a nuestros seres queridos o a nuestros amigos. 

El amor y la misericordia que Dios nos pide es para todos, incluso a nuestros enemigos. Pero además, debemos habituarnos a perdonar con frecuencia, no como algo excepcional. 

Para ello, es necesario que seamos conscientes de que los demás también son seres amados y pensados por Dios

Es preciso entender que el Señor ha pensado y creado a cada persona de una manera única y particular. Cada ser humano ha sido dotado por Dios con una luz primordial original y genuina.

Por ello, es preciso estar dispuestos y ser capaces de ver lo mejor del corazón del otro y llegar a poder decirle con un corazón misericordioso: "Sé que no eres así, sé que eres mucho mejor y te perdono. ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?".

lunes, 18 de junio de 2018

MATAR AL HERMANO

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"Pero yo os digo que el que se irrite con su hermano será llevado a juicio; 
el que insulte a su hermano será llevado ante el tribunal supremo, 
y el que lo injurie gravemente será llevado al fuego. 
Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar 
te recuerdas allí que tu hermano tiene algo contra ti, 
deja tu ofrenda delante del altar 
y vete antes a reconciliarte con tu hermano; 
después vuelve y presenta tu ofrenda". 
(Mateo 5, 22-24)

Jesús nos advierte que el enfado conduce al asesinato cuando nos dice: "Conocéis los diez mandamientos, sabéis que no se debe matar, pero ahora os digo algo nuevo, cualquiera que se enoje contra su hermano, mata." Utiliza la palabra hermano, es decir, no habla para los de afuera. No habla de los que no creen en Él. Nos habla a nosotros, que somos hermanos en suyos porque sabe que entre nosotros,hay problemas y conflictos.

En este pasaje, Cristo menciona tres clases de actitudes que conducen a tres clases de juicios:

El primer juicio es enfadarse; un delito, tal vez leve. El segundo juicio es insultar; un juicio mas elevado pues el hecho tiene la intención de ofender a la persona. El tercer juicio es injuriar gravemente; un juicio grave, un juicio realizado por Dios, un juicio supremo.

Imagen relacionadaLa tercera actitud es una gran ofensa y Dios no la pasa por alto. Implica un corazón altamente contaminado por el resentimiento.

A nosotros no nos van a llevar delante del sacerdote porque nos enfademos con un hermano nuestro, ni nos van a llevar ante la Conferencia episcopal porque le insultemos. 

Y por ello, como no hay quien nos castigue, nos enfadamos con nuestro hermano, le insultamos y le ofendemos pensando que no hay problema, que no pasa nada, que todo volverá a su sendero. Y así, nos presentamos ante Dios como si fuéramos muy espirituales; venimos, sonreímos y hablamos con nuestro hermano, le abrazamos, le saludamos y tan panchos...

Pero, esto es muy peligroso, porque si miramos en nuestro interior y no vemos que tenemos pureza de intención, aunque tratáramos de justificarnos como hizo Adán, el Señor nos dirá: el enfado, la ofensa, el insulto y el mal que le has hecho a tu hermano, me lo has hecho a mí. Por eso, nos dice: "Cuidado, revisa tu corazón y cambia." (v. 23).

Jesús nos dice que, para estar en comunión con Él, debemos estar a bien con los demás, reconciliarnos, "hacer las paces". No podemos recibir la paz de Cristo, cuando dice: "Mi paz os dejo, mi paz os doy", y a la vez, estar "en guerra" entre nosotros.

Para recibir al Señor, nuestra conciencia debe estar libre y pura. Entonces, nuestro corazón estará limpio y receptivo a Dios; con un corazón contaminado, no dejamos sitio alguno para la pureza divina.

En Marcos 11,25 dice: "Cuando os pongáis a orar, si tenéis algo contra alguien, perdonárselo, para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestros pecados."  Es decir, cuando estemos en la presencia de Dios, en el altar, si tenemos algo contra algún hermano porque nos ofendió, nos lastimó, tenemos que hacer algo: perdonar.

¿Qué fue lo que hizo nuestro Señor cuando le crucificaron? ¿Crees que Jesucristo tenía algo en contra de quienes lo habían crucificado? ¿Tenía algo en contra de la humanidad pecadora? No. Jesucristo no le pidió al Padre tiempo para ir a reconciliarse con todos los que le crucificaron, para echarles en cara lo que hicieron y lo que dijeron de él. Al contrario, le dijo al Padre: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen."

