¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 10 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (11): NO TE DIGO HASTA SIETE, SINO HASTA SETENTA VECES SIETE

"No te digo hasta siete veces, 
sino hasta setenta veces siete"
(Mt 18,22)

Jesús, a petición expresa de los apóstoles, les enseña a orar con el Padrenuestro. Seguramente, Pedro estuvo dándole vueltas a la cabeza a la última frase "perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (Mt 6,12; Lc 11,4), ya que los judíos se regían por la ley del talión (Ex 21,24). 

Por eso, le vuelve a preguntar: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?", y Jesús le responde con otra de sus ricas parábolas, la del siervo malvado, que simboliza el perdón divino y la necesidad de imitarlo por el hombre.

A nosotros nos pasa un poco lo mismo que a Pedro cuando rezamos (a veces, de forma mecánica) el Padrenuestro y nos comprometemos a perdonar...pero ¿realmente lo hacemos? ¿una y otra vez? ¿siete veces? ¿siempre?

En esta oración perfecta se concentra toda la esencia del concepto cristiano de misericordia divina. sin embargo, existen dos cosas que me impiden recibir la gracia y la misericordia de Dios, la culpa y el rencor. Y la forma de superarlos es el perdón.

El perdón es un perfecto acto de amor que manifiesta la grandeza de alma y la pureza de corazón de los que siguen el mandato de Jesús: "ser perfectos como nuestro padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).

Mi capacidad de perdón no puede estar limitada ni por la magnitud de la ofensa ni por el número de veces que debo perdonar. Cuando no perdono a quienes me ofenden, mi corazón está lleno de resentimiento, pierdo la gracia y no puedo esperar que Dios me perdone. Pero además, la falta de perdón me esclaviza y me hace prisionero de quien me ha ofendido. El rencor, que conduce al odio, me envenena a mi mismo, y no a quien me ofende.
Jesús insiste para que seamos "misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, a no juzgar para no ser juzgados, a no condenar para no ser condenados, a perdonar para ser perdonados...(Lucas 6, 35-37).

El perdón es una experiencia liberadora y sanadora. Cuando perdono, recobro la libertad que el rencor y el resentimiento me hicieron perder.

El perdón es uacto heroico de misericordia. Cuando soy compasivo con los demás, obtengo un corazón como el de Cristo. 

El perdón es comprender la importancia que tiene para Dios la persona que me ofendió para amarla libre y voluntariamente. “Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: 'Me arrepiento', lo perdonarás.” (Lucas 17, 3-4).

El perdón es permitir que Jesús entre en mi corazón y me llene de paz. “Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo 5, 23-24) .

El perdón no es quitarle importancia a lo ocurrido, sino sanar mi corazón y mis recuerdos, permitiendo recordar lo que me causó dolor o daño sin experimentar odio o resentimiento hacia quien me ofendió. 

El perdón no es olvidar la ofensa ni guardarla en un cajón, sino transformar heridas de odio y rencor, en amor y misericordiaSi olvido, programo mi mente para no recordar aquellos sucesos que me han herido, pero es una “programación” ficticia porque, en el fondo, ese recuerdo permanecerá siempre en el cajón de mi memoria, y saldrá en cualquier momento. 

¿Cuántas veces "juego" al falso perdón? 
¿Cuántas veces digo “perdono, pero no olvido”
¿Soy capaz de acercarme a Dios sin haberme reconciliado antes con mi hermano? ¿Perdono...siempre?



JHR

martes, 20 de abril de 2021

CREER NO BASTA

"Tú crees que hay un solo Dios. 
Haces bien. 
Hasta los demonios lo creen y tiemblan. 
¿Quieres enterarte, insensato, 
de que la fe sin las obras es inútil?" 
(Santiago 2,19-20)

A menudo pienso lo fácil que para muchos supone ser cristiano en la Iglesia, en un retiro, en un ambiente cristiano: con sólo creer, basta. Sin embargo, el apóstol Santiago dice que creer está bien pero que sólo con eso no basta, que es inútil porque también los demonios creen en Dios y eso no les hace seguidores de Cristo.

