¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 29 de octubre de 2025

LAMENTACIONES: DOLOR DE LOS PECADOS

El Libro de las Lamentaciones o "Lamentaciones de Jeremías" es una colección de 5 poemas o lamentos poéticos que muestran la conmoción y el llanto del pueblo de Israel por la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor.

Forma parte de los libros proféticos de la Biblia cristiana, tras Jeremías, ya que tradicionalmente atribuye a éste, aunque probablemente su autor fuese Baruc o uno desconocido y su composición se realizase tras la caída de Jerusalén. Es utilizado en las liturgias de Cuaresma y Semana Santa.

También forma parte de los Ketuvim ("Escritos") de la Biblia hebrea y de los cinco Megillot ("rollos") que se recita cada año en el día de ayuno de Tisha B'Av (el 9º día del mes de Av) (julio-agosto), en duelo por la destrucción tanto del 1º Templo (por los babilonios en 587 a. C.) como del 2º Templo (por los romanos en 70 d. C.).​

Estructura
Las 5 lamentaciones o súplicas se corresponden con los 5 capítulos del libro y tienen un sentido de dolor muy vivo e intenso por la caída de Jerusalén y de la fe de Israel. Su tono es sombrío y oscuro: Dios no habla, el grado de sufrimiento es abrumador y las expectativas de redención futura, mínimas.

Las 4 primeras lamentaciones utilizan el acróstico alfabético, cada estrofa comienza con una palabra cuya primera letra es una letra del alfabeto hebreo (alefato) que se sucede progresivamente expresando un principio de exhaustividad, desde Alef (primera letra) hasta Tau (22.ª letra) que equivaldría a "de la A a la Z"y la métrica de la "kinah", compuesta de 22 versos:
  • 1ª lamentación (c. 1). Asedio de Jerusalén (598-597 a.C.): personificada en una princesa abandonada, castigada y sumida en el dolor a causa de sus muchas transgresiones.
  • 2ª lamentación (c. 2). Caída y ruina de Jerusalén (587-586 a.C.): el hambre, los niños que desfallecen, los cadáveres que inundan las calles. Su desolación no es tanto por causa de los invasores extranjeros como por la "ira de Dios". "El Señor se volvió enemigo".
  • 3ª lamentación (c. 3). Destierro: el lamento surge en primera persona y da testimonio de lo que sufre como un camino interior de conversión y de maduración espiritual: la experiencia de la ruina lo lleva a dirigir su mirada hacia el Señor, a revisar su propia vida, a hacer un acto de contrición con dolor y arrepentimiento, a confesar los pecados, a tener propósito de enmienda e implorar el perdón divino.
  • 4ª lamentación (c. 4). Desolación: el pueblo que añora la gloria pasada del templo de Jerusalén, ahora destruido, llora por el abandono en que se encuentra la ciudad. El dolor no recae únicamente en las causas de la desgracia (como ocurría en la 2ª lamentación), sino en la responsabilidad de quienes han conducido al pueblo a este estado de ruina: los dirigentes y los sacerdotes.[
La 5ª lamentación (c. 5), aunque no es acróstica, tiene la métrica de la kinah (22 versos) y es un canto a la esperanza, un desgarrador grito de socorro y súplica de todo el pueblo que implora que el Señor se acuerde de él, intervenga, lo perdone y lo ayude.
Contenido
Las lamentaciones combinan el cantos fúnebre por la pérdida de la ciudad y el lamento comunitario por la restauración de su pueblo. 

Son similares a los lamentos de la literatura sumeria del 2ª milenio a.C. que se recitaban con motivo de la reconstrucción de un templo ("Lamento por la destrucción de Ur", "Lamento por Sumer y Ur" y el "Lamento de Nippur"). Sin embargo, el libro de Lamentaciones, escrito antes del regreso/reconstrucción, solo contiene lamentos desgarradores y súplicas a Dios sin respuesta y sin consuelo... con la amarga posibilidad de que Dios haya rechazado y abandonado a Israel.[

