¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 28 de enero de 2021

HIJO PRÓDIGO Y BUEN SAMARITANO

"Sed misericordiosos 
como vuestro Padre es misericordioso"
(Lucas 6,36)

Uno de los elementos más característicos de la divina pedagogía de Jesús, y el más claro signo de coherencia y autenticidad de su divina personalidad son sus más de cincuenta parábolas escritas a lo largo y ancho de los evangelios. 

Las parábolas de Jesús son metáforas, comparaciones sencillas, alegorías fácilmente comprensibles para los hombres, tomadas de nuestras realidades y vivencias cercanas, que atraen y captan poderosamente nuestra atención. 

Su principal propósito es despertar nuestro pensamiento (nos implican, nos invitan), estimular nuestra conciencia (nos complican, nos comprometen) y llamarnos a la acción (nos simplifican, nos santifican) para acercarnos a su amor.

Sin embargo, la maestría divina en sí misma, limitada por el don gratuito que Dios nos otorga al respetar nuestra libre voluntad, nos deja abierta una puerta para que nuestra razón se sumerja en una reflexión interna y así, nuestro discernimiento pueda interpretar el mensaje y conferirle una aplicación particular y propia.

Las parábolas nos muestran lo que Dios es y cómo actúa; lo que el hombre es y cómo actúa; y lo que podemos y debemos llegar a ser. Pero lo deja siempre a nuestra elección, a nuestra voluntad, a nuestra libertad.

Hijo pródigo
La parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32) nos presenta dos actitudes humanas con dos personajes, ambos hijos de un mismo padre: el publicano, el hijo menor, despilfarrador y despreciado por los demás; y el fariseo, el hijo mayor, cumplidor de la Ley y bien visto por los demás. Y en medio, la actitud divina: la del Padre misericordioso, que acoge, perdona y dignifica a ambos.

Todos tenemos algo de publicanos y algo de fariseos, dos formas diferentes de vivir nuestra existencia ante la atenta y amorosa mirada de Dios. Todos tenemos actitudes rebeldes y despilfarradoras, y a la vez, cumplidoras y políticamente correctas. 

Todos tenemos actitudes de inseguridad y de "nostalgia egoísta" de Dios, y también, de autosuficiencia y de "reivindicación posesiva" de Dios. Todos tenemos actitudes de debilidad y de miseria que claman compasión y perdón, y también, de superioridad y de prepotencia que reclaman justicia y reconocimiento.

Sin embargo, a pesar de que nuestro Padre nos da todo lo que es suyo (la gracia, el amor, el perdón y la dignidad filial), nosotros, los dos hijos (el publicano y el fariseo), nos sentimos desgraciados, desatendidos y excluidos. Ambos nos apartamos de su amor. Cada uno de una manera: unos por egoísmo y otros por envidia. 

Mientras, el Padre que nos muestra su infinita misericordia, espera a que, libremente, se produzca la conversión de nuestros corazones al amor...Nosotros nos encontramos lejos del Padre pero Él siempre nos ve cerca, nos quiere en su casa.

Buen samaritano
La parábola del buen samaritano (Lucas 10,30-37) nos muestra también dos actitudes humanas, con otros dos personajes, el sacerdote y el levita, que cumplen la letra de la Ley pero no su espíritu (el amor). Ambos son incapaces de demostrar su fe con obras al ignorar al necesitado, al negar su ayuda al desahuciado, al mostrar indiferencia y pasar de largo, es decir, pecan de omisión, negligencia, inmisericordia y cobardía ante aquel a quien no consideran "prójimo". 

Y por otro lado, la actitud divina: la del buen samaritano que representa el amor de Cristo, quien "estando de viaje" (situación temporal), se para en el camino (la historia del hombre), acoge al "mal visto" (excluido), atiende al maltratado (perseguido) por los bandidos (el mal) y cura al herido (al pecador), le lleva a la posada (a la casa del Padre, la Iglesia) y paga por él (entregando su vida en la Cruz). No tenía obligación de hacerlo pero quiso hacerlo libremente y por amor.

El camino de Jericó a Jerusalén era conocido en tiempos de Jesús como el "Camino de sangre" por el grave peligro de ser asaltado y asesinado por los ladrones que lo acechaban. Esto mismo ocurre hoy en el "camino de maldad" que caracteriza nuestro mundo actual, donde el egoísmo y el individualismo nos convierten en hombres indiferentes y codiciosos que buscan su propio interés, que matan al prójimo, y por otro lado, nos convierten en cristianos teóricos, sin caridad ni misericordia ante la desgracia ajena.

