¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 5 de julio de 2022

YO TAMBIÉN SUFRÍ EXILIO

"En el mes quinto, el día séptimo del mes, 
el año diecinueve de Nabucodonosor, rey de Babilonia, 
Nabuzardán, jefe de la guardia, servidor del rey de Babilonia,
vino a Jerusalén. E incendió el templo del Señor 
y el palacio real y la totalidad de las casas de Jerusalén...
...demolieron las murallas que rodeaban Jerusalén. 
En cuanto al resto del pueblo que quedaba en la ciudad... los deportó... 
Y de este modo fue deportado Judá lejos de su tierra".
 (2R 25, 8-21)

La deportación del pueblo de Israel a Babilonia en el 587 a.C., tras la destrucción y ruina de Jerusalén, no fue un castigo de Dios sino la consecuencia de no escucharle, durante varios siglos, a través de los diferentes profetas (Amos, Oseas, Isaías, Miqueas, Sofonías, Habacuc, Jeremías...) que suscitó entre el pueblo y que le advirtieron del peligro de caer en la iniquidad, el sincretismo religioso y la idolatría.

Sin embargo, el exilio servirá para que el pueblo tome conciencia de todo lo que han perdido al alejarse de Dios: tierra, templo, nación, identidad, idioma... esta desolación va a ser la ocasión propicia para que el pueblo de Dios recapacite y realice una profunda metanoia, una verdadera conversión del corazón. Israel va a ser purificado por el crisol del sufrimiento y resurgirá de sus cenizas, con una fe más viva, una actitud más humilde y un corazón más dócil a la voluntad de Dios.

Y es que sólo ante la desgracia, el hombre es capaz de tomar conciencia de su fragilidad, de darse cuenta de que las seguridades del mundo son pasajeras... y así, alzar los ojos al cielo e interpelarse: ¿Por qué? ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Para qué?

Las dos primeras cuestiones están sobradamente contestadas. La tercera...me atrevo a contestarla y asumirla en mi propia carne: el primer paso es el lamento, a través del cual me dejo examinar por mi propia conciencia. El segundo, acercarme a Dios y, con humildad, pedirle ayuda para que me levante, me guíe y seguir adelante junto a Él.

Y lo sé, porque yo también sufrí exilio en el 2008 d.C. Yo mismo fui desterrado. Yo también fui "pueblo de Israel". Caí en la ruina y en la desgracia, y fui llevado a una tierra lejana y extranjera donde no hallé consuelo...y todo, por haber dejado entrar en mi corazón toda clase de perversidades, orgullos y autosuficiencias. Todo por haber abandonado a Dios.
Fue en el exilio de mis inseguridades donde tomé conciencia de mi fragilidad. Fue en el destierro de mis sufrimientos donde me di cuenta de todo lo que había perdido y de lo débil que era. Fue allí, en un país extraño, donde me di cuenta de que me había convertido en un hijo pródigo que no tenía ni algarrobas para llevarse a la boca. Pero sobre todo, me di cuenta de mi necesidad de estar junto a un Padre que me ama y que, porque me ama, me corrige y purifica.

Como Israel, solamente ante la desolación, sentí la necesidad de volver a acercarme a Dios. Con un nuevo corazón, fui en su busca para implorar misericordia. Pero Él, como el padre de la parábola, salió a mi encuentro y me cubrió de besos. No me dejó ni pedir perdón ni mediar palabra alguna. Dios, que sufre como un padre ante el dolor del hijo de sus entrañas en la prueba, sabe que necesito de su sabia pedagogía para que pueda acoger el amor verdadero sin reservas.
No sé si me ocurrirá como al pueblo de Israel que, con el paso del tiempo, se olvidó de nuevo de Dios, no supo reconocerle cuando se encarnó, y volvió al destierro. Pero sí sé que tengo que darle siempre gracias por cuanto me quiere, por cuanto me protege, por cuanto inclina su oído para escucharme, y también, por cuanto me ayuda y corrige, cada vez que vuelvo a caer.

Ahora sé donde encontrarle: en mi familia, en mis hermanos de fe, en aquellos que sufren exilio y marginación. Pero sobre todo, sé con seguridad que puedo encontrarle siempre en los sacramentos, donde nos ha prometido que "estará con nosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (cf. Mt 25,20).

"Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque escuchaste las palabras de mi boca; delante de los ángeles tañeré para ti; me postraré hacia tu santuario, daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros, me conservas la vida; extiendes tu mano contra la ira de mi enemigo, y tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos"
(Sal 137)



JHR