¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 5 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): GLORIA A TI, SEÑOR

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo 
a Pedro, a Santiago y a Juan, 
subió aparte con ellos solos a un monte alto, 
y se transfiguró delante de ellos. 
Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, 
como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús:
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! 
Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, 
otra para Moisés y otra para Elías».

No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió 
y salió una voz de la nube: 
«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, 
no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, 
les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto 
hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello 
de resucitar de entre los muertos.
(Mc 9, 2-10)

La transfiguración manifiesta la pedagogía divina con la que Jesús muestra a sus discípulos su identidad y su misión. Y lo hace porque sabe que todos los indicios apuntan a que su vida va acabar de manera violenta, pero sus discípulos no se enteran, no se lo creen o no lo entienden. 

Cristo escoge a sus discípulos más íntimos, Pedro, Santiago y Juan para subir al Monte Tabor (el monte, lugar de la presencia de Dios, según la mentalidad judía), y para volver a subir a otro monte, el Monte de los Olivos (cf. Mc 14, 33). 

A lo largo de la Escritura, podemos ver la vida pública de Jesús a través de diversos montes: el de la tentación, el de su gran predicación, el de la oración, el de la transfiguración, el de la angustia, el  de la cruz y el de la ascensión, que evocan también el Sinaí, el Horeb, el Moria, los montes de la revelación del Antiguo Testamento...Todos son montes de la pasión y montes de la revelación.

Allí, en el Tabor, Jesús les muestra su victoria, su gloria, manifestada en sus vestiduras (Ap 7, 9.13; 19, 14), en la presencia de dos personajes importantes de la historia de Israel, en la nube que les cubrió (Ex 13,21-22;16,10; Lev 16,2; Nm 16,42; 1 Re 8,10-12; Ap 14,14) y en las palabras del Padre: “Es mi hijo. Escuchadlo” (Mt 3,17; 12,18; Mc 1,11;9,7; Lc 9,35; 2 Pe 1,17).
La aparición de Moisés y de Elías (Ex 3; 1 Re 17-2 Re 1) muestran que Cristo es el cumplimiento de toda la Ley y de todas las profecías del Antiguo Testamento. En el Tabor, los dos profetas veterotestamentarios son testigos de la verdadera humanidad de Jesús, de la misma forma que los tres apóstoles neotestamentarios son testigos de su verdadera divinidad. 

Jesús escoge a la "tríada" humana (Pedro, Santiago y Juan) para que contemplen la Trinidad divina y para que entiendan que no es un maestro cualquiera, sino el Hijo de Dios. El mismísimo Dios les dice directamente que tienen que escuchar a Jesús, saber quién es y cómo actúa porque en Él se ha revelado su amor y su voluntad en plenitud. 

La transfiguración representa el punto culminante de la revelación de Jesús pero es también un acontecimiento de oración del Hijo con el Padre a través del Espíritu Santo en íntima compenetración, en unión hipostática, que se convierte en luz pura, que anticipa la retirada del velo que separa la tierra del cielo y nos hace partícipes de su naturaleza divina (2 Pe 1,4). 

Esto es también lo que experimentamos cuando contemplamos y escuchamos al Señor en la Eucaristía y en la Adoración del Santísimo Sacramento del Altar.
Cristo es el conocimiento íntimo y pleno de Dios. El pueblo ha escuchado a Moisés y Elías, ahora debe escuchar a Jesús para comprender el mensaje definitivo de Dios culminado en Cristo. 

Dios Padre nos dirige hacia la figura de su Hijo amado para que le escuchemos. Y escuchándole, demos testimonio de Él, porque no podremos dar testimonio de Jesucristo Resucitado si no le conocemos, si no le escuchamos, si no leemos su palabra, si no "subimos" con Él al Tabor y contemplamos su gloria. 

Sólo en la visión gloriosa de Cristo Resucitado, nuestra fe tiene sentido y razón de ser, como dice san Pablo:
"Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra él, diciendo que ha resucitado a Cristo, a quien no ha resucitado… si es que los muertos no resucitan. Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto" 
(1 Co 15,14-20)
Sin embargo, como también dice san Pablo, la fe en Cristo necesita testigos que lo invoquen, que sean enviados y que lo anuncien: 
"¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; ¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? 15y ¿cómo anunciarán si no los envían? Según está escrito: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien! Pero no todos han prestado oídos al Evangelio. Pues Isaías afirma: Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje? Así, pues, la fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo" 
(Rom 10,14-17)
Más tarde san Pedro confirmará que los apóstoles fueron testigos oculares de la gloria de Cristo: 
"No nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz: «Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido». Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada"
(2 Pe 1,16-18)
Visión y escucha, contemplación y misión son los caminos que nos llevan al monte santo en el que la Trinidad se revela en la gloria del Hijo. 

