¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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sábado, 10 de septiembre de 2022

CAER EN LA COMODIDAD ESPIRITUAL


"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, 
y yo os aliviaré"
(Mt 11,28)

Vivimos en una sociedad egoísta y hedonista que nos "vende" continuamente la necesidad de buscar el bienestar y la comodidad a través del placer, como sinónimo de felicidad.

Y nosotros, en la búsqueda de esa falsa "felicidad", caemos en la tentación de aferrarnos a nuestras conveniencias y complacencias, a todo aquello que nos da placer y seguridad, a todo lo que nos resulta fácil o nos hace sentir bien... y terminamos aburguesándonos, acomodándonos. También, espiritualmente.

Para ser un verdadero cristiano, no es suficiente con "hacer" lo que hago en un ambiente favorable, como puede ser acudir a una iglesia, ser parte de una peregrinación o servir en un retiro espiritual. Eso puede hacerme caer en la comodidad y en la rutina si no tengo el enfoque correcto. 

Ser cristiano en un ambiente favorable y seguro es muy fácil, no requiere de mucho esfuerzo. Pero hace falta valor y coraje para hacerlo en el resto de ambientes. Hace falta mucha confianza y fe para dejar todo lo que me conforta, todo lo que me agrada, todo lo que me produce bienestar... y seguir a Cristo de verdad.

El mensaje cristiano es muy claro"Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mt 16,24). Dios me llama a salir de mis comodidades, a dejar mis zonas de confort y a seguirlo, como hicieron patriarcas, profetas y apóstoles. Pero, además, me promete que "me aliviará" (Mt 11,28).

Seguir a Cristo es una decisión individual y libre que nadie puede tomar por mí. Decir "Maestro, te seguiré adonde vayas" (Mt 8,19) no es una frase hecha para quedar bien o ser "políticamente correcto". Supone compromiso, esfuerzo y negación de mí mismo pero, sobre todo, obediencia, humildad y confianza en Dios. 

Todo lo que vale la pena requiere trabajo, riesgo y sacrificio. A veces, supone dejar confort y tranquilidad, o incluso, amigos y familia. Por eso, cuando me acomodo en mi vida cristiana, cuando me convierto en un cristiano "complaciente", no dejo de pensar que algo va mal, que algo falla. 
Y es que no soy capaz de imaginarme a Jesús buscando seguridad y complacencia. No veo a Cristo cediendo a las comodidades que le ofrecía Satanás en el desierto. No le veo cediendo a una vida tranquila en su pueblo natal y acomodado con sus santos padres o con su grupo de los Doce. No le veo evitando los riesgos de enfrentarse a aquellos que le querían muerto ni huyendo de la Cruz.

Por eso, necesito estar alerta y muy atento a las tentaciones de bienestar y seguridad con las que el Enemigo busca alejarme de Dios. 

Necesito discernir que ser cristiano no es buscar amigos ni "grupos estufa" donde estar calentito y a gusto, ni acomodarme a un estilo de vida cristiana "de mínimos"

Necesito meditar que ir a misa, asistir a reuniones de grupo o servir en un retiro puede convertirse en una "rutina cristiana" de ritos y costumbres si no los vivo con un corazón apasionado

Y es que la rutina...oxida, corroe y mata. 

Entonces ¿Qué hacer?

Se me ocurren tres cosas que pueden ayudarme a discernir el significado de ser cristiano y evitar que la rutina "oxide" mi fe y "corroa" mi pasión:

Conocer más Dios. Hablo de formarme, de saber más de Dios, de conocer lo que el Señor quiere de mí, de profundizar en su palabra y en su iglesia. Porque conociendo más a Dios, puedo y quiero estar más con Él.

Estar más con Dios. Hablo de oración, de espacios de diálogo con Él, de adoración y de Eucaristía. Porque sabiendo dónde está, puedo y quiero establecer una relación más estrecha con Él y cumplir la misión que me ha encomendado.

Atender las necesidades de los demás. Hablo de servicio, de entrega, de procurar el bien de mi prójimo. Porque sirviendo a Dios, puedo y quiero servir a los demás como Él hizo, a quienes están necesitados de Dios. 

Sólo así conduciré mi vida por el camino cristiano que Dios me muestra. Sólo así cargaré mi cruz como mi Maestro. Sólo así moriré a mi egoísmo para alcanzar la gloria.


JHR

domingo, 30 de mayo de 2021

BUSCADORES DE FELICIDAD

"Dichoso el que, con vida intachable, 
camina en la ley del Señor; 
dichoso el que, guardando sus preceptos, 
lo busca de todo corazón; 
el que, sin cometer iniquidad, 
anda por sus senderos" 
(Salmo 119,1-3)

No creo que exista nadie en este mundo que no dedique su vida a la "búsqueda de la felicidad", o, al menos, que no apele a su derecho a ser feliz. Sin embargo, buscar la felicidad no significa conseguirla, como tampoco desearla supone, en sí mismo, alcanzarla de forma automática. 