La segunda parte de este versículo de San Marcos es importante: si no le queremos perdonar por amor, hagámoslo por obligación, sabiendo que si no lo hacemos, Dios tampoco nos va a perdonar a nosotros.

El Señor entrelaza todo, no deja "flecos sueltos". Por eso, cuando oramos debemos meditar si realmente creemos que Dios nos bendecirá y nos dará su gracia y su paz estando en conflicto con otro hermano. Si es así, debemos tener la misma fe para perdonar a otros, porque si no perdonamos no vamos a recibir lo que pidamos en oración.

Dios no quiere un pueblo divido, con problemas y discusiones entre sí, no quiere...Un pueblo así no puede ganar al mundo.


En la 1 carta de Juan 3, 15 dice: "El que odia a su hermano es un homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene la vida eterna en sí mismo."

Cristo nos dice que quien entra en la vida cristiana, el que acepta seguir su camino, tiene exigencias superiores a las de los demás. No dice: "tiene ventajas superiores". ¡No! Dice: "Exigencias superiores". Las palabras de Jesús son claras y no dejan escapatoria: "Les aseguro que si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. 

Cuando rezamos el Padrenuestro, "Perdona nuestras ofensas"...nuestras peticiones se dirigen al futuro pero no serán escuchadas si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra respuesta debe haberla precedido: “como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”.

No podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a quien vemos (1 Juan 4, 20). Al negarnos a perdonar a nuestros hermanos, el corazón se nos cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; mientras que en la confesión de nuestro propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
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Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mateo 5, 48); "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lucas 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Juan 13, 34). 

Observar los mandamientos del Señor es imposible si no se imita Su modelo divino. Así, la Misericordia de Dios es posible, "perdonándonos mutuamente como nos perdonó Dios en Cristo" (Efesios 4, 32).

"Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel" (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).


¿Qué hay en mi corazón… perdón, misericordia? 
¿Hay una actitud de perdonar a los que me han ofendido, o hay una actitud de rencor, de venganza? 
¿Prefiero hundirme en el resentimiento o emerger en el agradecimiento?

miércoles, 28 de junio de 2017

LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

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"Un hombre tenía dos hijos;
y el menor de ellos dijo al padre: 
´Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.´ 
Y él les repartió la hacienda.
Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, 
y comenzó a pasar necesidad.
Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, 
que le envió a sus fincas a apacentar puercos.
Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, 
pero nadie se las daba.
Y entrando en sí mismo, dijo: 
´¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, 
mientras que yo aquí me muero de hambre!
Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti.
Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.´
Y, levantándose, partió hacia su padre. 
Estando él todavía lejos, le vió su padre y, 
conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.
El hijo le dijo: ´Padre, pequé contra el cielo y ante ti; 
ya no merezco ser llamado hijo tuyo.´
Pero el padre dijo a sus siervos: ´Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, 
ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies.
Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; 
estaba perdido y ha sido hallado.´ Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, 
oyó la música y las danzas;
y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
El le dijo: ´Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, 
porque le ha recobrado sano.´
El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba.
Pero él replicó a su padre: 
´Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, 
pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos;
y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, 
has matado para él el novillo cebado!´
Pero él le dijo: ´Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo;
pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, 
porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; 
estaba perdido, y ha sido hallado."
(Lc 15, 11-32)

La parábola del hijo pródigo es una de las más hermosas, profundas y significativa de la Biblia, que se enmarca como respuesta de Jesús a una crítica de los fariseos y los escribas, expertos judíos en la Ley mosaica, quienes le reprochaban juntarse con pecadores. Pero que también nos aplica a nosotros.

Tema principal: La misericordia de Dios hacia los pecadores arrepentidos y su alegría ante la conversión de los descarriados. El enfoque de la parábola no es el hijo joven, rebelde y luego arrepentido, sino el padre que espera y corre para dar la bienvenida al hogar a su hijo. 

Estructura. Según la actitud de los personajes en los que se centra el relato: 
  • el hijo pródigo se marcha (pecado: rebeldía/autosuficiencia)
  • vuelve (arrepentimiento/necesidad)
  • el padre le recibe (misericordia/amor) 
  • el primogénito se queja (envidia/soberbia)
Mensaje teológico.  El mensaje de amor de Cristo, siempre guiado a la conversión de los pecadores, al perdón de los pecados y al rechazo a los formalismos que apartan al creyente de la verdadera fe y misericordia.

