¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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viernes, 13 de septiembre de 2019

SÍNTOMAS DE UN EVANGELIZADOR

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"Para tener lo que no se tiene, 
hay que ir por donde no se ha ido"
(San Juan de la Cruz)

La Iglesia, en sus veinte siglos de historia, ha cumplido "religiosamente" el mandato que Jesús le dio de evangelizar el mundo. 

Ahora, muchos católicos hemos asumido el reto de la "Nueva Evangelización", que San Juan Pablo II puso en la cabeza de todos, que Benedicto XVI puso en boca de todos y que, ahora debe llegar al corazón de todos.

La nueva evangelización no es "evangelizar de nuevo" porque se haya hecho mal o porque no haya funcionado ni tampoco repetir o criticar lo pasado.

La nueva evangelización es "una actitud valiente" con la que desciframos los nuevos escenarios y desafíos que han surgido en nuestra sociedad, para transformarlos en espacios de testimonio y de anuncio del Evangelio. 

La nueva evangelización es "un estilo audaz" por el que los cristianos hacemos nuestro el coraje, la pasión y la fuerza de los primeros cristianos en el primer siglo. 

En realidad, podemos hablar de una "evangelización total", donde los católicos del siglo XVI, tenemos el privilegio de ser partícipes de un nuevo desarrollo evangelizador, con imaginación en los métodos y ardor apostólico en las acciones, para dar una respuesta como Iglesia a un mundo en continuo cambio, y en el que el único protagonista sigue siendo el Espíritu Santo. 

Así, para esta evangelización total, abandonamos lo estéril, desechamos lo que no produce, abandonamos lo cómodo, rechazamos la autosuficiencia y la introspección, para establecer lo útil, lo eficaz, lo provechoso, lo que da fruto. 

Los nuevos apóstoles del siglo XXI continúan escribiendo el libro de los Hechos y se les reconoce por unos síntomas muy significativos. Aquí hay, al menos, seis:

Conversión personal

En primer lugar, para evangelizar, Dios nos llama a la conversión personal (‘μετανοια’/metanoia). No podemos transmitir aquello en lo que no creemos, aquello que no vivimos. No podemos transmitir el Evangelio sin tener un encuentro personal y una relación estrecha con Jesús.

Para evangelizar, necesitamos desarrollar una vida interior diaria a través de la oración, los sacramentos, la vida comunitaria y el conocimiento del Evangelio

De esta manera, mantendremos una relación personal y estrecha con el Señor para conocer su voluntad, porque sin trato personal, diario y real con Dios, sin una vivencia de la fe en comunidad donde aportar nuestros talentos y donde alimentarnos espiritualmente, sin ímpetu y espíritu evangelizador, no seremos capaces de evangelizar.

Conversión pastoral

En segundo lugar, el Espíritu Santo nos da la guía para establecer una correcta composición de lugar: qué somos, cuáles son los retos, a quién dirigirnos, qué hacer, qué es lo que no funciona y lo qué sí. 

Por eso, antes de "salir afuera", como Iglesia, debemos desarrollar una profunda conversión pastoral que re-descubra nuestra propia identidad, aquello que es esencial, aquello que somos. 
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La identidad de la Iglesia es, a la vez, comunitaria (κοινωνία/koinonia), de envío (άπόστολος/enviado) y de servicio a los demás (διακονiα, diakonia). Así es como Jesús la fundó, anticipándose con su ejemplo.

Nuestro objetivo es ir y hacer discípulos, sirviendo en común. Nuestra tarea es ser discípulos que renueven la Iglesia, que den, que sirvan, que se conviertan en apóstoles, que, a su vez, hagan nuevos discípulos, que renueven la Iglesia…..Es un círculo continuo.

Es la propia misión la que nos conduce como Iglesia a la conversión pastoral, en la misma medida que la conversión pastoral nos empuja a la misión.

Pasión evangelizadora

En tercer lugar, la conversión pastoral nos conduce a adoptar una actitud de apostólicasentirnos interpelados por el mandato de Cristo de evangelizar, salir de nuestra comodidad, de nuestro cansancio o anestesia, hacia un renovado impulso, mostrar plena confianza en el Espíritu para que nos guíe, para que volvamos a asumir y testimoniar con alegría y con pasión el anuncio del Evangelio.
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Nuestra relación con el Señor desata en nosotros una sed intensa, suscita una pasión ilimitada, incita un apetito insaciable por aprender de otras experiencias y descubrir nuevos métodos, por buscar en sitios insospechados y caminos no habituales.

