¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta Gloria. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Gloria. Mostrar todas las entradas

sábado, 5 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): ¡QUÉ BUENO ES QUE ESTEMOS AQUÍ!

Seis días más tarde, 
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, 
y subió con ellos aparte a un monte alto. 
Se transfiguró delante de ellos, 
y su rostro resplandecía como el sol, 
y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 
De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. 
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: 
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! 
Si quieres, haré tres tiendas: 
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 
Todavía estaba hablando 
cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra 
y una voz desde la nube decía: 
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo». 
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. 
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: 
«Levantaos, no temáis». 
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. 
Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: 
«No contéis a nadie la visión 
hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
(Mt 17,1-9)

"Seis días más tarde". Después del milagro eucarístico de la multiplicación de los panes y los peces y tras anunciarles por primera vez su pasión a los apóstoles en la subida hacia Jerusalén...seis días después...esto es, de nuevo en domingo, en el día del Señor, Jesús se transfigura en el Tabor, dando profundo sentido y cumplimiento a las palabras proféticas de Isaías: "el pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz" (Is 9,1) y que Mateo recuerda al principio de la predicación de Jesús (Mt 4,16). 

Jesús les anticipa a sus discípulos que verían su gloria una semana antes (Mt 16,27-28) y aún así, cuando lo vieron resplandeciente, se quedan perplejos y desconcertados, como nos quedaríamos cualquiera de nosotros ante la sobrenaturalidad de tan potente teofanía y cristofanía (manifestación de Dios y de Cristo), que tambiémuestra una visión de cómo será la resurrección de todos los hombres en cuerpo glorioso.

El Señor, que conoce el corazón del hombre, siempre se anticipa: el que iba a ser humillado hasta el extremo, ahora se manifiesta en la plenitud de su esplendor y gloria futura, con la intención de levantar el estado anímico de los apóstoles, ante la inminencia de su Pasión. Estas tres columnas de la Iglesia serán testigos privilegiados de su momento más glorioso en el gozo del Tabor y también de su momento más humillante en la agonía de Getsemaní.

Inesperadamente, en medio del deslumbrante halo de luminosidad que envuelve su visión, entran en escena Moisés y Elías, testigos de la revelación divina en lo alto del Sinaí y representantes autorizados de la ortodoxia israelita (Moisés=Ley; Elías=Profetas) que atestiguan a Jesús glorificado como el Mesías prometido (para que una prueba fuera admitida entre los judíos, se requerían dos testigos).
Es entonces cuando desciende la voz del Padre procedente de la nube luminosa que los cubría con su sombra para corroborar su divinidad: "este es mi Hijo amado", eco de las mismas palabras escuchadas en el bautismo de Jesús (Mt 3,17), pero ahora con un mandato: "escuchadle" 

Dios, que había hablado en el pasado y hasta entonces a su pueblo por medio de Moisés y de los Profetas, ahora, en este nuevo Sinaí, les habla por medio del Hijo amado (Heb 1,1-2), el que ha venido para dar plenitud y cumplimiento a la Ley y los Profetas.

Los discípulos "caen  de bruces", rostro en tierra, postrados en adoración. No sobrecogidos por el miedo, sino en actitud reverencial (temor de Dios) ante la presencia trascendente de la divinidad. 

Exactamente lo mismo que nos ocurre cuando estamos en presencia de Jesús Eucaristía: nos postramos como signo de adoración y reverencia para gozar lo que estamos presenciando. Y aunque nuestros ojos no lo ven, allí mismo, en el altar, converge lo humano y lo divino, la tierra y el cielo. 
Es entonces cuando, como Pedro, decimos: "Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!" o "Con nuestros ojos hemos visto su majestad…" (2P 1, 16-19)

Tras la misa (nuestro Tabor de cada día) sabemos que tenemos que descender al valle para encontrarnos con nosotros mismos en el penoso batallar de nuestra vida, en el duro bregar del "mar adentro", en los momentos de tristeza y decaimiento. 

Pero salimos gozosos, transfigurados y resplandecientes, tras escuchar al Hijo amado, que nos dice "levantaos y no temáis" y que nos envía a ser luz del mundo (Mt 5,14) tan necesitado de Él.

¡Qué privilegiados somos al tener la oportunidad de acercarnos a ver la gloria del Resucitado en cada Eucaristía! ¡Qué afortunados somos al ser "primereados" por Dios que nos muestra nuestro destino final! ¡Qué gozo es ser reconfortados por su paz! ¡Qué bueno es estar junto al Señor y vislumbrar las primicias del cielo!

JHR

domingo, 13 de noviembre de 2022

¿QUIEN SOY YO...?

"No soy yo el que vive, 
es Cristo quien vive en mí" 
(Gal 2,20)

Los cristianos, a menudo, somos acusados, atacados y criticados, incluso por nuestros seres queridos más cercanos. Pero es importante comprender que nuestra labor no es defendernos de esos ataques, como Jesús tampoco se defendió de quienes le acusaban. 

