¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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sábado, 19 de enero de 2019

SÍGUEME

"No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; 
no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
(Marcos 2, 13)

Escuchaba esta mañana el Evangelio y me siento llamado como Mateo. Jesús me mira con ternura y me invita personalmente: "Sígueme". Abro la Biblia y me vuelve a decir: "Sígueme" (Lucas 9, 59). Vuelvo a abrirla y me identifico con lo que Dios dice de Pablo: "Éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas. Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí." (Hechos 9, 15-16).

¿Es a mí?¿Por qué me llamas a mí, Señor? ¿Qué quieres de mí?

¡Qué mirada tan penetrante, tan poderosa! Me mira y me habla. Me invita a seguirlo...

Es entonces, cuando mi interior se transforma. Yo, que he estado siempre "recaudando" de los demás, que he estado siempre "persiguiéndole", que siempre he estado buscando "recibir", me siento impelido a dar, a entregarme a los demás. 
¡Qué increíble! Jesús genera en mi corazón una llamada a la actividad evangelizadora, a una entrega de servicio, de misión. Me invita a "dar la vida" como Él.

Ya no me importa "el qué dirán". Ya no me importa esconderme de las miradas y de los juicios ajenos tras mil máscaras. 

Mi Señor sacude mi corazón y estimula mis ojos a mirar más allá, hacia delante, hacia donde Él va, a no quedarme en las apariencias porque lo importante es lo que hay en el interior, en el corazón, allí donde, ante Él, todos aparecemos desnudos. 

Cristo genera en mi un cambio tan radical, que me impulsa a seguirlo. Él abre el camino. Yo le sigo. Me desafía, haciéndome "la famosa pregunta":
- ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?- me pregunta.
- ¿A mí, Señor? -le respondo.
- Sí, a ti.
- Pero si soy "lo peor".
- Por eso. No he venido a llamar a sanos que no necesitan médico. Tampoco a los justos, sino a los pecadores. A ti.

Ante tal invitación, sincera y directa, y a pesar de que sé que seguirlo no es fácil ni cómodo, a pesar de que sé que seguirlo implica no tener seguridades ni comodidades humanas, lo dejo todo y le sigo.

Lo correcto se asienta en la dificultad, en la incomodidad, en el insulto, en la persecución, en la Cruz. Ese es el camino que me marca. El mismo que Él ya ha recorrido. Me llama a la Casa del Padre. Allí, me espera con los brazos abiertos y organiza una fiesta.

Lo cómodo se asienta en la excusa, en el pretexto, en posponer todo lo que no sea agradable, cómodo o seguro.

Jesús me dice que "deje a los muertos enterrar a los muertos". Me dice que deje de estar esclavizados por la muerte y que obtenga la libertad de la vida plena que Él me ofrece, que renuncie inmediatamente a todo para hacer lo correcto.

Sin embargo, cuántas veces he pospuesto hacer lo correcto por comodidad, por temor, por orgullo, por culpabilidad, por inseguridad, por falta de confianza o por quedar bien con el mundo. Todas estas excusas ("Señor, déjame antes ir a enterrar a mi padre, "permíteme que me despida antes de mi familia") bloquean los planes que Dios tiene para mí. 

Posponer lo que Dios nos pide es, sencillamente, desobedecerle. Y ante la desobediencia nos dice:"El que pone la mano en el arado y mira atrás no es apto para el reino de Dios". 

Por eso, no quiero mirar atrás, sino hacia delante. Hacia donde Él me llama. Porque Jesús me dice "No temas. Ven a mi y yo te aliviaré. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Y yo le creo y le contesto:

"Aquí estoy, Señor" 
(Hechos 9, 10)

domingo, 27 de noviembre de 2016

EL APÓSTOL PABLO: REFERENCIA DE SERVICIO A DIOS





Me gusta el apóstol San Pablo. Siempre me ha gustado. Es mi referente porque me siento muy identificado con él y con su conversión.

El apóstol Pablo nos ofrece una enseñanza vivificante a través de su ministerio y de su prolífico legado de cartas dirigidas a las distintas iglesias (otra de las cosas que comparto con él, la escritura).