No pretendemos sacar "conejos de la "chistera", ni nos inventamos las cosas de la nada; no perfeccionamos nada ni tenemos la solución a todos los problemas de la Iglesia; no nos quedamos en el inmovilismo del "siempre se ha hecho así", ni perdemos las ganas de aprender, sino que buscamos, viajamos, aprendemos mientras cumplimos la voluntad de Dios; no creemos que nuestra parroquia, comunidad, movimiento o método evangelizador son la panacea ni la respuesta a todas las preguntas. 

Nuestra pasión y nuestra sed está provocadas por la acción del Espíritu Santo en atenta lectura de la Palabra de Dios y por el Magisterio...
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-por un pasaje de los Hechos sobre los viajes de San Pablo, sobre cómo eran las primeras comunidades y cómo actuaba el poder del Espíritu Santo... 

-por un un pasaje de los evangelios que hace arder nuestros corazones... 

-por una homilía de un sacerdote o una encíclica de un Papa que nos hace meditar...

-por un libro o una cita de un autor cristiano que nos hace pensar... 

-por el conocimiento de la vida de un santo...

-por un retiro, un congreso o una conferencia que nos mueve a la "acción".....

Acción en Oración

En cuarto lugar, la pasión evangelizadora nos produce una "santa insatisfacción" por re-descubrir el mensaje de Cristopor vivir la fe dentro de la Iglesia y sentirnos realmente parte de Ella y a una "divina impaciencia" por hacer la voluntad de Dios.  

Una santa insatisfacción por buscar y querer conocer más del amor de Dios porque "quienes prueban su Amor, siempre quieren más", y  que se aplaca a través de la comunicación con nuestro Padre, quien nos transforma el corazón.
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Los nuevos apóstoles del siglo XXI creemos, esperamos y amamos, ponemos la acción en oración. No somos activistas que quieran “atraer mucha gente”, ni tampoco somos resultadistas, ni pensamos que nuestra misión depende de nuestras aptitudes y esfuerzos. 

Obedientes a lo que Dios suscita en nuestras almas en oración, nos abandonamos ante el corazón de Dios, para verificar Su voz en nuestras vidas, buscando la dirección adecuada e intentando discernir los signos de los tiempos, según la Gracia suscitada por el Espíritu.

Humildes y asidos de la mano de Nuestra Madre, la Virgen María, tratamos de imitar su corazón puro y pronunciar sus mismas palabras: "He aquí el esclavo del Señor", con un "Hágase en mi Tu voluntad".

Celo por el servicio

En quinto lugar, buscamos no sólo ir a Misa con los de siempre, ni "refugiarnos" en nuestros "grupos estufa" donde dar rienda suelta a nuestra gula espiritual, ni juntarnos siempre con los que estamos cómodos y a gusto, sino estar más con los de afuera que con los de adentro. 

Anhelamos ser Iglesia en salida, imitando al Maestro en el servicio al prójimo, porque "el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por todos" (Mateo 20, 28; Marcos 10, 45).

Intentamos ser una Iglesia en servicio (κοινωνία/koinonia), que de la vida por los pobres, los alejados, los necesitados y los olvidados de nuestro tiempo.

Queremos construir una Iglesia que "primeree", que testimonie el amor de Dios hasta el último rincón de la tierra y de los corazones, y no tanto, que imponga normas o preceptos. Si hace falta incluso... con palabras.

Soñamos con ser una Iglesia que comparte con todos lo que hemos vivido, lo que hemos "aprendido y recibido, lo que habéis oído y visto" (Filipenses 4, 9-10).

Venderlo todo por un tesoro encontrado

Y en sexto lugar, lo vendemos todo para comprar el tesoro encontrado.

Venderlo todo es acabar con una auto-imagen religiosa de perfección y virtud, con rasgos pelagianos:"lo hacemos bien" o "somos buenos".
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Venderlo todo es entregar el propio tiempo, dejar de calcular lo que se tiene y lo que se hace, para empezar a dar con una medida generosa, que no busca nada a cambio.

Venderlo todo es perder lo propio y ganar para otros, con nuestros bienes, con nuestros dones, con nuestras obras y con nuestros actos.

Venderlo todo es trabajar al estilo del Reino, abandonando planes y esquemas propios, para cumplir la voluntad de Dios.


En realidad, es lo de siempre

Todos estos síntomas apostólicos han estado siempre presentes  en la Iglesia, sólo que hoy se llama Nueva Evangelización.. Les pasó a numerosos santos, conocidos o anónimos, que un día quisieron subirse a la ola del Espíritu Santo, que les suscitó la voluntad de Dios para su tiempo, dejando sus propias realidades y sus propios esquemas. 

