¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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martes, 11 de agosto de 2015

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN: QUÉ, POR QUÉ, PARA QUÉ Y PARA QUIÉN


"Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres;
que vean estas buenas obras,
y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos".
Mateo 5:16


¿Nueva en qué?
La “nueva evangelización” de la que habló el Beato Papa Juan Pablo II no es “nueva” en términos de su mensaje y contenido, pues éstos siguen los mismos: la persona, la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.

Los cambios sociales y culturales nos llaman a algo nuevo: a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones”, como dijo Juan Pablo II.

Nada puede definirse como nuevo si se utilizan los mismos métodos, las mismas personas, los mismos escenarios y los mismos paradigmas. El testimonio de Jesucristo que da la iglesia debe adaptarse a la gente de nuestra época y lugar.

El Papa Francisco nos dice que la nueva evangelización consiste en dar esperanza y alegría, “alegría que nace y se renueva con Jesucristo, y esperanza de que nos libera del pecado, de la tristeza y del vacío interior; en un mundo consumista, individualista, cómodo, interesado y avaro; de libre conciencia; que ofrece los placeres inmediatos y superficiales, pero no la alegría; personas sin vida interior, sin amor ni bondad, sin valores ni principios”.

San Francisco de Asís nos dio las claves de cómo evangelizar: “hablad al mundo que no conoce a Jesús, o que le es indiferente, con el lenguaje de la misericordia, hecho de gestos y de actitudes antes que de palabras”.

¿Para quién?
La nueva evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos: una llamada a la propia conversión. Una invitación a renovar nuestra relación personal e íntima con Jesús.

Incluye también quienes nunca han oído de Cristo, va más allá para dirigirse a los que viven en culturas históricamente cristianas. Pueden ser cristianos bautizados que han oído de Cristo, pero para quienes la fe cristiana misma ha perdido su significado personal y su poder transformador. Su objetivo también son los alejados y separados de Cristo, agnósticos y ateos, o sencillamente, “acomodados” y “secularizados”, quienes viven perdidos y angustiados, quienes se cuestionan el sentido de sus vidas o quienes se encuentran en continua búsqueda de respuestas.

Como dijo Benedicto XVI: “principalmente a las personas que, habiendo recibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia y viven sin referencia alguna a la vida cristiana (…), para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y social”.

¿Por qué evangelizar?
La causa del alejamiento de numerosos fieles de la práctica de la vida cristiana  (un verdadera “apostasía silenciosa”), estriba en el hecho de que la Iglesia no ha dado una respuesta adecuada a los nuevos desafíos de este mundo. Además, es un hecho constatado el debilitamiento de la fe de los creyentes, la falta de la participación personal y experiencial en la transmisión de la fe, el insuficiente acompañamiento espiritual de los fieles a lo largo del proceso de formación, intelectual y profesional.

También a una excesiva burocratización de las estructuras eclesiales, que son percibidas como lejanas al hombre común y a sus preocupaciones esenciales. Todo esto ha causado una reducción del dinamismo de las comunidades eclesiales, la pérdida del entusiasmo de los orígenes y la disminución del impulso misionero. No faltan quienes se han lamentado de celebraciones litúrgicas formales y de ritos repetidos casi por costumbre, privados de la profunda experiencia espiritual, que, en vez de atraer a las personas, las alejan.

¿Quién debe evangelizar?
La evangelización es tarea de la Iglesia, que está formada por TODO EL PUEBLO DE DIOS, que la lleva a cabo mediante la intercesión del Espíritu Santo y la primacía de la Gracia.

Por el sacramento del bautismo, todos los cristianos estamos llamados a dar testimonio, de palabra y obra,  de la verdad y de la fe en Jesucristo. Somos “cristóforos”, es decir, portadores de Cristo.

El Papa Francisco asegura que “Los fieles laicos, en virtud del Bautismo, son protagonistas en la obra de evangelización y promoción humana. Todos estamos llamados a experimentar la alegría que brota del encuentro con Jesús, para vencer nuestro egoísmo, para salir de nuestra propia comodidad y atrevernos a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio".