La esperanza de Israel surge del recuerdo de las acciones pasadas de Dios en favor de su pueblo: "La bondad y la misericordia del Señor no se agota ni se acaba, sino que se renueva cada mañana (3,22).
La pregunta que recorre todo el libro es ¿Cómo y por qué nos ha llegado esta desgracia? pero no da respuesta alguna sino que se desahoga con el lamento: es el grito de dolor de Sión y, en el fondo, de Dios mismo (inspirador de estas lamentaciones) que vive el sufrimiento de su pueblo, quien lo expresa a través de diferentes sentimientos:
  • confusión y crisis espiritual por la caída de Jerusalén (1,9) y la pérdida de sus tres pilares inquebrantables y unidos a las promesas de Dios:
  • queja y dolor por la suerte de Judá (2,11)
  • reproche por el abandono de los aliados (4,17)
  • angustia por los muertos, especialmente los niños (2,11)
  • ira contra los babilonios (1,10)
  • recriminación de los propios pecados (1,8) o contra Dios que los ha permitido (2,2)
  • esperanza en el Señor (3,31-32)
  • anhelo de salvación (5,21)
Serán los profetas posteriores los que respondan y consuelen a la afligida Jerusalén. 

Clave de lectura

Una lectura superficial de Lamentaciones podría inducir al desaliento, ya que recoge uno de los momentos más duros de la historia de Israel, cuando parece que Dios ha olvidado sus promesas y ha dejado de socorrer a su pueblo. 

Sin embargo, una lectura más profunda nos descubre profundas convicciones de fe: 
  • la gravedad del pecado, causa de la desgracia y de la que Dios se vale como corrección de los que ama.
  • la confianza en el Señor, sabiendo con certeza que el sufrimiento no es un castigo de Dios, sino una experiencia purificadora que, vivida con fe, conduce a la esperanza, impulsa a la conversión y adquiere un sentido redentor. 
  • la importancia de la oración. Quien reconoce su fragilidad, acude al Señor convencido de que será escuchado, pues Él tiene poder para intervenir en la historia y responder a las súplicas de su pueblo. 
  • la justicia de Dios que toma en serio tanto el pecado como el arrepentimiento sincero. 
  • la misericordia de Dios que es más grande que todos nuestros pecados​

sábado, 30 de agosto de 2025

EL HOMBRE ALCACHOFA (IMAGO DEI)

"Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, 
y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, 
se mantenga sin reproche 
hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo"
(1 Tes 5,23)

Hace unos meses hablaba con mi mejor amigo, que ha perdido a una hija y la fe en Dios, sobre el sufrimiento y el dolor que experimenta su corazón. Él comparaba al ser humano con una cebolla, constituido por numerosas capas y que sólo provoca lágrimas. Desgraciadamente, su visión pesimista y desesperanzada le hace incapaz de penetrar en la verdadera esencia del hombre deseada por Dios.

Para que mi amigo encontrara la paz que anhela y necesita, traté de mostrarle la imagen de la alcachofa, que tiene también muchas capas como la cebolla, pero en su interior, en lugar de lágrimas, hay un corazón "sabroso", "exquisito" y "apetecible", a imagen y semejanza de nuestro modelo de hombre, Jesucristo, que es "manso y humilde de corazón... y en quien encontraremos descanso para vuestras almas" (cf. Mt 11,29).

San Pablo nos muestra que el hombre es un ser complejo y "tripartito", compuesto de cuerpo, alma y espíritu (1 Tes 5,23), es decir, de varias capas (como la alcachofa): 
  • las primeras capas son externas y corresponden al cuerpo: las funciones corporales, es decir, las facultades y los sentidos con los que percibimos el mundo exterior (vista, oído, tacto, gusto y olfato). Son capas que están más secas, más oscuras: los sentidos y las pasiones 
  • las siguientes son capas intermedias y corresponden al alma: las funciones emocionales, la percepción sensible, la imaginación, la memoria. Son las capas más jugosas y más tiernas: los deseos, las emociones y los sentimientos 
  • la última capa es el corazón y corresponden al espíritu: las funciones cognitivas, la inteligencia y la voluntad. Son las capas más exquisitas, las más apetecibles: el razonamiento y la toma de decisiones
El hombre ha sido creado por la Trinidad: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26-27), esto es, a imagen del Hijo y a semejanza del Padre por el Espíritu Santo. 

