¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta comunión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta comunión. Mostrar todas las entradas

miércoles, 19 de febrero de 2020

SACRAMENTOS: UNA OPORTUNIDAD EVANGELIZADORA

Resultado de imagen de sacramentos sin fe
"Entró de nuevo en Cafarnaún después de algunos días,
y se supo que estaba en casa. 
Acudieron tantos que ni a la puerta cabían; 
y él les dirigía la palabra. 
Le trajeron entre cuatro un paralítico. 
Como había tanta gente, no podían presentárselo. 
Entonces levantaron la techumbre donde él estaba, 
hicieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. 
Jesús, al ver su fe, dijo al paralítico: 
"Hijo, tus pecados te son perdonados"." 
(Mc 2, 3-5)

En este pasaje del evangelio de Marcos se nos muestra un gran ejemplo de evangelización. Los cuatro que llevan al paralítico a Jesús a través del tejado tienen tres rasgos evangelizadores muy significativos:

- Celo apostólico: Deseo de llevarle a Jesús.
- Fe: Certeza de que Jesús cambiará su vida.
- Servicio: Disponibilidad para hacer lo que sea necesario por llevarle a Jesús.

Y nosotros, ¿tenemos deseo de llevar almas a Dios? ¿es
tamos dispuestos a hacer lo que sea necesario para llevar a las personas a Jesús? ¿tenemos la certeza que Cristo cambiará sus vidas? ¿a qué estamos dispuestos para renovar nuestra parroquia, nuestra Iglesia?

Cristo
nos invita a los cristianos a salir de la autosuficiencia, a escapar de la autoreferencialidad y a abandonar un status quo de introspección.

Se trata de dejar de pensar en nosotros mismos para pensar en los demás, de dejar de hacer las cosas "como siempre" y de salir a mostrar a Jesús al mundo.

El verdadero sentido objetivo de toda evangelización es, primero dar a conocer a las personas a Cristo, y después acercarlas a su Iglesia para que tengan una relación estrecha con Él a través de los sacramentos. 
Resultado de imagen de sacramentos sin fe
La evangelización ha de conducir siempre a una vida eucarística o no es evangelización.

Por desgracia, para muchas persona
s, la Iglesia ha dejado de ser significativa. Apenas se acercan a ella, salvo para asistir a una bautizo, a una primera comunión, a una boda o a un funeral. Pero no es suficiente con administrar o recibir sacramentos. 

Para muchos, los sacramentos se han convertido en "eventos sociales", y para los sacerdotes, en una mera "administración válida". 

Los sacramentos que administran los sacerdotes son siempre válidos porque su validez no depende de ellos sino de Cristo (ex opere operatio)Nadie lo duda, pero casi nunca tienen frutos porque no hay fe en el receptor (y quizás tampoco mucha en el emisor).

Po
r ello, las personas deben saber a qué van a la Iglesia y qué significan los sacramentos. Sólo si comprenden esto, se comprometerán con la comunidad parroquial y con Dios.

Por eso, es necesario que cambiemos este enfoque erróneo: es preciso pasar del significado teológico al existencial, es decir, no preocuparnos tanto por la validez del sacramento (que está asegurada) y más por el fruto. 

¿De qué sirve un sacramento si las personas no saben qué ocurre en él? ¿de qué sirve un sacramento si las personas no creen en él? ¿de qué sirve si no pasan a formar parte activa de la familia de Dios? ¿Cómo se puede entrar en una familia en la que no se cree y con la que no se relaciona?

El orden correcto de la evangelización y, por tanto, de la sacramentalización de las personas es: 
1º-PROCLAMACIÓN (kerygma
2º-CONVERSIÓN (metanoia
3º-SACRAMENTOS (eucaristia
4º-DISCIPULADO (paideia
5º-SERVICIO (diakonia)

La primera, depende de los laicos, mediante métodos de evangelización que el Espíritu Santo suscita. La segunda, de las personas que se acercan y que dan un sí a Dios. La tercera, exclusivamente de los sacerdotes. La cuarta y la quinta, de los sacerdotes y de los laicos.


