¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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viernes, 5 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): ESCUCHADLO

"Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo"
(Lucas 9,35)

La Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene una gran importancia para los cristianos, pues no sólo nos muestra la visión de la gloria de Cristo en cuerpo glorioso e inmortal sino que nos anticipa la resurrección, base de nuestra fe: Su resurrección y, por ende, la nuestra.

Jesús elige una vez más a su "trío predilecto", a Pedro, Santiago y Juan, para llevárselos al monte Tabor (lugar de la presencia de Dios); los mismos que estarán con Él en el monte de los Olivos, antes de ser entregado. En ambas ocasiones, los apóstoles duermen plácidamente en la tierra, mientras desde el cielo la voluntad de Dios se hace presente.

Pedro, quien seis días antes, había proclamado la condición mesiánica de Jesús, ahora ve Su gloria con sus propios ojos pero... ¿es capaz de comprenderlo? 

Pedro, quien seis días antes, había escuchado de labios del Señor lo que tenía que padecer y sufrir, ahora lo escucha de los labios de Moisés y Elías pero...¿es capaz de comprenderlo?

Pedro, que seis días antes, había negado la voluntad de Dios, escucha de boca de Dios Padre la confirmación de todo lo anterior y ordena escuchar a Su Hijo: "Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo" (Mc 9,7; Mt 17,5; Lc 9,35). Pero...¿es capaz de comprenderlo?

La clave sobre la que hoy queremos meditar en el pasaje de la Transfiguración son las palabras del mismísimo Dios Padre: "Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo". Dios hace dos afirmaciones y una exhortación: 
  • "Este es mi Hijo". Dios mismo nos confirma que Jesús es Su Hijo.
  • "El Elegido". Dios mismo nos confirma que Jesús es el Mesías prometido. 
  • "Escuchadlo". Dios mismo nos manda escuchar a Jesús, su Hijo, el Mesías.
¡Escucha la voz de mi Hijo! ¡Oye su Buena Nueva! ¡Déjate impactar por su mensaje de amor para que transforme tu vida! Es lo que Dios me pide y es todo cuanto necesito: vivir su palabra. Pero...¿soy capaz de comprenderlo? 

Podría caer en la tentación de decir (como Pedro): "Maestro, qué bien se está aquí", esto es, limitarme a proponer cosas (como montar tres tiendas o cualquier actividad espiritual que se me ocurra) para satisfacer a Dios, sin escucharlo. Pero eso no funciona...

¡Cuánto me cuesta escuchar y cuánto me gusta hablar! ¡Cuánto me cuesta "dejarme hacer" y cuánto me gusta hacer! ¡Cuánto me cuesta seguir el consejo de la Virgen María: "Haced lo que Él os diga" y cuánto me gusta hacer lo que yo diga! 

Sin embargo, no se trata tanto de "hacer cosas para Dios" como de "dejar que Dios haga cosas", es decir, dejar a Dios hacerse presente y escucharlo a través de la Escritura, la Eucaristía y la Oración. Escuchar su voluntad y comprender sus palabras me conduce a imitar sus hechos en mi vida real.  

Es muy fácil acomodarme en el bienestar del "Tabor" en una Adoración Eucarística, en un retiro espiritual, en una peregrinación, etc... pero la visión gloriosa de Cristo me debe llevar a transfigurarme más que a sentir gozo, para que, como dice San Pablo, refleje la gloria del Señor y me vaya transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor (cf. 2 Cor 3,18).

Transfigurarme supone configurarme con Cristo, convertirme en "otro Cristo"; dejarme envolver por la nube del Espíritu Santo, es decir, ser dócil a su gracia, para amar y servir a los "desfigurados", a los despreciados de este mundo, que no son otros que el mismísimo Cristo.

El hombre de hoy, por su naturaleza caída, se ha desfigurado y ha perdido la imagen y semejanza de Dios con la que fue creado, que no es otra que la imagen de Cristo. Por eso, nuestro reto como cristianos, además de descubrir el rostro de Jesús en cada persona, es reflejar su rostro en el nuestro, hacerle presente en nuestra vida diaria.

Si lo consiguiéramos, quizás podríamos escuchar de Dios lo mismo que dijo de su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco".


