¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 15 de febrero de 2020

CLERICALISMO: MIEDO ESCÉNICO A LA MISIÓN COMPARTIDA

"La mies es mucha, pero los obreros son pocos. 
Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies."
(Lucas 10, 1-9)

El otro día y tras la Eucaristía, dos sacerdotes nos comentaban que algunos estamos "metidos en demasiadas cosas espirituales" que "no es bueno estar en todo". Algo que ya nos habían dicho otros e incluso, en una ocasión, uno me dijo personalmente que "debía rebajar mi excesivo celo y amor por Dios".

Al día siguiente de este episodio, el Señor nos habla de la abundancia de la mies y de la escasez de los obreros. ¡No salgo de mi asombro y de mi sorpresa! Porque mientras Jesús nos exhorta a pedirle a Dios que envíe obreros a la mies, ellos, los sacerdotes, en lugar de alegrarse porque el Dueño de la mies nos envíe a ella, nos acusan de estar haciendo "demasiado" para Él.

Sin embargo, en repetidas ocasiones, estos mismos sacerdotes acuden a nosotros y nos llaman para que "les echemos una mano", para que les ayudemos o incluso nos animan a ser diáconos, es decir, quieren clericalizarnos. ¡Pues no! ¡Somos laicos y queremos seguir siéndolo!

Sin duda, uno de los mayores peligros de la Iglesia es el clericalismo, muy asumido e interiorizado por algunos ministros ordenados de la Iglesia y que, amparándose en él, con demasiada frecuencia, obvian, desprecian, minusvaloran o ningunean a los laicos

Me duele decirlo porque quiero a mi Iglesia pero es la triste realidad. No trato de juzgar sino de mostrar una realidad que falta a la caridad cristiana y a la alianza de Dios con su pueblo.
¿Qué es el clericalismo?
El clericalismo es una concepción desviada y errónea del ministerio sacerdotal,  una caricatura del sacerdocio que exige y confiere al clero una inapropiada superioridad moral y una excesiva deferencia.

El clericalismo es una visión elitista y excluyente de la vocación sacerdotal, que interpreta el don recibido como un poder para ejercitar, en lugar de como un servicio gratuito y generoso para ofrecer (Mateo 10,8).

El clericalismo es una pretensión de pertenencia a una clase espiritual superior que posee todas las respuestas, que no tiene necesidad de escuchar o de aprender nada, o que incluso finge escuchar.

El clericalismo es una búsqueda prioritaria de los intereses particulares de la jerarquía eclesiástica que ansía subir en el escalafónincrementar su poder, lo que evita que se convierta de verdad en una Iglesia Pueblo de Dios, al excluir sistemáticamente a los laicos.

El clericalismo es una consecuencia de un cierto temor de los sacerdotes a perder notoriedad, autoridad o importancia frente a los laicos y de una cierta envidia de los ministros ordenados frente a la valentía y libertad de movimiento de los seglares.

El clericalismo es un aumento de la distancia entre el sacerdote y el laico que desdibuja el camino hacia Dios, porque un pastor, por sí solo, no puede producir leche o queso. Necesita cuidar a las ovejas dentro del redil, mantenerlas sanas y alimentarlas para que éstas den el resultado que se espera de ellas. 

El clericalismo es, en definitiva, un miedo escénicola "lógica de la Misión Compartida" y a la corresponsabilidad de todo el pueblo al servicio a Dios, que termina convirtiéndose en un trato despótico y autoritario de algunos sacerdotes hacia los laicos, a quienes tratan como "borregos" en lugar de como "ovejas", como "masa" en lugar de como rebaño. 

El clericalismo es un abuso psicológico, espiritual o incluso sexual pero no es un mal endémico, sustancial o exclusivo del sacerdocio, sino inherente a una posición de poder, tan habitual en la lógica humana y tan ajena a la lógica apostólica.

Pero el clericalismo es también una ausencia de participación, compromiso y responsabilidad por parte de los laicos

Es un cómodo deseo de consumo espiritual, de búsqueda de un paternalismo místico que dicte una participación sin demasiado compromiso y de una fe sin excesiva responsabilidad. Posiblemente, también los excesos de parte del clero a lo largo de los tiempos, hayan sido los que han provocado esa apatía, ausencia y pasividad de muchos laicos.

