¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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domingo, 6 de junio de 2021

TOBÍAS: EL JUSTO ES PROBADO EN LA TRIBULACIÓN

"Si os volvéis a él de todo corazón 
y con toda el alma, 
siendo sinceros con él, 
él volverá a vosotros 
y no os ocultará su rostro. 
Veréis lo que hará con vosotros, 
le daréis gracias a boca llena"
(Tob 13,6)

Durante esta 9ª semana del tiempo ordinario hemos estado leyendo el libro histórico (y al vez, sapiencial) de Tobías (latín) o Tobit (griego), judío piadoso de la diáspora, temeroso de Dios, cumplidor de la Ley y bienhechor de su familia y de su pueblo, en el que se muestra un camino de perseverancia y fidelidad del justo en el sufrimiento, y un itinerario de fe para los esposos, en la elección del cónyuge dentro de la "familia cristiana", y para las familias, en la unidad y alegría dentro de una "casa cristina".
 
A través de la metáfora bíblica del "camino" (andar por el camino de la verdad y la justicia es vivir según la Ley de Dios) se nos muestra cómo, muchas veces, el mal y el dolor se ceban con el fiel y el compasivo, pero al que la justicia divina salvaguarda con la protección angélica y recompensa su virtud y fe con bendiciones abundantes "como el oro se prueba en el fuego, así el justo es probado en la tribulación" (Pro 17,3; Sab 3,5-6; Eclo 2,5; 1 Pe 1,6-7).

¿Cómo es posible que Dios permita que el sufrimiento del justo? La Providencia actúa en la vida de cada hombre, de cada familia cristiana, en la medida en la que nosotros colaboramos con Dios poniendo los medios a nuestro alcance para llevar a cabo la virtud en nuestro "caminar". Dios permite el sufrimiento y la tribulación, no para que comprendamos el sentido de la desgracia sino para que recurramos en oración personal a Su misericordia y nos abandonemos en sus manos con confianza y sin desesperación.

El drama de Tobit
Como Job, Tobit es privado de todos sus bienes pero no maldice al Señor (Job 1,8-22;Tob 1,20-2,1). Es probado físicamente, con la ceguera (2,9-10) y moralmente, con los reproches de su mujer (2,11-14) pero tampoco peca con sus labios (Job 2,3-10). 
Los reproches de Ana (como los de los amigos de Job) ponen en evidencia la extendida creencia popular judía de que la desgracia era la consecuencia de algún pecado (Tob 3,3-4; Ex 20,5; 34,7; Nm 14,18; Dt 9,5; Ez 18,20; Lc 13,2; Jn 9,2-3). 

Tobit, como Job, como Jonás y también como Sara, la prometida de Tobías, pedirá la muerte en momentos de debilidad como liberación al sufrimiento. Sin embargo, a través del diálogo con Dios, de la oración suplicante y confiada, responderá con la aceptación plena a la voluntad de Dios.

El drama de Sara
El drama de Sara se presenta de forma paralela al de Tobit y todo sucede simultáneamente "en aquel mismo día", es decir, el día en que Tobit oyó las injurias de su mujer (2,14). Sara sufre injurias, insultos y oprobios inmerecidos que la achacan la muerte de sus siete maridos.  Sus sentimientos de desgracia son más profundos que los de Tobit (3,1) y también la ponen al borde del suicidio.

Como Tobit, Sara busca la muerte. Se dirige a un lugar apartado, solitario, y sube al piso superior de la casa de su padre, como metáfora de la oración, donde se siente segura (cf. Judit 8,4). Allí, le ruega a Dios que disponga de su vida y la libere de su desolación. Es allí, en su noche oscura, en su oración confiada, donde encuentra el desahogo del corazón atribulado, el sosiego del alma fiel y la serenidad del espíritu virtuoso. 

En el mismo momento (3,11), con una triple invocación, bendición y petición a Dios, Sara extiende las manos hacia la ventana, hacia la tierra que el Señor ha dado a los padres, abre el corazón y se siente reconciliada, cambia de opinión y halla una alternativa a su situación desesperada.

En ambos dramas se desvela la presencia de Dios, que siempre acompaña al justo. Las oraciones de Tobit y de Sara son escuchadas favorablemente por el Señor que envía a uno de sus 7 ángeles principales, a san Rafael ("Dios cura" o "medicina de Dios"), para que acompañe a Tobías, libere a Sara y cure a Tobit.

Satanás, burdo imitador de Dios, había enviado a uno de sus 7 demonios malignos, a Asmodeo (del persa Aeshma Deva, "demonio de la lujuria", y del arameo shmd, "destructor, aniquilador"), para hacer sufrir y padecer a Sara (de forma parecida a cómo el diablo hizo con Job), y había dejado a Tobit inmerso en las tinieblas de la ceguera.

