¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta laicos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta laicos. Mostrar todas las entradas

martes, 23 de julio de 2019

FRANCISCO: DESAFÍOS DE LA IGLESIA


El Papa Francisco en su exhortación apostólica, Evangelii Gaudium, realiza un planteamiento de cinco desafíos importantes en la Iglesia para los laicos, la mujer, los jóvenes, las vocaciones y los ancianos. 

La misión de los laicos en la Iglesia 

El Papa constata una evidencia: "Los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados" (EG 102). 

El Papa está pensando en la evangelización y está claro que en ella los laicos, "la inmensa mayoría del Pueblo de Dios", tienen un papel esencial

El Papa Francisco hace una segunda exposición: "Se cuenta con un numeroso laicado, aunque no suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe".

Sin embargo, la toma de conciencia de la responsabilidad laical no es igual en todas partes: "En algunos casos porque no se formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar espacio […] a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones" (EG 102)

Llama la atención la crítica del Papa al clericalismo, que impide el desarrollo de un laicado adulto:
                                          
"El clericalismo es también una tentación muy actual en la Iglesia: se trata de una complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico le pide por favor que lo clericalice, porque en el fondo le resulta más cómodo. El fenómeno del clericalismo explica, en gran parte, la falta de adultez y de cristiana libertad en parte del laicado latinoamericano. O no crece (la mayoría), o se acurruca en cobertizos de ideologizaciones como las ya vistas, o en pertenencias parciales y limitadas".

Además de esta crítica del clericalismo, Francisco pone el dedo en la llaga de otro problema: el compromiso: "Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso […] se limita muchas veces a las tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad" (EG 102)

En realidad, el compromiso de los cristianos laicos en el mundo social, político y económico está casi ausente. 

Otro desafío pastoral importante lo constituye "la formación de laicos y la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales" (EG 102).

El lugar de la mujer en la Iglesia 

Mucho más novedoso aún resulta el apartado dedicado a la mujer: "La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares" (EG 103)

El Papa Francisco reconoce "cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica" (EG 103)

Imagen relacionadaSin embargo, constata una carencia y un gran desafío: "Todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia […] en el ámbito laboral y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes" (EG 103)

Reconoce que "las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente" (EG 104). 

No pone en discusión "el sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía" pero llama la atención sobre un riesgo: esta cuestión "puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder" (EG 104).  

Citando Christifideles laici de Juan Pablo II, recuerda que "cuando hablamos de la potestad sacerdotal nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad. El sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza al servicio de su pueblo, pero la gran dignidad viene del Bautismo, que es accesible a todos" (EG 104)

Por eso, la función del sacerdocio ordenado, aunque se considere "jerárquico" no es un "poder entendido como dominio, sino la potestad de administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es siempre un servicio al pueblo" (EG 104)

En fin, Francisco concluye reconociendo que "aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia" (EG 104).  

Como se puede ver, el Papa señala por dos veces como un gran desafío la importancia de que la mujer esté presente en los diversos ámbitos de la Iglesia "donde se toman decisiones importantes". 

Los jóvenes en la Iglesia

Francisco reconoce que "los jóvenes, en las estructuras habituales, no suelen encontrar respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas" (EG 105)

Resultado de imagen de los jovenes en la iglesia catolicaEl Papa cree que el problema es sobre todo de los adultos, pues "nos cuesta escucharlos con paciencia, comprender sus inquietudes o sus reclamos, y aprender a hablarles en el lenguaje que ellos comprenden" (EG 105). 

Y, aunque valora el crecimiento de asociaciones y movimientos juveniles, cree "necesario, sin embargo, ahondar en la participación de éstos en la pastoral de conjunto de la Iglesia" (EG 105)

Francisco cree que se ha crecido en dos aspectos: "la conciencia de que toda la comunidad los evangeliza y educa, y la urgencia de que ellos tengan un protagonismo mayor" e invita a los jóvenes a ser “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra" (EG 106)

Las vocaciones sacerdotales

Francisco es consciente de que "en muchos lugares escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada" (EG 107)
Imagen relacionada
El Papa ve la causa de esta escasez en la ausencia de comunidades con un fervor apostólico contagioso"Aún en parroquias donde los sacerdotes son poco entregados y alegres, es la vida fraterna y fervorosa de la comunidad la que despierta el deseo de consagrarse enteramente a Dios y a la evangelización, sobre todo si esa comunidad viva ora insistentemente por las vocaciones y se atreve a proponer a sus jóvenes un camino de especial consagración" (EG 107).  

