¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

jueves, 14 de diciembre de 2017

DONES, FRUTOS Y VIRTUDES DEL ESPÍRITU

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¿Qué es un don del Espíritu? ¿Qué es una virtud? ¿Cuáles son las diferencias entre dones y virtudes? ¿Qué son los futros? ¿Identifico los frutos del Espíritu en mí y en otros?

Hoy hablaremos sobre la acción del Espíritu Santo en nosotros a través de los dones y las virtudes, que se exteriorizan en los frutos.

Dones

Los Dones del Espíritu Santo son medios imperecederos proporcionados por Dios por los que obtenemos las gracias, talentos y carismas necesarios para sobrellevar la vida terrena y alcanzar la santidad.
Son cualidades que se imparten al alma, la hacen sensible a los movimientos de la gracia y le facilitan la práctica de la virtud.

Nos hacen escuchar la silenciosa voz de Dios en nuestro interior y así, ser dóciles a los delicados toques de su mano.

Podríamos decir que los dones del Espíritu Santo son el "aceite" del alma, mientras la gracia es la "gasolina".

Los dones del Espíritu Santo son siete:
  • Sabiduría. Nos proporciona un conocimiento amoroso de Dios, de las personas y de las cosas creadas por la referencia que hacen a Él. Este don está íntimamente unido a la virtud de la caridad y nos dispone a tener "una cierta experiencia de la dulzura de Dios".
  • EntendimientoNos proporciona un conocimiento más profundo de los misterios de la fe al vivir en gracia de Dios y que nos hace crecer en santidad. Este don está íntimamente unido a  la virtud de la fe y nos dispone a tener un mayor conocimiento de  la voluntad de Dios.
  • Ciencia. Nos proporciona una comprensión de lo que son las cosas creadas como señales que llevan a DiosEste don está también íntimamente unido a la virtud de la fe y nos enseña a juzgar rectamente todas las cosas creadas para ver en ellas la huella de Dios, percibir la sabiduría infinita, la naturaleza y la bondad de Dios. 
  • Consejo. Nos proporciona experiencia y madurez para discernir con los ojos de DiosEste don está íntimamente unido a la virtud de la prudencia y nos ayuda a elegir los medios que debemos emplear en cada situación y a mantener una recta conciencia. 
  • Piedad. Nos proporciona la voluntad de fomentar un amor filial hacia Dios y un especial sentimiento de fraternidad para con los hombres por ser hermanos e hijos del mismo Padre. Este don está también íntimamente unido a la virtud de la fe y nos ayuda a tratar a Dios con confianza, la de un hijo hacia su padre.
  • Fortaleza. Nos proporciona la fuerza necesaria para vencer los obstáculos y poner en práctica las virtudes. Este don está íntimamente unido a la virtud de la fortaleza y nos ayuda a resistir y aguantar cualquier clase de peligros y ataques, así como al cumplimiento del deber a pesar de todos los obstáculos y dificultades que encuentre. 
  • Temor de Dios. Nos proporciona un amparo de Dios y un deseo de no ofenderle,y es consecuencia del don de sabiduría y su manifestación externa. No es miedo en sí mismo, sino la voluntad de no dañar ni desobedecer a Dios en ningún sentido con nuestra conducta.
Estos siete Dones del Espíritu son permanentes, nos ayudan a ser más dóciles a la voluntad de Dios y a conseguir la perfección de las Virtudes.

Virtudes

Santo Tomás de Aquino decía que "La gracia perfecciona la naturaleza", lo que significa que, cuando Dios nos da su gracia, no arrasa antes nuestra naturaleza humana para poner la gracia en su lugar. 
Dios añade su gracia a lo que ya somos, a las virtudes naturales, que nos regala al nacer y a las sobrenaturales, que nos concede durante nuestra vida. Todas ellas, encaminadas a ponérnoslo fácil para ser santos.

Las virtudes del Espíritu son hábitos adquiridos o cualidades permanentes del alma que dan inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien y evitar el mal. Crecemos en virtud en la medida en que crecemos en gracia.

Pueden ser sobrenaturales, cualidades infundidas y aumentadas directamente por Dios y naturales, hábitos adquiridos y aumentados por la práctica perseverante, por nuestro propio esfuerzo y disciplina.
  • Teologales
Virtudes sobrenaturales, que junto con la gracia santificante, son infundidas directamente por Dios en nuestra alma, cuando recibimos el sacramento del Bautismo. 

Son tres:

-Fe. En Dios creemos. El apóstol Pablo dice que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11,1). Según el catecismo "la fe es un acto personal, una respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela". 

Es la virtud sobrenatural infundida por Dios en el entendimiento, por la cual asentimos firmemente a las verdades divinas reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que revela. 

Es un principio de acción y de poder que Dios nos concede y que hay que pedírsela, que se caracteriza porque no es pasiva, sino que conduce a una vida activa alineada con el mensaje y el ejemplo de vida de Jesús. 

La fe se pierde por un pecado grave contra ella, cuando rehusamos creer lo que Dios ha revelado.