Es lo de siempre pero no es igual

En cada época, el Espíritu Santo se manifiesta a su manera, cómo quiere y por donde quiere, para luchar contra las perezas adquiridascontra los hábitos rutinarios, contra las prácticas olvidadas, contra los nuevos escenarios adversos.

En cada momento, el Espíritu Santo ha provocado diferentes “olas” evangelizadoras: desde los apóstoles que edificaban iglesias con gentiles en los primeros tiempos, pasando por el desarrollo de los monasterios en la Edad Media, hasta nuestros días, en los que manifiesta la importancia de los laicos no sólo como “mantenedores de la fe” sino como "propagadores de la fe".

Sin embargo, no todos los cristianos desarrollan estos síntomas, que son especialmente refractarios con aquellos que se inmunizan al cambio y a la novedad, pensando que para estar bien hay que seguir como siempre, cuando la verdad es que para estar bien, hay que seguir cambiando como siempre... "haciéndolo todo nuevo".

¿Tengo yo algún síntoma de estos?

jueves, 18 de julio de 2019

¿POR QUÉ Y CÓMO CONTÁRSELO A OTROS?

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Algunos de los que me conocen, saben que en el pasado, Dios y yo no nos llevábamos ni bien ni mal, sino todo lo contrario, y que mi relación con la Iglesia, era algo que iba más allá de una actitud beligerante.

Algunos, hoy me comparan con Pablo, el “apóstol de los gentiles”, antes, perseguidor y azotador de cristianos y, después, un "loco evangelizador".

Y, la verd
ad, es que me siento muy identificado con Pablo por mi pasado anti-clerical, por mi forma de conversión, por mi pasión misionera y sobre todo, porque estoy convencido de haber sido llamado por Dios como él, para convertirme en un instrumento para su Plan, una vez curada mi ceguera. 

Y desde luego, lo tengo claro: no es ningún mérito mío. 

Un loco apasionado

Para los que no me conocen, soy un cristiano comprometido y un loco apasionado…Y lo soy por compartir con todos el gran privilegio que Dios me ha concedido: haber encontrado el amor verdadero… y no una, sino dos veces!!!!

La primera vez, fue
hace 34 años, cuando conocí a Mariajo, mi mujer, a quien quiero con locura. Desde que la conocí, su amor me cautivó, me removió por dentro, apenas podía respirar y quería estar con ella a todas horas.
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Fui conociéndola poco a poco y cada vez he ido queriéndola más. Era tan grande lo que sentía (y siento), el amor de ella hacia mí y de mí hacia ella, que no me lo podía guardar para mí, tenía la necesidad de contárselo a los demás.

Hoy, puedo deciros que la qui
ero y que confío plenamente en ella. Porque además, Jesús está en medio de nosotros.

La segunda vez, ha sido hace no mucho… cuando conocí a Cristo resucitado, mi Dios, mi Señor, mi Amigo, a quien quiero con locura.

Es cierto que aunque en el pasado le conocía de oídas y creía en Él, no ha sido hasta que he experimentado su amor, que le he dejado entrar a vivir en mi corazón.

Ahora más que creer en Él desde un punto de vista racional, le experimento, siento su amor y le quiero. Y quiero estar con Él a todas horas.

Y me ha pasado lo que ocurre cuando encuentras el amor puro y verdadero: que no puedo parar de hablar con Él y de Él. Y eso es por amor.

El Espíritu Santo me ha zarandeado por dentro, y en ocasiones, he notado su fuerza renovadora y poderosa. Soy consciente de que el amor de Cristo hacia mí, me moldea y me cincela, y día a día, poco a poco, me va convirtiendo en una persona nueva…Le quiero y confío plenamente en Él.

Estos dos amores plenos y verdaderos se han unido, sin duda, gracias a la existencia de una comunidad cristiana, la Iglesia, de unos hermanos de fe con los que también comparto ese gran amor por el Señor y a quienes también quiero de forma muy especial. Siempre les hago la misma pregunta ¿os he dicho alguna vez que os quiero?

Por ello, hoy me gustaría compartir con todos vosotros ese maravilloso amor de Dios, y hablaros de ¿Por qué y Cómo contárselo a otros?

Un hombre llamado Jesús

Hace más de dos mil años, un hombre llamado Jesús tenía doce amigos, a quienes llamaba, sus discípulos. 