Los laicos tenemos, una vez más, que recordar a nuestros sacerdotes que ellos también son servidores de la misión compartida, que el rebaño no es suyo y que juntos, estamos para servir y dar gloria al Dueño: Dios.

Los laicos debemos respetar a los pastores ordenados de la Iglesia, llamados por Dios a ser nuestros líderes, maestros y santificadores del pueblo de Dios y, a la vez, recordarles que nuestra tarea no es suplantarles sino ayudarles.

Todos los papas que he conocido (Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) siempre nos han invitado, tanto a sacerdotes como a laicos, a llevar a cabo una transformación eclesial y social que supere este clericalismo pero que, hasta ahora, ha sido difícil de realizar.

Para ello, necesitamos vivir juntos esa lógica de la misión compartida y corresponsablemirando al origen y siendo fieles a Él, es decir, fijándonos cómo Jesús ejercía su ministerio con la gente, cómo recriminaba a los sacerdotes sus faltas de caridad y cómo, también, delegaba en ellos su autoridad.

Unos y otros, debemos convencernos de que la misión compartida refuerza la figura del pastor (mayor alcance, presencia, reconocimiento y escucha) y la del rebaño (mayor comunión, fraternidad, obediencia y compromiso).

lunes, 20 de agosto de 2018

UN GIGANTE DORMIDO

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"Vosotros sois la sal de la tierra.
Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará?
Para nada vale ya, si
no para tirarla a la calle y que la gente la pise". 
Vosotros sois la luz del mundo. 
Una ciudad situada en la cima de un monte no puede ocultarse. 
No se enciende una lámpara para ocultarla en una vasija, 
sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los que están en casa. 
Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres 
que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre, 
que está en los cielos" 
(Mateo 5, 13-16)

Las primeras comunidades cristianas tenían una fuerte convicción de pertenencia a la Iglesia de Cristo, un auténtico amor por Cristo y por sus hermanos que provocaba "envidia" en los demás, una gran exigencia de vivir comunitariamente en torno a Dios, que llevaban hasta el extremo, incluso, de dar la vida por la fe. Vivir a Cristo era una "cuestión en serio". 

Llamarse “cristiano” equivalía a una sentencia de muerte, un camino que podía llevar al martirio, pero que, a su vez, era semilla de nuevos cristianos. Ser cristiano era un don preciado, que ni la misma muerte podía arrebatar, y que sintetizaba el verdadero espíritu de lo que es ser cristiano ayer, hoy y siempre.

Con el transcurrir de los siglos, los laicos se han ido convirtiendo en un "gigante dormido", acomodado y perezoso que ha olvidado su misión. Los laicos se han convertido en cristianos de segunda clase cuya misión dentro de la Iglesia se ha limitado a ser "monaguillos adultos", "lectores ocasionales", "pasadores de cepillos", "catequistas a disposición" o "asistentes"pasivos. Se han convertido en una comunidad "domesticada", contemporizadora, acomplejada, pasiva y callada que ha relegado su fe al ámbito privado. 

Son muchos cristianos los que piensan que la fe debe vivirse de "puertas adentro"; que a Dios hay que llevarle en el corazón, que no hace falta manifestar la fe exteriormente; que actúan y viven como si Dios fuese "particular" o incluso, como si no existiera.

Testimonio público y forma de vida
Creo sinceramente que es el tiempo de los laicos. Los Santos Padres así lo han afirmado. El laico es ese gigante no sólo por su gran número de miembros en la Iglesia, sino por la fuerza, el ardor y el ímpetu que le capacita para transformar el mundo desde su base, desde sus cimientos. 

“El gigante dormido” debe despertar para reavivar y tomar una conciencia de su importante protagonismo y corresponsabilidad en la misión salvífica de la Iglesia, en la evangelización del mundo entero.

Un gigante cuya identidad es ser testigo de Cristo, dar testimonio público de su mensaje de amor. 