El hijo pródigo - Pecado
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Es sobre quien, aparentemente, gira la historia, pues es quien hila las tres primeras escenas, el pecado (desobediencia, rebeldía), el arrepentimiento (sufrimiento, necesidad) y el perdón (misericordia, amor). La palabra "pródigo" no significa rebelde o perdido - significa "derrochador" y "extravagante". Se refiere a una persona que es imprudente y despilfarra su riqueza. 

Escena de la rebeldía: el menor de dos hermanos le pide al padre su parte de la herencia. 

Teológicamente:
  • el hijo menor representa a la humanidad pecadora que se ha alejado de Dios, a los pecadores (publicanos) que  no se someten a la voluntad de Dios y se alejan de Él. 
  • la herencia representa los dones y la gracia que Dios nos da a cada uno de nosotros.
  • la petición representa la caída (el pecado) en el Jardín de Edén. El hijo exige la libertad de utilizar los dones y la gracia al margen de la voluntad de su padre. 
  • la actitud del padre representa el amor de Dios al dejar libertad a nuestra voluntadEn realidad, el padre habría tenido que dividir la tierra y vender una parte de sus bienes para dar a su hijo la herencia solicitada. Cuando el hijo menor le pide su parte de la herencia a su padre es como si le dijera: "Ojalá estuvieras muerto." Se trata de un gran insulto, cargado de vergüenza y culpa. En la cultura judía, hacer algo así, probablemente, le habría acarreado la expulsión de la comunidad para siempre. Y ser parte de la comunidad era fundamental para la supervivencia, la salud y la calidad de vida en general.
Escena del derroche: malgasta la herencia de su padre (dones/gracia) llevando una vida disoluta.

Teológicamente:
  • representa que el pecado no está tanto en la reclamación (que también), sino, en la libertad mal utilizada de la misma, (derroche, libertinaje), que lo lleva a la más absoluta ruina, en todos los sentidos.
El pecado y la vida licenciosa le lleva, en un acto desesperado, a cometer un acto abominable: alimentarse con algarrobas igual que los cerdos, y como consecuencia, empeora más su situación. ¿Por qué? En la cultura judía, los cerdos eran animales "sucios" e "impuros", tal como se describe en la ley de Moisés (Lv 11,7), de tal forma que ni siquiera se les podía criar. Si un hombre judío anhelaba la comida de los cerdos es que definitivamente había caído en lo más bajo.

Escena del arrepentimiento/conversión: tras "tocar fondo", el hijo reflexiona acerca de su provecho personal y cae en cuenta de que le traerá mayor cuenta regresar a la casa del padre que seguir por su cuenta. 

Teológicamente:
  • representa las desgracias que provoca el pecado, que no son castigos divinos sino resultado de las malas acciones y que siempre acaban mal.
  • representa una actitud interesada en la conversión, es decir se arrepiente racionalmente y no sentimentalmente, busca un provecho personal y no la santidad en sí, de ahí que prepare una disculpa para que tal vez su padre lo recibiría como siervo. Esta es la prueba de que el hijo no comprende la profundidad del amor y la compasión de su padre. 
El hijo pródigo ensaya un discurso, pero nunca llega a usarlo. Incluso antes de llegar a casa de su padre, éste sale a su encuentro, ofreciéndole un perdón incondicional.  Se puede decir que su verdadera conversión, el arrepentimiento real, ocurre en este momento, pues ve en la actitud del padre (entrega y amor), principales características de una verdadera conversión. Esta conversión ocurre al acudir a Dios y al arrepentirnos de las malas acciones de nuestra vida.

El padre - Misericordia
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Es, en realidad, el personaje central de la parábola. 

Teológicamente:
  • el padre representa a Dios y, fundamentalmente, a su infinita misericordia y amor.
Escena del libre albedrío: El padre respeta y acepta la determinación que su hijo toma por su libre albedrío, le reparte su herencia y lo deja marcharse. 

Teológicamente:
  • representa a un Dios que no es ni dictador, ni prepotente, que nos muestra el camino, nos da su gracia pero nos deja libertad para utilizarla y para que escojamos nuestro destino (desgracia).
Escena de la misericordia: Al ver a su hijo que regresa, sale a buscarlo corriendo y antes de que diga palabra alguna lo abraza y lo besa. 