Si me defendiendo con mis medios naturales y con argumentos humanos, evito que Dios me defienda con sus medios sobrenaturales y con sus argumentos divinos. ¿Quién soy yo para tratar de limitar la obra de Dios?

Porque además, defenderme supone renunciar a la purificación que Dios quiere hacer en mi vida. Él quiere configurarme, modelarme y asemejarme a su Hijo, pasando por la oscuridad del Calvario y de la Cruz para llegar a la gloria de la Resurrección.

Dios en su infinita misericordia, me purifica y me humilla, como Él mismo asumió en su hijo Jesucristo. Yo no puedo buscar la gloria, que sólo a Él pertenece. Por eso, Dios ha querido compartirla conmigo gracias a la redención. ¿Quién soy yo para buscar la gloria que no me corresponde?

Nuestra vida cristiana se desarrolla como los misterios del Rosario: en ella hay gozosos, dolorosos, luminosos y gloriosos pero todos terminan con “gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. Cada día vivimos un misterio. He comprendido que toda mi vida no puede ser siempre alegría, sufrimiento o claridad sino que se entremezcla con gozo, dolor y luz... para la gloria de Dios.

Mi vocación como cristiano es ser portador de Cristo. Estoy llamado a irradiar a mi Señor, de forma que sea como un espejo en el que le reflejo para el mundo. No me reflejo yo ni mis méritos. La gloria y los reconocimientos son para Aquel que murió por mi. Y como Juan el Bautista, disminuyo para que Cristo crezca en mí. O como Pablo, muero a mi mismo para que Jesús viva en mí.

Jesús no envió a sus apóstoles a enseñar ideas o teorías abstractas, ni siquiera doctrinas. Les envió a testificar lo que habían visto y oído: la fe en Cristo. Sin embargo, a veces, yo estoy más preocupado en enseñar doctrina, en mostrar ideas, en "hacer" cosas, que en testimoniar a mi Señor y comunicar vida. ¿Quién soy yo para enseñar doctrina?

Para crecer en la vida de Dios, antes debo haber nacido del Espíritu Santo. Para evangelizar y testificar la muerte y resurrección de Cristo, debo presentar a una persona que da vida en abundancia y no una doctrina a cumplir.

Nadie puede cumplir los mandamientos de Dios sin antes conocer al Dios de los mandamientos. Nadie puede ser cristiano si antes no ha experimentado el amor hasta el extremo que ofrece Cristo. ¿Quién soy yo para hablar de oídas, para hablar de Alguien sin haberlo experimentado?

Lo esencial al proclamar a Jesús no es tanto hablar bien de Él, sino dejarle actuar en todas las circunstancias de mi vida con el poder de su Espíritu. El Evangelio no es un conjunto de palabras, ideas o doctrina, es una persona, es “poder y fuerza que vienen de lo alto” y se manifiesta entre nosotros. No sirve de nada hablar maravillas de Él si luego no le dejo actuar a través mío en mi día a día. ¿Quién soy yo para actuar y dirigir según mi razón y mi lógica humanas?

Evangelizar significa proclamar con valentía y eficacia que "Jesucristo vive" con el testimonio de mi propia experiencia y sustentado por el poder del Espíritu Santo.

Toda la lógica y la pedagogía de la fe consiste en aceptar que yo no soy quien dirige la acción, ni controlo la situación ni analizo los resultados. Es Dios quien hace todo.

Toda metodología evangelizadora eficaz consiste en que sea lo suficientemente permeable y dócil para que el Espíritu de Dios actúe y vivir en un Pentecostés constante, en lugar de una racionalización permanente. El mundo está cansado de racionalismos y de teorías literarias. Tiene hambre de palabras vivas y eficaces, tiene sed de Dios.

Es lo que les ocurrió a los dos de Emaús: empezaron a darle una conferencia teológica y cristológica al propio Jesús, a quien ni siquiera reconocían. Le contaron los hechos, palabras y milagros que realizó durante su vida en la tierra. Le narraron su pasión y muerte en la cruz. 

Pero cuando llegaron a la resurrección, no pudieron contar su propia experiencia, su propio testimonio sino que se limitaron a repetir lo que unas mujeres decían que unos ángeles habían dicho.

En la vida de un creyente ocurre algo parecido. Oímos a otros repetir lo que los hagiógrafos han escrito, lo que teólogos han definido, lo que los santos han dicho o lo que aprendieron en sus clases, pero no su experiencia real de la resurrección de Cristo. 

Todos los cristianos estamos llamados a ser testigos de lo que predicamos, a experimentarlo en nuestras propias carnes, en nuestras propias vidas, porque si no ¿Qué sentido tiene repetir como papagayos lo que hemos aprendido, oído o leído pero no hemos vivido?