Es el discípulo más ferviente (o a mi me lo parece) en cuanto a seguir a Jesucristo. "Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo." (1 Corintios 11, 1). Pablo sigue directamente a Jesús, que es la Piedra Angular, el Ejemplo por antonomasia... pero mientras que Cristo no tiene pecado, Pablo sí. Ahí está la cuestión: lo que también comparto con Pablo es la misma humanidad pecaminosa, y a pesar de ello, trato de seguir el ejemplo de nuestro Señor. 

Se me ocurren seis razones por las que me identifico con el apóstol, porque San Pablo era:

1Converso

Su conversión tumbativa y el cambio drástico en su modo de proceder son dos hechos que ocurrieron durante su camino a Damasco. 

Imagen relacionadaPasó de ser un perseguidor y asesino de cristianos a ser un seguidor de Cristo y defensor de su pueblo:"El que antes nos perseguía, ahora anuncia la fe que trataba de destruir" (Gálatas 1,23).

Salvando las distancias, durante mucho tiempo, yo también odié a los cristianos y a la Iglesia. Y al igual que él, tras mi conversión, pasé de ser un opositor, a ser un seguidor de Cristo y defensor de su Iglesia, cuando le escuché decirme: "¿por qué me persigues?

Yo también me he encontrado a Cristo resucitado (en mi camino de Emaús). Él me ha perdonado y me ha encargado una misión: "Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna. (1 Timoteo 1, 15-16).

2. Auténtico

Pablo fue un hombre honesto precisamente por ser cristiano. Estaba completamente convencido de lo que hacía: "Como cristiano que soy, digo la verdad, no miento. Mi conciencia, bajo la acción del Espíritu Santo, me asegura que digo la verdad. Tengo una tristeza inmensa y un profundo y continuo dolor. Quisiera ser objeto de maldición, separado incluso de Cristo, por el bien de mis hermanos, los de mi propia raza. (Romanos 9, 1-3).

Yo también me considero un hombre auténtico, sin doblez, honesto y comprometido. Pero nada de eso es por mérito propio, sino precisamente por ser cristiano y por dejarme guiar por la acción del Espíritu Santo. 

Lo importante es el hecho de que Cristo es La Verdad y que mi labor principal es acercar esa Verdad a los demás.

3. Discípulo misionero

"No considero mi vida de ningún valor ni precioso para mí, si sólo puedo terminar mi curso y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios" (Hechos 20, 24).

"He peleado la buena pelea, he terminado la carrera, he mantenido la fe. De aquí en adelante me esconden la corona de la justicia". (2 Timoteo 4, 7-8).

"Yo hago mi ambición de predicar el evangelio, no donde Cristo ya ha sido nombrado, para que no construya sobre el fundamento de otra persona". (Romanos 15, 20)

He llegado a comprender, como el apóstol, que mi vida no tiene sentido si no es para acercar a Cristo a los demás; que el propósito de mi vida es la misión. Por eso, es una de mis prioridades pedirle ayuda al Espíritu Santo, para que me conceda sus dones; sobre todo, el de aumentar mi fe. 

4. Valiente

"[He servido a Cristo] con trabajos mucho mayores, mucho más prisioneros, con innumerables palizas, ya menudo cerca de la muerte. Cinco veces recibí a manos de los judíos las cuarenta pestañas menos una. Tres veces me golpearon con varas. Una vez me apedrearon. Tres veces naufragué; Una noche y un día estuve a la deriva en el mar; El peligro de los pueblos, el peligro de los gentiles, el peligro de la ciudad, el peligro en el desierto, el peligro en el mar, el peligro de los falsos hermanos; En fatiga y dificultad, a través de muchas noches sin dormir, en hambre y sed, a menudo sin comida, en frío y exposición. Y, aparte de otras cosas, hay la presión diaria en mí de mi ansiedad por todas las iglesias". (2 Corintios 11, 23-29).

Para Pablo, servir a Cristo trata de asumir un compromiso inquebrantable. Una "misión posible", aunque nada fácil. 
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Siempre digo que "ser cristiano es peligroso" en el sentido de que, a diferencia de lo que muchos "cristianos" piensan desde su fe de cumplimiento" ("cumplo y miento") y su convicción de mantenimiento ("mantengo y miento"), seguir a Cristo no basta con decir "ser cristiano" o acudir a misa. 