Atrás quedaron los tiempos en los que el apóstol, el misionero, el evangelizador, era el sacerdote o el religioso. "Id y haced discípulos de todas las naciones" implica "estar", implica "hacer discípulos" en todos los ámbitos, en todos los entornos, en todas las circunstancias en las que nos encontramos. 

La Iglesia somos todos los bautizados y por tanto, la misión evangelizadora que Cristo nos encomendó es una tarea que nos compete a todos los cristianos, también a nosotros los laicos. Fundamentalmente, a los laicos.

La evangelizac
ión de los nuevos tiempos se hará por los laicos o no se hará. O los laicos evangelizamos o nadie lo hará. O hacemos discípulos o nadie lo hará. Y esto no sucederá no sólo por la falta de vocaciones sacerdotales o por la avanzada edad de muchos de ellos, sino porque los laicos no accedamos a los ámbitos donde ellos no llegan. es nuestra misión.

La Iglesia ya no es el lugar donde hacer presente a Cristo. No sólo. Es necesario hacerle presente en la calle, en la corazón de la sociedad. Sí, ha llegado nuestra hora, la de los laicos. De nosotros depende, fundamentalmente, la tarea evangelizadora.

Conscientes de nuestra responsabilidad misionera, tenemos que comprender que la evangelización no puede ser la misma en el siglo XXI que la que llevaron a cabo los primeros cristianos, la que se llevó a cabo en la Edad Media, la que se llevó a cabo en el descubrimiento de América y posteriormente. No puede ser misión exclusiva de los sacerdotes o religiosos. No puede...porque las circunstancias históricas han cambiado.

El mundo ha cambiado. Lo hace cada día, cada minuto. Este mundo complejo y en continuo cambio nos exige ajustarnos a sus nuevas exigencias, nos reclama conocer las nuevas características de nuestra sociedad, nos obliga a discernir las necesidades del hombre de nuestro tiempo.

Porque un hecho es evidente: Nuestro mundo ha optado por la ausencia de Dios. Nuestra sociedad ha dado la espalda a Dios, se ha olvidado de Él. La gran tragedia del hombre actual es que Dios no apasiona, no interesa a casi nadie. El hombre de hoy vive su vida preocupado de sus asuntos, ni piensa en Dios ni cree necesitarle, ni siquiera quiere que se hable públicamente de Él, le molesta que se hable de Él y trata de impedirlo.

El cristianismo ha quedado encerrado en las sacristías, en los confesionarios, en los templos. El mensaje evangélico ha dejado de trascender a la vida pública. El cristiano de hoy no hace de su fe un modo de vida.

Conversión, comunión y misión
El mundo actual es irreligioso y laicista: la sociedad, el estado, la escuela, la familia...No vive la fe. En ningún lugar público.

El cristianismo necesita conversos. O quizás "re-conversos". Necesita que las personas vuelvan a dirigir su mirada a Dios y eso sólo puede ocurrir a través de un encuentro con el mismísimo Cristo.

El cristianismo necesita laicos que vivan en comunión, no aislados. La fe no es una cuestión individual. Es una vida comunitaria de entrega incondicional, de servicio, de amor en Jesús, de "Dios con nosotros".

El cristianismo necesita laicos que sean testigos de Cristo y lleven la experiencia de su encuentro con Él a otros.

El cristianismo necesita laicos que vivan la fe todas las horas del día y en todos los lugares: en casa, en la Iglesia, en la calle y en el trabajo. Íntegramente, sin dobleces ni camuflajes, sin separar sus creencias de la vida pública o la vida privada. 
El cristianismo necesita laicos que sean "luz del mundo y sal de la tierra". Si renunciamos a manifestar públicamente nuestra fe, a ser testigos de Cristo, no será posible la evangelización.

El cristianismo necesita hacer que Cristo reine, no sólo en los corazones de los hombres sino en las familias, en la sociedad, en las naciones, en todos los pueblos, en el mundo entero.

El cristianismo necesita salir del individualismo y del personalismo. La defensa de nuestra fe no puede hacerla cada cual por su lado, sino que tenemos que trabajar juntos, mantenernos unidos. 

