¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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martes, 18 de mayo de 2021

WELCOME BACK HOME

“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; 
pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, 
porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; 
estaba perdido y lo hemos encontrado”
(Lucas 15,31)

A menudo, hablo con amigos míos que se han alejado completamente de Dios y de la Iglesia... Y les pregunto por qué...porque yo también me alejé. Sin duda, se trata de buenas personas pero que, sin embargo, albergan un gran recelo hacia Dios, y sobre todo, hacia su Iglesia. 

Seguramente, su actitud es consecuencia de la mentalidad del mundo que proclama a los cuatro vientos la total libertad del hombre sobre todo tipo de ataduras y, por tanto, que rechaza a un Dios al que tildan de "opresor" y de "autoritario". Planteado así, Dios resultaría ser un dictador terrible y la Iglesia un lugar de suplicio. 

Tampoco ayuda mucho la presencia en la Iglesia de quienes se autodenominan cristianos pero cuyos actos están basados en una tradición popular y cultural llena de devociones, ritos y cumplimientos vanos, y absolutamente alejados de toda esencia y sobrenaturalidad. Planteado así, todos los cristianos resultarían ser unos hipócritas y unos fariseos despreciables.

Estas dos deformaciones de la fe, una externa y otra interna, contribuyen poderosamente al continuo goteo de personas que huyen despavoridas de la Iglesia y se alejan de Dios, pese a estar bautizados y haber sido educados en el mensaje de Cristo. 

Ambas son, sin duda, personificaciones del hijo pródigo y del hermano mayor de la gran parábola de Lucas 15, 11-32. Ninguno de los dos se ha encontrado de verdad con el infinito y gratuito amor del Padre (lo digo por experiencia propia). Ninguno de los dos se ha dejado amar por Él (lo digo por experiencia propia).  Ninguno de los dos ha aceptado el ofrecimiento altruista del Padre (lo digo por experiencia propia)
Seguramente, porque ambos han estado (como yo estuve) más pendientes de ellos mismos, de sus necesidades y de sus expectativas que del buen hacer del Padre, y así, ambos se han alejado: uno yéndose, y otro, quedándose.

Para nosotros, los cristianos, es importante discernir si nos encontramos en alguno de estos dos casos. Es importante reflexionar si nos encontramos entre los que se han alejado o entre los que, permaneciendo en la casa del Padre, también estamos distanciados de Dios. Porque así, será muy difícil que otros hermanos pródigos regresen. 

No existen fórmulas mágicas para acercar a los alejados. Tampoco se trata de obligarles o de convencerles para que vuelvan. Precisamente, porque esa decisión depende exclusivamente de su libre voluntad para volver, aceptar el Amor de Dios y dejarse amar. Pero lo que sí es seguro es que ni la envidia, ni el rencor, ni la hipocresía ni la doble vida atraerán a nadie. Sólo el amor auténtico cautiva, seduce y contagia.
Es posible que quienes se han alejado de la Iglesia (lo digo por propia experiencia), más que rebeldes o malvados se hayan sentido poco amados, desatendidos, o incluso, despreciados por quienes han permanecido en la Iglesia. Y aquí entramos todos, laicos y sacerdotes. 

Es posible que la animadversión por la Iglesia y por los curas de los que se han alejado (lo digo por propia experiencia) haya sido debida a un amor escasamente demostrado o, incluso negado por quienes han permanecido en la IglesiaY aquí entramos todos, laicos y sacerdotes. 

Hace poco leí una frase del cardenal Giulio Bevilacqua ("La parrocchia e i lontani", la parroquia y los alejados) que refleja lo que sí es efectivo para atraer a los alejados: “Podemos, debemos acercar a las almas sencillamente, en plenitud de fe, en heroísmo de esperanza, y en locura de caridad”.

Sin duda, necesitamos una fe robusta (que debemos pedir) , una esperanza heroica (que debemos mantener) y un amor loco (que debemos dar)... hacia Dios y hacia los demás. Necesitamos, primero, convertirnos nosotros al amor, para atraer a otros, después. Sin una verdadera conversión de amor, la evangelización es imposible.