Cuántas veces pensamos que el mal ajeno no "va" con nosotros, que "no es asunto nuestro". Cuántas veces damos un rodeo, mirarmos hacia otro lado y pasamos de largo. Cuántas veces nos consideramos cristianos pero ante la prueba de nuestra fe, no pasamos de la teoría a la práctica, de los dichos a los hechos. Cuántas veces somos "indiferentes" al prójimo, en lugar de ser "diferentes" al mundo.

Lo que realmente precisa y determina nuestra fe no es su definición, no es la teoría, ni la literalidad de la Ley, sino su puesta en práctica. "La fe sin obras está muerta" (Santiago 2,17). Y eso es precisamente a lo que Cristo nos invita: a poner por obras todo aquello que nos dice.

Con ambas parábolas Dios nos muestra la doble dimensión de la vocación cristiana: Primero, descubrir el amor de Dios que se compadece de nosotros y, segundo, nuestra poner en práctica esa misma misericordia con el prójimo

Dios nos llama a amar a todos, a los amigos y a los enemigos, a los cercanos y a los extraños, a los compañeros y a los rivales, a los que nos aman y a los que nos odian (Mateo 5,44)Cristo, el Buen samaritano, no hace distinciones ni pone excusas: todos somos "prójimos", todos somos cercanos, próximos. Todos somos hermanos. 

El Señor nos invita a vivir la esencialidad del mensaje evangélico: a no juzgar ni condenar, a ser generosos con los necesitados y atender a los heridos, a perdonar a quienes nos ofenden. (Lucas 6, 36-38). Dios, el Padre misericordioso, no pone límites ni fronteras como tampoco exigencias: Su amor es ilimitado, es generoso, es para todos, para publicanos y fariseos. Todos somos hijos.

Por ello, todos estamos llamados a ser buenos samaritanos y padres misericordiosos. Todos estamos invitados a ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5,48). Esta es la Ley del amor. Este es el camino de la santidad.

"A vosotros se os han dado a conocer 
los secretos del reino de los cielos y a ellos no. 
Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra,
y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 
Por eso les hablo en parábolas, 
porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender (...) 
porque está embotado el corazón de este pueblo, 
son duros de oído, han cerrado los ojos;
 para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, 
ni entender con el corazón, 
ni convertirse para que yo los cure. 
Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven 
y vuestros oídos porque oyen" 
(Mateo 13,11-16)

JHR

martes, 25 de septiembre de 2018

¿QUÉ CLASE DE SEMILLA SOY?

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"En aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre 
y gente que salía de toda la ciudad, dijo Jesús en parábola:
Salió el sembrador a sembrar su semilla. 
Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, 
y los pájaros del cielo se lo comieron. 
Otra parte cayó en terreno pedregoso y, 
después de brotar, se secó por falta de humedad. 
Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, 
creciendo al mismo tiempo, la ahogaron. 
Y otra parte cayó en tierra buena y, después de brotar, 
dio fruto al ciento por uno.
Dicho esto, exclamó:
El que tenga oídos para oír, que oiga.
Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola. 
Él dijo:
A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; 
pero a los demás, en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. 
El sentido de la parábola es éste: la semilla es la Palabra de Dios.
Los del borde del camino son los que escuchan, 
pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, 
para que no crean y se salven.
Los del terreno pedregoso son los que, al oír, 
reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; 
son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan.
Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.
Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, 
la guardan y dan fruto con perseverancia".
(Lc 8, 4-15)

En el Evangelio de esta semana, escuchamos la parábola del sembrador que nos interpela a cada uno de nosotros y nos hace preguntarnos ¿Qué clase de semilla soy? ¿Caigo en las tentaciones del Enemigo? ¿Caigo cuando me enfrento a la prueba? ¿Caigo en las seducciones de los afanes y placeres de la vida? ¿Crezco firme en la fe? ¿Tengo raíces profundas? ¿Maduro o sigo siendo un bebé espiritual? ¿Estoy en gracia? ¿Cómo son las cosas entre Dios y yo?

Nuestro mundo está lleno de arcenes, de tierras pedregosas o llenas de espinas que tratan de impedir que la semilla fructifique en nuestra vida. Nos mantienen distraídos y demasiado preocupados por nuestras cosas, por nuestro cuerpo, por nuestra materia pero...¿y nuestra alma? ¿nos preocupamos por ella?

A menudo, vivimos como si nunca fuéramos a morir. Vivimos deprisa, acelerada y ruidosamente como si no hubiera un mañana. Nos levantamos cada mañana, trabajamos, comemos, bebemos y volvemos a dormir...y ¿en qué momento de nuestras vidas está Dios? ¿Cuándo pensamos en Él? ¿Sólo cuando sobreviene algún problema, enfermedad, sufrimiento o muerte?

