¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 4 de noviembre de 2022

¡AHORA HA VENIDO "ESE" HIJO TUYO...!

"Hace tantos años que te sirvo, 
y jamás dejé de cumplir una orden tuya, 
pero nunca me has dado un cabrito 
para tener una fiesta con mis amigos; 
¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, 
que ha devorado tu herencia con prostitutas, 
has matado para él el novillo cebado!" 
(Lc 15,29-30)

¡Ahora ha venido ese hijo tuyo...! Es lo que le dice el hijo mayor de la parábola al Padre, al regresar su hermano (Lc 15,30). No dice "ese hermano mío" sino "ese hijo tuyo...", una expresión despectiva que parece hacerse eco de otra similar: "La mujer que me diste..." (Gn 3,12). El hombre, cuando se siente "destronado" o "interpelado", siempre se excusa y culpa a Dios.

Las palabras del evangelio de Lucas muestran una terrible realidad que muchos, que hemos estado alejados y hemos regresado arrepentidos a la Iglesia, sufrimos con frecuencia: las miradas de recelo y desprecio de algunos de nuestros "hermanos mayores" por recibir la gracia de Dios. Incluso le increpan por alegrarse y recibirnos con una fiesta.

Desgraciadamente, algunos que se consideran a sí mismos justos y fieles, conciben la casa de Dios como algo propio y exclusivo en la que ellos deciden dónde, cómo, cuándo y quién puede recibir la gracia divina. Parecen decirle a Dios cómo ser Dios y qué debe hacer.

Pero el Señor mismo les contesta en otro pasaje del evangelio con la parábola de los jornaleros de la viña: "¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" (Mt 20,15). Dios es bueno y aunque creó al hombre bueno, éste siempre cae en la tentación de ser malo.

El Ca­te­cis­mo de la Igle­sia Ca­tó­li­ca dice que la en­vi­dia es la tris­te­za que se ex­pe­ri­men­ta ante el bien del pró­ji­mo y el de­seo des­or­de­na­do de apro­piár­se­lo. Y el diccionario afirma que el término "envidia", que proviene del latín in- "poner sobre" y videre, "mirada", es decir, poner la mirada (malintencionada) sobre algo o alguien, "ver mal", con maldad o con "mal ojo", es justamente el sentido que Dios nos enseña en estas parábolas y que quiere que evitemos. 

Sin embargo, ni la envidia del hermano mayor ni la de los trabajadores tempraneros proviene sólo por su errónea idea de "injusticia retributiva" de Dios, sino por la alegría del "hijo resucitado" y por el hecho de que los jornaleros tardíos reciban el mismo salario al final del día.

Y es que estos "hermanos mayores" no llegan a comprender cómo es Dios realmente y cuán infinita es su misericordia y su bondad. No son capaces de ver...o, peor aún, "ven con maldad"...porque los celos les ciegan y la envidia les envenena. No comprenden que Dios no paga ni premia por nuestros méritos, sino porque Él es Amor... gratuito, infinito y para todos.
Esa incapacidad para alegrarse por la gracia divina derramada sobre otros, les lleva por celos a clericalizarse, a "farisearse", a sentirse orgullosamente superiores, a apropiarse de Dios y a proclamarse a sí mismos "dueños exclusivos de la gracia". 

La envidia es una actitud pecaminosa que tiene su origen en el orgullo y la soberbia, que conduce a prejuzgar y a difamar a nuestro hermano (en realidad, a "asesinarlo" ), que va en contra de la unidad de la Iglesia y que es "el pe­ca­do dia­bó­li­co por ex­ce­len­cia", según San Agustín, pues trata de alejarnos de la comunión con Dios y con los demás, buscando la división en el seno de Su familia, como hace también en el de la familia humana. 

¡Cuánto nos cuesta alegrarnos del bien ajeno! ¡Cuánto nos cuesta reconocer y apreciar la dignidad y los derechos de los demás como hijos del mismo Dios! ¡Cuánto nos cuesta "compartir" a Dios con otros! 

Sí, queremos a Dios para nosotros solos, pero en realidad, lo hacemos por un sentido egoísta de propiedad y no porque le amemos de corazón. ¡Estamos muy lejos de Él, aunque Él esté cerca de nosotros!...como el hijo mayor de la parábola.

El Señor nos advierte: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas" (Juan 10, 11).  "Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial. [Pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido.] …No es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños" (Mt 18,10-11.14).

Si nos fijamos bien en todas las parábolas llamadas "de la Misericordia" (el hijo pródigo, los trabajadores de la viña, la oveja extraviada, el dracma perdido...), Dios siempre nos invita a la alegría y el gozo. Y por ello, nosotros los cristianos, ¿no deberíamos alegrarnos junto con el Señor porque encuentre a las ovejas descarriadas, a las monedas perdidas o al hijo "que estaba muerto"? (cf. Mt 18, 12-13; Lc 15,8-10).

La memoria de Dios sobre cada ser humano, el pensamiento amoroso que somos cada uno de nosotros, debería hacernos recapacitar sobre el riesgo de no perdonar (Mt 6,15), de ser rencorosos y olvidar -abandonar- el amor (Ap 2,4-5)…Porque sin amor, "nada somos" (1 Cor 13).

Dice el Ca­te­cis­mo de la Igle­sia Ca­tó­li­ca que la en­vi­dia es la tris­te­za que se ex­pe­ri­men­ta ante el bien del pró­ji­mo y el de­seo des­or­de­na­do de apro­piár­se­lo. Así pues, el gozo por el bien de nuestro prójimo sólo puede darse por un deseo ordenado y desinteresado que mire con los mismos ojos misericordiosos de Dios, o con la misma mirada tierna de Cristo, que no busca envidiar ni apropiarse sino enamorar y entrar en comunión.

