¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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miércoles, 2 de septiembre de 2015

SÓLO QUIEN SABE OBEDECER, HONRA AL PADRE

"Cada uno en esta vida debe someterse a las autoridades. 
Pues no hay autoridad que no venga de Dios, 
y los cargos públicos existen por voluntad de Dios. 
Por lo tanto, el que se opone a la autoridad 
se rebela contra un decreto de Dios, 
y tendrá que responder por esa rebeldía.". 
(Romanos 13, 1-2)

En nuestra sociedad individualista, donde la afirmación de uno mismo, el ego y el reconocimiento social priman sobre todas las cosas, se hace muy difícil entender la obediencia como una virtud. Se ve más como un sometimiento, una humillación e incluso una debilidad: es bueno mandar, es malo obedecer.

Pero para nosotros, los cristianos, el punto de referencia es Cristo. Es el modelo a imitar. Y Cristo nos mostró el verdadero espíritu de sumisión y obediencia, a su Padre celestial, a sus padres humanos, a las leyes religiosas de su tiempo y a las autoridades civiles . Y nos enseñó a sus discípulos que la obediencia es una virtud fundamental, clave en el servicio.

Para entender la obediencia, debemos entender la autoridad. Ante todo, es necesaria para que un grupo de personas pueda formar una unidad, funcionar al unísono, organizados y coordinados.

La autoridad no es arbitrariedad, no es privilegio, no un medio para satisfacer los propios deseos...es un servicio. La autoridad auténtica huye de los parabienes, de los aplausos, de las medallas, de las felicitaciones. El que manda debe ser quien más sirve y su mando está al servicio de los “mandados”; cada uno sirve desde su puesto.

La obediencia no suprime la libertad ni tampoco es sometimiento del más débil al más fuerte. No es una imposición del poder. Es el mejor camino de desarrollo personal: mientras me formo, obedezco y mientras obedezco, aprendo, me desarrollo y adquiero disciplina. También, me doy cuenta de que quien está a la cabeza tiene más datos, ve todo el conjunto, sabe a dónde dirige el todo, coordina distintos esfuerzos, etc.

La obediencia tiene como principales virtudes la humildad, la generosidad y la responsabilidad, que, al mismo tiempo, potencia, y entre sus principales obstáculos, la envidia, la soberbia, la pereza y el egoísmo.

Cuando obedecemos, cumplimos la voluntad de Dios, pero no de un modo absoluto o fundamentalista, sino por el origen divino de toda autoridad: al crear al hombre como un ser social, Dios quiso que hubiera una autoridad.

La obediencia debe ser inteligente y voluntaria, enriquecedora. Es un servicio al bien. Requiere madurar e involucrarse personalmente al hacer las cosas, sin huir de los problemas, sin humillarse ni someterse, pero tampoco, por supuesto, rebelarse.



P. Eduardo Volpacchio

jueves, 20 de agosto de 2015

RECUPERAR LA ESENCIA DE CRISTO


Muchos aseguran que la religión, que el cristianismo, ha perdido credibilidad, que no es posible seguir confiando en Cristo ni en su Iglesia y por ello, se alejan hacia una inexistente experiencia de fe o hacia una cómoda privacidad espiritual, ambas descargadas de toda obligación y compromiso.

En nuestros tradicionales países “cristianos católicos”, la indiferencia de la sociedad secular, en otras épocas más o menos benevolente, ha dado paso a un odio generalizado y una abierta enemistad hacia el cristianismo. 

Hoy, se relaciona a Cristo con una Iglesia inflexible y jerárquica, hambrienta de poder y riqueza, autoritaria y dogmática, pecadora e infiel, poco dialogante y excluyente con quienes piensan de otra manera, discriminatoria con las mujeres y lejana del hombre actual... sin obras…muerta.

El problema subyacente es que el enemigo de Dios, Satanás, ha vuelto a desarrollar el factor humano: el hombre ha querido “ser” y “hacer” de Dios (como en el principio), y en lugar de colocar a Cristo como símbolo de unidad sólo ha generado cismas dentro y fuera de la iglesia; en lugar de mostrar un espíritu de sencillez y amor, ha creado complejidad y egoísmo; en lugar de ejercer una fe viva y práctica, ha optado por una fe contemplativa y teorizante; en lugar de vivir una vida activa de servicio y sacrifico a los demás, ha preferido una vida pasiva y cómoda. 