Muchas veces trabajamos a la luz de las velas del altar en lugar de hacerlo con la luz poderosa de quien se encuentra en el centro del altar: Jesucristo, la “luz del mundo”.

Un verdadero cristiano, un verdadero evangelizador testimonia personalmente su propia experiencia de salvación, y da fe de que Jesucristo ha resucitado y está vivo porque ha tenido un encuentro personal con Él y por eso, “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20).

Un verdadero cristiano, un verdadero evangelizador no habla de Jesús sino que lo presenta vivo ante los que le escuchan, alumbra a otros con su testimonio de vida para que Cristo les deslumbre con su gloria y así le reconozcan. ¿Quién soy yo para intentar equipararme a mi Maestro?

No se trata de lucirme ante los demás ni de mostrarme a mí para deslumbrar al mundo sino de mostrar a Cristo para que Él ilumine el camino. Y para ello, debo dejar que Él viva en mí, dejar que se haga presente y actúe en mí vida.

¿Quién soy yo? 

"Siervo inútil, he hecho lo que tenía que hacer
(Lc 17,10)

"Esclavo que obedece a Cristo y a mis jefes con respeto y temor, 
con la sencillez de mi corazón. 
No por las apariencias, para quedar bien ante los hombres, 
sino como esclavos de Cristo que hacen, de corazón, lo que Dios quiere, 
de buena gana, como quien sirve al Señor y no a hombres"
(cf. Ef 6,5-7; Col 3,22-23)

viernes, 19 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (20): UNO SOLO ES VUESTRO PADRE, EL DEL CIELO

"Uno solo es vuestro Padre, el del cielo"
(Mt 23,9)

Terminamos hoy las meditaciones en chanclas por esta temporada con una visión de la gloria de Dios mostrada al profeta Ezequiel en la primera lectura, afirmada en el Salmo. y explicada en el Evangelio.

Nos ponemos en situación: Ezequiel y el pueblo de Israel se encuentran en la cautividad del destierro en Babilonia, tras la destrucción del templo de Jerusalén, símbolo de la presencia y gloria de Dios. El Señor le muestra al profeta una visión de un nuevo templo, símbolo de la nueva relación con Dios.

Tras la gran desgracia por haber perdido tierra, templo, identidad e incluso el idioma, el pueblo de Dios se plantea toda esa desolación como un acto de contrición, una oportunidad de volver su rostro al Señor. Su dura cerviz y su corazón de piedra se han convertido en una actitud dócil y un corazón de carne dispuestos a recibir la gloria de Dios. 

Sin embargo, su pensamiento estaba en la recuperación de su identidad como pueblo elegido y en la reconstrucción del templo majestuoso de Salomón. No entendían que la visión mostraba la futura venida del Mesías, la encarnación del Cristo prometido.

La gloria de Dios, como dice el salmo, "traerá la paz a su pueblo y la salvación habitará en nuestra tierra". Salvación y gloria, misericordia y fidelidad, justicia y paz se unirán en la persona de Jesús. 

En el evangelio, Jesús nos muestra, poniendo a los fariseos como ejemplo de hipocresía, es decir, como modelo de lo que no hay que hacer: "haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen".

Jesús reprende la actitud hipócrita de los "jefes" del pueblo de Israel y nos advierte de no buscar nuestra gloria, de no anhelar los "primeros puestos" de poder y de no desear el reconocimiento de los demás, haciéndonos llamar "padre" o "maestro", porque sólo uno es nuestro Padre y sólo uno es nuestro Maestro. La gloria le corresponde sólo a Dios.  

Cristo envía una advertencia específica para quienes rigen su Iglesia y que continúa en el resto del capítulo 23 de Mateo con los "ay" (Los ocho lamentos de Jesús) sobre los falsos líderes religiosos que buscan su "vanagloria" (gloria inútil). 

Y se lamenta por ellos, a la vez que les reprende porque buscan su propia gloria, no sólo alejándose de Cristo sino alejando a otros de Él: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren" (Mt 23,13). 

La gloria de Dios pasa por el camino de la cruz, de la entrega y por la humillación de hacerse servidor de todos. Cristo es el primero, el enaltecido, el glorificado: "El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Mt 23,11-12).

El Señor nos llama a seguir su ejemplo, a servir a los demás, a humillarnos para ser enaltecidos por Dios. Nos exhorta a no vivir de las apariencias, a ser cristianos auténticos, coherentes y fieles a nuestro Maestro glorioso.


GAD

viernes, 6 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): ESCUCHADLO

"Este es mi Hijo, el amado; 
escuchadlo"
(Marcos 9,7)

Hoy, el capítulo 9 del evangelio de san Marcos nos presenta una visión del cielo, nuestro destino final, y nos muestra la gloria, el poder y la autoridad de Jesucristo, anticipada por la profecía del capítulo 7 de Daniel y ampliada después por la visión de san Juan en el capítulo 1 del Apocalipsis, y en los que se repite un imperativo constante: "Escuchadlo", "El que tenga oídos, que oiga"...