A pesar de la escasez, Francisco apuesta por "la necesidad de una mejor selección de los candidatos al sacerdocio. No se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas, búsquedas de formas de poder, glorias humanas o bienestar económico" (EG 107)

¡Duro diagnóstico, pero certero! No todo vale. 

Escuchar a los ancianos y a los jóvenes 

Es frecuente en sus homilías e intervenciones que el Papa anime a escuchar a los jóvenes y a los ancianos, a la hora de intentar leer los signos de los tiempos en la realidad actual: "Necesitamos la memoria y la sabiduría de la experiencia de los mayores, pero también la esperanza de los jóvenes, «porque llevan en sí las nuevas tendencias de la humanidad y nos abren al futuro, de manera que no nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual" (EG 108)
Resultado de imagen de escuchar

El Papa Francisco reconoce que no ha intentado ofrecer un diagnóstico completo e invita "a las comunidades a completar y enriquecer estas perspectivas a partir de la conciencia de sus desafíos propios y cercanos" (EG 108)

Sin embargo, en ningún momento pierde el ánimo Francisco: "Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!(EG 109).

lunes, 20 de agosto de 2018

UN GIGANTE DORMIDO

Resultado de imagen de jardines perdidos de heligan
"Vosotros sois la sal de la tierra.
Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará?
Para nada vale ya, si
no para tirarla a la calle y que la gente la pise". 
Vosotros sois la luz del mundo. 
Una ciudad situada en la cima de un monte no puede ocultarse. 
No se enciende una lámpara para ocultarla en una vasija, 
sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los que están en casa. 
Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres 
que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre, 
que está en los cielos" 
(Mateo 5, 13-16)

Las primeras comunidades cristianas tenían una fuerte convicción de pertenencia a la Iglesia de Cristo, un auténtico amor por Cristo y por sus hermanos que provocaba "envidia" en los demás, una gran exigencia de vivir comunitariamente en torno a Dios, que llevaban hasta el extremo, incluso, de dar la vida por la fe. Vivir a Cristo era una "cuestión en serio". 

Llamarse “cristiano” equivalía a una sentencia de muerte, un camino que podía llevar al martirio, pero que, a su vez, era semilla de nuevos cristianos. Ser cristiano era un don preciado, que ni la misma muerte podía arrebatar, y que sintetizaba el verdadero espíritu de lo que es ser cristiano ayer, hoy y siempre.

Con el transcurrir de los siglos, los laicos se han ido convirtiendo en un "gigante dormido", acomodado y perezoso que ha olvidado su misión. Los laicos se han convertido en cristianos de segunda clase cuya misión dentro de la Iglesia se ha limitado a ser "monaguillos adultos", "lectores ocasionales", "pasadores de cepillos", "catequistas a disposición" o "asistentes"pasivos. Se han convertido en una comunidad "domesticada", contemporizadora, acomplejada, pasiva y callada que ha relegado su fe al ámbito privado. 

Son muchos cristianos los que piensan que la fe debe vivirse de "puertas adentro"; que a Dios hay que llevarle en el corazón, que no hace falta manifestar la fe exteriormente; que actúan y viven como si Dios fuese "particular" o incluso, como si no existiera.

Testimonio público y forma de vida
Creo sinceramente que es el tiempo de los laicos. Los Santos Padres así lo han afirmado. El laico es ese gigante no sólo por su gran número de miembros en la Iglesia, sino por la fuerza, el ardor y el ímpetu que le capacita para transformar el mundo desde su base, desde sus cimientos. 