El viaje de ida  y vuelta
Tobit envía a su hijo Tobías de Nínive a Ecbátana y de allí, 350 kms hasta la lejana Ragués, en Media, para recuperar un depósito de diez talentos de plata que dejó en casa de un familiar, Gabael. Pero se trata de una excusa para organizar este largo y arriesgado viaje de ida y vuelta para que su hijo se despose con Sara, su prima. Antes de partir, le dará una serie de avisos y consejos morales sobre la conducta apropiada de un creyente y sobre su trato hacia los demás. 

Paralelamente, Dios responde las plegarias de los justos enviando al arcángel san Rafael, que le espera en la puerta de su casa y a quien Tobías contratará como experto guía y  acompañante idóneo, porque conoce bien todos los caminos y la casa de Gabael (5,6), para que le proteja y garantice el éxito del viaje.
La intervención de la Providencia divina no sólo hará que el ángel acompañe al joven Tobías en su viaje sino que, además, realizará la curación de su padre Tobit y la de su prima Sara, a quien ha escogido para que sea su esposa. 

El ángel Rafael revela a Tobías que Sara está destinada para él desde siempre. Es una profesión de fe en la providencia eterna de Dios sobre sus elegidos. Tobías salva a Sara y con la unión de ambos se cumple el plan divino sobre ella. Esta unión representa la alianza entre Dios y el hombre, el matrimonio entre Cristo y su Iglesia, las bodas entre el Cordero y la Novia. 

En Ecbátana suceden cuatro importantes acontecimientos: el contrato de matrimonio firmado por Ragüel y Edna, padres de Sara (7,1-14); la curación de Sara en la noche de bodas mediante un "exorcismo" (7,15-8,18); el banquete nupcial al día siguiente y que dura catorce días en  Ecbátana (8,19-21), y, por último, la recuperación del dinero depositado en casa de Gabael (9,1-6). 
Dos de las tres misiones encomendadas por Dios a Rafael están cumplidas: la liberación del demonio, y la boda de Sara y Tobías. Ahora comienza el viaje de vuelta de Ecbátana a Nínive para completar la última misión, anunciada casi desde el principio (3,17): la recuperación de la vista de Tobit.

El ángel Rafael convence a Tobías para que se adelanten, puesto que la llegada de Sara es el comienzo de una nueva vida. Por tanto, deben anticiparse para "preparar la casa" y, sobre todo, curar a su padre Tobit de la ceguera con la unción de la hiel del pez, para que pueda ver a Sara y el gozo sea completo.

El recibimiento de Tobías
La vuelta de Tobías a Nínive es el punto ágido del libro: la alegría de Ana al recobrar a su hijo se une a la luz de su padre, al recuperar la vista. Para ambos, es un "volver a vivir", un "resucitar", un "volver de la oscuridad a la luz".

Ana, quien "día tras día se asomaba al camino por donde su hijo había marchado" (Tobías 10,7), al ver a su hijo, se lo comunica primero a Tobit como acto de reconciliación por las disputas que habían tenido con la marcha de su hijo. 

Ana, quien "acudió corriendo y se abrazó al cuello de su hijo (Tob 11,9), nos traslada a la escena del regreso del hijo pródigo a la casa del Padre "cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos" (Lc 15,20) y a la del regreso de José a la casa de su padre Jacob: "al verlo se le echó al cuello y lloró abrazado a él" (Gn 46,29).
Ana, quien, mientras abraza y besa a su hijo amado, dice: "Te he visto, hijo mío. Ahora ya puedo morir" (Tob 11,9) nos traslada a las palabras de Simeón en la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador" (Lc 2,29-30), y a las palabras de Jacob a José: "Ahora puedo morir, después de haber contemplado tu rostro y ver que vives todavía" (Gn 46,30).

Tobías, después de ser recibido por Ana, llega corriendo a la puerta de la casa de su padre y le cura de su ceguera. Tobit se echa a su cuello y entre lágrimas, exclama: "Te veo, hijo, luz de mis ojos (Tob 11,13).

El recibimiento de Sara
Tras el regreso de Tobías, éste le cuenta a su padre el éxito de su viaje: trae el dinero y se ha casado con Sara, la hija de Ragüel. 

Tobit, lleno de gozo y alabando a Dios, sale hacia la puerta de la ciudad, al encuentro de su nuera, la recibe con los brazos abiertos y la bendice solemnementeYa en la puerta de la casa, Tobit invita a Sara a que tome posesión de su nueva casa.

