¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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martes, 6 de noviembre de 2018

INVITADOS A UNA BODA

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"Al oír esto, uno de los comensales le dijo: 
¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!
Él le respondió: Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; 
a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: 
'Venid, que ya está todo preparado'
Pero todos a una empezaron a excusarse. 
El primero le dijo: 'He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses'. Y otro dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; 
te ruego me dispenses'.
'Otro dijo: 'Me acabo de casar, y por eso no puedo ir'.
Regresó el siervo y se lo contó a su señor. 
ntonces, el dueño de la casa, airado, dijo a su siervo: '
Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, 
y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, a ciegos y cojos'.
 Dijo el siervo: 'Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio'.
 Dijo el señor al siervo: 'Sal a los caminos y cercas, 
y obliga a entrar hasta que se llene mi casa'. 
Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena."
(Lucas 14,15-24)

¡Cuántas veces hemos visto en la vida esta misma escena! ¡Cuántas veces nos han invitado a una boda o a una celebración y nos hemos excusado! ¡Cuántas veces dejamos de ir a algún sitio cuando no somos protagonistas o cuando nos crea un compromiso!

En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a su fiesta pero muchos no acudimos... nos excusamos con mil pretextos, con mil justificaciones, con mil argumentos, con mil coartadas...

Y el Anfitrión se decepciona, se enfada cuando nos invita gratuitamente y le damos la espalda...cuando nos invita a sentarnos junto a personas que (quizás) no soportamos, o no consideramos dignas y ponemos cualquier pretexto...cuando nos invita a ser comunidad y lo consideramos un "compromiso"...cuando nos invita a servir a otros y pensamos que allí no tenemos nada que hacer, que no somos protagonistas, que nosotros "valemos más"...

La fiesta está preparada, la comida está lista y sin embargo, nosotros no estamos dispuestos. Y no lo estamos porque nuestro egoísmo busca notoriedad, favores y reconocimiento. ¡Si no es nuestra fiesta, es un compromiso!

¿Cuándo fue la última vez que te excusaste ante una invitación de Jesús? 

¿Recuerdas todas las veces que has estado tan ocupado para ir a ver a ese amigo tuyo enfermo? 

¿Recuerdas todas las veces que has estado tan preocupado por tu trabajo, tus clientes, tus cifras que no has tenido tiempo de estar un rato con tus hijos y tu mujer?

¿Recuerdas todas las veces que alguien ha necesitado de tu ayuda y tú les has negado tu mano? 

¿Recuerdas todas las veces que has dicho "a ver si nos vemos" y nunca lo has hecho? 

¿Recuerdas cuantas veces Dios te ha pedido algo y has puesto el pretexto de "no puedo" o te has disculpado diciendo "ahora no"?
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Meditemos seriamente: Dios, con su gran amor y generosidad, nos invita gratuitamente a formar parte de su banquete 

¿Vamos a responderle con excusas y justificaciones? 

¿Vamos a decepcionarle y enojarle?

No perdamos el tiempo y ocupemos las sillas que nos ofrece. Hay muchas libres. No lo dejemos para el último momento o quizás puede que cuando queramos entrar a la fiesta, ya no haya sitio.

Seamos generosos, serviciales y solidarios. Respondamos a su llamada. Aceptemos con alegría su invitación. Vayamos y sentémonos junto a los que están solos, junto a los que están tristes o desconsolados, junto a los heridos y necesitados, junto a los que necesitan de nosotros y de nuestro amor.


martes, 28 de julio de 2015

SACRAMENTOS SIN FE, ACTOS SOCIALES SIN SENTIDO


 

Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia invisible de Dios, instituidos por Jesucristo y confiados a la Iglesia, a través de los cuales se otorga la santificación, es decir, confieren al creyente la dignidad de "hijos de Dios", y mediante los cuales, los creyentes exteriorizan su relación con Dios y profesan su fe.

Cuando los bautizados celebran un sacramento expresan, identifican y edifican su comunión eclesial. Sin fe no hay sacramentos, sino sólo actos sociales o ritos mágicos que no tienen nada que ver con la fe cristiana.

Matrimonio

Es una verdadera pena observar como en los últimos años se ha producido un notable aumento de matrimonios civiles en detrimento de los religiosos, en parte motivado por una progresiva secularización de la sociedad y en parte, por el alejamiento o la pérdida de fe de los propios bautizados.

Igual de triste es la constatación del hecho por el que los novios toman la decisión de casarse en una Iglesia sólo por el simple hecho de considerarlo más como un acto social de cierta enjundia que un camino comprometido de fe. 

Incluso, hay quienes demostrando una mayor incoherencia, piden al sacerdote (a quien apenas conocen y quien apenas les conoce) la eliminación parcial o total de la homilía "para agilizar" la celebración.

