¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 3 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (4)


"La planta que no haya plantado mi Padre celestial, 
será arrancada de raíz."

(Mateo 15, 1-2. 10-14)

Los hombres tenemos la mala costumbre de complicar las cosas. Incluso las que Dios nos dice.

Tenemos la manía de tergiversar, acomodar y convertir la fe en un serie de acciones externas, muchas veces, sin sentido, sin entendimiento, sin discernimiento.

El otro día escuchaba a un hermano decir con mucho sentido que tenemos que aprender a diferenciar entre Dios y las "cosas de Dios".

Y es que, habitualmente, hacemos cosas para el Señor por rutina, por tradición o costumbre pero realmente no entendemos el espíritu con el que Dios nos las confió.

Las "cosas de Dios", los mandamientos de Dios, las normas de Dios...las convertimos en Dios. Pero no son Dios.

Vamos a misa porque es lo que debemos hacer, celebramos fiestas religiosas porque lo pone el calendario, evangelizamos porque es lo que "toca", rezamos como "loros" sin saber lo que decimos, somos católicos porque hemos nacido en España y no en India...creyendo que es lo que Dios quiere.

Pero eso que hacemos es "cumplir por cumplir",  "hacer por hacer", "rezar por rezar"...y muchas veces, lo hacemos sin saber por qué o para qué.

Sin darnos cuenta, convertimos el cristianismo en una serie de obligaciones, tradiciones y rutinas que se alejan del propósito inicial de Dios.

Nos dejamos guiar por actitudes ciegas que Dios no ha sembrado y que nos hacen caer en un hoyo.

Y lo que Dios no ha plantado, Él lo arrancará de raíz.

domingo, 26 de enero de 2020

APOSTASÍA EN LA IGLESIA CATÓLICA

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"Siguen los deseos impuros de la carne 
y desprecian la autoridad del Señor. 
Atrevidos y arrogantes, 
no tienen miedo en blasfemar contra los seres gloriosos, (...) 
hablan mal contra las cosas que no conocen, (...) 
encuentran su felicidad en el placer de un día; 
hombres corrompidos e inmundos,
 se gozan en sus engaños mientras banquetean con vosotros; 
tienen sus ojos llenos de adulterio y no se hartan de pecar; 
seducen a los inestables; 
tienen el corazón habituado a la avaricia, son gente maldita. 
Abandonaron el buen camino, se extraviaron (...)
 Éstos son fuentes sin agua, nubes azotadas por el viento, 
a quienes les aguardan densas tinieblas. 
Con sus discursos pomposos y vacíos 
despiertan los deseos carnales y el desenfreno 

de aquellos que apenas habían logrado escapar de los que viven en el error. 
Les prometen la libertad, mientras ellos son esclavos de la corrupción
Mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia 
que, después de haberlo conocido, 
apartarse del mandamiento santo que se les había transmitido."
(2 Pedro 2, 9-17 )

Desgraciadamente, muchos católicos, que siguen en la Iglesia, han dejado de creer en Dios y se han vuelto hostiles al cristianismo auténtico, reacios a la búsqueda de la santidad, rebeldes a la moralidad y traidores a Cristo.

Han abandonad
o el camino y se han extraviado en una apostasía que no se marcha, sino que se queda dentro de la Iglesia, igual que Judas.  
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Propagan una herejía que presenta a un Dios anodino, transigente, timorato y que aplaude cualquier elección que hagamos. Nada de lo que hagamos nos llevará al cielo o al infierno.  

Se han instaurado en un relativismo herético, adoptando la religión del anticristo, que predica un Dios sin autoridad, un mundo sin pecado, un reino sin juicio y un Cristo sin la cruz.

Tratan de implantar una fe intrascendente, sin importancia, menor, sin sentido, en la que nada conduce a nada, en la que todo vale y nada obliga. 

Siguen una religión progresista, cómoda y fabricada a la medida: sin sacrificio, ni sufrimiento ni disciplina, en la que no existe el pecado, y por tanto, tampoco es necesaria la Cruz.

Prom
ueven una ideología "liberalista e igualitarista", de deseos y anhelos particulares, que defiende la comunión en situación irregular, que aboga por el fin del celibato sacerdotal y por el sacerdocio femenino.

Abogan po
r una herejía que niega la existencia del Diablo y del infierno, que evita hablar de determinados temas "delicados", que desecha la doctrina católica por arcaica, anticuada y de otro tiempo.

Fomentan una parodia de la fe católica, donde se puede elegir nuestro propio género, nuestra propia doctrina, nuestro propio camino, nuestra propia verdad, nuestra propia vida. 