El ser humano es, por tanto, la encarnación del espíritu, la materialización de Dios, cuya voluntad es divinizar al hombre y conducirlo al cielo a través de la resurrección en cuerpo glorioso: "el polvo vuelve a la tierra que fue, y el espíritu vuelve al Dios que lo dio" (Ecl 12,7; cf. Gn 2,7). 

El cuerpo es la materialización de la "idea" de criatura pensada por Dios y el alma es el intermediario que pone en contacto al cuerpo (lo humano) y al espíritu (lo divino), es decir, a la criatura con Dios. 

Para llegar a la esencia profunda del ser humano es necesario mirar con los ojos de la fe para discernir entre "hombre-cebolla" y "hombre-alcachofa" y, como dice san Pablo en Gal 5,19-22, distinguir entre:
  • las obras de la carne: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo
  • los frutos del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí
Por ello, al hombre le corresponde reconocer y agradecer este don gratuito de la vida concebida sin sufrimiento, porque el sufrimiento no es una creación de Dios, sino consecuencia del pecado, es decir, de la libre voluntad del hombre de rebelarse y rechazar su propia esencia: "Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor (Ef 1,4). 
El pecado no destruye ni anula la imagen de Dios en el hombre. Es imagen de Dios en cuanto hombre. Lo que destruye y anula es la semejanza en cuanto Dios, es decir, la santidad (la divinidad).

Fuimos creados "hombres-alcachofa" (imago Dei), pero preferimos convertirnos en "hombres-cebolla" (imago homo), con sudor, lágrimas y sufrimiento.  

Fuimos creados "hombres para ser divinizados", pero preferimos convertirnos en "hombres-mundanizados", con mentira, rebeldía y soberbia. 

El pecado ha roto la armonía creacional y ha provocado una división en el interior del hombre (alma), una separación entre cuerpo y espíritu, entre conocimiento y voluntad, entre razón y emoción. Y necesita ser restablecido.

Por ello, Dios, que es amor, envió "al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él...nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,8-10) para restaurar la armonía y llevar a cabo el plan divino.

En la plenitud de los tiempos, Dios se ha encarnado, se ha personificado, se ha humanizado para divinizarnos, para atraernos a todos de nuevo hacia Él, para llevarnos a la eterna comunión con Él, para recapitular todo en Cristo, según el misterio de su plan salvífico (Ef 1,4-10). 

¡Qué necesario es volver al proyecto original de Dios!
¡Qué importante es ser "hombres alcachofa"! 
¡Qué imprescindible es tener un corazón "exquisito" y "apetecible"!
¡Qué vital para nuestra alma es "vivir por el Espíritu" y no "por la carne"! 

miércoles, 3 de febrero de 2021

¿ACASO SOY YO EL GUARDÍAN DE MI HERMANO?

"Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: 
Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, 
ni te desanimes por su reprensión; 
porque el Señor reprende a los que ama 
y castiga a sus hijos preferidos. 
Soportáis la prueba para vuestra corrección, 
porque Dios os trata como a hijos, 
pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? 
Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, 
es que sois bastardos y no hijos (...)
Dios nos educa para nuestro bien, 
para que participemos de su santidad. 
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, 
sino que duele; 
pero luego produce fruto apacible de justicia 
a los ejercitados en ella.
Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios, 
y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, 
contaminando a muchos."
(Hebreos 12,5-8 y 10-11)

¿Por qué nos cuesta tanto corregir y ser corregidos? ¿Estamos negando la existencia del pecado y sus cosecuencias? ¿Justificamos el error y el mal? ¿Adoptamos una actitud indolente e indiferente hacia nuestros hermanos? ¿Hemos olvidado lo que Dios Padre nos dice acerca de nuestros hermanos?

Desgraciadamente vivimos en un mundo que oculta, justifica e incluso niega el pecado y las consecuencias que se derivan de él. Y si no hay pecado, nadie hace mal y, por tanto, no es necesaria corrección alguna. Lo vemos en nuestra vida cotidiana: los padres no corrigen a sus hijos, los profesores no reprenden a sus alumnos, los amigos no advierten a sus compañeros, los cristianos no enmiendan a sus hermanos...

