¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 11 de noviembre de 2019

LA IGLESIA DISIDENTE ANTE UN MUNDO DECADENTE





En su último libro, "Se hace tarde y anochece", el cardenal Robert Sarah afirma que la crisis espiritual de Occidente es consecuencia de un ambiente moral contaminado, en el con la pérdida de los valores permanentes e identitarios de la civilización cristiana, se ha deformado nuestra conciencia, pervertido nuestra sensibilidad, corrompido el amor y degradado el hombre. 

Añade, que la crisis moral y eclesial es consecuencia de una atmósfera tóxica en la que el rostro de Dios se ha vuelto borroso, confundiendo el bien y el mal, y de un entorno relativista narcótico, que ha perdido la brújula de la verdad y la razón, que desdeña la salvación, y que ha provocado que la misma Iglesia haya entrado en una bruma perniciosa y en un cenagal maloliente.


Resultado de imagen de tecnologia en la religionComo lo estuvo el Imperio Romano, Occidente está en decadencia. El hombre occidental es su propio contaminante. Alejado de Dios, parece tratar de ponerse fin a sí mismo. Defendiendo una firme voluntad de romper con su pasado, sus tradiciones, sus valores y su herencia religiosa, cultural e histórica, está abocado al suicidio. 

En este ambiente inhóspito y enfermizo, el hombre pretende convertirse en Dios para empezar de cero, para re-inventarlo todo, para deconstruir la sociedad desde su núcleo, la familia, para re-convertir lo feo en bello, lo falso en verdadero y lo malo en bueno. Y así, sin darse cuenta, destruirse a si mismo.

La Iglesia Disidente

Ante esta crisis espiritual, moral y eclesial sin precedentes, el purpurado nos propone la exigencia que tiene toda la Iglesia de adoptar un mayor compromiso para ejercer la disidencia que el mundo necesita: hablar de Dios sin complejos. 

Los católicos no podemos dejarnos anestesiar con silencios cómplices sino proponer una enseñanza doctrinal y moral del mensaje de Cristo clara, precisa y firme, que se enfrente a la dialéctica de quienes debilitan nuestra identidad cristiana con la excusa de afirmar la dimensión social o bien, para ocultar su miedo. Porque la razón de la esperanza para el mundo es: Dios o nada. 

Podríamos afirmar que, aparte de la Iglesia Triunfante, la Purgante y la Militante, ésta última (nosotros) debería ser, a la vez, Iglesia Disidente.

Ahora, más q
ue nunca, los cristianos debemos trabajar contracorriente, para inmunizarnos del pensamiento único predominante, y combatir la dañina la ideología de género, cuya propuesta de indeterminación sexual y de libre elección de la identidad, instala de forma totalitaria la idea de "un hombre nuevo", socavando el vínculo conyugal y provocando un desastre en toda la estructura familiar y social
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Ahora,
más que nunca, debemos luchar contra el gran "becerro de oro" de nuestro tiempo: el dinero

Este becerro de oro es incapaz de llevarnos a la Tierra prometida y por eso nos vende dioses superficiales, como el materialismo , que con la máscara de un falso y efímero bienestar, nos esclavizada en el terreno de la codicia,  como el consumismo, que nos ha transformado en "consumidores compulsivos" y como el egoísmo, que nos ha adoctrinado en la "religión de la inmediatez" que crea "fieles que consumen sin pensar".

Ah
ora más que nunca, debemos ejercer la disidencia ante un mundo auto-destructor, para combatir algunas grandes utopías terrenales: el hedonismo institucionalizado, que nos incita a desechar cualquier esfuerzo o sacrificio, la globalización igualitaria, que pretende crear un hombre idéntico, uniforme y homogéneo, y el relativismo de masas, que nos propone un cambio de valores por deseos, de virtudes por afanes, de libertad por libertinaje, de bien común por egoísmo, de moralidad por tolerancia.

Imagen relacionadaAhora más que nunca, debemos ejercer la disidencia ante un mundo totalitario para rebelarnos contra el laicismo, que pretende evitar nuestra mirada al cielo, el liberalismo social, que pretende falsificar la verdadera libertad para hacernos "como Dios" y el secularismo, que pretende imponernos un nuevo concepto de vida: una humanidad lejos de Dios. O lo que es lo mismo, un infierno.