En ese mismo ensayo, el arzobispo Montini decía: “Hermanos alejados, perdonadnos, si no os hemos comprendido, si os hemos rechazado muy fácilmente. Os hemos tratado con ironía, con menosprecio, con polémica, y os pedimos perdón. Escuchadnos, intentad conocernos… Si sois libres, si sois honestos, debéis ser también fuertes e independientes para venir y escuchar”.

Sin duda, debemos pedir disculpas a todos aquellos a quienes no hemos acogido, comprendido o aceptado. Debemos pedir perdón a  todos aquellos a quienes no hemos escuchado, atendido o amado. Debemos invitar, acoger y amar a  todos aquellos a quienes (todos nosotros) hemos alejado o rechazado, por acción u omisión, de la casa de Dios. 

Por eso... mis queridos alejados, ¡Bienvenidos de nuevo a casa! ¡Welcome back home! 


JHR

martes, 23 de marzo de 2021

HOGAR, DULCE HOGAR

"Cada uno dé como le dicte su corazón:
no a disgusto ni a la fuerza,
pues Dios ama al que da con alegría.
Y Dios tiene poder para colmaros de toda clase de dones,
de modo que, teniendo lo suficiente siempre y en todo,
os sobre para toda clase de obras buenas"
(2 Corintios 9,7-8)

Si echamos un vistazo a nuestras parroquias, comprobamos que, cada día en la Iglesia, sucede la parábola del hijo pródigo: los bautizados, los hijos de Dios, se han alejado del amor del Padre, tanto los que se han ido como los que se han quedado. 

Por un lado, los "hermanos menores" exigen su herencia, su libertad, y abandonan la casa del Padre para irse a un “país lejano”, engañados por sus falsas seducciones. Y por otro, los "hermanos mayores" están en el campo, cerca de la casa del Padre, ocupados en sus cosas y cumpliendo sus rutinas por obligación o por costumbre, pero no por amor al Padre. 

Y ocurre que cuando algún "hijo menor" regresa, hastiado y desencantado del "país lejano", el Padre sale a su encuentro y lo abraza. La vida y la alegría vuelven a Su casa porque su hijo estaba muerto y ha revivido. Lo viste y celebra una fiesta. 

Sin embargo, los "hijos mayores" se indignan al escuchar la "música y la danza", se molestan al ver "alegría", se irritan porque quieren seguir manteniendo su casa en silencio y sin "fiesta". No quieren que ocurra "nada", no quieren "líos". Exigen al Padre "sus" derechos y critican su forma de actuar. "Se van sin irse",  "mueren sin morir" , "abandonan a Dios sin marcharse".

Desgraciadamente, la Iglesia en general ha dejado de ser una comunidad dinámica, motivada y apasionada. Ha perdido la alegría, la vitalidad y el compromiso para convertirse en una casa triste, indiferente y de cumplimiento de normas. Se ha vuelto rutinaria, poco acogedora y nada hospitalaria.
 
La cuestión es: ¿Es esa la casa que Dios quiere? ¿Cómo regresar al proyecto original de Dios para su Iglesia?

Una casa compartida
Dios quiere celebrar fiesta cada día con sus "dos" hijos a su lado. Quiere verles alegres y compartiendo el amor fraternal y filial. Quiere que constituyan una comunidad unida, acogedora, hospitalaria y vital. Una casa de todos y para todos, donde se comparta la alegría y también la administración.
En la mayoría de las ocasiones, es el párroco quien carga sobre sus espaldas todo el peso de la gestión de las "actividades pastorales" y termina agotado. Aunque cuenta con la ayuda del consejo parroquial, lo cierto es que, en muchas ocasiones, está y se siente sólo.

