¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 2 de mayo de 2023

LLAMADOS A TRASCENDER

"Te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos.
En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.
Bendito eres, Señor, enséñame tus decretos.
Mis labios van enumerando todos los mandamientos de tu boca;
mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas.
Medito tus mandatos, y me fijo en tus sendas;
tus decretos son mi delicia, no olvidaré tus palabras"
(Sal 119,10-15)

Han pasado ya tres años desde que la pandemia detuvo por un tiempo el mundo y provocó un reseteo global. Muchos tomaron conciencia de la vida frenética y agotadora que vivían y que les había convertido en prisioneros de lo superfluo, en rehenes de lo banal, en esclavos de lo efímero, y optaron por una vuelta a lo básico, a lo auténtico, a lo holístico del ser humano.

Desconectandose del ruido y de la rutina, se lanzaron a la búsqueda de sí mismos, encontrando terapias de grupo alternativas al universo artificial, virtual e irreal creado por ellos mismos y en el que no eran capaces de alcanzar nunca la satisfacción plena.

Para la mayoría de los increyentes se trata de una búsqueda de crecimiento personal en el culto al cuerpo o en el cuidado del espíritu. En ambos casos, para encontrarse "así mismos". 

Una búsqueda de inmanencia, de uno mismo, que contiene un trasfondo interesado, egocéntrico e intrascendente. El hombre busca permanecer en la dimensión humana y pretende infructuosamente encontrar inútilmente allí la divina. El hombre después de miles de años, sigue queriendo "ser como Dios" (cf. Gn 3,5) pero sin Él.
Sin embargo, la búsqueda de la trascendencia, de lo que va "más allá" de los límites naturales y finitos, no puedo encontrarla en "el más acá". Es primordial que busque todos los interrogantes que surgen desde la profundidad de mi ser (cuerpo y espíritu), en una dimensión sobrenatural e infinita. 
Puedo empeñarme en "ser como Dios" hasta los límites que mi imaginación me permita, pero no puedo encontrar aquello que no está donde no está, por mucho que lo busque donde yo quiero que esté.

El hombre es una criatura muy especial en relación a la creación natural: su rasgo distintivo no es sólo tener la capacidad de pensar y razonar, sino de "pensar lo que piensa", "amar lo que ama", "hacer lo que hace". Pero también lo es en relación a la espiritual: su capacidad de creación, de dar vida lo que le diferencia de los seres angélicos. Ambas son la concreción de haber sido creados "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,27).

Esa imagen y semejanza de Dios (quiera o no, la niegue o la afirme) me conduce indefectiblemente a elevarme, a trascender, para encontrar respuestas que no puedo encontrar sólo en la dimensión natural.

Trascender es bajarme del tiovivo que gira y gira sin llegar a ninguna parte; de la noria que me eleva momentáneamente pero que me deja siempre en el mismo sitio de inicio; de la fuerza gravitatoria que me mantiene apegado a las realidades materiales y visibles.

Trascender es "escalar más allá" de mis límites naturales para alcanzar lo sobrenatural, "lo absolutamente Otro", lo Numinoso, lo Divino"; caminar desde "lo visible" hacia "lo invisible" para "ver" y tener experiencia de Dios, para alcanzar una vida en comunión íntima con mi Creador.

domingo, 30 de mayo de 2021

BUSCADORES DE FELICIDAD

"Dichoso el que, con vida intachable, 
camina en la ley del Señor; 
dichoso el que, guardando sus preceptos, 
lo busca de todo corazón; 
el que, sin cometer iniquidad, 
anda por sus senderos" 
(Salmo 119,1-3)

No creo que exista nadie en este mundo que no dedique su vida a la "búsqueda de la felicidad", o, al menos, que no apele a su derecho a ser feliz. Sin embargo, buscar la felicidad no significa conseguirla, como tampoco desearla supone, en sí mismo, alcanzarla de forma automática. 

Pero antes de desearla o de buscarla, es necesario saber en qué consiste la verdadera felicidad para saber cómo llegar a ella. Y para ello es preciso hacerse la preguntas correctas: ¿cuál es el sentido de mi vida? ¿para qué estoy en el mundo? ¿cuál es la vocación a la que estoy llamado?

Nuestra sociedad ha confundido (o mejor dicho, ha transformado) el concepto eterno de felicidad con el cortoplacista del hedonismo. El mundo trata de ofrecer pequeñas recompensas temporales a corto plazo que nos hacen creer vivir una felicidad que evita el dolor y el sufrimiento pero que no es más que aparente, efímera e irreal. 

La felicidad no tiene límites ni espaciales ni temporales y pertenece a la categoría del ser no a la del tener ni a la del aparentar. No es un objeto de consumo que se pueda comprar, vender o subastar. No es fortuna, salud, dinero, poder, sexo, éxito fácil, placer o vida fácil...tampoco ausencia de frustración o dificultades, ni tampoco eficacia, agitación o hiperactividad. La felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace.

El principal enemigo de la felicidad es el Diablo que nos pone trampas para confundirnos y engañarnos, ofreciéndonos un reflejo deformado de nuestra auténtica vocación a la felicidad: ansiedades y proyecciones negativas, envidias y celos, perfeccionismos y altas expectativas, culpas y miedos, narcisismos y victimismos... 