Creer o no creer, de un modo teórico, exige poco: tan sólo supone adoptar una posición, una opinión. Creer en Dios no es sólo pensar que existe y ya está. Jesús dice: "No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 7,21). Saber que existe no nos da el acceso al reino de los cielos: implica hacer su voluntad.

Hacer la voluntad de Dios requiere algo más que habituarse a realizar o practicar algunas cosas, algo más que desempeñar un papel religioso o moral. Consiste, no tanto en "hacer" como "ser", es decir, en ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5,48).

"Ser perfectos" supone cumplir los mandamientos de Dios pero, antes, tenemos que conocer al Dios de los mandamientos. Porque creer en alguien no significa necesariamente conocerle. Conocer a Dios implica experimentarle en la propia vida, hacerle presente en cada momento, dejarse querer por su gran amor.

"Ser perfectos" implica conocerle en su Palabra, en los sacramentos. Requiere vivir la Eucaristía para ver a Cristo, quien desde el altar, se hace presente en su Cuerpo y en su Sangre, en su Alma y en su Divinidad.

Dios ha querido comunicarse a sí mismo, darse a conocer, y así, invitarnos a participar de Su vida divina. La fe es la respuesta del hombre a la revelación divina, manifestada en  confianza, obediencia y entrega totales.

"Ser perfectos" implica testificar y proclamar cada día a ese "Dios conocido", incluso con palabras. Supone ser coherente con aquello que hemos visto, oído y experimentado. Dice el apóstol Santiago: "La fe, si no tiene obras, está muerta por dentro" (Santiago 2,17), es decir, que la fe no es una idea teórica sino que se debe poner en práctica.
"Ser perfectos" significa alcanzar el cielo pero no se gana sólo por ir a misa, leer la Biblia o por ser buena persona. Es una relación con Dios y las relaciones no se "creen", se experimentan, se viven. Vivir la fe implica acción, supone un movimiento "ascendente", es decir, ir hacia Dios. 

"Ser perfectos" es un proceso que se desarrolla en todo momento y durante toda la vida. Supone paciencia, obediencia y perseverancia hasta el fin (Mateo 10,22). No se puede ser perfectos "a ratos" o dependiendo de donde estemos, o de cómo nos sintamos. 

"Ser perfectos" significa reconocer que, más allá de lo que se pueda experimentar directamente o de lo que se pueda cononcer científica o históricamente, Dios es el origen, la causa y el fin de todo lo creado, y por tanto, "verle y tocarle" es aceptar libre, total e incondicionalmente Su amor.




JHR

lunes, 8 de febrero de 2021

LA EJEMPLARIDAD DEL CRISTIANO

"Muéstrate en todo como un modelo de buena conducta; 
en la enseñanza sé íntegro y grave, 
irreprochable en la sana doctrina, 
a fin de que los adversarios sientan vergüenza 
al no poder decir nada malo de nosotros" 
(Tito 2,7-8)

En nuestra cultura actual, donde el testimonio cobra una importancia significativa, los cristianos debemos mostrar una ejemplaridad intachable. Sin embargo y por desgracia, algunas personas dentro del pueblo de Dios han mantenido y mantienen conductas reprochables y deleznables que han manchado y ofendido gravemente el nombre de Dios, motivando que muchas personas hayan perdido la fe y se hayan alejado de la Iglesia, acusándola de falta de ejemplaridad.

Parafraseando una célebre frase, me atrevo a decir que "El cristiano no sólo debe ser bueno sino también parecerlo". Un seguidor de Cristo debe ser siempre coherente en sus hechos y auténtico en sus palabras, para así, ser irreprochable (Filipenses 2,15). 