Pero hay motivos para la esperanza. El primero es obvio y sencillo: tan sólo tiene que "Mirar" a los bancos de la parroquia y “Buscar” esas “piedras vivas” que precisa para construir el templo espiritual que Dios quiere. No se trata tanto de encontrar recursos humanos como de las personas adecuadas para las funciones concretas

Lo siguiente es “Descubrir” los dones y talentos que Dios suscita en su pueblo y ponerlos a trabajar, ponerlos a rendir. El párroco, como administrador fiel, no puede ni debe enterrar esos talentos en la tierra mientras espera la llegada de su Señor.

A continuación, es necesario “Motivara los que viven en la Hogar Común para que interioricen y asuman un sentido de pertenencia, es decir, que se sientan “en casa”, que se sientan "en familia".

Por ello, se requiere “Ser” un buen líder y un buen comunicador, y con el ejemplo, "Inspirara soñar; "Mostrar" la visión y la misión de la parroquia, lo que ésta ofrece y lo que pide; "Animar" a buscar más, a hacer más, a ser más.

Estamos hablando de poner en práctica el liderazgo compartido y capacitador que Cristo nos enseñó al elegir y delegar la Iglesia en sus apóstoles. Este liderazgo consiste en una administración y dirección parroquial que:

-fomente la colaboración y participación efectiva de todos en la gestión y gobierno de la parroquia, aportando cada uno, todos sus dones, capacidades y cualidades al servicio del Reino. El párroco no “lleva” la parroquia, la “lidera”... y sólo interviene cuando es necesario.

-quite presión al párroco, quien, al apoyarse en otros, tenga tiempo para sus tareas fundamentales (administrar sacramentos, dirigir espiritualmente, etc.) y para sí mismo (rezar, recogerse, cuidarse, descansar, etc.). Una menor implicación del sacerdote en ciertas tareas posibilita un mejor servicio en otras más importantes. 

-gestione eficientemente el tiempo y el servicio, permitiendo a los laicos participar activamente y comprometerse en el acompañamiento y la formación de otros. Un buen pastor conoce y escucha la voz de sus ovejas. Es más, un pastor "pastorea pastores".
-haga uso de los talentos y de la generosidad que Dios suscita entre su pueblo, con respeto y unidad en el proceso de decisión y gestión parroquial, delegando responsabilidad y ofreciendo apoyo, ánimo, motivación y libertad. Abierto a la colaboración compartida y a la confianza en el rebaño.

-valore el trabajo en equipo, la cooperación y el consenso. El párroco no “micro gestiona” ni controla de manera excesiva sino que escucha y apoya las decisiones de sus líderes de confianza. El pastor deja "pastar" a sus ovejas .

-busque nuevas perspectivas y opiniones distintas, que reúna información, abra el debate y tome decisiones, adoptando una "cultura del invitar", de bienvenida y acogida por parte de los laicos, primer contacto de todos los que llegan a la parroquia: "Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor" (Juan 10,16).

El liderazgo compartido produce un alto sentido de pertenencia comunitaria, de compromiso en el servicio y un crecimiento espiritual de toda la parroquia de una forma natural y no forzada.

Frente al viejo guion parroquial de “reza, paga y obedece” se establece uno nuevo: “reza, participa y oblígate”. 

Los laicos le dicen al párroco: “Déjanos ayudarte”, y el párroco, al “dejarse ayudar”, permite que los laicos pongan en acción su fe y su potencial, haciendo que la parroquia se redefina a sí misma: "Teniendo dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado, deben ejercerse así: la profecía, de acuerdo con la regla de la fe; el servicio, dedicándose a servir; el que enseña, aplicándose a la enseñanza; el que exhorta, ocupándose en la exhortación; el que se dedica a distribuir los bienes, hágalo con generosidad; el que preside, con solicitud; el que hace obras de misericordia, con gusto" (Romanos 12, 6-8).

El liderazgo compartido produce un “efecto dominó” en toda la comunidad, potenciando una mayor implicación de todos, favoreciendo la multiplicación de las actividades pastorales y por tanto, consiguiendo la vitalización de la parroquia.

El liderazgo compartido establece un equipo de líderes gestores unido, fiel al Evangelio y a la Iglesia, capaz de contagiar a toda la comunidad parroquial. Invita, forma, compromete y responsabiliza a todos en la edificación del Reino de Dios en la tierra.