Contemplar al Señor glorioso es, al mismo tiempo, fascinante porque nos atrae hacia sí y arrebata nuestro corazón hacia lo alto, hacia la santidad; y tremendo, porque pone de manifiesto nuestra debilidad, nuestra incapacidad de alcanzarla por nosotros mismos. 

Escuchar a Cristo victorioso cada día en la Eucaristía o en la Adoración del Santísimo nos muestra nuestra misión, nos llena de estímulo y fortaleza para bajar al mundo y anunciar que Jesucristo ha resucitado. 


¡Gloria a ti, Señor!

JHR

sábado, 10 de julio de 2021

PRINCIPIO, PLENITUD Y FIN DE LOS TIEMPOS

"En el principio de los tiempos habló Dios Padre,
en la plenitud de los tiempos habló Dios Hijo,
y en el fin de los tiempos habló Dios Espíritu Santo"

Existe un error muy común al confundir principio, plenitud y fin de los tiempos con el fin del mundo, cuando en realidad, son fases distintas de la historia de la salvación que, como sabemos, es la intervención, revelación y presencia de Dios trino en la historia del hombre.

Cuando hablamos de "el principio de los tiempos", nos referimos a la intervención, revelación y presencia de Dios Padre en la historia del hombreque comenzó tras el pecado original en el Edén con la promesa divina de Génesis 3,15: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón". Cuando la Palabra dice "descendencia" (de la mujer) está hablando de Jesucristo.
Cuando hablamos de la plenitud de los tiempos”, nos referimos a la intervención, revelación y presencia de Dios Hijo en la historia del hombre, que comenzó con la Encarnación de Jesucristo, el primer misterio gozoso de la Revelación de Dios y el momento establecido por Dios para cumplir la alianza que había hecho con el hombre en el paraíso y por la cual, su descendencia daría un Mesías. 

En su carta a los Gálatas 4,4, San Pablo denomina a la plenitud de los tiempos como "la fecha histórica en que el Hijo eterno toma naturaleza humana" y el papa Francisco la denomina como "la presencia en nuestra historia del mismo Dios en persona". 

Como escribe el hagiógrafo de la carta a los Hebreos: "En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa" (Hebreos 1,1-3).

La llegada de Dios Hijo al hombre señala el comienzo de una nueva era: la antigua alianza llega a su consumación y plenitud, así como la capacidad reveladora de Diospues a partir del Mesías, "Todo se ha cumplido". 
Ya no vendrá del cielo nada esencialmente nuevo, sino sucesivas profundizaciones y progresivos desarrollos del mensaje divino por la acción del Espíritu Santo, alma de la Iglesia, para que nuestro tiempo, nuestra historia, nuestra existencia llegue a su plenitud a través del encuentro personal con Jesucristo, Dios hecho hombre.

Cuando hablamos del "fin de los tiempos", nos referimos la intervención, revelación y presencia de Dios Espíritu Santo en la historia del hombre, al fin de la historia de la salvación, el tiempo dado por Dios para la conversión de los gentiles, es decir, de los no judíos, de nosotros. 

El fin de los tiempos es la era mesiánica, la era de la Iglesia, de la Cristiandad, o también el tiempo del Apocalipsis, que comienza con la Resurrección de Cristo y su Ascensión a los cielos. Consumada la plenitud de los tiempos”, el fin de los tiempos comienza con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y termina con el fin del mundo. 

Cuando hablamos del "fin del mundo", nos referimos a la conclusión del mundo natural y físico con la 2ª Venida de Jesucristo, momento en el que se producirá el Juicio final, la resurrección de los muertos y la instauración de su reino divino y eterno. 
 
Es importante hacer notar que la Palabra de Dios nunca habla del "fin del mundo", sino del "fin de los tiempos", el "día de Yahvé", el "día del Juicio", la "Venida de Cristo", "la resurrección final", "la Parusía" o la " llegada del Reino de Dios", para referirse a una transformación y purificación: "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apocalipsis 21, 1-5). 