El monte es el lugar físico del encuentro entre lo eterno y lo temporal, entre Dios y el hombre: Sinaí es Alianza, Moria es Sacrificio, Horeb y Carmelo es Presencia, Quarantania es Tentación, Eremos es Bienaventuranzas, Olivos es Agonía...Tabor es Visión del cielo, irradiación de la Gloria de Dios y confirmación de la identidad de Cristo. Es icono de Resurrección, signo de nuestra esperanza y razón de nuestra fe

Moisés y Elías, "hombres de monte”, aparecen junto al Señor y escenifican el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. La Ley de Moisés y los Profetas de Elías, flanquean al Evangelio, al Elegido, al Salvador. 
El Señor se trasfigura para que pueda entender, más tarde, como se desfigura en el "escandalo" de la Cruz. El camino al cielo pasa siempre por la cruz. Jesús me enseña un "cachito de cielo" para darme esperanza y así, cuando lleguen los momentos difíciles, ser capaz de perseverar en la fe. 

Dios Padre se hace presente en la misma nube (símbolo del Espíritu Santo) que cubrió a Moisés en el Sinaí (Éxodo 19,9), o a María en la Encarnación (Lucas 1,35), y que ahora cubre a Jesucristo. La misma nube que le llevará en su Ascensión (Hechos 1,9) y que le traerá en su Retorno (Marcos 13,26). Y repitiendo palabras similares a las del bautismo de Jesús en el Jordán, Dios Padre confirma Su voluntad, esto es, que Cristo es el cumplimiento pleno y completo de Su Plan Salvífico: "Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo".
Pedro, Santiago y Juan, los más cercanos y amados por el Señor, son elevados en oración, "arrebatados en espíritu" para contemplar la visión celeste, pero se duermen, igual que se dormirán en Getsemaní. De repente, un resplandor les deslumbra: el rostro de Jesús brilla refulgente pero no dan crédito a lo que sus ojos ven y sus oídos oyen. 

El miedo inicial, que les hace caer de bruces, se convierte en éxtasis gozoso y muchos años más tarde, san Pedro recordará este momento: “Con nuestros ojos hemos visto su majestad” (2 Pedro 1, 16). Aunque en Marcos no lo relata, en Mateo 17,6, Jesús se acerca a los tres discípulos y les dice: "Levantaos. No tengáis miedo", igual que el ángel del Señor le dirá a Juan en Apocalipsis 1,17. 
Jesús les habla de resurrección pero ellos no entienden porque, ante el miedo que les paraliza, no escuchan. Y porque no escuchan, no pueden creer ni esperar. Más tarde, ya Resucitado, Jesús reprenderá a los dos de Emaús su falta de fe y de esperanza: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? (Lucas 24,25-26).

Como a los tres Apóstoles, el Señor me invita a la gran liturgia celeste, a la Eucaristía, donde soy transportado al cielo, "elevado en espíritu" a la presencia de Dios, donde me uno en oración a toda la corte celestial. Al contemplar su rostro glorioso, caigo rostro en tierra ante el trono de Dios, hago silencio y escucho.

Como los tres apóstoles, muchas veces, veo pero no entiendo, oigo pero no escucho. Y cuando no entiendo algo, me dejo embargar por el miedo y busco mi propia seguridad (acampar). Y cuando no escucho, mi fe se tambalee y mi esperanza se desvanece. Sólo ante la visión de Cristo resucitado y glorioso, mi fe y mi esperanza cobran todo su sentido.

Todo conduce a Jesús. Si Nuestra Madre, la Virgen María, nos dijo en Caná "Haced lo que Él os diga", ahora, Nuestro Padre Todopoderoso, en el Tabor nos dice: "Escuchadlo". 

A Jesús, le escucho en la Palabra y le contemplo en la Eucaristía, donde me interpela y me pregunto ¿Cómo es mi actitud en presencia de Dios? ¿Cómo es mi oración? ¿Cómo es mi fe? ¿Y mi esperanza? 

¿Comprendo que para alcanzar el cielo tengo que pasar por la Cruz? ¿Escucho y aplico en mi vida lo que Jesús me dice en la Sagrada Escritura? ¿Me dejo transfigurar por la Palabra para ser luz del mundo? o ¿me quedo indiferente en mis seguridades?