JHR

lunes, 15 de febrero de 2021

ARREBATADOS EN ESPÍRITU

"¡Alegraos conmigo!"
(Lucas 15, 5 y 9)

Este fin de semana hemos contemplado el cielo en la tierra. "Arrebatados en Espíritu en el día del Señor", hemos sido transportados, como San Juan, a la liturgia celeste: la cohorte celeste en pleno se congregó alrededor del Trono para participar en una gran fiesta.

"Sonó una voz potente como de trompeta...era un Hijo de Hombre, en medio de los siete candelabros de oro, con cabellos blancos como la nieve y sus ojos como llama de fuego, que decía: No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente... escribe lo que estás viendo" (Apocalipsis 1,12-19).
Era el Resucitado, nuestro Señor Jesucristo, que nos hablaba a todos con autoridad y recibía en su casa con los brazos abiertos un grupo de cristianos, jóvenes y adultos, que se comprometían con Él, fundiéndose en un prolongado abrazo de amor (como en la parábola del hijo pródigo de Lucas 15,11-32).
El Señor, mirándoles a la cara uno a uno y hablándoles directamente al corazón, les dijo: "Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios" (Ezequiel 36,24-28).

La esplendorosa visión del cielo, difícil de describir si no se vive, hizo realidad el Evangelio de Lucas 4,16-22: "Jesús ... se puso en pie para hacer la lectura y dijo: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor'. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirlos: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". 

Y así, el Espíritu de Dios se cernió sobre todos nosotros, convirtiéndonos en alter christus ipse christus. Un nuevo Pentecostés que derramó sobre nuestras cabezas como llamaradas, sus siete dones. Una lluvia de gracias que roció nuestros corazones en un nuevo amanecer. Una unción de lo alto que llenó nuestras almas de gozo inefable.
Yo, desde el altar, invitado circunstancial y privilegiado, sentí una profunda alegría al ver el firme compromiso de estos "hombres nuevos en el Espíritu" que, delante del Cordero, renovaban de forma libre y consciente las promesas realizadas en el bautismo y le decían al Padre: "Abba" (Romanos 8,14-17). Fue un "sí" profundo y sincero...un confiado "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad" (Salmo 40,8-9).

Entonces Cristo nos dijo a todos: "¡Alegraos conmigo!" y todos los coros angélicos, a una sola voz, dijeron: "Bendito el que viene en el nombre del Señor... Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Salmo 118, 26-29).

El obispo D. Juan Antonio Martínez Camino que celebraba el sacramento en representación del "Único Sacerdote" nos habló de los tres olivos representados en las cristaleras de la parroquia.
                              
Los Tres Olivos, símbolos de los árboles del paraíso: a la izquierda, el árbol del conocimiento del bien y del mal, y a la derecha, el árbol de la vida; y en medio, el del Gólgota, el árbol de la Cruz, por el cual nuestro Señor cargó con nuestros pecados para conducirnos a la vida. Y encima de ellos, el Espíritu Santo.

Fue un maravilloso encuentro donde saboreamos la gloria divina y donde reforzamos nuestros lazos de amistad, de fraternidad, de comunión profunda entre nosotros y con Dios. 

El Señor nos vistió con la mejor túnica, nos puso un anillo en la mano y sandalias en los pies, sacrificó el toro cebado y celebró un gran banquete, con el que el Padre Dios selló su alianza eterna con nosotros y restableció nuestra dignidad como hijos suyos.

Esta vez no había ningún "hermano mayor". No hubo reproches ni envidias. Sensibles a su Palabra, dóciles a su Espíritu y vestidos de gala como "hombres nuevos", todos nos unimos alegres a la boda del Cordero con su Esposa, al don del amor gratuito que Dios otorga a su Iglesia, porque todos estábamos muertos y hemos resucitado.


JHR

martes, 9 de junio de 2020

EQUIPOS DE PROTECCIÓN ESPIRITUAL

"El principal reto de la evangelización de la Iglesia 
es luchar contra la 'apostasía silenciosa' 
y proporcionar a las personas la oportunidad 
de experiencias íntimas de encuentro con Dios."
(Cardenal Robert Sarah)

Antes del Covid, es indudable el hecho de que en todos los ámbitos de nuestra sociedad actual ya existía una pandemia espiritual. El hombre hace mucho que ha decidido que no necesita a Dios y vive de espaldas a Él. Se ha contagiado de un virus apóstata y mortal.

Pero es más preocupante observar cómo este virus ha penetrado con saña dentro de nuestras comunidades parroquiales y las ha devastado, llenándolas de enfermos y víctimas espirituales. 