Sigamos la invitación de san Pablo: "Que la esperanza os tenga alegres" (Rm 12,12). "No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros" (Gal 5,26). O la del rey David: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 118,1). 

Así pues, la alegría debe ser la razón de nuestra esperanza en las promesas de Cristo y el agradecimiento, la actitud de nuestra confianza en la misericordia de Dios. 

Alegrémonos de la gracia que Dios derrama en otros hermanos, no por el aprecio insignificante que los hombres damos a una oveja frente a cien o a una moneda frente a diez, sino por el inmenso valor que tenemos todos y cada uno de nosotros para Dios.


"Alegraos, justos, y gozad con el Señor" 
(Sal 32, 11)

martes, 16 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (17): ¿VAS A TENER TÚ ENVIDIA PORQUE SOY BUENO?

"¿Es que no tengo libertad 
para hacer lo que quiera en mis asuntos? 
¿O vas a tener tú envidia 
porque yo soy bueno?”.
(Mt 20,15)

Todos somos llamados al Reino de los cielos porque Dios quiere que todos nos salvemos. Todos tenemos derecho a participar de su bondad y generosidad. No hay primeros ni últimos: esta es la lógica del amor misericordioso de Dios. ¡Nos quiere a todos porque nos ama a todos!

Trabajar desde el amanecer por el Reino de Dios no es una carga pesada ni motivo de envidia porque otros lleguen más tarde, sino un privilegio por el que estar agradecidos. A veces, queremos instrumentalizar a Dios y utilizarle para nuestros intereses. Le queremos para nosotros solos, en exclusiva, y no permitimos que otros accedan a su gracia.

Son los mismos resentimientos del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo que se siente desplazado por la llegada del hermano menor pero que recibe la misma misericordia del Padre, cuando le dice "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo" (Lc 15, 31). 

Son los mismos recelos y envidias que tienen muchos que llevan toda la vida en la Iglesia cuando llegan a la parroquia los recién convertidos, como si éstos no tuvieran derecho a formar parte de ella pero con los que Dios se alegra y a quienes invita a su fiesta. 

Son los mismos celos y "pelusas" que tiene un niño mayor cuando nace un hermano pequeño al sentirse desplazado del amor de los padres. Sin embargo, un Padre o una Madre quiere a todos sus hijos por igual. Si pone especial atención por el pequeño es porque necesita más atención en ese momento, pero no significa que haya dejado de querer al mayor.
Dios es el dueño de la viña que da trabajo a todos. Quiere a todos en su casa. No mide los méritos de los obreros sino que atiende las necesidades de todos. Sin embargo, los hombres no dejamos a Dios ser Dios. Queremos acapararlo para nosotros, utilizarlo para nuestro provecho y que nos premie por nuestro esfuerzo.

Pero la justicia de Dios no funciona así..."Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos" (Is 55,8)El amor de Dios está abierto a todos, no podemos monopolizarlo, no podemos medirlo ni pesarlo. No podemos señalar los pecados de otros y atribuirnos méritos según nuestros esquemas para hacer un Dios a nuestra medida, solo para nosotros.

Nuestro compromiso con Dios debe llevarse con alegría y gratitud, sin compararnos con los demás, sin estar pendientes de lo que otros hagan, sea mucho o poco, ni del tiempo que lleven...No podemos rivalizar con otros por el amor de Dios. Debemos alegrarnos por nosotros y por los demás.
Dios es tan grande que tiene de sobra para todos. Tiene un corazón tan misericordioso que no podemos encerrarlo en nuestros pequeños esquemas. Tiene una bondad tan infinita que todos cabemos en su reino. Tiene un amor tan inagotable que hay para todos.

Esta es la misericordia de Dios: la que debe inclinar mi corazón a agradecer en lugar de envidiar, a pensar en lo que tengo en lugar de lo que me falta, a alegrarme por la llegada de mi hermano, a pasar del resentimiento al agradecimiento, de la sospecha a la confianza, de la tacañería a la generosidad, del odio al amor.

La auténtica recompensa no es el pago final de la vida eterna. El regalo es el mismo Dios que se dona generosamente por amor a todos. El verdadero premio es estar en su presencia, en su amor, en comunión con Él para siempre.

Para la reflexión:

¿Cuestiono la justicia de Dios?
¿Quiero a Dios sólo para mí?
¿Trato de monopolizarlo y se lo niego a los demás?
¿Intento limitar el amor y la bondad de Dios?
¿Soy un cristiano agradecido o resentido?
¿Amo a Dios y al prójimo de verdad?



JHR

miércoles, 10 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (11): NO TE DIGO HASTA SIETE, SINO HASTA SETENTA VECES SIETE

"No te digo hasta siete veces, 
sino hasta setenta veces siete"
(Mt 18,22)

Jesús, a petición expresa de los apóstoles, les enseña a orar con el Padrenuestro. Seguramente, Pedro estuvo dándole vueltas a la cabeza a la última frase "perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (Mt 6,12; Lc 11,4), ya que los judíos se regían por la ley del talión (Ex 21,24). 

Por eso, le vuelve a preguntar: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?", y Jesús le responde con otra de sus ricas parábolas, la del siervo malvado, que simboliza el perdón divino y la necesidad de imitarlo por el hombre.

A nosotros nos pasa un poco lo mismo que a Pedro cuando rezamos (a veces, de forma mecánica) el Padrenuestro y nos comprometemos a perdonar...pero ¿realmente lo hacemos? ¿una y otra vez? ¿siete veces? ¿siempre?