Teológicamente:
  • representa la infinita misericordia de Dios, incluso sabiendo que la conversión no es completa y que puede haber un trasfondo (interés egoísta), sale en busca de aquel que lo necesita y lo llama, le acepta sin reprocharle su descarrío o su indiferencia anterior.
Correr en la antigua cultura del Cercano Oriente era tabú. Requería a un hombre que subiera su túnica a las caderas y le expusiera las piernas y su desnudez para no tropezar. Correr no era nada bien visto y suponía escándalo y vergüenza para quien lo hacía.

Si un judío despilfarrara su dinero con los gentiles, la comunidad le habría expulsado de inmediato a su regreso. El padre de la parábola corrió probablemente para encontrarse con su hijo, antes de que cualquier persona en la comunidad tuviera ocasión de increparle. 

El padre no reprende al hijo, sino que le da una fiesta de bienvenida en casa, llamando a sus sirvientes a preparar el ternero cebado, un anillo, una túnica y zapatos. Así es como actúa Dios con los pecadores arrepentidos: es audaz, sorprendente y desbordante de alegría.

El padre le pone a su hijo una túnica para restaurar su dignidad frente a la comunidad. Sin duda el hijo tiene un aspecto andrajoso, sucio y mal alimentado, pero él le viste como un príncipe, en un acto de amor y compasión, y así honra a su hijo delante de todo el mundo.

El padre también le da un anillo al hijo. Llevar anillos en aquella época era un signo de riqueza y posición. El poder de este símbolo refleja el deseo del padre de restaurar su pertenencia de pleno derecho en la familia.

A continuación, el padre le pide a sus sirvientes que le traigan un par de sandalias. Este, tal vez el regalo más práctico que le permitían caminar con el padre sin temor a cortarse o ensuciarse los pies.

Pero hay un último regalo: el ternero cebado. Este tipo de banquete "extravagante" estaba reservado para ocasiones increíblemente importantes. Su hijo ya no comería las algarrobas de los cerdos; ahora cenaría con la mejor carne disponible en presencia de su familia y, probablemente, de todo el pueblo.

Escena de la justicia: en su diálogo con su primogénito, indica cómo el Padre cuida a los de su casa.

Teológicamente:
  • representa que Dios tampoco descuida a sus hijos, a aquellos que lo han seguido justamente y cómo ante el pecado de los justos, su actitud es de ternura pero también de firmeza.
El primogénito - Pecado
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La historia tiene una segunda parte sobre el hijo mayor, 
el primogénito, que a menudo se pasa por alto, porque es el personaje que menos participa en la parábola, pero es igual de importante. 

Teológicamente:
  • representa a los hijos de Dios que se consideran a sí mismos justos y fieles, y que dicen someterse en todo a la voluntad del Padre. El verdadero sentido de este personaje es mostrar como los fieles de Dios también caen en el pecado, en este caso, la soberbia y la envidia. 
  • representa a los fariseos y escribas a los que Jesús hablabaquienes se sintieron despreciados por la gracia escandalosa de Dios para con los pecadores y marginados. Además, han estado guardando las reglas siempre y le inquieren al padre por qué no les ha hecho a ellos una fiesta (reconocimiento de méritos). Aquellos que se someten (hipócritamente) a la voluntad de Dios, pero que tampoco están cerca de Él.
Al reprocharle al padre lo que le hace a su hermano en comparación con lo que ha hecho por él se muestra que también en su fe de obediencia, existía un móvil interesado.

¿Cuál es la respuesta del padre al hijo mayor?: "Todo lo que tengo es tuyo también, pero esto requiere una celebración: ¡mi hijo estaba muerto y ahora está vivo de nuevo!" 

Teológicamente:
  • representa la postura de Dios ante el pecador: justo, directo, generoso, enfocado en el poder del arrepentimiento no a las faltas cometidas.
La parábola termina con la negativa del hermano mayor a asistir a la fiesta. No sabemos lo que pasó, pero Jesús dejó la historia pendiente, abierta para preguntas y discusión, como hacía a menudo.