JHR

miércoles, 17 de febrero de 2021

CUARESMA: PREPARACION AL PARTO CRISTIANO

"Como la embarazada cuando le llega el parto
se retuerce y grita de dolor,
así estábamos en tu presencia, Señor:
concebimos, nos retorcimos, dimos a luz…
Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos
y cierra la puerta detrás de ti" 
(Isaías 26,17-18 y 20)

Hoy, miércoles de ceniza, comienza la Cuaresma, un camino de preparación interior para la Pascua, en el que los cristianos "entramos en nuestros aposentos", en la profundidad del alma, y "cerramos la puerta", al ruido exterior.

Ayer, desnudo en el oasis del Edén, el hombre "concibe" el pecado y la muerte, al dejarse seducir por un falso Esposo: "Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará (Génesis 3,16)

Ahora, vestida de sol en el desierto de Judea, la Iglesia, Esposa fiel del Cordero, está "encinta" gestando una nueva vida, fruto del amor del Esposo verdadero: "Una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta, y grita con dolores de parto y con el tormento de dar a luz (Apocalipsis 12,1-2)

La cuaresma es la preparación al parto cristianoes un estado preliminar a la inminencia del dolor y del sufrimiento en el momento del alumbramiento. La cuaresma es maduración e introspección, reflexión y meditación, respiración y discernimiento...es abstinencia generosa, es penitencia alegre, es oración confiada. 
La cuaresma es un desierto purificador, donde recibimos el maná del cielo, la Eucaristía, mientras sudamos en el polvo de nuestra humanidad: "Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás" (Génesis 3, 19).

La Cuaresma son los cuarenta días de lucha contra las tentaciones, los cuarenta días de "diluvio purificador", los cuarenta años de peregrinación. Allí, nos "desembarazamos" de lo material, de lo humano y de lo temporal, nos preparamos interiormente para "alumbrar" al ideal de hombre pensado por Dios y nos abandonamos al poder redentor de nuestro Señor. 

Se acerca la hora del parto, el trance de la Pasión de la cruz. Estamos preocupados, ansiosos y apurados porque llega el dolor y el sufrimiento del parto, pero sabemos que no hay nacimiento sin parto, no hay gracia sin desgracia, no hay vida sin muerte, no hay luz sin cruz"La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. (Juan 16,21).
Gritamos mientras nuestras fuerzas desfallecen, nuestros pensamientos se convulsionan, nuestros corazones desmayan y nuestros deseos se retuercen, presas del terror pecaminoso. Estupefactos, nos miramos el uno al otro, pero con los rostros encendidos de esperanza. Llega el día del Señor para probarnos, convertirnos y extirpar el pecado: "Dad alaridos: el Día del Señor está cerca, llega como la devastación del Todopoderoso. Por eso los brazos desfallecen, desmayan los corazones de la gente, son presas del terror; espasmos y convulsiones los dominan, se retuercen como parturienta, estupefactos se miran uno al otro, los rostros encendidos. El Día del Señor llega, implacable, la cólera y el ardor de su ira, para convertir el país en un desierto, y extirpar a los pecadores" (Isaías 13,6-9).

Nuestras entrañas se estremecen a causa del daño original, la angustia nos horroriza por lo que vemos alrededor, la ausencia de Dios en el mundo nos retuerce el alma. Pero nuestra esperanza se refuerza por lo que escuchamos en Su presencia poderosa, mientras nos arrodillamos ante el altar. 

Nos sobresaltamos por el atardecer que cubre de oscuridad la tierra, mientras nuestra fe nos conduce a preparar la mesa, ante la inminente llegada del Novio: "Por eso mis entrañas se estremecen, angustias de parto se apoderan de mí, me retuerzo por lo que escucho, me horrorizo por lo que veo. Mi corazón vacila, me domina el terror,  el deseado atardecer se me ha convertido en sobresalto. ¡Preparad la mesa, extended los tapices: a comer y beber!" (Isaías 21,3-5).
El desierto preparatorio no es un castigo sino una llamada a la conversión del corazón. La cólera del Señor no es una condena sino una salida de toda esclavitud y el ardor de la ira de Dios no es una sanción sino un camino depurador hacia la libertad de la Tierra Prometida.

Jesucristo nos suplica "Salid de ella, pueblo mío" (Apocalipsis 18,4). Salimos de la ciudad al campo, de la comodidad urbana a la inquietud rústica. Hacemos ayuno, penitencia y oración para huir de las tentaciones y recibir la recompensa prometida, para ser liberados y rescatados de las manos de nuestros enemigos: "Vas a salir de la ciudad, vas a vivir en el campo. Irás hasta Babilonia y allí serás liberada; allí te rescatará el Señor de las manos de tus enemigos" (Miqueas 4,10).

Éramos estériles, pero ahora germinamos en la buena tierra, esperando la hora para gritar de júbilo la resurrección de Cristo"Alégrate, estéril, la que no dabas a luz, rompe a gritar de júbilo, la que no tenías dolores de parto, porque serán muchos los hijos de la abandonada; más que los de la que tiene marido" (Gálatas 4,27).
Nos vestimos con el "morado" penitencial y litúrgico a la espera de que nuestro Señor nos cambie esa indumentaria por las vestiduras "blancas" de su gloria. Sufrimos, expectantes ante el nacimiento de una nueva humanidad gozosa y alegre, que ha sido reconciliada con el sufrimiento de Cristo como testimonio de un amor fecundo.