En esta oración perfecta se concentra toda la esencia del concepto cristiano de misericordia divina. sin embargo, existen dos cosas que me impiden recibir la gracia y la misericordia de Dios, la culpa y el rencor. Y la forma de superarlos es el perdón.

El perdón es un perfecto acto de amor que manifiesta la grandeza de alma y la pureza de corazón de los que siguen el mandato de Jesús: "ser perfectos como nuestro padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).

Mi capacidad de perdón no puede estar limitada ni por la magnitud de la ofensa ni por el número de veces que debo perdonar. Cuando no perdono a quienes me ofenden, mi corazón está lleno de resentimiento, pierdo la gracia y no puedo esperar que Dios me perdone. Pero además, la falta de perdón me esclaviza y me hace prisionero de quien me ha ofendido. El rencor, que conduce al odio, me envenena a mi mismo, y no a quien me ofende.
Jesús insiste para que seamos "misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, a no juzgar para no ser juzgados, a no condenar para no ser condenados, a perdonar para ser perdonados...(Lucas 6, 35-37).

El perdón es una experiencia liberadora y sanadora. Cuando perdono, recobro la libertad que el rencor y el resentimiento me hicieron perder.

El perdón es uacto heroico de misericordia. Cuando soy compasivo con los demás, obtengo un corazón como el de Cristo. 

El perdón es comprender la importancia que tiene para Dios la persona que me ofendió para amarla libre y voluntariamente. “Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: 'Me arrepiento', lo perdonarás.” (Lucas 17, 3-4).

El perdón es permitir que Jesús entre en mi corazón y me llene de paz. “Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo 5, 23-24) .

El perdón no es quitarle importancia a lo ocurrido, sino sanar mi corazón y mis recuerdos, permitiendo recordar lo que me causó dolor o daño sin experimentar odio o resentimiento hacia quien me ofendió. 

El perdón no es olvidar la ofensa ni guardarla en un cajón, sino transformar heridas de odio y rencor, en amor y misericordiaSi olvido, programo mi mente para no recordar aquellos sucesos que me han herido, pero es una “programación” ficticia porque, en el fondo, ese recuerdo permanecerá siempre en el cajón de mi memoria, y saldrá en cualquier momento. 

¿Cuántas veces "juego" al falso perdón? 
¿Cuántas veces digo “perdono, pero no olvido”
¿Soy capaz de acercarme a Dios sin haberme reconciliado antes con mi hermano? ¿Perdono...siempre?



JHR

sábado, 16 de abril de 2022

RECONCÍLIATE PRIMERO CON TU HERMANO

"Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, 
te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, 
deja allí tu ofrenda ante el altar 
y vete primero a reconciliarte con tu hermano, 
y entonces vuelve a presentar tu ofrenda" 
(Mt 5, 23-24)

Reflexionamos hoy este pasaje del evangelio según san Mateo en clave conyugal, y en el que el Señor nos habla de coherencia.
 
Es muy triste ver cómo existen matrimonios cristianos que han olvidado la esencia conyugal que es el amor, y la esencia del amor, la entrega. Han antepuesto el yo personal al yo particular, dejando de hablarse para enemistarse y buscando culpas en el otro. 

Han perdido aquella primera mirada, esa llena de ternura y comprensión, para dar paso al rencor orgulloso y terco...han perdido de vista a Dios en medio de su matrimonio, en medio de su "paraíso". Y como Adán y Eva en el Edén, se echan las culpas el único al otro y se miran como enemigos. Han perdido la armonía...han destruido el amor que les unía...con el prójimo y con Dios.

Nos puede pasar a todos (y de hecho, seguro que nos pasa...). Por eso, Jesús, que siempre se anticipa y que siempre es exigente, nos invita a dar el primer paso (el más difícil): la reconciliación con nuestra mujer o con nuestro marido a quien hemos ofendido, a quien hemos dejado de lado, a quien hemos ninguneado, a quien no hemos prestado la atención necesaria o a quien hemos despreciado porque no ha hecho las cosas como esperábamos. 

¿De qué me sirve ir a misa, a un retiro, a una convivencia...o encomendarme a Dios si no estoy reconciliado con mi hermano, si estoy en conflicto con mi mujer, si estoy en guerra con mi marido? ¿Soy coherente o hipócrita? ¿Me acerco a Dios mientras me alejo de mi mujer, de mi marido? Jesús nos dice que eso no puede ser...
Hace algunos años, en Medjugorje, un sacerdote nos hizo una pregunta al grupo de peregrinos que cambió mi forma de pensar en cuanto al conflicto y al perdón, y con la que he vivido desde entonces, tanto en mi vida conyugal como en el resto de mis relaciones. Nos preguntó quién es el que primero debe pedir perdón ante una situación de conflicto. No se refería a quién tiene culpa o quién tiene razón. Sencillamente dijo: "Quien primero pide perdón es quien más ama".

Me recordó a Jesús en la cruz, que pidió perdón al Padre por todos nosotros...porque no sabemos lo que hacemos...porque perdemos el amor, la paz y la armonía para la que Dios nos creó... y le ofendemos con nuestros delitos, nuestros odios y nuestras faltas...y "matamos el Amor".

La desafección en el matrimonio conduce al resentimiento, el resentimiento al conflicto y éste, al caos. Y si hay caos, no hay paraíso, ni armonía, ni paz ni amor...y el resultado es la muerte...la muerte de la comunión, con nuestro cónyuge y con Dios.