Bastaría con realizar unos simples tests espirituales masivos en cada comunidad parroquial para encontrar una realidad evidente, un resultado preocupante: "positivo" en apostasía y relativismo. 

Quizás algunos traten de negar la existencia de este virus o de minimizar sus efectos y consecuencias. O quizás quieran falseen las cifras de contagiados o de muertos (espirituales). O quizás nos quieran contar un "relato" que nada tiene que ver con la realidad. Pero, a pesar de todo eso, el resultado no cambiará. El hecho es que nuestras "residencias espirituales" se encuentran llenas de enfermos infectados que transmiten y contagian el virus a todos los que allí conviven. 

Este fatal resultado "positivo" en muchos entornos católicos nos demuestra que nos hallamos ante un perverso germen, sutil e invisible, que va agrediendo, erosionando y destruyendo poco a poco, los pulmones espirituales de la Iglesia. 

Se trata de una lenta, constante y silenciosa apostasía que penetra en la Iglesia imperceptiblemente, sin darnos cuenta, sin saber de dónde o de quién viene el contagio. Sus claros síntomas son "doctrinas" novedosas o interpretaciones "actualizadas" sobre la fe católica, con la única intención de "amoldar" a los cristianos al mundo. 

Nos encontramos ante una ideología disfrazada de "nueva visión" de los principios cristianos y de la doctrina de la Iglesia, difundida de una manera constante por el "Imperio" y sus medios de comunicación propagandista (la Bestia), y que aboga por un hombre sin Dios, un subjetivismo exacerbado y un relativismo agudizado cuyo objetivo inicial es "negociar" la fe, para después, acabar con ella. 

Medidas de protección espiritual

Para contrarrestar este virus apóstata, los cristianos debemos adoptar una serie de medidas de protección espiritual. Y para ello, se me ha ocurrido hacer una analogía con elementos de plena actualidad:

En primer lugar, es urgente desenmascarar este mal, informando a la población católica de una forma clara, rotunda y veraz, del riesgo letal de esta pandemia, que puede conducir a la muerte espiritual, a la destrucción del alma. A la vez,  debemos formarnos en la sana doctrina de la Iglesia, como primer paso en el crecimiento en la fe. 

En segundo lugar, es imprescindible hacer comprender la necesidad de un "confinamiento interior del alma" basado en una intensificación de la oración y el sacrificio, y en un aumento de la lectura y meditación de la Palabra de Dios, para el fortalecimiento y la perseverancia de nuestra vida interior.

En tercer lugar, es preciso dotar a los cristianos de protección espiritual con "equipos de protección individual" (EPI), contra el virus de la falsedad y así, poder ejercer su servicio a Dios y a los demás, sin necesidad de buscar aplausos ni menciones heroicas. 

Hablamos de los sacramentos. Estos EPI espirituales deben estar "homologados" por la Iglesia Católica para garantizar la máxima protección espiritual, de tal forma, que para cada alma es necesario escoger la talla, diseño o tamaño que mejor se adecue a su estado espiritual o a su situación de riesgo de contagio. 
Su reparto comienza por los sacerdotes y el personal pastoral, quienes están en primera línea de batalla y para quienes este agente mortal es una amenaza real, que puede llegar a cercenar toda posibilidad de lucha contra éste; y continúa por el resto de la población de fieles para evitar su posible contaminación o rebrotes infecciosos.

Los EPI espirituales deben administrarse de una manera correcta, según las indicaciones del Fabricante, es decir, según la enseñanza de Cristo, y atendiendo a las distintas características o especificaciones de la Iglesia para cada uno de ellos, con el objeto de evitar posibles vías de entrada del peligroso agente anti-cristiano.

Los EPI espirituales tienen su mayor ventaja en el hecho de que no son desechables y pueden reutilizarse una y otra vez, siempre que sean necesarios y ante cualquier situación de riesgo potencial.

Para conocer cada rasgo específico de cada uno de los distintos EPI, es necesario realizar una breve descripción de los mismos y de su indicación adecuada a un entorno espiritual potencialmente expuesto a la infección. 

La evaluación del riesgo de exposición permitirá precisar la necesidad del tipo de protección más adecuado en cada caso o, preferiblemente, el uso conjunto de todos ellos. 