Hoy hay más de 2.000 millones de personas en todo el mundo que seguimos a Jesús, nos llamamos cristianos y somos sus discípulos.

Lo que empezó como un pequeño grupo de personas en el medio oriente, se ha extendido y se ha convertido en un movimiento global sin precedentes.

Los primeros cristianos tenían una pasión y convicción desmedidas por contarles a otros quién era Jesús y lo que habían vivido con él. Y así, la buena noticia se propagó de unos a otros.

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Muchos han dejado su hogar, su familia y su país para viajar a otros lugares del mundo; otros han gastado mucho dinero; otros han arriesgado sus vidas e incluso han muerto por Él. Todos lo han hecho para llevar el maravilloso mensaje de Jesucristo a todos los confines del mundo. Por amor a Él.

Antes de encontrar el amor de Cristo solía enfadarme con lo "pesados" que eran los cristianos, que intentaban hablarme de su fe y trataban de convertirme.

Es que no entendía su obsesión por convertirme: Yo era agnóstico, pero no iba por ahí haciendo agnósticos a los demás. Eso de contar a otros acerca de Jesús era entrometerse y no entendía por qué lo hacían. 

Esto es lo que hoy le ocurre a mucha gente, que no les gusta que se hable de Jesús, no les gusta que haya crucifijos en los colegios o que haya belenes en Navidad. Pretenden que los cristianos vivan su fe en la intimidad, en lo escondido, sin contarla a otros. O peor aún, que ni siquiera la vivan. 

Pero si nadie hablamos de Él ¿cómo podrán llegar a saber y experimentar otros lo impresionante y maravilloso que es Jesús? 

Y si hablamos con entusiasmo, ¿de dónde viene esta pasión que tenemos algunos por hablar de Jesús? ¿por qué contarlo?

¿Por qué contarlo?

1. Mandamiento
En Mateo 28, 19 Jesús nos da un mandato: “Id y haced discípulos míos”. El verbo “ir” aparece 1.514 veces en la Biblia. En el Nuevo Testamento son 233 veces, en el Evangelio de Mateo, 54 veces.
Sin embargo en los últimos tiempos, la Iglesia ha perdido esa identidad, ha dejado de ser una Iglesia en salida, para convertirse en una Iglesia en mantenimiento, que no crece ni da fruto.

Es el Espíritu Santo, que se mueve y actúa donde quiere, quien sopla en una única dirección: nos interpela a ir y a que hagamos discípulos misioneros de la misericordia y de su amor.

2. Amor
Cristo nos dice que vayamos y compartamos la buena noticia, la experiencia, la felicidad y la plenitud de vida que brota del Encuentro con Jesucristo, con todo el mundo.

No sólo es un mandato de Jesús. Es el amor a Jesús y al prójimo lo que nos mueve a contar esta buena noticia a todos, para que ellos también reciban el regalo de la salvación y la vida plena en Cristo.

Resultado de imagen de amar adios sobre todas las cosasNo se trata de convertir, de moralizar a la gente sino de querer ser amigos de ellos, presentarles a Jesús y que, si quieren, le conozcan y sean amigos suyos. 

Se trata de bajar a Dios de la cabeza al corazón. Se trata de no racionalizar tanto sino de amar. Y amar sin esperar nada a cambio. Se trata de amar a Dios más que creer en Dios.

Cuando uno ama a una persona, cree en esa persona. Es automático.

Se trata de que conozcan el intensísimo amor que nos ha demostrado y que también hoy, nos demuestra.

¿Quién es capaz de conocer algo maravilloso y no contárselo a las personas que quiere y aprecia?

Si fueras médico y encontraras la cura definitiva para el cáncer ¿no lo compartirías con toda la humanidad? 

3. Salvación
Pero no sólo es un mandato y una buena noticia sino que es la mejor noticia que podemos contar a otros: la salvación. 

Jesús es la cura a todos los males de la humanidad. No hablar de Él a los demás impide que se puedan sanar, que se puedan salvar. Dios transforma la vida de las personas. Sólo hay que estar dispuesto, alinearse y ponerse en misión. El Amor nos obliga a hablar de Jesús.

El mensaje de Dios está plagado de buenas noticias ¿A quién no le gusta contar buenas noticias a todo el mundo?

4. Certeza
Pero aún hay más… es que su amor, que desborda y hace arder nuestro corazón, es una evidencia de que Él está con nosotros, de que es alguien real; más allá de una creencia, es una certeza. 