En palabras del obispo Fulton Sheen, "la negación de la Cruz y de Cristo es el sello distintivo del espíritu del anticristo".

Por tanto, su doctrina y su ideología son las del anticristo:

"Si no hay Cielo, no hay Infierno; 
si no hay Infierno, entonces no hay pecado; 
si no hay pecado, entonces no hay juicio,
si no hay juicio, no hay Juez,
y si no hay Dios, lo malo es bueno y lo bueno es malo”

jueves, 1 de marzo de 2018

ENFERMOS DE MUNDANALIDAD: ALZHEIMER ESPIRITUAL

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"No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. 
Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él." 
(1 Juan 2,15)


El mundo intenta desesperadamente seducirnos porque su "dueño" es el "padre de la seducción", el Diablo. Y lo hace con la misma sutileza con la que ha venido haciéndolo desde que el hombre fue creado, desde Adán y Eva. 

Actúa como un virus que nos "contagia" como a incautos, que nos "engatusa" como a insensatos, que nos enferma el cuerpo, el alma y el espíritu. Un virus con múltiples "cepas", que adopta muchas formas, según el tipo de personas u organismos en los que se instala. 


Es una enfermedad que no vemos venir y que llega sin darnos cuenta. Un mal que entra suavemente, educadamente, sutilmenteUna afección no aparente, que no se exterioriza. Por fuera todo parece correcto, todo parece bien, todo parecen "sepulcros blanqueados" (Mateo 23,27).

Un trastorno que toma posesión de nuestras actitudes, de nuestros principios y valores, de nuestras mentes, corazones y almas

Es así como enfermamos de mundanalidad, como "tonteamos con el Diablo" y nos convertimos en cristianos con "alzheimer espiritual", en cristianos tibios, en cristianos mundanos que tratan de crear un "mix" entre el espíritu del mundo y el espíritu de Dios. Como si fuera posible servir a dos señores...(Mateo 6,24).

Según el Papa Francisco, los dos principales síntomas de la mundanalidad en la Iglesia son:
  • Fe subjetiva y fascinada por el gnosticismo. Personalizada en aquellos que buscan una experiencia exclusivamente personal, a través de conocimientos o razonamientos que les iluminen, que les den seguridad y les reconforten, "encerrándoles en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos”. Genera  una auto-complacencia subjetiva. 
  • Neopelagianismo autorreferencial y prometeico. Personalizada en aquellos que “solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros. Genera un elitismo narcisista y autoritario, que analiza, clasifica y margina a otros, además de un afán obsesivo por el control, dificultando el fluir del Espíritu Santo y la Gracia de Dios. 

Desde nuestra enferma alma "mundanalizada", se desvirtúa la fe católica. Seguramente podemos rezar de vez en cuando, seguramente podemos ir a misa de vez en cuando, seguramente podemos hacer muchas cosas...Seguramente...De vez en cuando...

El Papa Francisco afirma también que “la mundanalidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (Evangelii Gaudium 93).

Enfermos de mundanalidad, es cuando, con una cierta apariencia de espiritualidad, ponemos toda nuestra confianza en nosotros mismos, en las cosas, en las organizaciones, en los planes y proyectos, en el mundo...olvidándonos de ponerla en el Señor y en su Gloria. 

Resultado de imagen de abuso de poderInfectados de mundanalidad, es entonces cuando buscamos nuestra propia vanagloria, nuestro propio reconocimiento, o alguna forma de poder o beneficio económico, material, cultural, intelectual, espiritual, religioso, etc. 

Asfixiados de mundanalidad, es entonces cuando nos "damos de baja" de Dios. Es entonces cuando nuestra mente se hace la "remolona" con las cosas de Dios y es incapaz de distinguir la realidad; cuando se nos hace imposible distinguir lo bueno de lo malo, lo que es de Dios y lo que es del mundo.

Es entonces cuand
o perdemos la conciencia de la realidad, cuando caminamos en tinieblas y creamos un mundo artificial hecho por y para nosotros, una oscuridad hecha a nuestra medida que pretendemos llamar "fe cristiana".



Resultado de imagen de mundanalidadEs entonces, cuando nuestra alma se halla postrada en un estado de pereza, cuando nuestra conciencia permanece anestesiada y nuestro espíritu, en estado de somnolencia

Es entonces, cuando nuestro egoísmo se disfraza de languidez deseando hechos extraordinarios, buscando milagros espectaculares, anhelando "subidones espirituales" que se quedan en nada, o justificando nuestra fe a través de los sentidos

Es entonces, cuando nos enemistamos con Dios (Santiago 4, 4), cuando apelando a nuestra debilidad, pretendemos dictarle a Dios cómo deben ser las cosas, decirle que está equivocado o, sencillamente, decirle que "no"

Es entonces cuando nuestra voluntad se da por vencida y se abandona en manos de la soberbia, la vanidad y el orgullo. Y tras éstos, cae en picado hacia todo el abanico de los demás pecados. Precisamente aquí, es cuando el Adversario cree que ha vencido.