Pero antes de desearla o de buscarla, es necesario saber en qué consiste la verdadera felicidad para saber cómo llegar a ella. Y para ello es preciso hacerse la preguntas correctas: ¿cuál es el sentido de mi vida? ¿para qué estoy en el mundo? ¿cuál es la vocación a la que estoy llamado?

Nuestra sociedad ha confundido (o mejor dicho, ha transformado) el concepto eterno de felicidad con el cortoplacista del hedonismo. El mundo trata de ofrecer pequeñas recompensas temporales a corto plazo que nos hacen creer vivir una felicidad que evita el dolor y el sufrimiento pero que no es más que aparente, efímera e irreal. 

La felicidad no tiene límites ni espaciales ni temporales y pertenece a la categoría del ser no a la del tener ni a la del aparentar. No es un objeto de consumo que se pueda comprar, vender o subastar. No es fortuna, salud, dinero, poder, sexo, éxito fácil, placer o vida fácil...tampoco ausencia de frustración o dificultades, ni tampoco eficacia, agitación o hiperactividad. La felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace.

El principal enemigo de la felicidad es el Diablo que nos pone trampas para confundirnos y engañarnos, ofreciéndonos un reflejo deformado de nuestra auténtica vocación a la felicidad: ansiedades y proyecciones negativas, envidias y celos, perfeccionismos y altas expectativas, culpas y miedos, narcisismos y victimismos... 

Se trata de señuelos inteligentemente urdidos por el Enemigo para hacernos sentir que somos indignos, que no damos la talla, que siempre nos falta algo...

Desde la ciencia
Desde el punto de vista científico, la felicidad es el resultado de la acción de determinadas hormonas. 

La dopamina es la hormona (del placer) que nuestro cerebro segrega en situaciones agradables a través de cinco receptores situados en la misma zona, alimentando los sentimientos de deseo, motivación y recompensa, que nos hacen repetir aquellas conductas que nos proporcionan placer, creando una cierta adicción y que se relacionan con el "recibir".
La serotonina es la hormona (de la felicidad) que segrega señales de bienestar a todo el cerebro a través de catorce receptores distintos. A diferencia del placer, la felicidad no es adictiva, dura mucho más tiempo, y está relacionada con el "dar". Mientas que para la felicidad estar bien es suficiente, para el placer nada es suficiente.

Desde la razón
Desde el punto de vista racional, el placer es como un letrero llamativo de "Stop", en medio del camino, que nos seduce y nos embelesa, que nos "vende" la satisfacción inmediata para que nos detengamos y nos olvidemos de nuestra búsqueda de la felicidad auténtica, de la plenitud, esto es, de Dios.

El hedonismo es una droga adictiva, de consumo sencillo y fácil de encontrar que nos ofrece satisfacciones intensas e inmediatas pero breves y fugaces, que siempre nos deja vacíos e insatisfechos, y que nos obliga a buscar más y en mayor cantidad. Pero no es felicidad.

Desde la fe
Desde el punto de vista espiritual, el hombre actual se ha convertido en un adicto al placer y cuando no lo encuentra, cae en la depresión y en el desánimo, otra terrible tentación de Satanás con la que ataca todas las virtudes en conjunto. 

El Enemigo de Dios siempre disfraza la mentira de impresión, de sensación, de emoción, de pasión, y camufla la esclavitud con una falsa idea de libertad. 
Sin embargo, la Palabra de Dios nos regala una guía de la felicidad en las Bienaventuranzas (Mateo 5,1-13), Lucas nos dice que no existe felicidad en una vida que busca "recibir" en lugar de "dar" (Hechos 20,35), y el rey David nos dice que feliz es quien lleva una vida intachable, quien cumple los preceptos de Dios y sigue sus senderos (Salmo 119,1-3). 

El mundo nos dice que la felicidad está en la riqueza material. Sin embargo, Jesús dice que felices son los pobres de espíritu, los que reconocen su pequeñez y su necesidad de Dios.

El mundo nos dice que la felicidad está en el placer y  la ausencia de sufrimiento. Sin embargo, Jesús nos muestra que se llega al cielo a través de la cruz y el dolor, en la entrega total por los demás.

El mundo nos dice que la felicidad está en el poder y en los propios logros. Sin embargo, Cristo nos dice que los mansos y humildes heredarán la tierra.