La Iglesia, esposa de Cristo, le ha sido infiel, ha perdido su esencia, se ha ocupado sólo de la casa y se ha ido olvidando de cómo es Él, de su propósito y de su mandato. 

La cristiandad tiene que hacerse más cristiana para poder seguir viviendo de forma creíble (creyente y crítica a la vez) con convincentes contenidos de fe, sin toda la rigidez dogmática, con orientaciones éticas depuradas de toda tutela moral, pero sobre todo, con Cristo en el centro de nuestra vida.

Algunas de las actitudes de la Iglesia apenas forman parte de la esencia cristiana, es difícil intuir el espíritu de Cristo en la forma de vivir la fe de muchos pastores y de muchos feligreses. 
 La Iglesia se ha acomodado en una posición autorreferencial y lejana, convirtiendo así a los cristianos en bebés espirituales, que no pueden valerse por sí mismos. Le hemos dado la espalda a su esencia en Cristo, hemos abandonado su mandato activo y permanente: “Id y haced discípulos”.

Estamos llamados a encaminarnos urgentemente hacia la conversión, hacia una renovación pastoral, una reforma radical que no intente psicoanalizar o volver a mitificar el mensaje de Cristo, sino que “vaya a la raíz”, que haga que lo esencial, que es Cristo, resplandezca de nuevo. 

Jesucristo debe volver a ser la figura básica, fundamento y motivo original de todo lo cristiano. Sólo desde él como la figura conductora central recibe su identidad y relevancia el cristianismo. 

CUESTIÓN DE ESENCIA

A menudo, escuchamos a personas afirmar que “todas las religiones son iguales”. La clave para desestimar esta errónea afirmación estriba en el hecho de diferenciar lo que distingue a una religión del resto de las otras religiones, es decir, qué es lo especial, lo típico, lo “esencial”, cuál es su “esencia”.

Esencia significa “lo que es válido en todo tiempo, lo que es vinculante de continuo, lo que es absolutamente irrenunciable”. 

La esencia y el centro del cristianismo es la figura de un judío: Jesús de Nazaret, el Mashiach (hebreo), Meshiach (arameo), Christos (griego), “el Ungido o Enviado por Dios”. 

Jesús como el Cristo de Dios es la forma y figura básica que da cohesión a todas las historias, parábolas, cartas y misivas del Nuevo Testamento y también a todas las diferentes comunidades judeocristianas y cristiano gentiles.

Sin Jesucristo no hay nexo entre los escritos y las comunidades neo-testamentarios: él es la figura básica que da unión a todas las tradiciones. 

Sin Jesucristo no hay historia del cristianismo ni de las Iglesias cristianas: él es el motivo básico que las une más allá de todas las rupturas y de todas las épocas históricas. 

El cristianismo no depende de una idea impersonal, de un principio abstracto, de una norma general, de un sistema mental. A diferencia del resto de religiones, el cristianismo depende de una persona concreta que sale fiadora de una causa, de todo un camino de vida: Jesús de Nazaret. 

Jesús es distinto, es una persona concreta y por eso, el ser cristiano tiene que ser distinto. El Nuevo Testamento y la historia de veinte siglos de cristianismo lo pone de manifiesto: Jesús ha estimulado el pensamiento y el discurso crítico-racional, la fantasía, la imaginación y las emociones, la espontaneidad, la creatividad y la innovación. 

Ha hecho posible que los hombres entren en espíritu en una relación existencial inmediata con él. De él se podía narrar, y no sólo razonar, argumentar, discutir y teologizar sobre él. 

Eso es lo que constituye lo específico del cristianismo: no un principio, sino una figura viviente: Jesucristo es lo permanentemente válido, lo obligante de continuo y lo en verdad irrenunciable en el cristianismo.

LA CRUZ COMO DISTINTIVO 
Mientras que la muerte de los líderes de otras religiones no ha traído implicaciones o consecuencias para la humanidad, la de Jesucristo sí. 