Una comunidad de servicio
Existen muchos desafíos que el liderazgo compartido debe gestionar en cuanto a la economía, la evangelización, la comunidad, la liturgia, el discipulado, etc.
No se trata tanto de “hacer cosas” como de “hacer discípulos” para llevarlos a una relación más profunda con Cristo. Discípulos que pongan en práctica sus dones y talentos al servicio de la parroquia y de su pastoral.

Dos buenas sugerencias para comenzar a hacer discípulos son:

-Servicio: enfocar las habilidades de los laicos como “donativos” a la Iglesia. Los talentos puestos al servicio de la parroquia redundan, por sí mismos, en un sentido de compromiso con el prójimo y con Dios, construyendo una auténtica comunidad fraterna: "El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo" (Mateo 20,26-27).

-Comunidad: generar un sentido de pertenencia a la parroquia y a la casa de Dios, para "contagiarlo" a otros mediante la acogida que, por sí misma, produce un sentido de “hogar”, favoreciendo el discipulado: "Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras; no faltemos a las asambleas, como suelen hacer algunos, sino animémonos tanto más cuanto más cercano veis el Día" (Hebreos 10,24-25).

Con estas dos sugerencias se consigue acercar a todos al corazón de Cristo sin que el párroco tenga que hacer "casi nada”.

De esta forma y con el paso del tiempo, se consigue dar a luz una comunidad en armonía y unidad que, de forma automática, suscitará “vocaciones”. No es posible la existencia de vocaciones sin una comunidad de las que nazcan: "Así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros cumplen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada cual existe en relación con los otros miembros" (Romanos 12, 4-5).

Una escuela de discipulado 

Para que conseguir una gran comunidad se requiere establecer un plan, una visión que desarrolle la formación/discipulado mediante distintas herramientas: grupos pequeños, catequesis, métodos, retiros, convivencias, peregrinaciones, actividades comunes, etc. 

Estas mismas herramientas sirven, a su vez, para llevar a cabo la evangelización de nuevas personas que, de forma automática, se unen a ellas para convertirse en nuevos discípulos y volver a comenzar este proceso continuo.

Además, es preciso construir un liderazgo orgánico que identifique lo que hace falta cambiar o modificar; que descubra lo que funciona o no funciona y por qué; que señale lo que se hace bien o mal.

Se trata de una evaluación continua de los 5 pilares básicos de la parroquia (Liturgia, Comunidad, Servicio, Discipulado y Evangelización) que requiere la formación continua de líderes comprometidos.

El liderazgo compartido servirá también para ver las necesidades presentes y futuras, y que, ante un posible cambio del párroco, la comunidad pueda seguir funcionando con normalidad.

La sucesión del párroco es una cuestión en la que no se piensa pero es importante tenerla en cuenta ya que la parroquia no pertenece al párroco sino a los parroquianos. Es necesario que exista un diálogo permanente entre parroquia y diócesis que detecte las necesidades de una y de otra. Esto es labor del párroco junto con el arcipreste y el vicario episcopal.

Además, es recomendable establecer un plan de sucesión y un equipo de transición pastoral de la parroquia para salvaguardar los avances realizados en materia de liderazgo que implique, prepare, guie y apoye a nuevos líderes laicos, lo que facilitará la integración del nuevo párroco, cuando se produzca.

Una renovación espiritual

La misión del cristiano es desarrollar un corazón para Jesús que le dé siempre el primer lugar. Comienza siempre por la conversión individual, es decir, por la relación amorosa con Dios que despierta la fe y enardece el corazón, que lo transforma de uno de piedra a uno de carne.