Mascarillas litúrgicas

Recomendable para todo el personal en general: Con el fin de evitar contagios, los casos confirmados con sintomatología respiratoria y aquellos en investigación, deberán llevar, preferentemente, mascarillas litúrgicas semanales, al menos, todos los domingos. Se trata de una primera medida necesaria de protección. Presentan un 78% de eficacia de filtración mínima y un 22% de fuga hacia el exterior. 
Recomendable para el personal especializado: La protección respiratoria es especialmente indispensable para el personal sanitario especializado (sacerdotes, diáconos, consagrados) y/o para el personal auxiliar (voluntarios, formadores, catequistas, fieles comprometidos, etc.), que puedan estar en contacto a menos de 2 metros de casos en investigación o confirmados, es de una mascarilla litúrgica diaria. Presentan entre un 92 y un 98% de eficacia de filtración mínima, y entre un 8 y un 2% de fuga hacia el exterior. 

Ropa de protección cristiana

La ropa de protección espiritual es el revestimiento de Cristo y está compuesta por la "bata" del bautismo, las "vestiduras blancas" de la comunión eucarística y las "botas" de la confirmación.
Todos ellos tienen un alto grado de resistencia a la penetración de microorganismos pecaminosos, una espesa capa de impermeabilización contra la salpicadura de fluidos malignos y secreciones ateas, a la vez que proporcionan una gran libertad de movimiento gracias a la "Verdad".

Guantes del Espíritu

Los guantes del Espíritu, también llamados dones, son siete: sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, piedad, fortaleza, temor de Dios, a los que se añaden otros tres de apoyo: humildad, servicio y pureza de intención. 
Recomendables para todos y especialmente indicados para los sacerdotes encargados de: 

-actividades de atención y servicio al paciente: dirección espiritual, formación, etc. 

-tareas de laboratorios: grupos y actividades pastorales, catequesis, evangelización, etc. 

-trabajos de limpieza y desinfección, tanto de superficies generales como de espacios concretos, utilizados en la confesión o la unción de enfermos. 

Gafas conyugales/Pantallas de castidad 

Los cristianos casados deben usar la protección ocular del sacramento del matrimonio, compuesto de gafas integrales de amor, mientras que los no casados o separados disponen de pantallas de castidad, cuando haya riesgo de contaminación ocular y/o carnal por salpicaduras o gotas de impureza. 
Se recomienda no tocarse los ojos de la fe con las manos de la injusticia y realizar una higiene intensiva, antes y después de cada uso o acto de caridad, mediante el lavado con agua y jabón, o mediante gel hidro-alcohólico. 

Agua y jabón penitencial/Gel de unción

La exposición constante a la contaminación del pecado de la ropa, los guantes, las gafas o las pantallas requiere, imprescindiblemente, su limpieza y desinfección, mediante el lavado con agua y jabón o gracia santificante mediante el sacramento de la Reconciliación o Penitencia, al menos, una vez al mes, sin menoscabo de hacerlo más regularmente, por ejemplo, semanalmente. 
                              
En caso de estancia en la UCI y con respiración asistida, se recomienda, además, el uso del gel hidro alcohólico o sacramento de unción de enfermos

Cuando sea necesario, puede hacerse un uso conjunto de más de un equipo de protección individual, dado que está asegurada la total compatibilidad entre ellos, y probada su idoneidad conjunta y simultánea. 

Los EPI deben colocarse antes de iniciar cualquier actividad susceptible de causar contaminación, para así, garantizar la protección adecuada en función de la forma y nivel de exposición y que ésta se mantenga durante la realización de toda actividad espiritual. 

Esto debe tenerse en cuenta cuando se colocan los distintos EPI, de tal manera que no interfieran y/o alteren las funciones de protección específicas de cada equipo. En este sentido, deben respetarse siempre y sin excepción las instrucciones del Fabricante. 

Se debe evitar que los EPI sean una fuente de contaminación ulterior, por ejemplo, exponiéndolos, sin vigilancia o con desidia, a superficies infectadas o entornos contagiosos.

Protejámonos contra el virus del pecado y viviremos eternamente.

lunes, 9 de marzo de 2020

ALIMENTAR EL ESPÍRITU

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"Está escrito: No sólo de pan vive el hombre,
 sino de toda palabra que sale de la boca de Dios." 

(Mateo 4,4; Lucas 4,4)

Dios ha creado al hombre como un ser único, dotado de cuerpo y espíritu. El cuerpo necesita sustento, cuidado y alimento para sobrevivir, crecer y desarrollarse satisfactoriamente. De la misma forma, también el espíritu necesita alimento, cuidado y atención. 