Tenemos tan ocupadas nuestras vidas con tanto afán, con tanto ruido, con tanta prisa que no pensamos en el por qué o el para qué. Estamos tan ensimismados en nuestras cosas efímeras que no damos tiempo a lo importante, a lo únicamente necesario y perdurable: nuestras almas.

Acudimos a misa, nos sentamos delante de Dios, escuchamos su Palabra pero luego no la ponemos en práctica, porque tenemos en nuestra boca la mentira y nuestro corazón va tras la ganancia injusta. (Ez 33, 31). 

Nos preocupamos en exceso por nuestra vida exterior y descuidamos la interior. Nos quedamos con frecuencia en las apariencias, en lo externo pero, rara vez, profundizamos y "echamos" raíces.

Sin embargo, Dios esparce la semilla sabiendo que caerá en nuestros corazones distintos, y aún así, lo sigue haciendo porque su voluntad es que caiga en terreno bueno, arraigue y crezca hacia el cielo... nuestro auténtico destino.

Para arraigar firmemente, primero la semilla debe "convertirse". Sin conversión no hay salvación.  Sin regeneración no hay avance. Sin un "nacer de nuevo", no podemos alcanzar el reino de Dios.

Al "renacer", el Espíritu Santo arraiga en nosotros y nos hace crecer, florecer y dar fruto abundante. Nos sentimos débiles y pecadores y por ello, alzamos nuestra mirada al Creador, y así, crecemos en la fe y el amor a Cristo y al prójimo. Nos desapegamos del mundo y anhelamos la santidad. Son los signos de una verdadera conversión.

No podemos permanecer inmóviles, dormidos o anestesiados mientras nuestros afanes mundanos transcurren y nos llevan indefectiblemente hacia la muerte. No podemos seguir pretendiendo estar en la tierra sin fructificar, sin crecer, sin aspirar al cielo.

Nuestro anhelo de Dios, nuestra búsqueda de la santidad nos llevará por caminos, a veces, complicado y difíciles, pero debemos perseverar, debemos seguir creciendo y avanzando hacia el cielo, donde alcanzaremos la perfección. 

La búsqueda de nuestra santidad nos hará ver y cumplir nuestra labor aquí en la tierra; nos hará ser humildes y amables, generosos y serviciales; nos hará ser desinteresados y dispuestos; nos hará estar comprometidos con Dios; nos hará mansos y prudentes; nos hará vivir en el amor.

Nuestra fe no es teórica. Nuestro seguimiento a Cristo es práctico. Crece y se desarrolla. Nos compromete y nos exhorta a vivir la fe diariamente, en cada momento. No podemos conformarnos con "un poco de fe", con "un rato de Dios", con "caminar un rato y luego, pararnos y abandonar".

Debemos estar siempre en Gracia. Acudir a los sacramentos. Caminar siempre unidos y en comunión con Cristo. Sólo junto a Él podemos alcanzar el cielo. Nos ha enseñado cuál es el camino: la Cruz. Esta vida no es un camino de rosas. Lo sabemos. Ahí es dónde podemos usar nuestra libertad, para seguirle sin dudar, sin temer...

Con la ayuda de su Gracia y amparados por una comunidad realmente cristiana podemos crecer: una comunidad de servicio y no de asistencia a un lugar, una comunidad valiente y que no se acomode, una comunidad donde permanezcamos siempre juntos y en presencia de Dios, para crecer en el amor, para discernir Su voluntad, para ser dignos de alcanzar sus promesas, para ser merecedores de alcanzar la visión beatífica. 

Todo esto sólo podemos hacerlo durante el tiempo que se nos ha dado, durante nuestra vida. Luego, tras la muerte, todo será inútil porque no podremos mirar atrás. Ahora es el momento de renacer, de arraigar, de prepararnos, de crecer para alcanzar nuestro objetivo último.

Despertemos. Dejemos de ser "bellas durmientes". Salgamos de nuestra comodidad, de nuestro "aburguesamiento cristiano" y pongámonos en marcha. Dejemos a un lado la pereza y comencemos a caminar sin miedo, crezcamos alegres y vigorosos. Siempre alerta y vigilantes. Pues, ¿a qué esperamos sino a Nuestro Señor?

lunes, 20 de noviembre de 2017

¿CÓMO ESTÁ MI LÁMPARA?

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¿La lámpara de mi fe brilla por el aceite del amor o está apagada por la tibieza?