La conversión individual da paso a la mistagogia o madurez espiritual, un tiempo de profundización en su compromiso de ser y vivir como un hombre nuevo. Es un largo camino en el que Jesús nos acompaña y que se realiza mediante la vida interior, la oración, la meditación, los sacramentos, la lectura espiritual, la vivencia de la fe, el discipulado, etc.
Una vez producida la conversión personal y a través del liderazgo compartido, ésta se prolonga a toda la comunidad, es decir, la gracia suscita la conversión pastoral de la parroquia, renovándola y convirtiéndola en luz para el mundo, como consecuencia de la acción del Espíritu Santo que se derrama sobre la Iglesia de Cristo.

sábado, 8 de abril de 2017

"ACERCAR A LOS ALEJADOS"


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"Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. 
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo." 
(Mateo 28, 19-20)


El mandato de Jesús es claro: acercar a todas las personas a su Iglesia. Y por supuesto, todo sacerdote desea una parroquia creciente y próspera, y con gran número de feligreses. 

Pero este deseo debiera ser, no tanto porque la asistencia a misa sea una medida significativa de crecimiento, sino porque su aumento sea una prueba de que se está alcanzando a las personas, de que nuestra Iglesia está "en salida". 

Como miembro de esa Iglesia que todos queremos, hoy me gustaría reflexionar sobre ello, haciendo una analogía entre Iglesia y Mercado.

Mi formación universitaria y mi experiencia profesional se han desarrollado en el ámbito comercial y del marketing. Como estudiante de Publicidad y como director comercial de varias empresas, mis objetivos en el Mercado han sido y son la fidelización de los clientes habituales, la adquisición de nuevos clientes, el incremento de ventas, la formación y dirección del equipo de ventas, el crecimiento económico de la empresa, etc.

Y creo que en la iglesia, la dinámica es muy parecida. A decir vedad, es la misma.

Llegar a los "sin iglesia"

Podemos fidelizar a nuestros asistentes actuales ofreciéndoles actividades para el servicio, la formación y el discipulado, etc. Todo ello les ayudará a crecer y a madurar espiritualmente. Pero sólo con esto, el Reino de Dios no crece. Una Iglesia de puertas cerradas no cumple la función para la que Cristo la fundó .

Resultado de imagen de iglesias de puertas abiertasO también, podemos alcanzar a nuevas personas: los alejados, los "sin iglesia". Ese es el verdadero objetivo de la Iglesia en general, y de nuestra parroquia, en particular. Cristo instituyó la Iglesia para ir en busca de los que no pertenecen a ella, y lo hizo dando un mandamiento muy claro: "Id y haced discípulos" (Mateo 28, 19-20). No dice: "Quedaos y haced discípulos entre los vuestros".

En Hechos 1,8 nos dice cómo: "recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros para que seáis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra".

La Misión de la Iglesia sólo es posible a través del poder del Espíritu Santo. Nosotros debemos ser testigos de Cristo, cumpliendo nuestra misión en nuestra ciudad (Jerusalén), en nuestra comunidad autónoma o estado y en nuestros países (Judea y Samaria), y en cualquier otro lugar donde Dios nos envíe (hasta los confines de la tierra).

Ir en busca de los que no están en la Iglesia no quiere decir que lo hagamos en cualquier sitio o de cualquier manera. "Pescar en otras peceras", es decir, atraer a personas de otras parroquias, no es un crecimiento sano y próspero porque si la gente deja otra iglesia para asistir a nuestra iglesia, el Reino no aumenta.

Dicho esto, el crecimiento de la Iglesia requiere llegar a los "sin iglesia", a los que nunca la han tenido o a los que se han alejado de ella. 

Aquí está la gran noticia: Hay mucha más gente sin iglesia en nuestros barrios que asientos vacíos en nuestras iglesias. De hecho, probablemente haya más gente sin iglesia en nuestro barrio que asientos vacíos en todas las iglesias de nuestra ciudad. 

Volviendo al ámbito comercial y de los negocios, este hecho significaría una gran noticia: un montón de clientes potenciales, un "amplio target", es decir, un entorno rico en objetivos, un escenario idóneo para el crecimiento. 

Tan solo, necesitamos alcanzarlos. Si aprendemos a llegar de forma consciente e intencional a los "sin iglesia", nuestras parroquias no pararán de crecer.