Moisés, Mahoma, Buddha o Confucio murieron ya mayores en años, junto a sus discípulos y adeptos, tras una vida de éxito, mientras que Jesucristo murió joven, tras vida radical, sorprendente y breve, traicionado y negado por sus discípulos y seguidores, objeto de mofa y de escarnio por sus adversarios, abandonado por Dios y por los hombres en el más atroz y enigmático rito de muerte, que según la legislación romana no se podía imponer a criminales con la ciudadanía romana y que se aplicaba sólo a esclavos fugados y a rebeldes políticos: en el patíbulo de la cruz.

La cruz de Jesús era una locura bárbara para un griego culto, una ignominia para un ciudadano romano y una maldición de Dios para un judío creyente. 

Sin embargo, para un cristiano la cruz es un signo de salvación puesto que Cristo, el crucificado, no permaneció en la muerte, sino que fue resucitado a la vida eterna por Dios y elevado a la majestad de Dios. 

Es un signo de victoria puesto que Jesucristo es el confirmado con poder por Dios y así este signo de oprobio y esta deshonrosa muerte de esclavos y rebeldes es vista como muerte salvífica de redención y liberación. 

La cruz de Jesús, ese sello cruento sobre una vida vivida en consonancia, se convierte así en un llamamiento a renunciar a una vida marcada por el egoísmo, un llamamiento a vivir una vida sencilla en favor de los otros.

Se trata ni más ni menos que de un vuelco a todos los valores: la vida cotidiana valiente y sin temor, incluso frente a riesgos mortales a través de la inevitable lucha, de todo sufrimiento, incluso de la muerte. 

Todo en inquebrantable confianza (“fe”) y en la esperanza del tiempo de la verdadera libertad, amor, humanidad, finalmente, de la vida eterna. Del escándalo se pasa a una experiencia de salvación; el vía crucis se convierte en un camino de vida para el que acepta ser cristiano.

Cristo es el camino, la verdad y la vida, es el pan de vida, la luz del mundo, la puerta, la vid verdadera, el pastor verdadero que da su vida por las ovejas. El es el camino de la verdad de la vida que hay que hacer. No se trata de verdad de razón, puramente teórica, sino de verdad de fe práctica que se basa en experiencia, decisión y acción.

En efecto, no se trata de “contemplar”, de “teorizar” la verdad del cristianismo, sino que hay que “hacerla”, “practicarla”. 

Una verdad que no quiere sólo ser buscada y hallada, sino seguida y realizada con veracidad, acreditada y acrisolada. Una verdad que apunta a la práctica, que llama al camino, que regala y hace posible una vida nueva.

martes, 4 de agosto de 2015

LEVÁNTATE Y ANDA




“Yo soy la Resurrección y la vida. 
El que cree en mí, aunque muera, vivirá 
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.”

Juan 11, 25-26


La muerte espiritual es el estado de separación de Dios en el cual todo ser humano nace en este mund, como consecuencia del pecado de Adán y Eva, en el Jardín del Edén. Romanos 5:12 dice: "por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres por cuanto todos pecaron." 

Sin embargo, Jesús nos invita a creer en Él, a pasar de la muerte a la vida espiritual, a un “nacer de nuevo”, a levantarnos y andar, a liberarnos de las obligaciones y ataduras mundanas e ir en busca del Reino, en busca del amor, mediante el cual, trascendemos de lo humano a lo divino.

Pero para la conversión, para resucitar y nacer de nuevo se requiere la fe, la fe con obras. 

“Porque así como un cuerpo sin espíritu está muerto, 
así también la fe que no produce obras está muerta.”

Santiago 2, 26

“Levántate y anda” implica creer en Cristo, levantarse de la tumba o de la cama, del sueño letárgico de las cosas terrestres y ponerse en marcha espiritual!!! dejar las excusas y el “no puedo” y empezar a caminar, tanto si estamos paralíticos o muertos, espiritualmente hablando. 

Un muerto espiritual está bajo los efectos y el poder del pecado, su espíritu está separado de Dios. Todo su ser, sus pensamientos, sus emociones y su voluntad están en proceso de descomposición. 

Pero Jesús tiene potestad para resucitar a los muertos espirituales. No importa lo avanzado que sea el estado de putrefacción a causa del pecado. Él es “la Resurrección y la vida”, quien cree en Él, vive para siempre.