El amor no espera argumentos ni momentos, porque no lleva cuenta, todo lo perdona, todo lo aguanta (1 Cor 13,4-8). ¿Soy el primero en pedir perdón?¿doy el primer paso para reconciliarme con mi mujer, con mi marido? o ¿lo dejo pasar?

domingo, 14 de marzo de 2021

VENCER LA ENVIDIA

"Tened la misma consideración y trato unos con otros, 
sin pretensiones de grandeza, 
sino poniéndoos al nivel de la gente humilde. 
No os tengáis por sabios. 
A nadie devolváis mal por mal. 
Procurad lo bueno ante toda la gente" 
(Romanos 12,16-17)

Ninguno estamos exentos de sentir envidia. Es una consecuencia del pecado original en el corazón humano, del que nace el egoísmo. Es la tristeza o pesar por el bien ajeno, es decir, sentir malestar por la felicidad del otro, el deseo de conseguir lo que no se posee, de fijar la atención en lo que no se tiene, dañando la capacidad para apreciar y disfrutar lo que se tiene.

La envidia, que significa "el que no ve con buen ojo" o "mal de ojo", es el factor determinante para la aparición del odio y del resentimiento que "mira mal" y que no busca la felicidad propia, sino la desgracia ajena. Quien "mira mal" está "matando" a su prójimo y, por tanto, incurre en un pecado capital, impropio de un cristiano. 
La envidia es una losa interior, una declaración de inferioridad que el envidioso no está dispuesto a asumir en público. Es un veneno que mata poco a poco al envidioso puesto que, al centrarse obsesivamente en el envidiado, produce un sentimiento de infelicidad, amargura y ausencia de paz que le conducen a una muerte lenta y agónica.

La envidia nace de una mentalidad de pobreza y escasez, que piensa que no tiene, o que nunca tiene bastante, y que siempre quiere más. No tiene nada que ver con lo que algunos llaman erróneamente "envidia sana". No existe la envidia sana. Lo que existe es la "admiración". Y es que mientras que la admiración provoca buenos deseos para el admirado y de mejora y de bienestar para el admirador, la envidia sólo produce hostilidad y malestar.

Este "pesar" surge de un corazón mediocre que odia el talento y genera recelos y malos pensamientos unidireccionales, que inducen al envidioso a la calumnia y a la difamación del envidiado: quien "mira" mal al prójimo suele "hablar" mal del prójimo.
La envidia es propia del Diablo, un demonio en sí misma, una realidad deformada por el orgullo que impulsa la codicia, la avaricia, la ira, la polémica, la blasfemia, la suspicacia y el altercado (1 Timoteo 6,3-5), y provoca en el envidioso infelicidad, culpabilidad, frustración, negatividad, rivalidad, enfrentamiento, tristeza, victimismo, etc. 

La envidia es competitiva e individualista y encaja a la perfección en nuestro mundo actual, que nos seduce a consumir y a desechar, a usar y tirar, a luchar y ganar, a competir y vencer, a buscar el beneficio propio y egoísta.

Pero... la envidia se puede vencer. La solución está a nuestro alcance. 

Se trata, en primer lugar, de poner a trabajar las virtudes de la modestia y de la humildad que nos permitirán dejar de preocuparnos desesperadamente por aquello que no tenemos, agradecer lo que tenemos y reconocer que otros puedan y merezcan tenerlo. 

En segundo lugar, enfocar nuestra vida hacia el interior, es decir, agradecer los dones y talentos personales que Dios nos ha concedido, y evitar estar pendientes del exterior, de las habilidades o capacidades de otros. 

Y en tercer lugar, asumir la idea de que los fracasos no son obstáculos para el éxito, sino aprendizajes necesarios para llegar a él.

La envidia se puede vencer.

miércoles, 13 de marzo de 2019

¿PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN?


"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, 
que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. 
No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta 
antes de que lo pidáis. 
Vosotros rezad así:
'Padre nuestro que estás en el cielo, 
santificado sea tu nombre, 
venga a nosotros tu reino, 
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, 
danos hoy nuestro pan de cada día, 
perdona nuestras ofensas, 
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, 
no nos dejes caer en la tentación, 
y líbranos del mal'. 
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, 
también os perdonará vuestro Padre celestial, 
pero si no perdonáis a los hombres, 
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas".
(Mateo 6, 7-15)


Pedir, dar y recibir perdón. ¡Cuánto nos cuesta pedir perdón por nuestras ofensas! y ¡Cuánto nos cuesta perdonar cuando nos hacen daño! 

Sin embargo, Jesús nos exhorta a cultivar el don del perdón, sin el cual no puede existir amor. Nos insiste en amarnos los unos a los otros, y sin perdón, no podemos cumplir este mandamiento.

Los cristianos no podemos vivir sin perdonarnos, porque somos conscientes de que cada día nos ofendemos unos a otros. Sabemos que todos nos equivocamos y erramos. Sabemos que todos caemos por causa de nuestra fragilidad, orgullo y egoísmo. Y aún así, Dios nos perdona. 

Jesús nos pide que curemos inmediatamente las heridas que nos provocamos unos a otros, que volvamos a tejer de inmediato el amor fraternal que rompemos con el rencor. 

Si aprendemos a perdonar de inmediato, sin esperar, el resentimiento no nos envenenará a nosotros mismos. No podemos dejar que acabe el día sin pedirnos perdón, sin hacer las paces entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas... entre nuera y suegra. 

Si aprendemos a pedir perdón inmediatamente y a darnos el perdón recíproco, se sanan todas las heridas y se fortalecen las relaciones. A veces, no es necesario hablar mucho. Es suficiente con un ademán, una caricia, un abrazo, una palabra cariñosa. Entonces, todo comienza de nuevo.