Sin embargo, no todo está perdido. Hay solución!!!

Imagen relacionadaEs tan fácil como volver la mirada al más poderoso antídoto contra la mundanalidad: Jesús. Nuestro Señor, con su excelso y abnegado amor, nos susurra: “Sin mí no podéis hacer nada” (Juan 15, 5), “El que me sigue no camina en tinieblas” (Juan 8, 12). 

Por tanto, caminemos junto a Él, con su poderosa ayuda, iluminados por su luz, imitando su "despojamiento" de toda mundanalidad.

Estemos alerta y vigilantes, junto a Él, en el mismísimo Getsemaní, orando sin cesar al Padre. Aunque sudemos sangre!!!

Neguémonos a nosotros mismos, tomemos nuestra cruz y sigámosle porque...

No hay Resurrección sin Cruz


lunes, 11 de diciembre de 2017

LA TIBIEZA, UNA PELIGROSA ENFERMEDAD

"La tibieza es una cierta tristeza, 
por la que el hombre se vuelve tardo 
para realizar actos espirituales 
a causa del esfuerzo que comportan" 
(Santo Tomás de Aquino)

La tibieza es la enfermedad contagiosa y asintomática más peligrosa de la vida espiritual de un cristiano, sea obispo, sacerdote, religioso o laico. Por desgracia, la Iglesia está infectada de tibieza y por ello, enferma.

Es un mal que se da en personas que buscaron a Dios con sinceridad, pero que por haber caído en la rutina, por falta de fortaleza, perseverancia…, poco a poco perdieron “el amor del principio” (Apocalipsis 2,4). 

Almas que en un principio se entregaron sin reservas, luego perdieron la luz del Amor, abandonaron la búsqueda de la santidad y fueron cayendo progresivamente, primero en la tibieza y luego en el pecado.

La tibieza no es un sentimiento ni un estado afectivo ni un melancólico decaimiento, sino una actitud voluntaria, una decisión consciente, un rechazo deliberado de abandonarse a Dios y seguir hasta el final su voluntad.  No en vano, Dios es duro y firme con ella: "Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueses frío o caliente. Pero porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca." (Apocalipsis 3,15-16).

La tibieza aparece por una dejadez prolongada de la vida interior y consiste en un relajamiento o pereza espiritual que quiebra la voluntad y elude el esfuerzo.

La tibieza se aloja en el corazón del que ha caído en la insensibilidad espiritual, la indiferencia ante el bien y quien tiene desdibujado a Cristo en su vida

Un cristiano tibio "está de vuelta", es un "alma cansada", un "corazón hastiado" en el empeño por mejorar y buscar la santidad, se siente incapaz de reaccionar contra el pecado y sucumbe a él.

La tibieza nace por la falta de constancia en el amor y es el resultado de caer en la rutina espiritual, en el desánimo, en la pérdida de las fuerzas para mantenerse activo

Es un proceso que comienza casi sin darse cuenta, en el que la conciencia se va apagando poco a poco, hasta llegar a un punto en el que ya no alerta, en el que todo lo justifica, en el que ya sólo se ve la propia conveniencia. 
El tibio adopta una pereza consentida, un rencor mantenido, una irregularidad que arraiga en él de forma permanenteSu vida espiritual y su fe son cómodas y "a la medida". Perdido el ardor espiritual inicial, se conforma con el “yo no mato ni robo”, pero olvida que vivir la fe no consiste en no hacer nada malo, sino en “buscar la santidad”.

No debemos confundir tibieza con sequedad espiritual:
  • La tibieza es fruto de la desgana o el desaliento para seguir por el camino que Dios nos ha trazado. Produce una aridez culpable del espíritu ante las cosas de Dios, que podría haber sido evitada. La tibieza es estéril y dañina pues se deja llevar por el sentimiento.
  • La sequedad espiritual es permitida por Dios para fortalecer nuestro espíritu, para ayudarnos a madurar, purificar nuestra alma y llevarnos a una mayor unión con Él. La verdadera piedad es fructífera y buena pues se deja llevar por la inteligencia, iluminada y ayudada por la fe. Con ella se obtiene la voluntad decidida de servir a Dios, con independencia de nuestros estados de ánimo y circunstancias.