Hoy reflexionamos sobre la parábola de las diez vírgenes, que leemos en el Evangelio de Mateo 25, 1-13 y que Jesús utiliza adecuadamente conociendo a la perfección las costumbres del pueblo judío sobre la importancia de la ceremonia nupcial. 

La familia judía era una institución con una sólida estructura patriarcal, en la que el cabeza de familia, el esposo, tenía poder y autoridad sobre todos los que estaban bajo su protección. Previamente a una boda, las familias de los novios acordaban las condiciones de la unión (dote), celebraban los desposorios (pedida de mano) en los que la pareja quedaba prometida mediante un contrato escrito y por último, se fijaba la fecha de la boda, con bastante antelación. 

Para los judíos, la formación de una nueva familia tenía gran importancia por lo que una boda era un acontecimiento muy alegre, con fastuosos festejos que duraban una semana y en ocasiones, hasta dos. Éstos solían comenzar a la hora del crepúsculo, cuando el día iba de caída y la oscuridad se adueñaba de todo (como en el relato de Emaús, Cristo siempre ilumina en la oscuridad). 

El novio iba a la casa de la novia acompañado de sus amigos y ataviado con corona como un rey. Las amigas de la novia, también vírgenes, aguardaban junto a ella, la llegada del novio, para acompañarla en cortejo hasta la casa del padre del novio, portando lámparas de aceite para iluminar la oscuridad de la noche, por lo que si el trayecto hasta la casa del padre del novio era largo, debían llevar reserva de aceite. 

Encender una lámpara apagada era, sin duda, una tarea compleja ya que no existían las cerillas ni el fósforo, por lo que habitualmente se mantenía siempre encendida una lámpara. Para ello, era necesario cuidar y vigilar que esa lámpara nunca se apagase.

Diez vírgenes: sentidos carnales y espirituales

Generalmente, el numero de vírgenes que podían acompañar a la novia no estaba estipulado por lo que podían ser tantas como desearan los prometidos. Entonces, ¿por qué Jesús se refiere a cinco prudentes y cinco necias?
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San Jerónimo, uno de los padres de la Iglesia y autor de "la Vulgata" (Biblia traducida al latín) afirma que "las cinco vírgenes son como nuestros cinco sentidos, de los cuales unos caminan hacia el Señor, anhelando '"las cosas y moradas de lo alto' y, los otros, preocupados por los afanes del mundo, carecen de luz en sus corazones".

Por lo tanto, todos disponemos de cinco sentidos corporales (vista, oído, gusto, tacto y olfato) que tienen sus correspondientes sentidos espirituales, según nos muestran las Escrituras (1 Jn 1,1; Sal 33,9; Cant 1,3; 2 Cor 2,15).

Así, podemos vivir en función de nuestros sentidos carnales o en función de los espirituales: Quien actúa de acuerdo a los carnales, los utiliza para el mal, para complacer su orgullo, egoísmo y vanidad, comparándose con los demás. En definitiva, para satisfacer sus pasiones. Por el contrario, quien actúa en función de los sentidos espirituales, está siempre vigilante, orientado hacia su propósito y vocación, y siempre tiene presente a Dios.

Las vírgenes prudentes (nuestros sentidos espirituales) están continuamente vigilantes y a la expectativa de la llegada del novio... con aceite de sobra para no quedarse sin luz; vigilando que ninguna circunstancia les desvíe su atención de la llegada del Novio. ¡Qué alegría vivir así, esperando al novio! ¡Qué fe, esperanza y caridad para recibir al Novio! 

Las cinco vírgenes necias

Las vírgenes necias se duermen, se les apaga la luz por falta de aceite, por falta de cuidado, por falta de previsión. No esperan realmente de corazón la llegada del novio. Esperan la ayuda de las otras y se comparan con ellas. ¡Qué poca fe! ¡Qué poco amor! ¡Que poca esperanza!

Resultado de imagen de parabola de las vírgenesLas cinco vírgenes necias son personas tibias y mediocres, católicos de cumplimiento que hacen lo mínimo necesario para no cargar con más aceite, cristianos de consumo que creen que con una pequeña cantidad tendrán suficiente, y si no lo tienen, podrán pedírselo a otros.

Son personas de término medio: aferradas a las cosas materiales y a los afanes del mundo, contentándose a sí mismas, viviendo una fe a la medida, con la cantidad justa de aceite, eludiendo cualquier compromiso en la fe, justificándose de sus faltas por haber nacido en pecado original y por ello, consideran que su escaso esfuerzo y compromiso son suficientes para entrar en el Cielo.