Mateo 18,20 dice: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”

Porque, mirad…si fuera falso, no tendría mucha importancia, daría lo mismo hablar o no de Dios. Pero y ¿si fuera verdad? ¿No sería la mejor noticia que pudieras contar jamás? 

Cuando amas a Jesús, reconoces y vives en primera persona lo que el apóstol nos dice en Juan 14,6, que "Él es el Camino, la Verdad y la Vida."

Es, cuando te abandonas a Él, cuando el corazón se te sale del pecho y te impulsa a contárselo a otros con todo tu amor, con todo Su amor.

Entonces ¿qué nos impide hablar a otros sobre Jesús?

Es posible que muchas personas sientan pudor o vergüenza por hablar de Jesús. Otros , quizás piensan que son cosas privadas e íntimas que no se deben contar a otros. Otros, opinan que ya nadie cree y que la fe está pasada de moda.

Pero las buenas noticias nunca pueden callarse. Siempre hay alguien dispuesto a contarlas. Hemos visto el por qué hablar de Jesús y ahora… ¡cómo lo hacemos?

¿Cómo hacerlo?

El mejor lugar desde donde poder hablar a otros del amor de Cristo es desde la Iglesia que Él mismo estableció, como nos dice el evangelio en Mateo 16,18: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".

Pero también podemos hablar del amor de Dios en nuestra vida, en nuestro entorno, en nuestro trabajo...allí donde nos encontramos con los demás.

Podríamos decir que hay cinco maneras de contárselo a los demás:

1.  Presencia
Cuando hablamos de presencia hablamos de estar y de ser, hay que estar y hay que ser. 

Hay que estar en el mundo, sin ser de él. Los laicos estamos en el mundo laboral, estamos en la cultura, en el mundo deportivo, en el ocio, estamos en todos los aspectos de la vida. Es difícil que una persona alejada se acerque a la Iglesia porque sí. Entonces, yo digo...acerquemos la Iglesia a la gente, presentémosles a Jesús. 
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Son nuestras palabras las que tienen que contar la buena noticia, pero sobre todo, lo que más tiene que contar la buena noticia es nuestro testimonio de vida, nuestro estilo de vivir. ¿Cómo vivimos? ¿Cómo trabajamos? ¿Cómo amamos? ¿Cómo nos divertimos?

Estamos cansados de palabras y queremos hechos, queremos encontrar ejemplos de gente que vive como piensa. La gente seduce a los demás por su comportamiento no por sus palabras. La mejor forma de contar es actuar con el ejemplo.

El Evangelio de San Mateo nos recuerda que somos la luz del mundo y que debemos brillar: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5, 14).  “Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro padre que esta en los cielos”. (Mateo 5, 16).

La luz ha de brillar en la oscuridad. Para gloria de Dios. 

2.  Persuasión
Dice Pablo en Corintios "tratemos de persuadir a todos".

Hay una gran diferencia entre persuasión y presión. Yo soy el primero que salgo corriendo cuando me intentan presionar, cuando me dicen "tienes que..."

Resultado de imagen de mikalatos good news for a changeCuando yo era joven, la presión que encontré hacia las practicas religiosas fueron muy grandes: "tienes que ir a misa, tienes que rezar, tienes que vivir así, esto es pecado y esto también. "

Nadie me hablo del amor de Dios o si me lo dijeron no me lo explicaron bien.

Nadie me dijo que “tengo tu nombre tatuado en las palmas de mi mano”, nadie me hizo ver que si hay unos mandamientos establecidos son para que yo tenga vida y la tenga en abundancia y, que aunque por mi debilidad humana yo no quiera o no pueda seguir esos mandamientos, el Amor de Dios por mi es mas grande que todo mi error o pecado.

Tras mi primera comunión, desaparecí de la Iglesia por un “breve periodo” de casi 40 años, y lo peor no fue dejar la Iglesia, sino lo que eso supuso no ser consciente de que Dios me ama y durante esos años me perdí el banquete de la vida.

3. Anuncio
La proclamación es el anuncio de algo. Cuando tenemos buenas noticias, queremos proclamarlas, queremos contarlas. 

Si un día te encuentras dinero por la calle o te toca la lotería, lo quieres contar. Si apruebas un examen, acabas la carrera o encuentras un trabajo, lo quieres contar. Si te vas a casar, lo quieres contar. Si vas a ser padre, lo quieres contar...

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Todos anunciamos cosas, pero cuando las cosas son buenas, tenemos más ganas de contarlo. Dependiendo de lo que anunciemos, nos sentimos de una manera o de otra.