-Esperanza. En Dios esperamos. Es la virtud sobrenatural con la que deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven, y los medios necesarios para alcanzarla

En otras palabras, nadie pierde el cielo si no es por su culpa, por un pecado directo contra ella, por la desesperación de no confiar más en la bondad y misericordia divinas. Si perdemos la fe, la esperanza se pierde también, pues es evidente que no se puede confiar en Dios si no creemos en El.

-Caridad. A Dios amamos. Es la virtud por la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios

Se le llama la reina de las virtudes, porque las demás, tanto teologales como morales, nos conducen a Dios, pero es la caridad la que nos une a El. Donde hay caridad están también las otras virtudes. 

La caridad es la capacidad de amar a Dios con amor sobrenatural y se pierde sólo cuando deliberadamente nos separamos de Él por el pecado mortal, igual que la Gracia Santificante.
  •  Cardinales
Infundidas también por Dios en el alma por el Bautismo, se llaman así porque de ellas dependen las demás virtudes morales. Estas virtudes no miran directamente a Dios, sino a las personas y cosas en relación con Dios. 

Son aquellas que nos disponen a llevar una vida moral o buena, ayudándonos a tratar a personas y cosas con rectitud, es decir, de acuerdo con la voluntad de Dios. 
Son cuatro: 

-Prudencia. Es la facultad que perfecciona nuestra inteligencia para juzgar con rectitud, sin precipitación y sin premeditación. El conocimiento y la experiencia personales facilitan el ejercicio de esta virtud. 

-JusticiaEs la facultad que perfecciona nuestra voluntad para salvaguardar los derechos de nuestros semejantes a la vida y la libertad, a la santidad del hogar, al buen nombre y el honor, a sus posesiones materiales. 

-Fortaleza. Es la facultad que perfecciona nuestra conducta para obrar el bien a pesar de las dificultades. La perfección de la fortaleza se muestra claramente en los mártires, que prefieren morir a pecar. La fortaleza no podrá actuar si somos conformistas, si tenemos miedo a ser señalados, criticados, menospreciados, ridiculizados e incluso perseguidos.

-TemplanzaEs la facultad que perfecciona nuestro instinto para dominar nuestros deseos, y, en especial, para usar correctamente las cosas que dan placer a nuestros sentidos. La templanza no elimina los deseos, sino que los regula y modera, especialmente el uso de los alimentos y bebidas, y el placer sexual en el matrimonio.  
  • Morales
Las virtudes morales naturales son hábitos adquiridos por nosotros. Existen muchas:

-Piedad filial y Patriotismo. Nos dispone a honrar, amar y respetar a nuestros padres y nuestra patria. 

-Obediencia. Nos dispone a cumplir la voluntad de nuestros superiores como manifestación de la voluntad de Dios. 

Están la Veracidad, Liberalidad, Paciencia, Humildad, Castidad, y muchas más; pero, en principio, si somos prudentes, justos, recios y templados aquellas virtudes nos acompañarán necesariamente, como los hijos acompañan a los padres.

Frutos

Las virtudes se evidencian a través de los Frutos del Espíritu y Pablo las enumera en su carta a los Gálatas 5,22-23: "amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia". Son las "pinceladas anchas", los "trazos gruesos" que perfilan el retrato del cristiano auténtico.