Ser cristiano es elegir un camino incómodo, nada confortable. El mismo Cristo nos dijo: "No he venido a ser servido sino a servir" (Mateo 20, 17-28). No se trata pues de un mensaje que nos conduce a una vida espiritual estática y tranquila. 

A partir de que tu decisión, tu sí, te compromete a seguirlo hasta el final, el camino se torna difícil y en ocasiones, muy "cuesta arriba"

Requiere "cargar con tu propia cruz", abandonar tu "zona de confort", e incluso, a los tuyos. Requiere altas dosis de coraje y valentía, y encierra mucho trabajo, bastantes decepciones y algo de sufrimiento. Vamos,  que Cristo es para valientes o para locos (2 Corintios 11,23). Y yo estoy muy loco.

5. Pecador

Pablo sabía que no era un hombre perfecto. Consciente de sus pecados y de sus defectos, ayudaba a otros a luchar por la santidad: desde la aceptación de los instintos de la carne, es Dios quien nos levanta hacia Él, quien nos ama y nos quiere "hacer suyos", es decir santos como Él.

"No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero; y lo que detesto, eso es justamente lo que hago. Yo sé que en mí, es decir, en mis bajos instintos, no hay nada bueno, pues quiero hacer el bien y no puedo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero: eso es lo que hago. En mi interior me agrada la ley de Dios; pero veo en mi cuerpo una ley que lucha contra la ley de mi espíritu y me esclaviza a la ley del pecado que hay en mi cuerpo. Doy gracias a Dios por Jesucristo, nuestro Señor. Así que yo mismo con el espíritu sirvo a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado.
"(Romanos 7,15, 18, 22-25).

Y es que en muchas ocasiones me pasa como al apóstol: que no entiendo o no sé lo que a hago o por qué, aunque una cosa tengo clara: que mi mirada está fija en alcanzar la perfección, es decir, la santidad. 

No pretendo decir que yo sea mejor cristiano que otros o más perfecto. 

Muy al contrario, soy consciente de lo mucho que me falta para la santidad pero mi corazón ardiente me impulsa a correr hacia Él, que es perfecto y santo; me insta a mirar hacia adelante y nunca hacia atrás; me insta a "dejarlo todo por Él".

"No quiero decir con esto que haya alcanzado ya la perfección, sino que corro tras ella con la pretensión de darle alcance, por cuanto yo mismo fui alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no creo haberla alcanzado ya; de una cosa me ocupo: olvidando lo que queda atrás, me lanzo en persecución de lo que está delante; corro hacia la meta, hacia la vocación celeste de Dios en Cristo Jesús(Filipenses 3,12).

"Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna. (1 Timoteo 1, 15-16).

Esto es, fundamentalmente, lo que sostiene mi fe: que Jesucristo vino a salvar a hombres como yo, pecadores; que Dios me ofrece misericordia, que es amor inmerecido, amor a un miserable; que Dios es  absolutamente asombroso, porque nos ama a pesar de nosotros mismos. Y por eso, en mi debilidad, pongo toda mi confianza en Dios.

6. Comprometido


El compromiso de Pablo con Cristo se hace evidente en su madurez espiritual, en su humildad y en su servicio a los demás.

Pablo estaba convencido que seguir a Cristo significa servir a los demás, y aunque formalmente educado a los pies de un maestro famoso (Hechos 22, 3), Pablo sirvió a otros sin tratar de deslumbrar ni de exaltarse a sí mismo. Por el contrario, instó a todos los cristianos a vivir como él: completamente para la gloria de Dios en Cristo.

Por eso, al igual que Pablo, mi compromiso es servir a los demás para la gloria de Dios. Hablo en serio: no me gustan nada las medallas ni las palmaditas en la espalda ni los reconocimientos. ¿Por qué? Porque es por eso que todas las cosas existen (incluido yo): para la gloria de Dios.