Sin embargo, para muchas personas,  el fin del mundo significa la extinción de la civilización y la especie humana y de la vida en la tierra causadas por sucesos naturales (biológicos, geológicos, atmosféricos o astronómicos), por sucesos humanos (bélicos, químicos/nucleares, económicos o informáticos) o por sucesos sobrenaturales (alienígenas, extraterrestres). 

A lo largo de muchos siglos, muchos hombres, grupos y sectas religiosas han elucubrado y profetizado el día y la fecha en que acontecería el fin del mundo. Pero no ocurrió porque la Palabra de Dios nos asegura que nadie sabe el día o la hora, sólo Dios Padre"En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe ni los mismos ángeles del cielo, ni siquiera el Hijo de Dios. Solamente el Padre lo sabe" (Mateo 24, 36; Marcos 13, 32). 

Las Sagradas Escrituras nos dicen lo que debemos hacer

"Aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar...No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad" (Hechos 1, 4 y 7).

"Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre" (Mateo 24, 44).

"Vosotros sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche...vivid sobriamente, revestidos con la coraza de la fe y del amor, y teniendo como casco la esperanza de la salvación. Porque Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tesalonicenses 5, 2 y 8-9).

"El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión. Pero el Día del Señor llegará como un ladrón
" (2 Pedro 3,10).

"Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas" (2 Tesalonicenses 2, 15-17).
Las Sagradas Escrituras nos anuncian que "la venida de Cristo será pronto" pero antes es necesario un tiempo de espera para discernir los signos y señales que antecederán al Reino de Dios:

-Falsas religiones y sectas: "Vendrán muchos en mi nombre, diciendo: 'Yo soy el Mesías', y engañarán a muchos" (Mateo 24,4).

-Guerras: "Vais a oír hablar de guerras y noticias de guerra. Cuidado, no os alarméis, porque todo esto ha de suceder, pero todavía no es el final" (Mateo 24,6).

-División, hambre, epidemias y terremotos: "Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá hambre, epidemias y terremotos en diversos lugares; todo esto será el comienzo de los dolores" (Mateo 24,7-8).

-Persecución y odio: "Os entregarán al suplicio y os matarán, y por mi causa os odiarán todos los pueblos." (Mateo 24,9).

-Renuncias y traiciones: "Muchos se escandalizarán y se traicionarán mutuamente, y se odiarán unos a otros" (Mateo 24,10).

-Apostasía, falsos profetas: "Aparecerán muchos falsos profetas y engañarán a mucha gente" (Mateo 24,11). "Que nadie en modo alguno os engañe. Primero tiene que llegar la apostasía y manifestarse el hombre de la impiedad, el hijo de la perdición (2 Tesalonicenses 2,3).

-Iniquidad, maldad y falta de amor: "Y, al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría; pero el que persevere hasta el final se salvará" (Mateo 24,12). "Porque el misterio de la iniquidad está ya en acción; apenas se quite de en medio el que por el momento lo retiene, entonces se manifestará el impío, a quien el Señor Jesús destruirá con el soplo de su boca y aniquilará con su venida majestuosa. La venida del impío tendrá lugar, por obra de Satanás, con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos, y con todo tipo de maldad para los que se pierden, contra aquellos que no han aceptado el amor de la verdad que los habría salvado" (2 Tesalonicenses 2,7-10).

-Mentira e injusticia: "Así, todos los que no creyeron en la verdad y aprobaron la injusticia, recibirán sentencia condenatoria" (2 Tesalonicenses 2, 12).

-Tribulación"Habrá una gran tribulación como jamás ha sucedido desde el principio del mundo hasta hoy, ni la volverá a haber. Y si no se acortan aquellos días, nadie podrá salvarse. Pero en atención a los elegidos se abreviarán aquellos días" (Mateo 24,21-22).

-Evangelización: "Y se anunciará el evangelio del reino en todo el mundo como testimonio para todas las gentes, y entonces vendrá el fin" (Mateo 24,14)

Los cristianos sabemos que el fin del mundo significa la intervención definitiva de Dios conforme a su plan inicial creador y que el mensaje de Jesucristo no es un mensaje de miedo, tragedias y catástrofes sino una "buena noticia"  que nos regala la oportunidad de vivir eternamente en paz, amor, justicia y alegría.