Enseñanza fundamental

Jesucristo, mediante esta parábola, transmite varias enseñanzas fundamentales: en primer lugar, a sus coetáneos, tanto a los fariseos y escribas como a los pecadores y publicanos; y segundo, hoy día a los fieles cristianos y a las personas alejadas de Dios:

Fariseos y escribas/cristianos fieles: señala nuestra debilidad ante la tentación. Indica que el pecado de soberbia puede alojarse fácilmente en nosotros al profesar la fe. Al mismo tiempo, advierte que la fe cristiana no consiste solamente en "cumplir" participando en ritos y liturgias sino en practicar la misericordia y no juzgar a los demás. Nos invita a la conversión continua.

Pecadores y publicanos/alejados de la fe: también es una invitación a la conversión. Indica las consecuencias del pecado y de nuestras malas acciones, la importancia de un verdadero arrepentimiento y nos recuerda que la misericordia de Dios todo lo perdona.

Finalmente y para la reflexión: 

¿En quién nos vemos representados en la parábola? 
 ¿A quién nos llama Dios a parecernos?



sábado, 29 de abril de 2017

EL PAPEL ARRUGADO



Pedir perdón no siempre significa que estemos equivocados, que seamos culpables ni que el otro está en lo cierto, sino que amamos mucho más al otro que a nuestro ego.

Cuando nos enfadamos con alguien, cuando liberamos nuestra ira, sacamos lo peor de nosotros mismos y lastimamos al otro. Después, nos sentimos avergonzados por el daño causado y tratamos de enmendarlo.

Hay una historia que ejemplifica de forma sencilla las consecuencias de la ira:

"Un día, un padre, ante una explosión de ira de su hijo, le entregó un papel liso y le dijo: 
-Estrújalo!
Asombrado, obedeció e hizo una bola con el papel.
Luego, el padre le dijo a su hijo:
-Ahora déjalo como estaba antes de arrugarlo. 
Por supuesto, no pudo dejarlo como antes. Por más que lo intentó, el papel quedó lleno de arrugas.
Entonces el padre le dijo:
El corazón de las personas es como ese papel. La impresión que dejas en ese corazón que heriste, será tan difícil de borrar como esas arrugas en el papel. Aunque intentes enmendar el error, ya estará “marcado”.

Por impulso no nos controlamos y sin pensar, lanzamos palabras llenas de odio y rencor. Luego, cuando recapacitamos, nos arrepentimos. Pero ya no podemos dar marcha atrás, no podemos borrar lo que quedó marcado. Y lo mas triste es que dejamos “arrugas” en muchos corazones.

Desde hoy, seamos más compresivos y más pacientes, pero en especial, aprendamos a dejar el orgullo a un lado y tener la valentía de pedir perdón y reconocer nuestro error.

Cuando sintamos ganas de estallar recordemos “El papel arrugado”.

jueves, 2 de marzo de 2017

LA TRAMPA DE SATANÁS


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"Te aconsejo que me compres 
oro acrisolado en el fuego para enriquecerte, 
vestiduras blancas para vestirte, 
y que no aparezca la vergüenza de tu desnudez, 
y un colirio para que unjas tus ojos y veas." 
(Apocalipsis 3, 18)

La Providencia ha puesto en mis manos un interesante libro sobre la ofensa y el perdón: “La trampa de Satanás”, de John Bevere (pastor evangélico americano), cuya lectura recomiendo, a quien se sienta ofendido y no sea capaz de perdonar. 

Y es que la ofensa es el obstáculo más difícil al que un cristiano debe enfrentarse, es la prueba más difícil de superar porque tendemos a fijarnos sólo de los “escándalos” de los demás, a juzgarles y a dictar sentencia en nuestro tribunal particular.

Sin embargo, Jesucristo, en el evangelio de Lucas 17, 1-4, nos dice: "Es inevitable que haya escándalos; pero ¡ay de aquel que los provoca! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeñuelos. Tened cuidado". "Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día y otras tantas se acerca a ti diciendo: Me arrepiento, perdónalo". 

Dios nos exhorta a reprender a nuestro hermano, si peca; y, por supuesto, a perdonarlo, si se arrepiente. Nos dice que una situación de ofensa "es inevitable" (tremenda afirmación de parte de Dios) pero que lo importante, es la reacción que adoptemos ante ella. 

Nuestra tarea como cristianos no es juzgar ni ver los defectos de nuestro prójimo, sino, al igual que los apóstoles, pedirle a Dios: "Acrecienta nuestra fe", para ver sus virtudes y su filiación con Dios.