Todos somos profetas, sacerdotes y reyes por la fuerza santificadora del Espíritu que nos impulsa a evangelizar:


"Profetas" para hablar a los hombres de Dios: Apostolado y Evangelización.
"Sacerdotes", para hablar a Dios de los hombres: Oración y Servicio.
“Reyes” para establecer el reino de Dios en nuestra vida: un reino de Verdad y de Vida, de Santidad y de Gracia, de Justicia, de Amor y de Paz.

¿Qué implica?
La nueva evangelización implica la necesidad de volver a evangelizar, como en la Iglesia Primitiva del siglo I, puesto que la secularización domina nuestro mundo del siglo XXI y produce una acelerada y generalizada descristianización.
Implica diagnosticar para, después, restaurar en los corazones los valores que ejemplificó con obras el propio Jesucristo, como el amor, la caridad, la fraternidad, la igualdad, la solidaridad… y que han sido sustituidos por el progreso, la productividad, la eficacia, el éxito o el consumo de "usar y tirar", que bien podrían definirse como propios del "Anticristo", que no es más que la sustitución de Cristo (Dios) por el Hombre, tal y como ocurrió en el Edén.

Implica hacerlo de una manera nueva, con nuevos métodos y nuevas estrategias, para no incurrir en los errores del pasado y afrontar los nuevos retos, desafíos así como las circunstancias actuales.
Implica iglesias con puertas abiertas, de entrada y salida, donde ponernos todos en "modo misión", en nuestras periferias (familiar, social, cultural, tecnológica, económica, etc.) ofreciendo dialogo sin presión, atención y ayuda con esperanza, valentía, alegría.
Implica entender a Jesús no como una opción de fe individual, guardada en un cajón y sacada a airear los domingos por la mañana, antes del "aperitivo", sino como una fuerza colectiva, impulsora del cambio y transformación de esta sociedad orientada exclusivamente al ego personal, al "YO" , y conducirla hacia el REINO DE DIOS.
Implica que el Espíritu Santo nos insta a servir, amar, ayudar, apoyar y darnos a los que nos rodean, llegar a su corazón; a ser próximos y cercanos, sobre todo, de los que sufren.
Implica mostrar a Cristo no sólo mediante la palabra, sino mediante nuestras obras, tal y como Él nos enseñó. Y también, como dice Francisco: “con el lenguaje de la misericordia, hecho de gestos y de actitudes antes que de palabras”.
Implica llevarla a cabo no sólo en el seno de nuestra propia familia o en el entorno dominical de la Iglesia, sino también en los diversos ambientes y sectores de la vida social: en nuestro ámbito laboral, en nuestro medio vecinal o de amistad e incluso a través de los nuevos canales y vías de comunicación.
Implica tener presente el acercamiento evangelizador a las religiones no cristianas y la fraternidad con el resto de las denominaciones cristianas.
Implica que el mundo vea en nosotros la alegría de haber encontrado a Cristo, de volver a la casa de un Dios Padre que nos devuelve, por su amor misericordioso, nuestra dignidad de hijos suyos.
No tenemos nada que ocultar. La fe trasciende de lo personal, de un pueblo en concreto o de unas personas determinadas. Cristo murió y resucitó por y para todos: por y para ti, por y para mí.


viernes, 7 de agosto de 2015

HABÍA UNA VEZ UN BARCO...




Había una vez un barco, un viejo y hermoso barco que llevaba mucho tiempo anclado y amarrado en un resguardado muelle, a pesar de que su armador lo pensó y lo construyó para surcar todos los mares del mundo.

La vida a bordo mostraba distinción: los oficiales vestían uniformes de distintos colores (negros los de más baja graduación, violáceos y rojos otros), a los que algunos habían añadido adornos (capas, armiños, condecoraciones…), las relaciones entre los mandos superiores y los subalternos se regían por un ceremonial cargado de ampulosos ritos y reverencias. 

En realidad, la vida a bordo resultaba fácil y tranquila porque todo cuanto había que hacer u omitir estaba regulado por un reglamento muy preciso que todos observaban escrupulosamente y apenas había movimiento.

