¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta Hijo amado. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Hijo amado. Mostrar todas las entradas

lunes, 5 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): GLORIA A TI, SEÑOR

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo 
a Pedro, a Santiago y a Juan, 
subió aparte con ellos solos a un monte alto, 
y se transfiguró delante de ellos. 
Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, 
como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús:
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! 
Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, 
otra para Moisés y otra para Elías».

No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió 
y salió una voz de la nube: 
«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, 
no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, 
les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto 
hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello 
de resucitar de entre los muertos.
(Mc 9, 2-10)

La transfiguración manifiesta la pedagogía divina con la que Jesús muestra a sus discípulos su identidad y su misión. Y lo hace porque sabe que todos los indicios apuntan a que su vida va acabar de manera violenta, pero sus discípulos no se enteran, no se lo creen o no lo entienden. 

Cristo escoge a sus discípulos más íntimos, Pedro, Santiago y Juan para subir al Monte Tabor (el monte, lugar de la presencia de Dios, según la mentalidad judía), y para volver a subir a otro monte, el Monte de los Olivos (cf. Mc 14, 33). 

A lo largo de la Escritura, podemos ver la vida pública de Jesús a través de diversos montes: el de la tentación, el de su gran predicación, el de la oración, el de la transfiguración, el de la angustia, el  de la cruz y el de la ascensión, que evocan también el Sinaí, el Horeb, el Moria, los montes de la revelación del Antiguo Testamento...Todos son montes de la pasión y montes de la revelación.

Allí, en el Tabor, Jesús les muestra su victoria, su gloria, manifestada en sus vestiduras (Ap 7, 9.13; 19, 14), en la presencia de dos personajes importantes de la historia de Israel, en la nube que les cubrió (Ex 13,21-22;16,10; Lev 16,2; Nm 16,42; 1 Re 8,10-12; Ap 14,14) y en las palabras del Padre: “Es mi hijo. Escuchadlo” (Mt 3,17; 12,18; Mc 1,11;9,7; Lc 9,35; 2 Pe 1,17).
La aparición de Moisés y de Elías (Ex 3; 1 Re 17-2 Re 1) muestran que Cristo es el cumplimiento de toda la Ley y de todas las profecías del Antiguo Testamento. En el Tabor, los dos profetas veterotestamentarios son testigos de la verdadera humanidad de Jesús, de la misma forma que los tres apóstoles neotestamentarios son testigos de su verdadera divinidad. 

Jesús escoge a la "tríada" humana (Pedro, Santiago y Juan) para que contemplen la Trinidad divina y para que entiendan que no es un maestro cualquiera, sino el Hijo de Dios. El mismísimo Dios les dice directamente que tienen que escuchar a Jesús, saber quién es y cómo actúa porque en Él se ha revelado su amor y su voluntad en plenitud. 

La transfiguración representa el punto culminante de la revelación de Jesús pero es también un acontecimiento de oración del Hijo con el Padre a través del Espíritu Santo en íntima compenetración, en unión hipostática, que se convierte en luz pura, que anticipa la retirada del velo que separa la tierra del cielo y nos hace partícipes de su naturaleza divina (2 Pe 1,4). 

Esto es también lo que experimentamos cuando contemplamos y escuchamos al Señor en la Eucaristía y en la Adoración del Santísimo Sacramento del Altar.
Cristo es el conocimiento íntimo y pleno de Dios. El pueblo ha escuchado a Moisés y Elías, ahora debe escuchar a Jesús para comprender el mensaje definitivo de Dios culminado en Cristo. 

Dios Padre nos dirige hacia la figura de su Hijo amado para que le escuchemos. Y escuchándole, demos testimonio de Él, porque no podremos dar testimonio de Jesucristo Resucitado si no le conocemos, si no le escuchamos, si no leemos su palabra, si no "subimos" con Él al Tabor y contemplamos su gloria. 

Sólo en la visión gloriosa de Cristo Resucitado, nuestra fe tiene sentido y razón de ser, como dice san Pablo:
"Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra él, diciendo que ha resucitado a Cristo, a quien no ha resucitado… si es que los muertos no resucitan. Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto" 
(1 Co 15,14-20)
Sin embargo, como también dice san Pablo, la fe en Cristo necesita testigos que lo invoquen, que sean enviados y que lo anuncien: 
"¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; ¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? 15y ¿cómo anunciarán si no los envían? Según está escrito: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien! Pero no todos han prestado oídos al Evangelio. Pues Isaías afirma: Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje? Así, pues, la fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo" 
(Rom 10,14-17)
Más tarde san Pedro confirmará que los apóstoles fueron testigos oculares de la gloria de Cristo: 
"No nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz: «Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido». Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada"
(2 Pe 1,16-18)
Visión y escucha, contemplación y misión son los caminos que nos llevan al monte santo en el que la Trinidad se revela en la gloria del Hijo. 

Contemplar al Señor glorioso es, al mismo tiempo, fascinante porque nos atrae hacia sí y arrebata nuestro corazón hacia lo alto, hacia la santidad; y tremendo, porque pone de manifiesto nuestra debilidad, nuestra incapacidad de alcanzarla por nosotros mismos. 

Escuchar a Cristo victorioso cada día en la Eucaristía o en la Adoración del Santísimo nos muestra nuestra misión, nos llena de estímulo y fortaleza para bajar al mundo y anunciar que Jesucristo ha resucitado. 


¡Gloria a ti, Señor!

JHR