Puede ser que mientras esperamos su venida, encontremos nuestra propia muerte, nuestro día de juicio particular, nuestro destino último y definitivo en la presencia de Cristo. Por eso, debemos estar preparados para que, en ese momento, podamos presentarnos ante Él habiendo vivido una vida sobria de fe, esperanza y amor conforme al Evangelio. 

Y mientras llega ese momento final, le repetimos en cada Eucaristía:

"¡Maranatha!
¡Ven, Señor Jesús!"
(Apocalipsis 22, 20)

viernes, 20 de marzo de 2020

APOCALIPSIS 1: LAS REVELACIONES DE SAN JUAN

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"Revelación de Jesucristo, 
que Dios le ha dado para mostrar a sus servidores 
lo que va a suceder en seguida" 
(Apocalipsis 1, 1)

Desde que comenzó este confinamiento obligado por la pandemia que sufrimos, he aprovechado parte del tiempo para leer y escribir. Y me decidí a sumergirme en el libro profético y simbólico de las Revelaciones o Apocalipsis de San Juan, que raras veces leemos, que tan poco conocemos, y que tanto tiene que decirnos. 

Quizás es un libro que, habitualmente, ponemos en "cuarentena", por considerarlo uno de los libros más difíciles, controvertidos y enigmáticos de la Biblia, dada la gran variedad de posibles interpretaciones en los significados de nombres, sucesos y símbolos que narra. 

Pondremos un ejemplo para introducirnos en él. Imaginemos que San Juan viniera a nuestros días y se propusiera conducir un coche. Ante un semáforo en rojo, intentaría entender qué es. Podría hacer conjeturas sobre el semáforo, su posición, su forma, etc., pero si no conoce el simbolismo del color rojo, amarillo y verde, no podrá interpretar su significado. Por el contrario, podría sufrir un accidente, una catástrofe. Esto es lo que nos ocurre a la mayoría de nosotros con el Apocalipsis. 

Por eso, tenemos que aprender a leer el libro interpretando los símbolos, no de una manera literal. San Juan nos escribe a través de símbolos para llegar al corazón de cada uno de nosotros.   Por ello, es preciso leerlo con el corazón y no con la mente. Meditarlo y guardarlo en él, como hacía la Virgen María.

Significado

Apocalipsis significa RevelaciónDesvelamiento de aquello que está escondido. Podríamos decir que este último libro de la Escritura es el "Evangelio de los Evangelios"

La diferencia entre este libro y los Evangelios es que, en éstos se muestra a Cristo hasta su muerte y resurrección, es decir, el cielo es contemplado desde la tierra, y en el Apocalipsis, es Cristo resucitado quien nos mira y nos habla, es decir, la tierra es contemplada desde el cielo. 

El gran mensaje del Apocalipsis, que vincula Antiguo y Nuevo Testamento, es que, Cristo resucitado es el centro de la historia

Jesucristo resucitado nos invita a aprender a leer nuestra vida a través de la luz del Apocalipsis y así, llevarnos al cambio, a la conversión interior. El Señor nos llama a acercarnos a él, a comprender todo lo que puede comprenderse, pero siempre desde el corazón, donde se edifica el Reino de los Cielos.
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Es, por tanto, un libro no solamente coherente, sino muy significante y de absoluta validez para todas las épocas y, especialmente para nosotros hoy día

Escrito por San
 Juan a finales del siglo I (entre el 76 y 90 d.C.) en el contexto de las dificultades que afrontan las siete Iglesias cristianas de Asia, el vidente se dirige a ellas. Conociendo que el siete, en la Biblia, es un símbolo de plenitud, el Apocalipsis se dirige a la plenitud de la Iglesia, a la Iglesia de todas las épocas.

El Apocalipsis es, ante todo, un diálogo de Jesucristo resucitado, que nos tiende la mano, a todos los miembros de su Iglesia de todos los tiempos, de forma comunitaria, pero también de forma individual. Jesucristodesde el cielo, nos está hablando a cada uno de nosotros.

San Juan, "arrebatado en espíritu", escribe este libro para combatir la verdadera muerte del cristiano, la muerte espiritual, que el mal suscita, de forma sutil y gradual, en su corazón

Cristo, a través de su discípulo amado,  a través de sus cartas a la Iglesia, nos muestra todos los acontecimientos a los que su cuerpo místico se va a enfrentar en la lucha espiritual que se mantiene entre la serpiente y la Mujer, entre su linaje y su descendencia.

Estructura

Desde un punto de vista cristocéntrico, la estructura del libro podría dividirse en:

-Prólogo. Capítulo 1Presentación y saludo.