Pero, aún dejando a un lado las dos primeras y las dos últimas, los sacramentos son una oportunidad única de evangelizar porque son las personas las que se acercan en primera instancia sin ser llamadas. Quizás lo hacen por compromiso o sin saber muy bien a lo que van o lo que tienen que hacer, pero se acercan. No salimos nosotros a buscarlas. 


Cuando las personas se acercan a solicitar un sacramento, lo primero, es evitar dar un "NO" como respuesta a quienes llaman a la puerta.  Los sacerdotes han de darles un "SÍ" pero no incondicional, puesto que ello implicaría una mentira cómplice, tanto por el sacerdote como por la persona, dado que ellos "saben que nosotros sabemos que ellos saben que no van a volver". 

Durante muchos años, en la Iglesia hemos hecho a las personas "inmunes" al mensaje evangélico. Les hemos vacunado con los sacramentos. Los sacramentos han sido una especie de "vacunas", es decir, formas débiles del virus, en cantidades pequeñas, y que han generado anticuerpos. Las personas están vacunadas contra Dios. No "enferman de amor de Dios". Tan sólo vienen, consumen y se van, para quizás, no volver. Por ello, en algunos casos, debe ser un "SÍ, PERO ESPERA".

Para saber qué hacer y cómo actuar, evaluemos primero quiénes son los que piden el sacramento, bien para ellos o para sus hijos:

Bautismo
-Personas o niños de familias cristianas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Personas o niños de familias que vienen eventualmente a la parroquia: curso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Personas alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otras personas de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, etc) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Comunión
-Personas o niños de familias cristianas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Personas o niños de familias cristianas que vienen eventualmente a la parroquia: curso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Personas o niños de familias alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otras personas de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, etc) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Confirmación
-Jóvenes de familias pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Jóvenes de familias 
que vienen eventualmente a la parroquiacurso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Jóvenes alejados o de familias no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otros jóvenes de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha jóvenes, Effetá, etc.) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Matrimonio
-Parejas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Parejas que vienen eventualmente a la parroquiacurso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Parejas alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otros matrimonios de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, Proyecto Amor Conyugal, etc.) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Nuestra misión, tanto de los sacerdotes como de los laicos, es siempre enfocar nuestras obras y toda nuestra actividad evangelizadora hacia las relaciones personales, que guían, acompañan y acogen al discípulo, forman amistad, construyen apoyo mutuo y amor verdadero, en lugar de juicios o criticas. 

El objetivo final de todo lo que hagamos es llevar almas a Dios, a través de un encuentro personal con Jesucristo.

La Iglesia de Cristo no es una forma de "sanidad privada" sino de "salvación pública". El Papa Francisco nos exhorta a transformar la Iglesia, pasar de un "club privado y elitista" para convertirla en un "hospital de campaña para todos los públicos".

¿Estamos preparados y equipados para acoger a personas que no creen y que no se comportan de la manera que nosotros pensamos que debieran? 

¿Estamos dispuestos a interesarnos por sus necesidades, a caminar junto a ellas, a formarlas y, en definitiva, a llevarlas a Dios?

domingo, 18 de agosto de 2019

CÓMO EVANGELIZAR Y CÓMO NO


Resultado de imagen de relacion personal
"El que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás; 
más aún, el agua que yo le daré 
será en él manantial que salta hasta la vida eterna" 
(Juan 4, 14)

Es un hecho evidente que nuestro mundo occidental está casi completamente secularizado. Dios ha dejado de tener un sitio preferencial en la vida de muchas personas. El mensaje del Evangelio no llega a las personas. Por tanto, urge más que nunca la evangelización. 

Pero, evangelizar no significa "convencer". Y aunque nuestras intenciones sean buenas, ocurre que muchas veces, nuestra forma de evangelizar no es efectiva y no logra llevar a otras personas a Dios.

Tendemos a presentarnos a los demás con la "Verdad" en nuestras bocas. Y aunque es cierto, el efecto que causa en las personas es el contrario al deseado. A menudo, no tenemos en cuenta la forma de ser y de vivir de aquellos a quienes pretendemos evangelizar y muchos nos responden: "Bueno, eso puede ser verdad para ti, pero no para mí."

Es preciso entender y hacernos entender por las personas alejadas de Dios y para ello, debemos empatizar con ellos. Muchas veces hablamos con términos que, para ellos son desconocidos o que significan cosas distintas, y por ello debemos tener claro qué significan para uno y para otro. Es decir, comprobar y cerciorarnos de que hablamos de lo mismo.