Sin embargo, cuando llegue el momento, cuando venga Jesucristo, no las conocerá. Dios es muy duro con los tibios: "Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueses frío o caliente. Pero porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca." (Apocalipsis 3, 15-16)

Dormir y prever

Podría ocurrir que, a veces, el novio se retrasara o tardara más de lo previsto. Sin embargo, en la parábola, Jesús se refiere a un retraso exageradamente intencionado, por lo que las diez vírgenes (todas) ceden al cansancio y se duermen.

Jesús no recrimina el hecho de que todas se duerman sino la falta de previsión de las cinco vírgenes necias. Y es que todos, hasta los santos e incluso el mismo Jesús, a las puertas de la muerte, pasamos por períodos de aridez donde los sentidos se apagan, y cae la noche oscura. 

También, en ocasiones, podemos sentirnos inmersos en las realidades de la vida. Son momentos en los que no logramos alcanzar el horizonte sobrenatural y damos una cabezada, es decir, prestamos atención a los aspectos materiales: la salud, la familia, el alimento o las necesidades económicas.

Cuando esto nos ocurre, debemos guardar una vasija de aceite, símbolo de una vida interior sólida, con mucha vigilancia, de modo que pasada la necesidad de cuidar de lo concreto, volvamos a elevar la mirada hacia las cosas celestiales.

Cuántas veces cabeceamos hasta el punto de caer en un sueño profundo y nos olvidamos de aprovisionarnos de aceite...abandonamos las cosas de Dios, dejamos de rezar o de asistir a misa, o nos dejamos llevar por el pecado...Pero cuidado, porque si nos relajamos puede que cuando menos lo esperemos, llegue el Novio. Por eso, mucha vigilancia y oración, pues sin la ayuda del Espíritu Santo, ninguna criatura está en estado de gracia constante.

¿Por qué no prestar nuestro aceite?

Las vírgenes prudentes no prestaron su aceite a las necias cuando éstas se lo pidieron, y no lo hicieron por egoísmo sino por derecho a disponer de lo que habían previsto. Por eso, las mandaron a comprar aceite. Pero ¿cómo iban a encontrar una tienda abierta a esas horas? Imposible.

Cuando dejamos de esperar al Novio y vamos a comprar aceite, esto es, en busca del consuelo del mundo, husmeamos entre los vendedores de aceite, que son aduladores, que alaban lo falso o lo desconocido e inducen a las personas al error...Buscamos donde no podemos encontrar.

Entonces ¿por qué las vírgenes prudentes no compartieron su aceite? Por una sencilla razón: no se pueden transferir los méritos de unos a otros. Cada persona debe adquirir los suyos y velar por ellos porque cada uno seremos juzgados individualmente. Indirectamente, las vírgenes prudentes, más que darles un consejo, les recuerdan su falta.

Cuando llegue el Novio, la simple condición de "vírgenes" (católicos) no nos dará el derecho a entrar en la fiesta. Tampoco habrá tiempo para cambiar (salvo por la Gracia de Dios) ni podremos modificar nuestros actos en un instante, ni hacer lo que deberíamos haber hecho. De ahí el error de muchos: "¡Dios es bueno! me llamará antes y en último momento me arrepentiré, rezaré y Él me perdonará". Porque es tarde. Es de noche. Las tiendas están cerradas.

Lámpara, aceite y luz

La lámpara es nuestra esperanza en Dios, la luz es la fe y el aceite es la caridad. Sin caridad, no puede haber esperanza. Sin esperanza no puede haber fe. Y sin fe, Cristo no nos reconoce. 

Debemos vigilar y tener siempre aceite, cuidar nuestra vida espiritual, orar, comulgar y confesar con regularidad. Puede que nuestra fe se apague si no existen obras de amor, si no existe la oración constante. Por eso, ¡Qué importante es mantener encendidas nuestras lámparas y llevar siempre aceite para alimentarlas!

Cuántas veces nos despistamos, nos dormimos o malgastamos el aceite y nuestra lámpara se apaga, haciéndonos vivir en la oscuridad. Entonces, queremos utilizar el aceite de otro, o incluso, ponernos a la luz de otro. Pero cada uno tiene su lámpara, su aceite y su luz. 

Dios nos ha dado a cada uno, una lámpara, un aceite y una luz particular, que nos hacen ser nosotros mismos y por eso, no podemos usar las de otros. Algunas luces son más potentes, otras más débiles, otras parpadean o cambian constantemente…

Cada uno debemos cuidar y dar cuenta de esa luz que recibimos de Dios y que nos acompañará a lo largo de nuestra vida. Y porque Dios me la ha regalado para mí, tengo que aceptarla. Y tengo que cuidarla. 