Anunciar buenas noticias nos da mucha alegría. "Tengo una buena noticia" es una frase que solo por el hecho de pronunciarla nos hace felices. 

Seguramente  la bebida que más se bebe y se conoce en el mundo sea la de un refresco de cola y, sin embargo, se sigue anunciando continuamente. 

Si espiritualmente bebemos de una bebida que nos sacia, ¿cómo no la vamos a anunciar?

4.  Poder
La proclamación del Evangelio, el anuncio del Evangelio va normalmente acompañado de la demostración del poder de Dios.

"Saliendo, luego de la sinagoga, fueron a la casa de Simón y Andrés, con Santiago y  Juan. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y al punto le hablaron de ella. Y acercándose El, la levanto tomándola de la mano. La dejó la fiebre y se puso a servirlos" (Marcos 1 , 29).

Dios está en todas partes aunque no siempre se manifiesta. O quizás, no le vemos manifestarse si no es desde los ojos de la fe. Cuando se proclama el Evangelio se palpa el poder de Dios en aquellos que evangelizan. 

No se trata de pensar que si yo evangelizo, me convierto en un superhéroe, en un super apóstol, en un súper cristiano, sino que soy capaz de ver el poder de Dios, cómo actúa en mi, en mi vida y en mis circunstancias.

5.  Oración
La oración es fundamental a la hora de contar a los demás la buena nueva. Tenemos que orar para que los ojos que  no ven se abran. Mucha gente está ciega al Evangelio (2, Corintios 4,4). 

Tenemos que orar para que el Espíritu de Dios abra los ojos que no ven, de manera que puedan entender la verdad sobre Jesús. Hay que rezar por todos, para que todos entendamos la verdad sobre Jesús.
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La mayoría de nosotros se da cuenta, cuando aceptamos a Cristo en nuestras vidas, de que ha habido alguien que ha estado orando por nosotros.

Yo soy converso por la oración de mi mujer y mi suegra. Creo que si no hubiese sido por la oración de ellas, yo seguiría separado de la Iglesia y consecuentemente, separado de Dios. 

Yo he vuelto a la Iglesia por que mi mujer, mi suegra y, seguramente, alguien más, han estado rezando por mí. Lo tengo súper claro y además han ocurrido ciertas circunstancias que así lo demuestran.

Resultado de imagen de milagros o casualidadesSi eres creyente lo llamarás “milagros” y si eres no creyente lo llamarás “casualidades”.

Sé que las oraciones por los demás llegan a Dios y que Él jamás las desecha. No sabemos cuando, no sabemos cómo y no sabemos por qué o para qué, pero sabemos que Dios nos escucha.

Mi consejo, si me  lo permites, querido lector o lectora es que reces por la conversión de la gente que quieres, o también por la que te odia, y luego deja a Dios actuar.

Dios actúa siempre y la oración de otras personas que me quieren hizo que yo me convirtiese.

Dios nos ama un "montón", no te olvides y reza por los que no lo han descubierto aún.

Padres que rezamos por nuestros hijos, no desfallezcamos, no dejemos de orar por ellos, los tiempos de Dios son los que son, no tengamos prisa, no seamos impacientes, la paciencia todo lo alcanza.  

Si rezamos por  nuestros maridos, por nuestras esposas, si rezamos por nuestros amigos, Dios llegará a ellos. La oración todo lo alcanza. A mi me alcanzó y me dio la felicidad.

Así es como yo he descubierto la felicidad, gracias a que alguien un día me dijo que Dios me amaba un montón. 

¿Y tú se lo vas a contar a alguien?

lunes, 13 de mayo de 2019

LAMENTAR NUESTRAS PÉRDIDAS DE VOCACIONES

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"Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, 
como una es la esperanza a que habéis sido llamados." 
(Efesios 4, 4)

Continuamente vemos a nuestro alrededor la gran preocupación dentro de la Iglesia Católica Occidental por la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas. Es un gran dolor y una enorme pérdida para todos nosotros, la Iglesia de Cristo.

Sin embargo, no podemos, no debemos... quedarnos en el "lamento de nuestras pérdidas". Es preciso compartirlas primero con Jesús, para después, hacerlo con el mundo. Es necesario lamentarnos con Cristo, para después, alegrarnos con el mundo. Es imprescindible conocer primero para después, dar a conocer.

Una vez escuché a un sacerdote decir que "no pueden existir vocaciones sin comunidades que las susciten". Aquí está, quizás, el principal problema.

Aunque la falta de vocaciones tiene muchas causas: sociales, políticas, ideológicas, demográficas y también doctrinales, uno de los motivos fundamentales es la vivencia de la fe de muchas comunidades desplazada a un ámbito marginal, íntimo y poco visible.