Preguntar, escuchar, entender

Una forma muy útil de ponernos en "modo evangelizador" es preguntar y, sobre todo, escuchar atentamente. No podemos "soltar nuestro rollo" sin antes escuchar lo que el otro tiene que decir. Además, uno no puede estar receptivo a llenar su corazón de Dios si lo tiene lleno de otras cosas. Es preciso que "exterioricen" lo que tiene dentro.

Un buen evangelizador no trata de llenar los espacios en blanco o las dudas del "evangelizado", y muchos menos imponer su criterio. 
Imagen relacionada
Más bien, lo que hace es escuchar primero, para saber que impide a otra persona abrirse al amor de Dios, identificar cuáles son los obstáculos que esa persona pone a la fe. En definitiva, trata de entender a la otra persona.

Un mal evangelizador trata de "apabullar" con múltiples razones teológicas, catequeticas y morales. Trata de "convencer" al otro, sí o sí, porque está equivocado. Le dice lo que tiene que pensar y hacer. Tiene todas las respuestas y pocas o ninguna pregunta, porque "lo sabe todo". Incluso, llega a juzgar su forma de vida. 

Y así, aleja más a las personas. Eso no es evangelizar, es imponer, es quebrantar su libertad. Y Dios jamás impone ni quebranta nuestra libertad. Nuestro Padre amoroso sólo espera...espera a que volvamos a Él y nos abraza. Nunca imponiendo; nunca reprochando; nunca juzgando.

Un buen evangelizador busca primero edificar una relación personal afectiva con los que están alejados de la fe. 

Sin relación no puede haber comunicación. Sin comunicación, no puede haber evangelización. 

En nuestra búsqueda de almas para Dios, lo importante, lo primero, es “escuchar y entender”,  porque es difícil amar lo que no se conoce.

Un buen evangelizador es honesto, se preocupa por las necesidades, los intereses, los problemas, las dudas o las preguntas de las personas. Para él, hablar de fe, hablar de Dios a otras personas es un acto natural, no una "encerrona". 

Un buen evangelizador es ejemplo de vida para otros y nunca, un enemigo suyo. Y desde luego, jamás da a entender lo "perfecto"que es y lo "malvados" que son los demás. Nunca considera a quienes, incluso, le odian como enemigos, sino como hijos pródigos, hermanos alejados de la casa del Padre.

Si vemos a los demás como
 enemigos, estaremos entablando una batalla y eso no tiene nada que ver con nuestro mensaje de amor. Es el Diablo (el Adversario, el Opositor) quien nos quiere divididos y en modo "beligerante".

Dios es un Dios de unidad y comunión
.  Por tanto, seamos un vínculo de unión y un factor de conexión que nunca intenta "cambiar" a otras personas, que nunca intenta que otros piensen como él. Puede desearlo, pero nunca coaccionar a los que están en desacuerdo. La coacción nunca puede cambiar el corazón de las personas. Es el amor auténtico el que cambia "vidas".

Jesús es nuestro ejemplo

Imagen relacionadaEn la evangelización, como en nuestro modo de vida, el modelo siempre es Jesús.

Cristo siempre rezaba e intercedía por otros. Su amor a todos, incluso a sus enemigos, se lo exigía.

Jesús vino a buscar a quienes estaban perdidos, curó a quienes estaban heridos, atendió a quienes estaban lejos de Dios, conversó con quienes pretendían matarle.

También nosotros debemos rezar por quienes están en descuerdo, por quienes, incluso, nos odian.

Debemos buscar espacios de unión, oportunidades de relación, ámbitos para el encuentro.

Debemos salir a encontrar a quienes están perdidos y sanar a quienes están heridos.

Debemos tratar de mirar a los demás con los mismos ojos que Jesús nos mira a todos.

Y como Él hizo, tomar la iniciativa, dar siempre el primer paso.

Y desde luego,  como hacía Jesús, pidiendo 
siempre la ayuda de Dios. 

Nadie dijo que ser cristiano fuera fácil, pero… es lo que tenemos que hacer.

lunes, 3 de abril de 2017

UN MODELO DE COMUNIDAD


"Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, 
en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones. (...)

Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común; 
vendían las posesiones y haciendas, 
y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno. 

Todos los días acudían juntos al templo, 
partían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 
alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. 

El Señor añadía cada día al grupo
 a todos los que entraban por el camino de la salvación.

Todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, 
y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas poseían, 
sino que tenían en común todas las cosas. 

Los apóstoles daban testimonio con toda firmeza
 de la resurrección de Jesús, el Señor.
 Y todos gozaban de gran simpatía." 

(Hechos 2, 42-47; 4, 32-34)

Estamos llamados a ser comunidad pero ¿cómo se crea una relación que trasciende de lo meramente educado y correcto? ¿Cómo crear comunidad?

Lo primero que tenemos que meditar es que jamás las relaciones entre personas pueden establecerse por imposición y por chantaje. Para que exista una relación, ambas partes han de ser libres; deben querer tener trato un encuentro libre y personal, caminar juntos, escuchar y ser escuchados, partir y compartir el pan. Eso es lo que Jesucristo nos enseñó: a vivir eucarísticamente en comunidad.

En una verdadera comunidad existe unidad, que no uniformidad; alegría, que no aburrimiento; libertad, que no presión; compromiso, que no obligación; igualdad, que no superioridad; transparencia, que no hermetismo; generosidad, que no egoísmo; amor, que no envidia. Y sobre todo, el vínculo que crea y solidifica todo lo anterior: Jesucristo en el medio.

Pero, sigamos con las preguntas: ¿Cómo pasamos de ser un grupo de personas desconectadas a ser una verdadera comunidad cristiana?

Yo creo que una verdadera comunidad es el "paritorio de la caridad", es la "incubadora del discipulado" y es la "sala de operaciones de la fe cristiana". La Palabra de Dios atestigua una y otra vez que la fe cristiana no está destinada a ser vivida ni cultivada en soledad.

No hay que inventar nada ni hacer un Master en Teología. Tan sólo hay que abrir dos cosas: la Biblia y  el corazón. Leyendo Hechos 2, 42-47 y Hechos 4, 32-35, y meditando ambos pasajes, obtenemos una visión ejemplarizante en la joven Iglesia de Jerusalén, que podemos aplicar en nuestros días y, así, comprender el maravilloso potencial que tenemos para poder desarrollar una auténtica comunidad cristiana.

Formación/Crecimiento/Madurez

En primer lugar, tiene que haber un deseo y un compromiso para crecer realmente como seguidores de Cristo. La comunidad se origina con un compromiso de progresar en el conocimiento de Dios, y a continuación, la madurez espiritual se desarrolla en comunidad con la aplicación de este conocimiento y su proclamación.

Hechos 2,42 dice: "Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles(compromiso implícito).

Hechos 2,46 dice: "Todos los días acudían juntos al templo" (enseñanza implícita).

Hechos 4,33 dice: "Los apóstoles daban testimonio con toda firmeza  de la resurrección de Jesús" (proclamación implícita).

El deseo de crecer espiritualmente, de formarse, de aprender de Dios debe estar presente en las personas como el punto de partida de la incipiente comunidad cristiana. 

Sin un deseo de conocimiento de Dios que nos lleva a la madurez espiritual, sólo estaremos "pasando el rato". Sin un anuncio de Dios y de su Plan, no habrá ninguna diferencia con cualquier otro grupo de personas que se reúnen. 

Para la reflexión:

¿Cómo describiríamos el deseo que tienen las personas de nuestra parroquia llamadas a ser comunidad y a seguir a Cristo?

¿Existe pasión por conocer más acerca de Dios y su plan para nosotros?

¿Qué podemos hacer para ayudar a crecer este deseo?

Comunión/Fraternidad/Compañerismo

Vivir en comunión no sólo es pasar el rato, vivir la vida, caminar juntos, etc. Si pensamos profundamente en ello, se trata de una mezcla de medios y de fines. Al estar a menudo cerca conseguimos un vínculo de unión y viceversa. La comunión fraternal es el corazón de la comunidad.

Hechos 2,42 dice que los discípulos estaban "en unión fraterna"
Hechos 2,46 dice que los discípulos se reunían "todos los días".

