¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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domingo, 22 de septiembre de 2019

¿LEEMOS O PROCLAMAMOS?

"Porque todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará. 
Pero, ¿cómo invocarán al Señor sin haber creído en Él? 
Y ¿cómo podrán creer, si no han oído hablar de Él? 
Y ¿cómo oirán si no hay nadie que lo proclame? 
Y ¿cómo lo proclamarán si no son enviados? 
¡Qué hermosos son los pies de los que traen buenas noticias! 
(Romanos 10,13-15)

Cada vez que me acerco a la Eucaristía, espero con interés la proclamación de la Palabra de Dios, con la convicción de que quien lo hace, realmente viva lo que está diciendo. Y así, poder guardarla en mi corazón y reflexionar lo que Su Espíritu me suscita.

Sin embargo, con demasiada frecuencia, cuesta encontrar lectores que proclamen la Palabra de Dios en la Eucaristía. Y, aún más, buenos lectores.

En ocasiones, quienes realizan este servicio a la Iglesia son personas, niños o jóvenes que, aunque con buena intención, desgraciadamente, leen de "carrerilla", con muchas equivocaciones, y quizás, sin comprender lo que están leyendo o sin darle la importancia que tiene.

Proclamar la Palabra de Dios nunca es un "derecho" de nadie, ni tampoco una "obligación" para nadie.  Es un “honor” y un gran privilegio: eCristo quien nos habla. Es Dios quien se dirige a nosotros.

Proclamar la Palabra de Dios no es leer un texto impreso sino dejar que el Espíritu de Dios hable a través nuestro, haciéndolo con sencillez y autenticidad, sin arrogancia ni protagonismo alguno.

Proclamar la Palabra de Dios en misa es un importante servicio a favor de la asamblea litúrgica, que no puede ser ejercido sin la debida formación y correspondiente preparación, por el honor de Dios, el respeto a Su pueblo y la eficacia misma de la liturgia.

Formación 

No todo el mundo puede ni debe leer. Ni todo el mundo tiene la capacidad para proclamar adecuadamente. 

Es necesario adquirir una formación correcta:

-Bíblica
Quien sube al ambón, debe saber lo que va a hacer y qué tipo de texto va a proclamar.
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Debe tener, al menos, un conocimiento mínimo de la Sagrada Escritura.

Debe conocer su estructura, composición, número y nombre de los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento, sus autores y sus principales géneros literarios (histórico, poético, profético, sapiencial, etc.). 

Debe entender la Palabra que proclama, para darle el sentido que tiene. Y para ello, es aconsejable, primero haberla leído, entendido y rezado.

-Litúrgica
Quien sube al ambón, debe tener una suficiente formación litúrgica.

Debe saber distinguir los 
ritos, sus partes, sus significados, y su papel ministerial, en el contexto de la liturgia de la palabra.

Debe proclamar las lecturas bíblicas y las intenciones de la oración universal, y otras partes que se le señalen en los distinto
s ritos litúrgicos.

Preparación

Además de formarse, es necesaria una adecuada preparación:

-Espiritual
Quien sube al ambón, debe procurar cuidar la vida
 interior de la Gracia, actuar conforme a los mandamientos de Dios y las leyes de la Iglesia.

Debe proclamar con espíritu de oración y fe, para que la asamblea vea en el lector, un testigo de la Palabra que proclama.

- Técnica
Quien sube al ambón,debe saber cuándo, cómo acceder y cómo permanecer en él.

Lo aconsejable es
que en todas las Misas haya un lector distinto para cada lectura: uno para la primera, otro para la segunda y el salmista. Sube cuando los fieles han respondido “Amén” a la oración colecta que el sacerdote ha recitado, y no antes. 

Si son varios lectores, deben salir todos juntossin carreras ni precipitación, con dignidad; hacer la venia o inclinación profunda al altar al mismo tiempo, y subir y bajar a la vez del ambón.
Debe saber cómo usar el micrófono y el leccionario

Debe saber cómo pronunciar los diversos nombres, términos bíblicos, palabras difíciles, así como el propio estilo de la lectura (poético, narrativo, exhortativo, etc.), para darle la entonación adecuada, según cada caso. 

Debe proclamar los textos despacio y vocalizando, de forma calmada y sin precipitación, de manera clara y con ritmo, con un tono y un volumen que puedan ser escuchado por todos. 

Debe evitar una lectura apagada, monótona o demasiado enfática, conociendo las inflexiones de voz, en cada momento.

Antes de comenzar, debe comprobar que el leccionario está abierto por la lectura del día correcto y para ello, debe habérsela leído antes.

No se lee nunca lo que está en rojo (por ej: I Domingo del Tiempo Ordinario), ni el orden de las lecturas (que también está en rojo: “Primera lectura", “Salmo responsorial", “Segunda lectura") .  Son indicaciones, no para leer las en alta voz.

Se comienza diciendo: “Lectura de…” y se termina  con “Palabra de Dios”, haciendo una pequeña pausa, no leído de forma seguida, como si formase parte del texto, ni como si fuera una pregunta “¿Palabra de Dios?", sino con tono de afirmación-aclamación: “¡Palabra de Dios!". Como es una aclamación, y no una información, no se dice: “Es Palabra de Dios", ni nada similar. 

El Salmo es un poema cantado, una plegaria con música y habitualmente debe ser cantado, o al menos, el estribillo o respuesta. Lo excepcional debería ser que se leyese. 


Si hay que leerlo, se iniciará directamente con la respuesta que todos van a repetir, dando tiempo a que los demás puedan responder después de cada estrofa. Ayudará mucho que el lector repita cada vez la respuesta para facilitar los fieles que la recuerden mejor.

El Aleluya se canta, no se lee. Si no se canta, es mejor omitirlo porque es absurdo convertir una aclamación musical en algo fugaz leído en voz alta.