¿Cómo saber si hemos caído en la tibieza?

1.- Desaliento

Cuando no se hacen las cosas como se debe, la voluntad se debilita, el amor pierde su fuego, la llama de la fe se apaga y se cae en la indiferencia, que lleva irremediablemente al desaliento, el primer paso hacia la tibieza.

La persona que cae en el desaliento piensa que eso de luchar por la santidad no es para él; quizá para almas elegidas, pero Dios no le llama a él para tanto. “No hay que ser exagerados”, piensa el tibio. Se auto-convence de que no ha nacido para ser santo.


El tibio sufre un error de perspectiva, pues es incapaz de ver el amor de Dios tal cual es; lo único que ve, es lo difícil que es cumplir con ese amor. Al comprobar la alta exigencia de la vida cristiana, se acomoda y "tira la toalla"

Esto ocurre porque se mira la cruz desde abajo, desde la dificultad y con una visión humana. Sin embargo, vista desde arriba, desde el punto de vista del amor divino, la cruz se ve como el gozo perfecto, y morir a uno mismo no sólo ya no parece tan difícil, sino que se convierte en un anhelo.

2.- Relajamiento espiritual

El espíritu del tibio se relaja y todo le da igual. Todas las cosas que antes le ilusionaban, ahora ya no tienen interés. 

Su mirada esta puesta en los atractivos modelos mundanos, en las ideas novedosas que invitan a tomar actitudes y comportamientos de menor exigencia y que, además, suelen estar alejados del ideal cristiano.

3.- Conformismo

El paso siguiente es el conformismo, que se produce cuando se aceptan valores, actitudes y comportamientos del mundo.

La vida sacramental y la oración se vuelven aburridas y pesadas; se considera una pérdida de tiempo pues no se saca nada de ellas. Es por ello que se posponen, dando prioridad a otras actividades aparentemente más “útiles”. Las prácticas de piedad quedan vacías de contenido, sin alma y sin amor. Se hacen por rutina o costumbre.

4.- Superficialidad

Se siente una desafección por hacer cosas que antes llenaban el corazón de satisfacción: la oración, los sacramentos, el apostolado, las buenas obras, el cumplimiento de los deberes del católico. 

De repente, le empiezan a llamar mucho más la atención las amistades superficiales, la diversión, el ocio…. En una palabra, se cambia el esquema de valores cristianos y se sustituye por otro menos valioso, más cómodo y más atractivo.

5.- Egoísmo

Se pierde la generosidad y se afronta la vida con una visión utilitaria y práctica. Aparece el egoísmo: sólo vale lo que aporta beneficio, comodidad, placer o satisfacción personales.

Es frecuente ver en la persona tibia una hiperactividad, motivada más por la necesidad de sobresalir, por buscar el aplauso o la medalla, que no por un deseo de hacer el bien.

6.- Huida del esfuerzo

La persona que cae en la tibieza huye de todo aquello que pueda suponer esfuerzo o sacrificio. 

Busca éxitos rápidos que además no exijan mucho trabajo. El mero hecho de pensar que tiene que sacrificarse, le espanta.

7.- Aceptación deliberada del pecado venial

El alma tibia acepta el pecado venial con toda tranquilidad, sin preocupación; conoce su maldad, pero como no llega a ser pecado mortal, vive con una paz aparente, considerándose buen cristiano, sin darse cuenta de la peligrosidad de tal conducta, ya que es el detonante del pecado mortal.

De la tibieza del espíritu nacen muchos pecados veniales, de los que apenas se da uno cuenta, pues poco a poco se van extinguiendo la luz del juicio y la delicadeza de la conciencia. 

El examen de conciencia desaparece, o se hace con ligereza y sin prestar atención. De ese modo se va amortiguando el miedo al pecado mortal.

Remedios contra la tibieza

No es fácil salir de un estado de tibieza, pues el espíritu ha quedado tan debilitado y deforme que es preciso echar mano de la gracia de Dios para que espolee la conciencia y el corazón, para que arranque de nuevo con brío el “motor” de la vida espiritual. 

Hay que volver a andar por el camino de la conversión, de la superación, de la perfección; y al mismo tiempo, desandar todo aquello que las fue entibiando.

1.- Volver a Dios

La tibieza no tiene otra solución que Dios mismo. Es decir, sólo la gracia de Dios le hará salir de ella
Si la persona que ha caído en la tibieza tiene buena disposición para salir de la misma, Dios iluminará su mente para que sea capaz de darse cuenta del estado de su alma y al mismo tiempo, le dará las fuerzas necesarias para que lo pueda hacer. 