Son doce, de los cuales, los cinco primeros están relacionados fundamentalmente con Dios:
  • Caridad/Amor. El amor es la primera manifestación de la unión del cristiano con Jesucristo, es el fundamento y raíz de todos los demásEl Espíritu Santo, Amor Infinito, comunica al alma su llama, haciéndola amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda la mente y al prójimo, por amor a Dios. La caridad nos hace generosos. Vemos a Cristo en nuestro prójimo, e invariablemente lo tratamos con consideración, siempre dispuestos a ayudarle, aunque sea a costa de inconveniencias y molestias. Donde falta este amor no puede encontrarse ninguna acción sobrenatural, ningún mérito para la vida eterna, ninguna verdadera y completa felicidad.
  • Gozo/Alegría. Al fruto principal del Espíritu Santo, el amor, "sigue necesariamente el gozo, pues el que ama se goza en la unión con el amado". La Alegría, que emana espontáneamente de la Caridad o Amor, da al alma un gozo profundo, producto de la satisfacción que se tiene de la victoria lograda sobre sí mismo, y del haber hecho el bienEs una alegría desbordada y optimista, que no se apaga en las tribulaciones, sino que crece por medio de ellas y por la cual irradiamos un resplandor interior que se aprecia en el exterior.
  • Paz. El amor y la alegría dejan en el alma la paz, "la tranquilidad en el orden", como la define San Agustín, y nos da serenidad, tranquilidad y ecuanimidad. El Gozo verdadero lleva en sí la paz que es su perfección, porque supone y garantiza el tranquilo goce del objeto amado que, por excelencia, no puede ser otro sino Dios, y de ahí, la paz es la tranquila seguridad de poseerlo y estar en su gracia. Esta es la paz del Señor, que supera todo sentido, como dice San Pablo (Filipenses 4,7) pues es una alegría que supera todo goce fundado en la carne o en las cosas materiales, y para obtenerla debemos inmolar todo a Dios. 
  • Paciencia. La Iglesia Católica nos enseña que la plenitud de amor, gozo y paz solo se alcanzará en el cielo. Mientras tanto, nuestra vida es una permanente lucha contra enemigos, visibles e invisibles, y contra las fuerzas del mundo y del infierno. Por eso, el Espíritu Santo nos infunde la paciencia para sobrellevar esta lucha con buen ánimo, sin rencor ni resentimiento, haciéndonos superar los obstáculos y las turbaciones que produce en nosotros, y para encontrarnos en armonía con las criaturas con que tratamos. 
  • Longanimidad. Parecida a la paciencia, es una disposición estable que confiere al alma una amplitud de visión y de generosidad por las cuales somos capaces de esperar el tiempo que Dios quiera antes de alcanzar las metas deseadas, cuando vemos que se retrasa el cumplimiento de sus designios. Sabe tener bondad y paciencia con el prójimo, sin cansarse por su resistencia y su oposición. No se subleva ante el infortunio y el fracaso, ante la enfermedad y el dolor. Desconoce la auto compasión: alzará los ojos al cielo llenos de lágrimas, pero nunca de rebelión. Longanimidad es coraje y  ánimo en las dificultades que se oponen al bien, es un ánimo sobrenaturalmente grande para concebir y ejecutar las obras de la verdad.
Los siguientes frutos están relacionados con el prójimo:
  • Bondad. Es la disposición de beneficiar al prójimo, de hacer el bien a los demás. Es una disposición a  defender siempre con firmeza la verdad y justicia. No busca el beneficio ni la comodidad propias. No juzga, ni critica ni condena a los demás;. Jamás compromete sus convicciones ni contemporiza con el mal. La bondad, efecto de la unión del alma con Dios, bondad infinita, infunde el espíritu cristiano sobre el prójimo, haciendo el bien y sanando a imitación de Jesucristo. 
  • Benignidad. Es una disposición estable al deseo del bien de los demás y procurarlo. Es una disposición constante a la indulgencia, amabilidad y a la afabilidad en el hablar, en el responder y en el actuarNos dispone a tener una consideración especial por los niños y ancianos, por los afligidos y atribulados. Se puede ser bueno sin ser benigno teniendo un trato rudo y áspero con los demás; la benignidad vuelve sociable y dulce en las palabras y en el trato, a pesar de la rudeza y aspereza de los demás. Es una gran señal de la santidad de un alma y de la acción en ella del Espíritu Santo. 
  • Mansedumbre. Relacionada con las dos anteriores, la mansedumbre es la perfección de ambas. La mansedumbre se opone a la ira, que quiere imponerse a los demás y se opone al rencor que quiere vengarse por las ofensas recibidas. Hace al cristiano delicado y lleno de recursos. Le dispone a entregarse totalmente a cualquier tarea que le venga, pero sin agresividad ni ambición. Nunca trata de dominar a los demás. Sabe razonar sin ira, con persuasión y dulzura en las palabras, y jamás llega a la disputa.
  • Fidelidad. Es la disposición a mantener la palabra dada, ser puntuales en los horarios y cumplidor en los compromisos, que glorifica a Dios, que es verdad. Quién promete sin cumplir, quien fija hora y llega tarde, quien es cortés delante de una persona y luego la desprecia a sus espaldas, falta a la verdad y a la fidelidad.
Los tres restantes frutos están relacionadas con la virtud de la Templanza:
  • Modestia. Es la disposición a la justicia y el equilibrio ante cualquier situación, que conociendo sus propios talentos, ni los empequeñece ni los aumenta, ya que no son resultado de sus trabajos sino que es un don de Dios. La modestia es atrayente porque exterioriza sin quererlo una sencillez, orden y calma interiores. La modestia "pone el modo", es decir, regula la manera apropiada y conveniente en cualquier situación: en el vestir, en el hablar, en el caminar, en el reír, en el jugar. reflejando pureza del alma, excluyendo todo lo áspero, vulgar, indecoroso y mal educado.
  • Continencia. Es la disposición del alma que mantiene el orden en el interior del hombre y evita lo que pueda empañar su pureza exterior e interiorContiene en los justos límites la concupiscencia, no sólo los placeres sensuales, sino también los placeres concernientes al comer, al beber, al dormir, al divertirse y en los otros placeres del mundo.  
  • Castidad. Es la disposición hacia la victoria sobre la carne y que hace del cristiano templo vivo del Espíritu Santo. El alma casta, ya sea virgen o casada (porque también existe la castidad conyugal, en el perfecto orden y empleo del matrimonio) gobierna su cuerpo, en gran paz y en inefable alegría de la íntima amistad de Dios.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

AUSENCIA DE JUVENTUD

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Muchos lo vemos, muchos lo pensamos, muchos miramos a otro lado y pocos lo decimos: "la realidad de nuestra Iglesia Católica, la evidencia de la mayoría de nuestras comunidades parroquiales es la terrible ausencia de juventudCatólicos entrados en años y sacerdotes, metidos en años".

Con frecuencia escuchamos que "faltan vocaciones"... y yo me pregunto ¿cómo no van a faltar si en muchas de nuestras parroquias se da una desproporción tan alarmante? ¿Cómo van surgir vocaciones sacerdotales si no existen comunidades que las susciten? ¿Cómo van a existir comunidades cristianas si escasean los sacerdotes jóvenes capaces de "llegar" y de  "acercar" a nuestros jóvenes a Cristo?