El cristianismo necesita comprender que lo que importa es Jesucristo, no "mi" causa, no "mi" parroquia, no "mi" diócesis, no "mi" orden, no "mi" movimiento, no "mi" método. Sólo Cristo.

El cristianismo necesita evangelizar eficientemente, haciendo creíble el Evangelio a los ojos de los demás en nuestro ejemplo de vida, para así, acercarse a Dios y a la Iglesia. Porque desgraciadamente, las parroquias se están vaciando por muchas razones y los sacerdotes parecen limitarse a esperar que las personas se acerquen a ellos por "arte de magia". Pero no lo harán si nosotros, los laicos, no las llevamos de la mano.

¡Despertemos al gigante del sueño de la pasividad, de la fantasía de la comodidad y de la alucinación del aletargamiento para que asuma con renovado ardor su vocación misionera: ser luz y sal para el mundo! 

viernes, 19 de agosto de 2016

SIN HÁBITOS NO HAY IGLESIA. SIN LAICOS, TAMPOCO

A lo largo de los dos mil años de la vida de la Iglesia, hemos asumido que la inmensa tarea pastoral dependía únicamente del sacerdote, cuyas funciones han relegado la presencia efectiva del laico en la Iglesia. 

Aunque todos los bautizados tenemos una vocación sagrada, pareciera que ésta se identificara casi exclusivamente con la vocación sacerdotal o religiosa. Esto ha provocado una deformación del verdadero sentido de la Iglesia y una exageración de lo sacro, identificado con lo clerical. Se trata de una ecuación peligrosa: “todas las cosas que pertenecen a los curas y a las monjas son sagradas, y lo demás es lo profano”.

Este mundo clerical, durante mucho tiempo ha hecho de la Iglesia un espacio cerrado, construyendo así dos líneas paralelas desconectadas: 
  • por un lado, la sacral-clerical, identificada con lo que está dentro de la Iglesia, 
  • y por otro lado, la profana, que cada vez más se ha identificado con lo que está fuera de la Iglesia.
Entonces, ¿dónde se daba el encuentro del laico con el sacerdote? En el culto, esencialmente, porque el otro mundo, el de lo económico, de lo político, de lo social, era profano. 

El laico o católico liberal, en lo social, político y económico no era cristiano, pero quizás con un poco de suerte, iba a misa.

Pero el mundo cambia, por supuesto, y la Iglesia toma conciencia clara de esta situación. Es un largo proceso de toma de conciencia por etapas más o menos parciales: León XIII abre la gran perspectiva de lo social para la Iglesia. Surgen ciertos movimientos que, poco a poco, van a ir formando la idea de una acción católica, que se va a institucionalizar con Pío XI.

Todo esto hace cambiar a la Iglesia el concepto del lacio. El laico empieza a contar, a tener peso específico. Porque la Iglesia se va dando cuenta que hay que abrirse al mundo y que hay dimensiones en el mundo que les están encomendadas a los laicos.

Es un cambio de frente, de perspectiva. No es posible seguir pensando que la Iglesia se hace en las sacristías, por lo que se hace necesario enviar al frente a los laicos.

El laico
Así, el laico comienza a participar del apostolado jerárquico de la Iglesia, es institucionalizado dentro de la Iglesia y se le confía la misión de evangelizar el mundo, participando de la misión que Cristo dejó encomendada a los apóstoles. Esta es la misión del laico en la Iglesia a partir de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII.
Pero es fundamentalmente, el Concilio Vaticano II (1962-1965) quien recoge dos grandes líneas de actuación en el futuro: interpretar el mundo e interpretar a la Iglesia para solventar esta contradicción entre lo sacro y lo profano. La Iglesia (dogma, moral y culto) que no cambia, se conforma a las características de este mundo que cambia. 

El Concilio, en su documento "Apostolicam actuositatem" restituye al laico, al seglar, a su lugar imprescindible en la actividad de la Iglesia Católica: el laico es objeto, protagonista y responsable de la evangelización. Y establece sus dos dimensiones:
  • Dimensión sagrada: “Los laicos son los que por el bautismo se incorporan a Cristo, se constituyen en pueblo de Dios, participan a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”. 
¿Qué derechos y obligaciones tiene? El laico tiene en la Iglesia, el derecho a recibir la palabra de Dios y los sacramentos y la obligación de manifestar su parecer, de obedecer y de orar.