El cristiano, "luz del mundo", debe mostrar siempre a Dios en sus actos y en sus dichos, de forma que haga de su vida ordinaria, un ejemplo extraordinario; de las cosas temporales, una demostración de las eternas; de los asuntos naturales, una razón de los sobrenaturales; de las cuestiones intrascendentes, una evidencia de las trascendentales.
La ejemplaridad del cristiano se fundamenta en la imitación de cinco modelos: divino, cristiano, mariano, apostólico y laico:

Ejemplaridad divina o imitación de Dios 

¿A quién hemos de imitar? ¿Cuál es nuestro modelo, nuestro paradigma a seguir? 

Efesios 5,1 dice: "Sed imitadores de Dios, como hijos queridos", y Mateo 5,48 dice: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto". 

Por tanto, los cristianos estamos llamados a imitar a Dios, a ser perfectos como lo es Dios. Nuestra vocacióncomo hijos queridos de Dios Padre, es la perfección, es decir, la santidad.
La clave para alcanzar imitar a Dios nos la da San Juan Crisóstomo: "Haciendo el bien al prójimo, imitamos a Dios, nos asimilamos a Él, somos casi Dios". Y hacer el bien a nuestro prójimo significa amarle como a un hermano, pues somos hijos de un mismo Dios que nos ama.

Por tanto, porque Dios nos ama, nos invita a amarle a Él sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos. En esto se resume la Ley de Dios, el ejemplo divino que hemos de seguir.

Ejemplaridad cristiana o imitación de Cristo 

Entonces ¿Cómo imitar a Dios a quien no vemos? 

El propio Hijo de Dios nos responde: "Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Juan 14,6 y 9). 

Por tanto, imitando a Cristo, imagen substancial del Padre, imitamos también a Dios. Para llegar al Padre, para llegar a ser como Dios, tenemos que hacerlo a través de Cristo, siguiendo su ejemplo, imitándole.

San Pablo nos habla de la ejemplaridad cristiana: "Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes..." (1 Tesalonicenses 1,6-7). 

Para San Pablo, la ejemplaridad cristiana supone reproducir a Cristo en nosotros: "Porque a los que había conocido de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo" (Romanos 8,29)

Por tanto, estamos llamados a configurarnos en Cristo, tanto en su naturaleza humana, como el prototipo de una vida irreprochable de santidad y virtud, como en su naturaleza divina, que nos configura por la gracia de la filiación divina. 

Cristo es nuestro primer y mayor modelo de ejemplaridad.

Ejemplaridad mariana o imitación de la Virgen

Tras nuestro máximo ejemplo y modelo absoluto de perfección a imitar, Jesucristo, encontramos a su madre, la Virgen María, ejemplo refulgente y primicia de actitudes, virtudes y gracias. 
María es una "primicia" cristiana: es la primera llamada, la primera creyente, la primera cristiana, la primera discípula, la primera bienaventurada... El "Sí" de María es el acto más ejemplar de apertura y confianza en Dios, de obediencia y seguimiento de la misión salvífica de Cristo, y de docilidad y abandono a la acción del Espíritu Santo.

La vida de la Virgen es un ideal de virtudes teologales y cardinales; un modelo de humildad, y mansedumbre; un paradigma de silencio y escucha; un ejemplo de contemplación y meditación; un prototipo de abnegación y servicio.

Su presencia a los pies de la Cruz es un ejemplo único de fortaleza ante el sufrimiento y el dolor, de aceptación de la voluntad de Dios ante la infamia humana, de participación en la obra salvífica de Jesucristo.

María es el "molde perfecto" del cristiano, el espejo de justicia, virtudes y gracias (Apocalipsis 12,1); es el paradigma de compromiso y fecundidad (Génesis 3,15), es el ideal de obediencia y de fidelidad, es el modelo de esclavitud de amor y de bendición (Lucas 1,38-42)...