Ahora más qu
e nunca, debemos ejercer la disidencia ante un mundo tecnológico para sublevarnos contra el tecnicismo absorbente, que pretende dispensarnos de reflexionar y ejercitar el juicio crítico, el ecologismo  artificial, que pretende enseñarnos a amar la naturaleza ambiental y a odiar la naturaleza humana, y el feminismo radical, que pretende enemistar a hombres y mujeres, destruyendo su complementariedad.

Ahora más que nunca, debemos ejercer la disidencia ante un mundo que busca el fin del hombre, para anunciar que la única esperanza es Dios. 

miércoles, 8 de julio de 2015

AMOR FRENTE A ODIO, TOLERANCIA FRENTE A SECTARISMO


En los últimos tiempos, asistimos al resurgir de un odio radical y de una intolerancia desmedida, tanto fuera como dentro de nuestras fronteras, hacia lo religioso y en concreto, hacia la Iglesia católica y los cristianos.

Según cifras oficiales, en el mundo un cristiano es asesinado cada 5 minutos (105.000/año) por “odio a la fe”.

El odio y la intolerancia anti-cristianos surgen de un sectarismo ideológico planteado a propósito, difícil de digerir y quien se considera siempre en posesión de la verdad (pensamiento único) dictando unilateralmente lo que es correcto y lo que no, lo que se puede pensar y lo que no, lo que se debe hacer y lo que no.

Su objetivo parece no ser tanto la no-creencia o la no-relación con Dios, como una feroz y hostil reacción hacia los creyentes. 

Parece ser una ofensa, una afrenta o una osadía hacia su relativismo y subjetivismo, que les atemoriza, les ciega y les obliga a despreciar e insultar a quienes tienen fe.

Desgraciadamente, la intolerancia, el anticlericalismo y el secularismo se encuentran instalados en el odio: odio a lo que no les es propio, a lo que les incomoda o temen, odio a la Iglesia, al que es feliz, al que es creyente, al que va a misa, al que marca la “X” en la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta. Odian TODO lo religioso.

El odio es un rasgo característico del sectario y no es más que temor e ignorancia y sobre todo, ausencia de amor, ausencia de Dios. Ahí es donde muchos se justifican en el amparo de una ficticia defensa de principios progresistas o postmodernos.

Reconozco que nunca me gustaron los que odian por sistema, ni los anti…. pero no por una convicción personal (que también) sino porque el ser humano está pensado para ser capaz de argumentar, de razonar, de empatizar o cuando menos, de respetar. Sin embargo, hoy se trata de “o lo mío o nada”.

Para los cristianos, nuestra fe no es un argumento filosófico, ni una cosmología caprichosa y fabricada a medida de cada uno, ni tampoco una alternativa a la ciencia o a la no-fe.

Es más una experiencia, una vivencia, una certeza, una convicción personal, profunda y absoluta. La fe no se alcanza porque un día te levantas y dices que Dios existe; sino que es cuando empiezas a experimentar su amor, que pones tu fe y tu confianza en Él.

Todos sabemos que cuando una mujer tiene la certeza de estar embarazada, está segura; sería surrealista que nos dijera que está un “poco embarazada”. O está embarazada o no lo está.

O cuando alguien se casa, sería absurdo que dijera: “no estoy seguro, a veces, sí y a veces, no”. O está casado o no lo está.

Un cristiano tiene absoluta certeza de Dios; no trata de convencer ni de convertir y, mucho menos, de imponer a otros lo que experimenta, sino de expresar lo que siente, su felicidad, su alegría interior.

Una seguridad que le impulsa a transformar su entorno, a ser mejor persona, a demostrar el amor y la misericordia que experimenta frente a la intolerancia o el sectarismo por los que podría optar, prefiere el libre albedrío a la imposición, prefiere “no juzgar y no ser juzgado, no condenar y no ser condenado”. (Lucas 6, 37).

Nadie puede obligar a amar a nadie, ni a creer o confiar en él, si uno no quiere. Y Dios, mucho menos.

Ahora bien, cuando uno experimenta el amor de Dios, podrán desacreditarte pero nadie podrá convencerte de lo contrario. Y yo, doy fe.