La esencia de la tibieza y su gravedad consiste en que el alma se encuentra cómoda consigo misma, no quiere cambiar; es por ello que salir de la tibieza se requerirá una “nueva conversión” a Dios y un “abandono” de todo ese estilo de vida que le fue enfriando progresivamente.

2.- Volver a amar como se amó

Para salir del “letargo” espiritual es preciso proponerse pequeñas metas para lograr que ese amor arda de nuevo. Volver al origen, al encuentro personal con Cristo resucitado que nos espera a la puerta de nuestro corazón.

La Sagrada Escritura nos recuerda: “Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera.” (Apocalipsis 2,5).

3.- Volver a la oración, a los sacramentos y a los valores cristianos


Es recomendable volver a una vida de oración y de sacramentos más asiduas y continuas, para lograr reencontrarse con Dios, y dejar caer esa venda que impide verle con claridad.

Las personas tibias necesitan llevar una vida más ordenada, priorizada según la escala de esos valores cristianos, alterados o cambiados por la tibieza. Volver a educar ese alma, haciéndole ver que en la vida hay muchas cosas, pero unas tienen más importancia que otras. 

4.- Hacer una buena confesión

Una buena confesión ha de estar precedida de un diligente, serio y profundo examen de conciencia. Acercándose a Dios y pidiéndole luz para entrar dentro de la propia conciencia y descubrir los males que la corroen.

Hecho esto, es menester acercarse al confesonario con humildad y arrepentimiento para abrir el corazón al sacerdote. Exponer con detalle lo que pasa y al mismo tiempo, pedirle a Dios que ilumine al confesor para curar este mal. 

Por otro lado, una confesión frecuente bien hecha es el mejor remedio para salir de la tibieza y no volver a caer en ella.

5.- Buscar dirección espiritual

Dado que la enfermedad es muy grave, pues podría ser mortal, es conveniente acudir a un director espiritual que le acompañe en el camino de reinserción con Dios. Y por supuesto, ser humilde y dócil a sus consejos. 
La tibieza es una enfermedad que se contrae poco a poco y serán muchos los “puntos” que habrá que cambiar antes de que el alma se sienta otra vez sana y vigorosa.

Lo importante para salir de la tibieza no es llenarse de prácticas espirituales; es mejor limitarse generosamente a aquellas que se puedan cumplir cada jornada, con ganas o sin ganas. Esas obras, hechas de nuevo sin rutina y con amor, le llevarán a recuperar el ardor del amor.

Y no olvidar nunca que durante todo el camino de vuelta, siempre está la Virgen Santísima y a Todos los Santos, acompañando y cuidando. Algunos de éstos últimos también pasaron por el “trance” de la tibieza, pero con valentía, amor y gracia salieron adelante.

En otro articulo anterior, hablamos de la necesidad urgente que tiene la Iglesia de "santos” y de cómo tanto Benedicto XVI como Francisco piden nuevos santos que salven a la Iglesia de la profunda crisis por la que ahora atraviesa.

¡Abandonemos la tibieza! ¡Busquemos la santidad!

Aunque no lo creamos, Dios nos lo pone fácil para ser santos. Porque además es lo que Él quiere que seamos. Y para Dios, nada es imposible.

viernes, 16 de junio de 2017

"¡AY, PROGRES CRISTIANOS!"



¡Ay de aquellos que dictan leyes de iniquidad! 
¡Ay de los que publican decretos de opresión; 
que niegan la justicia a los débiles 
y quitan su derecho a los pobres de mi pueblo; 
que hacen de las viudas su presa y de los huérfanos su botín!
(Isaías 10, 1-2)


Hoy, ser “progre” es lo estándar, es lo normal, es lo que todos hacen. También en la Iglesia. 

Al "progre cristiano" no le importan ni la moral ni la doctrina ni el prójimo, sino el “sé tú mismo” y “siéntete bien”. Lo que se valora es el sentimiento, la experiencia individual, en lugar de un compromiso formal con una comunidad y con Dios. Se puede “creer sin pertenecer”, y eso, es tan fácil, que muchos sucumben a esa tentación."¡Ay, progres cristianos!"

Hoy, ser "radical" es lo raro, es lo peculiar, es lo que nadie hace. Tampoco en la Iglesia. 

Si ser progre es lo estándar, ser radical es lo especial, lo auténtico. En un mundo promiscuo, el casto es radical. En un mundo glotón, el que ayuna es radical. En un mundo relativista, el que tiene fe firme es radical. En un mundo materialista, el que cree en lo sobrenatural es radical. En un mundo egoísta, el que reza por otros es radical."¡Ay, progres cristianos!"