Desde un punto de vista sociológico, nuestras parroquias son organizaciones desproporcionadas, sin armonía cuya media de edad oscila entre los 60/65 años. Es una terrible y peligrosa asimetría.

Resultado de imagen de MisaDesde un punto de vista docente, los métodos y los lenguajes, a menudo, están caducos y obsoletos. Y digo "métodos y lenguajes", que no mensaje, porque tenemos el mejor de los anuncios, el mayor regalo del universo y sin embargo, o no nos lo creemos o no sabemos "venderlo". 

Lo digo, principalmente (y con dolor de corazón), por el "piñón fijo" que algunos sacerdotes mayores siguen utilizando en las homilías, basado en un lenguaje que no llega, en un estilo de oratoria que los jóvenes son incapaces, no ya de entender, sino tan siquiera escuchar. 

Está claro que la Iglesia de Cristo no puede ni debe ser ni un parvulario, ni una escuela o instituto, ni un club de matrimonios, ni una residencia de ancianos pero si reflexionamos un poco, llegaremos a la certeza de que Jesús concibió y fundó su Iglesia para que fuera una familia completa, donde los niños fueran la alegría, los jóvenes la esperanza, los adultos el compromiso y los ancianos la experiencia.

Imagen relacionadaUna parroquia formada en su mayoría por personas mayores confiere serenidad y equilibrio, y que en comunión con los adultos, aporta compromiso y servicio, pero sin jóvenes, pierde alegría, valor, fuerza vital, creatividad y visión de futuro. El problema es de doble dirección: a los mayores les incomodan los jóvenes y viceversa.

Y es que debemos entender que la juventud es y será siempre "joven". Y los jóvenes difícilmente escuchan a los mayores, y menos, si hablan "otro idioma". 

La juventud es impetuosa, osada, ruidosa y hasta inconstante, pero nosotros como adultos maduros debemos ser capaces de recordar que una vez también fuimos jóvenes entusiastas, contestatarios y algo desordenados...esas mismas actitudes de las que el Espíritu Santo puede servirse para recordarnos a los "mayores" que a ningún cristiano le es lícito anclarse en el camino hacia Dios y que, como dijo Jesús: "para entrar en el reino de Dios hay que ser como niños". Él no dijo: "hay que ser como ancianos".

¿Por qué los jóvenes no van a la Iglesia?

Existen una serie de factores por los que los jóvenes sufren un cierto stress que les hace mantener la mirada puesta lejos de la Iglesia. 

Su psicología ante las expectativas de futuro les hace ser inconstantes, inseguros y confusos. Les resulta difícil conectar con los mayores tanto en la familia como en la sociedad. Ven la Iglesia como "algo para viejos" y huyen de la norma y de la autoridad. Viven bajo una gran preocupación por el futuro, por la adquisición de un trabajo y se liberan a través del deporte y del ocio.  

Son particularmente vulnerables e influenciables por la tiranía de los medios de comunicación y las redes sociales. Son la "generación tecnológica" , de la imagen, del "smart phone", de la música de la electrónica. 
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La Iglesia no puede competir con la TV, el cine, los conciertos y mucho menos con Facebook, Twiter o Instagram. Allí es donde encuentran su forma de pensar y de actuar. Su vida va tan "acelerada" que no tienen tiempo para dedicar a la liturgia o la oración.

La sociedad de consumo les regala multitud de principios cómodos, de estímulos atractivos y de actividades excitantes que distan mucho de los valores trascendentales. 

La Iglesia les parece poco creíble y atractiva, solamente convincente con el recurso de la autoridad. Su estructura les parece desfasada, anónima, fría, distante y poco satisfactoria, en un mundo donde lo que prevalece es el hedonismo y la satisfacción propia.

Los jóvenes se sienten rechazados por los mayores y, por ende, piensan que la Iglesia no les acepta, nos les toma en serio ni les escucha; que no les comprende ni se preocupa de ellos ni de sus necesidades; tienen la impresión de ser mirados con recelo, criticados y señalados; se sientes descuidados y relegados.
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La juventud pide ser escuchada, no mañana, sino hoy. Quieren ser partícipes de las decisiones y de las actividades, en definitiva, sentirse útiles y valorados. 

Desean que, en la Iglesia, los mayores se atrevan a darles responsabilidades, a dejar que tomen decisiones, a participar y preparar las celebraciones, a ser parte activa de la vida parroquial. En definitiva, a ser "visibles".

Pero en la Iglesia se cuenta poco con ellos, no se les comprende ni se les acepta en las tareas pastorales, no les ofrecen experiencias vivas de celebración y comunidad. Según los jóvenes, los sacerdotes parecen no entender ni su forma de pensar ni de  actuar; no entienden el papel que pueden desempeñar dentro de las parroquias; tampoco favorecen su participación en la vida parroquial; les ven lejanos y distantes con ellos; no se hacen entender en sus homilías ni son participativos con ellos.

En general, es difícil para los jóvenes aceptar a la Iglesia por su sentido tradicional, normativo y jerárquico. Por su espíritu vital y participativo exigen "otra Iglesia" que les escuche y otra actitud que les responsabilice.