"Porque de él y por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén."(Romanos 11,36).




martes, 25 de agosto de 2015

IGLESIAS DE PUERTAS ABIERTAS



  
“Pensad en una madre soltera que va a la Iglesia, a la parroquia
y le dice al secretario: 'Quiero bautizar a mi niño'.
Y el que la acoge le responde: 'No. Tú no puedes porque no estás casada'.
Esta chica que tuvo el coraje de continuar con su embarazo 
y no devolver a su hijo al remitente 
¿qué encuentra? Una puerta cerrada.

Pensad en dos novios que quieren casarse 
y se presentan en la secretaría de una parroquia 
y, en vez de apoyo o de felicitaciones, oyen enumerar los costes de la ceremonia
o les preguntan si sus documentos están bien.
En lugar de abrir las puertas, las cerramos.
en lugar de ser facilitadores de la fe, somos controladores.”

Papa Francisco


Quien se acerca a la Iglesia debe encontrar las puertas abiertas y no fiscales de la fe. Y así, si seguimos este camino y con esta actitud, no estamos haciendo bien a la gente, al Pueblo de Dios." Jesús creó los siete sacramentos y con este tipo de actitud creamos un octavo: ¡el sacramento de la aduana pastoral!”.

Se trata de una dura crítica para quienes pretenden ser más papistas que el papa y que posiblemente tendrían que entender que cerrar esa puerta es siempre un contrasentido y está muy lejos de la misericordia divina y del mensaje de Jesucristo.

En el evangelio de Marcos 10, 13-16, Jesús reprocha a los discípulos la intención de alejar de él a los niños que la gente llevaba para pedir una caricia. 

Los discípulos proponían “una bendición general y después todos fuera”, pero ¿qué dice el Evangelio? Que Jesús se indignó diciendo “dejad que vengan a mí, no se lo impidáis. A quien es como ellos pertenece el Reino de Dios”.

Es “una tentación que tenemos; la de adueñarnos, apropiarnos del Señor”. Lo mismo le pasaba al hijo mayor de la parábola del hijo prodigo o a los mismos apóstoles cuando Jesús los reprende por impedir a la gente acercarse a él. No lo hacían por maldad: querían sólo ayudarle. Lo mismo hicieron aquellos que en Jericó, trataron de hacer callar al ciego que, advertido de la presencia de Jesús, gritaba para atraer su atención y hacerse salvar.

Dios es grande, perdona siempre, ama al pecador pero aborrece el pecado y, en el peor de los casos, ¿qué culpa tienen los niños o los que buscan encarecidamente a Dios? Jesús quiere que todos se acerquen a Él. Nunca se pueden cerrar las puertas de la Iglesia a quien con un buen fin acude a ella. Las iglesias no son oficinas donde presentar documentos y papeles cuando se pide entrar en la gracia de Dios.  Fuera burocracia!!!

Hay mucho resentimiento entre los “justos” y los “rectos.” Hay mucho juicio, condena y prejuicio entre los “santos.” Hay mucha ira entre la gente que está tan preocupada por evitar el “pecado.”

¿Qué hace más daño, la lujuria del hijo menor o el resentimiento del mayor? ¿Quién está más perdido, el hijo que regresa o el que ha estado siempre en casar? ¿Qué alegra más al padre, el arrepentimiento del menor o la recriminación del mayor?

Todos estamos llamados a confiar en el amor misericordioso de Dios, que lo perdona todo y a convertirnos, ya seamos uno u otro hijo.

Jesús dice: En la casa de mi Padre hay sitio para todos. (Juan 14,2). Cada hijo de Dios tiene su sitio, todos ellos son hijos de Dios. Tenemos que dejar de lado cualquier intento de comparación, cualquier rivalidad o competición, y rendirnos al amor del Padre entrando en casa y festejando el regreso de nuestro hermano. 

Mientras permanezcamos fuera, en la oscuridad, sólo podremos experimentar la queja y el resentimiento. Fuera de la luz, nuestro hermano menor parece más querido por el Padre que nosotros; más aún, fuera de la luz, ni siquiera lo reconocemos como nuestro hermano.


Jesús es enviado por el Padre para revelar el amor duradero de Dios hacia todos sus hijos (perdidos o resentidos) y para ofrecerse a sí mismo como el camino para llegar a casa. Jesús es el camino de Dios para hacer que lo imposible sea posible, para dejar que la luz conquiste la oscuridad, para dejar que todos se acerquen al Padre.