En general, "los progres cristianos" tratan de defender un modelo de Iglesia o de "espiritualidad" más acorde con los tiempos; más actual y menos "carca"; más fácil y menos onerosa; más cómoda y menos sacrificada; más amoldada al "yo" y menos al "nosotros":

Resultado de imagen de progres catolicos"Los progres cristianos" piensan que a las eucaristías les falta algo. Algo de "marcha", de "movida", de diversión. Lo importante no es lo que dice el Evangelio ni que Cristo se haga presente. Lo que importa es lo que cuenta el "progre sacerdote", que les cautiva con su actitud posmoderna. "¡Ay, progres cristianos!"

Resultado de imagen de gente progre"Los progres cristianos" están convencidos de que hay que ser políticamente correctos con los que atacan a la Iglesia para no ofender a nadie. Los "progres sacerdotes" no corrigen por temor a "perder" seguidores. "¡Ay, progres cristianos!"

Imagen relacionada"Los progres cristianos" opinan que los sacerdotes deberían poder casarse o, al menos, tener la opción de decidir. Consideran que tampoco deben vestir sotana sino de tal forma que se mimeticen con el resto de la "progresía". "¡Ay, progres cristianos!"

Resultado de imagen de gente progre"Los progres cristianos" deciden que la mujer debería poder ser también una "progre sacerdotisa". Tratan de rebatir la voluntad Dios, a quien tildan de "machista", de severo y castigador, aunque no lo digan explícitamente. "¡Ay, progres cristianos!"


"Los progres cristianos" piensan que la Iglesia debe entender y pedir perdón a los gays, a las lesbianas, a los musulmanes... En definitiva, se avergüenzan de ser Iglesia. "¡Ay, progres cristianos!"

"Los progres cristianos" dicen que la Iglesia es retrógrada y anticuada. Creen que deberían permitirse las uniones entre personas del mismo sexo,  que se puede llegar a Dios a través de espiritualidades orientales, como el yoga, el reiki, etc., que se puede vivir la fe en la intimidad. "¡Ay, progres cristianos!"

"Los progres cristianos" ansían una "fe a  la medida", que permita comulgar a los divorciados, que permita las uniones sin matrimonio. Incluso hasta el aborto, en determinados casos. "¡Ay, progres cristianos!".

"Los progres cristianos" hablan de "miembros y miembras", "feligreses y feligresas", de "astronautos y astronautas", utilizando un lenguaje ridíc
ulo y absurdo, en aras de una ansiada "igualdad", que denota su falta de conocimiento y cultura. "¡Ay, progres cristianos!".


Hay "progres cristianos".
¡Ay, progres cristianos!".

lunes, 16 de enero de 2017

PROMISCUIDAD ESPIRITUAL: BUSCANDO A DIOS DESESPERADAMENTE

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"Pues vendrá el tiempo en que los hombres 
no soportarán la sana doctrina, 
sino que, llevados de sus caprichos, 
buscarán maestros que les halaguen el oído;
se apartarán de la verdad 
y harán caso de los cuentos."
2 Timoteo 4, 3-4

Todos somos susceptibles de caer en la tentación y por ello le pedimos a Dios en el Padre Nuestro que no nos deje caer en ella. Pero Satanás actúa de forma sibilina y nos presenta sus productos falsificados como si fueran artículos genuinos. 

Muchos cristianos sucumben a la insana tentación de "buscar desesperadamente a Dios" por todas partes, cayendo en la oscuridad de lo que podríamos llamar promiscuidad espiritual

Según el diccionario, promiscuidad significa un comportamiento confundido, desordenado y cambiante que sólo busca la propia satisfacción o placer. Es una conducta egoísta e infiel. Por tanto, no puede venir de Dios ni tampoco ser de su agrado.

El Diablo sigue actuando de la misma forma y usando las mismas tácticas desde que fue arrojado a la tierra, de la misma manera que hizo con Adán y Eva. Muchas veces, ni siquiera nos damos cuenta de que son mentiras porque las envuelve de una espiritualidad tan creíble, que parecen la "Verdad". 

En efecto, se disfraza de luz para extraviar nuestra mente hacia la promiscuidad. Para que nunca pare, para que cambia constantemente, para que ni espera ni persevere, para que se impaciente y se precipite, para que busque resultados inmediatos y placenteros, para que se aburra y se canse, hasta dispersarla y apartarla del camino. Y así, nuestra mente no es capaz de estabilizarse ni de obtener el jugo de la madurez espiritual de manera paciente y reposada dentro de una comunidad.

Actúa de la misma forma que una abeja, manteniéndose en el aire cerca de la flor, agitando sus alas con movimientos rápidos y continuados 
pero nunca posándose. Y una vez ha libado su dulce néctar, se marcha a otra flor. 