Ningún dolor es comparable a la gloria que se nos manifestará en la resurrección de nuestro Salvador y que nos traerá nuestra redención: "Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará. Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo" (Romanos 8, 18-23).

JHR

miércoles, 17 de julio de 2019

EL ROSARIO: ORANDO CON MARÍA

Reconozco que hace unos años, apenas pensaba en La Santísima Virgen. Tampoco creía que Ella fuera el mejor y más perfecto camino para llegar y conocer a Jesús. Y mucho menos, rezaba el Rosario. 

Me parecía (como a muchos, por desconocimiento) aburrido, repetitivo y de "personas mayores". Me parecía que era "hacer de menos" a Jesús para "hacer de más" a María.

Después de algunos acontecimientos suscitados por la Gracia, sobre todo, en mi primer viaje a Medgujorge, Ella me enseñó a rezar con Ella y por Ella a Dios. 

María me enseñó a rezar el Rosario para aprender a amar a su Hijo como Ella le ama; para aprender a sufrir con Ella como Ella sufre y para aprender a gozar con Ella como Ella goza.

María me enseñó que rezar el Rosario no es repetir oraciones "como un loro" sin interiorizarlas, ni tampoco contemplar Misterios sin entenderlos, sino que es "insertarse" en las oraciones y en las situaciones que meditamos juntos.

Porque Ella...lo hacía y lo hace conmigo. Me lleva de la mano y me muestra a su Hijo. De un "plumazo", empecé a conocerles a ambos en toda su extensión y plenitud.

Rezar a María y con María no nos aleja de Jesús. Es todo lo contrario. Ella es espejo de Jesús. La Virgen nos lleva a contemplar a su Hijo. 

Además, la Virgen nos lo pidió en Fátima, el 13 de mayo de 1917,hace más de cien años: “Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”.

El Santo Rosario es una fuente de gracias espirituales interminables y un arma poderosa para pedir a Dios por medio de su Madre.

El Santo Rosario es, sobre todo, una oración contemplativa, reflexiva y tranquila:

"Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: 'Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad' (Mateo 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza" (Papa Pablo VI).

Es una oración que une y cohesiona la oración vocal con la mental:

Oración vocal

El Padre
 Nuestro, el Ave María y el Gloria forman la oración vocal del Santo Rosario:

-El Padre Nuestro, enseñado por el mismo Jesucristo, es la oración mas perfecta, sublime y sencilla a la vez: todo lo que el cristiano puede y debe pedir a Dios está expresado en él.

En la primera parte, pedimos la gloria de Dios, último fin de todas las cosas en su conocimiento, en la exaltación de su santo nombre y en el advenimiento de su Reino. Pedimos el reino de la gracia en las almas, el reino de la Iglesia en el mundo y el reino de la gloria en el cielo.

En la segunda parte, imploramos gracias para nosotros, que Dios nos conceda los bienes necesarios y, en su misericordia, nos libre de los males especialmente del más grande de todos los males: el pecado.

-El Ave María, es la oración de veneración a la Virgen, con la que le recordamos a Ella la plenitud de la gracia que Dios le otorgó, la sobrehumana dignidad a la cual fue exaltada, las virtudes que le merecieron tan excelsos honores, el inefable elogio que Dios hizo de Ella por medio del Arcángel Gabriel y las felicitaciones de su prima.

Luego le rogamos a Ella que interceda ante Dios con sus omnipotentes oraciones (omnipotencia suplicante, según San Bernardo) para nuestro bien, en todos los momentos de nuestra vida y sobre todo, en el decisivo instante de la muerte.

-El Gloria (al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo) que se reza entre cada una de las decenas del Rosario, es una oración de alabanza y glorificación a la Santísima Trinidad que también se debe meditar.

Oración mental

El Santo Rosario es una oración mental con el que recordamos los Misterios principales de nuestra fe.

Es una oración con el corazón en la que contemplamos
 "in situ" la vida de Jesús y la de su santa Madre.

Cuando rezamos el Santo Rosario, nos ponemos en la presencia de Dios, de la mano de María, y mientras nuestra boca repite las oraciones vocales, nuestra mente se traslada con el pensamiento a cada momento de las vidas de Jesús y María, al considerar cada uno de los Misterios:

Los Misterios Gozosos (Lunes y Sábado) nos muestran el anuncio y la infancia de Jesús. Nos enseñan el valor de las humillaciones ofrecidas a Dios, de las renuncias, de la sujeción a la voluntad de Dios
-La Anunciación del Ángel a la Virgen María y la Encarnación.
-La visita de María a su prima Isabel.
-El Nacimiento de Nuestro Señor.
-La Visita y Presentación de Jesús en el Templo
-Jesús perdido y encontrado en el Templo.