Ejemplaridad apostólica o imitación del Apóstol 

En su carta a la Iglesia de Corinto, San Pablo nos insta a "ser imitadores míos como yo lo soy de Cristo" (1 Corintios 11,1; 4,16; Filipenses 3,17), es decir, a la imitación apostólica como forma de ejemplaridad cristiana.
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El Apóstol llama nuestra atención y nos exhorta a ser cristianamente reflexivos frente a los que emulan a Judas, para que imitemos a los verdaderos apóstoles y fieles seguidores de Jesús. 

Nos estimula, más que imitar palabras o ideas, a seguir los ejemplos de obras de virtud que configuran la unidad de la Iglesia de Cristo.

La misión de un apóstol es germinar la semilla fructífera del ejemplo. Un ejemplo de servicio y humildad"El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Mateo 23,11-12).

El Apóstol es nuestro segundo paradigma porque imita la ejemplaridad de Cristo, practica sus virtudes con intensidad y constancia, adquiere la unión íntima con el Señor y cumple la misión encomendada por Jesús: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mateo 28,19-20).

Ejemplaridad laica o imitación de los santos 

La Iglesia, no sólo nos enseña la verdad de Cristo con la teoría a través de la sucesión apostólica, sino que la transmite con el ejemplo y por ello, nos exhorta a imitar la vida de los santos: la de San Agustín con su pasado mundano, la de San Francisco Javier que se dedicó a la misión evangelizadora de Asia, la de Santa Margarita María Alacoque que sufrió la incomprensión de los suyos, San Maximiliano Kolbe o Santa Catalina de Sienna que defendieron la verdad, la de Santa Teresa de Calcuta o San Francisco de Asís que entregaron su vida para servir y amar al pobre, etc.
La ejemplaridad de los santos tiene su máxima expresión en la humildad con que asumen sus propios pecados, la docilidad con la que aceptan la gracia divina y la manera con la que proclaman la verdad con palabras y obras. 

No son nuestros méritos ni nuestras capacidades las que nos hacen ser ejemplos auténticos y veraces de servicio y amor a Dios y al prójimo, sino los dones que recibimos del Espíritu Santo que hacen realidad el dicho de que "Dios no elige a los capacitados sino que capacita a los elegidos".

San Lucas en los Hechos de los apóstoles nos muestra otro aspecto de la ejemplaridad de los santos en la figura de San Pablo: "No he cometido delito ni contra la ley de los judíos ni contra el templo ni contra César". La ejemplaridad laica también implica cumplir los compromisos y las leyes humanas, para así, dar testimonio de Dios también en el ámbito pagano. 

La ejemplaridad del cristiano, en definitiva, es seguir la huellas de Cristo en el cumplimiento de la voluntad el Padre. Estas huellas o características cristianas se encuentran detalladas en Mateo 5, 3-12 y Lucas 6,20-23: son las Bienaventuranzas

JHR

lunes, 27 de abril de 2020

LA RADICALIDAD DE SER PERFECTO


"Sed perfectos,
como vuestro Padre celestial es perfecto"

(Mateo 5,48)

Algunas personas intentan vivir una vida cristiana sustentada sólo con fe: creen en Dios, creen en los sacramentos, acuden regularmente a misa, se confiesan, creen en sus mandamientos, no matan, no roban... Y, por su puesto, la fe es el primer paso pero por sí sola, no basta.

Si bien es muy cierta la frase que le dice el mismo Jesucristo a San Pablo: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Corintios 12,9), la Palabra de Dios me muestra continuamente cómo Jesucristo me exhorta a una radicalidad que me cuesta entender: "ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,48).

Jesús no me dice: "Haz lo que puedas" ni tampoco "Inténtalo". Me "mira fijamente a los ojos" y me dice: "Sé perfecto".

Y yo pregunto ¿qué es ser perfecto? Ser perfecto no es hacerlo siempre todo bien, no es la ausencia de defectos, debilidades, manías o equivocaciones. Ser perfecto como nuestro Padre significa amar, porque Dios es amor (1 Juan 4,8). 