Jesús mismo nos lo dijo: “No sólo de pan vive el hombre, sino que de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Con ello, quiso decir algo más que dar una respuesta al Tentador: que cultiváramos nuestro espíritu, que alimentáramos nuestra vida interior ante las tentaciones de estar pendientes sólo de las necesidades de nuestro cuerpo.

Por ello, debemos alimentar nuestra vida espiritual para no caer en una fe superficial, anímica, tibia, mediocre, relativista e indiferente.

Necesitamos un adecuado desarrollo espiritual para no caer en el desprecio por lo trascendental, en el endurecimiento de nuestro corazón y en la deformación de nuestra conciencia.

Pero antes de desarrollar nuestro espíritu, tenemos que cimentar una conciencia recta y una voluntad fuerte

Despues, cultivar nuestra inteligencia y dejar que el Espíritu Santo modele nuestro corazón, guiar nuestra alma y derramar sus dones y sus gracias, para conducirnos hacia un camino de santificación.

Una vez cimentadas nuestra conciencia, vol
untad e inteligencia por la Gracia, los cristianos necesitamos una formación espiritual sólida, firme y segura, que nos proporcione las herramientas necesarias para tomar un camino de madurez

En él, creceremos día a día, reflejaremos en nuestra vida el mensaje de Jesucristo de forma integral, así como el amor a Dios y al prójimo, mediante la búsqueda del bien, la verdad y la belleza.
La formación espiritual nos dará una mayor profundidad en nuestra relación con Dios, a través de la oración, la lectura de la Palabra, el discernimiento de la fe, la comprensión y aceptación de la doctrina y el seguimiento de los sacramentos.

Una buena sugerencia para em
pezar, es buscar guía y dirección espiritual en un sacerdote o en un consagrado. Pero, además y sobre todo, en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en el Magisterio y la Tradición de la Iglesia.

Entonces comenzaremos una vida coherente con Cristo y, con el tiempo, llegaremos a asemejarnos a Él.

Elementos de vida cristiana

Una vida cristiana coherente implica que asimilemos algunos de los elementos imprescindibles y que se adquieren con una correcta formación espiritual:

Sentido sagrado
Descubrir la presencia de Dios en nuestra vida. 

Tomar conciencia del sentido sagrado de nuestra existencia y comprender para qué hemos sido creados. 

Ver todo con los ojos de Dios.

Mostrar a Dios la debida adoración, humildad, agradecimiento, recogimiento, etc.

Oración

Entablar un diálogo íntimo con Dios y meditar lo que nos suscita.

Recurrir a Él de forma natural, en actitud de agradecimiento por sus dones, y especialmente, por su amor infinito. 

Pedir lo que conviene, no lo que deseamos. 

Orar individualmente y en familia. 

Y hacerlo continuamente. 

Sacramentos

Comprender el sentido de los sacramentos como signos de la gracia, como acciones de Dios, no como meros ritos o símbolos. 

Vivirlos como la presencia real de Cristo, que actúa en nuestra alma, iluminándola, fortaleciéndola, vivificándola. 

Vivir la Eucaristía como centro de la vida del cristiano, como fuente de gracias inagotables. 

Sagrada Escritura

Conocer la Sagrada Escritura, Palabra de Dios viva en nuestro día a día.

Profundizar en el contacto con Jesús y sus enseñanzas a través del Evangelio.

Tomar conciencia de que aplica a nuestra vida, hoy y ahora.

Alimentarnos con frecuencia de la Palabra, dedicando tiempos a leer en familia, en pareja, a orar y meditar en comunidad.

Catequesis

Aprender las verdades fundamentales de nuestra fe a través del Catecismo, el Magisterio, las encíclicas de los santos padres, libros de espiritualidad, etc., para llegar a conocer mejor a Dios y, por tanto, a amarle más. 

Aprender de las vidas de santos, ejemplos vivos de hombres y mujeres que se entregaron heroicamente en la práctica de las virtudes, que amaron a Dios y a las almas, hasta dar su vida por ellos, que abandonaron fortuna, casa y la propia libertad, para proclamar la Buena Nueva.

Lucha y sacrificio

Pelear contra las tentaciones y los enemigos de nuestra alma: mundo, demonio y carne.