Los Misterios Dolorosos (Martes y Viernes) nos recuerdan que la vida cristiana está llena de sufrimiento y de dolor, de tentaciones y de pruebas:
-La Agonía de Jesús en Getsemaní.
-La Flagelación de Jesús,.
-La Coronación de espinas.
- Jesús lleva la cruz a cuestas.
- La Crucifixión y Muerte de Jesús.

Los Misterios Gloriosos (Miércoles y Domingo) nos elevan y alimentan nuestro valor en la lucha y en la esperanza de seguir a Jesús en el triunfo y en la Gloria:
-La Resurrección de Jesús.
-La Ascensión de Jesús a los cielos.
-La Venida del Espíritu Santo sobre María y los apóstoles.
-La Asunción de María.
-La Coronación de la Virgen como Reina de cielo y tierra.

Los Misterios Luminosos (Jueves) nos enseñan la vida pública de Cristo, desde su bautismo hasta la víspera de su Pasión:
-El bautismo de Jesús en el río Jordán.
-La autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná.
-El anuncio del Reino de Dios.
-La transfiguración de Jesús.
-La institución de la Eucaristía.

Promesas de la Virgen María

Además, la Iglesia católica señala quince promesas que el beato francés, Alain de La Roche, declaró recibir de la Virgen María, destinadas a quienes recen devotamente el Rosario.

ël fue quien restableció la devoción al Rosario, enseñada por Santo Domingo de Guzmán, apenas un siglo antes, y olvidada tras su muerte

Las promesas son las siguientes:

Resultado de imagen de el rosario-El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

-Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

-El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las herejías.

-El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevarán a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!

-El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.

-El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en las gracias si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.

-Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.

-Quiero que todos los devotos de mi Rosario tengan en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.

-Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.

-Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.

-Todo lo que se me pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

-Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

-Todos los que recen el Rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.

-Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.

-La devoción al Santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.

miércoles, 18 de julio de 2018

NI EL ÉXITO NI EL MÉRITO SON NUESTROS

Imagen relacionada
"Él debe crecer y yo, menguar.
El que viene de arriba está sobre todos"
(Juan 3, 30)

El orgullo nos impide reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas, la mano de Dios en nuestras acciones. Todo lo contrario, envanece todos nuestros actos, especialmente en las situaciones de éxito.

Como cristianos, debemos ver en nuestra vida la presencia y la acción de Dios, porque toda nuestra vida es un regalo suyo y está a su servicio. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. Pero es que además, son efímeros. No son duraderos. 

Sin embargo, es muy difícil ver la mano de Dios cuando alcanzamos el éxito, cuando triunfamos económica o socialmente...en esos momentos, nuestra propia vanidad nos ciega y no vemos que es Dios quien nos ha puesto en ese lugar, y lejos de darle gracias, y ponerlo a su servicio, pensamos que el mérito es nuestro, ¡porque lo valemos!

Lo sé por experiencia. Durante mi vida, he disfrutado de un cierto éxito en muchos sentidos pero lo he vivido orgulloso y de espaldas a Dios. Y así me ha ido. Lo que un día está arriba, al día siguiente, está abajo. Y mis fuerzas y méritos son humanamente limitados.

Resultado de imagen de dios no hace acepción de personasPor eso, doy gracias a Dios. Gracias por sacarme del vacío del éxito, por librarme de la soledad del triunfo, por liberarme de la mezquindad del orgullo, por hacerme ver que la vanidad no lleva a la felicidad, por hacerme entender que la humildad es la que me lleva lejos en la vida y me conduce a Él. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. 

La humildad es un don que todos los cristianos debemos (deberíamos) pedir y agradecer. La humildad siempre lleva al agradecimiento, al amor y a la entrega. Ser humildes es ser capaces de reconocer cuáles son nuestras debilidades y cuáles son nuestras posibilidades, y a la vez, dar gracias por todo lo que recibimos de Dios, que nos ayuda a llevar una vida de amor y entrega a los demás. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. 

El apóstol Juan nos dice que Dios debe crecer en nosotros, y nosotros, menguar, hacernos pequeños (Juan 3, 30). Ante la grandeza de Dios, todo es pequeño. Él está por encima de todo y de todos. Pero no desde una posición de orgullo sino de amor. Ahí reside su grandeza, en que Dios mismo se "abajó" a nosotros y nos mostró el camino de la humildad: a través de María y de Jesús, ejemplos perfectos de amor y humildad.
Imagen relacionada
El Evangelio nos habla de humildad, de sencillez, de pequeñez, de hacerse niño: "Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios." (Mateo 18,3). 