Puede que no me guste mi lámpara, que no me guste mi luz o puede que gaste mi aceite. 

Puede que a veces utilice mis cualidades para presumir o a veces, quiera ocultar esa luz, esas virtudes o defectos. Incluso a veces, no quiero mi lámpara.

Puede que piense que no me va bien esta lámpara, que merezco otra mejor, con más capacidad de aceite, para que ilumine más. 

Puede que desee la lámpara o el aceite de los otros. Pero, en realidad, la lámpara que tengo es la mejor, ¡porque es mi lámpara! Es un regalo de Dios. Lo importante es ver mi vida y mi historia desde los ojos de Dios y no desde una mirada humana. He de elevar la mirada, contemplar la maravillosa obra de Dios en mi vida y darle las gracias.

Velad y Orad

El Señor acaba la parábola con un mensaje importante para todos nosotros: que estemos vigilantes. El mismo objetivo que les dijo a sus discípulos en Getsemaní (Mt 26,41) y al anunciarles los últimos días y su venida (Lc 21, 36): "Velar, orar y estar despiertos". 

Debemos orar par no caer en la tentación, tal y como pedimos en el Padrenuestro pero además es necesario que estemos vigilantes y alerta. 
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Vigilar significa tener los ojos bien abiertos y puestos en Dios. Significa que los sentidos espirituales (las vírgenes prudentes) dominen a los carnales (las vírgenes necias).

Un dicho popular dice: "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Hagamos acopio de aceite hoy porque esta misma noche podría venir el Novio.: "Pero de aquel día y hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mt 24,36).

Pidamosle a nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de María Santísima, la gracia de ser vigilantes en nuestros deseos, acciones y pensamientos, teniendo los ojos puestos en la santidad a la que todos estamos llamados.


Fuente:
Revista Heraldos del Evangelio, nº 172, noviembre 2017
Comentario al Evangelio S. Mateo 25, 1-13.
Mons. Joâo Scognamiglio Clá, EP



miércoles, 28 de junio de 2017

LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

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"Un hombre tenía dos hijos;
y el menor de ellos dijo al padre: 
´Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.´ 
Y él les repartió la hacienda.
Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, 
y comenzó a pasar necesidad.
Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, 
que le envió a sus fincas a apacentar puercos.
Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, 
pero nadie se las daba.
Y entrando en sí mismo, dijo: 
´¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, 
mientras que yo aquí me muero de hambre!
Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti.
Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.´
Y, levantándose, partió hacia su padre. 
Estando él todavía lejos, le vió su padre y, 
conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.
El hijo le dijo: ´Padre, pequé contra el cielo y ante ti; 
ya no merezco ser llamado hijo tuyo.´
Pero el padre dijo a sus siervos: ´Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, 
ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies.
Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; 
estaba perdido y ha sido hallado.´ Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, 
oyó la música y las danzas;
y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
El le dijo: ´Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, 
porque le ha recobrado sano.´
El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba.
Pero él replicó a su padre: 
´Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, 
pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos;
y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, 
has matado para él el novillo cebado!´
Pero él le dijo: ´Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo;
pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, 
porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; 
estaba perdido, y ha sido hallado."
(Lc 15, 11-32)

La parábola del hijo pródigo es una de las más hermosas, profundas y significativa de la Biblia, que se enmarca como respuesta de Jesús a una crítica de los fariseos y los escribas, expertos judíos en la Ley mosaica, quienes le reprochaban juntarse con pecadores. Pero que también nos aplica a nosotros.

Tema principal: La misericordia de Dios hacia los pecadores arrepentidos y su alegría ante la conversión de los descarriados. El enfoque de la parábola no es el hijo joven, rebelde y luego arrepentido, sino el padre que espera y corre para dar la bienvenida al hogar a su hijo. 

Estructura. Según la actitud de los personajes en los que se centra el relato: 
  • el hijo pródigo se marcha (pecado: rebeldía/autosuficiencia)
  • vuelve (arrepentimiento/necesidad)
  • el padre le recibe (misericordia/amor) 
  • el primogénito se queja (envidia/soberbia)
Mensaje teológico.  El mensaje de amor de Cristo, siempre guiado a la conversión de los pecadores, al perdón de los pecados y al rechazo a los formalismos que apartan al creyente de la verdadera fe y misericordia.

El hijo pródigo - Pecado
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Es sobre quien, aparentemente, gira la historia, pues es quien hila las tres primeras escenas, el pecado (desobediencia, rebeldía), el arrepentimiento (sufrimiento, necesidad) y el perdón (misericordia, amor). La palabra "pródigo" no significa rebelde o perdido - significa "derrochador" y "extravagante". Se refiere a una persona que es imprudente y despilfarra su riqueza. 