Por el contrario, si nos creemos poseedores de la razón y no somos capaces de mirar al otro con compasión, como Dios nos mira a nosotros, perdemos la paz  y el amor de Dios. Si no somos capaces de dar ese perdón, de ser misericordiosos con los demás, Dios no estará en nuestro corazón.

¿Quiénes somos nosotros para negar ese perdón al hermano cuando Cristo nos perdonó todos nuestros pecados muriendo en la Cruz? 

El espíritu del mundo nos incita a ser vengativos y justicieros. Nos anima a utilizar la estrategia perniciosa del "win/lose". Nos canta "no time for losers"Pero ante un desacuerdo entre cristianos, nadie gana. 

En la resolución de conflictos, yo utilizo una táctica que aprendí en la universidad y que me da resultados: "Para ti la razón y para mí, la paz". Así, siempre ganamos ambos. Es la estrategia de marketing "win/win"cuyo objetivo es que todas las partes salgan beneficiadas.

Contrario al espíritu del mundo, Dios nos insiste constantemente en la necesidad del perdón sanador y restaurador a lo largo de la Sagrada Escritura:

- La Parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32).
- El Padrenuestro (Mateo 6,14).
- El cultivo del amor (Proverbios 17,9). 
- La bondad y compasión con todos (Efesios 4, 32)
- La tolerancia (Colosenses 3,13). 
- La amabilidad (Efesios 4, 32).

Perdonar

Perdonar a los demás y a nosotros mismos nos ayuda a ser felices. Sin el perdón, se instala en nosotros el resentimiento, una enfermedad del alma y uno de los principales escollos para la felicidad".

El resentimiento es una auto-intoxicación psíquica, un auto-envenenamiento interno, que produce una respuesta emocional, mantenida en el tiempo, a una agresión percibida como real, aunque exactamente no lo sea. Esta respuesta consiste en un sentirse dolido y no olvidar.

Una persona resentida es una persona enferma. Tiene la enfermedad dentro, bloqueándole para la acción, al encerrarse en sí mismo, presa de su obstinación. 

Sin embargo, no siempre tiene por qué dar respuestas externas desagradables, violentas o llamativas. En ocasiones, puede actuar con gran sutileza, incluso con aparente delicadeza, y aún así, no perdona porque su corazón está herido y no responde con libertad; está preso de su propio resentimiento. La intoxicación está dentro y va haciendo su labor, envenenándole y corroyéndole interiormente.

Ademas, una persona resentida y rencorosa le concede a la otra persona la potestad de coartar su libertad para ser feliz, le está entregando la llave de su estado de ánimo. 

La felicidad nunca debiera estar sometida o depender de factores circunstanciales o externos porque ésta se encuentra en nuestro interior; tenemos que saber descubrirla en lo más profundo de nuestro corazó
n.

Al romper las cadenas
del resentimiento y optar por el perdón, recuperamos la libertad y la felicidad.

Ser perdonado

Mientras el resentimiento tiene que ver con los afectos, el perdón tiene más que ver con la voluntad. Al perdonar, optamos por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído con su proceder, es decir, le liberamos en cuanto deudor. Le otorgamos también libertad y felicidad.

Para perdonar:

Ponte en el lugar del otro
Hay que aprender a ponerse en el lugar del otro, antes de juzgar sus acciones. Es decir, ser empáticos. Casi todas las actitudes y conductas humanas tienen una explicación.

Piensa que quizá necesita tu ayuda
Si hemos sido ofendidos o agredidos, el problema es del ofensor o agresor, porque es quien ha actuado mal. Perdonando, le tendemos la mano porque quizás, necesita nuestra ayuda.

No ofende quien quiere
Existe un dicho que dice "No ofende quien quiere sino quien puede". Tenemos que tener claro que nadie puede hacernos daño si nosotros no queremos. Está en nuestras manos levantar un muro que nos proteja de las ofensas.

No existe la perfección humana
Nadie es perfecto. "Equivocarse es de humanos y rectificar, de sabios". A veces, los problemas surgen cuando buscamos o exigimos una perfección exagerada en los demás, "cuando vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro". Todos somos falibles. Todos somos pecadores. 

Perdón frecuente, no excepcional

La novedad del mensaje de Cristo es el amor y la misericordia. No se trata de amar y perdonar a nuestros seres queridos o a nuestros amigos. 

El amor y la misericordia que Dios nos pide es para todos, incluso a nuestros enemigos. Pero además, debemos habituarnos a perdonar con frecuencia, no como algo excepcional. 

Para ello, es necesario que seamos conscientes de que los demás también son seres amados y pensados por Dios

Es preciso entender que el Señor ha pensado y creado a cada persona de una manera única y particular. Cada ser humano ha sido dotado por Dios con una luz primordial original y genuina.

Por ello, es preciso estar dispuestos y ser capaces de ver lo mejor del corazón del otro y llegar a poder decirle con un corazón misericordioso: "Sé que no eres así, sé que eres mucho mejor y te perdono. ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?".

lunes, 18 de junio de 2018

MATAR AL HERMANO

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"Pero yo os digo que el que se irrite con su hermano será llevado a juicio; 
el que insulte a su hermano será llevado ante el tribunal supremo, 
y el que lo injurie gravemente será llevado al fuego. 
Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar 
te recuerdas allí que tu hermano tiene algo contra ti, 
deja tu ofrenda delante del altar 
y vete antes a reconciliarte con tu hermano; 
después vuelve y presenta tu ofrenda". 
(Mateo 5, 22-24)

Jesús nos advierte que el enfado conduce al asesinato cuando nos dice: "Conocéis los diez mandamientos, sabéis que no se debe matar, pero ahora os digo algo nuevo, cualquiera que se enoje contra su hermano, mata." Utiliza la palabra hermano, es decir, no habla para los de afuera. No habla de los que no creen en Él. Nos habla a nosotros, que somos hermanos en suyos porque sabe que entre nosotros,hay problemas y conflictos.