Se celebra en casa de Tobit la fiesta de bodas de su hijo, a la que todos los judíos de Nínive están invitados a participar de la alegría de esta familia, que ha pasado de la tristeza de la prueba al gozo pleno que se hace universal.

La revelación de Azarías
Una vez terminados los festejos nupciales, la misión del ángel Rafael ha concluido y es necesario ajustar cuentas. Todo ha salido mucho mejor de lo previsto y Tobías cree que su compañero de viaje, Azarías, merece mucho más de lo pactado porque ha sido un guía perfecto en el viaje de ida y vuelta, le ha librado del pez que quería devorarlo, ha sanado a su mujer y la ha liberado del demonio, ha colmado de alegría a sus padres, ha cobrado el dinero de Gabael,  ha devuelto la vista a Tobit y ha llenado de gozo y bendiciones a toda su casa. 

Pero Rafael se lleva a los dos en secreto y les habla con autoridad. Les invita a bendecir y agradecer a Dios, a reconocer su grandeza y a manifestar con valentía a todos los hombres lo que Dios ha hecho en sus vidas.
El ángel del Señor ha unido la tierra con el cielo, intercediendo y presentando ante el Señor las plegarias de los atribulados que acuden con sinceridad a Dios. El sufrimiento es la prueba a la que Dios somete a todos los justos para acrisolarlos, para purificarlos. No es nunca un castigo por sus malos actos. 

Rafael les revela su identidad: "Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio del Señor y tienen acceso a la gloria de su presencia(12,15). La reacción de los personajes ante el hecho sobrenatural es la misma que en todos los casos que aparecen en la Palabra de Dios: Los dos hombres, llenos de turbación y temor, se postraron rostro en tierra (12,16). y las palabras tranquilizadoras del ángel también: "No temáis. Tened paz" (12,17).

Antes de desaparecer de su vista y elevarse al cielo, el ángel del Señor les conmina a bendecir, a alabar y a agradecer siempre a Dios y a contar lo que el Señor ha hecho en sus vidas. Es una escena que anticipa el pasaje de la Ascensión del Señor a los cielos ante los apóstoles.

A través de Tobit y de Tobías, el ángel del Señor nos dice toda la verdad nos abre los ojos del alma para que podamos comprender y descubrir la acción providencial de Dios en nuestras vidas, cómo es la mano de Dios la que nos guía, tanto en los momentos de oscuridad y de tinieblas como en los de luz y de gozo.

domingo, 31 de enero de 2021

JOB: CÓMO ES DIOS Y CÓMO ACTÚA

"Cuando alguien se vea tentado, que no diga: 
'Es Dios quien me tienta'; 
pues Dios no es tentado por el mal 
y él no tienta a nadie. 
A cada uno lo tienta su propio deseo 
cuando lo arrastra y lo seduce" 
(Stg 1,13-14)

Hablaba ayer con un buen amigo, católico y argentino (aunque no de nombre Francisco), acerca de las dudas que muchos cristianos nos planteamos en estos tiempos difíciles que sufrimos: la pandemia, ¿la envía Dios? o ¿la permite Dios? ¿es un castigo? o ¿es una prueba?

Lo mejor para tratar de responder a esta cuestión, o mejor dicho, para discernir y reflexionar sobre ella, es escuchar lo que Dios mismo nos dice, a la luz de Su Palabra, en el libro de Job, donde nos encontramos con las mismas situaciones por las que nos quejamos hoy y por las que culpamos a Dios.

A simple vista, el libro sapiencial nos presenta por un lado a Job, un hombre paciente, perseverante, apartado del mal y fiel a Dios (aunque no judío) tanto en las gracias como en las desgracias; y por otro lado, a un Dios "silente e insensible" al sufrimiento del justo y cuya ausencia de respuesta parece olvidarse del hombre.

Sin embargo, el libro de Job no es tanto un canto a la paciencia del hombre como una teodicea que demuestra cómo es Dios y cómo actúa en la historia del hombre. Su propuesta principal es sumergirnos en el misterio del mal y del sufrimiento como parte del combate de la fe, y así, enseñarnos el sentido de nuestra vida desde la perspectiva del dolor y la muerte, como hará su Primogénito en la Cruz. 

La historia se desarrolla entre la tierra, donde el hombre acepta con justa sabiduría y perseverancia el bien y el mal, y el cielo, donde Dios presume del hombre, en este caso de Job, pues no hay otro como él en la tierra. Job es la imagen de Jesucristo, la visión que Dios tiene del hombre: justo y sabio que se mantiene siempre fiel a Dios incluso en la tentación, el sufrimiento y el dolor; rico y acomodado que se vuelve pobre y desnudo hacer la voluntad de Dios, y a quien el Diablo le tienta para blasfemar y rechazar a Dios. 