Si nos fijamos en estos pasajes del libro de los Hechos de los Apóstoles, la idea se centra en que la comunión tiene dos aspectos: la proximidad (literalmente estar juntos) y la frecuencia (estar juntos a menudo). La fraternidad no puede suceder a menos que pasemos el rato juntos, que compartamos la vida  y que lo hagamos con frecuencia. 

Para la reflexión:

¿Fomentan la comunión nuestras reuniones y encuentros ?

¿Es suficiente reunirse formalmente los domingos en misa? 

¿O necesitamos encontrar espacios donde reunirnos más informal e íntimamente, fuera de horarios y parroquia?

Responsabilidad/Transparencia/Generosidad

Hechos 2, 44-45 dice: "Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común; vendían las posesiones y haciendas, y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno."  ¡La transparencia era total! No les preocupaba su imagen ni el "qué dirán". No dudaban en llevar abiertamente sus problemas y necesidades al grupo.


También existía generosidad. Estos cristianos ponían las necesidades de los demás por encima de las suyas y oraban unos por otros. Santiago 5,16 dice: "Confesaos los pecados unos a otros y rezad unos por otros, para que os curéis. La oración fervorosa del justo tiene un gran poder." 

La responsabilidad no puede ser forzada. Más bien, crece y se desarrolla dentro de la comunidad si somos "un solo corazón y una sola alma". Tenemos que formar un ambiente de compañerismo y fraternidad; de confianza y ayuda mutuas. 

Para la reflexión:

¿Nuestro grupo valora la transparencia y la generosidad?

¿Somos responsables con nuestros hermanos?

¿Existe una disponibilidad plena para que los miembros de la comunidad puedan compartir abiertamente sus necesidades espirituales y emocionales "entre hermanos"?

Misericordia

Finalmente, sobre todas estas cosas, en una comunidad verdadera prevalece el estandarte de la misericordia. La tentación cuando tenemos conocimiento y madurez, cuando existe confianza y transparencia, es juzgar a los demás. Por eso, ¡La misericordia debe regir la comunidad! 

Creo que la mejor expresión de la misericordia en una comunidad es la que se expresa en Gálatas 6, 2-3: "Ayudaos unos a otros a llevar las cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo. Porque si alguno se imagina ser algo, siendo así que es nada, se engaña a sí mismo." 

Si no hay misericordia, si no hay caridad, si no hay compasión, no puede haber verdadera transparencia, responsabilidad, generosidad ni confianza. Y en última instancia, no puede haber comunión, fraternidad ni compañerismo. 

Para la reflexión:

¿Fomentamos un ambiente de misericordia y perdón en nuestro grupo?

¿Empatizamos con las situaciones de vida de los demás?

¿Miramos con ojos de amor a nuestros hermanos?


El objetivo de una comunidad verdadera no es sólo "hacer" cosas juntos, pasar el rato y madurar. La meta  es "ser" semejantes a Cristo.

martes, 25 de octubre de 2016

ESOS MARAVILLOSOS GRUPOS PEQUEÑOS

Resultado de imagen de grupos pequeños

Cuando se trata de formar una comunión cristiana auténtica, el tamaño importa: Cuánto más pequeño, mejor. 

Esto no quiere decir que asistiendo a una eucaristía, o en una adoración eucarística con una multitud no vayamos a formar comunidad, si no que es prácticamente imposible establecer una comunión completa con cada una de las personas que asistan. 

Cuando un grupo supera las 10 personas, la intimidad es difícil de conseguir. Y sin intimidad no se consigue crear comunidad. 

Por desgracia, la creación de grupos pequeños dentro de la parroquia no garantiza que las personas experimenten una verdadera comunidad. Muchas catequesis, grupos de Biblia o de cualquier otra cosa, pueden crear una comunidad a nivel superficial pero no será una comunidad genuina.

Sin embargo, en esos maravillosos grupos pequeños donde existe comunión e intimidad se comparte la vida, se genera un espacio donde las personas viven en una total comunión, centrándose en cuatro elementos esenciales: la autenticidad, la reciprocidad, la simpatía y piedad.