En este pasaje, Cristo menciona tres clases de actitudes que conducen a tres clases de juicios:

El primer juicio es enfadarse; un delito, tal vez leve. El segundo juicio es insultar; un juicio mas elevado pues el hecho tiene la intención de ofender a la persona. El tercer juicio es injuriar gravemente; un juicio grave, un juicio realizado por Dios, un juicio supremo.

Imagen relacionadaLa tercera actitud es una gran ofensa y Dios no la pasa por alto. Implica un corazón altamente contaminado por el resentimiento.

A nosotros no nos van a llevar delante del sacerdote porque nos enfademos con un hermano nuestro, ni nos van a llevar ante la Conferencia episcopal porque le insultemos. 

Y por ello, como no hay quien nos castigue, nos enfadamos con nuestro hermano, le insultamos y le ofendemos pensando que no hay problema, que no pasa nada, que todo volverá a su sendero. Y así, nos presentamos ante Dios como si fuéramos muy espirituales; venimos, sonreímos y hablamos con nuestro hermano, le abrazamos, le saludamos y tan panchos...

Pero, esto es muy peligroso, porque si miramos en nuestro interior y no vemos que tenemos pureza de intención, aunque tratáramos de justificarnos como hizo Adán, el Señor nos dirá: el enfado, la ofensa, el insulto y el mal que le has hecho a tu hermano, me lo has hecho a mí. Por eso, nos dice: "Cuidado, revisa tu corazón y cambia." (v. 23).

Jesús nos dice que, para estar en comunión con Él, debemos estar a bien con los demás, reconciliarnos, "hacer las paces". No podemos recibir la paz de Cristo, cuando dice: "Mi paz os dejo, mi paz os doy", y a la vez, estar "en guerra" entre nosotros.

Para recibir al Señor, nuestra conciencia debe estar libre y pura. Entonces, nuestro corazón estará limpio y receptivo a Dios; con un corazón contaminado, no dejamos sitio alguno para la pureza divina.

En Marcos 11,25 dice: "Cuando os pongáis a orar, si tenéis algo contra alguien, perdonárselo, para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestros pecados."  Es decir, cuando estemos en la presencia de Dios, en el altar, si tenemos algo contra algún hermano porque nos ofendió, nos lastimó, tenemos que hacer algo: perdonar.

¿Qué fue lo que hizo nuestro Señor cuando le crucificaron? ¿Crees que Jesucristo tenía algo en contra de quienes lo habían crucificado? ¿Tenía algo en contra de la humanidad pecadora? No. Jesucristo no le pidió al Padre tiempo para ir a reconciliarse con todos los que le crucificaron, para echarles en cara lo que hicieron y lo que dijeron de él. Al contrario, le dijo al Padre: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen."

La segunda parte de este versículo de San Marcos es importante: si no le queremos perdonar por amor, hagámoslo por obligación, sabiendo que si no lo hacemos, Dios tampoco nos va a perdonar a nosotros.

El Señor entrelaza todo, no deja "flecos sueltos". Por eso, cuando oramos debemos meditar si realmente creemos que Dios nos bendecirá y nos dará su gracia y su paz estando en conflicto con otro hermano. Si es así, debemos tener la misma fe para perdonar a otros, porque si no perdonamos no vamos a recibir lo que pidamos en oración.

Dios no quiere un pueblo divido, con problemas y discusiones entre sí, no quiere...Un pueblo así no puede ganar al mundo.


En la 1 carta de Juan 3, 15 dice: "El que odia a su hermano es un homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene la vida eterna en sí mismo."

Cristo nos dice que quien entra en la vida cristiana, el que acepta seguir su camino, tiene exigencias superiores a las de los demás. No dice: "tiene ventajas superiores". ¡No! Dice: "Exigencias superiores". Las palabras de Jesús son claras y no dejan escapatoria: "Les aseguro que si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. 

Cuando rezamos el Padrenuestro, "Perdona nuestras ofensas"...nuestras peticiones se dirigen al futuro pero no serán escuchadas si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra respuesta debe haberla precedido: “como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”.

No podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a quien vemos (1 Juan 4, 20). Al negarnos a perdonar a nuestros hermanos, el corazón se nos cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; mientras que en la confesión de nuestro propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
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Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mateo 5, 48); "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lucas 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Juan 13, 34). 

Observar los mandamientos del Señor es imposible si no se imita Su modelo divino. Así, la Misericordia de Dios es posible, "perdonándonos mutuamente como nos perdonó Dios en Cristo" (Efesios 4, 32).

"Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel" (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).


¿Qué hay en mi corazón… perdón, misericordia? 
¿Hay una actitud de perdonar a los que me han ofendido, o hay una actitud de rencor, de venganza? 
¿Prefiero hundirme en el resentimiento o emerger en el agradecimiento?

miércoles, 16 de agosto de 2017

¿POR QUÉ PARECE QUE DIOS NO ME ESCUCHA?

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"Si me abandonaran mi padre y mi madre, 
me acogería el Señor. 
Enséñame, Señor, tus caminos, 
y guíame por sendero llano."
(Salmo 27,10-11)

Cuantas veces, ante los problemas, creo que Dios se olvida de mí y pienso: ¿Por qué me abandona Dios? ¿Es que acaso no soy digno de ser escuchado? Rezo y no tengo respuesta. Me siento abandonado, solo y desamparado. Si Dios me ama ¿por qué permite que me ocurran cosas malas? ¿Por qué no me responde?