El mundo nos dice que la felicidad está en la abundancia y en la tenencia de bienes. Sin embargo, Jesús nos dice que los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados.

El mundo nos dice que la felicidad está en la falta compasión con los demás. Sin embargo, Jesús nos dice que los misericordiosos serán perdonados.
Dice San Agustín que "Dios es fuente de nuestra felicidad y meta de nuestro apetito, Aquel que da respuesta a todos nuestros interrogantes y sentido a toda nuestra existencia". Frente a la inmediatez del placer que nos ofrece el mundo, Dios nos brinda la eternidad de la felicidad. 

Personalmete, puedo afirmar que soy un buscador de la felicidad...lo que no significa que mi vida esté exenta de contratiempos e imprevistos, incluso de pérdidas y renuncias, de dolores y sufrimientos. Soy consciente de que el camino a la felicidad no es siempre recto, que está lleno de curvas y de tropiezos, de subidas y de bajadas. 

Mi felicidad no depende de lo que posea, de lo que me ocurra o de cómo me levante...depende de mi propósito de vida, que es buscar continuamente a Dios, en la certeza de Él está junto a mi, recorriendo a mi lado mi camino existencial. Se trata de ver a Dios en cada acontecimiento, en cada instante, en cada persona de mi vida, y eso me ayuda a seguir caminando... incluso, a veces, cojeando. 

Si todo va bien en el camino, se lo agradezco a Dios. Si algo no va bien, se lo ofrezco a Dios. Él se ocupa de mí y de los míos...Y yo estoy seguro de ello, porque en su Palabra me asegura: "¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré" (Isaías 49,15).

La felicidad es un don de Dios y no una conquista por méritos propios. No se halla en el exterior sino en la profundidad del alma, donde el Señor vive, y donde ha puesto los materiales necesarios para que yo pueda construirla.

Buscar la felicidad es averiguar qué soy y para qué soy, es decir, edificar mi vida desde la aceptación de lo que soy y no desde lo que me gustaría ser, desde lo que tengo y no desde lo que me gustaría tener, desde el plan que Dios tiene para mí y no desde mi propio proyecto.
Construir la felicidad es darle un sentido a mi vida... y saborearlo, es decir, abrir el corazón para comprender el significado del amor e interiorizarlo. Alegrarme y agradecer los regalos que Dios me ha dado, pero al mismo tiempo, asumir la debilidad y la fragilidad, la pérdida y la renuncia, el dolor y el sufrimiento, como partes inherentes del camino. 

Buscar la felicidad es buscar el rostro del Señor en toda ocasión, escuchar el suave susurro del Espíritu que me guía, es saberme buscado por Dios, es saberme objeto de deseo de mi Creador... pero, sobre todo, es dejarme encontrar por Él... para decirle ¡Aquí estoy, Señor!


JHR

lunes, 14 de diciembre de 2020

SCIENCE WILL (NOT) WIN

"Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios,
esos son hijos de Dios.
Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, 
para recaer en el temor, 
sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, 
en el que clamamos: '¡Abba, Padre!'. 
Ese mismo Espíritu da testimonio 
a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; 
y, si hijos, también herederos; 
herederos de Dios y coherederos con Cristo; 
de modo que, si sufrimos con él, 
seremos también glorificados con él" 
(Romanos 8,14-17)

Al contrario que ocurría en otras épocas pasadas de catástrofes globales, guerras o pandemias en las que las personas dirigían su mirada a Dios y se refugiaban en las iglesias, hoy con la irrupción del Covid-19, el hombre ha dado la espalda a Dios y los templos permanecen prácticamente vacíos.

Sin embargo, la secularización del hombre ya le había distanciado de Dios como consecuencia de su "conversión" al materialismo, una ideología imperialista que aseguraba progreso sin normas y bienestar sin prejuicios, aunque no mostraba el reverso de la moneda: la esclavitud del "consumismo"

Una vez realizado el distanciamiento de Dios, el hombre esclavo del materialismo, ha sido consciente de su salud comprometida y de su vida en riesgo por una enfermedad global y descontrolada (el Covid-19) y ha tratado de buscar una nueva salida que le ayude a conseguir su anhelada felicidad a través del distanciamiento social o aislamiento, que también esconde otra cara oculta: la esclavitud del "individualismo".

Después de meses de confinamiento y de medidas de "falsa seguridad", después de miles de pérdidas humanas, después del conculcamiento y quebrantamiento de las libertades más fundamentales, después de la destrucción de miles de puestos de trabajo y de la desaparición de muchas empresas, después de la ruina sanitaria, social y económica de miles de familias, después del colapso financiero mundial... 