Se incorpora al misterio de Cristo como sacerdote, rey y profeta, participando del culto y siendo protagonista de la evangelización.
  • Dimensión secular: “Le corresponde por propia vocación buscar el reino de Dios, tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales”
¿Y de qué modo va a ordenar los asuntos temporales? ¿Cómo va a proceder en lo económico, lo cultural, lo político? 
  • Primero, con el testimonio de vida, fe, esperanza y caridad
  • Segundo, con el propósito de transformar el mundo“Iluminando y organizando todos los asuntos temporales para que se realicen continuamente según el espíritu de Cristo y la gloria de Dios”. No es un problema circunstancial. dice: “Continuamente”. Construir la sociedad de un modo continuo, habitual, y cambiar la sociedad. 
"El laico tiene el deber y derecho de participar en la edificación de la Iglesia y del mundo, y de opinar con caridad, con obediencia, con veracidad, con fortaleza, con prudencia, especialmente a través de las instituciones". 
Así pues, el laico no puede descuidar sus obligaciones religiosas y viceversa, debe realizar la síntesis de ambas a imitación de Cristo. Se hace imprescindible además, que en su relación con el mundo adquiera verdadera competencia en los campos y disciplinas seculares, colaborando con los que tienen idénticos fines y cumpliendo su misión con la luz de la sabiduría cristiana y la observancia atenta de la doctrina y el Magisterio de la Iglesia.

Pueden darse hechos donde se postulen soluciones divergentes, en esos casos, el Concilio aconseja a los laicos a no reivindicar en favor de uno la autoridad de la Iglesia y que procuren ver la luz con el diálogo sincero, buscando la mutua caridad y el bien común.

Así, definida la posición del laico en el mundo, se hace imperativo que tenga activa participación en la vida política, social y económica, así como en los medios de comunicación social.“Le es propio” dice el Concilio, "ejercitar el carácter secular" en dos ámbitos: la Iglesia, buscando el reino de Dios y el mundo, estando presente, tratando y ordenando los asuntos temporales por propia vocación y por propio llamado de Dios.

Aún así, algunos sacerdotes no respetan la opinión de los laicos y algunos laicos son de un servilismo inaguantable o lo que es peor, tampoco respetan la opinión de los curas. Es generalizar mucho, pero ocurre.

Todos tenemos que hacer un esfuerzo en esto, pero es clara la llamada que da el Concilio: “con caridad, con obediencia, con veracidad, con fortaleza, con prudencia y especialmente a través de las instituciones”, porque no es cuestión que cada uno por su cuenta empiece a querer reformar la Iglesia.
Dios nos ha encargado (a sacerdotes y laicos) construir su Iglesia para respetarnos, escucharnos y cuidarnos mutuamente, considerando la “iniciativa propia en el ámbito eclesiástico”. Somos (o deberíamos ser) personas adultas, cristianos maduros y uno de los graves vicios de los sacerdotes y laicos es la puerilidad. No podemos ser pueriles…Ni un laico puede pretender ser siempre un bebe espiritual ni un sacerdote, tratar al laico como a un bebé. Dios nos llama a madurar espiritualmente. Unos y otros. Todos.

El sacerdote
En cambio, el sacerdote es el que recibe el Orden Sagrado y está ordenado, principal y directamente al sagrado ministerio.

El laico debe pedir al sacerdote que le de la palabra de Dios y los sacramentos, y el sacerdote al laico que ordene los asuntos temporales.
"Principal y directamente" no quiere decir que la distinción sea exclusiva y excluyente. Sin embargo, muchas veces descubrimos que se desvirtúan estas vocaciones de dos modos: en el laico beatón, esta suerte de mitad cura y mitad laico, una especie de individuo intermedio, indefinido. Y el cura secularizado, que desvirtúa su misión específicamente sacral.

Esta es una gran tentación para el sacerdote de hoy. Porque los sacerdotes tienen el convencimiento de que saben de todo. Y es falso. Su formación es una formación limitada a lo específico. Han sido formados fundamentalmente para conocer la doctrina de la Iglesia.