Carnaza

John Bevere, autor de "La trampa de Satanás" dice que "todo cazador que se precie, conoce los requisitos necesarios para que una trampa sea eficaz: debe estar escondida y debe tener carnaza". Y precisamente así es como opera el Diablo, el "cazador de almas". Satanás es sutil, astuto, hábil y se deleita en el engaño. Y no debemos olvidar que puede disfrazarse de ángel de luz, por lo que, si no estamos preparados, no reconoceremos sus trampas

La
carnaza favorita y más utilizada por el Diablo es la ofensa, que en nosotros, produce unos efectos: dolor, enfado, ira, celos, resentimiento, amargura, odio y envidia, y nos lleva a unas consecuencias: insultos, ataques, heridas, divisiones, separaciones, relaciones rotas, traiciones y personas que se apartan del Señor. 

Quienes caen en la trampa ni siquiera se dan cuenta de que están atrapados. No pueden ver de forma coherente la situación, porque están concentrados sólo en el daño que se les ha hecho. Se encuentran en un estado de negación y de concentración en sí mismos

Las ofensas se producen por falta de amor verdadero y por exceso de orgullo. Y abundan tanto que creemos que es algo normal. Sin embargo, nuestra reacción a la trampa es la que determina nuestro estado de ánimo y nuestra forma de actuar. 

Muchas personas se encuentran incapacitadas para actuar normalmente dado que viven la ofensa como una traición, sobre todo, de las personas más cercanas o más queridas. Y esa traición transforma el amor en odio. Un odio que se incrementa e intensifica en las guerras civiles: hermanos contra hermanos, hijos contra padres, padres contra padres. 

Altas expectativas

Las personas a quienes amamos y apreciamos son las que más intensa y dolorosamente nos hieren, porque esperamos mucho de ellos y porque les hemos dado más de nosotros. 

Cuanto mayores son las expectativas, más profundas son las heridas y cuanto más cercana es la relación, mayor amargura de corazón. 

Si tengo altas expectativas con respecto a una determinada persona, con seguridad caeré en la decepción al no verlas cumplidas. Pero si no tengo expectativas con respecto a ella, cualquier cosa que reciba será una bendición, no algo que me deba. 

Cuando exigimos a las personas un determinado comportamiento, estamos preparándonos para ser ofendidos. 

Cuanto más esperamos de los demás, mayor posibilidad de caer.

Prisioneros y víctimas

Y cuando caemos en la trampa, nos convertimos en prisioneros de Satanás, quedamos atrapados en sus engaños, de tal forma, que pensamos que tenemos razón y que hemos sido tratados injustamente. Nuestra visión cristiana de las cosas se oscurece y juzgamos en base a presunciones, apariencias y comentarios de terceros.

El Diablo nos mantiene atados en ese estado de odio, frustración y amargura escondiendo la ofensa, cubriéndola con el manto del orgullo, que nos impide ver la verdadera realidad (como en el Edén con Adán y Eva) y que distorsiona nuestra visión. 

Y es que sucede que cuando pensamos que todo está bien, no cambiamos nada. El orgullo endurece el corazón y oscurece nuestro entendimiento. Nos impide ese cambio de corazón, el arrepentimiento, que nos puede hacer libres (2 Timoteo 2,24-26). 

El orgullo nos conduce al victimismo. Nuestra actitud, al sentirnos maltratados, justifica nuestro comportamiento. Creemos en nuestra inocencia y en que hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. 

Pero aunque el verdadero estado de nuestro corazón esté oculto para nosotros y para los demás, no lo está para Dios. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferramos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta! 

Jesús nos da la solución para salir de la trampa y librarnos del engaño: "Te aconsejo que me compres oro acrisolado en el fuego para enriquecerte, vestiduras blancas para vestirte, y que no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que unjas tus ojos y veas." (Apocalipsis 3, 18). Nos dice que compremos: oro refinado, vestiduras blancas y colirio. Extraño, ¿no?

"Oro refinado"

El oro refinado es suave y maleable, está libre de corrosión y de otras sustancias. Cuando el oro está mezclado con otros metales (cobre, hierro, níquel, etc.), se vuelve duro, menos maleable y más corrosivo. Esta mezcla se llama “aleación”. Cuanto mayor es el porcentaje de metales extraños, más duro es el oro. Por el contrario, cuanto menor es el porcentaje de aleación, más suave y maleable es el oro. 