Como es lógico, en el barco había también marineros, aunque apenas se les veía en cubierta. Trabajaban en las bodegas y en la sala de máquinas, a pesar de que el cuidado de los motores no era demasiado importante en un navío que no abandona nunca el puerto. 

Las señoras venerables que paseaban por el muelle se decían unas a otras: “Ese barco es mi preferido; es un barco muy fiel, no se mueve nunca de su sitio”.

Un día se jubiló el capitán y, cumpliendo el reglamento de régimen interno, los oficiales de uniforme rojo se reunieron para nombrar un nuevo capitán y eligieron a uno de ellos, que solía pasear por las bodegas y la sala de máquinas. 

Subió con humildad la escalera que conduce al puesto de mando y, de repente, se le oyó decir algo que dejó petrificados a todos: “Levad anclas, a toda máquina ¡rumbo a la mar!”. 

Uno de los oficiales se atrevió a preguntar: “¿Cómo? ¿Hemos entendido bien? ¿Podría repetir…?”. Y el capitán repitió con voz muy clara: “He dicho: ¡rumbo a alta mar!”.

Entre los oficiales se extendió un murmullo que acabó convirtiéndose en clamor: “¡Está completamente loco, el barco se va a hundir!”. 

En cambio, muchos marineros se alegraron, viendo que se acababa la monotonía y que llegaba el momento de trabajar, de ser productivos, de tener un “sitio” en el barco.

Cuando la tierra desapareció de la vista se desencadenó una tempestad, y entonces todos cayeron en la cuenta de que el reglamento vigente en el puerto no servía para alta mar. Algunos gritaban, muertos de miedo: “Volvamos al puerto, que nos hundimos”, "Este barco no es para navegar".

Pero en lugar de volver a puerto, empezó a cambiar el reglamento.

Al fin y al cabo, la pregunta clave es… ¿para qué están hechos los barcos? ¿Cuál es su razón de ser? ¿Navegar en alta mar o permanecer atracado en puerto? ¿Cuál es la misión de un marino? ¿Qué clase de marino tiene miedo a zarpar?


lunes, 3 de agosto de 2015

APROPIARSE DE UN DIOS QUE ES PARA TODOS



Todos sabemos lo que es robar, ¿verdad? Robar es apropiarse de lo ajeno, es intentar acaparar lo de los demás. Pero muchos robamos sin darnos cuenta.

Y lo hacemos al intentar convertir la Iglesia de Cristo en la iglesia de los católicos, cuando nos apropiamos de Dios como un Dios reservado sólo para los católicos; entonces es cuando robamos y falseamos el Evangelio y destrozamos el significado de la muerte y resurrección de Cristo. 

Jesucristo no se hace hombre, ni muere ni resucita para unos pocos, sólo para los “creyentes” o para los católicos, ni siquiera para una parte de los católicos… ni siquiera para “muchos”…lo hace PARA TODOS. 

La Biblia no es un libro escrito para unos cuantos que estaban en un momento y en un lugar determinado, no es un manual que me funciona a mí y sólo a mí, yo no soy el “target”, no soy el único objetivo de Dios. Dios y su Palabra son PARA TODOS

Cristo habla a todos y todos somos sus favoritos: no utiliza un lenguaje selectivo ni dice: queridos cristianos… queridos católicos…queridos católicos del movimiento tal…sino que dice: queridos hijos (TODOS).

La tentación de apropiarse de Dios, de su Palabra, de la Iglesia constituida por Él no proviene de Dios. Nadie puede juzgar a otros por sus pecados y mucho menos decir: a ti no te ama. DIOS NOS AMA A TODOS, con independencia de cómo seamos o cuánto pequemos.

El cielo no se gana por acumulación de puntos, ni por el número de veces vas a misa o te confiesas, ni por cuánto rezas, ni por cuánto sabes sobre la Biblia o sobre la fe cristiana. El cielo se gana AMANDO.

El auténtico examen es… ¿cuánto amas? Algunos creen que se les va a regalar el cielo por las veces que van a misa, o por las veces que rezan, o por las veces que comulgan, pensando que Dios les va a dar las gracias por todo ello. Porque si hacemos todo eso, pero no tenemos amor, no sirve de nada (1 Corintios 13,1-7)