¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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domingo, 13 de diciembre de 2020

A QUIEN MUCHO AMA, MUCHO SE LE PERDONA

"Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles...
Si tuviera el don de profecía 
y conociera todos los secretos y todo el saber...
 si tuviera fe como para mover montañas... 
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados... 
si entregara mi cuerpo a las llamas...
pero no tengo amor, 
de nada me serviría"
(1 Co 13,1-3)


El artículo de hoy pretende reflexionar sobre el pasaje de Lc 7, 36-50 que narra la escena de Jesús, el fariseo y la pecadora, de profunda significación y rico contenido para el modo de vida de un cristiano: el amor.

Lucas nos presenta, por un lado, a un fariseo que tiene nombre: Simón. Un judío "practicante" y cumplidor de la Ley que quiere estar con Jesús y le invita a comer a su casa. Un "religioso" que habla mucho (quizás, demasiado) pero que cree poco, que desprecia y que juzga. 

Por otro lado, una mujer anónima, a la que no se la presenta por su nombre, sino por su actuar. Es, simplemente, una "mujer" y además, "pecadora". Dos aspectos altamente reprobables en la sociedad judía, tan rigurosa, tan cumplidora y tan machista.  La mujer no "habla". Tan sólo anhela estar con el Maestro. Tan sólo obra con fe, con amor y con agradecimiento.
Y en tercer lugar, a Jesús, que mediante una parábola y como siempre, pone las cosas en su sitio. Sin enfadarse ni soliviantarse, el Maestro nos enseña...

Tanto el fariseo como la mujer deseaban estar con Jesús y compartir con él.  Sin embargo, el texto evangélico los confronta: Simón se distrae, no está tan pendiente de su invitado especial sino que está preocupado de juzgar a la "pecadora". No ejerce como buen anfitrión e incluso llega a criticar a Jesús. La mujer está completamente centrada en el Maestro...porque cree de verdad en Él, porque tiene fe. 

Este episodio nos recuerda otro escenario muy parecido que también relata Lc 10,38-42: el de Marta y María en Betania, en el que ésta última está absorta en el Señor mientras que la primera, pendiente de las cosas menos importantes, juzga y critica a su hermana e incluso a Jesús. 

Ambas escenas nos sitúan en torno a una mesa, en medio de una celebración, en la presencia de Cristo, es decir, en la Eucaristía. Ambas nos cuestionan y nos interpelan: ¿Qué actitud muestro en presencia de Dios? ¿Cómo me comporto delante del Señor? ¿Soy el fariseo que cree que no tiene pecado o la mujer arrepentida? ¿Critico incluso a Dios?

¿Tengo más derechos adquiridos con Dios que los demás porque "cumplo" aunque no muestre amor, fe o arrepentimiento? ¿Juzgo a otros por lo que hacen en lugar de verles por lo que son? ¿soy religioso o amoroso? 

¿Riego los pies de Jesús con mis lágrimas de contrición? ¿Beso Sus pies como signo de alabanza y adoración? ¿Le perfumo con mis oraciones?

Y es que, muchas veces, nos convertimos en Simón o en Marta, que no son "malos", sino simplemente, están equivocados...porque ellos también son pecadores que necesitan a Dios. 

Todos somos muy proclives a pensar más en el "cumplir" que en el "creer", en el "hacer" más que en el "ser", en la "religión" más que en la fe, en la acción más que en la contemplación, en el juzgar más que en el amar...

Aún así, Jesús no se enfada ni con Simón ni con Marta ni con nosotros. Con ternura y pedagogía, nos muestra cuál es el camino correcto, cuál es el modo de actuar que cautiva a Dios.

La misericordia y el perdón de Dios no se alcanzan con el cumplimiento de sus normas, ni con "hacer muchas cosas para el Señor". Tampoco con sacrificios y grandes obras, sino a través del amor expresado desde el corazón, desde la fe vivida con autenticidad y desde la humildad de reconocernos pecadores. 

La salvación se alcanza por la toma de conciencia de saberme amado y necesitado de Dios, porque todos somos pecadores. Mi misión como cristiano es amar mucho para que se me perdone mucho: "A quien mucho ama, mucho se le perdona".

¿Cuántas veces mi desprecio y desdén por los actos de otros me impiden reconocer al mismísimo Jesucristo compasivo que siempre está dispuesto a perdonarme? 

¿Cuántas veces mi orgullo me lleva a creerme superior y más digno que otros ante Dios? 

¿Cuántas veces mi autosuficiencia me impide abandonarme en la misericordia de Dios o incluso me coloca en el papel de fiscal y juez? 

¿Cuántas veces mi falta de amor, de fe y de esperanza me hace dudar de Cristo y decir "Quién es este, que hasta perdona pecados"?