Por ello, sin una noción de pecado, el mal campa a sus anchas y el insensato queda esclavizado, a la espera de su muerte: "Su propia maldad atrapa al malvado, queda preso en los lazos de su pecado; morirá por no dejarse corregir, tanta insensatez lo perderá" (Proverbios 5, 22-23). Quien no sabe que está equivocado, camina en oscuridad hacia su perdición.

Es cierto que toda corrección es difícil, molesta y desagradable para quien la ejerce, y más aún, para quien la recibe. Sin embargo, es misión del cristiano hacer ver el error a quien se equivoca. Corregir no es juzgar a nuestro hermano, no es criticarle ni condenarle. Corregir es ayudarle, es amarle. Quien ama, corrige; quien no ama, muestra indiferencia. 

Dios nos ha creado para vivir en comunión, Cristo nos ha liberado del pecado y el Espíritu Santo nos ha insertado, por el bautismo, en la familia de Dios. Por tanto, no podemos desentendernos de nuestros hermanos ni caer en la actitud cainita y homicida de "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?" (Génesis 4,9). Sí, todos somos guardianes de nuestros hermanos.

La corrección fraterna es un acto de caridad con el que el cristiano advierte a su prójimo del error, le ilumina y le ayuda a retomar el camino hacia la santidad: "Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado" (Hebreos 3, 13).

La corrección fraterna es un instrumento de crecimiento necesario para alcanzar la madurez espiritual, y un mandato de Dios, quien como buen Padre misericordioso, lo ha establecido por y para nuestro bien, por y para nuestra salvación: "Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano" (Mateo 18,15).
Pero la Serpiente, que es muy sibilina, ha seducido la mente del hombre para que vea el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal como algo apetecible e inocuo, provocando un pensamiento negacionista del pecado y una mentalidad indiferente e insensible ante las consecuencias de comer de él. 

El Enemigo, que es un mentiroso, después de tentar y hacer sucumbir la voluntad del hombre para atraparle en el pecado, le vuelve a engañar negando sus consecuencias y haciéndole creer que no pasa nada. Es más, le suscita la falaz idea de que la corrección es una falta de misericordia hacia los demás y por tanto, no debe realizarse.

Aunque, en principio, la falta de corrección no supone implícitamente una expresión directa de odio, sí supone un pecado de omisión, además de una falta de caridad de quien no la ejerce, y un impedimento, a quien no es corregido, para alcanzar la gracia y la santidad: "Peor eres tú callando que él faltando" (San Agustín, Sermón 82, 7).

La falta de corrección, como dice San José María Escrivá, "esconde una comodidad cómplice del mal y una falta de responsabilidad a quienes huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida..., pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados" .

Los cristianos debemos huir de esa visión claramente errónea, excesivamente humana y poco sobrenatural, que nos lleva a pensar que es improcedente o inoportuno ejercer la corrección a un hermano por temor a dañarle, por sentir que nuestro propio pecado nos impide corregir otros o por creer que no es posible la mejora en el corregido.
Los cristianos necesitamos actualizar continuamente nuestra necesidad de estar en gracia y de alcanzar la santidad, para nosotros y para los demás. Si seguimos el ejemplo de Cristo, debemos renovar constantemente nuestra obligación de mostrar humildad, compasión y amor ante los fallos del prójimo, así como de aceptar de buen grado la propia corrección con el ejercicio de esas mismas virtudes, unidas a un sincero agradecimiento.

En realidad, si mostramos indiferencia o rechazo a la corrección, no sólo estaremos desentendiéndonos y despreocupándonos de nuestro prójimo sino que además, estaremos negando la misericordia de Dios, rechazando el amor..., es decir, estaremos pecando contra el Espíritu, algo que no tiene perdón (Mateo 12, 31-32).

Por tanto, a la pregunta clara y directa que nos hace el Señor: "¿Dónde está tu hermano?"...¿Responderé con indiferencia e indolencia? 
O diré: "Aquí está mi hermano, a quien me has mandado guardar" 

JHR