Lo cierto es que me enfoco tanto en mis problemas y en las cosas que me ocurren, que me olvido de que los tiempos y los planes de Dios para mi son distintos, aunque siempre para mi bien.

Dios no se ha olvidado de mí, siempre está pendiente y ha cuidado siempre cada detalle de mi vida, porque yo soy su hijo. Seguramente, lo que pasa es que Dios no va a hacer lo que me toca hacer a mí.

Mi falta de fe al no confiar completamente en su voluntad, mi ceguera al no ver lo que necesito ver y mi orgullo al intentar solucionar por mi mismo las situaciones que me angustian, me hacen ver sólo obstáculos y problemas. Y dejo de ver a Dios. Y tampoco le reconozco.

Dios no me quita los obstáculos cada vez que rezo. El desea que confíe y me deje guiar por el Espíritu Santo para vencer cualquier obstáculo. Lo que Dios busca es formar y fortalecer mi carácter.

Dios me ha dado toda la capacidad de poder convertir mis problemas en oportunidades, está en mis manos darles sentido o deprimirme en la pérdida. Entonces, ¿por qué me cuesta tanto creer que, con su ayuda, puedo cambiar las dificultades? ¿Por qué pienso que Dios se ha olvidado de mi? De ninguna manera. ¿No será que me he olvidado yo de Dios? Es lo más probable.

Olvidarme de Dios significa que no me abandono de verdad en Él, significa que no confío en que Él me dará una salida, significa que en lo profundo de mi corazón, me rebelo e intento solucionar las cosas sin Él.

Y lo que debo hacer es estar abierto a Su voluntad con un corazón agradecido y confiado, no con un corazón lleno de quejas y resentimientos. Entonces, ¿por qué no dejo mi problema en el altar? ¿Por qué no cambio mi corazón resentido por uno agradecido? ¿Por qué no dejo de vivir en la queja y comienzo a vivir en la confianza plena?

Cada vez que leo el pasaje del apóstol Lucas sobre los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-33), me veo reflejado tratando de explicarle a Dios cómo son las cosas (o cómo deberían ser). Él me escucha atentamente con una sonrisa, y me dice: "Qué torpe eres y qué tardo para creer lo que dijeron los profetas!".

Soy consciente de que me quedo en mis pérdidas, en lugar de reconocer a Cristo, que está conmigo, caminando. Y caigo una y otra vez. ¡Que torpe soy!

Y es que en el fondo, me cuesta confiar que Dios tiene un plan para mí y que quiere que lo lleve a cabo. ¡Qué desconfiado soy!

martes, 4 de abril de 2017

LA LUZ PRIMORDIAL: ANTÍDOTO PARA LA ENVIDIA


"Nosotros también en otro tiempo fuimos unos locos, 
desobedientes, descarriados, 
esclavos de toda clase de concupiscencias y placeres, 
malos y envidiosos, 
odiados de todos y odiándonos mutuamente unos a otros. 
Pero Dios, nuestro Salvador, 
al manifestar su bondad y su amor por los hombres, 
nos ha salvado, no por la justicia que hayamos practicado, 
sino por puro amor, mediante el bautismo regenerador 
y la renovación del Espíritu Santo, 
que derramó abundantemente sobre nosotros 
por Jesucristo, nuestro Salvador, 
a fin de que, justificados por su gracia, 
seamos herederos de la vida eterna, tal y como lo esperamos." 
(Tito 3, 3-7) 


El diccionario define la envidia como  el "sentimiento de tristeza o enojo que experimenta una persona que no tiene o desearía tener para sí sola algo que otra posee."

La envidia es la conciencia dolorosa y resentida de una ventaja disfrutada por otra persona. La Biblia está repleta de situaciones que nos hablan de la envidia. Fijémonos en la parábola del hijo pródigo del Evangelio de Lucas: vemos cómo el hermano mayor llega del campo y no sólo se enfada con el Padre sino que no quiere entrar y alegrarse por su hermano (Lucas 15, 5-32).

El Rey Salomón nos dice en Proverbios 14,30 que “El corazón apacible es vida de la carne; Mas la envidia es carcoma de los huesos; y en Eclesiastés 4, 4: “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.”

El Santo Job dice: “Es cierto que al necio lo mata la ira, Y al codicioso lo consume la envidia.”(Job 5,2).

Esclavizados por la tiranía de la envidia, lloramos por los que se alegran y nos alegramos por los que lloran. La envidia es un camaleón sutil con muchas caras, se disfraza de suave adulación durante un minuto y de indignación injusta en al siguiente.

El peligro del éxito

La envidia es la enemiga de la fraternidad y la asesina de la comunión. Opera cerca de casa y asalta nuestras relaciones más cercanas. 

En el colegio o en el trabajo, la envidia nos ciega la vista cuando uno de nuestros compañeros de clase saca mejores notas, tiene más amigos, es mejor, más simpático, más educado, más dotado, más inteligente, más popular, más estimado o más exitoso. 

En casa, no vemos con buenos ojos o incluso, nos molesta que nuestro cónyuge progrese en el mundo laboral. Y yo mismo, he sufrido la envidia de mis propios padres: "un hijo nunca puede ser ni tener más que sus padres".

El éxito humano siempre engendra envidia, y con ella viene la rivalidad, la competencia, la codicia y el resentimiento. En la medida que prefiramos cambiar una relación de amor por una de envidia, sólo encontraremos resentimiento y amargura.

El éxito viene de Dios

Afortunadamente para nosotros, Dios es plenamente consciente de este pecado capital nuestro y lo aborda de frente. 