Escena de la rebeldía: el menor de dos hermanos le pide al padre su parte de la herencia. 

Teológicamente:
  • el hijo menor representa a la humanidad pecadora que se ha alejado de Dios, a los pecadores (publicanos) que  no se someten a la voluntad de Dios y se alejan de Él. 
  • la herencia representa los dones y la gracia que Dios nos da a cada uno de nosotros.
  • la petición representa la caída (el pecado) en el Jardín de Edén. El hijo exige la libertad de utilizar los dones y la gracia al margen de la voluntad de su padre. 
  • la actitud del padre representa el amor de Dios al dejar libertad a nuestra voluntadEn realidad, el padre habría tenido que dividir la tierra y vender una parte de sus bienes para dar a su hijo la herencia solicitada. Cuando el hijo menor le pide su parte de la herencia a su padre es como si le dijera: "Ojalá estuvieras muerto." Se trata de un gran insulto, cargado de vergüenza y culpa. En la cultura judía, hacer algo así, probablemente, le habría acarreado la expulsión de la comunidad para siempre. Y ser parte de la comunidad era fundamental para la supervivencia, la salud y la calidad de vida en general.
Escena del derroche: malgasta la herencia de su padre (dones/gracia) llevando una vida disoluta.

Teológicamente:
  • representa que el pecado no está tanto en la reclamación (que también), sino, en la libertad mal utilizada de la misma, (derroche, libertinaje), que lo lleva a la más absoluta ruina, en todos los sentidos.
El pecado y la vida licenciosa le lleva, en un acto desesperado, a cometer un acto abominable: alimentarse con algarrobas igual que los cerdos, y como consecuencia, empeora más su situación. ¿Por qué? En la cultura judía, los cerdos eran animales "sucios" e "impuros", tal como se describe en la ley de Moisés (Lv 11,7), de tal forma que ni siquiera se les podía criar. Si un hombre judío anhelaba la comida de los cerdos es que definitivamente había caído en lo más bajo.

Escena del arrepentimiento/conversión: tras "tocar fondo", el hijo reflexiona acerca de su provecho personal y cae en cuenta de que le traerá mayor cuenta regresar a la casa del padre que seguir por su cuenta. 

Teológicamente:
  • representa las desgracias que provoca el pecado, que no son castigos divinos sino resultado de las malas acciones y que siempre acaban mal.
  • representa una actitud interesada en la conversión, es decir se arrepiente racionalmente y no sentimentalmente, busca un provecho personal y no la santidad en sí, de ahí que prepare una disculpa para que tal vez su padre lo recibiría como siervo. Esta es la prueba de que el hijo no comprende la profundidad del amor y la compasión de su padre. 
El hijo pródigo ensaya un discurso, pero nunca llega a usarlo. Incluso antes de llegar a casa de su padre, éste sale a su encuentro, ofreciéndole un perdón incondicional.  Se puede decir que su verdadera conversión, el arrepentimiento real, ocurre en este momento, pues ve en la actitud del padre (entrega y amor), principales características de una verdadera conversión. Esta conversión ocurre al acudir a Dios y al arrepentirnos de las malas acciones de nuestra vida.

El padre - Misericordia
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Es, en realidad, el personaje central de la parábola. 

Teológicamente:
  • el padre representa a Dios y, fundamentalmente, a su infinita misericordia y amor.
Escena del libre albedrío: El padre respeta y acepta la determinación que su hijo toma por su libre albedrío, le reparte su herencia y lo deja marcharse. 

Teológicamente:
  • representa a un Dios que no es ni dictador, ni prepotente, que nos muestra el camino, nos da su gracia pero nos deja libertad para utilizarla y para que escojamos nuestro destino (desgracia).
Escena de la misericordia: Al ver a su hijo que regresa, sale a buscarlo corriendo y antes de que diga palabra alguna lo abraza y lo besa. 

Teológicamente:
  • representa la infinita misericordia de Dios, incluso sabiendo que la conversión no es completa y que puede haber un trasfondo (interés egoísta), sale en busca de aquel que lo necesita y lo llama, le acepta sin reprocharle su descarrío o su indiferencia anterior.
Correr en la antigua cultura del Cercano Oriente era tabú. Requería a un hombre que subiera su túnica a las caderas y le expusiera las piernas y su desnudez para no tropezar. Correr no era nada bien visto y suponía escándalo y vergüenza para quien lo hacía.