Por desgracia, algunos cristianos ansiosos y golosos, tienden a perderse en la búsqueda de su propio desarrollo personal y auto-formación espiritual, yendo de aquí para allá, probando muchos carismas, tomando lo complementario por esencial.

Tratan de convencerse de que pueden vivir la fe de forma individual, de que pueden ir "por libre", sin pertenecer a ninguna comunidad y que cada cual puede y debe buscar una fe a su medida, algunos sin Dios mismo, otros buscándole desesperadamente, saltando de flor en flor, cual "abejas cristianas".

Pero la fe no es ir saltando de parroquia en parroquia, de método en método, de movimiento en movimiento, de carisma en carisma, de sacerdote en sacerdote o de congregación en congregación. No es ir de tienda en tienda buscando el vestido ideal.

La fe es una relación de amor con Dios y con el prójimo. Requiere un trabajo interior y produce una consecuencia exterior. Dios actúa dentro de nosotros para que nosotros actuemos fuera, en el mundo. Y por tanto, sólo puede vivirse y desarrollarse en comunidad. Debemos "pertenecer", no sólo "creer".

Cuando tratamos de vivir nuestra fe buscando a Dios en distintos sitios, no hacemos sino un intento desesperado de descubrir fuera lo que tenemos dentro. La falta de responsabilidad, de compromiso y de relación cuando no tenemos una identidad comunitaria nos empuja y nos aleja de Dios. 
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Algunos cristianos esgrimen el tópico de que "Dios está en todas partes" y lo utilizan como coartada para seguir buscando "una fe a su medida". Es cierto que Dios es omnipresente, que está presente en todas las cosas y en todas partes, pero eso no significa que se revele en todas ellas. Aquí está el punto clave.


Algunas personas utilizan esta verdad de la omnipresencia para escabullir su responsabilidad de encontrar a Dios en la Iglesia que Él estableció y no formar parte de ella. 

Otros, buscan equivocadamente a Dios en otros lugares, de acuerdo a sus instintos humanos o gustos personales. No tanto por que no esté sino porque esgrimen esta excusa para "trocear a Dios" y así poder sentirse mejor y más cómodos, enarbolando la bandera de una cierta madurez espiritual que les lleva a buscarle por muchos lugares.

Ignorar que Dios tiene un plan y un orden para todo es el error más grande que los cristianos podemos cometer. Nuestras propias ideas y creencias humanas jamás sustituirán las verdades que Dios ya estableció en su Iglesia. 

Por mucho que busquemos, incluso con sinceridad, esfuerzo y sacrificio, si no seguimos la voluntad de Dios de pertenecer a una comunidad parroquial, de nada sirve lo que hagamos. 

Si no fundamentamos nuestros actos o búsquedas en lo que Dios (y por tanto, la Iglesia) nos dice,  ni siquiera nuestra propia opinión cuenta, por muy maduros que creamos ser.

domingo, 16 de agosto de 2015

SANTIDAD Y SANIDAD A LA MEDIDA




Consciente de que las comparaciones son siempre odiosas, hoy me atrevo a escribir una parábola sobre la santidad/sanidad.

En los últimos años, la Sanidad Pública española ha ido perdiendo, poco a poco, “pacientes” en favor de la privada. Los reputados e inmutables hospitales se han quedado relegados a lugares de mero mantenimiento y casi exclusivamente, utilizados para casos de extrema gravedad.

Los pacientes no dudan de que la preparación de los doctores sea excelente ni de que esos hospitales sean el lugar idóneo para curarse o para “salvar su vida”, nadie pone en duda la profesionalidad de los médicos sólo porque existan algunos casos de negligencia.

Pero además, buscan menos burocracia y menos rutina, menos reglas y menos imposiciones, menos requisitos y más cercanía, más atención personal, más disponibilidad de tiempo para ser escuchados, más paciencia, más caridad y ser tratados con dignidad, no como rebaño; en definitiva, sentirse dignos y bien atendidos. Quieren una "Sanidad a la medida".

Las clínicas privadas pretenden transformar a los “pacientes en parientes”, a los “ingresados en interesados” sin cambiar el contenido de la Medicina.

La inmediatez, la efectividad, el resultado, la cuidada atención, el trato más humanizado y la cercanía de estas clínicas privadas han traído como resultado un resurgir de la confianza en la Medicina, a la par que un símbolo de modernidad, felicidad y paz. Se ha puesto en práctica una nueva metodología, un nuevo entusiasmo y un nuevo trato.