Pero mucho más preocupante es que nuestros sacerdotes católicos celebren bodas religiosas aún a sabiendas de esa falta de fe por parte de los contrayentes, conscientes de que no volverán o incluso sin tan siquiera conocerles con anterioridad, pues en muchas ocasiones, se trata de la primera vez (y la última) que pisan el templo.

Como signos externos de la fe vivida, por los cuales expresamos, afirmamos y renovamos ser seguidores de Cristo, no tiene justificación tanto administrarlos como recibirlos, si el resultado es convertirlos en meros eventos sociales, pues ello redunda en una absoluta pérdida de valor y de sentido de la fe de Cristo. No es posible separar sacramento y fe. Sin fe, el sacramento es inválido, es nulo.

Los propios sacerdotes, como testigos del sacramento del matrimonio sin fe, están obligando, desgraciadamente, a los esposos a cometer perjurio ante Dios, haciéndoles mentir y favoreciendo el hecho de que personas que pisan la Iglesia por primera y última vez el día de su boda, que rechazan la institución instaurada por Cristo, que no se toman en serio la confesión, la comunión y en definitiva, los sacramentos, accedan a protagonizar un espectáculo "obligado", sin poso de fe y de todo punto hipócrita. Amén de que con el código de Derecho Canónico en la mano, carecerían de validez y licitud.

Si alguno de los contrayentes no tiene fe y, por tanto, no tiene razón para creer en Cristo ni en la indisolubilidad del matrimonio, ¿por qué empeñarse en recibir un sacramento estéril y carente de valor? ¿Para qué administrarlo?

Sí, cierto es que la Iglesia está llamada a acoger y a recibir a todos, sin excepción, pero al mismo tiempo, no debiera ofrecer un sacramento carente de valor y sentido. De ahí la necesidad de reforzar y profundizar en una verdadera preparación al matrimonio. No se trata de decir un sí incondicional; pero tampoco, un no rotundo; se puede decir, "todavía no". 

Los pastores están llamados a corroborar la verdadera comprensión y aceptación de la naturaleza del sacramento del matrimonio y de sus propiedades esenciales, es decir, de la unidad, de la indisolubilidad del matrimonio y de su apertura a la vida.

Hoy, los elementos fundamentales de la fe, que antes conocía cualquier niño, desde el signo de la cruz hasta el padrenuestro, son cada vez menos frecuentes. Y desde luego, albergar la pretensión de que los cursos pre-matrimoniales, insuficientes en tiempo y efectividad, contribuyan a paliar la ausencia de fe y compromiso cristianos, es como albergar la esperanza de que un bebé aprenda a leer y escribir cuando todavía no sabe caminar. 

Bautismo, Comunión y Confirmación


No es el matrimonio el único sacramento afectado por el sinsentido de la falta de fe verdadera. 

El bautismo, el primero de los tres sacramentos de iniciación a la vida cristiana, es otro de los damnificados

Con demasiado frecuencia, se celebran bautizos sin que la fe cuente algo en la vida de los padres o de los padrinos y sin que haya ninguna intención de educar a esos niños en la fe de Cristo.



La Primera Comunión es otro de los tres sacramentos de iniciación a la vida cristiana con el bautismo y la confirmación. 

A través de ella y después de cierta preparación (catequesis), es posible tomar por primera vez la hostia y el vino, es decir, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. 

Pero ¡Cuántas primeras comuniones se celebran sabiendo que será la primera y también la última, ante la falta de profesión de fe de los padres de los que comulgan!



El tercer sacramento de iniciación es la confirmación. Y tampoco se libra del conflicto. 

¡Cuántas confirmaciones se otorgan a jóvenes que ni creen ni practican; adolescentes que no se asoman por la Iglesia ni por error! 

¿Qué fe está siendo confirmada? ¿no habría que “despertar” la fe en quienes la tienen dormida? 


Una oportunidad única para evangelizar

Durante mucho tiempo, nuestra Iglesia ha sido administradora de sacramentos a bautizados pero no a evangelizados. 

Hoy, embarcados en la nueva evangelización, estamos llamados a empezar por dar a conocer a Cristo a quienes, por las razones que sean, se acercan ocasionalmente a los sacramentos.

En bodas, bautizos, comuniones, confirmaciones y funerales se nos brinda una oportunidad única para ello, pues en todos ellos aparecen bautizados (y no bautizados) que difícilmente aparecen por un templo en otros momentos de sus vidas. Es ahí donde debe hacerse un esfuerzo evangelizador de primer nivel. 

Los laicos tenemos la misión de hacer comprender el significado y el valor de los sacramentos a todos, y los sacerdotes el cometido de cuidar al máximo sus homílias y celebraciones, hacerlas atractivas y así, acercar a esas personas a Dios, sin presión, sin recriminar ni reprender. 

Cristo nos atrae por su infinito amor. Esa es la clave.