"Señor, perdona nuestras ofensas 
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden"

lunes, 22 de julio de 2019

MARTA Y MARÍA: CUESTIÓN DE PRIORIDADES

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"Camino adelante, llegó Jesús a una aldea; 
y una mujer, de nombre Marta, lo recibió en su casa. 
Marta tenía una hermana llamada María, 
la cual, sentada a los pies del Señor, 
escuchaba sus palabras. 
Marta, que andaba afanosa en los muchos quehaceres, 
se paró y dijo: 
"Señor, ¿te parece bien que mi hermana me deje sola con las faenas? 
Dile que me ayude". 
El Señor le contestó: 
"Marta, Marta, tú te preocupas y te apuras por muchas cosas, 
y sólo es necesaria una. 
María ha escogido la parte mejor, y nadie se la quitará".
(Lucas 10, 38-40)

Ayer, escuchábamos el conocido pasaje del Evangelio de San Lucas, que nos narra la visita de Jesús a Betania, a casa de Marta y María, hermanas de Lázaro. Los tres hermanos fueron muy amigos del Señor.

María se sienta a los pies de Jesús para escucharlo, porque “no quiere perderse ninguna de sus palabras” mientras Marta “los quehaceres la afanan”. María "vivía" para Jesús y Marta se "desvivía" por Jesús.

Jesús, alabando el comportamiento de María, nos dice a cada uno de nosotros que no nos dejemos abrumar por nuestros quehaceres, que no nos afanemos por las cosas que tenemos que hacer. Cristo no dice: "no lo hagas" sino "no te agobies".  
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Y para no agobiarnos, nos dice: "Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré." (Mateo 11, 28). 

El Señor nos invita a escucharle, ante todo, para hacer "silencio", para encontrar paz y serenidad. Porque sólo así, podremos hacer las cosas cotidianas con eficacia.

Cuando el Señor viene a visitarnos a nuestra casa, es decir, a nuestra vida, ninguna ocupación o preocupación puede ni debe mantenernos alejados de Él. Nada debe distraernos ni nada debe llenar nuestro corazón de queja o resentimiento. 

Cuando dejamos que el rencor y la envidia anide en nuestro corazón, no somos capaces de escuchar atentamente a Cristo. Incluso, tampoco de reconocerle, como les ocurrió a los dos de Emaús. Y es que, a veces, los árboles no nos dejan ver el bosque. 

Sin embargo, nuestro Señor no pretende condenar la actitud de servicio de Marta, sino la ansiedad con la que la vive. En ocasiones, esa ansiedad y preocupación desmesuradas por los detalles, nos hacen caer en un insano "activismo" que nos impide escuchar a Dios, incluso aunque estemos trabajando para Él.

Marta no era sospechosa de negligencia. Ella fue quien recibió a Jesús, ella fue su anfitriona, quien se ocupó de su bienestar, quien hizo sentir a Cristo "como en casa". A Marta la encontramos en varios pasajes del Evangelio, siempre "trabajando", siempre "sirviendo" (Lucas 10, 38-40; Juan 11, 1-45; 12,2).

Marta era una mujer de gran fe y amaba tanto como su hermana a Jesús. Debió ser una mujer "de armas tomar", clara y directa. 
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Marta dio siempre el primer paso y puso los medios a su alcance para que el encuentro con Jesús pudiera producirse. Su actitud era y es necesaria en todo cristiano. Asimismo, tenía tal confianza e intimidad con el Señor como para hablarle con toda franqueza. 

Lo hizo en este pasaje y cuando su hermano Lázaro murió, algún tiempo después (Juan 11, 21-24) .

Y Jesús no se enfada, porque conoce el corazón de Marta, porque sabe que la actitud de Marta es noble y sincera, y humanamente, comprensible y hasta, justificable. Lo que Jesús corrige con mucho cariño y dulzura, es la agitación, la ansiedad y la preocupación de Marta. Corrige su "falta de enfoque". 

No tenía paz. Estaba inquieta y turbada. Jesús parece decirla: "Marta, estás dividida y ansiosa interiormente, con la mente en un sitio y el corazón en otro. Estás agitada y desconcertada porque quieres hacer muchas cosas, que no se pueden hacer todas a la vez"

Jesús la hace ver que Él está allí, que no debe preocuparse, y le dice que su hermana María ha hecho la elección adecuada: la escucha de la palabra de Dios que trae la paz. Nos invita a elegir nuestras prioridades.

Es paradójica la semejanza con otra una respuesta de Jesús, cuando parece reprender a su Madre, la Virgen María, en las bodas de Caná. En ambas escenas, nuestro Señor, que comparte y anima la virtud del servicio a los demás, nos enseña que, en nuestro corazón, no debe haber espacio para la preocupación. Sólo espacio para Él. Él es nuestra prioridad.

Además, Cristo nos enseña que la corrección es necesaria y que no tiene por qué ser algo violento. En este caso, Su sabia corrección nos anima a combinar el corazón de María (la contemplación) y las manos de Marta (la acción).