Realizar pequeños sacrificios y renuncias, para disponer nuestra alma para el combate por la santidad y fortalecer el ánimo para la lucha. 

Mantener a raya nuestras tendencias al egoísmo, la soberbia y la sensualidad mediante una exigente y continua práctica de la mortificación cristiana.

Todos nuestros sacrificios, unidos a los de Nuestro Señor en la Cruz y ofrecidos por las almas, son fuente de conversión y de redención para ellas. 

Ofrecer nuestros dolores, tribulaciones, sufrimientos físicos o morales como reparación del terrible mal del pecado que tanto ofende al Corazón de Jesús.

Apostolado y Espíritu evangélico

Descubrir a Cristo en nuestro prójimo, especialmente en el que está más necesitado.

Motivarnos a dar, a ayudar, a preocuparnos, a servir, a orar por otros. 

Ofrecer nuestro tiempo, nuestras capacidades, nuestro dinero para formar un corazón generoso. 

Dar testimonio de Dios en nuestra vida.

Hablar, insistir, predicar con el ejemplo el verdadero espíritu total y radical del Evangelio, sin minimizarlo, ni suavizarlo.

Presentar el ideal cristiano tal cual es. 

No permitir que el conformismo, el relativismo y el buenismo penetren en la vivencia de nuestra fe, haciéndonos caer en un catolicismo “light” y falto de sentido sobrenatural. 

No dejar que una idea errónea de lo que es la fe católica se apodere de nuestro pensamiento.

Virgen María

Y por último, ponernos en manos de Nuestra Madre, la Virgen Santísima.

María es el camino más perfecto, seguro y fácil para llegar a Jesucristo.

Consagrarnos a su Inmaculado Corazón y formar parte de su familia como "hijos de la luz".

Dejar en sus manos nuestros dones y miserias, nuestros talentos y problemas para que Ella los maneje con su mano sin mancha.

Pedirle innumerables y continuas gracias para que así, podamos ser dignos hijos de Dios.

miércoles, 19 de febrero de 2020

SACRAMENTOS: UNA OPORTUNIDAD EVANGELIZADORA

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"Entró de nuevo en Cafarnaún después de algunos días,
y se supo que estaba en casa. 
Acudieron tantos que ni a la puerta cabían; 
y él les dirigía la palabra. 
Le trajeron entre cuatro un paralítico. 
Como había tanta gente, no podían presentárselo. 
Entonces levantaron la techumbre donde él estaba, 
hicieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. 
Jesús, al ver su fe, dijo al paralítico: 
"Hijo, tus pecados te son perdonados"." 
(Mc 2, 3-5)

En este pasaje del evangelio de Marcos se nos muestra un gran ejemplo de evangelización. Los cuatro que llevan al paralítico a Jesús a través del tejado tienen tres rasgos evangelizadores muy significativos:

- Celo apostólico: Deseo de llevarle a Jesús.
- Fe: Certeza de que Jesús cambiará su vida.
- Servicio: Disponibilidad para hacer lo que sea necesario por llevarle a Jesús.

Y nosotros, ¿tenemos deseo de llevar almas a Dios? ¿es
tamos dispuestos a hacer lo que sea necesario para llevar a las personas a Jesús? ¿tenemos la certeza que Cristo cambiará sus vidas? ¿a qué estamos dispuestos para renovar nuestra parroquia, nuestra Iglesia?

Cristo
nos invita a los cristianos a salir de la autosuficiencia, a escapar de la autoreferencialidad y a abandonar un status quo de introspección.

Se trata de dejar de pensar en nosotros mismos para pensar en los demás, de dejar de hacer las cosas "como siempre" y de salir a mostrar a Jesús al mundo.

El verdadero sentido objetivo de toda evangelización es, primero dar a conocer a las personas a Cristo, y después acercarlas a su Iglesia para que tengan una relación estrecha con Él a través de los sacramentos. 
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La evangelización ha de conducir siempre a una vida eucarística o no es evangelización.

Por desgracia, para muchas persona
s, la Iglesia ha dejado de ser significativa. Apenas se acercan a ella, salvo para asistir a una bautizo, a una primera comunión, a una boda o a un funeral. Pero no es suficiente con administrar o recibir sacramentos. 

Para muchos, los sacramentos se han convertido en "eventos sociales", y para los sacerdotes, en una mera "administración válida". 