Resultado de imagen de perdida de vocacionesNos quejamos de la cantidad de niños, jóvenes y adultos que abandonan y se alejan de la Iglesia, pero...¿qué hacemos para remediarlo? ¿salimos al mundo con alegría o permanecemos en casa perdidos en el lamento?

Resultado de imagen de perdida de vocacionesNos quejamos de que esta sociedad está secularizada y que la mayoría de las personas se autoproclaman con orgullo agnósticos o incluso ateos, pero...¿qué hacemos para revertirlo? ¿salimos al mundo con amor o nos quedamos en casa esclavizados por el rencor?

Nos quejamos y buscamos culpables, como los dos de Emaús, mientras caminaban desesperanzados de regreso a su aldea, pero no hacemos nada salvo mirar al suelo desconsolados, lamentando nuestras pérdidas (de vocaciones). 

Cristo sigue caminando a nuestro lado y nosotros...seguimos sin reconocerle. Tenemos las herramientas que Él nos ofrece en nuestras manos, pero no sabemos cómo usarlas porque no escuchamos.

En lugar de ponernos en "acción", en "camino", culpamos desde "nuestros sesenta estadios" a las escuelas, colegios y universidades, porque no enseñan a Cristo; culpamos a los padres por su falta de compromiso para transmitir la fe a sus hijos; culpamos a los sacerdotes porque no enseñan, no forman y no discipulan a sus fieles.

Nos quejamos porque bregamos toda la noche y no pescamos nada, mientras nos empeñamos en seguir guiándonos por nuestra experien
cia, por nuestro "saber hacer", en lugar de escuchar al Maestro, para que nos diga por qué lado "lanzar las redes".

Sinceramente, estoy convenci
do de que faltan vocaciones (de todo tipo) porque no enseñamos "por qué creemos lo que creemos". 

Faltan vocaciones porque no llevamos a los demás a una "inmersión más profunda", a un "mar adentro". 

Faltan vocaciones porque no anunciamos a Cristo vivo y resucitado. 

Faltan vocaciones, quizás...porque hemos perdido la esperanza, como los dos de Emaús. 

Faltan vocaciones porque hemos perdido una fe, para compartirla con el mundo, como Pedro y los apóstoles.

Faltan vocaciones porque nos conformamos con ofrecer una fe superficial, sin sustancia, sin profundidad. Una fe de "asistencia obligada", de "consumo íntimo", de "introspección sentimental". O incluso, una fe que nos es "desconocida".

Y es que pasa que, cuando nuestra fe es probada, rara vez podemos respaldar con palabras lo que creemos, rara vez podemos mostrar en qué se fundamentan nuestra fe y nuestra esperanza. ¿No será porque nuestro corazón ha dejado de "arder"?

Como en el relato de Emaús y en el de la pesca milagrosa de Tiberiades, sólo es posible provocar ese ardor en nuestros corazones, si tenemos una experiencia íntima con Cristo resucitado, si nos encontramos cara cara con Emmanuel "Dios con nosotros", si mantenemos una relación de amistad con Jesús, nuestro amigo.

Y eso se produce cuando escuchamos Su Palabra y, a continuación le invitamos a nuestra casa. Entonces, al partir el pan, le reconocemos y nuestro corazón arde. 

Y arde de tal forma, que no podemos callárnoslo, no podemos quedárnoslo para nosotros. Tenemos que "salir". Es entonces, cuando nuestra vocación (la de todos) sale a la luz. Es cuando nuestro corazón nos mueve a la misión. 

Creo sinceramente que la misión de todos los cristianos del siglo XXI es la de volver al "Origen", al "Principio", es decir, a anunciar a Jesucristo Resucitado a una sociedad descristianizada. Sólo así surgirán vocaciones...de todo tipo...

¿Por qué? porque creo que, para la gran mayoría de las personas de nuestra sociedad occidental, Jesucristo se ha quedado en un hecho histórico: un buen hombre con un buen mensaje que murió y punto. 

Quizás, hemos dado un mal anuncio de Cristo. Quizás, le hemos anunciado como un médico divino que está a nuestro servicio y conveniencia, que utilizamos sólo cuando le necesitamos, en los momentos de dificultad y sufrimiento...como si no le necesitáramos siempre.