Sometido a prueba
Job 1-3

El libro de Job, escrito hacia el siglo VI - III a.C., en Edom, frontera con Arabia, forma parte de la pedagogía progresiva bíblica, que entonces todavía no había consolidado el concepto de resurrección, por lo que la retribución, es decir, "toda" la actuación divina se dirimía en el "aquí y ahora", en la vida terrenal. Será con el libro de Eclesiástico (s. II a.C.) y con el Libro de la Sabiduría (s. I a.C.) donde se avance hacia una mayor comprensión de la retribución después de la muerte.
En los primeros capítulos de Job se muestra cómo no es Dios quien envía castigos: "El Señor respondió a Satán: Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él ni lo toques"y cómo debe ser la actitud del justo ante las desgracias: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor” (...) "Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?"

Se declara culpable
Job 4-28

A pesar de perder todo su ganado, a sus siervos, a sus hijos y su propia salud, Job no peca ni protesta contra DiosDe la misma forma que los judíos y los romanos recriminan a Cristo que apele a Dios, la carne nos insiste insidiosamente con las mismas quejas con las que nos querellamos contra Dios y le culpamos del mal y del sufrimiento.

A pesar de perder el apoyo y la fe de su mujer, Job vive su noche oscura y maldice su vida pero no blasfema ni rechaza a Dios. Lo que más teme es perder la paz y el sosiego. De la misma forma que tienta a Cristo en el desierto para que blasfeme y reniegue de Su Padre, el Diablo nos tienta en la dificultad para que perdamos la serenidad y la tranquilidad y nos alejemos del Señor. 

A pesar de que tres amigos suyos (Elifaz, Bildad y Sofar) le instigan, recriminan y culpan constantemente (doctrina hebrea de la retribución por la cual, Dios premia a los buenos y castiga a los malos en vida), tentándole a que abandone a Dios, Job no pierde su fe ni reniega de DiosDe la misma forma que los amigos de Jesús, sus discípulos, confían en la fuerza de las armas para defender a su Maestro en el Huerto de los Olivos, nuestros amigos y hermanos se obstinan e insisten en que pongamos nuestra esperanza en la ciencia y en la razón humana. 
Job, aunque responde con un diálogo/monólogo lleno de dureza y amargura, de queja y súplica, toma conciencia de su fragilidad, asume su culpa original y deposita su fe y esperanza (y su vida) en la misericordia y la justicia divinas, en la certeza de que le ayudarán a vencer la batalla espiritual en la que (el hombre) está inmerso. 

De la misma forma que Cristo en Getsemaní y en el Calvario, sin culpa, clama al Padre sintiéndose abandonado y débil en su humanidad, Job en actitud orante y humildele pide a Dios una respuesta que dé sentido a lo que le acontece, pero sin resentimiento, sin culpar a Dios. Es la misma actitud con la que los cristianos, sabedores de la responsabilidad del Tentador y Acusador en el mal, nos dirigimos al Señor, elevando el incienso de nuestras oraciones a su presencia, implorando ayuda para encontrar sentido a nuestro sufrimiento. 

En estos capítulos, el hagiógrafo nos expone dos conceptos fundamentales: la perfecta sabiduría divina y la necesidad de conversión del hombre. Dios permite el mal (de forma temporal, por poco tiempo) para demostrar al Enemigo que la amistad del hombre con su Creador es libre, verdadera y por amor. 

Su visión eterna (el Señor no está sujeto al tiempo ni al espacio) señala que Dios no interviene en la historia para condenar sino para atraer al hombre hacia sí. Su visión amorosa (Dios es amor) indica que interviene, enviando a Su Hijo al mundo, para restablecer la amistad perdida con el pecado original, y con ello, evidenciar la victoria definitiva del bien sobre el mal.

El libro de Job es un manual de confiado abandono en Dios, aún siendo incapaz de verlo o de escucharlo en la "noche oscura", sin desviarse de su voluntad y de sus mandamientos: "Mi testigo está ahora en el cielo, mi defensor habita en lo alto, es mi grito quien habla por mí, aguardo inquieto la respuesta divina". 

Es también un manual de perseverancia y de resistencia al malincluso cuando nuestros seres queridos o amigos, ejerciendo de abogados del Diablo, nos sometan a juicio, nos declaren culpables, tratando de dictar sentencia para que rechacemos a Dios y reneguemos de nuestra fe: "Vuestras denuncias quedarían en ceniza; vuestras razones, en razones de barro (...) suceda lo que suceda, voy a jugármelo todo, poniendo en riesgo mi vida. Aunque me mate, yo esperaré, quiero defenderme en su presencia". 