Comprender a los "sin iglesia"

Para entender cómo llegar a los sin iglesia, volvamos de nuevo al ámbito empresarial. En el mercado, cuando una empresa desea llegar a un mercado potencial específico, realiza estudios de mercado, investiga las necesidades y preferencias del mercado. 

Es preciso dedicar tiempo y esfuerzo a organizar grupos de testeo, probar productos, desarrollar el etiquetado y empaquetado, determinar escalas de precio y luego realizar pruebas con un público más amplio. Es un proceso largo y sistemático, pero los resultados proporcionan un futuro negocio con un producto que impulsa las decisiones de compra para el mercado previsto.

Una vez más, los principios del mercado son trasladables al ministerio de la Iglesia. Para llegar a los sin iglesia, debemos conocer y comprender a los sin iglesia. Debemos saber sus necesidades, sus preferencias, su mentalidad.

Para ello, debemos:

Conocer nuestro "mercado objetivo". 

Si decimos que estamos preocupados por los alejados de nuestra comunidad parroquial, pero no tenemos relaciones personales o amistades con nadie alejado de la fe, no tenemos autoridad moral para decir a otros que inviertan en nosotros. Debemos llegar a conocerlos personalmente, conocer sus vidas, sus preocupaciones, sus inquietudes, sus estados, etc.

Comprender sus problemas. 

En la mayoría de los casos, las personas "sin iglesia" sufren los mismos problemas que las personas "con iglesia": problemas en el matrimonio, en la educación de los hijos, en el trabajo, en la falta de propósito, en la pérdida de esperanza, etc. 
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Sin embargo, la manera en que las personas sin iglesia procesan estos temas es diferente a la nuestra y, por lo tanto, requieren un enfoque diferente. Debemos investigar sus problemas y cómo procesan las soluciones. Aunque podamos estar de acuerdo en que Jesús es en última instancia su necesidad, ellos no reconocerán esta verdad por sí mismos ni de forma instantánea.

Mirar nuestra iglesia desde su perspectiva.

La mayoría de las personas sin iglesia no están en esa situación porque no hayan estado en la iglesia antes. La mayoría de las personas sin iglesia se han marchado o han sido desalojadas por malas experiencias. La gente no se marcha de la Iglesia por que no crean en Dios (motivos credenciales) sino porque no creen en ciertos aspectos de la iglesia (motivos vivenciales). Si realmente queremos saber lo que sus personas sin iglesia piensan de ella, necesitamos preguntarles directamente. Hay un axioma en el que creo profundamente: "nadie escuchará nada sobre la Iglesia sin antes decir lo que ellos piensan de ella". Para que nuestra Iglesia crezca, debemos buscar ese "feed-back" necesario, esa interacción entre oferta y demanda que existe igualmente en el mundo comercial.

Prestar atención a sus necesidades. 

A menudo, nuestras necesidades tanto materiales como espirituales dentro de la parroquia pueden estar cubiertas. Nuestra parroquia es un "entorno feliz" pero lo que debemos querer saber es lo que el mundo sin iglesia que nos rodea, está experimentando, lo que necesita. Por supuesto, hay límites (no seamos "ingenuos"), pero sabemos que sumergirnos en nuestros círculos cristianos de fe nos aísla de la sociedad que estamos tratando de alcanzar. No podemos estar aislados del mundo y llegar al mundo.

Analizar sus características demográficas, socio-económicas y de estilo de vida. 

Todas las personas sin iglesia no son iguales. Eso es como decir que todos los cristianos son iguales. Los "alejados" no deben ser estereotipados o agrupados en grandes categorías. Cuanto más se pueda entender la composición de nuestro objetivo de personas "sin iglesia", mejor seremos capaces de diseñar actuaciones, y acercarles nuestra iglesia hasta donde ellos están. De esta forma, nuestra parroquia estará posicionada para crecer. La programación de actividades, misas y servicios de nuestra parroquia deben reflejar y amoldarse a esas características. 

Deberíamos tomar en cuenta dónde está la gente sin iglesia cada domingo. Cuando la gente "de iglesia" está en la parroquia, ¿dónde están las personas sin iglesia? Si no lo sabemos, será muy difícil llegar a ellos. 