Pero nuestra fe y nuestra esperanza se basan en que Jesucristo ha resucitado. El apóstol Pablo nos lo recuerda en 1 Corintios 15, 14: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana nuestra fe."
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Debemos aprender y enseñar cómo compartir nuestra fe en la confianza de que Cristo siempre está a nuestro lado, en nuestras vidas, en nuestras pérdidas. 

Debemos aprender y enseñar cómo anunciar a Jesús a un mundo necesitado de su amor.

Debemos aprender y enseñar cómo desarrollar una visión divina de nuestra existencia, en lugar de una visión humana sostenida por el relativismo, el secularismo, el buenismo, la tolerancia inútil, el "todo vale", el "vive y deja vivir", el "ama y no juzgues"...

Debemos aprender y enseñar cómo perseverar en la incomodidad, en el sufrimiento, en la pérdida, en lugar de buscar el hedonismo, lo "fácil" y lo "cómodo".

Debemos aprender y enseñar cómo cimentar sólidamente nuestra fe para que nuestra esperanza no se derrumbe con los primeros atisbos de huracán.

No pretendo ser pesimista ni desalentador. Simplemente, pretendo tomar consciencia para despertar de nuestro lamento y de nuestra queja, y para ponernos "en marcha". 

San Benito definió su misión con el "Ora et Labora". Sin embargo, nuestras faltas de vocaciones no creo que se deban a la falta de "oración" y sí a la ausencia de "acción".

Albert Einstein dijo que "no podemos pretender que las cosas cambien, si seguimos haciendo siempre lo mismo". Para que una situación cambie, debemos empezar por cambiar nosotros. Debemos hacer que las cosas "ocurran".

La Palabra de Dios, en el Antiguo Testamento, nos advierte: "murió también toda aquella generación que no conocía al Señor ni lo que había hecho por su pueblo" (Jueces 2, 10) . Y yo me pregunto: ¿dejaremos que las futuras generaciones mueran sin el amor de Dios?¿cómo podemos hacer que las siguientes generaciones conozcan a Dios? ¿estando cómodos en nuestra fe íntima o incómodos en nuestra fe comunitaria? ¿quedándonos en nuestra zona de confort o saliendo a nuestro mundo de misión?

Y por si acaso se nos olvida, en el Nuevo Testamento, el Cristo del Apocalipsis llama a conversión a la Iglesia, cuando escribe a las siete Iglesias de Asia, alternando elogios y recriminaciones. Sólo dirige acusaciones a dos de las Iglesias, Sardes y Laodicea, y por supuesto, lo hace con dureza pero con inmenso amor... A ambas no les exige cambios de imagen o mensaje, sino simplemente, fidelidad a la doctrina recibida, y vuelta al amor primero (Apocalipsis 3, 1-22).

La Nueva Evangelización del mundo es la vuelta al "Principio", al "amor primero", y atañe a todo el pueblo de Dios, ya sean sacerdotes, religiosos o laicos. No podemos olvidar la misión que Cristo nos encomendó...a todos!!!

El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos nos dice que la fe debe ser predicada, que Cristo debe ser proclamado, porque Dios se manifiesta en nuestras vidas a través de una fe en continuo crecimiento (Romanos 1,17; 10,17). 

Así pues, tanto la evangelización de los no creyentes, como la reevangelización de los innumerables jóvenes y adultos bautizados alejados, como la suscitación de vocaciones sacerdotales, religiosas y apostólicas, comienzan por el anuncio del Evangelio... el Evangelio de Jesucristo, que es "el mismo ayer y hoy y siempre" (Hebreos 13,8).

Todo comienza con el anuncio de Jesucristo que, caminando siempre a nuestro lado, espera pacientemente a que le reconozcamos. 

Un Anuncio que habla de pecado y gracia, tierra y cielo, anarquía y Reino, Príncipe de este Mundo y Cristo Rey, debilidad humana de la carne y fuerza gloriosa del Espíritu, condenación eterna o salvación eterna...

Un Anuncio del único Evangelio verdadero, que no se "descafeína" ni se "edulcora", que no proclama falsificaciones ni silencios, que no predica una moral "ñoña y lánguida", "triste y retrógrada", que no enseña una fe "light", "acomplejada" o "sentimentalista".

Sólo anunciando al Cristo real, vivo y resucitado, evitaremos la pérdida continua de fieles, vocaciones y dará sentido a nuestra fe. Proclamándolo "desde dentro hacia afuera", en lugar de "desde dentro hacia dentro". 

Nuestra fe y esperanza en Jesús es para gritarla a los cuatro vientos, pero sólo podremos hacerlo si "arde nuestro corazón".

"Recemos y pongámonos en acción".