Si un judío despilfarrara su dinero con los gentiles, la comunidad le habría expulsado de inmediato a su regreso. El padre de la parábola corrió probablemente para encontrarse con su hijo, antes de que cualquier persona en la comunidad tuviera ocasión de increparle. 

El padre no reprende al hijo, sino que le da una fiesta de bienvenida en casa, llamando a sus sirvientes a preparar el ternero cebado, un anillo, una túnica y zapatos. Así es como actúa Dios con los pecadores arrepentidos: es audaz, sorprendente y desbordante de alegría.

El padre le pone a su hijo una túnica para restaurar su dignidad frente a la comunidad. Sin duda el hijo tiene un aspecto andrajoso, sucio y mal alimentado, pero él le viste como un príncipe, en un acto de amor y compasión, y así honra a su hijo delante de todo el mundo.

El padre también le da un anillo al hijo. Llevar anillos en aquella época era un signo de riqueza y posición. El poder de este símbolo refleja el deseo del padre de restaurar su pertenencia de pleno derecho en la familia.

A continuación, el padre le pide a sus sirvientes que le traigan un par de sandalias. Este, tal vez el regalo más práctico que le permitían caminar con el padre sin temor a cortarse o ensuciarse los pies.

Pero hay un último regalo: el ternero cebado. Este tipo de banquete "extravagante" estaba reservado para ocasiones increíblemente importantes. Su hijo ya no comería las algarrobas de los cerdos; ahora cenaría con la mejor carne disponible en presencia de su familia y, probablemente, de todo el pueblo.

Escena de la justicia: en su diálogo con su primogénito, indica cómo el Padre cuida a los de su casa.

Teológicamente:
  • representa que Dios tampoco descuida a sus hijos, a aquellos que lo han seguido justamente y cómo ante el pecado de los justos, su actitud es de ternura pero también de firmeza.
El primogénito - Pecado
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La historia tiene una segunda parte sobre el hijo mayor, 
el primogénito, que a menudo se pasa por alto, porque es el personaje que menos participa en la parábola, pero es igual de importante. 

Teológicamente:
  • representa a los hijos de Dios que se consideran a sí mismos justos y fieles, y que dicen someterse en todo a la voluntad del Padre. El verdadero sentido de este personaje es mostrar como los fieles de Dios también caen en el pecado, en este caso, la soberbia y la envidia. 
  • representa a los fariseos y escribas a los que Jesús hablabaquienes se sintieron despreciados por la gracia escandalosa de Dios para con los pecadores y marginados. Además, han estado guardando las reglas siempre y le inquieren al padre por qué no les ha hecho a ellos una fiesta (reconocimiento de méritos). Aquellos que se someten (hipócritamente) a la voluntad de Dios, pero que tampoco están cerca de Él.
Al reprocharle al padre lo que le hace a su hermano en comparación con lo que ha hecho por él se muestra que también en su fe de obediencia, existía un móvil interesado.

¿Cuál es la respuesta del padre al hijo mayor?: "Todo lo que tengo es tuyo también, pero esto requiere una celebración: ¡mi hijo estaba muerto y ahora está vivo de nuevo!" 

Teológicamente:
  • representa la postura de Dios ante el pecador: justo, directo, generoso, enfocado en el poder del arrepentimiento no a las faltas cometidas.
La parábola termina con la negativa del hermano mayor a asistir a la fiesta. No sabemos lo que pasó, pero Jesús dejó la historia pendiente, abierta para preguntas y discusión, como hacía a menudo.

Enseñanza fundamental

Jesucristo, mediante esta parábola, transmite varias enseñanzas fundamentales: en primer lugar, a sus coetáneos, tanto a los fariseos y escribas como a los pecadores y publicanos; y segundo, hoy día a los fieles cristianos y a las personas alejadas de Dios:

Fariseos y escribas/cristianos fieles: señala nuestra debilidad ante la tentación. Indica que el pecado de soberbia puede alojarse fácilmente en nosotros al profesar la fe. Al mismo tiempo, advierte que la fe cristiana no consiste solamente en "cumplir" participando en ritos y liturgias sino en practicar la misericordia y no juzgar a los demás. Nos invita a la conversión continua.

Pecadores y publicanos/alejados de la fe: también es una invitación a la conversión. Indica las consecuencias del pecado y de nuestras malas acciones, la importancia de un verdadero arrepentimiento y nos recuerda que la misericordia de Dios todo lo perdona.

Finalmente y para la reflexión: 

¿En quién nos vemos representados en la parábola? 
 ¿A quién nos llama Dios a parecernos?