Entonces ¿cómo atraer a los jóvenes?

En primer lugar y por razones de vitalidad y supervivencia, los jóvenes deben ser prioritarios en los planes de pastoral. Unos planes de pastoral que, sin rodeos ni complejos, anuncien valiente y descaradamente a Cristo, que no conviertan a los jóvenes en "robots" de la ley y la norma, y que enseñen la "alegría" y el amor del Evangelio.

Siempre que en la Iglesia se ha presentado toda la grandeza de Je­sús, su amor y, también, sus exigencias, la juventud ha respondido. Recordemos si no a S. Francisco de Asís, a S. Ignacio de Loyola, a S. Francisco Javier o a Santa Teresa de Lisieux. 

Jesús anunciado no como una "idea" sino como un amigo, vivo y cercano, es capaz de atraer al más joven y al más reacio.

Es necesario dar una oferta atractiva y válida a los jóvenes. Estoy convencido que el pasotismo, la desilusión, el escepticismo y la falta de compromiso entre la juventud son la respuesta a una sociedad que no tiene ofertas válidas, y a unos católicos que hemos diluido la fuerza del mensaje cristiano. 

Es necesario hablar, explicar y presentar con buena pedagogía el mensaje. Por lo general, nuestras palabras son etéreas; nuestras homilías, somníferas; nuestros planes de pastoral, irreales; los signos de nuestras celebraciones no son explicados, o son mal presentados o, 
simplemente, incomprensibles a la juventud de hoy.

No estaría de más que los sacerdotes explicaran muchos de los signos litúrgicos que nuestra juventud desprecia, porque los ignora. Nadie se acerca a lo desconocido. como tampoco puede amar lo que no conoce.
Es necesario pedir a los responsables de alto nivel más sensibilidad con los jóvenes, menos vetos a sus ideas, más escucha a sus necesidades y más participación en sus realidades.

En nuestras parroquias, no podemos vivir indefinidamente de la renta de generaciones pasadas; como tampoco podemos dar "carta blanca" a tanto capricho, superficialidad, relativismo e imposición por parte de algunos curas contra el sufrido pueblo.

Es necesario que la comunidad cristiana reconozcamos los carismas, los dones y los talentos de la juventud y le ofrezca el lugar que le corresponde. 

Es vital que las parroquias dejen de ser espacios poco acogedores o, tal vez, incluso incómodos para los jóvenes. 

Una gran ayuda: la oración

Muchos estamos convencidos que esta "perdida de identidad", esta "desubicación" de la Iglesia en el mundo de hoy, y esta "desproporcionalidad" en nuestras parroquias se deben a la falta de oración, a la escasez de oradores y adoradores. 

Porque sólo el que ora y el que adora tiene sentido de Dios, conciencia de la presencia de Cristo y la guía del Espíritu Santo, para situarse como servidor de Dios y de los hombres.

Sin oración, todo está perdido.

¿Qué cosas debemos cambiar?

Hay que cambiar muchas cosas, empezando por cambiarnos a nosotros mismos: en la medida que los mayores seamos más humildes, en la medida que renunciemos a nuestras suficiencias y añoranzas, en la medida que valoremos la novedad constante del Evangelio, y en la medida que aceptemos las diferentes maneras de comprenderlo y vivirlo, por parte de los más jóvenes.

Resultado de imagen de jovenes cristianosEs necesario un "nuevo avivamiento" del mensaje evangélico, se precisa un "nuevo nacimiento" de Jesús, para que nuestros jóvenes, ya sean humildes pastores o sabios reyes magos, puedan acercarse al portal a adorar al Niño, puedan comprender al ángel o a la estrella que les anuncia la salvación.
Pero, esto no será posible si nosotros, los adultos (sacerdotes y laicos comprometidos con Dios), no recuperamos en nuestro interior y con toda su fuerza, el fuego del mensaje de amor de Nuestro Señor Jesucristo.

Nada de eso será posible mientras no nos digamos el uno al otro: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lucas 24,32).

Entonces, seremos capaces de vivir "con el corazón en ascuas" y gritar al mundo que "¡Jesucristo ha resucitado!".

Si tomamos conciencia de ofrecerles todo esto a nuestros jóvenes, serán capaces de volver a llenar de nuevo nuestras parroquias, no forzados por sus padres o su entorno, sino por propia iniciativa.
Serán capaces de enfrentarse a la poderosa atracción del mundo; serán capaces de encararse contra quienes, por su propio y exclusivo interés, les imponen gestos, actitudes, modas, ideologías y los criterios a seguir.

Serán capaces de darse cuenta de quién les "come el coco" en su provecho egoísta; serán capaces de crecer en la fe, con una personalidad liberada del mal..., entonces, amanecerá un nuevo día para la humanidad y para la misma Iglesia.




martes, 12 de diciembre de 2017

PARROQUIAS PEQUEÑAS CON IMPACTO

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El tamaño de una parroquia nunca delimita el poder de Dios. El Señor siempre hace grandes cosas, también en parroquias pequeñas. El tamaño de nuestra comunidad no es tan significativo como lo que Dios tiene pensado hacer a través de ella.