Un niño pequeño confía plenamente en su padre/madre, se fija en él, le tiene siempre presente, imita sus palabras, sus acciones… su Padre es el espejo en el que reflejarse. Pero, sobre todo confía, no le cuestiona, se fía, se abandona en sus brazos. Porque le ama.

Imagen relacionadaUn padre ama, por encima de todo, a sus hijos. Y por eso, jamás desea ni le da a un hijo nada malo, ni hace o dice nada que le perjudique, ni lo lleva por caminos peligrosos. Le acompaña y le lleva de la mano para que no caiga, y si es necesario, le carga sobre sus hombros para que no se canse.

De la misma forma, el Señor nos acompaña, nos lleva de la mano, nos guía, nos consuela y nos sostiene. Él hace todo lo posible (y lo imposible) por nosotros. 

Sólo hace falta que, como niños, como hijos suyos, le devolvamos nuestro amor, nos fiemos y confiemos, que seamos sencillos y humildes, y así, acercándonos, poder mirar a Jesús y aprender de Él, la única forma de llegar al Padre. La única manera de llegar al verdadero éxito y a la verdadera gloria.

Dios se revela constantemente, a todos nosotros. Día a día nos enseña a vivir, nos enseña cómo tenemos que amar, y lo hace Él primero, con el ejemplo. Pero hace falta que tengamos ese corazón sencillo y humilde como el de Cristo, como el de María. Sin ese corazón puro y humilde como el de un niño, no podemos aprender a vivir ni alcanzar la gloria eterna.


miércoles, 1 de junio de 2016

BAJAR DEL MONTE TABOR




Subir al monte Tabor es fatigoso, pero asciendes con ilusión y con expectativas. Una vez que lo consigues... te sientes un privilegiado al experimentar personalmente y con gozo, el rostro glorioso y resplandeciente de Cristo ¡Qué bien se está allí junto al Señor! 

Subir es aprender a obedecer los mandamientos, a cumplir la ley y a confesar la fe en Jesús como nuestro salvador. Pero hay algo mucho más importante: Debemos subir al Tabor para descubrir a Jesús, para verle con los ojos del corazón.

Algunos han subido y allí permanecen, asombrados y maravillados, calentitos y a gusto. Lo difícil es bajar, pues la tentación de todos es permanecer en la montaña, saboreando esta gloriosa experiencia espiritual y quedarnos allí para siempre con Él, plantando nuestras tiendas, privatizando a Jesús en busca de nuestra propia santidad.

Pero lo que debemos entender es que esta experiencia-cumbre es momentánea, que esta gracia de iluminación espiritual no es un fin en sí mismo, sino un don que nos ha sido regalado para fortalecer nuestra fe en el difícil camino que aún debemos recorrer. 

Subir al monte es necesario, pero quedarse allí es una equivocación. Cristo nos llama a bajar, a dejarnos vencer, a dejarnos transformar por el amor de Dios.

Bajar del monte es comprender el sentido de la vida que nos muestra el Señor y acompañar a los que sufren, a los perdidos en lo profundo de la llanura, ésa es la misión. Ser testigos de nuestra experiencia con el Señor y ser reflejos de su amor.

Bajar significa mirar hacia el mundo de una forma nueva, implica aprender a morir dando la vida. Es volver con Jesús al mundo que hemos dejado, retornando al sufrimiento y a la injusticia del valle. Pero eso sí, ahora con una nueva visión de nuestra misión: Bajar del monte para morir por los demás.

Bajar conlleva renunciar a todo, “dejarnos ir”, y re-aprender casi todo lo que antes hemos aprendido: ¡Tenemos que aprender a morir, en sentido radical, aprender a dar la vida, a vivir en, con y para los demás!

Bajar es aprender a poner nuestras vidas en manos de Dios, que promete sostenernos, guiarnos y protegernos, incluso cuando el mal amenaza con vencernos o cuando nuestra fe parece apagarse.

Seguir a Jesús implica mucho más que tener la certeza de que Él es el Mesías, significa sanarnos de nuestra ceguera espiritual, que nos impide ver las exigencias del amor que nos lleva a sacrificarnos por el Reino

Seguir a Jesús significa desprendernos de todo, dejar que pase todo, llenos y convencidos del poder del amor de Dios, negarnos a nosotros mismos, cargar con nuestra cruz como parte de la búsqueda del Reino. Al igual que nuestro Señor, despojarnos de nosotros mismos, convirtiéndonos en servidores, humillándonos y siendo obedientes hasta la muerte.

La cruz y la muerte no nos debe preocupar, no nos debe atemorizar porque lo que deseamos es hacer la voluntad de Dios, que nos ha concedido estar con Él en la cumbre del monte Tabor, mirar desde arriba, a lo lejos y ver el cielo prometido, la gloria de la venida del Señor. Pero bajar, debemos bajar.