-Jesucristo resucitado es presentado. Capítulo 1. Descripción de Jesucristo resucitado.

-Jesucristo habla a la Iglesia. Capítulos 2 y 3. Las siete cartas o instrucciones de Jesús a la Iglesia.

-Jesucristo abre el libro. Capítulos 4 y 5Apertura de los siete sellos.

-Jesucristo desarrolla el Plan de Dios. Capítulos 6-22. Desarrollo del Plan de Dios.

Una guía espiritual

El Apocalipsis es una guía espiritual que nos enseña las estrategias para combatir el mal, resistiendo a su influencia. Se trata, no de una lucha activa por las armas (como pensaban los discípulos), sino de una resistencia interior: la perseverancia. El Apocalipsis es el manual de la perseverancia cristiana. 

Todos lo
s escritos apocalípticos cristianos, desde Isaías hasta Juan, describen una misma situación: el mundo como escenario de la lucha entre las fuerzas del bien y del mal, entre la Iglesia, encabezada por Cristo resucitado y presente, y la descendencia de la serpiente, encabezada por Satanás

Y que nos dirigen hacia una lucha espiritual orante y perseverante del pueblo de Dios contra una fuerza mundana y anti-divina, es decir, el Anticristo.

Un manual hacia la felicidad

Apocalipsis no significa tanto “catástrofes”, “plagas”, "bestias" y “suplicios”. A lo que se refiere San Juan es, sobre todo, a la catástrofe espiritual interior, la que sucede en nuestro corazón

Cristo nos llama a una verdadera llamada a la conversión para desechar la esclavitud del Imperio del mal (del mundo, de la Bestia, del Dragón...), descartar la confianza en nuestras propias fuerzas y engendrar la fe en Jesucristo en nuestro corazón, y provocar el nacimiento del reino de los cielos en él.

San Juan nos revela que algo importante está a punto de suceder. Y va a suceder en nosotros: un gran cambio. El gran cambio (catástrofe) que nos propone San Juan es acoger e instaurar en nuestro corazón el reino de los Cielos, la Nueva Jerusalén.

El Apocalipsis es el manual pa
ra encontrar la felicidad, a través de la santidadEs el camino que nos conduce a la santidad, a entrar en la ciudad celeste, la Nueva Jerusalén, el Reino de los Cielos, conocer al nuevo Rey y dejarnos desposar por Él. 

El libro contiene 7 Bienaventuranzas, es decir, pautas para ser feliz. Comienza con una, al principio (Apocalipsis 1,3) y otra al final (Ap. 22,7):

1ª: Bienaventurado (dichoso/feliz/santo) el que lee y escucha (quien interioriza lo que Cristo dice) las palabras de esta profecía y observa su contenido, porque el tiempo está cerca (porque si lo hacemos, el reino de los cielos se instaura inmediatamente en nuestros corazones.

Por eso va a acontecer pronto, por eso el tiempo está cerca. En el momento en que “leamos y escuchemos con el corazón”, en el momento en el que le “abramos la puerta a Cristo”.

2ª: Bienaventurado (dichoso/feliz/santo) el que guarda la palabra de la profecía de este libro.

Un modelo perfecto de perseverancia

San Juan no utiliza casualmente la frase “Leer, escuchar y guardar”Lo hace refriendo a la "Mujer vestida de sol", a la Virgen María, como nuestro modelo perfecto de perseverancia.

Nuestra Señora escuchaba, meditaba y guardaba la Escritura en su corazón. Conociendo perfectamente el Antiguo Testamento, confrontó éste con su vida, y de ahí encarnó en su seno la Palabra, es decir, al mismo Jesucristo. 

La Virgen encarnó espiritualmente a Jesucristo antes de hacerlo físicamente.

A eso estamos llamados nosotros, a confrontar estas palabras del Apocalipsis con nuestra vida y así, encarnar a Jesucristo en nuestro seno, a instaurar al reino de los cielos en nuestro corazón. Este es el cambio que Jesucristo, haciéndonos entender mejor la simbología por medio de su Madre, nos propone.

El Apocalipsis debemos leerlo y escucharlo, invocando al Espíritu Santo para hacerlo con el espíritu con que fue escrito, agarrarnos a las manos de la Virgen Santísima, que nos invita a seguir su modelo perfecto, y así, nos iluminará el camino para guardarlo en nuestro corazón.

