"Mirad que yo os envío
como ovejas entre lobos;
por eso, sed sagaces como serpientes
y sencillos como palomas"
(Mateo 10,16)
Cuando leo y releo el pasaje del evangelio de Mateo 10, siempre me recuerda un cuadro que mi padre tenía colgado en su despacho y que yo cada mañana leía, aunque lo conocía de sobra:
"Cada mañana en la selva, una gacela se despierta sabiendo que deberá correr
más rápido que el león o éste la matará.
Cada mañana en la selva, un león despierta sabiendo que debe correr mas rápido
que la gacela o morirá de hambre.
Cada mañana, cuando sale el sol, seas león o gacela,
será mejor que te pongas a correr".
No voy yo a descubrir, ni hoy ni ahora, a Cristo (o, tal vez, sí...), pero sí subrayar una vez más la magistral pedagogía con la que Jesús nos enseña y nos instruye para saber qué debemos ser, a qué nos enfrentamos y cómo actuar.
Su maravillosa habilidad para hablarnos con ternura y cercanía, su extraordinaria capacidad para empatizar con nosotros, me recuerdan que, por algo, su nombre es Emmanuel "Dios con nosotros" (Mateo 1,23); me traen a la cabeza que, por algo, "hasta los cabellos de la cabeza tenemos contados" (Mateo 10, 30; Lucas 12,7); y me viene a mano, que por algo, "nos lleva tatuados en sus palmas" (Isaías 49,16).
El Maestro llama nuestra atención y nos enseña. Siempre con un lenguaje directo y veraz a la par que sencillo y natural: mediante parábolas, comparaciones, metáforas y circunstancias de la vida común, del mundo mineral, vegetal, animal o humano... para que entendamos.
Jesucristo hoy me habla de ovejas, lobos, serpientes y palomas. Y es que en toda palabra y enseñanza suya, brilla siempre un reflejo de la creación y de la voluntad del Padre: "Pregunta a las bestias y te instruirán; a las aves del cielo, y te informarán; habla con la tierra y te enseñará; te lo contarán los peces del mar" (Job 12,7-8).
Me envía, como cada mañana, a ser su testigo en el mundo. Y yo, tengo que "ponerme en marcha"en un mundo hostil y adverso, a correr por una jungla de sendas de asfalto y árboles de metal, a subsistir en un habitat lleno de amenazas y de depredadores, a transitar por un entorno donde rige "la ley de la selva" que me obliga inexorablemente a saber lo que soy, a qué me enfrento y lo que tengo que hacer o decir, para no morir.
¿Qué somos?
Jesús, por si somos duros de oído o si andamos despistados, nos lo dice y nos avisa: "Os envío como ovejas entre lobos". El Cordero de Dios nos envía, como ovejas, aparentemente débiles e indefensas, para enfrentarnos a un mundo lleno de lobos, feroces y hambrientos. La primera respuesta, clarita y en la frente: ¡somos ovejas y no lobos! ¿las ovejas muerden para defenderse?
¿A qué nos enfrentamos?
Cristo, por si somos duros de cerviz o difíciles de mollera, nos contesta y nos advierte: "¡Cuidado con la gente! porque os odiarán, os juzgarán, os harán daño, os insultarán, os perseguirán y os matarán". El Crucificado nos dice que tomemos su yugo y aprendamos de Él, que es manso y humilde de corazón. ¡Vaya! ¡Menudo panorama más alentador! ¡Nos enfrentamos a odio y persecución! Entonces, Señor...¿las ovejas pueden pensar y reaccionar?
¿Qué debemos hacer?
Inmediatamente, el Señor, que siempre toma la iniciativa y se adelanta a nuestras dudas, miedos y necesidades, nos dice qué debemos hacer y cómo debemos actuar: "Sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas." Jesús nos enseña a ser sagaces y astutos, hábiles y cautelosos, a ser sutiles y a escondernos...pero también, a ser sencillos e inocentes, sinceros y naturales, a ser ágiles y a volar...¡Vaya! ¡Hemos dejado de ser ovejas para ser serpientes y palomas! ¡Maestro, por favor, explícate! ¡No te entendemos! ¿Somos ovejas, lobos, serpientes o palomas?