Autenticidad

La comunión auténtica no es superficial, sino genuina, de corazón a corazón, a veces visceral. Sucede cuando las personas honestas comparten lo que son y lo que está sucediendo en sus vidas, cuando comparten sus heridas, revelan sus sentimientos, confiesan sus fracasos, dan a conocer sus dudas, admiten sus temores, reconocen sus debilidades, y piden ayuda y oración.

Por supuesto, ser auténticos requiere coraje y humildad. Significa que nos enfrentamos a nuestro miedo a la exposición pública, al rechazo, y a ser herido de nuevo. 

¿Por qué alguien debe correr ese riesgo? Porque es la única manera de crecer espiritualmente y mantener la salud emocional. 

La Biblia dice: "Confesaos los pecados unos a otros y rezad unos por otros, para que os curéis. La oración fervorosa del justo tiene un gran poder." (Santiago 5, 16). 

Sólo creceremos si asumimos riesgos, y el más difícil de todos los riesgos es ser honestos con nosotros mismos y con los demás.

Reciprocidad

La reciprocidad es el arte de dar y recibir. Está en función de uno al otro. 

La Biblia dice: "Y es que Dios hizo el cuerpo, dando mayor honor a lo menos noble, para evitar divisiones en el cuerpo y para que todos los miembros se preocupen unos de otros. Así, si un miembro sufre, con él sufren todos los miembros; si un miembro recibe una atención especial, todos los miembros se alegran." (1 Corintios 12, 24-26). 


La reciprocidad es el corazón de la comunión. Es la construcción de relaciones de doble dirección, es compartir responsabilidades y ayudar a los demás. 

El apóstol Pablo dijo: "Así nos animaríamos mutuamente unos a otros con la fe."(Romanos 1,12). 

Todos somos más constantes en la fe cuando otros caminan junto a nosotros y nos animan. 

La Biblia nos exhorta más de 50 veces en el Nuevo Testamento a realizar diferentes tareas de "unos a otros": "busquemos la paz y la ayuda mutua." (Romanos 14,19).

Empatía

La empatía no es dar consejos u ofrecer ayuda rápida y cosmética; la empatía se demuestra entrando en el dolor de los demás y compartiendo el propio: "Ayudaos unos a otros a llevar las cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo." (Gálatas 6, 2).

La empatía dice "entiendo lo que te pasa, y lo que sientes no es ni extraño ni raro." 

La cercanía en el sufrimiento es el nivel más profundo de comunión más profunda. Es el lugar donde entramos en el dolor de los demás y somos capaces de llevar las cargas de los otros.

Nos necesitamos unos a otros, sobre todo, en tiempos de crisis profundas, de penas, y de pérdidas. 

Cuando las circunstancias nos aplastan hasta el punto que se tambalea nuestra fe, es cuando tenemos amigos que nos apoyan. En un grupo pequeño, el Cuerpo de Cristo es real y tangible.

Misericordia

La comunión es un lugar de gracia, un espacio donde los errores no se echan en cara sino que se borran. La comunión se produce cuando se antepone la misericordia a la justicia.

Todos necesitamos la misericordia, porque todos tropezamos y caemos, y requerimos ayuda para volver a levantarnos. 


Necesitamos ofrecer misericordia y estar dispuesto a recibir la misericordia de los demás. 

Cuando alguien peca, Dios dice: "que le perdonéis y le animéis no sea que se vea ése hundido en una excesiva tristeza." (2 Corintios 2, 7).

El perdón debe ser inmediato, con independencia de que una persona lo pida o no. No se puede tener comunión sin perdón. Y el mejor lugar para restablecer la confianza es dentro de un pequeño grupo que ofrece estímulo y disculpa.

La verdadera comunión es una parte esencial de la vida cristiana. No puede pasarse por alto. 

La construcción de pequeños grupos o células de fe en torno a la autenticidad, la reciprocidad, la empatía y la misericordia proporcionará un lugar donde sus miembros encontrarán la comunión entre ellos y con Cristo.





domingo, 28 de agosto de 2016

¿POR QUÉ VIVIR EN COMUNIDAD CRISTIANA?


 


Muchos cristianos tienen una verdadera lucha interior cuando se trata de asistir a la parroquia  o crear comunidad. Piensan que la fe es algo particular, individual e íntimo. ¡Gran error!