Los sacramentos que administran los sacerdotes son siempre válidos porque su validez no depende de ellos sino de Cristo (ex opere operatio)Nadie lo duda, pero casi nunca tienen frutos porque no hay fe en el receptor (y quizás tampoco mucha en el emisor).

Po
r ello, las personas deben saber a qué van a la Iglesia y qué significan los sacramentos. Sólo si comprenden esto, se comprometerán con la comunidad parroquial y con Dios.

Por eso, es necesario que cambiemos este enfoque erróneo: es preciso pasar del significado teológico al existencial, es decir, no preocuparnos tanto por la validez del sacramento (que está asegurada) y más por el fruto. 

¿De qué sirve un sacramento si las personas no saben qué ocurre en él? ¿de qué sirve un sacramento si las personas no creen en él? ¿de qué sirve si no pasan a formar parte activa de la familia de Dios? ¿Cómo se puede entrar en una familia en la que no se cree y con la que no se relaciona?

El orden correcto de la evangelización y, por tanto, de la sacramentalización de las personas es: 
1º-PROCLAMACIÓN (kerygma
2º-CONVERSIÓN (metanoia
3º-SACRAMENTOS (eucaristia
4º-DISCIPULADO (paideia
5º-SERVICIO (diakonia)

La primera, depende de los laicos, mediante métodos de evangelización que el Espíritu Santo suscita. La segunda, de las personas que se acercan y que dan un sí a Dios. La tercera, exclusivamente de los sacerdotes. La cuarta y la quinta, de los sacerdotes y de los laicos.


Pero, aún dejando a un lado las dos primeras y las dos últimas, los sacramentos son una oportunidad única de evangelizar porque son las personas las que se acercan en primera instancia sin ser llamadas. Quizás lo hacen por compromiso o sin saber muy bien a lo que van o lo que tienen que hacer, pero se acercan. No salimos nosotros a buscarlas. 


Cuando las personas se acercan a solicitar un sacramento, lo primero, es evitar dar un "NO" como respuesta a quienes llaman a la puerta.  Los sacerdotes han de darles un "SÍ" pero no incondicional, puesto que ello implicaría una mentira cómplice, tanto por el sacerdote como por la persona, dado que ellos "saben que nosotros sabemos que ellos saben que no van a volver". 

Durante muchos años, en la Iglesia hemos hecho a las personas "inmunes" al mensaje evangélico. Les hemos vacunado con los sacramentos. Los sacramentos han sido una especie de "vacunas", es decir, formas débiles del virus, en cantidades pequeñas, y que han generado anticuerpos. Las personas están vacunadas contra Dios. No "enferman de amor de Dios". Tan sólo vienen, consumen y se van, para quizás, no volver. Por ello, en algunos casos, debe ser un "SÍ, PERO ESPERA".

Para saber qué hacer y cómo actuar, evaluemos primero quiénes son los que piden el sacramento, bien para ellos o para sus hijos:

Bautismo
-Personas o niños de familias cristianas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Personas o niños de familias que vienen eventualmente a la parroquia: curso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Personas alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otras personas de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, etc) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Comunión
-Personas o niños de familias cristianas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Personas o niños de familias cristianas que vienen eventualmente a la parroquia: curso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Personas o niños de familias alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otras personas de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, etc) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Confirmación
-Jóvenes de familias pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Jóvenes de familias 
que vienen eventualmente a la parroquiacurso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Jóvenes alejados o de familias no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otros jóvenes de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha jóvenes, Effetá, etc.) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Matrimonio
-Parejas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Parejas que vienen eventualmente a la parroquiacurso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Parejas alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otros matrimonios de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, Proyecto Amor Conyugal, etc.) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Nuestra misión, tanto de los sacerdotes como de los laicos, es siempre enfocar nuestras obras y toda nuestra actividad evangelizadora hacia las relaciones personales, que guían, acompañan y acogen al discípulo, forman amistad, construyen apoyo mutuo y amor verdadero, en lugar de juicios o criticas. 

El objetivo final de todo lo que hagamos es llevar almas a Dios, a través de un encuentro personal con Jesucristo.

La Iglesia de Cristo no es una forma de "sanidad privada" sino de "salvación pública". El Papa Francisco nos exhorta a transformar la Iglesia, pasar de un "club privado y elitista" para convertirla en un "hospital de campaña para todos los públicos".

¿Estamos preparados y equipados para acoger a personas que no creen y que no se comportan de la manera que nosotros pensamos que debieran? 