“El gigante dormido” debe despertar para reavivar y tomar una conciencia de su importante protagonismo y corresponsabilidad en la misión salvífica de la Iglesia, en la evangelización del mundo entero.

Un gigante cuya identidad es ser testigo de Cristo, dar testimonio público de su mensaje de amor. 

Atrás quedaron los tiempos en los que el apóstol, el misionero, el evangelizador, era el sacerdote o el religioso. "Id y haced discípulos de todas las naciones" implica "estar", implica "hacer discípulos" en todos los ámbitos, en todos los entornos, en todas las circunstancias en las que nos encontramos. 

La Iglesia somos todos los bautizados y por tanto, la misión evangelizadora que Cristo nos encomendó es una tarea que nos compete a todos los cristianos, también a nosotros los laicos. Fundamentalmente, a los laicos.

La evangelizac
ión de los nuevos tiempos se hará por los laicos o no se hará. O los laicos evangelizamos o nadie lo hará. O hacemos discípulos o nadie lo hará. Y esto no sucederá no sólo por la falta de vocaciones sacerdotales o por la avanzada edad de muchos de ellos, sino porque los laicos no accedamos a los ámbitos donde ellos no llegan. es nuestra misión.

La Iglesia ya no es el lugar donde hacer presente a Cristo. No sólo. Es necesario hacerle presente en la calle, en la corazón de la sociedad. Sí, ha llegado nuestra hora, la de los laicos. De nosotros depende, fundamentalmente, la tarea evangelizadora.

Conscientes de nuestra responsabilidad misionera, tenemos que comprender que la evangelización no puede ser la misma en el siglo XXI que la que llevaron a cabo los primeros cristianos, la que se llevó a cabo en la Edad Media, la que se llevó a cabo en el descubrimiento de América y posteriormente. No puede ser misión exclusiva de los sacerdotes o religiosos. No puede...porque las circunstancias históricas han cambiado.

El mundo ha cambiado. Lo hace cada día, cada minuto. Este mundo complejo y en continuo cambio nos exige ajustarnos a sus nuevas exigencias, nos reclama conocer las nuevas características de nuestra sociedad, nos obliga a discernir las necesidades del hombre de nuestro tiempo.

Porque un hecho es evidente: Nuestro mundo ha optado por la ausencia de Dios. Nuestra sociedad ha dado la espalda a Dios, se ha olvidado de Él. La gran tragedia del hombre actual es que Dios no apasiona, no interesa a casi nadie. El hombre de hoy vive su vida preocupado de sus asuntos, ni piensa en Dios ni cree necesitarle, ni siquiera quiere que se hable públicamente de Él, le molesta que se hable de Él y trata de impedirlo.

El cristianismo ha quedado encerrado en las sacristías, en los confesionarios, en los templos. El mensaje evangélico ha dejado de trascender a la vida pública. El cristiano de hoy no hace de su fe un modo de vida.

Conversión, comunión y misión
El mundo actual es irreligioso y laicista: la sociedad, el estado, la escuela, la familia...No vive la fe. En ningún lugar público.

El cristianismo necesita conversos. O quizás "re-conversos". Necesita que las personas vuelvan a dirigir su mirada a Dios y eso sólo puede ocurrir a través de un encuentro con el mismísimo Cristo.

El cristianismo necesita laicos que vivan en comunión, no aislados. La fe no es una cuestión individual. Es una vida comunitaria de entrega incondicional, de servicio, de amor en Jesús, de "Dios con nosotros".

El cristianismo necesita laicos que sean testigos de Cristo y lleven la experiencia de su encuentro con Él a otros.

El cristianismo necesita laicos que vivan la fe todas las horas del día y en todos los lugares: en casa, en la Iglesia, en la calle y en el trabajo. Íntegramente, sin dobleces ni camuflajes, sin separar sus creencias de la vida pública o la vida privada. 
El cristianismo necesita laicos que sean "luz del mundo y sal de la tierra". Si renunciamos a manifestar públicamente nuestra fe, a ser testigos de Cristo, no será posible la evangelización.

El cristianismo necesita hacer que Cristo reine, no sólo en los corazones de los hombres sino en las familias, en la sociedad, en las naciones, en todos los pueblos, en el mundo entero.

