"Yo soy la puerta:
quien entre por mí se salvará
y podrá entrar y salir,
y encontrará pastos"
(Jn 10,9)
La vida es una sucesión de puertas que se abren (oportunidades) y se cierran (decepciones). Con frecuencia, pensamos que somos nosotros quienes las abrimos y las cerramos, pero no es así. Es Dios quien las abre y quien las cierra:
"Conozco tus obras;
mira, he dejado delante de ti una puerta abierta
que nadie puede cerrar,
porque, aun teniendo poca fuerza,
has guardado mi palabra
y no has renegado de mi nombre"
(Ap. 3,8)
Dios nos ofrece una puerta única y abierta que indica que Su misericordia es más grande que nuestros pecados y que siempre nos espera con los brazos abiertos. Pero para cruzarla, es preciso que depositemos nuestra confianza en Él y guardemos su Ley.
"Entrad por la puerta estrecha.
Porque ancha es la puerta
y espacioso el camino que lleva a la perdición,
y muchos entran por ellos.
¡Qué estrecha es la puerta
y qué angosto el camino que lleva a la vida!"
(Mt 7,13-14).
Dios nos abre una puerta estrecha que indica que no es cómoda ni fácil de atravesar si llevamos demasiado equipaje. Pero si la cruzamos, se abre ante nosotros un camino de gloria.
Dios nos señala una puerta angosta que indica que no caben todas nuestras cosas, que debemos despojarnos de todas las piedras que llevamos en nuestras mochilas. Pero si la cruzamos, la vida plena se abre ante nosotros.
La puerta ancha es Adán, por la cual, todos los hombres entramos en el mundo material, es decir, en la tierra. La puerta estrecha es Cristo, por la cual, todos los hombres (los que quieran) entramos en el mundo espiritual, es decir, en el cielo:
"Efectivamente, así está escrito:
el primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente.
El último Adán, en espíritu vivificante.
Pero no fue primero lo espiritual,
sino primero lo material y después lo espiritual.
El primer hombre, que proviene de la tierra, es terrenal;
el segundo hombre es del cielo"
(1 Cor 15,45-47)
Cristo es la puerta hacia la salvación. Él conduce al Padre (Jn 10,1; 14,6). Para cruzar la primera puerta, la de Adán, no es necesario hacer nada por nuestra parte, pero para cruzar la segunda, no vale sólo con saber dónde está y de qué material está fabricada.
Es necesario hacer una elección, un acto de voluntad libre por nuestra parte: confiar, dejarnos guiar por Él y seguirle.