No obstante, me pregunto: ¿Mi parroquia está sana? ¿Evangeliza? ¿Tiene visión? ¿Transforma vidas?

Si es así, ¡sigamos haciendo lo que estamos haciendo! Todos queremos que nuestras parroquias crezcan, sin embargo, en última instancia, su tamaño depende de Dios. Nuestro trabajo es servir y dejarle el resto a Él.

San Agustín decía: "Trabaja como si todo dependiera de ti y reza como si todo dependiera de Dios". 

Sin embargo, la mayoría de las parroquias pequeñas, a menudo, se estancan debido a la escasez de recursos económicos o humanos. 

Es fácil desanimarse ante tales evidencias, pero es de vital importancia enfocarse en lo que Dios nos pide que hagamos para tener impacto, con independencia del tamaño o la cantidad de recursos de una parroquia. 

¿Qué marca la diferencia entre una parroquia con impacto y otra que no lo tiene? Veamos algunos aspectos:

Singularidad

Siempre hay una razón determinante por la que elegimos asistir a una parroquia en lugar de a otra: algo que hace que esa parroquia sea especial, su "receta secreta", su ADN único, y que es preciso conocerlo y enfocarse en ello.
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Puede ser una adoración maravillosa, una pastoral de servicio y evangelización, una acogedora comunidad, una especial atención a los jóvenes o tal vez, un sacerdote que comunica y llega a los corazones. 

Pero esa singularidad no puede copiarse ni forzarse. No se trata de sentarse en una reunión y decidir lo que se quiere ser. Ya está allí, debemos descubrirla y aprovecharla.

Agilidad

Una parroquia grande es como un transatlántico. Es poderoso y navega "a toda máquina", pero no se puede mover ni girar rápido. Puede atascarse en la complejidad de sus propios sistemas.

Una parroquia pequeña es más como una lancha fueraborda: es rápida y puede virar en un instante. Puede tomar decisiones más rápido y responder a las necesidades de las personas con más facilidad.

Puede sentir lo que Dios está pidiéndole y cambiar el rumbo. Puede experimentar con nuevos métodos sin grandes esfuerzos. Si gana tracción, sigamos adelante; si no, paremos y pidamos a Dios ayuda. No tengamos miedo de experimentar, pero mantengamos nuestra lista de pastorales muy corta.

Intimidad

Esta es una de las principales razones por las que las personas prefieren parroquias pequeñas. La cercanía, la conexión y la fraternidad son fantásticas. Ayuda a las personas a sentirse en casa y cuidadas en su iglesia. 

Sin embargo, la intimidad puede ser una espada de doble filo, así que mantengamos un buen liderazgo para lograr un equilibrio entre una comunidad reducida e invitar a nuevas personas a formar parte de ella.

Esta sensación de cercanía es una de las mejores cualidades que una parroquia pequeña tiene pero debemos alentar a la comunidad a hacer amigos e invitarlos a unirse a ella. 

No pongamos en práctica un método para un "gran día" especial, sino como un estilo de vida parroquial.

Siembra

Para crecer y multiplicar nuestra parroquia es importante sembrar. Existen muchos tipos de semillas para la siembra:  el amor, la bondad y la compasión son semillas que redundan en grandes dividendos con el tiempo. 

La generosidad, la acogida y la preocupación por las necesidades de las personas, también. ¿En cuáles de estas "semillas" somos buenos y cuáles necesitamos mejorar?

Otras semillas pueden ser "pensar a lo grande", algo inusual en una parroquia pequeña. ¡Dios siempre bendice cuando pensamos a lo grande y nos entregamos a ello!

Gracia

La Gracia de Dios no está reservada sólo a las parroquias grandes y poderosas. De hecho, creo que Él busca parroquias y personas humildes, comprometidas y dispuestas a recibir sus dones. En 4.000 años de historia sagrada, casi siempre ha actuado así.

La Gracia de Dios es, de hecho, un misterio que no podemos comprar o conseguir por nuestros medios. Es un regalo que el Señor nos ofrece cuando tenemos los corazones dispuestos a recibirlo.

A veces, es tan sencillo como pedírsela a Dios en oración para que se derrame en nuestra parroquia, y otras, esperar con paciencia y seguir siendo fieles haciendo lo correcto.

La Gracia de Dios no es una varita mágica para que una parroquia crezca. Es un toque divino que trae lo sobrenatural hacia lo natural. Proporciona un cambio de rumbo y un impulso. 

La Gracia es esa santa presencia que hace que el trabajo duro se convierta en resultados fructíferos.

lunes, 11 de diciembre de 2017

LA TIBIEZA, UNA PELIGROSA ENFERMEDAD

"La tibieza es una cierta tristeza, 
por la que el hombre se vuelve tardo 
para realizar actos espirituales 
a causa del esfuerzo que comportan" 
(Santo Tomás de Aquino)

La tibieza es la enfermedad contagiosa y asintomática más peligrosa de la vida espiritual de un cristiano, sea obispo, sacerdote, religioso o laico. Por desgracia, la Iglesia está infectada de tibieza y por ello, enferma.

Es un mal que se da en personas que buscaron a Dios con sinceridad, pero que por haber caído en la rutina, por falta de fortaleza, perseverancia…, poco a poco perdieron “el amor del principio” (Apocalipsis 2,4). 