El cristianismo necesita salir del individualismo y del personalismo. La defensa de nuestra fe no puede hacerla cada cual por su lado, sino que tenemos que trabajar juntos, mantenernos unidos. 

El cristianismo necesita comprender que lo que importa es Jesucristo, no "mi" causa, no "mi" parroquia, no "mi" diócesis, no "mi" orden, no "mi" movimiento, no "mi" método. Sólo Cristo.

El cristianismo necesita evangelizar eficientemente, haciendo creíble el Evangelio a los ojos de los demás en nuestro ejemplo de vida, para así, acercarse a Dios y a la Iglesia. Porque desgraciadamente, las parroquias se están vaciando por muchas razones y los sacerdotes parecen limitarse a esperar que las personas se acerquen a ellos por "arte de magia". Pero no lo harán si nosotros, los laicos, no las llevamos de la mano.

¡Despertemos al gigante del sueño de la pasividad, de la fantasía de la comodidad y de la alucinación del aletargamiento para que asuma con renovado ardor su vocación misionera: ser luz y sal para el mundo! 

viernes, 7 de agosto de 2015

HABÍA UNA VEZ UN BARCO...




Había una vez un barco, un viejo y hermoso barco que llevaba mucho tiempo anclado y amarrado en un resguardado muelle, a pesar de que su armador lo pensó y lo construyó para surcar todos los mares del mundo.

La vida a bordo mostraba distinción: los oficiales vestían uniformes de distintos colores (negros los de más baja graduación, violáceos y rojos otros), a los que algunos habían añadido adornos (capas, armiños, condecoraciones…), las relaciones entre los mandos superiores y los subalternos se regían por un ceremonial cargado de ampulosos ritos y reverencias. 

En realidad, la vida a bordo resultaba fácil y tranquila porque todo cuanto había que hacer u omitir estaba regulado por un reglamento muy preciso que todos observaban escrupulosamente y apenas había movimiento.

Como es lógico, en el barco había también marineros, aunque apenas se les veía en cubierta. Trabajaban en las bodegas y en la sala de máquinas, a pesar de que el cuidado de los motores no era demasiado importante en un navío que no abandona nunca el puerto. 

Las señoras venerables que paseaban por el muelle se decían unas a otras: “Ese barco es mi preferido; es un barco muy fiel, no se mueve nunca de su sitio”.

Un día se jubiló el capitán y, cumpliendo el reglamento de régimen interno, los oficiales de uniforme rojo se reunieron para nombrar un nuevo capitán y eligieron a uno de ellos, que solía pasear por las bodegas y la sala de máquinas. 

Subió con humildad la escalera que conduce al puesto de mando y, de repente, se le oyó decir algo que dejó petrificados a todos: “Levad anclas, a toda máquina ¡rumbo a la mar!”. 

Uno de los oficiales se atrevió a preguntar: “¿Cómo? ¿Hemos entendido bien? ¿Podría repetir…?”. Y el capitán repitió con voz muy clara: “He dicho: ¡rumbo a alta mar!”.

Entre los oficiales se extendió un murmullo que acabó convirtiéndose en clamor: “¡Está completamente loco, el barco se va a hundir!”. 

En cambio, muchos marineros se alegraron, viendo que se acababa la monotonía y que llegaba el momento de trabajar, de ser productivos, de tener un “sitio” en el barco.

Cuando la tierra desapareció de la vista se desencadenó una tempestad, y entonces todos cayeron en la cuenta de que el reglamento vigente en el puerto no servía para alta mar. Algunos gritaban, muertos de miedo: “Volvamos al puerto, que nos hundimos”, "Este barco no es para navegar".

Pero en lugar de volver a puerto, empezó a cambiar el reglamento.

Al fin y al cabo, la pregunta clave es… ¿para qué están hechos los barcos? ¿Cuál es su razón de ser? ¿Navegar en alta mar o permanecer atracado en puerto? ¿Cuál es la misión de un marino? ¿Qué clase de marino tiene miedo a zarpar?