Sólo así, se podrá cumplir la promesa hecha por La Virgen María en Fátima: "Al fin, mi Inmaculado corazón triunfará".

Una visión mística y litúrgica

El Apocalipsis cita o parafrasea frecuentemente al Antiguo Testamento y utiliza muchos símbolos de su lectura. Pero, fundamentalmente, nos habla de la liturgia.

En algunos puntos, pareciera como si la intención del autor fuera que se leyera el libro en comunidad, con un lector que haga las veces de Cristo, otros haciendo las veces de otros personajes, y el resto de la comunidad respondiendo en las partes que les correspondan (alabanzas, doxologías, oraciones, peticiones, etc. Por ejemplo: Ap. 1,1-8Ap. 4-5Ap. 11,15-19Ap. 22,14-21, etc.

De hecho, tomand
o como contexto el "Día del Señor", en que el autor dice haber recibido la visión (Ap. 1,9-10), puede verse una imagen de una liturgia cristiana primitiva en todo el libro. La parte penitencial (la que pide y mueve a conversión) serían las cartas a las Iglesias (Ap. 2-3), mientras que el resto del libro hablaría a la comunidad sobre la necesidad de hacerse actora en la historia, llena, sí, de malos momentos, pero siempre acompañada del Cordero.

Práctic
amente todos los elementos de la celebración del sacramento de la Eucaristía en la Iglesia Católica son tomados de una u otra forma de figuras del Apocalipsis, convirtiendo así al libro en una especie de guía figurada de la liturgia cristiana primitiva.

La liturgia se ve reflejada en muchos símbolos a lo largo
 de los pasajes del libro. Por ejemplo, las oraciones. Al inicio éstas se presentan ante el trono de Dios en copas (Ap. 5,7-8), tal vez inmerecidas, pero purificándolas un ángel con incienso, adquieren su valor y su fuerza verdaderos (Ap. 8,3-5). Y precisamente estas mismas copas son las que posteriormente llevan ahora la furia de Dios (septenario de las copas), una respuesta a las oraciones de los cristianos (los consagrados y los santos que elevaron en un principio sus oraciones).

S
cott Hahnn, escritor, teólogo, biblista y apologista católico converso estadounidense, en su libro "La Cena del Cordero" (Editorial Patmos, 2001), explica la celebración de la Eucaristía a la luz del Apocalipsis, y ofrece claves litúrgicas que iluminan el sentido de este último libro del Nuevo Testamento: Culto dominical (1,10), Sumo sacerdote (1,13), Altar (8, 3-4; 11,1; 14,18), Sacerdotes (4,4; 11,16; 14,3; 19,4), Ornamentos (1,13; 4,4; 6,11; 7,9; 15,6; 19,13-14), Célibes consagrados (14,4), Candeleros (1,12; 2,5), Penitencia (2,3), Incienso (5,8; 8,3-5), Libro (5,11), Hostia (2,17), Cáliz (16,15; 21,9), Señal de la Cruz (7,3; 14,1; 22,4), Gloria (15, 3-4), Aleluya (19,1; 3; 4,6), Levantemos el corazón (11,12), Santo, Santo, Santo (4,8), Amén (19,4; 22,21), Cordero de Dios (5,6), Virgen María (12,1-6 y 13-17), Intercesión de ángeles y santos (5,8; 6,9-10; 8,3-4), Arcángel Miguel (12,7), Antífonas (4,8-11; 5,9-14; 7,10-12; 18,1-8), Lecturas de la Escritura (2; 3; 5; 8, 2-11), Sacerdocio de los fieles (1,6; 20,6), Catolicidad (7,9), Silencio meditativo (8,1), Cena nupcial del Cordero (19,9-17).

También, en otro l
ibro suyo "La cuarta copa" (Editorial Patmos, 2018) Hahnn nos desvela el misterio de la última cena y la cruz. Nos muestra la importancia crucial de la Pascua en el plan de salvación diseñado por Dios, donde la cuarta copa de vino, al final de la celebración, proporciona una clave fundamental para entender el misterio.

Continuaremos estos días indagando el Apocalipsis.

Bibliografía:

-"Para leer el Apocalipsis" (Jean-Pierre Prévost, Editorial Verbo Divino, 1991).
- "La Cena del Cordero" (Scott Hahnn, Editorial Patmos, 2001).
- "Las siete cartas del Apocalipsis" (Bea Ozores, entrevista en "Marcando el Norte").