Almas que en un principio se entregaron sin reservas, luego perdieron la luz del Amor, abandonaron la búsqueda de la santidad y fueron cayendo progresivamente, primero en la tibieza y luego en el pecado.

La tibieza no es un sentimiento ni un estado afectivo ni un melancólico decaimiento, sino una actitud voluntaria, una decisión consciente, un rechazo deliberado de abandonarse a Dios y seguir hasta el final su voluntad.  No en vano, Dios es duro y firme con ella: "Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueses frío o caliente. Pero porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca." (Apocalipsis 3,15-16).

La tibieza aparece por una dejadez prolongada de la vida interior y consiste en un relajamiento o pereza espiritual que quiebra la voluntad y elude el esfuerzo.

La tibieza se aloja en el corazón del que ha caído en la insensibilidad espiritual, la indiferencia ante el bien y quien tiene desdibujado a Cristo en su vida

Un cristiano tibio "está de vuelta", es un "alma cansada", un "corazón hastiado" en el empeño por mejorar y buscar la santidad, se siente incapaz de reaccionar contra el pecado y sucumbe a él.

La tibieza nace por la falta de constancia en el amor y es el resultado de caer en la rutina espiritual, en el desánimo, en la pérdida de las fuerzas para mantenerse activo

Es un proceso que comienza casi sin darse cuenta, en el que la conciencia se va apagando poco a poco, hasta llegar a un punto en el que ya no alerta, en el que todo lo justifica, en el que ya sólo se ve la propia conveniencia. 
El tibio adopta una pereza consentida, un rencor mantenido, una irregularidad que arraiga en él de forma permanenteSu vida espiritual y su fe son cómodas y "a la medida". Perdido el ardor espiritual inicial, se conforma con el “yo no mato ni robo”, pero olvida que vivir la fe no consiste en no hacer nada malo, sino en “buscar la santidad”.

No debemos confundir tibieza con sequedad espiritual:
  • La tibieza es fruto de la desgana o el desaliento para seguir por el camino que Dios nos ha trazado. Produce una aridez culpable del espíritu ante las cosas de Dios, que podría haber sido evitada. La tibieza es estéril y dañina pues se deja llevar por el sentimiento.
  • La sequedad espiritual es permitida por Dios para fortalecer nuestro espíritu, para ayudarnos a madurar, purificar nuestra alma y llevarnos a una mayor unión con Él. La verdadera piedad es fructífera y buena pues se deja llevar por la inteligencia, iluminada y ayudada por la fe. Con ella se obtiene la voluntad decidida de servir a Dios, con independencia de nuestros estados de ánimo y circunstancias.

¿Cómo saber si hemos caído en la tibieza?

1.- Desaliento

Cuando no se hacen las cosas como se debe, la voluntad se debilita, el amor pierde su fuego, la llama de la fe se apaga y se cae en la indiferencia, que lleva irremediablemente al desaliento, el primer paso hacia la tibieza.

La persona que cae en el desaliento piensa que eso de luchar por la santidad no es para él; quizá para almas elegidas, pero Dios no le llama a él para tanto. “No hay que ser exagerados”, piensa el tibio. Se auto-convence de que no ha nacido para ser santo.


El tibio sufre un error de perspectiva, pues es incapaz de ver el amor de Dios tal cual es; lo único que ve, es lo difícil que es cumplir con ese amor. Al comprobar la alta exigencia de la vida cristiana, se acomoda y "tira la toalla"

Esto ocurre porque se mira la cruz desde abajo, desde la dificultad y con una visión humana. Sin embargo, vista desde arriba, desde el punto de vista del amor divino, la cruz se ve como el gozo perfecto, y morir a uno mismo no sólo ya no parece tan difícil, sino que se convierte en un anhelo.

2.- Relajamiento espiritual

El espíritu del tibio se relaja y todo le da igual. Todas las cosas que antes le ilusionaban, ahora ya no tienen interés. 

Su mirada esta puesta en los atractivos modelos mundanos, en las ideas novedosas que invitan a tomar actitudes y comportamientos de menor exigencia y que, además, suelen estar alejados del ideal cristiano.

3.- Conformismo

El paso siguiente es el conformismo, que se produce cuando se aceptan valores, actitudes y comportamientos del mundo.

La vida sacramental y la oración se vuelven aburridas y pesadas; se considera una pérdida de tiempo pues no se saca nada de ellas. Es por ello que se posponen, dando prioridad a otras actividades aparentemente más “útiles”. Las prácticas de piedad quedan vacías de contenido, sin alma y sin amor. Se hacen por rutina o costumbre.

4.- Superficialidad

Se siente una desafección por hacer cosas que antes llenaban el corazón de satisfacción: la oración, los sacramentos, el apostolado, las buenas obras, el cumplimiento de los deberes del católico. 

De repente, le empiezan a llamar mucho más la atención las amistades superficiales, la diversión, el ocio…. En una palabra, se cambia el esquema de valores cristianos y se sustituye por otro menos valioso, más cómodo y más atractivo.

5.- Egoísmo

Se pierde la generosidad y se afronta la vida con una visión utilitaria y práctica. Aparece el egoísmo: sólo vale lo que aporta beneficio, comodidad, placer o satisfacción personales.