De acuerdo, pero ¿cómo ser perfecto? Ser perfecto requiere pedirle a Dios que me llene de Su Amor, para así, poder amarle y amar a los demás. Ser perfecto implica desear el Amor, supone aprender a amar y exige llegar hasta el extremo del amor. 

Jesucristo es la prueba de la perfección en el amor

Realizó milagros "imposibles" para el pensamiento humano, demostrando que para Dios no hay nada imposible. Su mayor "imposible" fue amar hasta el extremo de dar la vida por mí. Sin embargo, yo, reconociéndome imperfecto e incapaz de amar, trato de excusarme y ¡cuántas veces pienso que es imposible lo que Dios me pide! Ese es mi primer error, pensar que Dios me pide "imposibles". ¡Concédeme Tu gracia, Señor, para que con amor, todo sea posible para llegar a Ti!

Jesucristo es el modelo de la perfección en la obediencia

Vino al mundo para demostrarme que "sí, se puede" cumplir la voluntad de Dios. Su obediencia al Padre quedó fuera de toda duda, cuando acudía siempre a Él para pedirle fuerzas. Sin embargo, ¡cuántas veces digo: "no puedo, me rindo"! Este es mi segundo error, pensar que dependo de mis fuerzas y capacidades. ¡Ayúdame a reconocer mi dependencia de Ti y desde mi pequeñez, obedecerte siempre para ir hacia Ti!

Jesucristo es el camino de la perfección en la perseverancia

Abrió la puerta de la esperanza para que yo empiece a caminar hacia la meta. Su perseverancia fue hasta el final con s
u Pasión y Muerte. Sin embargo, ¡cuántas veces pienso: "estoy agotado, no puedo más! Ese es mi tercer error, pensar que caminar hacia la meta es fácil y cómodo. ¡Ayúdame, Señor, a recorrer con paciencia y perseverancia el camino de la cruz hasta Ti!

¡Señor, ayúdame a entregarme del todo, a no guardarme nada, a renunciar a todo y a dar la vida por los demás! (Génesis 22,16).

¡Concédeme la gracia de aumentar mi fe para dar fruto y ser luz para otros! (Mateo 3,8-10; 5,16; 2 Juan).

¡Ayúdame, Señor, a cumplir tus mandamientos, a responderte siempre "sí" a tu voluntad! (Mateo 19,17; Marcos 10,17-19; Lucas 18,28-20; Romanos 2,13; Santiago 1,22; 2,10).

¡Ayúdame a tener una conciencia limpia para servirte de buena gana y trabajar sin renuncias
hacia la santidad! (Colosenses 3,23; Hechos 24,16; Romanos 6,22; 1 Corintios 15,58).

¡Infúndeme tus dones para vivir la pureza, el apego por las cosas espirituales y la perfección de Tu amor para reflejarlo en el prójimo! (Efesios 5,5; Gálatas 5, 21; Hebreos 10,24).

¡Enséñame a ser diligente, generoso, decente y justo para vivir dignamente (Romanos 12,9-13; 13,13; 1 Corintios 6,9; Colosenses 1,10).

¡Ayúdame a perseverar con paciencia en la prueba y a obrar siempre con coherencia en la vida! (2 Tesalonicenses 1,11; Hebreos 11,17; Santiago 2,14-26; 1 Pedro 1,17; 1 Juan 3,18; Apocalipsis 2,23; 20,12;22,12).

¡Concédeme tu paz, tu amor y tu misericordia para que pueda ayudar a los necesitados, acercarme a los que sufren y socorrer a los abandonados! (Hebreos 12,14; Santiago 1,27; 2,13).

¡Dame un corazón humilde para dar testimonio de tu verdad, un corazón benigno para hacer el bien y un corazón modesto para darte gloria! (1 Pedro 2,12; Romanos 2,10;11,22; Gálatas 6,9; Efesios 6,8; 1 Timoteo 6,18-19; Tito 3,8; Hebreos 13,16).