Resultado de imagen de ORO REFINADOUn corazón puro es como el oro puro (suave, maleable, manejable). Sin embargo, un corazón impuro es como una roca dura. 

Hebreos 3,13 dice que los corazones se endurecen por el engaño del pecado. Si no perdonamos una ofensa, ésta produce más amargura, ira y resentimiento

Son estas sustancias agregadas las que endurecen nuestros corazones y reducen o eliminan por completo la caridad, produciendo una pérdida de la sensibilidad. Nuestra capacidad de escuchar la voz de Dios queda obstruida y nuestra agudeza visual espiritual disminuye. Es un escenario perfecto para el engaño del Enemigo. 

El primer paso para refinar el oro es molerlo hasta hacerlo polvo y mezclarlo con una sustancia llamada fundente. Luego, la mezcla se coloca en un horno donde se derrite con un fuego intenso. Las aleaciones e impurezas son captadas por el fundente y suben a la superficie. El oro, más pesado, permanece en el fondo. Entonces se quitan las impurezas o escorias (es decir, el cobre, hierro o zinc, combinados con el fundente) con lo cual el metal precioso queda puro. 

De manera parecida, Dios nos refina, nos enriquece con aflicciones, pruebas y tribulaciones, cuyo calor aparta impurezas como la falta de perdón, la contienda, la amargura, el enojo, la envidia. "He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción"(Isaías 48,10). "En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. (1 Pedro 1,6, 7). 

"Colirio"

Otro elemento clave para librarnos de la trampa es nuestra capacidad para ver correctamente. Muchas veces, cuando nos ofenden, nos vemos como víctimas y culpamos a los que nos han herido. Justificamos nuestra ira, nuestra falta de perdón, la envidia y el rencor que surgen. No vemos claramente.

Resultado de imagen de COLIRIOJesús nos dice que con el colirio podemos ver nuestro verdadero estado y así, ser capaces de arrepentirnos. El arrepentimiento llega cuando dejamos de culpar a los demás. 

Recordemos la escena del Paraíso de Adán y Eva una vez cayeron en la trampa de la serpiente: 

Cuando Dios le preguntó a Adán por qué había comido del árbol prohibido, él le echó las culpas a Eva y al propio Dios: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí". (Génesis 3, 12). En el corazón de Adán no había arrepentimiento. 

Cuando Dios le preguntó a Eva, ésta le echó las culpas a la serpiente: "La serpiente me engañó y comí". (Génesis 3, 14). En Eva tampoco había arrepentimiento.

Cuando culpamos a los demás y defendemos nuestra posición, estamos ciegos. El colirio es la revelación de la verdad, que nos trae libertad y que conseguimos a través de la oración, de la Eucaristía, de la Adoración...en definitiva, cuando estamos en estado de gracia y en la presencia de Dios.

"Vestiduras blancas"

Las vestiduras blancas son el amor ágape. Es el amor que Dios derrama en los corazones de sus hijos. Es el mismo amor que Jesús nos da gratuita e incondicionalmente. No está basado en nuestras acciones, ni en las de otros, ni siquiera recibe amor a cambio. Es un amor que da, aunque sea rechazado. 

Imagen relacionadaSin Dios sólo podemos amar con un amor egoísta, un amor que no se da si no es recibido y correspondido. El ágape ama sin importar la respuesta. 

Este ágape es el amor que Jesús mostró al perdonarnos en la cruz. En su hora de mayor necesidad, sus amigos más cercanos le abandonaron: Judas le traicionó, Pedro le negó, y los demás huyeron para salvar sus vidas. Sólo Juan le siguió desde lejos. 

Jesús había cuidado de ellos durante tres años, los había alimentado y les había enseñado. 

Sin embargo, mientras moría por los pecados del mundo, Jesús los perdonó. Liberó a todos, desde sus amigos que le habían abandonado hasta el guardia romano que le había crucificado. Ellos no le pidieron perdón, pero Él lo brindó gratuitamente. Jesucristo no puso grandes expectativas en el hombre sino en el amor del Padre. 

Nuestras vestiduras blancas podemos adquirirlas a través del sacramento de la Reconciliación: en la confesión, con nuestro corazón contrito y arrepentido, Dios nos reviste de blanco, nos limpia y nos sana.