Se prueba su inocencia
Job 29-37

El sufrimiento no es un castigo, sino un modo de probar la rectitud y autenticidad de la conducta del justo"¿Qué suerte reserva Dios en el cielo, qué herencia guarda el Todopoderoso en lo alto? (...) ¿No observa mi conducta?, ¿no conoce mis andanzas? ¿Acaso caminé con el embuste?, ¿han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese en balanza sin trampa y así comprobará mi honradez".

Aparece en escena Eliú, el amigo de nombre judío, hasta ahora sin nombrar (y que bien pudiera ser su ángel custodio), que recrimina a Job el intento de justificarse y a los tres amigos, por echarle la culpa a Dios. 

Es, sin duda, la voz de la conciencia que nos susurra la supremacía de la Sabiduría de Dios sobre la del hombre, porque cuando el hombre no encuentra explicación ni solución a lo que sucede "Dios habla de un modo u otro, aunque no nos demos cuenta: en sueños o visiones nocturnas". 
Nos asegura que la Providencia de Dios obra siempre para el bien de los hombres, aún en la prueba"Abre entonces el oído del hombre e inculca en él sus advertencias: para impedir que cometa una acción o protegerlo del orgullo del hombre; para impedirle que caiga en la fosa, que su vida traspase el canal. Lo corrige en el lecho del dolor (...) hasta que su existencia se acerca a la fosa, su vida al lugar de los muertos".

Nos garantiza que la Justicia de Dios está fuera de toda duda o sospecha, y que se imparte de forma individual, según las obras de los hombres: "¡Lejos de Dios la maldad, lejos del Todopoderoso la injusticia! Paga a los humanos según sus obras, retribuye a los mortales según su conducta. Está claro que Dios no actúa con maldad, que el Todopoderoso no pervierte la justicia".

Nos indica que el propio sufrimiento permite al hombre ver y reconocer su fragilidad, que ni es Dios, ni Dios "cabe" en su cabeza, que el dolor es un medio de corrección, un instrumento de redención: "Salva al afligido con la aflicción, lo instruye mediante el sufrimiento". Nos anticipa la pasión de Cristo como medio de salvación.

Dios se hace presente e interviene
Job 38-42

La súplicas del justo provocan la presencia y la intervención de Dios para mostrarnos cómo su sabiduría y su poder velan por toda la creación, para decirnos que Dios siempre actúa, aunque no lo veamos

Dios nos explica la causa del mal y la razón de por qué el hombre es incapaz de controlarlo: Dios le ha dado poder a Behemot (símbolo del Mal y que significa "bestia") y a Leviatán (símbolo del Caos y que muestra a una "bestia marina" semejante a un dragón), ambos asociados a Satanás, para actuar y probar a la humanidad"De sus narices sale una humareda, como caldero que hierve atizado; su aliento enciende carbones, expulsa llamas por su boca".
El sufrimiento del inocente es una constante a lo largo de la historia de la humanidad, como también lo es el hecho de que el hombre siempre trata de medir la realidad por aquello que puede comprender y todo aquello que no puede ver o tocar es falso o absurdo.

Dice C.S. Lewis que "Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero grita en nuestro dolor; el dolor es un megáfono para despertar a un mundo sordo". Por tanto, es ahora, en medio de la pandemia que asola nuestro mundocuando podemos despertar para ver y escuchar a Dios, para entender la injusticia del mal y el "silencio" de Dios. 

Es ahora, a través de nuestro paso por las tinieblas del sufrimiento, de nuestro caminar por la oscuridad del dolor y de nuestro bregar en la tempestad, cuando podemos ser capaces de ver la luz de Dios y abandonarnos confiadamente a su Providencia..

Es ahora, ante la poderosa y luminosa presencia de Dios en la oración, cuando todos los hombres caemos de rodillas, nos sentimos pequeños e insignificantes y reconocemos nuestra ignorancia frente a Su omnipotencia y sabiduría: "¿Quién resistirá frente a él? ¿Quién fue hacia él impunemente?" (...) Reconozco que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta imposible (...) Hablé de cosas que ignoraba, de maravillas que superan mi comprensión".

Es ahora, cuando hemos visto a Cristo, cuando sabemos que ha resucitado y que vive, "Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos", cuando somos restaurados y bendecidos por el Señor, en espera de que nos otorgue la recompensa cuando estemos en la definitiva presencia de Su gloria.

JHR