Se trata de señuelos inteligentemente urdidos por el Enemigo para hacernos sentir que somos indignos, que no damos la talla, que siempre nos falta algo...

Desde la ciencia
Desde el punto de vista científico, la felicidad es el resultado de la acción de determinadas hormonas. 

La dopamina es la hormona (del placer) que nuestro cerebro segrega en situaciones agradables a través de cinco receptores situados en la misma zona, alimentando los sentimientos de deseo, motivación y recompensa, que nos hacen repetir aquellas conductas que nos proporcionan placer, creando una cierta adicción y que se relacionan con el "recibir".
La serotonina es la hormona (de la felicidad) que segrega señales de bienestar a todo el cerebro a través de catorce receptores distintos. A diferencia del placer, la felicidad no es adictiva, dura mucho más tiempo, y está relacionada con el "dar". Mientas que para la felicidad estar bien es suficiente, para el placer nada es suficiente.

Desde la razón
Desde el punto de vista racional, el placer es como un letrero llamativo de "Stop", en medio del camino, que nos seduce y nos embelesa, que nos "vende" la satisfacción inmediata para que nos detengamos y nos olvidemos de nuestra búsqueda de la felicidad auténtica, de la plenitud, esto es, de Dios.

El hedonismo es una droga adictiva, de consumo sencillo y fácil de encontrar que nos ofrece satisfacciones intensas e inmediatas pero breves y fugaces, que siempre nos deja vacíos e insatisfechos, y que nos obliga a buscar más y en mayor cantidad. Pero no es felicidad.

Desde la fe
Desde el punto de vista espiritual, el hombre actual se ha convertido en un adicto al placer y cuando no lo encuentra, cae en la depresión y en el desánimo, otra terrible tentación de Satanás con la que ataca todas las virtudes en conjunto. 

El Enemigo de Dios siempre disfraza la mentira de impresión, de sensación, de emoción, de pasión, y camufla la esclavitud con una falsa idea de libertad. 
Sin embargo, la Palabra de Dios nos regala una guía de la felicidad en las Bienaventuranzas (Mateo 5,1-13), Lucas nos dice que no existe felicidad en una vida que busca "recibir" en lugar de "dar" (Hechos 20,35), y el rey David nos dice que feliz es quien lleva una vida intachable, quien cumple los preceptos de Dios y sigue sus senderos (Salmo 119,1-3). 

El mundo nos dice que la felicidad está en la riqueza material. Sin embargo, Jesús dice que felices son los pobres de espíritu, los que reconocen su pequeñez y su necesidad de Dios.

El mundo nos dice que la felicidad está en el placer y  la ausencia de sufrimiento. Sin embargo, Jesús nos muestra que se llega al cielo a través de la cruz y el dolor, en la entrega total por los demás.

El mundo nos dice que la felicidad está en el poder y en los propios logros. Sin embargo, Cristo nos dice que los mansos y humildes heredarán la tierra.

El mundo nos dice que la felicidad está en la abundancia y en la tenencia de bienes. Sin embargo, Jesús nos dice que los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados.

El mundo nos dice que la felicidad está en la falta compasión con los demás. Sin embargo, Jesús nos dice que los misericordiosos serán perdonados.
Dice San Agustín que "Dios es fuente de nuestra felicidad y meta de nuestro apetito, Aquel que da respuesta a todos nuestros interrogantes y sentido a toda nuestra existencia". Frente a la inmediatez del placer que nos ofrece el mundo, Dios nos brinda la eternidad de la felicidad. 

Personalmete, puedo afirmar que soy un buscador de la felicidad...lo que no significa que mi vida esté exenta de contratiempos e imprevistos, incluso de pérdidas y renuncias, de dolores y sufrimientos. Soy consciente de que el camino a la felicidad no es siempre recto, que está lleno de curvas y de tropiezos, de subidas y de bajadas. 

Mi felicidad no depende de lo que posea, de lo que me ocurra o de cómo me levante...depende de mi propósito de vida, que es buscar continuamente a Dios, en la certeza de Él está junto a mi, recorriendo a mi lado mi camino existencial. Se trata de ver a Dios en cada acontecimiento, en cada instante, en cada persona de mi vida, y eso me ayuda a seguir caminando... incluso, a veces, cojeando. 

Si todo va bien en el camino, se lo agradezco a Dios. Si algo no va bien, se lo ofrezco a Dios. Él se ocupa de mí y de los míos...Y yo estoy seguro de ello, porque en su Palabra me asegura: "¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré" (Isaías 49,15).

La felicidad es un don de Dios y no una conquista por méritos propios. No se halla en el exterior sino en la profundidad del alma, donde el Señor vive, y donde ha puesto los materiales necesarios para que yo pueda construirla.