Por supuesto, esto no es un problema nuevo. Desde el comienzo del cristianismo, los primeros líderes tuvieron que luchar contra esta forma de actuar, diciendo: "sin abandonar vuestra propia asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animándoos: tanto más, cuanto que veis que se acerca ya el Día" (Hebreos 10,25).

Un popular eslogan cristiano dice: "Dios no nos llama a ir su iglesia, sino a ser su iglesia." Si realmente somos "su iglesia", con seguridad, nos reuniremos con otros cristianos regularmente. No podemos "ser" la iglesia, si no "vamos" a la iglesia.

La "iglesia" no tiene connotaciones individuales, ni se compone de llaneros solitarios o cristianos francotiradores. 

La "iglesia", por su propia naturaleza, se compone de una comunidad cristiana donde está Dios (Mateo 18,20).

Esto es a la vez el modelo bíblico e histórico establecido para nosotros por los primeros seguidores de Jesús y padres de la Iglesia. Ellos se reunían semanalmente para adorar a Dios juntos, y en ocasiones incluso a diario. Compartirían comunidad juntos en sus respectivos hogares. Las cartas de Pablo, Juan, Pedro y de otros apóstoles fueron escritas y enviadas a las comunidades cristianas de distintas ciudades, para, reunidas éstas, leerlas en voz alta. 

La iglesia significa el espacio donde los cristianos se reúnen para adorar a Dios, y escuchar las Escrituras juntos, animándose y apoyándose unos a otros en la fe. No podemos reducir la iglesia a un lugar donde vamos sólo a "recibir". Es mucho más que eso. Es la comunidad donde adoramos a Dios con otros, oramos a Dios por otros, nos animamos con otros, donde servimos a otros, donde nos comprometemos con Dios y con otros.

Disponemos de muchas opciones para ir a la iglesia. Podemos buscar una parroquia que sea de nuestro agrado, donde nos sintamos a gusto, pero el objetivo es reunirse con otros cristianos regularmente para adorar a Dios, escuchar las Escrituras, recibir los sacramentos y servir a otros.

Aquí hay cuatro poderosas razones por las que debemos asistir a la iglesia semanalmente, y por qué no, diariamente y por las que la asistencia a la iglesia puede cambiar nuestras vidas:

Dios lo manda

Dios nos dice en Su Palabra que "no dejando de congregarnos" (Hebreos 10,25).

La Biblia incluso va tan lejos: llama a la iglesia, la "novia de Cristo." ¿Qué mujer no va allí donde está su amado o viceversa? Si amas a Jesús, amarás las cosas que Él ama e irás donde esté Él.

Dios no nos ha llamado para que nuestras reuniones o adoraciones sean una carga para nosotros, sino para bendecirnos cuando asistimos a la iglesia.

Dios está ahí

Jesús vive dentro de nosotros por su Espíritu, esto es una verdad  insondable! Pero también hay algo muy importante al reunirnos en comunidad: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mateo 18,20). 

Así que Dios no sólo vive en nosotros por el Espíritu, sino que está en "medio" de nosotros cuando nos reunimos en la iglesia.

Lo necesitamos

Todos nosotros hemos sido creados para vivir en sociedad, en comunidad. Dios nos ha dado este regalo de reunirnos en la iglesia y en grupos pequeños, para animarnos unos a otros y estar realmente involucrados en las vidas de los demás y comprometidos con sus dos mandamientos (Lucas 10,27; Mateo 22, 36-40).

Podemos leer libros cristianos, acudir a conferencias sobre asuntos de fe, estudiar teología, etc., para desarrollarnos espiritualmente pero nada de eso puede sustituir a la comunidad cristiana de la iglesia.

Crecemos juntos 

Puede resultar un poco incómodo entrar en la vida del otro. Todos somos humanos, y nadie es perfecto, por lo que requiere esfuerzo y compromiso.

Reuniéndonos regularmente con otros hermanos en la fe, asistimos a un proceso de mejora y crecimiento espirituales al ayudarnos unos a otros, al orar unos por otros y al animarnos mutuamente a querer seguir a Cristo cada día más.