¿Qué tenemos que decir?
Cargado de santa paciencia y sabiendo que, habitualmente malinterpretamos sus palabras, el Maestro hace una pausa, deja escapar un suspiro y nos dice que no nos preocupemos por nada: "En aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros." Los cristianos no estamos solos, tenemos al Espíritu Santo que nos guía, nos protege y nos ayuda. ¡Menos mal! ¡Tenemos al Espíritu Santo como auxilio!
Cristo me invita a aceptar mi vulnerabilidad pero sin que me desanime, a asumir mi fragilidad pero sin que me sienta desamparado, a esconderme entre las piedras cuando tenga que evitar el mal y a volar con las alas del Espíritu Santo cuando tenga que discernir.
Me enseña que la sagacidad no está reñida con la sencillez, que la astucia no está peleada con la inocencia, que la habilidad no está enfrentada a la sinceridad, que la cautela no está contrapuesta a la naturalidad, que la sutileza no está enemistada con la agilidad.
Dios quiere que su rebaño corra los menos riesgos posibles pero si tiene que enfrentarse cara a cara con los lobos, quiere que se deje guiar y ayudar por Su Espíritu. La docilidad es un claro signo de pertenencia a Dios, de semejanza al Cordero de Dios, quien también evitó circunstancias innecesarias pero quien, llegada Su hora, se entregó con mansedumbre y aceptó con obediencia la voluntad el Padre.
Por tanto, somos siempre ovejas en medio de lobos, pero también serpientes y palomas, cuando tengamos que serlo. Dios nos dice que confiemos en Él. Tenemos permiso para "huir" y evitar las situaciones de peligro, para "volar" y discernir lo que el Espíritu nos suscita, y para "luchar" y enfrentarnos cara a cara con el Enemigo, pero siempre debe ser una lucha de resistencia activa ante el mal, de perseverancia y abandono en Dios.
La Escritura nos muestra que patriarcas, reyes, profetas, apóstoles y hasta el mismo Jesús fueron ovejas, serpientes y palomas: Moisés huyó (Éxodo 2,15) y se enfrentó al faraón dejando hablar a Dios por su boca (Éxodo 4,15). David huyó (1 Samuel 19,12) y actuó contra el mal (1 Samuel 24,8). Jeremías huyó (Jeremías 37,11-12) y dejó que Dios hablara por su boca (Jeremías 38,17). Cristo se retiró (Lucas 9,10; Juan 8,59) y se dejó apresar en Getsemaní (Juan 18, 1-8). Pablo huyó (2 Corintios 11,33) y hablaba con franqueza y valentía porque el Espíritu daba testimonio por él (Hechos 13,46-47; 20,22-23).
Los cristianos debemos huir cuando debamos salvaguardar nuestra integridad, y enfrentarnos y dar testimonio cuando debamos glorificar a Dios. No somos "borregos bobalicones", como tampoco somos "lobos voraces". No somos cobardes, como tampoco somos temerarios. Al menos, Jesucristo no quiere que seamos así.
Por eso nos instruye con sus palabras y sus hechos para que, sobre todo, nunca tratemos de luchar con las mismas armas del Enemigo. Eso es lo que nos diferencia a los cristianos de los que no lo son.
Y nos envía, delante de Él, de dos en dos, y nos insta a rezar: "Rogad al dueño de la mies" (Lucas 10, 2). Nos da instrucciones para que salgamos sin preocuparnos por nuestras necesidades, Él se encargará: "No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino" (Lucas 10,4); para que vayamos en paz y que llevemos la paz por donde vayamos: "Paz a esta casa" (Lucas 1,5). Y para que, si no nos escuchan, salgamos y nos sacudamos el polvo de las sandalias: "Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado" (Lucas 1, 11).
"Después de esto, ¿qué diremos?
Si Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros? "
(Romanos 8,31)