Algo muy parecido ocurre con la Iglesia Católica española, que se ve arrollada por una impaciente sed de “privatización”, es decir, la Iglesia a la medida: elijo el lugar (dónde ir), el sacerdote (quien me cura) y el momento (cuándo ir), y si no me convence me voy a otro o, peor aún, me auto-receto en casa.

Para muchos “cristianos”, la Iglesia hoy es solo un lugar de mero mantenimiento, reservado para las grandes ocasiones: para celebrar bautizos, comuniones, bodas y funerales.

Nadie duda de que el mensaje salvífico sea verdadero, ni de que la preparación o capacidad de los sacerdotes sea la correcta, ni de que la acción social de la institución es incomparable, nadie pone en duda la santidad de los sacerdotes sólo porque existan algunos casos despreciables.

Pero además, buscan menos rutina y menos reglas, menos imposiciones, menos requisitos y más cercanía, más atención personal, más disponibilidad de tiempo para ser escuchados, más alegría, más paciencia, más caridad y ser tratados con más dignidad, no como rebaño; en definitiva, sentirse dignos y bien atendidos. Quieren una Santidad " a la medida".

Por eso es preciso un cambio de método, de ardor, de lenguaje. Los reputados e inmutables templos deben dejar de ser de mero mantenimiento para transformarse en “parroquias misioneras” para transformar a los “caóticos en católicos”, a “crispados en cristianos”, sin cambiar el contenido del Mensaje.


miércoles, 15 de julio de 2015

CREER SIN PERTENECER



“En verdad os digo: …El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, 
y yo le resucitaré el último día. 
Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.”

(Juan 6, 53-56)

Reconozco que yo, antes, me aburría miserablemente en misa porque mi espiritualidad dependía de mi estado anímico, de mis sentimientos y mis preocupaciones. 

Hasta el día que comprendí que es necesario conocer a Cristo y amarle. Desde entonces escucho con atención, disfruto y entiendo la Eucaristía. 

No es merito mío ni por ello soy digno de elogio. Es a través de Jesús donde todas las lecturas, la celebración y la oración adquieren significado, sentido, valor y belleza en mí. 

En la actualidad, las convicciones religiosas del hombre postmoderno están basadas en intereses personales y consideraciones privadas. Cada cual sigue su propia guía moral. 

La fe religiosa es como la energía, no es que desaparezca, es que se transforma: este cambio supone una menor consideración hacia los preceptos y normas religiosas en la toma de decisiones de la vida privada y cotidiana. Sucede sencillamente que si no se cree en el Dios propuesto por la Iglesia, tampoco son percibidas como vinculantes las normas de comportamiento que emanan de la instancia religiosa. 

Por eso, muchos católicos caen en la tentación de construir su propia manera de ser cristiano, de crearse una fe a la medida, una “religión a la carta”: van a misa (si van) por quedar bien, por cumplir… como a cualquier otro acto social; creen en Dios pero creen sin pertenecerle, sin participar de Él, sin amarle, sin comprometerse con Él… y eso es una forma degradada de creer, una vivencia desarraigada de la fe que les conduce a una idea distorsionada, reduccionista, de lo que es la pertenencia. ¿Alguien puede casarse sin comprometerse con su pareja? ¿sin amarlla o sin participar de ella? 

Pertenecer significa sentir la satisfacción de haber sido creado por alguien, de haber sido elegido por alguien. Pertenezco a Dios porque El me ha creado, porque me elige y me ama. Lo mismo ocurre con mi comunidad cristiana que me quiere y me requiere. 

Pero también soy demandado, requerido (me gusta esta palabra: re-querido, querido dos veces), por el Señor y por mi comunidad, que esperan una respuesta de mi parte. La respuesta supone el deseo de contestar con una responsabilidad, con un compromiso. 

¿Caigo en la tentación de estar “harto de pertenecer”? ¿Pongo el énfasis en el compromiso y me agoto? ¿Mi anhelo es evitar involucrarme? 

Siempre puedo elegir, Dios me lo permite: puedo disfrutar el privilegio de ser elegido para pertenecer o salirme de ese vínculo para que mi vida no sea transformada; puedo quedarme eligiendo el contenido de mis creencias y desvinculado de la religión como una forma de crítica de la institución o puedo ir descubriendo que lo mejor que me puede pasar es implicarme con Dios en su Iglesia, dejarme orientar por mi creador en cada Eucaristía. 

Dios no nos llama a vivir la fe aparte, de un modo individual. Nos quiere congregados, en comunidad. Es ahí donde Dios está: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (Mateo 18,20). 

La fe sin comunidad se apaga; sin obras, está muerta; sin Cristo no tiene ningún sentido.