No permitamos que las excusas se interpongan en el camino al que Dios nos está llamando. Dios nos fortalecerá y nos dará la capacidad de hacer lo que Él nos ha llamado a hacer. 




viernes, 7 de agosto de 2015

UN PROBLEMA DE SANACIÓN Y DIGNIDAD FILIAL


"Si a uno de ustedes se le cae su burro 
o su buey en un pozo en día sábado,
 ¿acaso no va en seguida a sacarlo?" 
Lucas 14,5

El tema es arduo y delicado. La ley de la indisolubilidad del matrimonio es una ley divina proclamada solemnemente por Jesús y confirmada más de una vez por la Iglesia, al punto que la norma que afirma que el matrimonio rato y consumado entre bautizados no puede ser disuelto por ninguna autoridad humana sino que se disuelve solo con la muerte, es doctrina de fe de la Iglesia.

Los sacramentos tienen como función principal acercar al hombre a Cristo y no convertirse en una barrera infranqueable, aunque a nadie se le escapa que la situación de los divorciados vueltos a casar “contradice objetivamente” el sacramento del matrimonio y la ley de Dios, pero no por ello, deben ser excomulgados ni rechazados por la Iglesia.

La parábola del hijo pródigo es un maravilloso ejemplo del amor misericordioso del Padre, que va más allá de la justicia y que puede añadir algo de luz a la forma de pensar y actuar de nuestro Creador.

El Padre no increpa al hijo, no le pide cuentas, no le rechaza, no le condena ni le expulsa. Ni siquiera le espera sino que sale a su encuentro, va a buscarle y hace una fiesta. Ese es el mensaje misericordioso de Dios. Probablemente, en otro momento posterior, buscará la ocasión para reflexionar y meditar con tranquilidad, pero lo primero es “curar”, “restituir”, “abrazar”.

Nuestro Padre y Creador mira con ojos misericordiosos a los separados y divorciados como sus hijos pródigos.

La Iglesia, con corazón de madre misericordiosa, acoge a todos los hijos de Dios, no repudia a ninguno y busca siempre la salvación de todos ellos.

Si el Señor no se cansa de perdonar, ¿quiénes somos nosotros para hacerlo? La misión fundamental de la Iglesia es “curar” a los heridos y devolverles su dignidad filial. ¿Puede la Iglesia impedirse a sí misma ofrecer la reconciliación con Dios y con los demás? ¿Hay algo más propio de la Iglesia que ser ella misma sacramento de reconciliación? ¿No es también una contradicción afirmar la indisolubilidad y, a la vez, aceptar una excepción en la nulidad?

Urge la necesidad de individualizar y discernir las causas que están en el origen de esta situación tan dolorosa: no es la misma situación la del que sufre la separación que la del que la ha provocado. Y mucho menos culpables son los hijos, resultado de una ulterior unión.

Es vital hacer una pausa, tomar perspectiva y reflexionar cada caso en particular, porque de lo contrario, no sólo no eliminaremos las consecuencias sino que corremos el riesgo de agravarlas. 

Nuestra sociedad está enferma y es preciso hacer un buen diagnóstico para administrar el medicamento correcto que lleve a su curación. 

Ninguno de nosotros, como pecadores que somos, tiene facultad para condenar a otros, sino que el juicio, de hecho, pertenece a Dios. Pero una cosa es condenar y otra es valorar moralmente una situación, para distinguir lo que es bueno de lo que es malo, examinando si responde al proyecto de Dios para el hombre. 

Esta valoración es obligatoria. No debemos condenar, sino ayudar, valorar aquella situación a la luz de la fe y del proyecto de Dios y del bien de la familia, de las personas interesadas, y sobre todo de la ley de Dios y de su proyecto de amor.

La Iglesia debe ofrecer caminos razonables para vivir el Evangelio. Debe hoy acoger con amor a los que han fracasado con o sin culpa. La razonabilidad evangélica no consiste solo en adaptarse a la época, sino sobre todo en ir en busca del hijo pródigo, de la oveja perdida.

En la Palestina de la época de Jesús los fariseos comían entre ellos y despreciaban a los demás. Sin embargo, Jesús optó por compartir la mesa con los pecadores, los pobres y con los mal mirados.
El Papa tendrá que decidir en base a las conclusiones del Sínodo de Obispos el octubre próximo. 

A todos ellos corresponderá meditar lo que el Espíritu quiere decir hoy a la Iglesia.

Oremos por todos ellos.