Jesús nos enseña a enfocarnos, no tanto en todas las cosas que necesitamos o que debemos hacer, sino en Él. 

Nos lo dice también en la parábola del sembrador: "Lo sembrado entre zarzas es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de esta vida y la seducción de la riqueza ahogan la palabra y queda sin fruto" (Mateo 13, 22).

Por tanto, ¿cuál es mi prioridad?

domingo, 24 de julio de 2016

CUANDO OTRO CRISTIANO NOS LASTIMA




Cuando Marta se quejó a Jesús de su hermana María en Betania, María podría haber optado por sentirse ofendida. Sin embargo, no lo hizo. También podría haberse sentido ofendida cuando Judas y los discípulos le recriminaron su acto de adoración exagerada a Jesús. Pero, de nuevo, tampoco lo hizo.

En ambas ocasiones, María fue criticada injustamente por amar a su Señor con todo su corazón, y no por sus enemigos, sino por su propia hermana y por los propios discípulos del Señor.

Ella evitó la crítica, no hizo nada ni dijo nada. No abrió la boca para defenderse, sino que en silencio, confió el asunto a su Señor. Y en ambos casos, Jesús salió en su defensa.

Siempre habrá algunos cristianos que nos critiquen, nos denigren por nuestras buenas acciones. El punto es que si te sientes molesto u ofendido, y te enfadas y te quejas, el que sufre eres tú.

Por eso, ¿cómo actuar cuando nos ofenden?

Mis hermanos cristianos herirán mis sentimientos

A veces, actuarán con mala intención y deseo de hacer daño.


Otras veces te harán daño sin darse cuenta.

Cuando Marta y los discípulos se quejaron, no trataban de herir a María. Simplemente, juzgaron desde un punto de vista humano.

Cuando nos hagan daño, se demostrará nuestra madurez espiritual

Cuando nos lastimen, descubriremos nuestra verdadera relación con Jesucristo. Lo que hagamos en ese momento y después revelará cuán cerca estamos de Jesús.

Podemos reaccionar de dos modos: ponerlo delante del Señor, o dejar que otros nos destruyan. María lo dejó en manos de Cristo.

Dios transforma el maltrato en nuestro bien

José soportó maltrato y odio de sus propios hermanos pero lo dejó en manos de Dios, diciendo: "quisisteis hacerme daño, pero Dios lo usó para el bien".

Romanos 8,28 dice: "sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman". Todo lo que ocurre en nuestras vidas, ya sea bueno o malo, pasa primero por el amor a Dios, antes de llegar a nosotros. Y lo usa para nuestro bien y para nuestra transformación.

Cuando Jesús defendió a María, Él transformó la criticado de su acto en un ejemplo de cómo debemos actuar. 

No debemos ofendemos por dichos y hechos

Esto sucede generalmente cuando una persona es demasiado sensible o mal pensada. No debe ser propio de cristianos.

Los cristianos somos las personas más fácilmente ofendidas y atacadas en el mundo, cuando deberíamos ser los menos. María fue maltratada dos veces pero ella no se sintió ofendida.

Falsas acusaciones 

Los cristianos sensatos y maduros debemos ignorar los chismes, pues desacredita a quienes nos critican .

Cuando nos sintamos ofendidos por alguien, debemos ir a hablar directamente con la persona, en privado, tal y como Jesús nos enseñó a hacer. Preguntar en lugar de hacer acusaciones.

La pregunta es"¿Cómo me gustaría ser tratado si alguien estuviera diciendo estas cosas de mí?" 

Recuerda, Satanás es el calumniador (eso es lo que significa "diablo"), y usa la crítica para destruir las relaciones. Es una de las siete cosas que Dios aborrece "sembrar las semillas de la discordia entre los hermanos."

Lo que hagamos ante una ofensa es elección nuestra

Puedes elegir sentirte ofendido y tomar represalias o puedes optar por llevar tu herida ante Dios. 

A veces, el Señor te llevará a la persona para hablar con él de una manera amable, buscando la reconciliación. Otras veces te llevará a cargar con la cruz y seguir adelante.  Otras, te mostrará que has malinterpretado por completo las acciones del otro.

Quien ofende a un hijo de Dios, ofende a Dios

Cuando alguien ofende a otro cristiano está rechazando a Cristo, porque Él y su cuerpo están conectados, por lo que "si se lo has hecho al más pequeño de mis hermanos,  me lo has hecho a mí."

Se puede vivir sin sentirse ofendido

Esto no quiere decir que nunca vayamos a ser lastimados. Tampoco significa que nunca estaremos enfadados. Jesús se enojó. 

La ira es una emoción humana normal cuando alguien te maltrata o abusa de alguien que te importa. Pero lo que haces con tu ira determina si eres o no un buen cristiano.

El Señor nos llama a caminar sin ofensa. Siempre debemos ser "prontos para oír, tardíos para hablar, tardíos para la ira".