Es frecuente ver en la persona tibia una hiperactividad, motivada más por la necesidad de sobresalir, por buscar el aplauso o la medalla, que no por un deseo de hacer el bien.

6.- Huida del esfuerzo

La persona que cae en la tibieza huye de todo aquello que pueda suponer esfuerzo o sacrificio. 

Busca éxitos rápidos que además no exijan mucho trabajo. El mero hecho de pensar que tiene que sacrificarse, le espanta.

7.- Aceptación deliberada del pecado venial

El alma tibia acepta el pecado venial con toda tranquilidad, sin preocupación; conoce su maldad, pero como no llega a ser pecado mortal, vive con una paz aparente, considerándose buen cristiano, sin darse cuenta de la peligrosidad de tal conducta, ya que es el detonante del pecado mortal.

De la tibieza del espíritu nacen muchos pecados veniales, de los que apenas se da uno cuenta, pues poco a poco se van extinguiendo la luz del juicio y la delicadeza de la conciencia. 

El examen de conciencia desaparece, o se hace con ligereza y sin prestar atención. De ese modo se va amortiguando el miedo al pecado mortal.

Remedios contra la tibieza

No es fácil salir de un estado de tibieza, pues el espíritu ha quedado tan debilitado y deforme que es preciso echar mano de la gracia de Dios para que espolee la conciencia y el corazón, para que arranque de nuevo con brío el “motor” de la vida espiritual. 

Hay que volver a andar por el camino de la conversión, de la superación, de la perfección; y al mismo tiempo, desandar todo aquello que las fue entibiando.

1.- Volver a Dios

La tibieza no tiene otra solución que Dios mismo. Es decir, sólo la gracia de Dios le hará salir de ella
Si la persona que ha caído en la tibieza tiene buena disposición para salir de la misma, Dios iluminará su mente para que sea capaz de darse cuenta del estado de su alma y al mismo tiempo, le dará las fuerzas necesarias para que lo pueda hacer. 

La esencia de la tibieza y su gravedad consiste en que el alma se encuentra cómoda consigo misma, no quiere cambiar; es por ello que salir de la tibieza se requerirá una “nueva conversión” a Dios y un “abandono” de todo ese estilo de vida que le fue enfriando progresivamente.

2.- Volver a amar como se amó

Para salir del “letargo” espiritual es preciso proponerse pequeñas metas para lograr que ese amor arda de nuevo. Volver al origen, al encuentro personal con Cristo resucitado que nos espera a la puerta de nuestro corazón.

La Sagrada Escritura nos recuerda: “Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera.” (Apocalipsis 2,5).

3.- Volver a la oración, a los sacramentos y a los valores cristianos


Es recomendable volver a una vida de oración y de sacramentos más asiduas y continuas, para lograr reencontrarse con Dios, y dejar caer esa venda que impide verle con claridad.

Las personas tibias necesitan llevar una vida más ordenada, priorizada según la escala de esos valores cristianos, alterados o cambiados por la tibieza. Volver a educar ese alma, haciéndole ver que en la vida hay muchas cosas, pero unas tienen más importancia que otras. 

4.- Hacer una buena confesión

Una buena confesión ha de estar precedida de un diligente, serio y profundo examen de conciencia. Acercándose a Dios y pidiéndole luz para entrar dentro de la propia conciencia y descubrir los males que la corroen.

Hecho esto, es menester acercarse al confesonario con humildad y arrepentimiento para abrir el corazón al sacerdote. Exponer con detalle lo que pasa y al mismo tiempo, pedirle a Dios que ilumine al confesor para curar este mal. 

Por otro lado, una confesión frecuente bien hecha es el mejor remedio para salir de la tibieza y no volver a caer en ella.

5.- Buscar dirección espiritual

Dado que la enfermedad es muy grave, pues podría ser mortal, es conveniente acudir a un director espiritual que le acompañe en el camino de reinserción con Dios. Y por supuesto, ser humilde y dócil a sus consejos. 
La tibieza es una enfermedad que se contrae poco a poco y serán muchos los “puntos” que habrá que cambiar antes de que el alma se sienta otra vez sana y vigorosa.

Lo importante para salir de la tibieza no es llenarse de prácticas espirituales; es mejor limitarse generosamente a aquellas que se puedan cumplir cada jornada, con ganas o sin ganas. Esas obras, hechas de nuevo sin rutina y con amor, le llevarán a recuperar el ardor del amor.

Y no olvidar nunca que durante todo el camino de vuelta, siempre está la Virgen Santísima y a Todos los Santos, acompañando y cuidando. Algunos de éstos últimos también pasaron por el “trance” de la tibieza, pero con valentía, amor y gracia salieron adelante.

En otro articulo anterior, hablamos de la necesidad urgente que tiene la Iglesia de "santos” y de cómo tanto Benedicto XVI como Francisco piden nuevos santos que salven a la Iglesia de la profunda crisis por la que ahora atraviesa.

¡Abandonemos la tibieza! ¡Busquemos la santidad!

Aunque no lo creamos, Dios nos lo pone fácil para ser santos. Porque además es lo que Él quiere que seamos. Y para Dios, nada es imposible.