Evaluemos nuestra comunidad en su totalidad, pero miremos a cada persona una por una, porque no son un proyecto a conseguir, son personas a quienes Dios ama y quiere junto a Él.


sábado, 27 de agosto de 2016

CONFESIONES DE UN ALEJADO



De acuerdo, no soy cristiano, al menos, no comprometido (no me gusta eso de "practicante") o lo que vosotros llamáis "alejado", pero he tomado la decisión de ir a misa este domingo. 

No esperéis mucho de mí. Si pasa algo (cosa que dudo) es posible que medite sobre ello. Algo me dice que tengo que ir, pero no estoy seguro de por qué. Pero antes, quiero deciros un par de cosas sobre mí:

Resultado de imagen de cristianos no practicantes en misa1. Seguramente no voy a entender el lenguaje religioso o algunas frases que voy a escuchar, como "morir en la carne y vivir en el Espíritu", "Dios está en mí", "Tomad y comed, este es mi cuerpo", "vivir una vida plena", etc. 

Resultado de imagen de cristianos no practicantes en misaSi la misa transcurre sobre una conversación llena de términos teológicos o de elevación religiosa, probablemente no entienda la mitad de las palabras ... y tal vez pensaré que el cura está un poco loco o que esto no es para mí.

Seguramente no sea capaz de seguir el ritual, las oraciones, o cuándo hay que levantarse o arrodillarse. 

Probablemente, esto último no lo haré. Ni tampoco cantaré ni rezaré ni comulgaré. Y os pido que no me miréis como a un "bicho raro".

2. Cuando me preguntéis cómo estoy, que sepáis que no confío en vosotros. Probablemente mentiré, y diré que estoy bien y que la misa me ha gustado. No es que yo no quiera deciros la verdad, es que tengo algunas heridas y no quiero confiároslas, aún. ¿Qué tal si me contáis primero vuestra historia? Si me gustáis y tengo la impresión de que no estáis intentando convencerme de nada, os contaré la mía.

3. Tengo un lenguaje bastante duro, incluso amargo y rudo acerca de algunas de "vuestras cosas". Si tengo la sensación de que me habláis desde una mentalidad de superioridad, no os escucharé. Si percibo que estáis esperando vuestro turno para hablar "de lo vuestro", en lugar de escucharme e interesaros de verdad por mí, no me va a interesar. No esperéis que sea como vosotros. Al menos, no todavía.

4. No os molestéis en hacer un gran esfuerzo por presentarme a toda la gente de la parroquia. Quizás, un par de personas, a lo sumo, pero por favor, no me hagáis un comité de bienvenida. Estoy aquí como observador. Necesito un poco de espacio y algo de tiempo. Aún no soy "uno de los vuestros".

5. No busco que mostréis un excesivo interés en mí. No quiero sentirme como parte de vuestro proyecto de salvación personal o ser "uno de los que tenéis que convertir". Si Jesús es quien dice que es, entonces estaré deseoso de verlo reflejado en cada uno de vosotros. Así es como funciona, ¿no?
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6. Voy a tener muchas preguntas, pero necesito que me digáis la verdad, no vuestras preferencias o vuestros argumentos o lo que piensa personalmente el cura.  

Lo cierto es que fui educado en un colegio de curas y mi experiencia es algo negativa. No me gustan los curas. Por favor, sólo me interesa lo que pueda ser de utilidad para mí.

7. Necesito sentirme como en casa. Sentirme bienvenido, acogido y escuchado, pero creo que al final, será "más de lo mismo" ¿Existe un límite de tiempo o algo en mi visita antes de que me vaya a sentir incómodo? Es decir, yo he estado en otras parroquias, y siempre he sentido que aquello no era para mí, que intentaban "lavarme el cerebro". ¿Cuánto tiempo se necesita en vuestra parroquia para que me sienta así?

Perdonar mi falta de tacto. Sé que sabréis comprender mi actitud.

Gracias.

Os veo este domingo en misa.