Buscar la felicidad es averiguar qué soy y para qué soy, es decir, edificar mi vida desde la aceptación de lo que soy y no desde lo que me gustaría ser, desde lo que tengo y no desde lo que me gustaría tener, desde el plan que Dios tiene para mí y no desde mi propio proyecto.
Construir la felicidad es darle un sentido a mi vida... y saborearlo, es decir, abrir el corazón para comprender el significado del amor e interiorizarlo. Alegrarme y agradecer los regalos que Dios me ha dado, pero al mismo tiempo, asumir la debilidad y la fragilidad, la pérdida y la renuncia, el dolor y el sufrimiento, como partes inherentes del camino. 

Buscar la felicidad es buscar el rostro del Señor en toda ocasión, escuchar el suave susurro del Espíritu que me guía, es saberme buscado por Dios, es saberme objeto de deseo de mi Creador... pero, sobre todo, es dejarme encontrar por Él... para decirle ¡Aquí estoy, Señor!


JHR

domingo, 26 de julio de 2020

Y EL RETIRO...¿PA CUÁNDO?

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"
(Lucas 24,5)

La pandemia que asola el mundo ha truncado todos nuestros planes humanos, todas nuestras expectativas. También, ha paralizado los retiros de Emaús, que se han visto suspendidos "sine die".

El virus nos ha colocado en una actitud muy similar a la de los dos discípulos de Emaús: Igual que ellos, hablamos de lo ocurrido. Incluso discutimos. Nos sentimos derrotados y desesperanzados. Nos sentimos desanimados y tristes. 

Nos quedamos paralizados ante nuestras pérdidas y nos cuestionamos: Y el retiro ¿pa cuándo? ¿cuándo tendremos un nuevo retiro "nuestro"? ¿cuándo podremos disfrutar de Jesús y de sus milagros otra vez?

Sin embargo, Jesús sale de nuevo a nuestro encuentro durante este "parón" en el camino, y nos dice: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras no vais de camino?
Y nosotros, sin reconocerle, le respondemos "Nosotros esperábamos seguir sirviendo a Jesús, el nazareno, poderoso en obras y milagros, ante Dios y ante el pueblo, en nuestros retiros de Emaúspero, con todo esto, ya estamos en el tercer mes desde que esto sucedió." 

Quizás sea que no tenemos ojos para verle o peor aún, que estamos ciegos. O quizás, sea que tampoco tenemos oídos para oír lo que Dios nos quiere decir. 

Ensimismados en nuestras pérdidas y en nuestra falta de retiros, amparados en un erróneo concepto de evangelización "activista" y confiados en una actitud "humana" de servicio a Dios, seguimos quejándonos: "ya estamos en el tercer mes y todavía no sabemos cuando podremos tener nuestros retiros".

Entonces, Jesucristo nos llama "necios y torpes", porque muchas veces hacemos las cosas sin entender el sentido, sin comprender la voluntad de Dios, que nos invita a escucharle en la Palabra de Dios. Es, en los momentos de angustia y de desesperación, cuando Jesucristo, el Verbo encarnado, nos abre los ojos y los oídos.

Jesús, Señor de la historia, nos explica en el Antiguo Testamento, en los Evangelios, en el Apocalipsis, todo cuanto ha de acontecer y nos invita a discernir los signos de los tiempos, diciéndonos: "El que tenga oídos, que oiga". 

Cristo nos llama a hacer una parada en el camino para discernir, para escuchar cuál es su voluntad y cómo debemos cumplirla. Nos exhorta a prestarle atención en la oración, y no tanto en una sala de testimonios. Al menos, no de momento. 

El Hijo del Hombre nos increpa y nos llama a buscarle en la Eucaristía, y no tanto en una casa de retiros. Al menos, no de momento.

Y nosotros ¿rezamos? ¿escuchamos lo que nos dice? ¿le invitamos a nuestra casa? o ¿seguimos empeñados en nuestra inercia de evangelizar a toda costa sin entender el propósito? ¿para qué un retiro, si no nos conduce a una conversión real a Cristo, a una vida eucarística, a una fe con sentido místico y sobrenatural, a un servicio a Dios interior? ¿tenemos que seguir  evangelizando a otros o es tiempo de hacer apostolado con nosotros?
Afirmamos "En verdad ha resucitado" pero quizás deberíamos preguntarnos ¿le vemos? ¿dónde le buscamos? ¿en nuestros recuerdos? ¿allí donde ya no podemos encontrarlo? 

Es entonces cuando los ángeles nos dicen: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Recordad cómo os habló cuando os dijo: Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más frutoVosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada'" (Lucas 24,1 y 5; Juan 15,1-5). 
Buscarle entre los muertos significa buscarle donde no podemos encontrarle, en retiros que, como el sepulcro, están vacíos. Dios nos llama a buscarle en nuestra vida interior y no tanto en una actividad externa.

Dios nos llama a servirle siempre y a todas horas, con independencia del modo en que lo hagamos. Porque sin vida interior, la vida exterior no tiene sentido. 

Jesús es la vid y el Padre es el labrador. Nosotros somos los sarmientos. Si no permanecemos en Cristo no podemos dar fruto. Sin Dios no podemos hacer nada. Tampoco retiros.

Es tiempo de escucha y de discernimiento. 
Dios nos dirá, de nuevo y a su tiempo, lo que debemos que hacer.