Es cierto que siempre han existido sacerdotes que se han dedicado (se les ha permitido), con una vocación personal, a una ciencia profana. Pero no es lo común, ni lo habitual.

Muchas veces el desajuste de esto proviene en que los laicos brillan por su ausencia en los lugares donde tienen que estar dando testimonio, y el sacerdote se ve angustiado por una necesidad pastoral, que se le hace imposible cumplir.

El sacerdote debe reconocer y promover la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia, usando gustoso sus prudentes consejos; encargándoles con confianza, tareas al servicio de la Iglesia; dejándoles libertad y espacio para actuar y animándoles a que asuman tareas propias. En todos los casos, deben mutuamente tener un trato familiar.
En el “Decreto sobre el ministerio de los Obispos” el Concilio resalta el hecho de que la edificación del Cuerpo Místico de Cristo ha sido encomendada a todos y por lo tanto, los sacerdotes deben presidir la comunidad cristiana aunando sus esfuerzos con los laicos reconociendo de esta manera, la dignidad que les corresponde en la misión de la Iglesia.

Deben promoverlos honrando la libertad que les compete y para ello se hace indispensable que consideren sus deseos, escuchen sus opiniones de buen grado y reconozcan su capacidad y experiencia en las cosas humanas.

De todos modos, el laico debe crecer en las cosas de Dios y por eso se recomienda a los sacerdotes que fomenten los distintos carismas que reciben, especialmente aquellos que son atraídos a una vida espiritual más elevada; con todos deben buscar la unidad de la caridad y, como celosos custodios de la doctrina, cuidar que los laicos no sean llevados de “acá” para “allá” por todo “viento de doctrina”.

A los laicos se les pide que amen y ayuden por la oración y las obras a sus sacerdotes, pero si bien deben esperar de ellos orientación e impulso espiritual, no deben esperar ni exigir que sus sacerdotes estén siempre en condiciones de darles inmediata y concreta solución a todas las cuestiones y problemas.

El laico por su bautismo recibe una misión cultual y apostólica, de aquí que el Concilio le pida activa participación en la liturgia y amplia y generosa cooperación en las obras misioneras de la Iglesia.

Por último, en el gobierno y conducción de la Iglesia se hace necesario escuchar a laicos eminentes porque “sin laicos no hay verdadera Iglesia”.

Escasez de vocaciones
Es un hecho, no una opinión: cada vez hay (y habrá menos) sacerdotes. Porque los laicos han dejado de evangelizar en casa. La mayoría de los niños no viven la fe en casa, y algunos ni siquiera saben santiguarse o rezar. Sin "fe en casa" es muy complicado que surjan vocaciones. Consecuencia: Los seminarios están diezmados y apenas ordenan nuevos curas.
Incluso, podríamos llegar a pensar que el Señor está quitando la gracia de la vocación sacerdotal, quizás porque los cristianos no hemos valorado lo que significa el sacerdote.

Les hemos marginado, no les hemos ayudado, les hemos criticado y atacado. Hay realmente una escasez de sacerdotes. ¡No hay sacerdotes! La ausencia de vocaciones quizás sea motivada por el precio tan alto que tienen que pagar y no compense.

Pero por otro lado, va creciendo la vocación de laicos dispuestos a consagrarse a las obras de la Iglesia, no como curas sino como laicos. O sea, que Dios, en su plan perfecto, también nos regala una especie de compensación.

Es por eso que es preciso, una toma de conciencia profunda del laicado:
  • Los laicos tenemos que empezar a ser nosotros, y construir una espiritualidad laica, y construir una presencia de Iglesia laica y no limitarse a la figura del "católico liberal".
  • Los sacerdotes tienen que volver a ser ellosdedicarse a lo específicamente suyo: Sacramentos y Enseñanza de la Palabra. Porque ellos, igual que los laicos, pueden hacer un montón de cosas, pero hay algo que les distingue: el laico no puede absolver, el sacerdote, sí; el laico no puede celebrar misa, y el sacerdote, sí.