...el hombre esclavo del hedonismo, aislado y encarcelado, sin Dios y sin prójimo, se encuentra ante una situación que no consigue satisfacerle, y sucumbe al miedo en la oscura incertidumbre de la soledad. Su angustia no le permite ser capaz de vislumbrar la solución definitiva a su búsqueda de felicidad.

A través del consumo y del aislamiento, es evidente que el hombre no ha conseguido ni progreso ni seguridad, ni paz ni felicidad. Tan sólo vacío y soledad. 

El temor que le provoca el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, le hacen abandonar todas sus anteriores prerrogativas y fijar ahora sus expectativas en una nueva alternativa: el progreso científico

Pero, ni por un instante, se ha planteado extender sus brazos hacia el cielo y pedirle ayuda a Dios, el médico divino.

Esta falta de fe en Dios me trae a la memoria el pasaje de Lucas 8,18 en el que Jesús afirma que "Dios hará justicia a los que le claman día y noche", y en el que se pregunta si "cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?".

El hombre ha puesto su fe en la ciencia, en la razón y el conocimiento humanos, abandonando la sabiduría divina. Y así, ha iniciado una carrera frenética en la búsqueda de remedios médicos (que esconden oscuros intereses económicos y políticos) que ha desembocado en la obtención de una vacuna "eficaz" en un tiempo récord.

Y tras el hallazgo de la supuesta solución a sus problemas, las fuerzas ocultas supranacionales han comenzado el proceso de vacunación mundial de la población a cargo, entre otras, de la multinacional farmacéutica Pfizer, con un lema que es toda una reivindicación imperialista: "Science will win". 
 
"La ciencia vencerá" es otra parodia del Enemigo, Satanás, que siempre trata de imitar de forma burda y blasfema a Dios. Con este insurrecto slogan, el "imperialismo científico" lanza un utópico grito de victoria frente a lo que denomina "fundamentalismo religioso". Con esta arenga triunfalista, el "paganismo racional" señala a la religión como  una "superstición anti-progreso". Con otra mentira diabólica de "seguridad y bienestar", "lo empírico" pretende acabar con "lo trascendental". 

Nos encontramos ante la "continua" infidelidad del hombre hacia Dios; la rebelión del odio, el  "Non serviam", iniciado en el cielo por el Dragón y trasladado a la humanidad por la serpiente en el Edén; el pecado que seduce a través de sucesivas metamorfosis ideológicas impuestas por hombres como Galileo, Newton, Darwin, Einstein, Plank o Hawking, y que persiste hoy con los nuevos y expertos abanderados imperialistas: las multinacionales farmacéuticas del Nuevo Orden Mundial que lanzan una consigna con la que quieren hacer creer que la ciencia puede curar a todos los hombres del sufrimiento, la enfermedad y la muerte.
Es parte de un "todo" que está escrito. Estamos frente a "la bestia que sale de la tierra" de Apocalipsis 13,11, es decir, la "ideología y la propaganda imperial" cuya misión es también utilizar a los científicos como los "nuevos Moisés" del mundo en el desierto de la globalización, y a la ciencia como las "nuevas tablas de la Ley" por las que todos han de regirse, bajo "pena de muerte". 
Unas "nuevas tablas" que transformarán toda nuestra vida política, económica, laboral y social, deconstruyendo el mundo para esclavizar completamente al hombre, dirigiéndole al transhumanismo, y así, someterle definitivamente al poder infernal del Imperio, adorando a la "bestia" y abandonando a Dios.

Sin embargo, los cristianos, que sabemos lo que el nombre Jesús significa, esto es, “Dios salva”, tenemos la certeza de que la victoria y la salvación son exclusivas de Dios. Nosotros no le tememos a la muerte primera. 

San Pablo en su carta a los Romanos nos da la clave de nuestra esperanza cristiana: 

"Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará

Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. 

Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. Pues hemos sido salvados en esperanza. Y una esperanza que se ve, no es esperanza; efectivamente, ¿cómo va a esperar uno algo que ve? Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. 

Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios. 

Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio.... Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? 

¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado

Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura (nadapodrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Romanos 8, 18-39).

Por eso, nuestra lucha espiritual consiste en seguir desenmascarando y resistiendo el poder diabólico de aquel que ya ha sido derrotado. Y esta batalla tiene recompensa: la gloria con la que el Hijo del Hombre venció al mundo. 

Bajo la tutela y la ayuda del Paráclito, obtenemos la fortaleza en nuestra debilidad para seguir perseverando en la fe. En nuestra unión con Cristo, nos mantenemos fieles a la voluntad del Padre. En nuestra esperanza en Sus promesas, nada nos separa de Su amor.


Science will not win 
because Jesus has already won
"Yo he vencido al mundo"
(Juan 16,36)