En el evangelio de Juan, los discípulos de Juan el Bautista vienen a él con palabras que parecen hechas a medida para provocar la envidia: "Fueron a Juan y le dijeron: "Maestro, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, del que tú diste testimonio, está bautizando y todos acuden a él". Juan respondió: "El hombre no puede apropiarse nada si Dios no se lo da."  (Juan 3, 26-27)

La respuesta de Juan vale su peso en oro. En primer lugar, les recuerda de dónde proviene toda bendición, éxito y oportunidad.  Cuando recordamos que el éxito nos lo regala Dios, matamos la envidia. Sin embargo, muchos de nosotros osamos contradecir la sabiduría divina, murmurando y criticando las oportunidades o el éxito de los demás.

Segundo, Juan recuerda su papel. Él es el amigo del Novio, el padrino, no el Esposo. Y los padrinos son felices cuando ven al novio y cuando oyen su voz. Sin embargo, muchos de nosotros jugamos a reemplazar al Novio. No queremos ser Jesús. A veces actuamos como si compitiéramos para ser el mejor hombre. 

Por eso es tan importante trabajar para alegrarnos mucho cuando oímos la voz del Novio en las voces de nuestros compañeros padrinos. ¿Qué estamos diciéndole al Novio si nuestra reacción ante un hermano es quejarse, quejarse o despedirlo?

Finalmente, la alegría de Juan se completa cuando el Novio llega y lo supera. Cuando Cristo aumenta, Juan se contenta con disminuir. Sin embargo, muchos de nosotros no nos alegramos cuando Cristo aumenta en otra persona.

La luz primordial

El otro día, escuchando a mi director espiritual, comprendí cuál es la clave para descartar definitivamente la envidia. Me contó lo que el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira definía como "luz primordial": 

"Cada hombre es llamado a contemplar a Dios y a reflejar sus perfecciones de un modo propio y característico". 

"Todo hombre nació para alabar a Dios. Esa alabanza se hace por la contemplación de ciertas verdades, virtudes y perfecciones divinas. La ‘luz primordial' es la aspiración existente en el alma de cada persona para contemplar a Dios de un modo propio".

"Cuando la persona consigue discernir su "luz primordial", descubre la virtud que dará unicidad a su llamado; como si fuese un rayo a brillar en su vida, indicando el norte para el cual ella mejor alcanzará a Dios. En el momento en que la persona llega a tornarla explícita para sí misma, encuentra su vía de santificación y, en ella, la paz interior".

"Todo hombre está dotado de un "centelleo de Dios", puesto por el Creador exclusivamente en su alma: no ha puesto ni pondrá otro a lo largo de toda la Historia."

"Cada hombre es, por así decirlo, un momento único de la Historia de Dios"

Monseñor João Clá tiene también un brillante comentario a ese respecto: 

"A manera de un punto en la superficie de un espejo, cada persona recibe del Sol de Justicia un rayo de luz sobrenatural impar. Y solamente ella puede y debe reflejarlo cada vez más en esta vida, hasta reflejarlo sin defecto en la eternidad. Así, ese concepto puede ser aplicado a la afirmación del salmista: "in lumine tuo videbimus lumen" - "en tu luz veremos la Luz" (Salmo 36, 10).
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"De ahí resulta que cada alma tiene un matiz irrepetible, que la torna, en algún punto, superior a todas las otras. Por ser ella, la "luz primordial", un don de Dios, fue concedida a todos los hombres para habilitarlos a reflejar las perfecciones divinas. O sea, desde aquel individuo menos agraciado hasta en el más dotado que pueda existir en la Historia de la Humanidad, ella estará presente".

Entonces, ¿por qué envidiar la luz de otros si Dios se la ha dado para que le veamos a Él en el prójimo? ¿qué razón hay para anhelar algo que cada uno de nosotros tenemos de forma exclusiva y única? ¿qué motivo nos impulsa a envidiar a otros si nosotros también estamos dotados de una "luz primordial"? ¿por qué envidiar a otros si todos somos hijos "únicos" de Dios?

Estoy convencido de que esta es una de las grandes pruebas de un cristiano: pasar de la envidia al halago, de la amargura a la alegría, de la oscuridad a la luz primordial

Así que os invito a asumir la prueba conmigo. La próxima vez que alguien brille, tenga éxito o una oportunidad que deseamos para nosotros, ¿Cómo reaccionaré? ¿murmuraré como el hermano mayor en la parábola del Hijo Pródigo o celebraré una fiesta con él? 

No se trata sólo de aceptar el éxito de los demás, sino de alegrarme, de celebrar, de bailar y comer por su éxito. 

Cuando alguien es bendecido por Dios, ¿estoy lleno de gratitud o vacío de amor por una rivalidad envidiosa? ¿Mi corazón se encoge de ira y amargura, o se hincha y se desborda con alegría? Cuando se trata de los triunfos o los frutos de otros, ¿soy su mayor fan o su mayor crítico? ¿veo la mano de Dios en ellos? En general ¿veo la "luz primordial" de los demás?

Por eso, le pido al Espíritu Santo que me ayude a ver la luz en los demás, a no consumirme de envidia ni a esclavizarme de rencor por los triunfos de los demás, sino que en vez de ello, la Gracia agrande mi corazón para alegrarme de sus bendiciones y que mi gozo sea completo cuando escucho la voz del Novio aumentando los dones y talentos de los demás.

Fuente:

-"La luz primordial"  (Gaudium Press)


Sugerencia:

-"La luz primordial y las potencias del alma: Plinio Corrêa de Oliveira- Charla en São Paulo, octubre de 1957.