¿Estamos dispuestos a interesarnos por sus necesidades, a caminar junto a ellas, a formarlas y, en definitiva, a llevarlas a Dios?

viernes, 7 de agosto de 2015

UN PROBLEMA DE SANACIÓN Y DIGNIDAD FILIAL


"Si a uno de ustedes se le cae su burro 
o su buey en un pozo en día sábado,
 ¿acaso no va en seguida a sacarlo?" 
Lucas 14,5

El tema es arduo y delicado. La ley de la indisolubilidad del matrimonio es una ley divina proclamada solemnemente por Jesús y confirmada más de una vez por la Iglesia, al punto que la norma que afirma que el matrimonio rato y consumado entre bautizados no puede ser disuelto por ninguna autoridad humana sino que se disuelve solo con la muerte, es doctrina de fe de la Iglesia.

Los sacramentos tienen como función principal acercar al hombre a Cristo y no convertirse en una barrera infranqueable, aunque a nadie se le escapa que la situación de los divorciados vueltos a casar “contradice objetivamente” el sacramento del matrimonio y la ley de Dios, pero no por ello, deben ser excomulgados ni rechazados por la Iglesia.

La parábola del hijo pródigo es un maravilloso ejemplo del amor misericordioso del Padre, que va más allá de la justicia y que puede añadir algo de luz a la forma de pensar y actuar de nuestro Creador.

El Padre no increpa al hijo, no le pide cuentas, no le rechaza, no le condena ni le expulsa. Ni siquiera le espera sino que sale a su encuentro, va a buscarle y hace una fiesta. Ese es el mensaje misericordioso de Dios. Probablemente, en otro momento posterior, buscará la ocasión para reflexionar y meditar con tranquilidad, pero lo primero es “curar”, “restituir”, “abrazar”.

Nuestro Padre y Creador mira con ojos misericordiosos a los separados y divorciados como sus hijos pródigos.

La Iglesia, con corazón de madre misericordiosa, acoge a todos los hijos de Dios, no repudia a ninguno y busca siempre la salvación de todos ellos.

Si el Señor no se cansa de perdonar, ¿quiénes somos nosotros para hacerlo? La misión fundamental de la Iglesia es “curar” a los heridos y devolverles su dignidad filial. ¿Puede la Iglesia impedirse a sí misma ofrecer la reconciliación con Dios y con los demás? ¿Hay algo más propio de la Iglesia que ser ella misma sacramento de reconciliación? ¿No es también una contradicción afirmar la indisolubilidad y, a la vez, aceptar una excepción en la nulidad?

Urge la necesidad de individualizar y discernir las causas que están en el origen de esta situación tan dolorosa: no es la misma situación la del que sufre la separación que la del que la ha provocado. Y mucho menos culpables son los hijos, resultado de una ulterior unión.

Es vital hacer una pausa, tomar perspectiva y reflexionar cada caso en particular, porque de lo contrario, no sólo no eliminaremos las consecuencias sino que corremos el riesgo de agravarlas. 

Nuestra sociedad está enferma y es preciso hacer un buen diagnóstico para administrar el medicamento correcto que lleve a su curación. 

Ninguno de nosotros, como pecadores que somos, tiene facultad para condenar a otros, sino que el juicio, de hecho, pertenece a Dios. Pero una cosa es condenar y otra es valorar moralmente una situación, para distinguir lo que es bueno de lo que es malo, examinando si responde al proyecto de Dios para el hombre. 

Esta valoración es obligatoria. No debemos condenar, sino ayudar, valorar aquella situación a la luz de la fe y del proyecto de Dios y del bien de la familia, de las personas interesadas, y sobre todo de la ley de Dios y de su proyecto de amor.

La Iglesia debe ofrecer caminos razonables para vivir el Evangelio. Debe hoy acoger con amor a los que han fracasado con o sin culpa. La razonabilidad evangélica no consiste solo en adaptarse a la época, sino sobre todo en ir en busca del hijo pródigo, de la oveja perdida.

En la Palestina de la época de Jesús los fariseos comían entre ellos y despreciaban a los demás. Sin embargo, Jesús optó por compartir la mesa con los pecadores, los pobres y con los mal mirados.
El Papa tendrá que decidir en base a las conclusiones del Sínodo de Obispos el octubre próximo. 

A todos ellos corresponderá meditar lo que el Espíritu quiere decir hoy a la Iglesia.

Oremos por todos ellos.